Todos somos testigo de los momentos difíciles de la
realidad que vive el país. La descomposición social
imperante; el deterioro e infuncionalidad de las
instituciones; la indiferencia de grupos sociales con
incidencia en el quehacer político económico y
empresarial que deberían manifestar preocupación ante
hechos que, por su trascendencia, sirven de motivación
para impulsar a cualquier hombre o mujer con cierta
conciencia cívica; el hecho de instituciones de valía no
manifestarse contra el actual orden de cosas que, sin
mucho esfuerzo, se comprende que constituyen una afrenta
para cualquier comunidad humana civilizada. Semejante
actitud me llama a preocupación.
Me voy a permitir poner como ejemplo, de la indiferencia
de grupos cívicos y de poder social, el caso de la
ciudad de Santiago de los Caballeros, la cual fue, en un
pasado reciente, el lugar del país desde donde surgieron
las principales denuncias de correctivos ante hechos
que, en una u otra forma, lesionaban vivamente las
buenas costumbres, la institucionalidad, la decencia y
el buen vivir.
Hoy, por ejemplo, Santiago de los Caballeros es una
ciudad totalmente insegura y con suciedad por todas
partes, y no se escucha un organismo cívico, una
organización empresarial, un gremio profesional que
levante su voz con sentido colectivo, expresando su
sentir, su disgusto, su protesta ante el descalabro
social, institucional y la ausencia de laboriosidad
municipal sin politiquería ni corrupción.
La realidad se presenta como que Santiago no tiene
dolientes, que todo el mundo está, en lo mismo,
sintiéndose bien moviéndose en un lodazal, haciendo
alianza impúdica con el ladronismo, que cualquiera puede
hacer lo que le dé la gana consciente de que Santiago es
hoy una letrina, una ciudad a merced de lo que quieran
vagabundos, sinvergüenzas y corruptos.
En Santiago las fuerzas llamadas a impulsar los
movimientos de contenido cívico y social a lo mejor no
se han dado cuenta que la indiferencia ante los asuntos
de interés colectivo terminan haciendo imposible la
convivencia civilizada, le da vigencia a grupos
desaprensivos y permite que los sectores más atrasados y
con mentalidad política delincuencial controlen los
órganos e instituciones del Estado. En sentido general,
algo semejante al comportamiento en Santiago está
ocurriendo en estos momentos en todo el país, que por el
hecho de los sectores más limpios y sensatos marginarse
del quehacer político y dejarle el espacio libre a los
vagabundos, a los "tigres", a la basura política, hoy lo
que no sirve, en su gran mayoría, desempeña el papel
preeminente en la vida pública de la nación.
Si los ciudadanos y ciudadanas decentes no se movilizan,
si no denuncian en forma colectiva el robo al Estado,
la inseguridad personal y de bienes, y todas las cosas
sucias que a diario ocurren desde los órganos de poder,
continuaremos dominados por la basura social, por los
que no sirven y se venden como ejemplo de personas de
bien. Pronto vamos a tener a un politiquero como
Presidente de la República, con fichas policiales que
van desde cómplice de narcotraficante hasta traficante
de seres humanos. La basura política nos arropa ante
la indiferencia de fuerzas políticas cívicas militantes.
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