BELEN, 22 mar (ZENIT.org).- Juan Pablo II no disimuló la emoción.
Esta
mañana finalmente pudo vivir uno de los momentos decisivos de
este Jubileo
que recuerda los dos mil años del nacimiento de Cristo. La protagonista
fue
Belén, la localidad que fue testigo del acontecimiento cristiano
que
separaría en un antes y un después la historia de la
humanidad.
Belén, que está sometida al control de la Autoridad palestina,
es también
una de las ciudades «símbolo» de la complicada evolución
territorial que
tiene lugar en Oriente Medio. De este modo, la llegada del Papa a la
ciudad
en que nació Jesús se convirtió en la ocasión
para recordar la necesidad
urgente que tiene esta región de paz y para reafirmar ante el
mundo el
«derecho natural» del pueblo palestino a «tener una
patria» y a vivir «en
paz y tranquilidad con los demás pueblos de la región».
«Nadie puede
ignorar todo lo que ha tenido que sufrir el pueblo en las décadas
recientes
--dijo con firmeza--. Vuestro tormento está ante los ojos del
mundo. Y ya
ha durado demasiado tiempo».
El beso
Acogido con todos los honores por el líder de la Autoridad palestina,
Yasser Arafat, Juan Pablo II se inclinó a besar el recipiente
con la tierra
de Belén. Un gesto de devoción --típico del pontífice--
que, como después
aclararía el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro-Valls,
no quiere
ser un acto de reconocimiento implícito del Estado palestino.
«Hubiera sido
bastante extraño el que el Papa no besara la tierra en que nació
Jesús»,
aclaró el director de la Oficina de Información vaticana.
«¡No tengáis miedo!»
A continuación tuvo lugar el acontecimiento que tocó
las cuerdas más
profundas del año santo: la Eucaristía presidida por
el Papa en la Plaza
del Pesebre, situada cerca de la Gruta de la Natividad. La celebración
se
convirtió en una auténtica fiesta para todas las comunidades
cristianas de
Tierra Santa. El Papa quiso renovar la esperanza para los cristianos
de
esta tierra. Belén («Beth-lehem»), recordó
significa en hebreo «la casa del
pan», donde «Dios se esconde en un Niño; la divinidad
se esconde en el Pan
de Vida».
Desde un palco coronado por una gigantesca estrella, como la que guió
hasta
este lugar a los Magos de Oriente, bajo un sol pálido, Juan
Pablo II invitó
a los diez mil fieles reunidos y a todos los cristianos de la región
a no
tener miedo: «Hoy, desde la Plaza del Pesebre, proclamamos con
fuerza en
todo tiempo y lugar a toda persona: "La paz esté con vosotros".
No tengáis
miedo». «No tengáis miedo --repitió-- de
preservar vuestra presencia y
vuestro patrimonio cristiano en el lugar mismo en el que nació
el Salvador».
Se trataba de un mensaje muy concreto para la comunidad árabe
cristiana de
Tierra Santa que tiende a emigrar a causa de las pocas perspectivas
de
trabajo, de la inestabilidad política de la región, y
del integrismo islámico.
El sentido de la cruz
Durante la homilía, el Papa recordó que esta humilde
ciudad «ha
experimentado el "yugo" y el "bastón" de la opresión.
¿Cuántas veces se ha
escuchado en estas calles el grito de los inocentes?», se preguntó.
Sin
embargo, esta pobreza y debilidad tienen sentido a la luz del Evangelio.
«La cuna y la cruz son el mismo misterio de amor que redime;
el cuerpo que
María colocó en el pesebre es el mismo cuerpo que fue
sacrificado en la cruz».
El Reino de Cristo «no es un despliegue de esa fuerza, riqueza
o conquista
que parece forjar la historia del hombre. Por el contrario, se trata
del
poder que vence al Maligno, de la victoria definitiva sobre el pecado
y la
muerte. Es el poder que cura las heridas que ofenden la imagen del
Creador
en sus criaturas»
El canto del almuédano
Después de la homilía del Papa, el almuédano desde
el minarete de la
mezquita que se encontraba a las espaldas del palco papal llamó
a los
fieles musulmanes a través de los altavoces a la oración,
mientras la
asamblea de la Misa se encontraba un silencio religioso. El gesto
desconcertó a los presentes, particularmente a Yasser Arafat.
Nadie sabía
cómo interpretarlo. Alguno creyó que era una provocación.
Otros
consideraron que era un gesto de deferencia, pues había esperado
a que el
Papa terminara de pronunciar sus homilía. El patriarca latino
de Jerusalén,
Michel Sabbah, casi aplaudió. Improvisando explicó que
con la invocación de
paz del Papa y la oración del almuédano, cristianos y
musulmanes
testimoniaban ante Dios su deseo de concordia.
Antes de la Misa, acompañada por estupendas melodías árabes
y una riquísima
liturgia, en la que participaron numerosos musulmanes, Juan Pablo II
había
sido recibido en el palacio presidencial de Belén por Yasser
Arafat. En su
discurso, el líder palestino no olvidó mencionar a Jerusalén
como capital
eterna del pueblo palestino, en respuesta al presidente israelí,
Ezer
Weizman, quien al recibir ayer al Papa en el aeropuerto de Tel Aviv
definió
a la Ciudad Santa como capital del Estado hebreo, un título
que nunca ha
sido aceptado por la comunidad internacional.
Precisamente para representar gráficamente este debate a distancia
entre
árabes e israelíes, que tratan de aprovechar la visita
del Papa para elevar
sus propias reivindicaciones, el diario «Harez» publicaba
una viñeta con el
Papa con los brazos en cruz de los que tiran, por un lado, la estrella
de
David y, por otro, la medialuna musulmana. Al hablar de las relaciones
interreligiosas en Jerusalén, Arafat sólo mencionó
la presencia cristiana y
musulmana, sin hacer referencia explícita a la judía.
Concluyó con las
palabras de Jesús: «¡Bienaventurados los constructores
de paz, pues ellos
serán llamados hijos de Dios!».
«La promesa de paz, hecha en Belén, se convertirá
en realidad para el mundo
cuando la dignidad y los derechos de todos los seres humanos creados
a
imagen de Dios sean reconocidos», le respondió el Papa.
ZS00032208
ESCENAS DE EXALTACION COLECTIVA EN LA VISITA DEL PAPA A LOS REFUGIADOS
Visita el campo de Deheisheh, un kilómetro cuadrado para 10
mil palestinos
BELEN, 22 mar (ZENIT.org).- Aplausos ensordecedores, silbidos de
entusiasmo, la gente que se echa al encuentro del Papa desesperadamente
para rozarle la mano. La guardia de cuerpo durante algunos momentos
llegó a
perder el control de la situación. Al final de la visita de
Juan Pablo II
al campo de refugiados palestinos de Deheisheh, nadie podía
contener la
emoción. Lo más increíble es que el número
de los católicos allí reunidos,
si se quita a los miembros del séquito papal, se podía
contar con los dedos
de la mano. En su mayoría eran musulmanes.
El Papa llegó acompañado por Yasser Arafat. El encuentro
se tuvo en una
sala de la escuela que allí dirige la Agencia de la ONU para
los Refugiados
Palestinos (UNRWA). En un área de un kilómetro cuadrado
viven más de diez
mil palestinos --9.624 según los datos de 1999, la mitad de
ellos con menos
de 16 años. En el recinto donde recibieron al Papa no cabía
nadie más. En
este colegio, que recibe la ayuda de la Misión Pontificia para
Palestina,
acuden normalmente unos mil muchachos de entre 6 y quince años.
«Esta tierra no será nunca la Tierra Prometida hasta que
los derechos de
nuestros refugiados, el derecho a nuestra libertad, sean aplicados»,
le
dijo gritando para imponerse al ruido de la sala al Papa el representante
de los diez mil refugiados encargado de tomar la palabra.
Deheisheh surgió en 1949 para acoger a los refugiados de los
alrededores de
Belén y del área occidental de Jerusalén, cuyos
pueblos habían sido
destruidos el año anterior, durante el primer conflicto entre
árabes e
israelíes.
Las condiciones higiénicas en Deheisheh son bastante precarias,
al igual
que los servicios asistenciales. Los refugiados viven en unas 650 casas,
de
dos o tres pisos, en un estado deplorable. La intimidad es un lujo
imposible de alcanzar. En verano, la carencia de agua es crónica.
El
desempleo afecta al 60 por ciento de los varones en edad de trabajar.
El
resto, son en su mayoría albañiles que van a trabajar
a Israel, pasando por
el puesto de control de Tantur. Forman parte de esas decenas de miles
de
palestinos cuya supervivencia depende de la estabilidad política:
un
atentado terrorista supone automáticamente el cierre del puesto
de control.
Ese día, por tanto, ni se trabaja ni se cobra.
Al dirigirse a los refugiados, el Papa comenzó explicando que
para él es
muy significativa esta etapa en su viaje a Tierra Santa, pues durante
todo
su pontificado ha tenido presente los sufrimientos del pueblo palestino.
A
continuación, reconoció que la situación «difícilmente
tolerable» en que
viven estas personas y exigió de la Comunidad internacional
un esfuerzo
mayor para encontrar soluciones al problema. Por eso, se dirigió
a los
responsables políticos para que se alcance la paz duradera en
la región,
auténtica solución del problema.
«¡Queridos refugiados --dijo el Papa-- no tenéis
que pensar que vuestra
situación os hace menos importantes a los ojos de Dios! No olvidéis
nunca
vuestra de hijos suyos! Aquí, en Belén, el Hijo de Dios
fue puesto en el
pesebre de un establo; los pastores de los campos cercanos fueron los
primeros en recibir el mensaje celeste de paz y esperanza para el mundo.
El
designio de Dios se cumplió en medio a la humildad y la pobreza».
Y concluyó: «La Iglesia estará a vuestro lado, a
través de sus
organizaciones sociales y caritativas, para apoyar vuestra causa ante
el
mundo. ¡Que Dios os bendiga!».
Antes de llegar al campo de refugiados, al inicio de la tarde, Juan
Pablo
II había un largo momento de oración en la intimidad
en la Gruta de la
Natividad.
La agenda del Papa prevé que la jornada del jueves discurra en
Jerusalén.
En la mañana, el pontífice visitará la Capilla
del Cenáculo, donde
celebrará la Misa junto a obispos de Tierra Santa y de su séquito.
A
continuación, tras encontrarse con los dos rabinos jefes de
Israel y con el
presidente Ezer Weizman, visitará el mausoleo de Yad Vashem,
memorial del
Holocausto. Allí verá también a algunos conocidos
de infancia judíos de su
pueblo natal en Polonia que ahora viven en Israel. En la tarde, tiene
una
cita en el Instituto Pontificio «Notre Dame of Jerusalem»,
en donde se
reunirá con jefes religiosos del hebraísmo y del Islam.
ZS00032209
NOA «CANTA» AL VALOR DEL PAPA
La cantante israelí subraya la importancia de la visita para
la paz
TEL AVIV, 22 mar (ZENIT.org).- «Esta visita es una gran oportunidad
de paz
para todos». Son palabras de Noa, la cantante israelí
de música popular más
famosa del mundo. «Un Papa que ha pedido perdón por el
dolor provocado a
los judíos ha hecho un acto de valentía que alimenta
la esperanza de quien
cree en un mundo mejor», añade.
Las palabras de esta preciosa mujer de 30 años, de origen yemenita,
no son
retóricas. Ha experimentado de manera brutal el drama de la
violencia. En
la noche de su asesinato, Isaac Rabin había participado en un
concierto
suyo. No habían pasado ni cinco minutos. Noa, su auténtico
nombre es
Achinoam Nini (que significa «Hermana de la Paz» "Sister
of Peace") cumplió
su servicio militar en Israel cantando y animando en las fiestas del
ejército. Fue ahí precisamente donde descubrió
su pasión por la música. La
guerra siempre había tenido hasta entonces un carácter
algo romántico. El
asesinato del primer ministro, reconoce, rompió su «inocencia».
El año pasado interpretó para el Papa en el Vaticano una
versión del Ave
María. Cantó con junto a una chica musulmana y otra cristiana.
El Vaticano,
afirma, quiso que aquella canción se convirtiera en un gesto
para «hablar
de paz. Me siento orgullosa de la acogida que recibí en aquella
ocasión».
Con toda probabilidad, Noa volverá a cantar en Roma, con motivo
del 1 de
mayo, Jubileo de los trabajadores. «Me siento honrada por la
invitación,
aunque todavía no sé si podré aceptarla, pues
el 1 de mayo es el día en que
se recuerda a las víctimas del Holocausto y mi religión
no me permite
actuar en público. Estamos viendo la posibilidad de encontrar
un horario
que coincida con el final de ese día».
ZS00032204
KAROL WOJTYLA ME SALVO LA VIDA AL FINAL DE LA GUERRA MUNDIAL»
El testimonio de una mujer judía que estuvo a punto de morir
a los 16 años
JERUSALEN, 22 mar (ZENIT.org).- Este jueves será un día
único para Edith
Zirer, de 69 años, una mujer judía que vive desde hace
décadas en Haifa,
pero que nació en Polonia. En el Memorial del Holocausto Yad
Vashem podrá
finalmente dar las gracias personalmente a Karol Wojtyla, el hombre
que
hace 55 años, según asegura, le salvó la vida.
El diario israelí «Maariv» publica con motivo de
la visita esta historia,
que ya había sido adelantada por Zenit el 6 febrero de
1998 (ZE98020605).
«Me acuerdo perfectamente --revelaba en aquella ocasión--.
Me encontraba
allí, era una niña de trece años, sola, enferma,
débil. Había pasado tres
años en un campo de concentración alemán, a punto
de morir. Y Karol Wojtyla
me salvó la vida, como un ángel, como un sueño
venido del cielo: me dio de
beber y de comer y después me llevó en sus espaldas unos
cuatro kilómetros,
en la nieve, antes de tomar el tren hacia la salvación».
Edith Zirer narra el episodio como si hubiera sucedido ayer. Era una
fría
mañana de primeros de febrero de 1945. La pequeña judía,
que todavía no era
consciente de ser el único miembro de su familia que sobrevivió
a la
masacre nazi, se dejó llevar en los brazos de un seminarista
de casi 25
años, que unos meses antes ya había recibido la ceremonia
de la tonsura,
alto y fuerte, que sin pedirle nada, simplemente le dio un rayo de
esperanza.
Edith tiene 66 años y dos hijos y vive en una hermosa casa ubicada
en las
colinas del Carmelo, en la periferia de Haifa. Reconstruyó su
vida en
Israel, donde llegó en 1951, cuando todavía padecía
las lacras de la
tuberculosis y los fantasmas de la guerra alteraban sus sueños.
Durante muchos años se había guardado esta historia. Cuando
en 1978, Karol
Wojtyla subió a la cátedra de Pedro, comenzó a
sentir la necesidad de
hablar, de contarlo a alguien, de mostrar su agradecimiento. La pregunta
surge inmediatamente: pero, ¿cómo puede estar segura
de que aquel
seminarista es el Papa? Los periodistas de «Kolbo», el
semanario de Haifa
que en 1998 descubrieron por primera vez su testimonio, afirman: «El
relato
es convincente. No trata de hacerse publicidad, todos los detalles
que
ofrece parecen creíbles», dicen los redactores.
La narración habla por sí misma. «El 28 de enero
de 1945 los soldados rusos
liberaron el campo de concentración de Hassak, donde había
estado encerrada
durante casi tres años trabajando en una fábrica de municiones
--explica
Edith, quien entonces tenía trece años--. Me sentía
confundida, estaba
postrada por la enfermedad. Dos días después, llegué
a una pequeña estación
ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia». Precisamente en Cracovia,
Wojtyla se preparaba para recibir la ordenación sacerdotal.
«Estaba convencida de llegar al final de mi viaje. Me eché
por tierra, en
un rincón de una gran sala donde se reunían decenas de
prófugos que en su
mayoría todavía vestían los uniformes con los
números de los campos de
concentración. Entonces Wojtyla me vio. Vino con una gran taza
de té, la
primera bebida caliente que había podido probar en las últimas
semanas.
Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con pan negro
polaco, divino.
Pero yo no quería comer, estaba demasiado cansada. El me obligó.
Después me
dijo que tenía que caminar para coger el tren. Lo intenté,
pero me caí al
suelo. Entonces, me tomó en sus brazos, y me llevó durante
mucho tiempo.
Mientras tanto la nieve seguía cayendo. Recuerdo su chaqueta
marrón, la voz
tranquila que me reveló la muerte de sus padres, de su hermano,
la soledad
en que se encontraba, y la necesidad de no dejarse llevar por el dolor
y de
combatir para vivir. Su nombre se grabó indeleblemente en mi
memoria».
Cuando finalmente llegaron hasta el convoy destinado a llevar a los
detenidos hacia Occidente, Edith se encontró con una familia
judía que le
puso en guardia: «Atenta, los curas tratan de convertir a los
niños
judíos». Ella tuvo miedo y se escondió. «Sólo
después comprendí que lo
único que quería era ayudarme. Ahora quiero agradecérselo
personalmente».
ZS00032206
LA VISITA DEL PAPA RELAJARA LA TENSION EN ORIENTE MEDIO»
Habla Maurice Bormans, del Instituto Pontificio de Estudios Islámicos
ROMA, 22 mar (ZENIT.org).- «La acogida de Jordania me ha parecido
muy
calurosa, abierta y comprensiva. Hay que reconocer que el mundo árabe
tiene
todas las de ganar y muy poco que perder con esta visita de Juan Pablo
II a
Tierra Santa. Los palestinos, los jordanos, los libaneses, los sirios
y los
egipcios esperan que esta peregrinación sirva para dar un empuje
decisivo a
la conclusión del proceso de paz». Lo afirma en declaraciones
concedidas a
«Zenit» el catedrático Maurice Bormans, rector del
Instituto Pontificio de
Estudios Árabes e Islámicos y experto de fama internacional
en asuntos árabes.
«Por parte de Israel, se dan buenas disposiciones --continúa
diciendo el
padre Bormans--, a pesar de que los grupos fundamentalistas hacen presión.
Creo que la estancia del Santo Padre en Jerusalén debería
relajar la
tensión y despejar incomprensiones».
--Zenit: ¿Cuáles son los problemas que complican el diálogo interreligioso?
-- Maurice Bormans: El diálogo interreligioso con los musulmanes
y con los
judíos siempre tiene una dimensión política. Esto
es un hecho. No es nada
fácil aclarar hasta qué punto esta dimensión política
debe ser asumida o
separada del diálogo que el Santo Padre y los demás representantes
cristianos quieren promover.
--Zenit: Este viaje parece que está cerrando un proyecto que
ha llevado al
Papa a visitar Marruecos, Túnez, el Líbano y Egipto.
Ahora ha llegado a
Jordania, Palestina e Israel...
-- Bormans: Es verdad que este viaje a Tierra Santa quiere coronar un
proyecto de una nueva colaboración entre los creyentes de las
religiones
que debería llenar de alegría y satisfacción al
Papa. Se trata de un punto
de llegada, pero no final. Con su propuesta global de apertura de
relaciones entre las religiones, el Santo Padre ha tratado de visitar
siempre todos los países, pues no excluye a ningún pueblo.
En calidad de
jefe de la comunidad católica mundial, el pontífice pretende
promover
relaciones que no sólo promuevan la convivencia pacífica,
sino que lleven a
una colaboración profunda al servicio de los derechos del hombre.
El Papa
pide la colaboración de todos los pueblos y de las comunidades
religiosas
para testimoniar a Dios en el mundo moderno y para afirmar la dignidad
del
hombre y la defensa de sus derechos a todos los niveles personales,
familiares, sociales y culturales.
--Zenit: Una de las consecuencias de la falta del diálogo en
Oriente Medio
es el éxodo de los cristianos de Tierra Santa. Al negárseles
todo tipo de
perspectivas, se ven obligados a emigrar, en especial los más
jóvenes.
-- Maurice Bormans: Paralelamente al proceso de paz y de diálogo
que se ha
llevado adelante en estos años, existen grupos de fundamentalistas
judíos y
musulmanes que se muestran arrogantes con los cristianos de la región.
Es
una realidad que les hará sufrir todavía. Las cartas
escritas por los
patriarcas cristianos recuerdan y subrayan estas dificultades y los
peligros que de ellas se derivan. Naturalmente la emigración
de cristianos
y musulmanes de Oriente Medio hacia Estados Unidos, Australia, y Europa
occidental es un hecho de hace ya algunos años y depende de
numerosos
factores. Pero es verdad que, en la situación actual, es muy
difícil para
los cristianos sobrevivir como minoría.
--Zenit: Pero es que, además, los cristianos están divididos entre sí.
-- Maurice Bormans: Uno de los aspectos más importantes del viaje
del Santo
Padre es la invitación que hace a las comunidades cristianas
a continuar
por el camino ecuménico para encontrar la comunión y
la colaboración. Este
llamamiento debería reforzar una tendencia que ya tiene lugar
en estos
momentos. Desde hace algunos años, el Consejo Ecuménico
de las Iglesias de
Oriente Medio se ha convertido en el Consejo de Oriente Medio de la
Iglesia, con cuatro co-presidentes. Esto está permitiendo una
colaboración
mayor entre las Iglesias de Calcedonia, las Ortodoxas, las de la Reforma
y
la Católica (esta última con todos sus ritos). Incluso
se han redactado
cartas comunes dirigidas a todas las comunidades cristianas de Oriente
Medio. Por este motivo, el Papa se encontrará en Jerusalén
con el patriarca
ortodoxo que tiene un primado entre todos jefes de las Iglesias cristianas
en la Iglesia Madre. Se trata de gestos de apertura ecuménica.
Juan Pablo
II abre los brazos. Ahora les toca a todos corresponder en lo que les
sea
posible.
ZS00032207
PABLO II INVITARA A COMER A DOSCIENTAS PERSONAS SIN TECHO
Significativo gesto del Jubileo de las personas sin techo
CIUDAD DEL VATICANO, 22 mar (ZENIT.org).- Una comida del Papa con más
de
doscientas personas sin techo. Este será el momento culminante
del Jubileo
dedicado totalmente a los más pobres, que tendrá lugar
en un sábado de
junio. Se trata de una jornada jubilar por categoría que no
estaba
programada. Ha sido anunciado por el arzobispo Crescenzio Sepe, secretario
general del Comité vaticano para el Jubileo del año 2000.
Los detalles y
fechas de la jornada se comunicarán en las próximas semanas.
La iniciativa de una jornada dedicada a los que no tienen casa, a los
pobres de los pobres, subraya la dimensión solidaria y caritativa
de este
Jubileo del año 2000. En repetidas ocasiones, el pontífice
ha pedido que la
conversión a la que llama el año santo se materialice
también en un
compromiso real a favor de los más necesitados. En este sentido,
por
ejemplo, el pontífice ha logrado hacer que el perdón
de la deuda de los
países más pobres se convierta en un «signo jubilar»
que están promoviendo
los cristianos en todo el mundo.
El Comité vaticano para el Jubileo ha respondido también
a la petición
expresa presentada por «el corazón mismo del Santo Padre»
--son palabras de
monseñor Sepe-- de salir al encuentro de los más pobres
ofreciendo comida
caliente a los pobres y a los peregrinos más necesitados del
Jubileo.
Ya está funcionando a pleno ritmo el comedor que se encuentra
junto a la
Plaza de San Pedro del Vaticano, en la Vía Pfeiffer. La mayoría
de las más
de doscientas personas que allí pueden aplacar el hambre provienen
del Este
de Europa, en especial de Rusia y Moldavia. Aunque no faltan peregrinos
de
otros países, e incluso de Italia. A partir de los próximos
días, se
ofrecerá también comida caliente en las basílicas
de San Juan de Letrán,
Santa María Mayor y San Pablo Extramuros. En total serán
unas seiscientas
comidas, que prevén un buen plato de pasta fresca, un segundo
plato, un
postre y una botella de agua mineral.
ZS00032203
50 MIL JOVENES NEOCATECUMENALES CON EL PAPA EN TIERRA SANTA
MADRID, 22 mar (ZENIT.org).- Cincuenta mil jóvenes del Camino
Neocatecumenal procedentes de unas cien naciones participarán
en la
celebración eucarística que presidirá Juan Pablo
II en el Monte de las
Bienaventuranzas el próximo 24 de marzo. Al finalizar la Misa,
el cardenal
Antonio Mª Rouco Varela, arzobispo de Madrid, presidirá
un encuentro
vocacional en el que todos ellos participarán.
ZS00032210
TENERIFE: LOS CATOLICOS VISITAN TODAS LAS CASAS CON MOTIVO DEL JUBILEO
TENERIFE, 22 mar (ZENIT.org).- La diócesis de Tenerife ha organizado,
con
ocasión del Jubileo del año 2000, una visita a cada uno
de sus hogares con
el fin de felicitar a los canarios por este acontecimiento y hacerles
llegar, de parte de la Iglesia, un regalo. Es la primera vez que se
organiza en la diócesis una iniciativa de estas características.
Desde este mes de marzo, 6.500 católicos voluntarios están
visitando toda
la geografía de las islas que componen la diócesis. En
palabras del obispo
de Tenerife «se trata de una acción sumamente sencilla
en sus pretensiones
y, a la vez, honda. Es más, precisamente en su sencillez reside
su
grandeza. La Iglesia quiere acercarse a cada persona, a cada familia,
sin
pedir nada, sin buscar ninguna compensación, para compartir
con cada uno el
gozo de poder celebrar los 2000 años de amor de Dios hacia los
hombres en
Jesucristo».
En todos los hogares visitados se está dejando un ejemplar del
Evangelio de
San Lucas y una película de vídeo sobre la vida de Jesús.
Por el momento ya
se ha realizado un primer envío con 150 mil ejemplares. Asimismo,
se hará
entrega de una carta de saludo del párroco y una lámina
con la Patrona de
cada isla. Como apoyo para esta «misión» se han
impreso 2.500 carteles
anunciadores de la visita, 25.000 trípticos explicativos, 205.000
octavillas con la carta de saludo del obispo. Los voluntarios han recibido
además material para su propia formación.
Se puede encontrar más información en www.obispadodetenerife.es
ZS00032211
EL TORMENTO PALESTINO SE HA PROLONGADO DURANTE DEMASIADO TIEMPO
Palabras del Papa al ser recibido por Yasser Arafat en Belén
BELEN, 22 mar (ZENIT.org).- Los dos mil años del nacimiento de
Jesús
constituyen el motivo fundamental de esta peregrinación de Juan
Pablo II a
Tierra Santa. Belén es, por tanto, una de las etapas cruciales
de este
acontecimiento. Lo reconoció Juan Pablo II al ser recibido por
el
presidente de la Autoridad Palestina, Yasser Arafat, al llegar a la
ciudad
donde nació Cristo, perteneciente a los territorios palestinos.
Este fue
también el motivo que le llevó al pontífice a
recordar que este pueblo
tiene derecho a una propia patria y a que se respeten sus derechos
humanos
fundamentales. Estas fueron las palabras que pronunció el Papa
en el
helipuerto de Belén durante la ceremonia oficial de bienvenida.
* * *
Estimado presidente de la Autoridad Palestina, señor Arafat,
excelencias,
estimados amigos palestinos,
1. «Aquí nació Cristo de la Virgen María»:
estas palabras, inscritas sobre
el lugar donde según la tradición, nació Jesús,
son el motivo que justifica
el Gran Jubileo del Año 2000. Son también el motivo de
mi venida a Belén.
Son la fuente de gozo, de esperanza, de buena voluntad, que durante
dos
milenios han llenado innumerables corazones humanos al escuchar el
sonido
mismo del nombre de Belén.
Personas de todas partes del mundo vuelven su mirada y ven en este lugar,
único en la tierra, la esperanza que trasciende todos los conflictos
y
dificultades. Belén --donde el coro de Ángeles cantó:
«Gloria a Dios en los
cielos, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lucas
2:14)--
se presenta, en todo tiempo y lugar, como la promesa del regalo de
paz de
Dios. El mensaje de Belén es la Buena Nueva de la reconciliación
entre los
hombres, de la paz a todos los niveles en las relaciones entre individuos
y
naciones. Belén es el cruce de caminos universal donde todos
los pueblos
pueden encontrarse y, construir unidos un mundo a la altura de nuestra
dignidad y destino humano. El recién inaugurado Museo de la
Natividad
muestra cómo la celebración del Nacimiento de Cristo
se ha convertido en
parte de la cultura y del arte de las personas en todas las partes
del mundo.
2. Señor Arafat, al mismo tiempo que le agradezco la cálida
bienvenida que
me ha ofrecido a nombre del pueblo y de la Autoridad Palestina, le
expreso
mi gran alegría por estar aquí. ¿Cómo es
posible no rezar para que el
divino regalo de la paz se convierta cada vez más en una realidad
para
todos aquellos que viven en esta tierra, singularmente marcada por
las
intervenciones de Dios? ¡Paz para el pueblo palestino! ¡Paz
para todos los
pueblos de la región! Nadie puede ignorar lo que ha tenido que
sufrir el
pueblo palestino en las décadas pasadas. Vuestro tormento está
ante los
ojos del mundo. Y se ha prolongado durante demasiado tiempo.
La Santa Sede siempre ha reconocido el derecho natural del pueblo Palestino
a su propia patria, y el derecho de vivir en paz y tranquilidad con
los
demás pueblos del área (cf. Carta Apostólica «Redemptionis
Anno», 20 abril
1984). A nivel internacional, mis predecesores y yo, hemos proclamado
en
muchas ocasiones que no habrá fin a este triste conflicto en
Tierra Santa
sin una firme garantía de los derechos de todos los pueblos
involucrados,
basados en el derecho internacional y en las resoluciones y declaraciones
pertinentes de las Naciones Unidas.
Todos debemos continuar trabajando y orando por el éxito de todos
aquellos
auténticos esfuerzos orientados a traer la paz a esta Tierra.
Las legítimas
aspiraciones palestinas sólo podrán alcanzarse plenamente
por medio de una
paz justa y duradera --no impuesta, sino garantizada por medio de la
negociación--. Sólo entonces será posible ver
en Tierra Santa un futuro
nuevo y luminoso --sin conflictos o rivalidades-- firmemente basado
en la
comprensión y cooperación para el bien de todos. El resultado
depende en
buena medida de la valiente disposición de los responsables
de los destinos
de esta parte del mundo para asumir nuevas actitudes de compromiso
y
aceptación de las exigencias de la justicia.
3. Queridos Amigos, estoy muy al tanto de los grandes desafíos
que tienen
que enfrentar el pueblo y la Autoridad Palestina en el área
de desarrollo
económico y cultural. De modo particular mis oraciones están
con aquellos
palestinos --musulmanes y cristianos-- que todavía no tienen
un hogar
propio, el lugar que les corresponde en sociedad y la posibilidad de
una
vida normal de trabajo. Mi esperanza es que mi visita que hoy haré
al
Campamento de Refugiados Dheisheh sirva para recordarle a la comunidad
internacional la necesidad de emprender acciones decisivas para mejorar
la
situación del pueblo palestino. Me ha causado una especial alegría
la
aceptación unánime de las Naciones Unidas de la Resolución
sobre Belén
2000, que compromete a la comunidad internacional a prestar ayuda para
el
desarrollo del área y a mejorar las condiciones de paz y reconciliación
en
uno de los lugares más estimados y significativos de la tierra.
La promesa de paz hecha en Belén se convertirá en una
realidad para el
mundo sólo cuando sean conocidos y respetados la dignidad y
los derechos de
todos los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios (cf.
Génesis
1:26).
Hoy y siempre el pueblo palestino estará en las oraciones que
elevo a Aquel
que sostiene el destino del mundo en sus manos. ¡Que el Altísimo
ilumine,
sostenga y guíe a todo el pueblo palestino por el sendero de
la paz!
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BELEN, DONDE «LA ETERNIDAD ENTRO EN LA HISTORIA»
Homilía de Juan Pablo II en la Eucaristía celebrada en
la Plaza del Pesebre
BELEN, 22 mar (ZENIT.org).- El nacimiento de un Niño cambió
para siempre la
historia de la humanidad mostrando así el amor de Dios por el
hombre. Aquel
acontecimiento revolucionario tuvo lugar en la pequeña ciudad
de Belén. Dos
mil años después, Juan Pablo II renueva el anuncio de
aquel misterio junto
a la Gruta de la Natividad. Estas fueron las palabras del Santo Padre
en la
homilía que pronunció durante la Celebración Eucarística
que presidió en la
Plaza del Pesebre.
* * *
Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado... y se llamará
"Admirable Consejero", "Dios Fuerte"..., "Príncipe de Paz" (Isaías
9, 6).
Su Beatitud, hermanos obispos y sacerdotes,
queridos hermanos y hermanas,
1. Las palabras del Profeta Isaías anuncian la venida del Salvador
al
mundo. Y fue aquí, en Belén, donde se cumplió
la gran promesa. Durante dos
mil años, generación tras generación, los
cristianos han pronunciado el
nombre de Belén con profunda emoción y gozosa gratitud.
Al igual que los
pastores y los reyes, también nosotros hemos venido a encontrar
al Niño,
«envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas
2, 12). Al igual que
tantos peregrinos que han venido antes que nosotros, arrodillémonos
en
admiración y en adoración ante misterio inefable que
tuvo lugar aquí.
En la primera Navidad de mi ministerio como sucesor del apóstol
Pedro,
mencioné públicamente mi gran deseo de celebrar el comienzo
de mi
pontificado en Belén en la cueva de la Natividad. (cf. Homilía
de la Misa
de Medianoche, 24 diciembre 1978, No.3).
No fue posible en aquel entonces; y no ha sido posible hasta ahora.
Pero
hoy, ¿cómo es posible dejar de alabar al Dios de todas
las misericordias,
cuyos caminos son misteriosos y cuyo amor no conoce fin, por traerme
aquí,
en este año del gran Jubileo, al lugar del nacimiento del Salvador?
Belén
es el corazón de mi peregrinación jubilar. Los caminos
que he tomado me han
traído a este lugar y al misterio que proclama.
Agradezco al Patriarca Michel Sabbah sus cálidas palabras de
bienvenida y
cordialmente abrazo a todos los miembros de la Asamblea de Ordinarios
Católicos de Tierra Santa. Es particularmente significativa
la presencia,
en el lugar que vio nacer al Hijo de Dios hecho carne, de ñas
numerosas
comunidades católicas orientales que forman el rico mosaico
de nuestra
catolicidad. Con afecto en el Señor, saludo a los representantes
de las
Iglesias ortodoxas y a las comunidades eclesiales presentes en Tierra
Santa.
Mi agradecimiento va también a los representantes de la Autoridad
Palestina
que participan en nuestra celebración, uniéndose a nosotros
en oración por
el bien del pueblo palestino.
2. «¡No tengáis miedo, os traigo una buena nueva,
una gran alegría que es
para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías,
el Señor, en la ciudad de David» (Lucas 2, 10-11).
La alegría anunciada por el ángel no es algo del pasado.
Es un gozo para
hoy, el eterno hoy de la salvación de Dios que abraza todos
los tiempos,
pasado, presente y futuro. En la aurora del nuevo milenio, estamos
llamados
comprender que el tiempo tiene un sentido, porque aquí entró
en la historia
la Eternidad y permanece con nosotros para siempre. Las palabras de
Beda el
Venerable, expresan con claridad este pensamiento: «Hoy al igual
que todos
los días hasta el fin de los tiempos, el Señor será
concebido continuamente
en Nazaret y nacerá continuamente en Belén» («In
Ev. S. Lucae», 2: PL 92,
330). Porque siempre es Navidad en Belén, todos los días
es Navidad en los
corazones de los cristianos. Y todos los días estamos llamados
a proclamar
el mensaje de Belén al mundo --«una buena nueva, de gran
alegría»--: la
Palabra Eterna, «Dios de Dios, Luz de Luz», se ha hecho
carne y habita
entre nosotros (cf. Juan 1, 14).
El Niño recién nacido, indefenso y totalmente dependiente
del cuidado de
María y José, y confiado a su amor, es el tesoro del
mundo. ¡Es nuestro todo!
En este Niño --el Hijo que se nos ha dado--, encontramos el descanso
de
nuestra almas y el verdadero Pan que nunca falta --El Pan Eucarístico--
anunciado también por el nombre de este pueblo: «Beth-lehem»
(Belén), la
casa del pan. Dios yace escondido en este Niño; la divinidad
yace escondida
en el Pan de Vida. «Adoro te devote latens Deitas! Quae sub his
figuris
vere latitas!».
3. El gran misterio de la Kenosis divina, la obra de nuestra redención
que
se revela en la debilidad: no es una verdad fácil de comprender.
El
Salvador nació en la noche, en la obscuridad, en el silencio
y pobreza de
la cueva de Belén. «Los que vivían en tierra de
sombras, una luz brilló
sobre ellos» declara el profeta Isaías (9, 2). Éste
es un lugar que ha
conocido «el yugo» y «la vara» de la opresión.
¿Cuántas veces se ha
escuchado el grito de los inocentes en estas calles? Hasta la gran
iglesia
construida en el lugar del nacimiento del Salvador aparece como una
fortaleza, azotada por siglos de conflicto. La cuna de Jesús
yace siempre
bajo la sombra de la cruz. El silencio y la pobreza del nacimiento
en Belén
se hacen una sola cosa con la obscuridad y dolor de la muerte en el
Calvario. La cuna y la cruz son el mismo misterio del amor redentor,
el
cuerpo que María acostó en el pesebre es el mismo cuerpo
ofrecido en la cruz.
4. ¿Dónde está pues el dominio del "Admirable Consejero,
Dios Todopoderoso
y Príncipe de la Paz" del que habla el profeta Isaías?
¿A qué poder se
refiere Cristo cuando dice: «Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la
tierra» (Mateo 28:18)? El Reino de Dios «no es de este
mundo» (Juan 18:36).
Su Reino no es el despliegue de fuerzas, riquezas y conquistas que
parecen
haber forjado la historia de la humanidad. Su Reino es más bien
el poder
para vencer al Maligno, la victoria final sobre el pecado y la muerte.
Es
el poder para curar las heridas que desfiguran la imagen del Creador
en sus
criaturas. El poder de Cristo transforma nuestra naturaleza débil
para
hacernos capaces, con la gracia del Espíritu Santo, de vivir
en paz los
unos con los otros y en comunión con Dios. «Pero a todos
los que le
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Juan 1, 12)
Este es el
mensaje de Belén, hoy y siempre. Este es el regalo extraordinario
que el
Príncipe de la Paz trajo al mundo hace dos mil años.
5. En esa paz, saludo a todo el pueblo palestino, consciente de que
éste es
un momento muy importante para su historia. Rezo para que el recién
concluido Sínodo Pastoral, en el que participaron todas las
Iglesias
católicas, os anime y fortalezca entre vosotros lazos de unidad
y paz. Así,
ustedes seréis testigos aún más efectivos de la
fe, edificando la Iglesia y
sirviendo al bien común. Ofrezco el beso santo a los cristianos
de las
otras Iglesias y comunidades eclesiales. Saludo a la comunidad musulmana
de
Belén y rezo para que llegue una era nueva de comprensión
y cooperación
entre todos los pueblos de Tierra Santa.
Hoy miramos hacia atrás a un momento que tuvo lugar hace dos
mil años, pero
en espíritu abrazamos todos los tiempos. Estamos reunidos en
un solo lugar,
pero incluimos al mundo entero. Celebramos a un Niño recién
nacido, pero
abrazamos a los hombres y a las mujeres de todas partes del mundo.
Hoy,
desde la Plaza del Pesebre, proclamamos en todo tiempo y lugar, y a
toda
persona, «¡La Paz esté con vosotros! ¡No tengáis
miedo!». Estas palabras
resuenan en todas las páginas de la Escritura. Son palabras
divinas,
pronuncidas por el mismo Jesús después de resucitar de
entre los muertos:
«¡No tengáis miedo!» (Mateo 28:10). Son las
mismas palabras que hoy os
dirige la Iglesia. No tengáis miedo de mantener vuestra presencia
y
patrimonio cristianos en el mismo lugar mismo en que nació el
Salvador.
En la cueva de Belén, usando las palabras de San Pablo en la
segunda
lectura de hoy, «se ha manifestado la gracia salvadora de Dios
a todos los
hombres» (Tito 2, 11). El mundo ha recibido del Niño que
ha nacido, «la
misericordia anunciada a nuestros padres en favor de Abraham y de su
descendencia por los siglos» (Lucas 1, 54-55). Deslumbrados por
el misterio
del Verbo hecho carne, dejamos a un lado todo temor y nos convertimos
como
en ángeles, que golirifican a Dios, que ofrece al mundo estos
dones. Junto
al coro celestial cantamos, «¡cantad a Yahveh un canto
nuevo!» (Sal 96:1).
«Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres
en quienes
él se complace» (Lucas 2,14).
¡Niño de Belén, Hijo de María e Hijo de Dios,
Señor de todos los tiempos y
Príncipe de Paz, «el mismo ayer como hoy y por siempre»
(Hebreos 13:8):
mientras avanzamos hacia el nuevo milenio, cura nuestras heridas, fortalece
nuestros pasos, abre nuestras mentes y corazones «por las entrañas
de
misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz
de la
altura» (Lucas 1, 78). Amén
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