Edit. #32, Los no contaminados

Por Ramón Antonio Veras, El Nacional    Santo Domingo     09/29/05

 

Muchos hombres y mujeres del país hoy se mantienen firmes en sus posiciones políticas como luchadores sociales por las mejores causas del país, porque consideran que deben ser coherentes y no tienen por qué renunciar a lo que han creído justo y con su proceder tratan de ser, dentro de lo posible, y aún sin militancia partidaria, dignos continuadores de los luchadores democráticos que han dado sus vidas por un país mejor.

Ciertamente, aquí hay que estar bien armado ideológica y políticamente, y dotado de principios bien arraigados para mantenerse al margen de las cosas sucias que predominan y no ligarse con toda la basura y podredumbre social existente actualmente en el medio dominicano.

La sociedad dominicana, como está funcionando en la actualidad, y partiendo de la moral que le sirve de sustentación, no le exige a ninguno de sus miembros que exhiban una buena conducta .  Cada quien mantiene el comportamiento que más convenga a sus particulares intereses y mejor conveniencia, razón por la cual se pueden ejecutar las acciones más bochornosas sin ser censurado.

El funcionario que se roba los dineros del erario; el legislador que reclama una suma de dinero para someter o apoyar un proyecto; el síndico o regidor que pone un precio a su voto en la sala capitular; el representante del Poder Ejecutivo que abandona la presidencia siendo multimillonario habiendo llegado al Palacio Nacional con escasos recursos económicos; el comerciante o empresario que le va mal en los negocios y decide intervenir en las operaciones de producción y tráfico de estupefacientes; los profesionales liberales que ejecutan acciones ilegales, en fin, en este país el fenómeno de la corrupción ha llegado a adquirir tanto poder y dominio que hace que lo blanco se vea negro, lo bueno como malo, el honrado como ladrón, el delincuente como hombre de bien, el corrupto como honesto y al ser humano valioso como inútil y despreciable.

La persona decente que no quiera ser vista como un ser extraño, considerada como inadaptada y ubicada como temeraria, sectaria e imprudente, que no toque ni con el pétalo de una rosa algo que tenga relación con la corrupción.  Desde el momento que un corrupto es enfrentado, de inmediato salen en su defensa sus aliados establecidos en los diferentes órganos de poder y bien colocados en las áreas que generan la mercancía mas apreciable, el dinero.

No están huérfanos de toda razón aquellos que ven como dominados por quijotería a los que, ante el deterioro de la sociedad dominicana, censuran a los corruptos que, a fin de cuentas son aceptados como honrados y tienen hasta el trato fino de hombres y mujeres que, en el fondo de su alma, les repugna la corruptela.  El agrietamiento de un cuerpo humano o social refleja en sus diferentes órganos las manifestaciones nocivas que lo hacen inservible, pero tal situación no impide que alrededor del mismo se muevan los que se quieren aprovechar de las partes podridas que lo cubren o lo mantienen con vida.  No importa que el sistema social imperante emane pus mal oliente desde la mayoría de sus instituciones, si todavía permite que las lacras sociales, el lupanar degradante que se aprovecha de él pueda obtener beneficios.

La persona física más corrompida y degenerada sí dispone de amplios recursos económicos es aceptada tranquilamente por los sinvergüenzas, pusilánimes e irresponsables.  Aquí hay muchos que se han formado la idea de que lo mejor es ser indiferente, comportarse frío, glacial, hacerse el sordo y ciego ante todas las cosas feas que a diario ocurren en el país.  El hombre decente, contrario a las acciones bochornosas, es considerado como impertinente, infame, indeseable, innoble, bellaco, indecoroso, repugnante, indigno de vivir bajo el actual ordenamiento social el cual es el ideal para bandidos, vagabundos y corruptos de toda laya.   

La práctica diaria nos dice que hace falta en el país un cambio de rumbo en la forma de hacer política. El clientelismo, la mercancía dinero, el soborno, la compra de conciencia, la entrega de la fundita a cambio del voto, en fin, se impone un nuevo rumbo, una nueva cultura política que necesariamente tiene que ser la obra de los que aquí, no obstante la descomposición reinante, todavía se pueden incluir entre los no contaminados que, aunque a lo mejor no son muchos, los hay en abundancia.