Muchos
hombres y mujeres del país hoy se mantienen firmes en
sus posiciones políticas como luchadores sociales por
las mejores causas del país, porque consideran que deben
ser coherentes y no tienen por qué renunciar a lo que
han creído justo y con su proceder tratan de ser, dentro
de lo posible, y aún sin militancia partidaria, dignos
continuadores de los luchadores democráticos que han
dado sus vidas por un país mejor.
Ciertamente, aquí hay que estar bien armado ideológica y
políticamente, y dotado de principios bien arraigados
para mantenerse al margen de las cosas sucias que
predominan y no ligarse con toda la basura y podredumbre
social existente actualmente en el medio dominicano.
La
sociedad dominicana, como está funcionando en la
actualidad, y partiendo de la moral que le sirve de
sustentación, no le exige a ninguno de sus miembros que
exhiban una buena conducta . Cada quien mantiene el
comportamiento que más convenga a sus particulares
intereses y mejor conveniencia, razón por la cual se
pueden ejecutar las acciones más bochornosas sin ser
censurado.
El
funcionario que se roba los dineros del erario; el
legislador que reclama una suma de dinero para someter o
apoyar un proyecto; el síndico o regidor que pone un
precio a su voto en la sala capitular; el representante
del Poder Ejecutivo que abandona la presidencia siendo
multimillonario habiendo llegado al Palacio Nacional con
escasos recursos económicos; el comerciante o empresario
que le va mal en los negocios y decide intervenir en las
operaciones de producción y tráfico de estupefacientes;
los profesionales liberales que ejecutan acciones
ilegales, en fin, en este país el fenómeno de la
corrupción ha llegado a adquirir tanto poder y dominio
que hace que lo blanco se vea negro, lo bueno como malo,
el honrado como ladrón, el delincuente como hombre de
bien, el corrupto como honesto y al ser humano valioso
como inútil y despreciable.
La persona
decente que no quiera ser vista como un ser extraño,
considerada como inadaptada y ubicada como temeraria,
sectaria e imprudente, que no toque ni con el pétalo de
una rosa algo que tenga relación con la corrupción.
Desde el momento que un corrupto es enfrentado, de
inmediato salen en su defensa sus aliados establecidos
en los diferentes órganos de poder y bien colocados en
las áreas que generan la mercancía mas apreciable, el
dinero.
No están
huérfanos de toda razón aquellos que ven como dominados
por quijotería a los que, ante el deterioro de la
sociedad dominicana, censuran a los corruptos que, a fin
de cuentas son aceptados como honrados y tienen hasta el
trato fino de hombres y mujeres que, en el fondo de su
alma, les repugna la corruptela. El agrietamiento de un
cuerpo humano o social refleja en sus diferentes órganos
las manifestaciones nocivas que lo hacen inservible,
pero tal situación no impide que alrededor del mismo se
muevan los que se quieren aprovechar de las partes
podridas que lo cubren o lo mantienen con vida. No
importa que el sistema social imperante emane pus mal
oliente desde la mayoría de sus instituciones, si
todavía permite que las lacras sociales, el lupanar
degradante que se aprovecha de él pueda obtener
beneficios.
La persona
física más corrompida y degenerada sí dispone de amplios
recursos económicos es aceptada tranquilamente por los
sinvergüenzas, pusilánimes e irresponsables. Aquí hay
muchos que se han formado la idea de que lo mejor es ser
indiferente, comportarse frío, glacial, hacerse el sordo
y ciego ante todas las cosas feas que a diario ocurren
en el país. El hombre decente, contrario a las acciones
bochornosas, es considerado como impertinente, infame,
indeseable, innoble, bellaco, indecoroso, repugnante,
indigno de vivir bajo el actual ordenamiento social el
cual es el ideal para bandidos, vagabundos y corruptos
de toda laya.
La
práctica diaria nos dice que hace falta en el país un
cambio de rumbo en la forma de hacer política. El
clientelismo, la mercancía dinero, el soborno, la compra
de conciencia, la entrega de la fundita a cambio del
voto, en fin, se impone un nuevo rumbo, una nueva
cultura política que necesariamente tiene que ser la
obra de los que aquí, no obstante la descomposición
reinante, todavía se pueden incluir entre los no
contaminados que, aunque a lo mejor no son muchos, los
hay en abundancia. |