¿El laicismo es un bien?


Cuando pienso en la definición de laicismo como una teoría religioso-política que persigue eliminar a Dios de la sociedad, estableciendo un sistema ético ajeno a Dios, me pregunto: ¿El laicismo es un bien para nuestra sociedad?

Al parecer para muchos el laicismo es un bien para la sociedad democrática actual porque no ven en él ningún riesgo, sino al contrario, lo entienden como un aumento cuantitativo y cualitativo de libertad así como de convivencia pacífica y tolerante.

Piensan que la democracia moderna en Europa no debe estar moralmente influida por los valores religiosos, como ha ocurrido durante siglos, sino que actualmente en el momento de la elaboración de las leyes deben discutirse y aceptarse en un parlamento, lo cual es legítimo, pero únicamente mediante actos voluntarios humanamente acordados.

Por lo tanto en el laicismo se adopta la postura de una indiferencia que en la práctica exige actuar como si Dios no existiera. Al mismo tiempo este marco institucional del laicismo pretende proteger las diferentes religiones de enfrentamientos y enemistades que, según esta concepción, han sucedido históricamente a causa de su propia intolerancia.

¿Cómo ha de hacerse esto? Reduciendo la religión a un asunto privado: Eliminando las fiestas e imágenes religiosas, procurando suprimir las clases de religión, instaurando doctrinas en las escuelas que den sustento a este pensamiento; y todo ello para asentar el respeto a todas las religiones.

Cuando la religión se convierte en una creencia particular de los ciudadanos, pierde el que su obligatoriedad sea general, y tiene garantizada la protección de dicho marco, que comprende el laicismo, el cual es igual para todos.

Por consiguiente en la sociedad laica las diferentes religiones no deben ni pueden imponerse a nadie, dado que en una sociedad de estas características es incompatible con una visión religiosa que convirtiera sus propias creencias en obligaciones para los demás.

De toda esta breve exposición se deriva que el laicismo reclama un Estado confesionalmente ateo o al menos agnóstico, profesando la autonomía absoluta del hombre y la sociedad humana en relación con Dios.

Considera que la religión es un asunto privado, por lo cual no debe tener influencia alguna en la vida pública. Por consiguiente, rechaza vigorosamente toda "injerencia" de la Iglesia en la vida del Estado. Los cristianos pueden evidentemente participar en la vida política pero en calidad de ciudadanos procediendo en su actividad pública como si Dios no existiera, no pretendiendo hacer valer y prevalecer sus principios religiosos y morales.

Me parece que la hipótesis de un laicismo de estas características tiene muchas posibilidades de ser un fracaso estrepitoso con daños colaterales imprevisibles. En primer lugar porque en su planteamiento no se tienen en cuenta una serie de variables que son fundamentales en una sociedad libre y democrática que busca el bien común, y por otra parte la metodología en torno a su desarrollo lleva implícito un reduccionismo de tipo antropológico.

No me cabe ninguna duda de que debe existir una separación Iglesia-Estado, para mi es evidente que los sacerdotes no deben ser políticos ni los obispos presidentes de gobierno, cada uno que ejerza la autoridad en su terreno. Además estoy totalmente de acuerdo en que una religión no debe exigirse a todos, sino que se deben respetar las conciencias. Cada uno debe tener libertad para ejercitar la religión que desee, dentro de los límites que exige el bien común.

Pero esto también incluye al laicismo, dado que si no se puede imponer una religión tampoco debe imponerse a todo el mundo una concepción atea o agnóstica como si eso fuera lo mejor y lo auténtico. Respetar las creencias lo es en la medida que se respetan sus imágenes y sus fiestas y se añaden clases de las religiones que lo soliciten razonablemente.

Quitar todas es imponer un ateismo o agnosticismo en el que no todos estamos de acuerdo. De ahí que la libertad religiosa sea un derecho humano que no debe ni puede menoscabarse.

En la actualidad hay un elevado número de ciudadanos que siendo cristianos, no son sacerdotes, ni frailes, ni monjas, son laicos que trabajan en distintas empresas e instituciones y en la administración.

Aquellos cristianos laicos que estén en el parlamento y formen parte de una fuerza política concreta no pueden prescindir de su conciencia ni se les puede obligar a ello, dado que esto sería una violencia contra la razón, y además totalmente incontrolable.

Una persona coherente vive de acuerdo con sus creencias tanto en privado como en la vida social. No se debe obligar al político creyente a que se comporte como un ateo, ni obligar al ateo a que actúe como creyente. Por lo tanto hay que considerar de manera muy cautelosa que la separación Iglesia y Estado nunca debe expresar enfrentamiento y malestar.

No hace falta recordar que en la II República Española hubo un laicismo beligerante con un estilo práctico, en algunos aspectos similar, al que llevó a cabo el emperador romano Diocleciano. Esta actitud contribuyó a la violenta y catastrófica Guerra Civil y posteriormente a un catolicismo de Estado.

Por eso en la Constitución actual se optó por el Estado aconfesional y neutral, que no es lo mismo que la concepción laicista de la que hablamos. La Iglesia y el Estado deben trabajar cada uno en su ámbito ayudándose para conseguir el bien de los ciudadanos.

Es verdad que la ley establecida en la sociedad es necesaria e importantísima y marca los límites dentro de los que debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales fueren las creencias o incredulidades, sin embargo la Iglesia tiene derecho a expresar (y lo hace con fundamento sólido) el bien o el mal que pueda haber en la elaboración de una ley determinada dado que las repercusiones que de ello se derivan afectan no sólo a la realidad temporal, sino también a la dimensión escatológica del ser humano de la cual todos participaremos un día u otro.

El laicismo y el relativismo suelen ir unidos con relación a dos aspectos muy importantes. En primer lugar a la concepción de las religiones, dado que ambas posturas postulan un indiferentismo religioso.

Hay que considerar que el ser humano es religioso por naturaleza, pero puede llegar a ser ateo o agnóstico por el ejercicio de su libertad y/o por ignorancia y/o por influencia de pensadores y filósofos. Esa religiosidad propia de la persona ha dado lugar a las diversas creencias, pero esto no quiere decir que todas las religiones sean falsas, ni todo lo que hay en ellas sea falso ni que sea indiferente elegir una u otra.

Tampoco hay que confundir el fenómeno religioso con el fanatismo y el fundamentalismo, ya que esto es una deformación de la religión que utilizada por el poder político ha causado no pocos conflictos.

Ahora bien, no es menos cierto que los sistemas políticos ateos ( como por ejemplo el nazismo o el comunismo soviético) han dejado una lacra que no tiene parangón con ningún otro sistema social acontecido en la historia de la humanidad.

En segundo lugar el laicismo pone de relieve un relativismo ético cuyas normas dependen del momento histórico y/o de una mayoría, lo cual puede dar lugar a una deplorable confusión de ideas y por consiguiente a un aumento de los actos delictivos al faltar puntos de referencia claros y concretos.

Amadeo Muntané Sánchez

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