CAPITULO SIETE 

EL SEGUNDO ATENTADO

 

Quienes escribieron el guión para el ataque contra la AMIA tuvieron una imaginación y un talento dignos de Hollywood. No se trataba de perpetrar un atentado más, ni de volar un edificio, sino de montar un espectáculo que diera una señal inconfundible de poderío, de una gran escalada bélica, porque la guerra es cada vez más una cuestión visual. Los guionistas del segundo atentado eran absolutamente conscientes de que el rostro de la violencia actual ya no es la realidad, sino la televisión. Cebados tal vez por la sensación de victoria que les infundió la impunidad con que cometieron la primera operación, estaban decididos a no plagiarse a sí mismos. No querían reeditar su opera prima -el ataque contra la embajada de Israel-, sino superarla sin dejar flancos débiles. Además, iban a transmitir un nuevo mensaje-advertencia: a partir de ese momento, las instituciones y comunidades judías serían considerados blancos legítimos para vengar cada acción israelí que se pasara de la raya en el Sur del Líbano. Lo supieran o no, todos los espectadores de la tragedia que iba a estrenarse el 18 de julio de 1994 serían considerados rehenes de guerra y convertidos, de allí en más, en escudos humanos de una confrontación aparentemente distante. El atentado en la calle Pasteur anunciaría que el campo de batalla había cambiado de contorno. Los libretistas decidieron también que había llegado el momento de que el resultado de la guerra comenzara a medirse por la cantidad de víctimas: el número de cadáveres sería la nueva medida de la gloria.

Para entender la trama del nuevo guión que estaba a punto de escribirse en Buenos Aires es necesario trasladar la escena al Líbano, donde algunos personajes centrales de esta historia libraban una sorda lucha de poder. Las consecuencias de esa contienda cambiarían el rostro de la Argentina.

El 29 de abril de 1993, quince meses antes del atentado contra la sede de la AMIA, se reunió el Congreso Nacional de Hezbollah. Allí se decidió su separación en dos ramas -una política y otra militar- lo que, de hecho, significaba conceder una gran autonomía operativa al ala militar, que actúa bajo diferentes nombres. Pero simultáneamente, la reelección del jeque Hassan Nasrallah como Secretario General, apoyada por el presidente iraní, produjo una fractura política. Los miembros del ala más radical, encabezada por el jeque Subhi Tufaily -personaje clave en esta historia- se negaron a ocupar sus asientos en el nuevo Consejo Consultivo. Los disidentes también impugnaban al candidato para comandar la operaciones en el Sur del Líbano. El nombre más sonado era el de Khalil Harb, uno de "los hombres de acción" de la Jihad Islámica, pero el tema quedó pospuesto por falta de acuerdo.

Las diferencias internas se acrecentaron. Mientras el oficialismo daba pasos concretos para convertir a Hezbollah en un partido político y conquistaba ocho bancas en las elecciones libanesas, el ala intransigente liderada por Tufaily estuvo a punto de boicotear -arma en mano- esos comicios. En julio de 1993 la revista londinense Foreign Report anunciaba que Subhi Tufaily estaba considerando seriamente la posibilidad de escindirse de Hezbollah y comenzar a realizar operaciones por su cuenta. La revista anticipaba que su organización ya tenía nombre: Ansar Allah o Partisanos de Dios, la misma que un año después, en julio de 1994, reivindicaría el atentado contra la AMIA en Buenos Aires.

 

MISIONES DE RECONOCIMIENTO

 

Todo guión pasa necesariamente por una intensa fase de investigación en la que se hace el verdadero trabajo. Desde los primeros meses de 1993, agentes de los servicios de inteligencia iraníes o integrantes de las Brigadas Quds realizaron unas 70 misiones de reconocimiento en la Argentina. Según informes de inteligencia de varios países occidentales, el jefe de la base logística de las Brigadas Quds, Kamal Zare, estuvo dos veces en Buenos Aires y prácticamente no visitó la embajada de Irán. Zare ingresó con un pasaporte común -no diplomático-, y permaneció tres días en la primera oportunidad y 45 la segunda.

Es posible rastrear algunas de estas misiones de reconocimiento ya que, en la mayoría de los casos, los agentes iraníes viajan con billetes de avión emitidos en Teherán por instituciones-pantalla como la Companía de Radio y Televisión iraní (IRIB). Una de las pistas que ha permitido desactivar las redes terroristas iraníes es que, aunque los espías ingresen al país desde lugares distintos y en fechas diferentes, los números de sus pasajes de avión son correlativos y, en muchas oportunidades, provistos por la IRIB. Según el juez Jean-Louis Bruguiere, encargado de la lucha antiterrorista en Francia, "la IRIB forma parte de una organización con metas criminales ordenada según un esquema tripartito: Cancillería, IRIB y ministerio de Telecomunicaciones". Bruguiere parece uno de esos jueces o comisarios escépticos, incorruptibles y franceses hasta la médula, que interpretaba Jean Gabin; ha resuelto asuntos ultrasensibles como el asesinato del ex premier iraní Shapur Bajtiar. El juez, de 59 años, lanza bocanadas de humo de la pipa y describe al IRIB como "la agencia de viajes del terror". "En la preparación de los atentados, en la eliminación de los opositores y la infiltración en países extranjeros, la IRIB juega un papel fundamental porque proporciona pasaportes de servicio, billetes de avión y motivos oficiales para la presencia de ciertos personajes en los países visitados", dice.

La pista señalada por el experimentado e imperturbable Bruguiere demostró tener bases reales: entre octubre de 1991 y noviembre de 1993, por lo menos tres delegaciones de la Companía de Radio y Televisión iraní (IRIB) visitaron la Argentina. Ziaeddin Ziali, uno de los personajes más influyentes de los servicios secretos iraníes, integró una de las comitivas. Orientado por sus agentes locales, Ziali eligió el blanco y formuló una lista de encargos para la célula local: explosivos, detonadores y un automóvil para construir un coche-bomba.

Coincidiendo con el último de esos tres viajes, el clérigo Moshen Rabbani que en ese momento dirigía la mezquita al-Tawhid de Floresta comenzó a mostrar un marcado interés por los automotores. Según consta en la causa judicial, el juez Juan José Galeano comprobó que entre diciembre de 1993 y febrero de 1994, Rabbani recorrió diversas concesionarias en la avenida Juan B. Justo -la misma zona donde fue comprada la F-100 utilizada en el atentado contra la embajada de Israel- buscando un rodado muy específico: empleados y propietarios de tres agencias de automotores recuerdan que l clérigo iraní quería comprar una camioneta Trafic usada con ventanillas en la caja.

No era un vehículo tan difícil de conseguir, pero en febrero Rabbani interrumpió la búsqueda de la Trafic de manera tan intempestiva como la había comenzado. Tenía motivos más que suficientes: le avisaron -o se dió cuenta- que agentes de la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE) lo seguían y lo habían fotografiado durante su peregrinación por las concesionarias. Al comprobar que había dado un paso en falso, Rabbani -que vive en la Argentina desde 1983-, buscó una tabla de salvación: según consta en la causa judicial, el 30 de marzo de 1994, fue expeditivamente acreditado como Consejero Cultural de la Embajada iraní, con lo que quedó amparado por la inmunidad diplomática. Lo más extraño del caso es que después de ese incidente renunció definitivamente al sueño del auto propio.

 

EL SIERVO DEL GENEROSO

 

Moshen Rabbani es un chiita nacido en Teherán que llegó a Buenos Aires como "refugiado" en 1983 cuando tenía 29 años, pero que ahora admite haber sido enviado al país para convertir argentinos al Islam. Dirige la mezquita al-Tawhid en San Nicolás 674, cuyo título de propiedad está registrado a nombre de la embajada de la República Islámica de Irán. Entre sus fieles se cuenta una decena de argentinos. El estilo pedagógico, los tonos intimistas y confidenciales que Rabbani utiliza con sus seguidores, constituyen la esencia de un discurso relativamente sencillo, que opera como aglutinante del movimiento. Si en determinados momentos el líder parece dirigirse a "los otros", los infieles, los que no comulgan con su visión del Islam, los verdaderos destinatarios de sus palabras siguen siendo sus correligionarios. Es a ellos a quienes hay que confirmar continuamente. Sea arenga, lección o confidencia, lo imprescindible es que el discurso fundamentalista distinga entre "nosotros" y "ellos".

"De la actividad de Moshen Rabbani surge la Organización Islámica Argentina, registrada en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Esta organización tiene origen en un grupo de islámicos residentes en Tucumán (Mezquita El Mártir), la cual figura como sede, poseyendo sucursales en Buenos Aires, (mezquita Al Tawhid), en Salta y La Plata", relata un informe reservado de la SIDE. El documento sostiene que "la característica más importante de su actividad es la conversión al Islam de no árabes. Una vez que los conversos demuestran su confiabilidad son becados a Irán por dos años. Cuando regresan enseñan el farsi en las mezquitas o trabajan como empleados en la Embajada, el Centro Cultural o el Departamento Comercial".

Abdul Karim Paz, de 35 años, es uno de esos jóvenes quien -según su propio relato- hace una década encontró una revista en una estación de trenes de Mendoza, se convirtió al Islam y hoy dirige la mezquita de Floresta. Su verdadero nombre es Santiago Paz Bullrich y es hijo de la conocida anticuaria Mimi Bullrich. Era católico y aunque su familia forma parte de la alta sociedad porteña, considera que su conversión al Islam no es el resultado de una rebeldía familiar o social: "La cuestión de clases es una limitación que quita libertad al hombre. Uno tiene que tratar de llegar a lo más profundo de su identidad. Hasta la nacionalidad es una cosa accidental, esto no quiere decir que uno no respete y ame a su nación. Pero sobre todo eso tiene que estar la naturaleza humana", declaró a la revista Gente .

Paz estudió Filosofía en la ciudad sagrada de Qom y retornó a la Argentina en 1993. Haciendo honor a su nombre, que en árabe significa "Siervo del Generoso", el patricio Abdul Karim Paz abrió generosamente las puertas para la inserción en la Argentina del polémico agregado cultural iraní, Rabbani.

Aunque el cérigo dirige una congregación pequeña, el escritor español Rafael Peña Gómez Parra, autor de Jomeini, el profeta de la guerra, sostiene que Moshen Rabbani ocupa un cargo más importante de lo que se supone en la jerarquía religiosa iraní. Es editor-propietario de la revista El Mensaje del Islam, una tribuna del oscurantismo religioso, de racismo antijudío y de discriminación contra la mujer. Es dueño, además, de dos inmuebles: una casa en la ciudad de Cañuelas y el restaurante "Freud", ubicado frente al hospital Israelita.

 

MALOS AUGURIOS

 

A pesar de que los argentinos ni se enteraron, junio de 1994 fue un mes cargado de malos augurios: mientras la Corte Suprema confesaba su incapacidad para investigar el atentado contra la Embajada de Israel dejando trascender que estaba considerando cerrar la causa, Hezbollah anticipó la inminencia de un atentado cuando finalizara el Campeonato Mundial de Fútbol y advirtió que no necesariamente lo iba a reivindicar:

--"Esperen a que llegue el mes de Julio", declaró un alto dirigente de la Jihad Islámica a la revista londinense Foreign Report . "Líderes de la Jihad Islámica, el ala militar de Hezbollah planean intensificar su ofensiva contra blancos israelíes durante el mes próximo", advirtió la publicación británica, el 30 de junio de 1994, en un artículo titulado "Julio sangriento en las fronteras israelíes". El emisario de Hezbollah señaló que desde mediados de junio, las acciones de hostigamiento a larga distancia contra blancos israelíes habían sido reemplazadas por ataques conducidos por unos 500 cuadros de combate. El vocero mencionó varios aspectos de distracción que desaparecerían en julio: la finalización de los exámenes escolares, el fin de las cosechas y de la Copa Mundial de Fútbol, y negó que algunas emboscadas exitosas contra convoyes israelíes en el Sur del Líbano fueran la venganza por el raid aéreo israelí del 2 de junio contra una base de entrenamiento de Hezbollah en el valle del Bekka en el que murieron unos 30 reclutas.

--"Ya se enterarán cuando se produzca (la venganza o la represalia). Aunque no necesariamente la vamos a reivindicar", amenazó el emisario de Hezbollah-Jihad Islámica. Algunas de las características atípicas que tendría el atentado contra la AMIA fueron anticipadas por ese comunicado. Para los hacedores de la política exterior Argentina -que desde el primer atentado mantenían tratativas secretas con los iraníes-, la amenaza de Hezbollah no debió haber pasado inadvertida. Indudablemente alguien confió demasiado en esas negociaciones o alguna de las partes se salió del libreto.

 

UN PEQUEÑO EJERCITO

 

Los productores y realizadores del atentado contra la AMIA establecieron una pequeña y bien disciplinada red de comerciantes, empresarios y estudiantes que funcionaba como un auténtico ejército. Cada miembro tenía funciones bien definidas y, algunos de ellos, aceitados contactos con las fuerzas de seguridad. La estructura de la red constaba de dos sectores que proporcionaron el apoyo logístico. Por un lado los llamados "agentes durmientes", que desempeñaban un papel pasivo pero esencial: prover documentación falsa o verdadera, mantener las casas para hospedar a los comandos, oficiar de correos encargándose de los transportes menores. El otro sector estaba integrado por iraníes y libaneses miembros de Hezbollah quienes, generalmente tienen a su cargo . tareas específicas en el armado de los coches-bomba o en el transporte de los explosivos. Sus estadías breves en cada lugar los convierten en "hombres invisibles".

Los libretistas seguían obsesionados con la idea de que nadie pudiera rastrear el vehículo o seguir la pista del dinero o de los explosivos. Un argentino de familia sudanesa que tenía buenos contactos en la policía bonaerense, aportó una solución sumamente ingeniosa: en lugar de comprar una Trafic en una concesionaria podían usar un auto "doblado". De la manera más sencilla posible describió a los guionistas la existencia de una organización del bajo mundo integrada por policías, agencieros y funcionarios de companías de seguros que se dedicaba a "duplicar" automotores.

La banda compraba vehículos incendiados o chocados que no habían sido dados de baja en el Registro de la Propiedad y encargaba el robo de otros automóviles de la misma marca, modelo y color. En un taller de "doblaje" colocaba el motor del auto siniestrado en la carrocería del robado y adulteraba la numeración del bastidor para que coincidieran. El grupo vendía los autos sin problemas porque tenía cómplices en las Plantas Verificadoras. El negocio, que redituaba a sus dueños 200 millones de dólares al año, ofrecía además una ventaja decisiva para los terroristas: el sistema de identificación de los vehículos en la Argentina, permite que esos híbridos de cuatro ruedas sean prácticamente imposibles de rastrear .

Los guionistas eran tipos rígidos, que dividían el mundo en dos categorías: "ellos" y "nosotros". Desconfiaban tanto de los "infieles" como de los "hermanos extraviados" a quienes comparaban con enfermos infecciosos porque sospechaban que en ambos grupos podía haber un caballo de Troya. Nadie debería saber, ni siquiera sospechar, en qué estaban trabajando. En cuanto lo supiera una persona de más, tendrían que poner en marcha una serie de medidas de seguridad. Cada una de esas personas debería ser vigilada y seguida veinticuatro horas al día. Sus compañeros, amigos, amantes, familiares... también.

La vida real está signada a veces por hechos que el libretista más experimentado es incapaz de imaginar. Un imprevisto confirmó los temores de los guionistas: Tres meses antes del atentado a la AMIA una mujer golpeada denunció a su marido a la policía: el ex agente de inteligencia del Ejército Alejandro Sucksdorf, ex custodio de Ramón Camps, almacenaba en el Tigre 25 kg de trotyl, 24 granadas y 10 cohetes antitanque, además de armas de mano, municiones y literatura nazi. En su indagatoria encomió a Hitler y Seineldín. La mujer golpeada afirmó que Sucksdorf se jactó de la voladura de la embajada de Israel.

 

EXPERTO EN DOBLAJE

En esa fase de los preparativos entró en escena un nuevo actor de reparto: Carlos Alberto Telleldín. Tras fracasar en el negocio de los saunas y las casas de masajes, este hijo de un comisario de la policía cordobesa, se había forjado renombre como especialista en el dudoso arte del doblaje de automotores. Según consta en las actuaciones judiciales, Telleldín capitaneaba un grupo de mecánicos, grabadores y ladrones por encargo que, en los últimos tres años, había "reciclado" por lo menos una veintena de vehículos de la concesionaria "Alejandro", entre los que se contaban tres o cuatro camionetas Renault Trafic.

No está claro si el reducidor Telleldín trabajaba por su cuenta o si en realidad era un simple empleado que manejaba una boca de expendio de Alejando Monjo, el dueño de la concesionaria "Alejandro" quien, además, tenía tratos comerciales con allegados a la embajada de Irán .

En los últimos cuatro años, los negocios con miembros de la Policía bonaerense y las aseguradoras habían permitido a Monjo amasar una multimillonaria fortuna que, por cierto, jamás declaró al fisco. Ganaba mucho dinero negro, compró varias propiedades y en los días en que la Trafic -que sería convertida en coche-bomba-, fue retirada de su concesionaria, pasaba unas vacaciones en el Caribe: primero en Saint Marteen y luego en Aruba .

Según las actuaciones judiciales, alrededor de Monjo se movía una vasta red de desarmaderos, donde se cortaba la parte no utilizada de los autos robados; guincheros que llevaban y traían las unidades; especialistas en modificar la numeración de motores y carrocerías y talleres dedicados al montaje de los autos doblados. Telleldín era su hombre de confianza.

Durante la última semana de junio de 1994, Telleldín recomendó a su empleado Hugo Antonio Pérez que no se olvidara de buscar la Trafic en Alejando Automotores. Siguiendo las instrucciones de su jefe, Pérez retiró la Trafic quemada y la transportó hasta el taller mecánico de Ariel Nitzcaner, en Villa Ballester. Telleldín nunca desembolsó el dinero y en la concesionaria la operación quedó registrada a nombre de "Carlos Teccedín" .

Por encargo de Telleldín, el ladrón de autos César Fernandéz "levantó" otra Trafic blanca en la que se colocó el motor de la camioneta adquirida en Alejandro Automotores y el falsificador Miguel Jaimes -alias El Cirujano- se encargó de regrabar la numeración del chasis con un lápiz óptico. El lunes 4 de julio de 1994 al mediodía, Pérez retiró el motor que iba a ser colocado en la Trafic y lo llevó al taller de Villa Ballester .

El volumen de sus negocios hubiera permitido a Alejandro Monjo tener una casa en Miami. Sin embargo, el empresario prefirió hacerse de una propiedad en Foz de Iguazú, en el lado brasileño de la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay. Según consta en la causa, el 3 y 4 de julio de 1994 Monjo y Telleldín estuvieron en esa zona, considerada el punto de implantación del fundamentalismo islámico en el continente.

 

LA TRIPLE FRONTERA

 

En la triple frontera, que además es zona franca, el contrabando de autos, armas, drogas, divisas y explosivos está a la orden del día. Los fusiles de asalto o los explosivos plásticos se compran casi con la misma facilidad que las aspirinas. Los contrabandistas trafican con bebidas alcohólicas, artículos electrónicos, cocaína, divisas y hasta bebés. Los dueños de los burdeles pagan a los traficantes para que les provean de prostitutas adolescentes. Todo lo que puede ser comprado, vendido o escondido, se consigue en esa zona sin ley, donde Alejandro Monjo tiene su casa de descanso.

La Federación Nacional de Policías Federales de Brasil (FENAPEF) denunció en noviembre de 1994 que Puerto Iguazú constituye el centro más importante de tráfico de armas donde se aprovisionan los grupos más importantes del país. Según los policías brasileños, allí "es posible adquirir "desde un simple revólver hasta un cañón". Un informe publicado por el diario O Globo , indica que a través de Foz de Iguazú ingresan al Brasil alrededor de 10.000 revólveres, ametralladoras, fusiles y granadas. "Las armas son compradas principalmente en la ciudad argentina de Puerto Iguazú", dijo el delegado policial de la región, Paulo Correa Long .

Según la policía brasileña unos 1.000 integristas de Hezbollah han llegado a la zona desde 1992. El jefe de lnteligencia de la policía paraguaya, comisario Enrique Martinetti, denunció por su parte en septiembre de 1995, que Ciudad del Este "es un santuario de células dormidas de Hezbollah". A sus declaraciones se sumaron las del jefe de la policía nacional del Paraguay, comisario Marino Sapriza, quien dijo que la zona de las Tres Fronteras y especialmente Ciudad del Este, es "cuartel general" de terroristas .

 

BUENOS AMIGOS, MALOS POLICIAS

 

Resulta difícil creer que Alejandro Monjo y Carlos Alberto Telleldin viajaran el 3 y el 4 de jullio a la triple frontera para alejarse del stress y del mundanal ruido de Buenos Aires. En todo caso, es evidente que no fueron días de mucho descanso: Telleldín volvió de Iguazú a Buenos Aires en avión y desde su llegada se mostró más nervioso que de costumbre. Había indicado a los mecánicos que colocaran un elástico para chasis largo en lugar del elástico para chasis corto, que correspondía a ese modelo de Trafic. Telleldín sabía que estaba preparando el vehículo para soportar una carga muy superior a la normal. Entre el 3 y el 7 de julio, le ordenó a Pérez que hiciera desaparecer la Trafic incendiada antes de traer la gemela, "porque sino vamos a ir presos", y agregó: "llamalo a Diego". Se refería a su amigo el policía Diego Barreda.

El reducidor de bienes robados siempre se dedicó a negocios irregulares y evitaba la cárcel pagando protección a policías de la provincia de Buenos Aires. Así fue como conoció a los oficiales Diego Barreda y Mario Barreiro, de la Brigada de Vicente López . Pese a que se fraguaron los papeles de venta de la Trafic a nombre de un inexistente Ramón Martínez,

Telleldín reconoció posteriormente ante la jueza Riva Aramayo que

había entregado la camioneta, como parte de pago de una deuda, a un hombre vinculado con el subcomisario Irineo Leal, jefe de la Brigada de Vicente López, a quien por otra parte, identificó como uno de los oficiales que manejaron la Trafic poco antes de que estallara frente a la AMIA. .

--"Yo doy y ellos me dan". De esta manera Telleldín describió a los periodistas Román Lejtman y Raúl Kollman, de Página/12, su relación con la policía bonaerense. Sin embargo, el 14 de julio, cuatro días después de la entrega de la Trafic y cuatro antes del atentado, el subcomisario Leal y otros policías de la Brigada de Vicente López tirotearon a Telleldín mientras conducía un Renault 19 Chamade. Su destreza como piloto lo salvó. Los balazos pegaron en el parabrisas del vehículo.

Para que el guión terminara de la peor manera posible, los terristas no tuvieron mayores dificultades en conseguir el explosivo que marcaba el libreto. El Nitrato de Amonio (NH4NO) es un producto que cuesta un peso el kilo y se puede comprar en fábricas de fertilizantes, plantas químicas, droguerías, fábricas de plásticos, de insecticidas y de explosivos. Fabricaciones Militares no lleva un control estricto del producto que va a las canteras: no es difícil apartar 300 kilos en una empresa que utiliza 5.000 kilos por semana. La mezcla de nitrato de amonio con aluminio en polvo se llama Amonal y la combinacion con gasoil, Anfo. Aún no se ha determinado cuál de esas variantes eligieron los terroristas.

 

A NUEVE CUADRAS DEL BLANCO

 

El viernes 15 de julio a las seis de la tarde, la Trafic llegó al estacionamiento Jet Parking, ubicado en Azcuenaga y Marcelo T. de Alvear, cerca de las facultades de Medicina y Ciencias Económicas. El conductor pidió una estadía de cinco días pero accedió a pagar por quince, que era el tiempo mínimo, sin poner muchas objeciones. Cuando intentó estacionar, la Trafic quedó trabada con dos ruedas en la calle y dos en la vereda. Como por arte de magia, apareció en ese momento otra persona, que se ubicó al volante, estacionó la camioneta y desapareció sin saludar .

Este tropiezo llamó la atención de los empleados, que observaron que la parte trasera de la Trafic estaba levantada. No podían saber que el elástico del vehículo había sido cambiado para soportar el peso de las bolsas de tierra utilizadas para dirigir la explosión de 125 kilos de Nitrato de Amonio que estaban ubicados en la caja. Faltaban sólo tres días para el atentado y el coche-bomba ya estaba emplazado a nueve cuadras del blanco.

El lunes 18 de julio de 1994, a las 9.10 de la mañana, el chofer Juan Alberto López, de la empresa de cascotería "Santa Rita" de Nassib Haddad, descargó un volquete frente a la AMIA. A los policías que estaban sentados en el patrullero estacionado a poca distancia, les llamó la atención la maniobra que durante unos minutos bloqueó la entrada y terminó colocando el volquete unos metros por delante de la puerta de la AMIA .

Faltaban 15 minutos para las diez de la mañana y a esa hora mucha gente iba a su trabajo. Luisa Miednik, ascensorista de la AMIA desde hace veintisiete años, entró al edificio cinco minutos antes de la explosión. Había bajado del colectivo n 99 en Viamonte y Pasteur y le llamó la atención "el silencio de la calle". Una camioneta de Sacaan repartía el pan. En los departamentos de la calle Pasteur la gente desayunaba leyendo el diario. Los últimos momentos de vida se escurrían inexorablemente para muchos de ellos. Ninguno estaba preparado para morir, pero el coche-bomba ya avanzaba por Tucumán hacia su blanco.

Luego de hacer firmar el remito, el camión se retiró dejando un espacio entre el volquete y el patrullero, pero sólo alcanzó a recorrer 200 metros antes que el coche-bomba llegara a su blanco. A la altura de la entrada de la AMIA, el coche-bomba hizo un giro cerrado hacia la derecha y subió a la vereda entre el volquete y el patrullero, colocándose en un ángulo aproximado de 45. La maniobra sólo fue visible para los que murieron. La bomba detonó a las 9.53.

 

LAS HUELLAS DEL TERROR

 

Sebastián Barreiro, de tres años, caminaba por Pasteur de la mano de su mamá. Iban hacia el Hospital de Clínicas y cerca de las diez. pasaron por la puerta de la AMIA. Rosa, la mamá, se salvó. Ingrid Finkelchtein tenía 18 años y su vida estaba dedicada al grupo Durán Duran. Esa mañana había ido con su madre, con su amiga íntima Carla Josch y Analía -la hermana de Carla-, a buscar un empleo. Las cuatro murieron en la Bolsa de Trabajo de la AMIA. Jorge Antunez tenía 18 años y trabajaba como mozo en un bar de Tucumán y Pasteur. Había llegado de San Juan dos años antes y planeaba terminar séptimo grado en una escuela nocturna. David Barriga, un obrero boliviano de 28 años que trabajaba en las refacciones de la AMIA, le había pedido a su hermano Julio -capataz de la obra- que lo acompañara a una inmobiliaria porque quería comprarse un terrenito. Pero no alcanzaron a salir: Julio fue el único sobreviviente de un grupo de cinco obreros que conversaban en el momento de la explosión . El atentado dejó una estela de más de 90 muertos y 200 heridos y no hubo una sola respuesta oficial satisfactoria para explicar ese delirio.

El Presidente Menem creó al día siguiente la Secretaría de Seguridad, que puso a cargo del brigadier Andrés Antonietti. Tres días después, cuando el grupo libanés Ansar Allah del jeque Subhi Tufayli reivindicó el atentado en Buenos Aires y la voladura -casi simultánea- de un avión en Panamá, que dejó un saldo de 21 pasajeros muertos, Menem amenazó con pedir la extradición de Tufaily al Líbano y reiteró su propuesta de instaurar la pena de muerte. Ambas medidas incumplidas contribuyeron a magnificar el poder ya demostrado por los terroristas. Lo peor que se podía hacer.

Sin embargo, el terror tiene sus claves y cada acto terrorista lleva inscripto un mensaje que es necesario decodificar:

1. Por lo pronto, es evidente que los terroristas no apuntaban a demoler los siete pisos de la sede de la AMIA, ya que lo podrían haber hecho el domingo por la noche mientras se jugaba el Mundial de Futbol, reduciendo a un mínimo el número de muertos. En su libreto estaba marcado con rojo la frase que indicaba "causar la mayor cantidad de víctimas posibles".

2. Otro elemento clave en toda investigación, el tipo de explosivos utilizados, no pudo ser determinado fehacientemente: la muestra que la Policía Federal Argentina entregó a los agentes norteamericanos estaba contaminada. Era un cóctel de pentrita, hexógeno, nitrato de amonio, TNT y carburantes, una combinación tan exótica e inestable que resultaría inmanejable hasta para el terrorista más avezado. Y esto sólo pudo deberse a dos razones: la casualidad, lo que hablaría mal de la técnica de recolección; o un acto intencional, que sugiere la complicidad de alguien dentro de la Policía Federal Argentina.

3. Una serie de circunstancias extrañas rodeó la provisión del volquete minutos antes del atentado. Según declaró ante el juez Juan José Galeano, el encargado de la empresa Santa Rita, Raúl José Díaz, entre las 8.30 y las 8.45 de ese día, recibió el pedido de un volquete para la AMIA. Al recibir el pedido, Díaz le encomienda al chofer Juan Alberto López, que iba a llevar un volquete a la calle Constitución 2657, que entregue primero en la AMIA . Sin embargo, una investigación del periodista Carlos Juvenal, demostró que se trataba de una dirección inexistente, donde sólo había un baldío cerrado con una medianera, y que a menos de 100 metros de ese lugar, había una propiedad perteneciente al ex subcomisario José Ahmed, secuestrador del empresario Jorge Sivak en 1979 y ahora preso por los secuestros de Macri, Werthein, Dudok y Meller.

En Garay al 2.800, justo a la vuelta de la casa del ex subcomisario Ahmed -quien ahora oficia de confidente de Telleldín en la cárcel- estuvo secuestrado el empresario Meller. Al lado de lo de Ahmed vive Alberto Kanoore Edul, quien el 10 de julio de 1994 llamó por teléfono a la casa de Telleldín porque, según dijo, estaba interesado en la compra de una Trafic.

La serie de coincidencias en torno a la empresa de volquetes abarca también el tema de los explosivos. Nassib Haddad, dueño de la empresa, debió justificar ante el juez Galeano, el 3 de agosto de 1994, una compra de más de una tonelada de amonal.

4. Antes de que la camioneta Trafic pudiera ser identificada como el coche-bomba que había estallado en la AMIA, Carlos Alberto Telleldín salió del país y se hospedó en la casa de Alejandro Monjo, en la triple frontera. Allí sólo permaneció dos días y luego tomó un avión de regreso.. Desde el Aeroparque, llamó a la policía para entregarse. Es posible que alguno de sus protectores le hubiera dado garantías de que pronto saldría en libertad. Mientras estuvo detenido en dependencias de la división de Protección del Orden Constitucional (POC) de la Policía Federal, Telleldín tuvo amplias libertades, fue visitado por esposas de oficiales policiales que le aconsejaron mantenerse en absoluto silencio.

 

 

LA NOVELA DE MOATAMER

 

La causa por el atentado contra la AMIA pasó por numerosas peripecias. Cuando la investigación pareció caer en un coma colectivo, los servicios de inteligencia condujeron al juez Galeano y a los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, a Venezuela para tomarle declaración a un presunto arrepentido iraní. Comenzaba la novela de Manucher Moatamer.

El 23 y el 24 de julio se produjo el interrogatorio a través de un traductor. Moatamer explicó que había trabajado en el Ministerio de Cultura, Información y Guía Islámica de Irán (Ershad), donde se encargaba de vigilar al personal diplomático de su país en el exterior. Cuando Galeano y los fiscales le preguntaron sobre los atentados en la Argentina, Moatamer dijo que cuatro personas que trabajaban en la legación diplomática iraní, fueron los responsables de la bomba en la embajada de Israel y mencionó a Abbas Zarrabi Khorasani, Mahvash Mousef Gholamreza, Ahmad Allameh Falsafi, y Ahmad Reza Ashgari. Galeano le presentó un juego de 25 fotografías y el arrepentido no sólo identificó a todos sin dificultad, sino que además brindó amplias referencias sobre cada uno de ellos .

Moatamer también señaló que en la sobredimensionada Embajada y el Consulado argentinos en Teherán, había grandes facilidades para expedir visas, lo que permitía el ingreso de estudiantes iraníes y garantizaba la presencia de suficiente apoyo local para consumar un atentado. "La forma, el modo y la organización del atentado están a cargo de los miembros del Hezbollah en la Embajada, que están entrenados para realizarlos...No necesitan preguntar que tienen que hacer, ya lo saben. Cualquier Embajador tiene un código clave y de esa manera recibe la orden...El embajador ya sabe lo que tiene que hacer porque previamente se pactó...La orden de Iran es realizar el atentado, la forma la decide la gente que está el país", explicó el testigo.

Aquí se mezcla la verdad con la ficción. Es probable que la presentación en sociedad de Moatamer haya estado orquestada por algún servicio de inteligencia, pero nadie que no hubiese estado en el riñón del aparato iraní hubiera podido llevar a cabo un juego de traiciones tan sutil, una conspiración tan milimétrica, tan sofisticada que incluía la identificación de sus ex camaradas. En efecto, lo más probable es que el arrepentido realmente haya sido un agente de inteligencia o un funcionario ligado a las operaciones en el exterior de la Companía de Radio y Televisión iraní (IRIB), pero su testimonio tenía una falla: era demasiado perfecto para ser verosímil.

Si alguien arruinó la credibilidad de Moatamer fue justamente el servicio de inteligencia que montó una historia para presentarlo ante Galeano y eligió la peor forma: El caso del fugitivo que viaja de un lugar a otro del planeta, cambiando de identidad y pasaporte, alojandose en hoteles cinco estrellas por cuenta de sus perseguidores, es una historia tan repetida y tan gastada que ni siquiera los más avezados escritores de espionaje logran darle credibilidad.

Desde un primer momento, Galeano -en parte juez, en parte funcionario del gobierno- creyó que con el testimonio de Moatamer había esclarecido los dos atentados. También era consciente que tenía en sus manos una causa que involucraba las relaciones entre dos o más Estados. Al bajar del avión presidencial fue directamente a Olivos para informar al presidente. Menem lo recibió con tres miembros de su entorno: Bernardo Neustadt, Gerardo Sofovich y Mauro Viale. Neustadt fue quien más insistió para que Argentina rompiera inmediatamente las relaciones con Irán. Después del encuentro con Galeano y envalentonado por sus consejeros, Menem convocó a su gabinete. Tras espantar al canciller Di Tella con la idea de la ruptura diplomática, el presidente se quedó dormido en la reunión.

El 9 de agosto de 1994, Galeano pidió la captura de cuatro funcionarios de la Embajada de Irán en Buenos Aires, señalados por Moatamer como autores intelectuales del ataque a la Embajada de Israel. El juez calificó como sospechosos a tres funcionarios iraníes que estaban en Argentina cuando voló la AMIA y los citó a declarar: el clérigo Moshen Rabbani, y los diplomáticos Gholamreza Zangeneh y Ahmad Reza Asghari .

Gholamreza Zangeneh, que se desempeñaba como Segundo Secretario encargado de la sección comercial de la embajada no sólo es diplomático sino que también es comandante de Hezbollah. Ha llevado a cabo acciones armadas en la capital libanesa y se lo conoce como uno de los hombres que preparó varios secuestros de occidentales en Beirut. Zangeneh tiene relaciones privilegiadas con el jeque Subhi Tufayli y fue enviado a la Argentina para organizar la nueva base de operaciones de Hezbollah. Según el testimonio del arrepentido Moatamer, Zangeneh participó el 21 de marzo de 1994 en una reunión que se llevó a cabo en Teherán en la que se decidió el ataque contra la AMIA .

Ahmad Reza Ashgari, que cumplió funciones como Tercer Secretario desde el 11 de julio de 1991, se encontraba en Buenos Aires durante el atentado a la Embajada de Israel, pero se fue de la Argentina una semana después del ataque contra la AMIA. Ashgari, quien hasta 1984 formaba parte de la Séptima División de los Guardias de la Revolución, no fue el único iraní que partió de manera precipitada a Teherán. Sobre un total de 93 estudiantes iraníes -que en su mayoría cursaban las carreras de Ciencias Económicas y Medicina en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA)-, cuatro desaparecieron inexplicablemente después del atentado en la calle Pasteur.

Pese a estas evidencias, ningún ciudadano iraní fue procesado.

A fines de 1995, el juez Juan José Galeano decretó el procesamiento de Alejandro Victor Monjo, Gabriel Meli, Edgardo Yema, Marcelo Delacour, Miguel Gustavo Jaimes, Hugo Antonio Pérez, y César Antonio Fernández, por el delito de asociación ilícita y tras embargar los bienes del agenciero por 2.000.000 de pesos dispuso la libertad de todo el grupo. Simultáneamente, Galeano resolvió ampliar el procesamiento del unico detenido Carlos Alberto Tellelín, acusado por delitos menores agregándole los cargos de "asociación ilícita, encubrimiento calificado por la habitualidad, sustitución de chapa patente, falsificación de Documento Nacional de Identidad, adulteración de la numeración estampada en chasis y motor en forma reiterada y estafa reiterada" . Pero Telleldín sabía bastante sobre la conexión policial y había empezado a hablar. Cuando el rumbo de la investigación comenzó a comprometer cada vez más a policía bonaerense, un grupo de oficiales decidió tender una trampa a Galeano. El cebo fue una banda integrada por civiles y militares retirados y en actividad, que aprovechaba los ejercicios bélicos para robar el material que después vendía. El grupo carapintada ofrecía a sus clientes panes de trotyl, detonadores, fusiles FAL y hasta un helicóptero modelo 1978 para el que estaban a punto de hallar comprador. Casi todo era cierto, menos lo fundamental: la conexión con la AMIA. Con el allanamiento a Campo de Mayo y a la casa de un diputado del MODIN, la idea de los policías era hacer saltar a Galeano.

Durante la última semana de 1995, el comisario inspector Angel Roberto Salguero que había conducido las investigaciones sobre Campo de Mayo, tuvo que apartarse de la causa cuando Román Lejtman y Raúl Kollman de Página/12 revelaron que existía una vinculación entre el investigador Salguero y el investigado Telleldín. Desde la cárcel este último reconoció que trataba con Salguero desde hace nueve años. El detenido afirmó que el policía le brindaba impunidad cuando regenteaba un sauna y que se vieron un mes antes del ataque a la AMIA."Un mes antes del atentado nos vimos con Salguero y negociamos la venta de una Trafic que estaba totalmente quemada ", dijo Telleldín.

La exclusión del comisario inspector Angel Roberto Salguero colocó al juez de la causa AMIA en una nueva encrucijada: Galeano ya probó con la Policía Federal, la Policía bonaerense, con la división de Protección del Orden Constitucional (POC) y con la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) y tras el relevo de Salguero se quedó sin expertos que investiguen las escasa pistas dejadas por los responsables del atentado.

 

MISTERIO EN LA ROSADA

 

Algo extraño sucede en la Casa Rosada cada vez que se menciona el tema de las actuales relaciones de Argentina con Irán. Una serie de datos hace pensar que existe un secreto celosamente custodiado por cuatro personas: el presidente Carlos Menem, el jefe de gabinete Eduardo Bauzá, el canciller Guido Di Tella y el titular de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), Hugo Anzorreguy:

* Después del primer atentado, representantes del gobierno argentino se reunieron secretamente con los iraníes en el exterior, prometieron armas y cereales como compensación por el contrato nuclear suspendido, pero no consiguieron impedir un nuevo ataque.

* Después del segundo atentado, y tras la reconciliación de Carlos Menem con el presidente de Siria, Hafez Assad, el gobierno argentino envió al Líbano al subsecretario de inteligencia Rodrigo Toranzo, donde fue recibido por el coronel Michel Rahbani, jefe de la inteligencia siria en el Líbano. La visita argentina de fines de 1994 no preocupó a Hezbollah ni a Irán. "Toranzo podría haber recibido la misma información en Damasco. Hafez Assad busca a cualquier precio que el Departamento de Estado lo excluya de la lista de los países que patrocinan el terrorismo y este es solamente un gesto sirio hacia la comunidad internacional", comentó un responsable de la seguridad de Hezbollah.

* En la segunda semana de marzo de 1995, fecha en que se cumplía el tercer aniversario del atentado a la embajada de Israel, el canciller Di Tella se entrevistó secretamente con su par iraní, Ali Akbar Velayati durante la Cumbre Social de Copenhague. En esa reunión se discutió la posibilidad de recomponer las relaciones. Para ello, Argentina tendría que pagar un precio demasiado alto: garantizar que la investigación de los dos atentados no comprometa ningún interés iraní.

Ni una sobreactuación, que imite la política israelí y la estadounidense, ni una parodia de la postura francesa o alemana -basada en la idea del "diálogo crítico" que, en los hechos, implica acostarse con el enemigo-, podrán evitar un tercer atentado. Sólo cuando se logre dar con los culpables materiales y se consiga desarticular sus redes locales se podrá llevar adelante una política coherente y creíble en el exterior e, inclusive, negociar en otros términos con Irán.