Literatura peruana para el mundo

 

Crónica de William Guillén Padilla

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

William Guillén Padilla

en la tumba de César Vallejo, París.

Foto de Hugo Figueroa.

 

 

¿Vallejo futbolista?

Cualquier peruano que visite París no dejará de conocer  la Torre Eiffel, el Museo de Louvre, el Arco del Triunfo o El teatro de la Ópera, sólo por mencionar algunos de los fabulosos lugares de la Capital francesa.

Sin embargo, visitar la tumba de César Vallejo es un tema aparte, mayormente para los amantes de las letras.

Lo primero que hay que hacer es ubicar el histórico cementerio, en el tradicional barrio del mismo nombre: Montparnasse. Desde fuera es una pared de piedra que se extiende hasta una puerta de metal. Luego una caseta donde se brinda la información detallada y el plano gratuito del Cimetière Montparnasse: Division 12 / sépultures 3 / VALLEJO César - poète péruvien. En este mismo cementerio —fundado en 1824 y de 18,72 ha.—  descansan los poetas Charles Baudelaire y Théodore Banville, el escritor Julio Cortazar, el filósofo Jean-Paul Sartre, el cantor y compositor Serge Gainsbourg, el presidente mejicano Porfirio Díaz, por citar a seis de los muchos personajes célebres que descansan allí.

Entre calles escoltadas por tumbas de arquitecturas variadas se llega a ese espacio de tierra francesa que guarda los restos del poeta peruano más célebre: César Vallejo. Dos bloques de mármol, uno pequeño sobre otro mayor conforman la tumba del poeta. En letras doradas se lee su nombre. Debe ser una de las tumbas más sencillas y especiales, sobre todo para alguien que ha llegado a visitar a ese compatriota suyo que lo ha cautivado desde su adolescencia.

Sorprende la simpleza de la obra fúnebre, pero más aún, lo que ahora —y de manera fortuita— esta tumba presenta. Se trata de algo que personalmente no había previsto ni en mis sueños diurnos más audaces: la posibilidad de que César Vallejo tuviera algo que ver con el deporte más amado por los peruanos: el fútbol.

¿Vallejo futbolista?

Sobre la tumba del poeta una camiseta de la selección peruana, con el número once, y un ramo de rosas rojas. Húmeda por la llovizna de la noche la blanquiroja impresiona al visitante: ¿Cuál es la relación entre César Vallejo y el fútbol? La respuesta se hace esperar y las dudas surgen naturales. ¿Se conoce alguna faceta del poeta como futbolista? Por lo menos entre sus biógrafos, que no son pocos, jamás se menciona esa posibilidad. Empero, la duda surge; después de todo hay pintor que ha sido boxeador, escritor que ha sido físico nuclear, novelista que es ingeniero minero, poeta ingeniero químico, etc, etc, y, por qué no, acaso un poeta futbolista.

Pero no, la respuesta es rotunda: nada se sabe de alguna relación entre César Vallejo y el fútbol. ¿Y la camiseta y las rosas sobre su tumba?

Sea cual fuese la respuesta racional resulta evidente que Vallejo no es patrimonio exclusivo de los hombres de letras, sino del ciudadano peruano, común y corriente, amante de su patria en cualquier lugar del planeta. Eso lo demuestra la camiseta, solitaria y húmeda, que por largos días ha de haber permanecido en el lugar más preciado para un peruano sensible en La Ciudad Luz: la tumba del poeta César Vallejo, universal y telúrico, enamorado de ese “lugar en el mundo que se llama París”.

Finalmente, una foto del recuerdo y una lamentación posterior: no debimos sacar la camiseta y las rosas de la tumba para la fotografía, menos adornarla con un pequeño florero de otro sepulcro.

Al dejar el cementerio de Montparnasse, nos dirigimos al Cimetière du Père Lachaise, donde visitaríamos la tumba de Jim Morrison rodeada de jóvenes amantes de sus canciones, además de las de los escritores Miguel Ángel Asturias, Balzac y Oscar Wilde.

En la calma de una tarde de hojas amarillas y viento frío imaginé a César Vallejo animado a jugar, vestido de la número once, un partido de fútbol con Charles Baudelaire (su acompañante más próximo, sepultado en la tumba de su padrastro Jacques Aupick), no con balón ni árbitro, sino con versos con aroma a Heraldos Negros o Flores del Mal, y por un valioso trofeo: un ramo de rosas rojas siempre frescas que alguna anónima y bella dama parisina aún conserva bajo siete llaves peruanas.

 

Fuente: Revista Paseos Andinos, París, 2005

 

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