CAPITULO DOS 

EL ULTIMO VIAJE DE MUSSAWI

 

 -"Nosotros hacemos la guerra. Ellos asesinan", murmuró el primer ministro de Israel, Yitzhak Shamir después de firmar una extraña sentencia de muerte que, por cierto, no era la primera en sus 76 años de edad. Antes de volver a su mesa de trabajo, se acercó a la ventana y contempló nuevamente la fría mañana en Jerusalén. Ese domingo de enero de 1992, la ciudad comenzaba a despertarse después del feriado sabático. Jerusalén no es sólo la cuna de tres grandes religiones, sino también del fanatismo. En esas tierras donde predicaron Jesús, Mahoma y los profetas de Israel la historia no es pasado sino presente. Allí radica su magia y también su pecado.

A espaldas de Shamir había unos estantes repletos de enciclopedias y algunas fotos de dos etapas de su vida que lo habían marcado definitivamente: retratos de sus familiares exterminados en el Holocausto y varias fotografías de lo tiempos heroicos de la clandestinidad. Uno de sus trofeos predilectos era la orden de captura emitida por los ingleses que aún hoy le impide ingresar a Gran Bretaña. Desde antes de la fundación del Estado de Israel, como líder del grupo terrorista Stern, había combatido contra los británicos y los árabes. Luego, como jefe de operaciones del Mossad en Europa -cargo que desempeñó hasta 1963-, este hombre menudo y adusto, de bigote recortado, dirigió una unidad encargada de eliminar a científicos nazis como Hans Kleinwachter quienes,

-según reveló el diario Haaretz- colaboraban con el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser en la producción de cohetes.

Al retornar a la vida civil, Shamir se dedicó a la distribución de películas francesas y trabajó en una fábrica de plástico, aunque nunca renunció del todo a la vida conspirativa. Por el contrario, siempre sostuvo que los años en el Mossad fueron los más felices de su vida. "Ni la política ni la función pública se comparan con ellos", decía. Por extraño que pueda parecer a sus críticos extranjeros, Yitzhak Shamir, el hombre que alguna vez fue más extremista que Menajem Begin, era considerado por muchos israelíes sólido, moderado, sensato, precavido y pragmático.

Shamir leyó una vez más el informe de Aman, el servicio de inteligencia del Ejército que llevaba el sello "Sodi Beyoter" (Muy Confidencial), interrumpiendo de vez en cuando la lectura para tomar un sorbo de té. Siria había jugado un papel clave en la negociación secreta conducida por un enviado de la ONU - Giandomenico Picco- para la liberación de una docena de rehenes occidentales en el Líbano y el embajador sirio había participado personalmente en la entrega de cada uno de los liberados. Los líderes de Hezbollah temían ser blancos de la venganza occidental después de que entregasen sus últimos prisioneros, advertía el informe. Sin embargo, ninguna de las rutinarias evaluaciones de las distintas ramas de los servicios secretos mencionaban a la Argentina entre los posibles blancos de represalia por la ejecución que Shamir estaba a punto de ordenar.

El nombre de Argentina jamás se le hubiera pasado por alto. Fue allí donde el Mossad, con la captura del jerárca nazi Adolf Eichmann en 1960, realizó una de las operaciones más brillantes de la inteligencia moderna. Pero tampoco hubiera podido imaginar que en ese país el Mossad sufriría su próxima gran derrota que, por otra parte, tampoco sería la última: exactamente un mes después de que se ejecutara la condena a muerte dictada por Shamir aquella mañana de enero de 1992, la embajada de Israel en Buenos Aires volaba en mil pedazos.

 

EL COMITE X

 

Hacía ya más de un año que el Secretario General de Hezbollah, jeque Abbas Mussawi, era uno de los nombres prioritarios en la ultrasecreta lista de condenas a muerte que el jefe del Mossad presenta periódicamente a la oficina del primer ministro. El gobierno, a su vez, había girado esa nómina al "Comité X", una estructura judicial tan secreta que ni siquiera la Suprema Corte de Justicia conoce de su existencia.

Creados en septiembre de 1972 por la premier Golda Meir y el general Moshe Dayan para planificar las represalias por la matanza de los atletas israelíes en las Olimpíadas de Munich, la existencia del "Comité X" y la unidad especial llamada Kidon (Bayoneta) fueron mantenidas en absoluto secreto -inclusive- para otros ministros de los sucesivos gobiernos, hasta que el periodista israelí Yoel Marcus reveló la historia en el diario Haaretz, en julio de 1986.

La unidad Kidon o Bayoneta estaba compuesta por tres equipos de 12 personas cada uno que, bajo el eufemismo del "largo brazo de la justicia", se ocuparon de "saldar cuentas" con más de una docena de palestinos personalmente implicados en la masacre de Munich.En 1973, las ejecuciones se suspendieron temporalmente cuando el comando asesinó a un marroquí que trabajaba como mozo en Noruega. Lo habían confundido con uno de los cerebros de la masacre olímpica, Alí Hassan Salameh, alias el Príncipe Rojo, que años después fue liquidado en Beirut.

Según el testimonio del ex agente del Mossad, Victor Ostrovsky en el libro By way of deception , el "Comité X", integrado por militares, personal de los servicios de inteligencia y del Poder Judicial, hace las veces de corte marcial y juzga en ausencia a los acusados de terrorismo. Las audiencias, similares a un tribunal, se llevan a cabo en distintos lugares para cada caso, generalmente en domicilios particulares.

Aunque el imputado -en este caso el líder de Hezbollah, jeque Abbas Mussawi- jamás lo supo, dos abogados -uno representando a la defensa y otro a fiscalía- se encargaron de su caso. De nada valió el alegato de la defensa aduciendo que Mussawi era en realidad un elemento "moderado" dentro del fundamentalismo y que había jugado un papel clave en la liberación de los rehenes occidentales. La fiscalía hizo valer su argumento: el nuevo líder de Hezbollah recientemente había llamado a escalar la guerra contra lo que denominaba "el cáncer de Israel". Mussawi fue declarado culpable, lo que implicaba que el comité podía decidir "trasladarlo" a Israel para ser sometido a un juicio regular, o, autorizar su ejecución en la primera oportunidad en que esto fuese factible.

Ninguna de estas opciones podía ponerse en marcha sin la autorización expresa del primer ministro. Algunos jefes de gobierno israelíes han firmado las órdenes de manera anticipada, otros prefieren conocer en detalle el momento y las circunstancias en que se llevará a cabo la operación para evaluar sus posibles consecuencias y repercusiones. En este caso, Shamir no vaciló en estampar su firma autorizando la ejecución de Mussawi.

 

EL JUEGO DEL GATO Y EL RATON

 

El Secretario General de Hezbollah, jeque Abbas Mussawi, había recibido reiteradas advertencias sobre los riesgos que implicaban sus planes de viajar a Jibshit para la conmemoración del 16 de febrero: iba a estar al alcance de las miras israelíes. Pero Mussawi las había desestimado. Un hombre comprometido con la Jihad, es decir con la lucha hasta el límite de sus fuerzas, no iba a defraudar a sus fieles. Para él, la Guerra Santa también consistía en jugar al gato y al ratón con los israelíes.

A diferencia de otros clérigos, cuyas limusinas raras veces se aventuran más allá de Beirut o del valle del Bekaa, Mussawi había traspasado en varias oportunidades la llamada zona de seguridad, celosamente vigilada por Israel y el Ejército del Sur del Líbano. Consideraba que la Jihad era un deber primordial de todos los musulmanes, tan importante como las cinco oraciones cotidianas o el ayuno en el Ramadán.

--"El que se sustraiga de ello es un pecador cuya fé en el Islam es dudosa. No es más que un hipócrita que no superará la prueba de la sinceridad", había dicho cientos de veces.

Precisamente en Jibshit, un pueblo de 12.000 habitantes ubicado en el extremo Sur del Líbano que constituía el último puesto de avanzada del fundamentalismo islámico, un 16 de febrero de 1984, había sido muerto otro líder chiita, y en 1989 los israelíes secuestraron al jeque Abdul Karim Obeid para canjearlo por tres soldados cautivos de Hezbollah. Bajo las ordenes de Yitzhak Rabin, que entonces ocupaba el cargo de ministro de Defensa, una unidad de reconocimiento del Estado Mayor del Ejército conocida como Sayeret Matkal, había construido una réplica del vecindario donde vivía Obeid para ensayar el secuestro hasta el cansancio. Cuando el plan estuvo a punto, Rabin lo expuso ante Shamir y sus once ministros.

Pese a una voz de disenso en el gabinete, Rabin consiguió la luz verde. Sin embargo, el plan se demoró porque algunas señales indicaban que Hezbollah podría querer negociar. Cuando esa posibilidad se desvaneció, Shamir volvió a darle vía libre a Rabin que fijó la fecha del 28 de julio para la operación.

El secuestro del jeque Abdul Karim Obeid, que es pariente del militar carapintada argentino Gustavo Breide Obeid, fue una clásica operación de los comandos israelíes. Aunque el rehén aún está en poder de sus captores israelíes, la euforia duró poco: En lugar de negociar, los secuestradores proiraníes asesinaron al rehén norteamericano William Higgins y además difundieron el video de su ejecución. El presidente estadounidense George Bush se puso furioso con su colega Yitzhak Shamir . Hezbollah comenzó entonces a perfeccionar una táctica de represalias dirigidas ya no contra israelíes sino contra miembros o instituciones judías en la diáspora. El 3 de octubre de 1989 se llevó a cabo la primera operación de este tipo: un comando chiita asesinó en Bruselas al ex secretario general de la comunidad judía en Bélgica, Josef Vibren.

 

ENSEÑANZAS DE UN ANCIANO

 

Desde el punto de vista iraní, Mussawi valía mucho más que Obeid. Había nacido en 1952 en el pueblo de al-Nabi Shet, mucho antes de que el valle de Bekaa cobrara renombre internacional como uno de los principales centros del tráfico de drogas. En aquella época, sus habitantes eran únicamente pastores y campesinos que vivían aislados del mundo y del Islam. Hasta 1968, cuando conoció a Sayyid Musa al-Sadr, un clérigo iraní que despertó el fervor chiita en el Líbano, Mussawi sabía bastante poco de religión. Sin embargo ese encuentro significó un vuelco en su vida. Mussawi había recibido la llamada del Islam.

En 1982 se produjo otro gran cambio en la vida de Mussawi. Jomeini había tomado el poder en Irán y prometía extender la Revolución Islámica a todo el mundo. El ayatola, envió una dotación de Guardias Revolucionarios para rehacer el Líbano a imagen y semejanza de Irán. Mussawi recibió a los iraníes con los brazos abiertos y su Seminario Religioso se convirtió en su principal base de operaciones.

Allí, el futuro líder de Hezbollah recibió su primer curso de instrucción militar. La intensa carga mística que contenían sus enseñanzas comenzó a tener entonce otro tipo de resonancia: sus discípulos se convirtieron en bombas humanas que se detonaban a sí mismos junto a los enemigos del Islam. En octubre de 1983 el ataque de un conductor suicida contra el cuartel de los Marines en el Líbano cobró 241 muertos. Según los testimonios de algunos sobrevivientes, el adolescente que conducía el camión cargado con 1.200 kilogramos de explosivos había pasado el puesto de guardia con una sonrisa en los labios.

Los ecos de las explosiones dieron una nueva significación a la palabra Hezbollah y las mezquitas se vieron abarrotadas de jóvenes dispuestos a asumir la voluntad divina.

 

EL REARME DE HEZBOLLAH

 

En virtud de su talento retórico y militar, Abbas Mussawi se convirtió en el comandante del Movimiento de la Jihad Islámica, el brazo armado de Hezbollah encargado de multiplicar la Guerra Santa a lo largo de toda la frontera Norte de Israel. "Nuestra meta no es la eliminación de la zona de seguridad israelí en el Sur del Líbano", afirmaba Mussawi. "Nuestra meta es la liquidación de todo Israel". Dos acciones suicidas contra soldados israelíes, una en marzo de 1985 con 12 muertos y otra en octubre de 1988 con otras ocho víctimas, hicieron que su nombre fuera incluído, sin mayores titubeos, en la lista de condenados a muerte.

El fin de la guerra del Golfo modificó todo el tablero internacional. Irán realizó una doble jugada: inició un cauto acercamiento a Occidente, liberando a los rehenes secuestrados en el Líbano y, al mismo tiempo, rearmó a Hezbollah para obstaculizar la Conferencia de Paz sobre Medio Oriente. En este nuevo tablero Mussawi, íntimo amigo del presidente iraní Ali Akbar Rafsanjani, iba a jugar un papel clave.

En mayo de 1991 el Consejo Consultivo de Hezbollah lo premió nombrándolo Secretario General. Su promoción al máximo cargo significó un cambio radical en las prioridades de la organización: Mussawi reunía muchas características que lo convertían en la persona ideal para supervisar el rearme de Hezbollah. A diferencia de otros clérigos, no había participado personalmente en los secuestro de occidentales, y esto le permitió actuar diligentemente a la hora de su liberación. También sacó partido de la ansiedad del presidente sirio Hafez Assad por congraciarse con Washington y consiguió que Damasco permitiera el libre desplazamiento de Hezbollah entre sus bases en el valle de Bekaa y la frontera con Israel, una zona dominada por su rival, la milicia prosiria Amal.

Durante la gestión de Mussawi, los ataques contra Israel se multiplicaron por diez. Simultáneamente con la liberación de cada rehén occidental se registraba la muerte de algún israelí; diez soldados israelíes murieron y 16 fueron heridos durante su mandato.

Para Mussawi el peligro no residía en la presencia ilegal de Israel en la llamada "zona de seguridad" en el Sur del Líbano, sino justamente en que a cambio de su retiro se firmara una acuerdo de paz definitivo entre Beirut y Tel-Aviv. La misión de Hezbollah consistía en obstaculizar cualquier posibilidad en ese sentido. Libraba una Guerra Santa contra la paz.

Quería que su hijo viera ondear la bandera amarilla del Partido de Dios en Jibshit, dijo Mussawi antes de emprender junto con su esposa y el pequeño de cinco años, aquel viaje que sería el último. Su exceso de confianza y una ciega fé religiosa hicieron que olvidara la Guerra Santa en la que estaba embarcado y que actuara como un político tradicional. Una década de prédica militante hizo que a los 39 años comenzara a sentirse invulnerable. A la salida del pueblo la caravana de vehículos fue atacada por una unidad israelí de helicópteros artillados.

 

"LA MUJER Y EL NIÑO TAMBIEN?"

 

Fuentes de la inteligencia estadounidense, citadas por el semanario Newsweek, sugieren que el plan original israelí consistía en secuestrar a Mussawi y entregarlo a EEUU donde sería sometido a juicio por la muerte de varios rehenes occidentales, entre ellos el jefe de la estación de la CIA en Beirut, William Buckley. El New York Times, en cambio, reveló que EEUU solicitó a Israel que postergara la ejecución del líder chiita hasta que concluyera la liberación de los rehenes occidentales.

La versión oficiosa israelí aduce que la tripulación del helicóptero Apache encargado de volar con un misil el vehículo que transportaba a la custodia del líder chiita equivocó de blanco y acertó sobre el automóvil de Mussawi. Un segundo Apache tenía por misión aterrizar junto al vehículo del jefe de Hezbollah, una vez eliminada la custodia.

La captura de Mussawi probablemente hubiese sido un buen golpe publicitario para Israel en un momento en que las relaciones entre Tel-Aviv y Washington pasaban por su momento más delicado porque EEUU había suspendido las garantías crediticias para la construcción de nuevos asentamientos en los territorios ocupados. En cambio, el asesinato de Mussawi junto con su esposa y su hijo fue un gravísimo error político y militar.

Para un país como Israel, que sólo cuenta con dos minutos de preaviso en caso de un ataque aéreo que proceda del Norte, y con cinco cuando procede del Sur, la velocidad de reacción es cuestión de vida o muerte. De allí que el informe sobre el atentado contra Mussawi llegó casi instantánemente al "Agujero", el centro neurálgico del mando militar de Israel, ubicado cincuenta metros bajo tierra entre las calles Leonardo da Vinci y Kaplan, en Tel Aviv.

-"La mujer y el niño también?", preguntó la operadora que estaba a cargo de las comunicaciones radiales.

-"La mujer y el niño también", respondió con la voz entrecortada por la descarga estática de la radio el general Yitzhak Mordejai, comandante de la Región Norte que había recibido de sus superiores el permiso para matar a Mussawi. Sin embargo, las cintas de las comunicaciones radiales que permanecen resguardadas en el Agujero testimonian que poco antes de abrir fuego, los pilotos de los helicópteros advirtieron a su base sobre la imprevista presencia de la mujer y el niño en la caravana. Contrariamente a lo que marca el reglamento, el general Mordejai ordenó seguir adelante con la misión. Acaso era Mussawi tan importante?.

Cuando los helicópteros abrieron fuego contra la caravana de vehículos que partía de Jibshit, y mataron a Mussawi, su esposa y su hijo Hussein de cinco años, Israel liberó un demonio aún más difícil de controlar que Mussawi. Moshe Arens, el ministro de Seguridad justificó la muerte de Mussawi como una de las formas legítimas que utiliza el Estado de Israel en su lucha antiterrorista. Sin embargo, los principales analistas militares criticaron esta acción que abriría una sangrienta etapa de venganzas por parte de organizaciones islámicas fundamentalistas, tanto dentro de Israel como en el extranjero, con un saldo desfavorable para los israelíes.

EL GENERAL EN EL JARDIN DE INFANTES

 

El asesinato del Secretario General de Hezbollah desató una feroz interna por la sucesión y desencadenó una miniguerra con Israel que cobró la vida de más de treinta personas. La suerte corrida por dos niños de cinco años -uno libanés y otro israelí- es un paradigma de la violencia cotidiana e irracional que, desde hace cuatro décadas, recorre el Medio Oriente: a diferencia de Hussein Mussawi, de cinco años, que murió junto a su padre y su madre cuando el convoy de Hezbollah fue atacado por los helicópteros artillados israelíes, Avia Elizada, de la misma edad, recibió una esquirla de obús katyushka en la cabeza cuando corría a buscar a su padre en un asentamiento en el Norte de Israel.

Días después, el general Mordejai, visitó el jardín de infantes de la chiquilla muerta y reflexionó allí sobre lo cruel e injusto que era la muerte de niños inocentes como Avia.

--"Pero si es así, por qué mató al hijo de Mussawi"?, preguntó uno de los niños, prematuramente acostumbrado a los refugios antiaéreos y los disparos de mortero.

Ante la lógica implacable de aquella pregunta, el general Mordejai intentó encontrar palabras para explicar a los niños lo que eran "razones de inteligencia operativa", pero repentinamente enmudeció. Se sintió trasladado en el tiempo y el espacio a otra escena. Aquella, en julio de 1985, cuando una comisión investigadora del gobierno lo declaró culpable por el asesinato de dos terroristas que habían secuestrado un autobús en Gaza. Como jefe del operativo de rescate, Mordejai no pudo explicar porqué los secuestradores aparecieron muertos a culatazos después de que la prensa los fotografió con vida y desarmados.

También frente a aquél Consejo de Guerra, había justificado su acción invocando "razones de inteligencia operativa". El tribunal militar absolvió al general Yitzhak Mordejai de todos los cargos pero los compañeros de Avia no lo hicieron. Pese a ello, en la actualidad el general retirado se postula para una banca parlamentaria en las elecciones de 1996 por el ultraderechista partido Likud.

La muerte de Abbas Mussawi, pero particularmente la de su esposa y su hijo, constituyeron una brutal trasgresión de las reglas de un juego siniestro que libran a diario estos dos enemigos jurados. Una vez más, Israel había hablado el idioma de sus adversarios: las leyes de la guerra se habían vuelto "Kalam fadi", que en árabe significa "palabras sin valor".

 

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