26/3/2000
                       JUAN PABLO II EN TIERRA SANTA

    El Papa culmina en el Santo Sepulcro su peregrinación a Tierra Santa

    Visita al muro de las lamentaciones y al gran Mufti de Jerusalén

    Palestinos e israelíes: la visita del Papa impulsa la paz

    El Parlamento de Israel podría declarar a Wojtyla «Justo entre las Naciones»

                                 --DOCUMENTACION--
    Homilía de Juan Pablo II en la iglesia del Santo Sepulcro
    Palabras del Papa al rezar el Angelus


EL PAPA CULMINA EN EL SANTO SEPULCRO SU PEREGRINACION A TIERRA SANTA
Se conmueve al celebrar la Eucaristía en el lugar de la tumba de Jesús

JERUSALEN, 26 mar (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha culminado su peregrinación
a Tierra Santa con la visita a la Basílica del Santo Sepulcro, surgida en
el lugar en el que, según la tradición, tuvo lugar la crucifixión, la
sepultura y la resurrección de Jesús. Un lugar que desde hace dos mil años
testimonia el acontecimiento que da razón de ser al cristianismo y que el
pontífice quiso venerar, primero con una oración conmovida ante la tumba
vacía del Señor y, después, con una liturgia particularmente sugerente.

En un estupendo día de sol, Juan Pablo II entró en el templo acompañado por
los tres patriarcas y los demás jefes de las Iglesias cristianas. Precedían
la procesión los maceros que anunciaban la entrada acompañando su pasos con
fuertes golpes de bastón contra el suelo. El canto de los frailes y el
repique de las campanas daban solemnidad al encuentro.

En el atrio, a los pies del Gólgota, en el que Jesús fue crucificado, el
Papa se inclinó para besar la Piedra de la Unción. Después, conmovido se
arrodilló ante el sarcófago del Santo Sepulcro, besó su piedra y permaneció
durante un buen período de tiempo en oración, contemplando el misterio
central de la fe cristiana. «Durante casi dos mil años, esta tumba ha sido
testigo de la victoria de la Vida sobre la muerte», recordó. «La tumba está
vacía: es un testigo silencioso del acontecimiento central de la historia
humana».

Desde esa iglesia, que san Juan Damasceno definió como Madre de todas las
Iglesias, el sucesor de Pedro recordó que la resurrección de Jesús es el
cenit de todas las promesas de Dios y el lugar del nacimiento de una
humanidad nueva y resucitada. «En la aurora de un nuevo milenio, los
cristianos tienen que mirar al futuro con firme confianza en la potencia
gloriosa del resucitado para hacer nuevas todas las cosas. Él libera a toda
criatura de la esclavitud de la caducidad».

Desde el Santo Sepulcro, Juan Pablo II pronunció las palabras de Jesús que
más ha repetido en este pontificado: «No tengáis miedo, yo he vencido al
mundo», e invitó a todos los cristianos a llevar el Evangelio a todos los
confines de la tierra. «¡Jesucristo ha resucitado!», concluyó.
«Verdaderamente ha resucitado».

Después, al final de la celebración, con motivo de la oración del Angelus,
se unió a María la madre de Jesús, junto a la cruz, para llorar con ella
por el dolor de Jerusalén y por los pecados del mundo, renovando así su
petición de perdón: «Tomando conciencia de las terribles consecuencias del
pecados, tenemos que arrepentirnos por nuestros pecados y por los pecados
de los hijos de la Iglesia de todas las épocas».
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EL PAPA VISITA EL MURO DE LAS LAMENTACIONES Y AL GRAN MUFTI DE JERUSALEN
Dos momentos decisivos para promover el diálogo entre las religiones

JERUSALEN, 26 mar (ZENIT.org).- «Paz». Esta fue la primera palabra que
pronunció Juan Pablo II a llegar a Ammán el pasado 20 de marzo con motivo
de su peregrinación a Tierra Santa y éste ha sido el claro mensaje que ha
querido dejar en su último día de estancia en Jerusalén.

Encuentro con el gran Mufti
Las citas públicas del Papa comenzaron con la visita de cortesía al gran
Mufti, Sheikh Akram Sabri, en la Plaza de la Mezquita, una explanada en la
que confluye la devoción de los cristianos, judíos y musulmanes, pues está
ligada a las vicisitudes de Abraham e Isaac, al Templo de Jerusalén y a la
profecía de Cristo sobre su destrucción. Para los musulmanes es el tercer
lugar sagrado después de La Meca y Medina. En su área, surgen dos
imponentes mezquitas, la de Al-Aqsa y la llamada de Omar, la antigua
iglesia de los templarios en la que se custodia la roca en la que, según la
tradición islámica, Mahoma emprendió el viaje al cielo.

El encuentro había sido precedido por las polémicas declaraciones del gran
Mufti, quien no participó en el encuentro del Papa con los líderes
religiosos del jueves pasado para  no tener que estrechar la mano al rabino
jefe de Israel. Por si fuera poco, el líder musulmán había criticado al
obispo de Roma por la petición de perdón presentada por al pueblo judío en
su visita al Memorial el Holocausto. Según consideró el Mufti, al exagerar
las proporciones de la Shoah, «el pueblo judío ha encontrado una manera
formidable para recoger la solidaridad del mundo».

En el encuentro con el Mufti, un líder palestino recordó los sufrimientos
de su pueblo. Juan Pablo II confirmó el carácter sagrado de Jerusalén,
patrimonio común de judíos, cristianos, musulmanes y de toda la humanidad.
Y proclamó el Salmo 122 que grita «Pedid la paz para Jerusalén».

En el «Muro de las lamentaciones»
La segunda etapa del último día del Papa en Jerusalén fue la visita al
famoso «Muro de las lamentaciones», erigido por Herodes como contención de
la explanada del Templo. Es el lugar sagrado por excelencia para los
judíos, quienes rezan y lloran en recuerdo del antiguo esplendor de
Jerusalén e introducen pequeños mensajes votivos en los agujeros de los
bloques de piedra. Juan Pablo II también quiso poner su propio trozo de
papel. Se trata de la oración que leyó el 12 de marzo en Roma en la que
pedía perdón, entre otras cosas por los sufrimientos causados por los hijos
de la Iglesia a los judíos. Una petición de perdón que quiere ser también
un compromiso a favor de la auténtica fraternidad con el pueblo de la
Alianza. Fue un momento emocionante: el pontífice se dirigió solo hacia el
Muro y allí oró unos minutos antes de colocar el papel en uno de los
intersticios. Luego posó su mano derecha en el Muro, antes de santiguarse.

Se trata de dos momentos simbólicos de esa paz que ha venido a promover el
Papa con su peregrinación a Tierra Santa y que en este mismo día atravesaba
una fase decisiva con el encuentro entre el presidente de Estados Unidos
Bill Clinton y el de Siria, Hafez al-Assad.

En este sentido, el portavoz vaticano, Joaquín Navarro-Valls ha divulgado a
la prensa la noticia de que la Santa Sede ha intervenido ante las
autoridades de Israel para pedir que se reexamine la cuestión de la
mezquita de Nazaret. Se trata del proyecto de un grupo fundamentalista
islámico de esa ciudad que pretende construir una mezquita en la plaza de
la Basílica de la Anunciación, uno de los lugares más visitados por los
cristianos en Tierra Santa. El gobierno de Israel ha apoyado este proyecto
a pesar de que los islámicos han invadido el terreno por la fuerza y en
varias ocasiones han atacado a los cristianos al salir de importantes
celebraciones eucarísticas. El templo, según la Santa Sede, no responde a
las necesidades de culto de la comunidad islámica, que ya cuenta en la zona
con otras mezquitas, sino que quiere ser una provocación (los católicos del
lugar dicen una amenaza) contra los peregrinos cristianos.
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PALESTINOS E ISRAELIES DE ACUERDO: LA VISITA DEL PAPA IMPULSA LA PAZ
Declaraciones de Ehud Barak y de la dirección de la Autoridad Palestina

RAMALA-JERUSALEN, 26 mar (ZENIT.org).- Las relaciones hacia la paz en
Oriente Medio pueden contar, a partir de esta semana, con un punto de
acuerdo más entre la dirección de la Autoridad Palestina y el gobierno de
Israel. Ambos han declarado públicamente que la visita del Papa a Tierra
Santa es «histórica» y constituye un empujón decisivo para la paz.

La posición del ejecutivo israelí
Juan Pablo II se encontró el viernes por la tarde con el primer ministro
israelí, Ehud Barak, quien declaró que la visita del Papa a Israel tiene
una «inmensa importancia histórica». «Es el mayor paso dado para la
reconciliación entre judíos y musulmanes», subrayó.

El encuentro, que duró poco más de un cuarto de hora, tuvo lugar junto a la
Iglesia de las Bienaventuranzas, frente al Mar de Galilea. Según dijo Barak
al final, en su entrevista intercambiaron impresiones sobre algunos
aspectos humanitarios de los procesos de paz que Israel mantiene abiertos
con palestinos y sirios.

«El Papa ha traído un elevado mensaje sobre la paz, la tolerancia y la
compasión, no sólo entre los seres humanos, sino también entre las
naciones», señaló el jefe del gobierno de Israel. Ehud Barak y Juan Pablo
II se habían encontrado el día anterior durante la emotiva ceremonia que
tuvo lugar en Yad Vashem, el Memorial por las víctimas judías del
Holocausto nazi.

La rapidez con que se desarrolló el encuentro estuvo motivada, en parte,
por el inminente inicio del sabbat, la jornada de obligado descanso que
impone la tradición judía. Es una jornada que se inicia a la caída del sol
del viernes y durante la cual el Gobierno israelí nunca realiza acto
oficial alguno. El propio Ehud Barak comentó al Papa esta circunstancia.

La posición palestina
Por su parte, la dirección de la Autoridad Palestina, reunida en la noche
entre el 24 y el 25 de marzo consideró que la peregrinación de Juan Pablo
II a Tierra Santa y a los territorios palestinos es una «visita histórica».

«Apreciamos mucho la visita histórica del Papa y las posiciones que expresó
en Belén y en el campo de (refugiados de) Dheicheh», aseguró la dirección
palestina en un comunicado divulgado tras la reunión.

El organismo que dirige los territorios palestinos autónomos destaca que el
Papa «apoyó la justa causa y los derechos del pueblo palestino a nivel
internacional». Asimismo, agradece su «apoyo a los refugiados y el haber
subrayado la necesidad de aplicar las resoluciones internacionales
referidas al pueblo palestino».

El pasado 22 de marzo, Juan Pablo II visitó Belén, la ciudad donde nació
Cristo y el campo de refugiados de Dheicheh --que se encuentra cerca de esa
ciudad--. En Belén recordó que la Santa Sede siempre «ha reconocido el
derecho natural de pueblo palestino a una patria».
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JUAN PABLO II, «¿JUSTO ENTRE LAS NACINES?»
La propuesta llega al Parlamento de Israel

TEL AVIV, 26 mar (ZENIT.org).- Entre los judíos que han seguido de cerca la
visita de Juan Pablo II a Israel destaca un ingeniero de Beer Sheba
(Negev), Eliahu Wajcer, un superviviente del ghetto de Varsovia, que en
días pasados invitó al presidente del Parlamento Avraham Burg, una carta
muy amplia con fotocopias de una vieja revista y con una petición:
proclamar a Karol Wojtyla «Justo entre las Naciones», el reconocimiento más
elevado que ofrece el Estado de Israel a quienes hicieron todo lo posible
para salvar a los judíos del genocidio.

Wajcer escribía en su misiva que «Juan Pablo II ha hecho más que nadie para
reconciliar a la Iglesia con el pueblo judío». Y añade: «ofrecerle el
reconocimiento de "Justo" permitiría abrir una nueva página de la historia
entre judíos y cristianos».

Hasta ahora, ni el presidente del Parlamento ni el Memorial del Holocausto
Yad va-Shem han comentado la iniciativa. La proclamación de un «Justo»
requiere serias investigaciones históricas, testimonios directos, meses de
trabajo...

Wajcer, quien fue compañero en el campo de concentración de Buchenwald del
escritor Elie Wiesel y de Israel Meir Lau, actual gran rabino asquenazí de
Israel, sigue interesándose por la cultura polaca. Por ello, se va con
frecuencia a la biblioteca para ojear revistas de historia contemporánea,
entre las que se encuentra «Zank», publicación editada en Varsovia.

«En el número de mayo-junio de 1988 el escritor Stanislav Krajewski
describió con detalle una historia relativa a Karol Wojtyla», explica
Wajcer.  Se trata de informaciones que no son nuevas, pero que en Israel no
eran de dominio público.

Wajcer recoge el caso de una pareja de judíos de Cracovia que, en 1942, al
sentirse en peligro de vida a causa de las persecuciones antisemitas,
entregó su hijo de dos años a amigos católicos. Al terminar la guerra,
éstos constataron que los padres naturales del niño habían muerto. Mientras
tanto se habían encariñado con el niño y deseaban bautizarlo. Pidieron
consejo al sacerdote Karol Wojtyla. Ante la sorpresa de la pareja católica,
el padre Wojtyla les dijo que si ésta era la voluntad de sus padres, el
niño tenía que ser educado en la fe judía.

La pareja hizo complicadas investigaciones para buscar a otros familiares
del niño. Al final encontraron a unos parientes en Estados Unidos que
aceptaron recibirle. «Aquel niño se convirtió en un judío ortodoxo», revela
Wajcer. Según el ingeniero, con este gesto, Wojtyla sorprendió a un rabino
polaco, Israel Spira, llamado «el justo de Lubishev». «Dios tiene caminos
misteriosos para mostrar su voluntad --dijo el rabino Spira a sus
discípulos comentando su ejemplo--. Quien salva un alma de Israel es como
si salvara al mundo entero. Este sacerdote es digno de convertirse en un Papa».

Lo más interesante es que la respuesta que dio el futuro Papa a la familia
que quería bautizar al niño no hace más que repetir lo que siempre ha dicho
la Iglesia católica a través de su historia. Ya el Concilio de Toledo
estableció que mientras un niño judío no alcanza el uso de razón no puede
ser bautizado en contra de la voluntad original de sus padres, aunque éstos
hayan fallecido. Esta enseñanza fue retomada por Santo Tomás de Aquino en
la Suma Teológica, III, cuestión 68, artículo 10.
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--DOCUMENTACION--
LA RESURRECCION DE JESUS, «ACONTECIMIENTO CENTRAL DE LA HISTORIA»
Homilía de Juan Pablo II en la iglesia del Santo Sepulcro

JERUSALEN, 26 mar (ZENIT.org).- «La tumba está vacía». La constatación de
los apóstoles se convirtió en el motivo de reflexión de Juan Pablo II sobre
el «acontecimiento central en la historia de la humanidad», «la
resurrección de nuestro Señor Jesucristo», en la homilía que pronunció
durante la emocionante celebración eucarística del Santo Sepulcro, «la
madre de todas las Iglesias». Estas son las palabras del pontífice.
 

                            * * *

«Creo en Jesucristo…que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo
y nació de Santa María Virgen. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue
crucificado, muerto y sepultado…al tercer día resucitó de entre los muertos»

1. Siguiendo el camino de la historia de la salvación, narrado en el Credo
de los apóstoles, mi peregrinación jubilar me ha traído a Tierra Santa.
Desde Nazaret, donde Jesús fue concebido de la Virgen María por el poder
del Espíritu Santo, he llegado a Jerusalén, donde «padeció bajo el poder de
Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado». Aquí, en la Iglesia
del Santo Sepulcro, me arrodillo delante de su sepultura: «Ved el lugar
donde le pusieron» (Marcos 16, 6).

La tumba está vacía. Es un testigo silencioso del acontecimiento central en
la historia de la humanidad: la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Desde hace casi dos mil años, la tumba vacía ha sido testigo de la victoria
de la Vida sobre la muerte. Junto a los apóstoles y a los evangelistas, y
junto a la Iglesia en todo tiempo y lugar, nosotros también hemos sido
testigos y proclamamos: «¡El Señor ha resucitado!». Resucitado de entre los
muertos, Él ya no muere más; la muerte no tiene ya dominio sobre Él (cf.
Romanos 6:9).

«Mors et vita duello confixere mirando; dux vitae mortuus, regnat vivus»
(Secuencia Latina de la Pascua, «Victimae Paschali»). El Señor de la Vida
estaba muerto; ahora reina, victorioso sobre la muerte, la fuente de vida
eterna para todos los creyentes.

2. En esta iglesia, «la madre de todas las Iglesias» (san Juan Damasceno),
dirijo un cordial saludo a su Beatitud el patriarca Michel Sabbah, a los
ordinarios de las demás comunidades católicas, al padre Giovanni
Battistelli y a los frailes Franciscanos de la Custodia de Tierra Santa,
así como a todo el clero, a los religiosos y a los fieles laicos.

Con estima y afecto fraternal saludo al patriarca Diodoros de la Iglesia
ortodoxa griega y al patriarca Torkom de la Iglesia ortodoxa armenia, a los
representantes de las Iglesias copta, siria y etíope, así como a las
comunidades anglicanas y luteranas.

Aquí donde nuestro Señor Jesucristo murió para reunir en uno todos los
hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11:52), le pedimos al Padre de las
misericordias que fortalezca nuestro deseo por la unidad y la paz entre
todos los que hemos recibido el regalo de una nueva vida por medio de las
aguas salvadoras del Bautismo.

3. «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Juan 2,19).

El evangelista Juan nos dice que después de la resurrección de Jesús entre
los muertos, los discípulos se acordaron de estas palabras, y creyeron (cf.
Juan 2:23). Jesús había dicho estas palabras para que sirvieran como señal
para sus discípulos. Cuando Él y los discípulos visitaron el Templo, arrojó
fuera del santo lugar a los cambistas y vendedores (cf. Juan 2:15). Cuando
los presentes protestaron diciendo: «¿Qué señal nos muestras para obrar
así?», Jesús respondió: «Destruid este templo y, en tres días, lo
levantaré». El Evangelista advierte que «Él hablaba del Templo de su
cuerpo» (Juan 2, 18-21).

La profecía contenida en las palabras de Jesús se realizó en la Pascua,
cuando «al tercer día resucitó de entre los muertos». La resurrección de
nuestro Señor Jesucristo es la señal que pone de manifiesto que el Padre
eterno es fiel a su promesa y engendra una nueva vida de la muerte: «la
resurrección del cuerpo y la vida eterna». El misterio se refleja
claramente en esta antigua Iglesia de la «Anástasis», que contiene ambas,
la tumba vacía  --el signo de la Resurrección, y el Gólgota-- lugar de la
Crucifixión. La buena nueva de la resurrección nunca se puede separar del
misterio de la Cruz. Hoy, san Pablo nos dice en la segunda lectura:
«Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1 Corintios 1, 23). Cristo, se
ofreció a sí mismo como oblación vespertina en el altar de la cruz (cf.
Salmo 141, 2), ahora ha sido revelado como «el poder y la sabiduría de
Dios» (1 Corintios 1, 24). Y en su resurrección, los hijos e hijas de Adán
participan de la vida divina que era suya desde toda la eternidad, con el
Padre, en el Espíritu Santo.

4.      «Yo soy Yahveh, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de
la servidumbre» (Éxodo 20, 2).

La liturgia cuaresmal de hoy nos recuerda la Alianza que hizo Dios con su
pueblo en el Monte Sinaí, cuando Dios entregó a Moisés los Mandamientos de
la Ley. El Sinaí representa la segunda etapa en esa gran peregrinación de
fe que comenzó cuando Dios dijo a Abraham: «Sal de tu tierra, de la casa de
tu padre, para ir a la tierra que yo te indicaré» (Génesis, 12, 1).

La Ley y la Alianza son el sello de la promesa hecha a Abraham. A través
del Decálogo y de la ley moral inscrita en el corazón humano (cf. Romanos
2:15), Dios desafía radicalmente la libertad de todo hombre y mujer.
Responder a la voz de Dios que resuena en la profundidad de nuestra
conciencia y escoger el bien, es el modo más sublime de utilizar la
libertad humana. Y esto, en un sentido muy real, es elegir entre la vida y
la muerte (cf. Deuteronomio 30, 15). Tomando el camino de la Alianza con
Dios santísimo, las personas se convierten en testigos de la promesa, la
promesa de una liberación genuina y de la plenitud de vida.

La resurrección de Jesús es el sello definitivo de todas las promesas de
Dios, el lugar del nacimiento de una humanidad nueva y resucitada, la
promesa de una historia caracterizada por los dones mesiánicos de paz y
gozo espiritual. En la aurora del nuevo milenio, los cristianos pueden y
deben mirar el futuro con una confianza firme en el glorioso poder del
Resucitado, quien hace nuevas todas las cosas (cf. Apocalipsis 21, 5). Él
libera a la creación de la esclavitud de la caducidad (cf. Romanos 8, 20).
Con su Resurrección, abre al camino al descanso del Gran Sábado, el Octavo
Día, cuando la peregrinación de la humanidad llegue a su fin y la voluntad
de Dios sea en todo en todos (1 Corintios 15, 28).

Aquí, en el Santo Sepulcro y en el Gólgota, mientras renovamos nuestra
profesión de fe en el Resucitado, ¿podemos poner en duda que el poder del
Espíritu de la Vida nos dará la fuerza para vencer nuestras divisiones y
trabajar juntos en la construcción de un futuro de reconciliación, unidad y
paz? Aquí, como en ningún otro lugar en la tierra, escuchamos a nuestro
Señor decirle de nuevo a sus discípulos: «No tengáis miedo, yo he vencido
al mundo» (cf. Juan 16, 33).

5.      «Mors et vita duello conflixere mirando; dux vitae mortuus, regnat
vivus».

Resplandeciente con la gloria del Espíritu, el Señor Resucitado es la
Cabeza de la Iglesia, su Cuerpo Místico. Él la sostiene en su misión de
proclamar el Evangelio de la salvación a los hombres y mujeres de todas las
generaciones, ¡hasta que vuelva en gloria!

Desde este lugar, donde primero se dio a conocer la Resurrección a las
mujeres y luego a los apóstoles, yo insto a todos los miembros de la
Iglesia a renovar su obediencia al mandato del Señor de llevar el Evangelio
hasta los confines de la tierra. En el amanecer del nuevo milenio, hay una
gran necesidad de proclamar a toda voz la «Buena Nueva» de que «tanto amó
Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en
Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Juan 3, 16). «Señor, tú
tienes palabras de vida eterna» (Juan 6, 68). Hoy yo, como el indigno
sucesor de Pedro, deseo repetir estas palabras mientras celebramos el
sacrificio eucarístico en este, el lugar más sagrado en la tierra. Junto a
toda la humanidad redimida, yo hago mías las palabras que Pedro, el
Pescador, le dijo a Cristo, el Hijo del Dios Vivo: «Señor, ¿a quién
iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna».

Christós anésti.

¡Jesucristo ha resucitado!
¡Verdaderamente ha resucitado! Amén.
ZS00032609



--DOCUMENTACION--
UNA PEREGRINACION DE LA MANO DE MARIA
Palabras de Juan Pablo II al rezar el Angelus

JERUSALEN, 26 mar (ZENIT.org).- Pocas horas antes de abandonar Jerusalén,
Juan Pablo II resumió su peregrinación a Tierra Santa con estas palabras:
«días en que nuestras almas se han conmovido no sólo con la memoria de lo
que Dios ha hecho sino por su misma presencia». Las pronunció en el momento
en el que se disponía a rezar la oración mariana del «Angelus». De hecho,
él mismo reconoció que ha sido una peregrinación realizada de la mano de la
Virgen. Ofrecemos el texto completo de la alocución.

                            * * *

Queridos Hermanos y Hermanas:

Estos han sido días de intensa emoción, días en que nuestras almas se han
conmovido no sólo con la memoria de lo que Dios ha hecho sino por su misma
presencia, caminando con nosotros nuevamente en la Tierra de su nacimiento,
muerte y resurrección. Y en cada paso de esta peregrinación jubilar, María
ha estado con nosotros, iluminando nuestro caminar peregrino, y
compartiendo las alegrías y tristezas de sus hijos e hijas.

Con María, «Mater dolorosa», nos encontramos a la sombra de la cruz y
lloramos con ella la aflicción de Jerusalén y los pecados del mundo.
Parados con ella en el silencio del Calvario, vemos la sangre y agua que
brotan del costado de su Hijo. Tomamos conciencia de las terribles
consecuencias del pecado, nos arrepentimos de nuestros pecados y de los
pecados de los hijos de la Iglesia de todos los tiempos. Oh María,
concebida sin mancha original, ayúdanos en el camino de la conversión.

Con María, «Estrella matutina», hemos sido tocados con la luz de la
Resurrección. Nos regocijamos con ella ya que la tumba vacía se ha
convertido en el seno de la vida eterna, donde el que resucitó de entre los
muertos, se sienta ahora a la derecha de Dios Padre. Damos gracias eternas
junto a ella por la gracia del Espíritu Santo a quien el Señor Resucitado
envió sobre la Iglesia en Pentecostés, y a quien derrama continuamente en
nuestros corazones, para nuestra salvación y por el bien de toda la familia
humana.

María, «Regina in caelum assumpta». Desde el Sepulcro de su Hijo, vemos la
tumba en la que María yació en paz durmiendo, esperando su gloriosa
Asunción. La liturgia divina celebrada en su tumba, en Jerusalén, presenta
a María diciendo: «incluso después de la muerte, no estaré lejos de ti». Y
en la liturgia sus hijos responden: «Viendo tu tumba, oh Madre de Dios, nos
parece contemplarte. Oh María, tú eres la alegría de los ángeles, el
consuelo de los afligidos. Te proclamamos alcázar de todos los cristianos
ysobre todo, nuestra Madre».

Al contemplar la «Theotokos», casi al fin de nuestro viaje, vemos la
verdadera cara de la Iglesia, radiante en toda su belleza, resplandeciente
con «la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2 Corintios 4, 8). Abogada
nuestra, ayuda a la Iglesia a ser cada día más como tú, su modelo. Ayúdala
a crecer en fe, esperanza y caridad, mientras ella busca y hace la voluntad
de Dios, en todas la cosas (cf. «Lumen Gentium», 65).

¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!
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