Regreso

 

De  Venezia  a  Xococ
y  otros  relatos

Cinco años en Guatemala

Xavier Mena Vásconez

 

Dedicado a

Giovanna... ¡por supuesto!,

a mi ahijado Andrés,

a mis abuelos Jorge y Gemmita,

y a mi tía Marión.

 

Agradecimiento a...

¡Guatemala, pues!

 

“...un recuerdo

amorosamente fundado

nos limpia los pulmones, nos aviva la sangre,

nos sacude el otoño, nos

renueva la piel

y a veces convoca lo mejor que tenemos,

el trocito de hazaña que nos toca cumplir”.

 

Mario Benedetti

 

“Sí, sí, sí, este amor es tan profundo,

y que tú eres mi consentida,

que lo sepa todo el mundo”.

 

Carlos Vives

 

“Hago lo que quiero,

porque quiero lo que hago”.

 

Lao Tze

 

 

tabla de contenidos

Breve introducción de un desconocido a otro...

Palabras previas

Presentación a esta edición

QUÉ BUENO VERTE

Mi primer día de trabajo

La muerte de Jorge Aquino

“Me gustaría hablar con el patojo que vio el accidente”

Odisea en La Quetzal

Bernardino Bol pisó una mina

La historia del loquito que quería quemar San Vicente

Nadie quiere a Benancio

Yo vi llorar a Domingo Ico

De mi primera experiencia como árbitro en lucha de mujeres

“Te dejo libre con la condición de que nunca vuelvas al pueblo”

Don Roberto de la Cruz Tórtola

La llamaban “Cristina”

Terror se escribe con Dos Erres

“Que me paguen los tomates”

La historia del inválido que salió corriendo

De cómo me vi envuelto en un lío religioso y cómo me desenvolví

Tikal

“That will be a problem to us”

“De indio a indio”

MINUGUA defiende delincuentes

El mejor fútbol de Brasil está en Petén

Fundamentos antropológicos de mi ignorancia

Una tarde de circo en San Benito

Héroes del 12 y el Che Guevara

El Rancho Popular

Mi primer atardecer en paz en Guatemala

Con Eduardo Galeano en Quito, hablando de Petén

Los barriletes de Santiago y la chispa de la vida

La casa del Zapote

Aquellos días en Roatán

Un gol de Plata

¡¡¡Tora, tora, tora!!!

Maximón

“Every little thing she does is magic”

17 de marzo de 1998

Con un clavel en la mano

Week-end en Guatemala en El Cairo

La mara ecuatoriana

El informe de la CEH

¡Qué sustos!

El Beckenbauer de los humildes

Sanfermines en Carchá

Un congolés en El Calvario

2013

Artista invitado

“¡Corre Nadine, corre!”

Don Juan Matalbatz y los q’eqchi’s

De Venezia a Xococ

Y2K en Nebaj

Entre Cobán y Quito, tres gobiernos

Sin dudas, sin deudas

Por la gran puta, ¡se murió Ramirito!

¡Cristóbal Colón no es genovés!

Con mi raqueta Head Vilas, 24 años después

Al final de este viaje

¡En plena luz!

Últimas palabras: ¡Imaginate vos! (Mi derecho al delirio)


 

            Breve introducción de un desconocido a otro…

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Sentado en un museo de arte que tiene pocas pinturas, Listasafn Islands, en una ciudad capital que tiene pocos habitantes, en una isla que no tiene palmeras, me permito hacer dos cosas que nunca hago: beber café y escribir una introducción a un libro de un amigo. Las dos son, casualmente, inevitables actividades. La primera porque una señora, presintiendo mi desolación, me lo brinda con una sonrisa. La segunda porque un amigo, presintiendo mis ganas de siempre estar en su vida, me lo pide y lo hago como si lo supiera hacer (sabiendo que no).

 

Xavier está ahora en Guatemala y quiero ponerle en contexto. Se me viene a la cabeza un campesino en su milpa, estirando su brazo y tirando semillas. A su manera, Xavier me tira cibernéticamente sus historias en el suelo fértil de mi alma. Y en mi germinan sus historias, su vida, sus sueños, sus miedos, sus luchas, lo que dice y hasta lo que calla.

 

Para leer los cuadros de Xavier, que a veces son pincelazos y otras lienzos de complejos colores, hay que estar listo para viajar y encontrar, como cuando se viaja pues, lugares y gente que no se comprenden fácilmente.

 

Ecuador y Guatemala son lugares mágicos, enigmáticos y llenos de sorpresas. En Guatemala, como dijo alguna vez Monterroso en Ecuador, las piedras flotan y la madera se hunde. Xavier nos lleva por estos mundos de varios mundos, montados en nada menos que su fascinante sensibilidad.

 

Este esfuerzo de “confesar que ha vivido” no es otra cosa que una especie de oración o de acción de gracias por su gente, su familia, sus amigas y amigos, su Giovanna, su Guatemala, su Ecuador y, en suma, por cuantos le permiten al Xavier ser más Xavier que siempre.

 

A ratos me pasa que cuando quiero volver, quiero sentir, quiero un amigo, regreso a los cuentos de Xavier…

 

Ramiro Ávila

 

Reykiavik, 14 de marzo del 2000


            Palabras previas

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Alguna vez alguien me dijo, “Mena, tienes buena memoria, ¿por qué no escribes un libro de tus recuerdos en Guatemala?”. No me acuerdo quien me lo dijo, pero sí me quedé con la idea de escribir unos cortos relatos de aquellos mo­mentos que la vida me ha regalado esta parte del mundo.

 

Empecé a escribirlos en diciembre de 1999, una vez que había decidido que el 2000 sería mi último año en este país. No acostumbro a llevar un diario de mis actividades. Todo lo dejo a mi memoria, y por lo tanto, muchos hechos ya los he olvidado; pero hay otros que no, por su trascendencia en mi vida, por la intensidad con que los viví y por el gratísimo recuerdo de haber conocido a tanta gente, de tan diversos lugares, que sin duda alguna son la parte más importante de mis recuerdos.

 

Este librito no pretende, desde ningún punto de vista, ser un libro. No soy escritor, por lo tanto, las normas literarias para hacer un libro no cuentan (además de que no las conozco). Tengo la total libertad de escribir, sin importarme mucho si la forma es buena o no. Lo único que me importa es que sea genuino, que sea auténtico, que provenga del corazón y que esté, en lo más posible, de acuerdo con el hecho recordado.

 

Los relatos pueden pecar de ser demasiados personalistas pues, en el fondo, son un diario escrito en un mes en el cual describo cinco años de vivencias y sensaciones. Habrá gente que lo lea, si es que la hay, que se identificará, pues muchos relatos son de experiencias compartidas con amigos y colegas. Habrá otra gente que también lo leerá, si la hay, que nunca ha estado en Guatemala, a quienes les podría resultar más difícil la comprensión de mi realidad contada.

 

Me precio de decir que conozco bien este país. Por razones de mi trabajo en la ONU o por ser un viajero empedernido, he tenido la enorme suerte de conocerlo en sus cuatro puntos cardinales. Ya sea en las CPR en Petén, en Pantaleón, en Esquipulas, en Panzós, en Antigua, en Huehuetenango, en San Marcos, en Santa Rosa, en Nebaj, en Atitlán, en Mixco Viejo, en Monterrico, en la aldea la Linterna 1, en San Jerónimo, en Semuc Champey, en Paso Caballos, en Uaxactún, en Senahú, en Cantabal, en Lachúa, en Tecún Umán, en La Mesilla, en Santo Tomás de Castilla, en Coatepeque, en Reu, en Jalapa, Jutiapa y Zacapa, en las cum­bres de los volcanes de Agua, Acatenango, San Pedro o Pacaya, etc.; a cada uno de esos lugares he ido con los ojos y el corazón bien abiertos.

 

Guatemala también fue un lugar fecundo para descubrir su historia y a sus escritores, y a través de ellos, las líneas de su palma. Luis Cardoza y Aragón, Augusto Monterroso, Mario Monteforte Toledo, Virgilo Rodríguez Macal, Severo Martínez Peláez, Carlos Figueroa Ibarra, Rigoberta Menchú Tun y Miguel Ángel Asturias, entre otros, han calado profundo en mi concepto sobre lo que fue, es y será Guatemala.

 

Los relatos están escritos de forma cronológica desde mi inicio en la Misión hasta el final de este viaje. Son recuerdos imborrables que tratan de hechos cotidianos, de gente sencilla, de circunstancias impresionantes, algunas dramáticas, otras hasta cómicas. He mezclado temas que van desde la antropología crítica, pasando por una tarde en el circo, las carreras en los linchamientos y el fútbol, hasta el clamor de justicia por la muerte de Juan Gerardi, entre muchos más.

 

Mi experiencia se divide en tres grandes épocas. La primera es la de mi llegada a Petén y los siguientes dos años, tres meses y tres días que pasé en ese bellísimo lugar. Posteriormente está mi época de citadino, pues durante más de dieciséis meses viví como tal en Ciudad de Guatemala. Y por último, mi tercera etapa en Cobán, Alta Verapaz.

 

Cada una de estas épocas ha marcado profundamente mi espíritu y mi cariño por Guatemala. En cada una de ellas conocí gente, culturas y lugares maravillosos y en cada una de ellas viví también momentos duros y tristes. Quien tenga las ganas de leer este librito, se dará cuenta de cada una de las etapas y momentos vividos.

 

El Petén es mi primer contacto con Guatemala. Antes de venir, pensé que iría a algún lugar frío y montañoso, ya que mi conocimiento del país era muy superficial. Las primeras tres semanas fueron muy difíciles debido al calor extremo y a las enormes tarántulas que me recibieron. En el año 95, el enfrentamiento armado interno continuaba y me tocó vivir en carne propia muchas de las barbaridades de la guerra, especialmente cuando afectaban a civiles que nada tenían que ver en el conflicto. Además, fue también el contacto directo con la monstruosidad de lo que fue la guerra en los años 80, pues fui testigo de la exhumación de cientos de cadáveres, de testimonios desgarradores y de las secuelas bárbaras que dejó en mucha gente esta guerra entre hermanos.

 

Por otro lado me mostró ampliamente el tesoro cultural que tiene Petén. Con Tikal a la cabeza, hay más de doscientos lugares arqueológicos. Mi interés por los antiguos mayas creció notablemente y hoy tengo más claro lo que fueron el surgimiento, grandeza y declive de los mayas en Mesoamérica.

 

Fue en Petén donde tuve la magnífica oportunidad de tener una aproximación cultural hacia los indígenas q’ekchi’s y de generar dentro de mí innumerables cuestionamientos acerca del papel de la antropología, la arqueología, la religión y el derecho, dentro de un aspecto de aculturación e inculturación de grupos humanos distintos. Mi concepción de la vida, después de estos años, ha cambiado notablemente, pues en innumerables ocasiones mis concepciones lógicas nada han tenido que ver con la concepción del pueblo indígena en muchos aspectos, lo que me demuestra la existencia de otro tipo de dimensión que no logro entender pero que nunca he dejado de respetar.

 

Un capítulo aparte corresponde a la gente que conocí en ese departamento, especialmente a los compañeros y compañeras locales e internacionales de la oficina de Naciones Unidas y en este punto, una mención especial a Françoise. Sin duda alguna, mi estadía en Petén fue un cúmulo de experiencias extraordinarias y fue junto a ella que descubrí este hermoso lugar y gocé a rabiar de momentos sublimes y de fantasía. Fueron dos años, tres meses y tres días y noches, llenos de días y noches de amor y de guerra.

 

A mi salida de Petén me encontré viviendo en la capital de Guatemala. Los primeros seis meses los disfruté en grande, aunque al mismo tiempo sobrevivía a la mayor crisis existencial que he tenido. Allá, en la zona 2 de Guate, me refugié en una casita de ensueño, y quienes la conocen saben que no exagero. Tenía un árbol en la mitad de la sala y los insectos, culebras, iguanas y arañas me permitieron convivir con ellos, pues era obvio que el invasor era yo. Luego de dos intentos de robo, llevados a cabo con todo éxito, salí de ese rincón para refugiarme en una caja de concreto en un apartamento de la Zona Viva.

 

En la capital me involucré fuertemente con el trabajo de las organizaciones no gubernamentales de derechos humanos de Guatemala, y pude palpar esa lucha valiente de quienes dan su vida, si es necesario, por las causas en que creen. Asimismo me relacioné con los linchamientos, fenómeno que ha causado tanto daño a la estructura y tejido social de este país.

 

Tuve la suerte de viajar mucho por el occidente, especialmente a Xela, San Marcos, Quiché y Nebaj, descubriendo mucho más el rostro maya de Guatemala, no solo en sus magníficos tejidos, sino en su lucha constante por reivindicar sus derechos, su espiritualidad, su tierra.

 

La última etapa de mi viaje por Guatemala es Alta Verapaz. Por alguna razón, fui transferido de la Sede a la regional de Cobán. Nunca sabré si fue un ascenso o un descenso, pero sí sé que me hicieron un gran favor, pues el reen­cuentro con el campo, con el olor a tierra mojada y a tortillas recién salidas del comal, además de estrechar mi relación con Giovanna, ha dado a esta última etapa un sabor y color dignos para que mis últimos meses en Guatemala sean un broche de oro a cinco años de intensidad y pasión.

 

La presencia de Giovanna ha sido un regalo inesperado a mi vida. Un romance que se inició a veinte metros debajo del mar Caribe y que hoy va viento en popa para culminarlo en Turín donde iniciaré luego una nueva etapa, en otro lugar, pero siempre teniendo a Guatemala y al proceso de paz como los testigos de nuestra unión.

 

Dentro de la riqueza que para mí supone esta experiencia en Guatemala está la de poder compararla con la del Ecua­dor. Dos países hermanos, con grandes pro­blemas sociales, pero grandes en cultura. Los dos son multiétnicos, multiculturales y plurilingües. Además, comparten la furia de la naturaleza en sus volcanes, pues el Guagua Pichincha y el Tungurahua se complementan muy bien con el Pacaya y el Volcán de Fuego. En Guatemala aprendí mucho más sobre el tema indígena y esa experiencia algún día quiero devolverla a mi país, donde los indígenas son también excluidos y discriminados permanentemente. Se parecen tanto estos países que nunca han ido a un mundial de fútbol.

 

No terminaría nunca si me pusiera a nombrar a todas las personas que se ganaron mi cariño, pero no puedo dejar de mencionar a aquellas cuya presencia ha hecho mi vida aún más grata, especialmente a Giovanna, pues con ella la vita e piu bella, a Archi (aquí le conocen como Ramiro), a María y a Santiago, los tres ecuatorianos que más que compatriotas son mis hermanos. Al pueblo q’eqchi’, a sus hombres y a sus mujeres. A las Naciones Unidas que me dieron la experiencia de ser un misionero por la paz.

 

Estos cortos relatos son mi homenaje a Guatemala. Aquí dejo mi esencia de ser humano y mi más genuino agradecimiento a este pueblo que me ha acogido con un cariño enorme y me ha dado los momentos más felices de mi vida. Queda entonces, este pequeño anecdotario. Dejo plasmado mi amor por Goa- themala, por su lucha y por que la Paz Firme y Duradera sea no solo un papel firmado sino una constante y vivida realidad.

 

 

 

Presentación a esta edición

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Escribir el librito “De Venezia a Xococ” ha sido una experiencia extremadamente gratificante. Los doscientos ejemplares de la primera edición fueron entregados a mis amigos y amigas de Guatemala, a algunos del Ecuador y a otros que andan diseminados por el mundo.

 

Creo que lo más importante fue recibir las opiniones de los y las guatemaltecas, pues, aunque mi intención nunca fue la de esperar elogios o halagos, tenía cierto temor de que lo que había escrito podría irritar la sensibilidad chapina. Sin embargo, y para gusto mío, las opiniones que recibí fueron positivas en su mayoría. Gente de gran acervo intelectual me hizo sus comentarios así como gente sencilla, en algunos casos que apenas sabe leer, me comentó con alegría. Ésa fue la mayor de mis satisfacciones, que pude llegar al corazón de las y los guatemaltecos, ya sean ricos o pobres, ladinos o indígenas, grandes o chicos, hombres o mujeres.

 

En esta segunda edición he incorporado seis cuentos más que fueron escritos después de cerrada la anterior, es decir, casi al momento mismo de abandonar definitivamente este país que tanto quiero y admiro. Esta edición tiene, además, un ingrediente especial, y es que, con mi hermano Patricio nos hemos embarcado en su publicación. Este trabajo compartido con mi hermano mayor es otro de los regalos que me da Guatemala, de los tantos que ya me dio, especialmente el más lindo que he recibido en toda mi vida, el amor de Giovanna.

 


 


 

QUÉ BUENO VERTE

Regreso a la tabla de contenidos

 

QUÉ BUENO VERTE

DEFENDIENDO LA ALEGRÍA

CON LA ARMONÍA DE UN BESO,

CON TU SONRISA

LLENA DE ESPERANZAS.

 

QUÉ BUENO VERTE

SOÑADORA,

CON TU EQUIPAJE

DE LUNAS LLENAS,

CON TUS LIBROS, TUS ILUSIONES.

 

QUÉ BUENO VERTE

POR TODO ESO.

 

PERO SOBRE TODO

QUÉ BUENO VERTE

POR TU AMOR POR LA VIDA,

 POR TU TRABAJO,

POR GUATEMALA

 

(Texto inspirado en el menú de La Bodeguita del Centro, Guate)


 

 

Mi primer día de trabajo

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Fue el 26 de abril de 1995. Apenas bajé del avión en Flores ya me encontraba con Orgelio y un abogado italiano, Paolo, en ruta hacia el sitio donde se desarrollaba un conflicto entre campesinos. Cristiana, la coordinadora de la oficina, pensó que la mejor manera que yo me adaptara a mi nuevo medio ambiente era incorporarme de inmediato a la vida petenera, lo que de hecho me desadaptó inmediatamente.

 

Fuimos a verificar[1] en una aldea al sur de Sayaxché. Desde la carretera teníamos que caminar como cuatro kilómetros para llegar al lugar del incidente. Estaba embargado por la emoción del primer día de funciones.

 

Empezamos la caminata bajo un calor infernal, con el apoyo de dos guías. El calor no me importaba en absoluto y yo seguía a este italiano, amigo de la anarquía y enemigo del conformismo, lleno de filosofía y de humor sarcástico. Mien­tras caminábamos, escuché un rugido de algo que me pareció un jaguar, por decir lo menos. Vi que mis acompañantes no le hicieron el menor caso. Des­pués hubo otro rugido y esta vez mucho más fuerte, pero tampoco hubo reacción por parte de los otros integrantes de la comisión. Al tercer rugido, yo, hecho el que no era conmigo, me atreví a sugerir que había algún tipo de felino que nos acechaba y que sería bueno ponerle un poquito de atención. Esto provocó risa entre mis nuevos amigos, lo que por supuesto, me hizo sentir un poco estúpido.

 

El guía me explicó que no eran jaguares sino los “saraguates”. Él dio por terminada la explicación y seguimos caminando. Me quedé tranquilo de saber que no eramos seguidos por ningún jaguar pero me quedé con la duda sobre quienes serían los saraguates.

 

Llegamos al lugar. Un espacio en medio de la selva tropical. Nadie hablaba español, solo q’eqchi’. Dos hombres en estado de ebriedad se acusaban mutuamente, el uno de ser miembro de la guerrilla y el otro de ser soldado, dos acusaciones bastante serias en esas épocas de enfrentamiento armado. Paolo, de manera muy gentil y, con gran sutileza, pidió a los enfrentados que se sentaran uno frente al otro y depusieran su actitud. Inicialmente ni uno ni otro tomaban la iniciativa.

 

Paolo utilizó una palabra que me pareció italiana: “no es bueno que ustedes estén bolos”. Le dije que por qué les hablaba en italiano y él me explicó que esa era la manera popular de decir ebrios en Guatemala. Otra vez me sentí estúpido. Al final, los dos hombres acordaron no ofenderse haciendo un gesto de reconciliación muy hermoso. El uno fue a la choza del otro y pidió disculpas y el otro hizo lo mismo. Esto no fue sugerido, fue una iniciativa propia.

 

Al regreso volví a escuchar los rugidos pero no me asusté como al inicio. Vimos volar dos tucanes, la selva era imponente y yo me derretía con el calor. Al llegar al auto el aire acondicionado estaba a tope. Volvimos Santa Elena y yo volaba en fiebre. La idea de adaptación de Cristiana había fracasado por completo, pero yo no me sentía mal, me sentía contento de mi llegada a este país y desde ahí empezó mi vida en Guatemala, la misma que en algunos momentos ha sido exagerada y en otros moderada, pero siempre vivida con entrega y con pasión.

 

Por cierto, los saraguates son los monos aulladores cuyo rugido solo es superado por el del león africano.

 


La muerte de Jorge Aquino

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Habían pasado apenas dos días de mi llegada a Petén y cuatro de mi llegada a Guatemala cuando Cristiana me informó que habían baleado al alcalde de Las Cruces, don Jorge Aquino, y que debía ir a verificar el incidente. Junto a Ricardo, un gendarme argentino, fuimos al pueblo. Fue mi primer encuentro bru­tal con la realidad guatemalteca. Las Cruces es un pueblo miserable, digno de una película de Sergio Leone, que en los años de guerra fue brutalmente reprimido por los militares. Todavía hay restos del destacamento militar y del terror que allí se vivió. Desde este lugar se organizaron varias matanzas en el año 1982, entre ellas la célebre de la aldea “Las Dos Erres” el 7 de diciembre de ese año.

 

La población es ladina[2] de oriente y se formó de desorganizadamente, cuando se “regalaba la tierra en Petén”. No hay dios ni ley. Sobreviven los más fuertes y desalmados, pero don Jorge Aquino no era fuerte y sí que tenía mucha alma.

 

Nadie sabe o, mejor dicho, nadie quiso decir por qué lo balearon. Hablamos con mucha gente. “Era un buen hombre”, decían. Recuerdo que lo fui a ver en el hospital. Le habían metido tres tiros en el pecho. El hombre estaba muy mal. Le ofrecí mis condolencias y él me dijo algo que se me gravó en la memoria: “No tenga pena”, dijo. Me llamó la atención aquella frase que provenía de una persona que agonizaba y me pedía que yo no tuviera pena. Luego me enteré de que esa es una expresión muy guatemalteca que quiere decir “no se preocu­pe”.

 

En la noche, del hospital pidieron pintas de sangre para el herido que entraba en estado agónico. Yo acudí y di una pinta, pues éramos del mismo tipo. Al día siguiente, don Jorge moría víctima de un derrame interno. En el pueblo se decía que la sangre de los de MINUGUA[3] estaba contaminada.

 

Se murió con mi sangre.


 

 

“Me gustaría hablar con el patojo que vio el accidente”

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Fui con Rodrigo, el sueco boliviano, amigo entrañable, amigo de las causas nobles y de la Coca Cola, de su sabor, no de su filosofía, a verificar la explosión de una granada que había afectado seriamente a un pobre campesino q’eqchi’. Llegamos a Sayaxché y, efectivamente, un hombre de unos veinte años, mien­tras chapeaba[4] un terreno, activó una granada que había quedado sin explotar en alguno de los múltiples combates entre guerrilla y ejército.

 

El hombre no murió pero fue un claro ejemplo de que en una guerra civil, quienes más sufren son los civiles ajenos al conflicto armado. En Guatemala todavía existen muchas minas y granadas y siempre se deben lamentar la muerte y lesiones de niños inocentes que se encuentran con estos juguetes de la muerte.

 

Al regreso se había hecho pública una denuncia de que un auto de Naciones Unidas había atropellado a un ciclista. Cristiana pidió que fuéramos a verificar y así lo hice con José, un Guardia Civil de España. Según la información de la cual disponíamos, un patojo habría sido testigo del hecho. Nos hicimos presentes en una tienda y se dio el siguiente diálogo:

 

“Disculpe seño, pero me dijeron que había un patojo que vio un accidente en el cual estaría involucrado un auto de MINUGUA”.

“Mire joven, aquí hay una cantidad de patojos, si usted no me dice cual, cómo le voy a decir”. La res­puesta me dejó muy intrigado, pues yo solo veía niños y a ningún patojo.

“Seño, disculpe mi ignorancia, pero yo solo veo niños y no veo que ninguno sea patojo”.

Me miró cómo diciendo “¿y a éste qué le pasa?”. “Le repito joven que si no explica cómo es el patojo no le puedo decir cuál es”.

“Si es un patojo debe ser uno que anda cojo”.

“Como ve, aquí todos están sanitos”.

 

Me di cuenta de que había algo que no encajaba en la conversación y después de rascarme la cabeza, intuí que “patojo” tenía una concepción distinta a la de mi país, Ecuador, donde un patojo es aquel que cojea. Al percatarme de mi con­fusión idiomática opté por retirarme para dejar de seguir haciendo el ridículo. Cuando volví al auto, José se destornillaba de la risa, pues él se dio cuenta del conflicto verbal, pero optó por ver cómo yo trataba de encontrar a un patojo entre decenas de patojos.

 

Les juro que nunca más me volví a equivocar, al menos con esa palabra, porque con las palabras coger y hueco también me equivoqué, pero eso lo contaré en otra ocasión.

 

Odisea en La Quetzal

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

A partir de abril de 1995 hubo una serie de retornos de refugiados guatemaltecos desde México hacia la zona del Petén. Uno de esos retornos tuvo lugar en la finca La Quetzal, ubicada en el municipio de La Libertad, zona en la que, en los años 80, se produjeron varios combates entre la guerrilla y el ejército.

 

Muchos de los retornados recordaban las épocas terribles que los obligó a refugiarse. Una representación de ellos llegó a nuestra oficina a informar que un grupo de guerrilleros había aparecido en la finca para comprar en la tienda y esto había provocado pánico entre la gente, pues el recuerdo de la política de tierra arrasada se mantenía muy vivo y el ejército estaba muy cerca.

 

Partimos en la madrugada con Ricardo, el gendarme argentino, y Salvador, el piloto guatemalteco, hacia la zona. Las lluvias de junio habían convertido el camino en un gran lodazal y a unos ocho kilómetros del casco de la finca, el Toyota Land Cruiser se empantanó. A pesar del esfuerzo, lo único que logramos fue que el lodo nos cubriera completamente sin lograr mover un milímetro el vehículo. Decidimos ir por nuestra cuen­ta mientras Salvador trataba de sacar el vehículo.

 

Caminamos los ocho kilómetros de trecho que faltaba y sentía que me moría por el asfixiante calor y humedad. Llegamos a la finca y nos relataron los hechos: dos guerrilleros habían hechos compras y se internaron de nuevo en la selva. Junto con el gendarme seguimos el trayecto que ellos habían hecho, llegando al lugar de su campamento. Había ceniza y restos de que habían comido recientemente. Mi colega me afirmó que no serían más de cuatro personas. Seguimos caminando. Yo esperaba ver por primera vez a un guerrillero en su estado natural y, mientras esperaba que eso ocurriera, escuché un golpe muy fuerte. Ricardo, el gendarme, se estrelló de cabeza contra un tronco de árbol, cayendo desmayado en el acto. Mi preocupación ya no era encontrarme con la guerrilla sino saber si a mi amigo no le había ocurrido alguna lesión grave en su cabeza. Pocos minutos después se despertó y no recordaba nada, pero lo más asombroso es que no le dolía su testa. Yo le bromeaba diciendo que los gendarmes son unos cabezaduras sin parangón, y en el caso de él, efectivamente lo era.

 

Regresamos a la finca y confirmamos a la gente de la existencia del campamento pero no de la presencia de hombres armados. Luego supimos que nuestra presencia habría sido disuasiva para que la guerrilla no se acercara más a la zona, por el riesgo inminente de un ataque del ejército.

 

Al regresar, encontramos a Salvador luchando como león, a dos caballos y ocho hombres jalando con todas las fuerzas para sacar al vehículo del fango. Luego de sacarlo, el vehículo estaba irreconocible, Salvador agotado, Ricardo medio grogui y yo agradecido de un día más de mi vida.

 

 

Bernardino Bol pisó una mina

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Bernardino Bol salió con su hermanito a cazar. Caminando por la selva petenera encontró un coche monte[5] y tras una breve persecución, Bernardino cazó a su presa. Lo llevaba colgado en su espalda cuando de pronto, piso una mina que alguien dejó allí. El ejército culpó a la guerrilla y la guerrilla culpó al ejército. En todo caso, un hombre de veinte años se quedaba mutilado por culpa de alguien, por culpa de una guerra fratricida.

 

Françoise acababa de llegar a Petén. En el aeropuerto le dije que yo tenía que ir a ver algo delicado en el hospital de San Benito. “Te acompaño”, me dijo sin titubear. Es que así es esta francesa pura vida. La admiro por su vocación y com­promiso por los derechos humanos. Desde que la conocí en Washington, siem­pre me impresionó su meticulosidad por el trabajo y la excelencia profesional.

 

Fuimos y le advertí de lo que se trataba. Un hombre había pisado una mina y su condición era muy grave. Al llegar al hospital, Bernardino se encontraba tirado en una fría camilla, en un frío corredor de un frío hospital. Lo habían sacado para limpiarlo y lo dejaron allí, aullando de dolor. Françoise se puso pálida, se retiró y se fue a tomar aire. Era su primer encuentro con la brutalidad de la guerra en Guatemala.

 

A Bernardino lo único que le preocupaba saber era que pasó con su pierna y con el animal que había cazado.

 

La historia del loquito que quería quemar San Vi­cente

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Un grupo de vecinos de la aldea de San Vicente acudió a la oficina para denunciar que un “loquito” quería quemar la aldea. En su visita nos informaron que discutieron qué hacer con tan delicada situación y luego de varias horas, el grupo definió tres alternativas: acudir a los militares, acudir a las autoridades civiles o “meterle dos plomazos”. Optaron por la segunda y acudieron al juez de instancia, a la Policía Nacional, al Ministerio Público con las consecuentes negativas de todas las instituciones. Pasó todo el día y ninguna autoridad los apoyó, siempre, además, con alguna razón legal. Pensaron en la primera opción y los militares se negaron a actuar señalando que eso era “cosa de los civiles”.

 

Quedaba la última opción, la más brutal, la más rápida: meterle dos plomazos y fin del cuento. La decisión fue tomada y esa noche terminarían con el problema. Tuvieron un momento de lucidez y pidieron hablar con el Padre Cirilo, hecho que a su vez serviría para salvar al loquito que quería quemar San Vicente. Y es que el Padre Cirilo es uno de esos raros seres humanos que son con­secuentes con su destino. Personalmente le tengo una gran admiración y jamás olvidaré sus palabras del 27 de abril de 1998 en la despedida a Monseñor Gerardi.

 

El loquito pudo salvarse porque este santo en vida intercedió por él. Logró que lo sacaran hasta la parroquia y así evitó los famosos dos plomazos. Pasó la mitad de la noche medio dormido y la otra medio despierto, pero en esta segunda mitad aprovechó para salir por la puerta grande de la iglesia, sin que nadie lo viera.

 

Nadie más supo que pasó con el loquito que quería quemar San Vicente, pero una cosa es segura; se fue sin dos plomazos y con su locura al viento.

 

Nadie quiere a Benancio

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Quisiera pensar en peores lugares que la cárcel pública de Santa Elena, Petén, pero no puedo. Un lugar lúgubre donde la dignidad humana no existe y donde se come carne de rata para no morirse de hambre y, además, se caga en bolsa. Sí, en este fin de milenio, todavía hay gente que caga en bolsa, porque no hay drenaje. Cada día, por turno, a un preso le corresponde levantar la mierda de sus compañeros y llevarla no sé a donde.

 

En ese lugar conocí a mucha gente, pero a quien más recuerdo es a Benancio. Lo habían detenido en Palestina, una pequeña aldea en la ruta hacia la frontera con Chiapas, acusándolo de haberse robado una bicicleta. Lo detuvo el alcalde auxiliar porque su bicicleta desapareció y alguien tenía que pagar por ella. Y fue Benancio quien tuvo que pagarla, y la pagó muy caro.

 

Cuando lo conocí estaba seis meses preso. Hablé con su abogado y él se refirió al abuso al cual son sometidos los abogados penalistas al ser obligados a defender gratuitamente a los delincuentes y eso es inconstitucional. Hablé con el agente fiscal y él me dijo que había que tratar duro a los delicuentes para que aprendieran que con la ley no se juega. Además, el Código Procesal Penal dice que no hay fianza ni medida sustitutiva si el robo se trata de un medio de transporte, no importa si es un Mercedes Benz o una bicicleta, “el delicuente debe apren­der a vivir en la ley y a comportarse en sociedad”, dijo solemnemente el encargado de hacer cumplir la ley.

 

Benancio era el hijo mayor, con cara de ser el hijo menor, de don Pedro, hombre ciego que sobrevivía gracias al apoyo de sus dos hijos de dieciocho y trece. Fue detenido ilegalmente y depositado como un bulto en la cárcel. Y allí estuvo Benancio, nueve meses, hasta que el fiscal decidió que no había cuerpo del delito y lo sacó libre.

 

En esos meses nadie fue a visitar a Benancio. Una noche lo violaron varios presos porque no barrió bien la celda y por que “parecía una mujer”, me dijo.

 

La experiencia con Benancio fue muy dura para mí, aunque nada comparada con la de él. Recordé mucho a Eduardo Galeano y su Libro de los Abrazos cuan­do se refiere a los nadie, aquellos que valen menos que la bala que los mata.

A Benancio nadie lo fue a visitar y yo me quedé pensando si los verdaderos delincuentes no son aquellos que humillan al indefenso, que con criterios moralistas usan la ley para reprimir al más débil y se someten a los poderosos. Por eso es que la cárcel está llena de nadies, porque nadie los quiere, porque no son nadie.

 

Yo vi llorar a Domingo Ico

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Domingo Ico es un hombre recio. Cuando lo conocí en 1995 tendría unos trein­ta y ocho años. Es un indígena q’eqchi’, de músculos de acero y resistencia física imponente. No era muy alto y su contextura física lo delataba como un hombre de vida dura y sacrificada.

 

Su presencia en la oficina se hizo habitual. Apenas podía pronunciar el castellano. Siempre que vino mos­traba una cálida sonrisa pero una vez yo vi llorar a Domingo Ico y verle llorar fue algo que me impresionó profundamente.

 

Su historia es como la de miles de q’eqchi’s que han tenido que dejar sus tierras usurpadas para emigrar al Petén en busca de alguna opción de supervivencia. Él dejó su tierra en Alta Verapaz y, junto con su mujer y sus cuatro hijas, se asentó en una zona muy húmeda y caliente, la zona de San Diego.

 

Se ubicó en una aldeita llamada Río Tamariz, donde reinaba un comisionado militar cuyo nombre lo omito pero no lo olvido. Este hombre sembró el terror en esa zona durante la guerra y se convirtió en un tirano, llegando inclusive a amenazar a gente del Ministerio Público y MINUGUA con quemarla sí algún día volvía por la aldea. Domingo siempre le dio la cara y nunca se amilanó. Pero no pudo soportar la presión de las constantes amenazas que sufría y del acoso a su esposa e hijas.

 

Un día acudió a la oficina para pedir apoyo económico, pues había decidido abandonar la aldea. En un momento de la conversación se quebró y empezó a llorar. Con Ricardo, gendarme argentino, nos quedamos perplejos ante esa triste pero muy humana escena. Domingo lloraba porque sentía que había cedido a la presión del comisionado. Por el amor a sus hijas había tomado la decisión de irse. Creo de no haber ocurrido así, uno de los dos hombres ya no viviría. Se logró hacer una colecta para ayudarlo. Apenas tenía unas cuantas cositas pero lo que no tenía era donde ir.

 

Gracias a los buenos oficios de Rodrigo se logró que Domingo se estableciera en una aldeita en el municipio de San Francisco. Unos meses después nos encontramos con un grupo de campesinos proveniente de esa aldea. Al preguntarles por Domingo, dijeron que él era un hombre triste, pues sentía que había fallado a su condición de hombre al abandonar su tierra. Un día tomó sus cositas y, junto son sus hijas, esposa y su caballo, emprendió nuevamente la marcha, quién sabe a dónde. Tratamos de ubicar a Domingo pero nunca más supimos de él.

 

Esta historia es verdadera y revela parte del drama del pueblo q’eqchi’. Obligados a dejar sus tierras por razones de la violencia o por razones económicas, muchos han encontrado en la selva petenera su salvación. Pero otros no y han sufrido demasiado.

 

Recuerdo una vez que un finquero quería sacar de sus tierras unas sesenta familias. Fue a nuestra oficina a pedir apoyo para el desalojo. Nos decía que le dolía la situación de la gente, pero que el derecho a la propiedad privada es un derecho constitucional y él haría que el Estado le respete su derecho. Según él, en un acto magnánimo, se ofrecía a prestar sus camiones para trasladar a las familias a donde ellas quisieran ir.

 

El espectáculo siguiente fue desolador. Las pequeñas chozas fueron incineradas por la fuerza pública, las mujeres y los niños lloraban en el medio de la carretera y los hombres que habían tratado de defender la tierra estaban presos y, lo peor, todo era legal.

 

Triste realidad la del indígena. Ajeno totalmente al derecho europeo es fácil presa del sistema que le opri­me. La imposición de un derecho extraño sobre esta población ha provocado situaciones que reflejan que el derecho occidental es completamente exótico a la realidad cultural indígena. Esto es especialmente cierto con relación a la imposición de normas sobre el derecho a la posesión, uso y goce de la propiedad, que se encuentran completamente alejadas de la concepción indígena de propiedad.

 

Creo modestamente que el problema radica en esa diferencia cultural. Para la cultura indígena, la palabra tiene un importantísimo significado, es decir, tiene mayor valor que lo escrito, distinto al principio del derecho romano de dejar por escrito cualquier contrato civil. En la cultura occidental, el principio latino Pacta Sunt Servanta se aplica básicamente para las obligaciones que adquieren los países. Ese mismo principio, que significa que el hombre es siervo de lo que pacta, es la base de la cultura indígena. No se requiere de la solemnidad escrita ni de los formalismos de la compleja estructura jurídica para probar un hecho. Se da valor a la palabra.

 

La Constitución señala que el Estado está en la obligación de brindar el bien común. Tal cual como se suceden las cosas, el Estado, a través de sus instituciones, está protegiendo el derecho a la propiedad pero no se está ocupando de su función social de velar por la seguridad de las personas, las que quedan en absoluta indefensión.

 

Algo que no se cuestiona en el tema agrario es el aspecto antropológico de los indígenas, los mayores afectados por esta situación. El indígena tiene como fuen­te de supervivencia la agricultura y la forma de realizar la siembra es a través de la roza y quema, desbrozando el campo cortando árboles y quemando los residuos. Esto permite que la vegetación quemada permanezca sobre el suelo, lo que previene que no produzca la sequedad de la tierra y la vuelva inútil. La ceniza que cubre el suelo actúa como fertilizante, devolviendo los nu­trientes a la tierra. Así lo han hecho durante siglos, más de cinco siglos.

 

El campo es utilizado únicamente durante pocos años, de uno a cinco, y después se los deja sin cultivar durante varios años más, usualmente hasta veinte, para que la cubierta de la selva tropical pueda regenerarse y se restablezca la fertilidad del suelo. ¡Sabiduría, pues!

 

Lastimosamente mucho se ha dicho que los indígenas se han convertido en los grandes depredadores de la selva petenera. Pero nadie ha dicho nada de la tala de caobas con fines comerciales ni de la destrucción perenne de la selva para la creación de pastos para ganado. Como es normal, la soga se rompe por el lado más débil.

 

Nunca más volví a ver a Domingo pero sus lágrimas de hombre me sacaron lágrimas a mí.

 

 

De mi primera experiencia como árbitro en lucha de mujeres

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Estaba en mi oficina cuando Érik, un gran amigo chapín, entró y me dijo que había dos grupos de mujeres que requerían hablar con alguna persona de MINUGUA. Esto era parte normal en mi trabajo de observador de derechos humanos y cuando salí a recibirlas me encontré con dos grupos de cuatro mujeres cada uno, integrados por la madre y tres hijas en cada bando respectivo.

 

Inmediatamente sentí que había algún tipo de problema ya que los gritos de culpas y acusaciones empezaron apenas me hice presente. Un grupo acusaba al otro de haberse apropiado de un metro cuadrado en el mercado. El otro reivindicaba ese metro como propio. Era un tema que se podría dar en cualquier mer­cado del mundo en el cual vecinos se disputan tan preciada parcela de terreno.

 

Antes de que yo pudiera decir algo, una de las chicas agarró del pelo a una chica del otro grupo y de inmediato las madres intervinieron, no para separarlas, sino para pelear entre sí. Sin darme cuenta me encontraba en medio de una vorágine femenina en la cual ocho mujeres se halaban del pelo y se rasguñaban, obligándome a intervenir a manera de árbitro en una pelea de box o cachascán. Al ver que mis intentos eran bastante malos, hice lo que solamente una vez he hecho en Guatemala, es decir, levantar la voz y gritar algo así:SEÑORAS, ESTÁN USTEDES EN TERRITORIO NEUTRAL DE LAS NACIONES UNIDAS Y AQUÍ NO PUEDEN PELEARSE. SI QUIEREN, ¡¡¡SE VAN PARA LA CALLE Y SE PEGAN ALLÍ!!!”.

 

No imaginé que mis palabras tuvieran eco, pero de pronto, un grupo salió a la calle y el otro hizo lo mismo y la gresca continuó afuera. Las que llevaban la peor parte salieron corriendo rumbo al mercado y las otras detrás de ellas.

 

Con Érik quedamos viéndonos y concordamos en que acabábamos de estar con un grupo de mujeres al borde de un ataque nuclear. No sé que pasó después pero definitivamente esa fue mi primera acción de árbitro, y de verdad, espero que sea la última.

 


 

“Te dejo libre con la condición de que nunca vuelvas al pue­blo”

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Esas fueron las palabras que utilizó la jueza de instancia de San Benito cuando liberó a José Rodríguez. Parecían más las palabras de Clint Eastwood en algún spaghetti western, pero no, no era una película, eran palabras reales, se trataba de un ser humano despreciado.

 

Conocí a José Rodríguez en la cárcel. Recibimos cerca de cinco solicitudes para hablar con presos y entre ellos estaba este nombre. El nombre no me causó impresión pero el hombre sí, por que era negro y era la primera vez que veía una persona de raza negra entre los presos en la cárcel de Santa Elena.

 

Según me contó, él había ido a trabajar a Belice pero lo expulsaron por ilegal. Llegó a San Benito y en el mercado alguien gritó que unos negros beliceños le habían robado su tienda. Varios hombres salieron y lo detuvieron y le exigían que devolviera lo robado. Al no conseguir su objetivo decidieron quemarlo vivo atrás del mercado. Fue amarrado y cuando lo llevaban, un guardia de hacienda que casualmente pasaba por allí, preguntó lo qué pasaba y le dieron la versión del robo. El guardia convenció a los alterados comerciantes de que lo entregaran y lo llevó a la cárcel, lugar donde permaneció siete meses sin juicio alguno, sin contacto con nadie y soportando el racismo de los jueces, guardias y presos.

 

Luego de ese tiempo, la jueza no encontró razón alguna para mantenerlo preso pero tampoco encontró razón alguna para que José estuviera en Petén, razón por la cual le dio su libertad con la condición de que nunca volviera a Petén.

 

José Rodríguez es guatemalteco y nació en Livingston. Mucha gente no quiere a los beliceños y tampoco quie­re a los negros. Esos fueron los delitos de José Rodríguez, parecer de Belice y ser negro.

 

 

Don Roberto de la Cruz Tórtola

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Si hay alguien a quien yo recuerdo con ternura y admiración, esa persona es don Roberto de La Cruz Tórtola. Hombre de sesenta años que en el tiempo que lo vi jamás dejó su sonrisa y nunca se cambió de camisa. Exigía a un finquero que le pagara sus prestaciones laborales. En el juzgado lo mandaban a Sayaxché, de Sayaxché lo mandaban al demonio y él siempre regresaba conmigo. Luego de meses de lucha logró que el finquero le pagara los trescientos quet­zales. La última vez que lo vi, vino con una guayaba y un racimo de bananos, cosechados por él. Ésa fue su forma de agradecimiento, tan genuina, tan sencilla, tan profunda, tan de él.

 

Estoy seguro de que en tanto viaje gastó más de lo que recibió, pero se quedó con la sonrisa y la satisfacción de haber conseguido lo que por derecho le correspondía. Fue una lección de humildad y grandeza de un hombre sencillo, que jamás hipotecó su sonrisa y nunca se cambió de camisa.

 

 

La llamaban “Cristina”

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Tenía dieciséis años cuando murió. El 13 de agosto de 1995, se produjo un enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla, en el cual se reportó la muerte de una guerrillera en combate. Días después, la guerrilla denunció que la guerrillera, a quien llamaban “Cristina”, había sido ejecutada por los soldados y no muer­ta en combate. Según la información, Cristina habría recibido un disparo de fusil Galil a la altura de la tibia, que le destrozó completamente la pierna. Sus compañeros trataron de llegar hasta ella, pero debido a la intensidad del combate tuvieron que dejarla en manos de sus enemigos. Momentos después se escucharon dos tiros.

 

En la primera autopsia, realizada sin ningún concepto técnico, se estableció que había muerto como consecuencia de un tiro en la pierna y la posterior hemorragia. Sin embargo, ocho meses después, se llevó a cabo una segunda exhumación y autopsia, en las cuales yo participé como observador internacional. En esta opor­tunidad participaron dos amigos de gran experiencia en antropología forense, Andy y Federico. Curiosamente, el cuerpo de la infortunada guerrillera se había mantenido, seguramente por la humedad, en buen estado. El olor que expedía el cuerpo cuando lo sacaron de la bolsa de plástico era nauseabundo, era el olor de muerte.

 

Con gran técnica los expertos fueron armando el cráneo y se pudo notar con claridad meridiana que en la parte anterior de la cabeza, en la nuca, había un orificio de entrada minúsculo con un gran orificio de salida destrozando los huesos frontales de la cara. Asimismo, al revisar sus prendas de vestir, en su camisa aparecía un orificio de entrada por la parte posterior. El informe médico forense fue categórico: “Rango de distancia de los disparos: menos de dos metros”.

 

Esa niña no murió en combate, murió ejecutada cuando estaba herida. Tuve el honor y la tristeza de decir a su padre que su hija había muerto luchando por sus ideales.

 

Nadie fue juzgado por este asesinato.

 

 

Terror se escribe con Dos Erres[6]

Dedicado a todas las víctimas del Enfrentamiento Armado Interno

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

En 1978, dos hombres, de apellidos Reyes y Ruano, fundaron una aldea a la que llamaron Las Dos Erres, una aldea creada por gente venida desde oriente con la idea de sacar adelante a sus familias. Ubicada a ocho km de Las Cruces, la aldea Las Dos Erres es uno de los casos más emblemáticos de la guerra sucia y terror en Guatemala.

 

Esta triste aldea, que originalmente no era triste, se vio envuelta en lo que miles de guatemaltecos tuvieron que vivir. Estuvieron en un fuego cruzado entre el ejército y la guerrilla. La guerrilla que operaba por esa zona pasó por la aldea. Esto fue suficiente para que el ejército desplegara un gran contingente en contra de los habitantes de Las Dos Erres.

 

Fue así como el 7 de diciembre de 1982, un pelotón de kaibiles[7] llegó a la aldea y, con una crueldad indescriptible, asesinaron a más de trescientas personas, en una orgía de sangre y violencia que ni la fantasía más audaz puede imaginar. Los cuerpos de la mayoría de las personas fueron arrojados al pozo de agua de la comunidad.

 

El 4 de mayo de 1995, doce años después de la matanza y doce días después de mi llegada a Guatemala, yo me encontraba en el pozo de la infamia como observador internacional del inicio de las excavaciones a cargo del Equipo de Antropología Forense de Argentina y de FAMDEGUA[8]. Recuerdo muy bien a Silvana, del equipo, bajar en cuerda al fondo del pozo. Eran mis primeras experiencias en el terreno y me encontraba ya con gente entregada a su trabajo y a la pasión por dignificar a las víctimas de la guerra.

 

Luego de varios meses de intenso trabajo, más de ciento ochenta cuerpos fueron exhumados del pozo. Según Ríos Montt, en su gobierno no se asesinó a nadie, solo se persiguió y ejecutó a algunos delincuentes y terroristas. Setenta y siete cadáveres pertenecían a niños, cuyo promedio de edad se estableció en doce años. En junio de 1995 se llevó a cabo una ceremonia de entierro de los cuer­pos exhumados dando así lugar a que las víctimas fuesen enterradas con dignidad y hoy brilla en Las Cruces una placa conmemorativa a aquella terrible tragedia.

 

Uno de los momentos más dramáticos y conmovedores que me ha tocado ver en mi vida ocurrió a mediados del año 97, cuando subí nuevamente al lugar donde se encontraba el pozo de la infamia, en compañía de varias mujeres, esposas y madres de varios de los hombres, mujeres y niños allí asesinados. Ellas subían por primera vez. Doña Francisca, doña Marcela entre otras, asomaban su cara al lugar de la infamia, al lugar a donde fueron lanzados sus esposos e hijos. Doña Francisca, sobre todo, no se descompuso un ápice. Estuvo serena, con la mirada firme en el pozo. Cuántos recuerdos estarían llegando a su memoria. Por la tarde ella nos invitó a su casita, sin luz, sin agua, pero con gran calor humano, pese a que vive sola desde el 7 de diciembre de 1982. Doña Fran­cisca es para mí el símbolo de la mujer guatemalteca: digna, que no se ami­lanó ni rindió ante los bárbaros criminales y, aunque le quitaron todo lo que ella quería, nunca pudieron con su dignidad.

 


 

“Que me paguen los tomates”

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Conocí a don Carlos Olivares en una charla sobre el Acuerdo Global sobre Derechos Humanos, en una pequeña aldea cerca de la frontera con Belice, en Melchor de Mencos. Fue el 4 de junio de 1995. A partir de esa fecha, la presencia de don Carlos Olivares fue habitual en nuestra oficina. Su queja era una: “Que me paguen los tomates”.

 

Al indagar más sobre su denuncia, entendimos que un avión de la embajada estadounidense había fumigado un campo de cultivo de marihuana. El problema era que en el campo de cultivo de marihuana no crecía marihuana, sino los tomates de don Carlos.

 

Él acudió a las instancias locales. Nadie le hizo el menor caso. Él acudió a la prensa, donde le hicieron un poquito de caso, ya que fue entrevistado como una novedad frente a rutina de constantes denuncias de muertes violentas. Lo entrevistó el canal local, y él, sin un solo diente, expuso valiente su denuncia, “que me paguen los tomates”.

 

Era un verdadero caso de un pequeño gran David en contra de un Goliath, pero en esta oportunidad, las armas del David no hicieron nada en la super estructura del Goliath.

 

Al final, don Carlos se quedó sin sus tomates y la embajada sin su marihuana.

 

 

La historia del inválido que salió corriendo

 

Regreso a la tabla de contenidos

           

Ocurrió en Melchor de Mencos. Fui con Antonio, un gran amigo carabiniere, a verificar una denuncia. Un joven se quejó que la policía lo había agredido brutalmente en un burdel. Al revisar el parte policial, establecía que “el individuo presenta laceraciones producidas al momento de salir corriendo huyendo de la acción policial, tropezándose y golpeándose la cara”.

 

Parecería un hecho normal que una persona, para evitar la acción policial, salga corriendo, se tropiece y se golpee la cara. Al fin y al cabo, es muy común en los partes policiales que siempre que alguien aparece golpeado en la cara, es porque se cayó, y como siempre, puso la cara para no lastimarse las manos.

 

Pero en el caso del joven que salió huyendo, había un detalle interesante. El joven es paralítico y la única manera de moverse es mediante una silla de ruedas.

 

Éste no es más que otro caso de abuso al más débil, pero con la de que se imputó de un delito a un inocente. Para fabricar la mentira ni siquiera se pensó que la única manera de la cual esta persona no podía huir era corriendo.

 

Otro triunfo de las fuerzas de seguridad frente al crimen organizado.

 

 

De cómo me vi envuelto en un lío religioso y cómo me desenvolví

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 2 de julio de 1995 fue mi primera salida en solitario, en compañía de un intérprete, a una comunidad en la frontera de Petén y Alta Verapaz. La comunidad me había invitado para que explicara el Acuerdo Global de Derechos Humanos. El viaje hasta el lugar fue muy interesante. Al llegar al último punto accesible en vehículo, tomamos una lancha por el Río Santa Isabel, con lugares espléndidos llenos de selva y ruinas mayas.[9] Llegué al punto donde dicho río se encuentra con el Río Sebol y forman el Río de la Pasión.

 

Luego de un viaje lleno de paisajes mágicos, llegamos a la aldea. En el lugar me recibió el líder evangélico quien me pidió, además, que pasara la noche en su choza junto con su familia, hecho que acepté y agra­decí.

 

En la escuelita habría unas doscientas personas y, tan pronto como terminé mi exposición, surgió un problema que no estaba en mi itinerario. El grupo evangélico me informó que los católicos querían determinar el tipo de educación que se impartiría a los niños, pues de educadores católicos llegaba a dar instrucción primaria. Los católicos por su parte afirmaban que el maestro del Ministerio de Educación, habitualmente estaba ebrio y acosando sexualmente a las niñas. Este grupo solicitó que fuera yo quien decidiera si seguían dando la educación católica o sí se daría la educación laica con un maestro borracho.

 

Obviamente mi situación era bastante complicada ya que la discusión estaba subiendo de tono, la temperatura a la sombra subía y mi corazón latía desbocadamente. Traté de explicar que ésa no era misión mía y que deberían hablar entre ellos y buscar una alternativa propia. Entre gritos destemplados de todos, se acordó que se formaría una comisión para discutir esa noche y que a la mañana tendrían una solución.

 

El líder evangélico hacía referencia a que yo me quedaría en su casa esa noche. Aclaré que mi estadía se debía a su invitación y no porque yo estuviera de parte de ellos; inclusive, en mi desesperación, pedí al líder católico que me permitiera conocer su choza. Esto fue bien visto pero me hicieron la salvedad de que podía entrar si lograba exorcizar a un joven que estaba poseído por el demonio.

 

Tuve que aclarar que mi experiencia como exorcista se limitaba a haber visto la película y que no era el idóneo para hacerlo. En medio de esta discusión, llegó la noche, con sus olores y ruidos. La comunidad decidió que la discusión seguiría a la mañana siguiente. Me fui a la cabaña del líder evangélico. Al poner la hamaca y al acostarme en ella, provoqué un cataclismo en la choza, ya que mi peso excedía con mucho la capacidad de aguan­te de las vigas, provocando más risas que sustos. Prácticamente tuve que quedarme totalmente inmóvil, ya que a cada movimiento mío, las estructuras temblaban y las risas inundaban el pequeño espacio.

 

Al día siguiente, la reunión continuó y se llegó a un acuerdo en el cual los catequistas católicos darían su instrucción a los católicos y todos los que querían la clase laica, lo harían con el maestro, previa solicitud de cambio porque estaban hartos de tanto abuso y borracheras.

 

Ésa fue una de mis primeras experiencias con otra cultura. Creo que mis acciones revelaban mi total desconocimiento en la forma de actuar frente a un grupo humano con características culturales distintas a las mías. Dura lección de antropología. Desde ese momento tomé la decisión de tratar de no influir nunca más en aspectos antropológicos sin tener antes los elementos necesarios. Creo que para quienes tenemos la suerte de trabajar con culturas distintas, es necesario tener un conocimiento previo del mundo al que vamos a penetrar ya que, de lo contrario, caemos en inmediateces absurdas provocando posiblemente aún mayor confusión de la ya existente.

 


 

Tikal

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Antes de venir a Guatemala, solo sabía de este bello país la existencia de unos templos mayas y de una terrible guerra civil. Ahora, cinco años después de mi estadía en estas tierras chapinas, conozco algo más, pero sobre todo, conozco más de los templos mayas y más de la terrible guerra civil.

 

Hoy voy a escribir sobre Tikal. Desde la primera vez que fui a ese lugar, con una goma[10] gigantesca después de una farra con Will y Lissa, hasta la última que fui con mi Papá. Tikal ha sido para mí el lugar más bello y exótico que he visitado. En total he ido diecinueve veces a ese lugar. He visto cinco amaneceres y, junto con la erupción del volcán Pacaya y los humos de los tejados en Todos Santos, son los momentos más emocionantes y bellos que la naturaleza me ha regalado en Guatemala.

 

Fue en Tikal, en la galería de la acrópolis central, mirando la cresta del Templo V, donde el 4 de julio de 1995 escribí el poema dedicado a Françoise titulado “Esta tarde en Tikal alguien me robó tu soledad”. Fue allí donde subí pirámides con mi Papá, creando una relación bella y filial. Fue allí donde me refugié durante dos días para tratar de entender por qué me iba de Petén. Fue allí donde vi, el 12 de octubre de 1995, la representación más genuina del baile de la conquista. Fue allí donde tuve el primer atardecer en paz el 29 de diciembre de 1996. Fue allí donde el Archi y yo nos tomamos fotos, con el Gran Jaguar de testigo, que son un recuerdo imborrable de tan entrañable amistad. Allí inmortalicé un beso de pasión con Giovanna en la cumbre del Mundo Perdido y un abrazo fraterno con mi cuate charrúa Ricardo.

 

Es que Tikal es mágico. Me precio de conocerlo muy bien por fuera, porque nadie creo que pueda conocerlo por dentro. ¡Qué civilización la maya! ¿Cómo pudieron hacer tanta maravilla? Las pirámides son una obra maestra de ingeniería y estética al igual que los estanques, los templos, las galerías, etc. Tal vez un hecho que hace tan fantástica a esta ciudad perdida, es la coexistencia de la fenomenal obra humana con la fascinante selva tropical, plagada de fauna y flora, de niebla y de pasión. Y es gracias a esa comunión entre la obra humana y la natural que esta ciudad perseveró en el tiempo. Durante mil años la selva la protegió desde que el último de sus habitantes la abandonó.

 

En 1998 tuve la suerte única de estar en las pirámides del Sol y de la Luna en Teotihuacán, Keops y Kefren en Egipto y en las de Tikal. Pero para mí, la niña de mis ojos sigue siendo y será la pirámide del Gran Jaguar y el Acrópolis central. Es el lugar en el cual mis más hermosos pensamientos han brotado, es el lugar de mi mayor encuentro con mi espiritualidad y conciencia, y es el lugar al que siempre querré volver.

 

Y volveré.


 

 

            “That will be a problem to us”

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Llegó a la oficina un nuevo compañero. Su nombre es Aucán Huilcamán y es mapuche. Llegó en las navidades del 95 y el día después de Navidad la coordinadora me pidió que lo llevase a una verificación en uno de los lugares más alejados de Petén, de Guatemala y del mundo.

 

Teníamos que verificar las amenazas a un guerrillero que había dejado sus filas y había retornado a su hogar. Llegamos al sitio luego de un viaje de casi seis horas, atravesando el Río San Pedro. Logramos encontrar al joven y manifestó que todo estaba bien.

 

Después de esa brevísima verificación de cinco minutos iniciamos nuestro viaje de regreso. Parecía un día más en la vida de un observador de derechos humanos, pero me equivocaba por completo ya que al llegar al río, una multitud nos esperaba al frente.

 

Al cruzar el río, se acercó un hombre que se identificó como el alcalde auxiliar. “Queremos su ayuda por favor, ayer hubo una pelea y hay tres heridos”. Pensé que era una pelea en la cual había habido disparos y estaban heridos. No, no fueron disparos sino fueron machetazos. Un hombre celoso macheteó a su joven esposa y al hijo de ella. El celoso tenía celos del niño, que no era suyo, y cada vez que tomaba, arremetía contra los dos. La mujer tenía machetazos en varias partes del cuerpo y el niño había recibido cortes, de menor gravedad, tam­bién en su cuerpito. Pero quien realmente estaba en gravísima condición era un transeúnte que pasaba al frente de donde ocurría la pelea conyugal. Un pobre hombre que de curioso terminó con el cráneo abier­to por el tremendo golpe de machete.

 

No había muerto. Le habían puesto cal en la herida para que no siguiera sangrando. Nunca se irá de mi memoria el espectáculo tan desagradable que veían mis ojos.

 

“Por favor, llévenlo a San Benito”, clamaba la gente. Con la ayuda de algunos vecinos introdujimos al herido dentro del vehículo. El hombre tendría unos sesenta años y era mejicano. Aucán me hizo notar que un viaje hasta San Benito por las carreteras de Petén era la muerte segura para el mexicano y tenía razón.

Optamos por llevarlo a la frontera, ya que el Río San Pedro es la entrada a México y en lancha demoraría una hora hasta el hospital más cercano. El problema surgió en la migración, pues ningún lanchero quería llevar al hombre. Éste se me muere en la lancha”, decían.

 

En esos momentos, un grupo de turistas europeos y australianos iniciaban el viaje hacia México. Les hablé en inglés y me identifiqué como funcionario de las Naciones Unidas. Después de explicar la situación, una turista austríaca dijo, “that will be a big problem to us”,[11] pero antes de que ella terminara de decirlo un australiano dijo, “I don’t care if that is a problem to us. This man is dying so we will take him to Mexico”.[12] ¡Que gran hombre ese turista desconocido! Y así fue. Los turistas lo llevaron.

 

A quienes sí tuvimos que llevar fue a la joven mujer, cuyo dedo índice derecho colgaba apenas de un tendón y a quien la mejilla abierta del machetazo se había convertido en una mezcla de sangre, tierra, sudor y cal, y a su niño que, además, venía con una fiebre muy alta. Junto con Aucán, Julio, el piloto guatemalteco y Jorge, un policía colombiano, iniciamos el viaje en medio de un diluvio torrencial.

 

La joven no se quejaba por los cortes, incluso nos habló de su vida y del niño. A lo que ella realmente le tenía miedo era a la inyección que le pondrían en el hospital. Eso la hacía llorar más que los cortes en su cuer­po. El niño venía en brazos de Jorge, quien con santa paciencia le cantó todo el viaje y aguantó toda la diarrea del infante.

 

Para cambiar el ambiente tenso del vehículo, empecé a conversar con Aucán de su lucha por el pueblo mapuche. Le manifesté que sentía una sana envidia por él, pues nunca antes había conocido a alguien que tenía tan claro cual era su convicción: la libertad de los mapuches. A raíz de ese viaje hicimos una buena amistad con él y fueron muchas las horas de discusión sobre el derecho de los pueblos indígenas, sus ilusiones, sus amores y sus fracasos.

 

Al llegar al hospital, las enfermeras tomaron a cargo al niño y a la mujer. Al cabo de unos días la fuimos a visitar. La habían limpiado y le habían salvado. Su hijo también se salvó. El que no corrió con igual suerte fue el mexicano, que murió pocos días después en Chiapas a causa de las gravísimas heridas producidas por el golpe de machete.

 

Pensamos que ese día sería otro más en la vida de lo

 

 


            “De indio a indio”

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Recibimos una llamada en la oficina en la cual alguien dijo, “quieren quemar al brujo” en una comunidad cercana a Sayaxché. Una vez identificada la aldea, junto con Françoise y Aucán nos trasladamos al lugar. Hicimos un análisis preliminar sobre la forma que entraríamos en la aldea y decidimos que debíamos dar la apa­riencia de que nues­tra llegada era casual y no como producto de una denuncia.

 

Al llegar al lugar, vimos que había una reunión de unas trescientas personas. Entramos con la excusa de que habíamos visto la multitud y que podría ser una buena razón para divulgar los acuerdos de paz. La gente se extrañó con nuestra pre­sencia, pero al mismo tiempo fuimos recibidos con cordialidad.

 

Era evidente que se estaba realizando una reunión para tratar el asunto del supuesto brujo, y nuestra presencia fue rápidamente interpretada que se debía a ese motivo. Nosotros lo negamos reiteradamente pero ya que estábamos en el lugar, tal vez podríamos mediar en el asunto, por lo que tomé la palabra señalando que había que respetar el derecho a la justicia y que el hacer justicia por mano propia era un delito y bla, bla. Estábamos en una escuela y los tres nos encontrábamos al frente de la gente y cada vez más el grupo se acercaba, no de manera hostil, pero sí dentro de un ambiente de tensión. Nosotros podíamos ver que la persona en cuestión sudaba de manera extraordinaria.

 

El grupo más radical, que era de evangélicos, rechazó mi intervención señalando que esa persona había hechizado a varios del lugar y que debía ser quemado. Además, exigían saber cómo fue que nosotros llegamos allí. El otro grupo era representado por los ancianos católicos quienes consideraban que no había habido hechicería en la muerte del paciente sino un accidente y que no era culpable. Este grupo era minoritario frente a la presión del grupo evangélico, liderado por un excomisionado militar.

 

El clima se ponía cada vez más tenso y fue cuando le dije a Aucán, diles algo rápido porque la cosa se está poniendo difícil”. En el momento en que estábamos a menos de un metro del grupo de gente exaltada, Aucán inició un discurso memorable y sus palabras fueron algo así:

 

“Soy Aucán Huilcamán y soy indio. Y aquí vamos a hablar de indio a indio. Para los ladinos, lo que ustedes van a hacer es un delito y se pueden ir presos. Demostrémosles que entre nosotros somos capaces de resolver nuestros propios problemas y que no necesitamos de la justicia ladina. Ustedes son los únicos llamados a resolver el conflicto pero no de manera brutal, porque nuestra raza nunca actuó así. Demostremos que podemos y reivindiquemos a nuestra raza”.

 

La fuerza de voz que usó Aucán fue imponente y todo el barullo que había se apagó. Todos le oyeron y fue como un hecho mágico en el cual se identificaron con él, con su hermano mapuche, olvidando sus rencillas religiosas. Hubo un acuerdo de que la decisión que se tomara sería cumplida, para lo cual nos pidieron que dejáramos la aldea.

 

Dos días después, nuestro informante nos comunicó que la aldea había decidido condenar al destierro al supuesto brujo y le habían dado tres semanas para que abandonara la aldea.

 

En una ocasión, conversando con Marcela Tobar, ella me confirmó que la expulsión de la aldea a uno de sus miembros, el ostracismo, es una de las acciones más duras a las que se le puede condenar a una persona. Me quedó como enseñanza que la cultura indígena actualmente se encuentra muy contaminada con injerencias exóticas, pero que, al mismo tiempo, existe todavía dentro de la comunidad q’eqchi’ una fuerte existencia del uso de prácticas consuetudinarias. El Estado no está obligado solamente a respetarlas sino tam­bién a evitar la extinción y el etnocidio de los pueblos mayas de Guatemala.


 

 

            MINUGUA defiende delincuentes

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Recuerdo muy bien la mañana del martes 27 de marzo de 1996. Rodrigo y Miguel recibieron una denuncia. La noche anterior había sido asesinado un co­merciante en el mercado de Santa Elena. En el momento en que mis dos amigos se aprestaban a iniciar la verificación, oímos que un grupo de gente reclamaba ante la oficina. Pensé que se trataba de alguna comunidad indígena reclamando su derecho a la tierra o algo parecido. Pero no, era la gente del pueblo de Santa Elena pidiendo justicia por la muerte del comerciante. Algunos lanzaron piedras y otros reclamaban a MINUGUA por defender a los delincuentes. Incluso el líder de la marcha, un pastor evangélico, entró a nuestra oficina para cerciorarse de que el presunto asesino no estaba siendo protegido por nosotros.

 

Lo que sucedió después fue muy lamentable. La gente empezó a exigir justicia y pedía a gritos que la Policía Nacional entregara al detenido para ser linchado por la multitud. El obispo de Petén, el Ministerio Público, los jueces, el ejército, ciudadanos reconocidos por la comunidad trataron de mediar en el conflicto. Los comerciantes eran tajantes: “Si no nos entregan al asesino, no nos responsabilizamos de lo que pueda pasar”. El Padre Cirilo Santamaría, con su acos­tumbrada mesura, hizo un llamado a deponer esa actitud, pero aún él no fue escuchado. La muchedumbre no escuchaba a nada ni a nadie, solo querían justicia y querían hacerla por ellos mismos; no creían ni en la justicia oficial ni en el derecho, agotados de tanta impunidad.

 

Más de mil personas acudieron enardecidas a la granja penal de San Benito para arrancar de las autoridades penitenciarias al supuesto asesino. El ejército se hizo presente con más de ochenta soldados fuertemente armados y dos tanquetas artilladas. Las posibilidades de una matanza fueron enormes. Luego de un ir y venir de piedras y bombas lacrimógenas, la gente se retiró al centro de Santa Elena. Durante toda la noche hubo enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los pobladores que clamaban por justicia.

 

En esa mañana, un muchacho robó una billetera en el mismo mercado pero no tuvo la misma suerte que tuvo el asesino del mercader la noche anterior. La gente se desquitó con este pobre diablo. Lo golpearon con todo lo que encontraron y al final lo rociaron gasolina y alguien prendió un fósforo. La siguiente escena era la de un ser humano convertido en pira corriendo desesperado por las calles de Santa Elena, lazándose a una charco lleno de mierda para apagarse el fuego de su espalda.

 

Estos hechos tuvieron un profundo impacto en mí. Me impactó ver a la multitud completamente fuera de sí misma. Ver a la gente, gente buena, trabajadora, humilde la mayoría, súbitamente descontrolada, en una agresividad colosal, exigiendo justicia, harta de tanta injusticia e impunidad.

 

El hecho, aunque no fue el primero, fue el que me indujo a investigar un poco más a fondo este fenómeno. En poco más de dos años se registraron en este país más de ciento treinta linchamientos, con más de ciento veinte muertos.

 

El trabajo lo inicié en noviembre de 1997. Con mi cuate Fernando López diagramamos un esquema de trabajo que arrojó resultados muy dramáticos sobre esta impresionante realidad. Este estudio sirvió para establecer la posición de la Misión en el Octavo Informe sobre Derechos Humanos al Secretario General de las Naciones Uni­das.

 

Este trabajo me hizo conocer más profundamente la realidad guatemalteca. Me permitió conocer el criterio de guatemaltecos que aman su país y me dieron muchos elementos sobre este tan difuso tema. Junto con algunos colegas de la Misión organizamos un seminario en Panajachel durante tres días para debatir el tema con abogados, antropólogos, sociólogos, las iglesias católica y protestante, y representantes indígenas y del Estado, con el objeto de encontrar causas y posibles soluciones a tal situación. El resultado fue un selecto material de conferencias y del trabajo en grupos pero, lastimosamente, dicho material no fue publicado debido a la tozudez de algunos funcionarios. Ojalá algún día alguien logre publicar el resultado de este estudio que tanta falta le hace a este bello y sufrido país.

 

 

            El mejor fútbol de Brasil está en Petén

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

 Se llama Alair García Junior. No, no es jugador del Real Madrid o del Flamengo. Tampoco es la última contratación de Comunicaciones o de Municipal de Guatemala. Es la nueva adquisición del equipo de Los Mecánicos de la liga barrial de San Benito, Petén.

 

Recuerdo la final entre Los Mecánicos y el equipo de la Coca Cola. El partido se definiría por penales. Los de la Coca Cola ganaban 5 a 4 y faltaba un penal para Los Mecánicos. El llamado, el ungido para patear el balón era aquel brasileño que había llegado a Guatemala a trabajar en MINUGUA como observador policial, y se había convertido en un ídolo entre la gente sencilla de Petén.

 

Durante un año, este buen policía mezcló las charlas de derechos humanos con partidos de fútbol. En Petén, el departamento más grande de Guatemala, su nombre se escuchaba en cualquier cancha, en la aldea más alejada. Al comienzo la gente decía, “ahí vienen los de MINUGUA”, pero después decía, “ahí viene Alair­”. Daba gusto verlo dar una charla sobre los derechos humanos, pero más gusto daba verlo jugar con la pelota. La gente atendía a las charlas con ganas, pero con más ganas veían a ese mago del fútbol hacer malabares con los pies.

 

Poco a poco, las solicitudes de charlas llegaban desde los puntos más remotos y allá iba Alair, con sus folletos humanitarios y el balón bajo el brazo. Él fue un gran aporte a los derechos humanos y aún mejor para el fútbol de Petén.

 

Por cierto, el único error que cometió Alair fue fallar el penal decisivo y permitir que el equipo de la Coca Cola se corone campeón de San Benito. Las únicas palabras que se me ocurrieron decirle para consolarlo fueron: “Alair, hasta Sócrates falló un penal contra Francia”.

 

Él sonrió.

 

 

Fundamentos antropológicos de mi ignorancia

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 17 de mayo de 1995 fuimos invitados por una comunidad de Poptún a una ceremonia maya llamada mayahack. Ese año el verano fue fulminante. Las lluvias no llegaban y las cosechas se iban al garete.

 

La gente de la comunidad decidió invocar a sus espíritus para clamar por el líquido vital. Fue un espectáculo maravilloso para mis ojos occidentales. El acto duró doce horas, empezando a las seis de la tarde. Durante toda la noche, los sacerdotes mayas hicieron plegarias en q’eqchi’, en un pequeño altar en el cual se creó un círculo en el suelo de alrededor de un metro de diámetro y donde se pusieron algunos frutos, azúcar y se sacrificaron dos gallinas. Se prendió una fogata y un grupo de hombres primero y luego uno de mujeres, caminaron alrededor del fuego, siempre atentas a la mirada de los sacerdotes. Posteriormente hubo un acto en el cual los asistentes giraban en el sentido de las manecillas del reloj enfocando hacia uno de los cuatro puntos cardinales. Así me dí cuenta de que todos los asistentes están primeros en algún momento y después últimos.

 

Me sorprendió la ausencia total de alcohol. Las personas entraban en un éxtasis y las mujeres mayores bailaban incansablemente, seguidas de las más jóvenes, al son de una marimba y de un violín. En la actividad estuvo presente el padre Salvador, un indígena kakchiquel, gran defensor de las tradiciones sincréticas cristiano-mayas. Él celebró una misa a las seis de la mañana, en la que participaron todos los asistentes.

 

Para mí era un acto sin precedentes. Completamente acostumbrado a una vida de comodidades, donde nunca me ha faltado nada, era un momento de extraño regocijo y de incredulidad. Era mi primer contacto con una cultura totalmente extraña, aunque ya había tenido anterior­mente la oportunidad de trabajar con comunidades indígenas en la provincia de Chimborazo en el Ecuador.

 

Mi experiencia en el Ecuador me reveló, años después, que el trabajo allí era paternalista. Tengo la con­ciencia tranquila en el sentido de que lo que hacíamos era con el objetivo de ayudar a los indígenas a salir de extrema pobreza. Pero jamás se me ocurrió pensar ni siquiera que estábamos en otro medio cultural, donde la comunión con la naturaleza es parte de la espiritualidad de todos los pueblos indígenas.

Fue en Guatemala donde mi apreciación de otro mundo me indujo a la necesidad de ser más y mejor observador de mi entorno. En septiembre del 96 inicié a distancia mi estudio de antropología; debo decir que fue una de las mejores decisiones tomadas, aunque por diversas razones no pude terminar los cuatro años requeridos. Sin embargo, creo necesario recalcar que tengo serios problemas existenciales en cuanto al trabajo que se realiza cuando se trata de una cultura diferente a la propia.

 

¿Tiene un antropólogo legitimidad de estudiar a otro? ¿No es un derecho el de ser como sé es y nadie tiene por qué averiguar ese modo de vida, costumbre y comportamiento social? ¿Tiene un arqueólogo la autoridad moral de ir y cavar una tumba o de descubrir una pirámide? ¿Tiene un turista derecho a intervenir en aspectos culturales y religiosos o tomar fotografías? ¿O es en cambio una necesidad antropológica para evitar la destrucción étnica de aquellas culturas que todavía perviven evitando que la filosofía consumista occidental termine por completar la destrucción étnica de lo que queda en Abya Yala?

 

Éstas y muchas otras cuestiones son temas de permanente discusión con Giovanna, quien con un amor infinito, se entrega a su estudio en las comunidades de Alta Verapaz. Al verla me convenzo de que su trabajo es válido, pues el objetivo de su investigación antropológica y sociológica converge en una necesidad de colaborar a la permanencia cultural y no a configurar nuevos patrones de neocolonialismo.

 

Hoy, cada vez que tengo la oportunidad de ser invitado a una celebración espiritual, me alegro de ser persona y de poder tener los sentidos para descubrir nuevas realidades, nuevas formas de pensamiento, de derechos, de costumbres.

 

Guatemala ha sido sin duda una gran escuela para consolidar los aspectos antropológicos de mi ignorancia.

 

Una tarde de circo en San Benito

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Recuerdo que, cuando era niño, iba al circo en la explanada que hoy cubre la Casa de la Cultura en Quito, allá, en la Avenida Patria y 6 de Diciembre. Honestamente, el circo nunca fue realmente mi pasión y creo que desde allí desarrollé un sentimiento contra las rejas, la domesticación de los animales y los humanos y el cariño genuino por los payasos, que son, sin duda alguna, los fieles reflejo de la sociedad. Jorge Enrique Adoum, uno de los intelectuales más preclaros de la literatura ecuatoriana, señala que

 

“...el payaso es por acá, como en el resto del mundo, el personaje que mejor encarna e interpreta la realidad de su comunidad, víctima del sistema, y la suya propia, víctima del circo. Entre nosotros el payaso es, ese <peón del destino> que veía en él Henry Miller, aunque haya quienes, en lugar de su propia imagen de víctimas de los demás y de la suer­te, vean en su rostro y su vestido el retrato aproximado del idiota del lugar, sea el limpiabotas del mercado o el mendigo tartamudo.”[13]

 

De mi época petenera recuerdo los pequeños circos de pueblo que iban por allí y por allá. Con sus carpas remendadas, sus camiones reviejos y la sonrisa de los niños esperando encontrar un burro o un perro para dar de comer al león, aún más viejo que los destartalados camiones.

 

Uno de estos circos llegó a San Benito, el pueblo que nos acogía. Fui con Françoise a ver esa triste y al mismo tiempo cómica y alegre presentación. La carpa era una sola masa de remiendos que la hacía ver como una sobrecama multicolor y multiusada. En la boletería había una señorita y a su lado un mono araña encadenado, con cara de ya me quiero morir. Una vez comenzada la función, la misma señorita aparecía otra vez, pero no a cobrar las entradas sino a presentar los actos, y a su lado, el mismo mono araña encadenado, con cara de ya me quie­ro ir.

 

Aparecieron los trapecistas: tres jóvenes atletas y uno no tanto. Por supuesto, volvió aparecer la señorita, ahora con una malla ceñida al cuerpo, y sin el mono araña, que quedó encadenado por ahí, con cara de ya me quiero dormir.

 

Los siguientes minutos fueron de terror. La red, colocada para soportar una posible caída de los trapecistas, era tan vieja como la carpa, con la diferencia que no tenía remiendos. Cada salto era para mí un desafío cardiaco. Françoise sudaba frío al ver las proezas, que más que proezas, eran milagros. Cada vez que había un salto, toda la carpa se movía y los gritos de los niños se perdían con los gritos de los adultos. La señorita estaba sentada en un trapecio y su única función era mover su delicado tobillo de izquierda a derecha y, por supuesto, alegrar a los parroquianos mostrando su muy bien pro­porcionada figura.

 

Terminado el acto de trapecio, aparecieron los mismos trapecistas, pero esta vez hacían el papel de payasos. Para esta ocasión, la señorita había dejado de mover su tobillo y bajado al planeta para recoger al mono araña encadenado, con cara de qué mier­da, ya volvió.

 

La actuación de los payasos fue un desastre, ya que no lograron provocar ni una risa, ni siquiera al pobre mono araña. Fue muy triste ver el esfuerzo descomunal por hacer reír y lo que lograron fue casi hacer llorar, pero de pena.

 

Al terminar el primer acto, la señorita, junto con su mono araña encadenado, con cara de ya no sé qué, y los trapecistas/payasos se dedicaron a vender papas, chicles y demás confites. Toda una empresa familiar trabajando dignamente, aunque explotando al pobre mono araña, por unos pesos más.

 

Al comenzar el segundo acto, apareció un mago cuya presencia produjo un acto de magia único: los espectadores empezaron a desaparecer. Poco a poco, los pocos asistentes comenzaron a abandonar el circo dejando al mago sin su magia. Por último, y para deleite de los más morbosos, apareció nuevamente la señorita, sin el mono encadenado, que quien sabe con qué cara estaría, haciendo un acto con un caballo raquítico, que lo único que hacía era correr alrededor del escenario, recibiendo un buen par de latigazos y llenando de paja y de dolor a los de la primera fila.

 

Y así es este circo, con sus personajes, aquellos que reflejan a la gente co­mún, que con su alegría tratan de hacerle olvidar su triste condición, porque después de cada función, “comienza la farsa del sistema al que no escapan, las bofetadas, los puntapiés y las zancadillas contra quienes, improvisando sin saber cómo, tienen que dar saltos en el vacío y hacer equilibrios para avanzar por la vida como por una cuerda interminable e insegura.”[14]


 


            Héroes del 12 y el Che Guevara

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 17 de diciembre de 1996, un grupo de funcionarios de la ONU nos trasladamos en helicóptero hasta una zona aislada en plena biosfera Maya. Era para un motivo trascendente. Nuestra misión consistía en reunirnos con un grupo de guerrilleros de las FAR[15], llamados “Héroes del 12", en memoria de una batalla con el ejército, el 12 de diciembre de 1983, en lo que hoy es la finca La Quetzal, para hablar sobre el proceso de paz y la reincorporación de la guerrilla.

Entre todos nosotros había una serie de sentimientos diversos. Era la primera vez que estaríamos, frente a frente, con un grupo de la guerrilla guatemalteca.

 

Desde el helicóptero pudimos ver una línea de humo que aparecía entre la selva. Era la señal para nuestro aterrizaje. Habíamos llegado. Nos recibieron los comandantes y, tras una breve introducción de cada uno de nosotros, hicimos la presentación oficial y luego nos pusimos a departir con los guerrilleros.

 

Del bolsillo saqué una moneda de tres pesos que me regaló un médico cubano mientras caminaba por el malecón de La Habana. La figura en la moneda era la de Ernesto Guevara de la Serna, Che Guevara. En menos de un minuto tenía alrededor a más de veinte guerilleros ansiosos de ver semejante tesoro. A mí me sobrecogió ver las caras de esos hombres y mujeres maravillados con la moneda. Me parecía que estaban frente a la ima­gen de un santo o algo así.

 

“Ustedes son como él. Ustedes han seguido el mismo camino de este comandante, ustedes son su semilla”, les dije. Era evidente que allí seguía la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante Che Guevara.

 

Los integrantes de esta patrulla eran gente sencilla, campesinos e indígenas, igua­les a sus hermanos, los soldados. Pero ellos habían tomado el camino de reivindicar un cambio social, cansados de tanta mierda.

 

No sé si lograron el ansiado cambio, pero de una cosa estoy seguro: que tuvieron el coraje y las agallas para intentarlo.

 


 

            El Rancho Popular

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Para quienes hemos tenido la oportunidad de conocer a este tejano, nunca nos faltarán palabras para recordarlo como un amigo grande, entrañable y sincero, de los que deja la vida por sus cuates si es necesario y se entrega a la lucha, a su lucha, con una pasión y garra demenciales.

 

Lo conocí en Quito, en 1991. Tenía pinta de yuppie. Con pelo corto, lentes redondos y ropa fina. La última vez que lo vi en Nueva York, en junio de 1999, tenía el pelo hasta los hombros, una barba tipo candado, lleno de collares y pulseras, pero con la misma sonrisa abierta, con el mismo corazón de león y con inmensas ganas de farrear y de luchar por las causas justas.

 

Estoy hablando de Will, que hizo historia por donde pasó. En el Ecuador hizo historia por presentar una demanda en contra del Estado por la situación de los presos sin condena. En Guatemala, por haber salido con su español, muy particular, a impedir el fusilamiento de dos pobres diablos en septiembre del 96 y ahora, en Nueva York, donde la brutalidad policiaca es cosa de todos los días.

 

Mientras vivió en Guatemala creó un ambiente muy especial. La gente guatemalteca lo quería mucho, y llegó inclusive a ser miembro del Honorable Comité de la Huelga de Dolores, honor que muy pocos extranjeros han podido tener.

 

Junto con Lisa, su esposa, vivieron en El Zapote, en una casa muy bella y acogedora, más conocida como El Rancho Popular. Allí se realizaron las fiestas más alucinantes que yo he visto en este país. Se reunían estudiantes de la USAC[16], guerilleros, antropólogos, el mundillo de los activistas de todos los países de los derechos humanos, grupos de homosexuales, toda clase de poetas y bohemios y todos, sin excepción ni discriminación, eran bien recibidos. Allí, Frank casi conoce la muerte ya que se cayó a un barranco y nadie lo notó, ya que la fiesta era tan amena y loca que nadie escuchó los gritos de auxilio que pedía para que lo rescataran. Allí Rafa casi se va al precipicio con toda la dirigencia de las CPR[17] cuando su vehículo perdió estabilidad. Allí, Will peleaba de broma con machete en mano con John Paul. Allí filosofábamos de nuestra vida tan en común, de nuestros sueños tan en común, de la paz en Guatemala tan poco común. Allí tomábamos y fumábamos todo lo que había y lo que no había, nos lo inventábamos.

 

Su creencia en lo que hacía y pensaba lo llevó a estar en situaciones riesgosas. Su constante irrespeto por los abusadores, su constante reclamo en favor de los más pobres, sus constantes acciones temerarias lo habían llevado a ser un objetivo para quienes no gustan de los luchadores. Fue el momento para que Will se fuera de Guatemala, y lo hizo dejando muy honda su huella de justicia y libertad.

 

Por esas cosas del destino se separó de Lisa. Mujer espléndida, tan bella como amiga que como mujer. Ella ahora es feliz en Tejas y Will, chingando al poder, la brutalidad y a la autoridad donde se encuentre.

 

Buen cuate este Will.

 


 

            Mi primer atardecer en paz en Gua­temala

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 29 de diciembre de 1996 lo pasé en El Mundo Perdido, en Tikal. Desde allí, junto a Françoise, pude observar, no tan bien como los mayas que observaban mucho mejor, la caída del sol como nunca antes la había visto. Fue una tarde espléndida. Los tucanes volaban por do­quier, los saraguates gritaban a todo pulmón, los periquitos y loros hacían una bulla de “la gran diabla”. Sin embargo, la paz y tranquilidad eran totales.

 

Y no era para menos; era mi primer atardecer en paz desde que llegué a este país. Mientras yo me endulzaba la vida viendo la maravilla de la naturaleza en su máximo esplendor, en Ciudad de Guatemala se firmaba en ese preciso momento la paz firme y duradera entre la URNG[18] y el gobierno central. Así se daba, oficialmen­te, por terminado el enfrentamiento armado interno en el que más de ­doscientos mil gua­temal­tecos dejaron su vida, miles de niños quedaron huérfanos, miles de mujeres que­daron viudas.

 

Para muchos guatemaltecos fue el primer atardecer en paz. Durante treinta y seis años fueron las armas quienes impusieron su terror. Ese día se plantó una ceiba, el árbol nacional, en Sayaxché. Un soldado y un guerrillero cavaron juntos y los dos la sembraron. Me pareció un lindísimo símbolo de la unidad y reconciliación.

 

Pero qué difícil se ha hecho mantener viva esa ceiba, y qué difícil se hace man­tener viva la paz, cuando en Guatemala todavía perviven las grandes diferencias sociales que fueron la raíz de la guerra, todavía los genocidas viven en la impunidad y todavía miles de personas están sumidas en la pobreza y miseria totales.

 

Todavía falta mucho pero, una cosa es segura: a esa paz hay que defenderla hasta con la vida.

 

 


            Con Eduardo Galeano en Quito, hablando de Petén

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Estaba en Quito junto con Marc, un canadiense con historia en Poptún y San Mar­cos. Nos habíamos ido junto con mi Mamá a pasar el fin de semana en Baños, lugar místico de la serranía ecuatoriana y donde se levanta el temible volcán Tungurahua.

 

Durante el viaje hablamos del libro “El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano”, libro carente de toda validez moral ya que, entre otras cosas, fue escrito 24 años después de que Eduardo Galeano escribiera su obra cumbre, “Las Venas Abier­tas de Amé­rica Latina”.

 

De regreso a Quito nos enteramos de que Eduardo Galeano estaría en una librería. Acudí y me encontré con una fila enorme de gente que esperaba un autógrafo de este gran uruguayo. Hice pacientemente la fila a la espera de lograr un autógrafo suyo. Llevaba conmigo “Las Palabras Andantes”.

 

Me impresionó gratamente cómo Galeano hablaba con las personas que le pedían su firma. Siempre abierto y atento.

 

“¿Cómo te llamás?”.

“Xavier. Eduardo, yo tuve la suerte de estar en el paraninfo de la facultad de medicina en Guatemala, cuando Alfonso Bauer Paiz te entregó sus memorias”.

“¿Así que vos estabas allí?”, me dijo.

“Sí, fue muy emocionante el abrazo de los dos. Todos nos emocionamos”, dije yo.

“Y vos, ¿qué hacés en Guatemala?”, me preguntó.

“Trabajo con la misión de paz de la ONU y en diciembre estuve en la desmovilización de la guerrilla, allá en Petén”.

“Mirá vos, qué bello es Petén. ¿Leiste mi libro ‘Días y Noches de Amor y de Guerra’?”.

“Por supuesto”.

“Me encanta Petén”, dijo él

“A mí también”, repliqué yo.

 

En “Las Palabras Andantes” quedó la firma de este humanista, cuyo pensa­miento y forma de ver la vida ha significado mucho para mí en la búsqueda de ser un hombre siempre con ideales, ser un hombre nuevo. La presencia de Galeano, con su sabiduría, su gracia y su sencillez, sigue dejando huella en quienes sí creemos en un mundo más humano, más solidario, menos consumista y menos militar.

 

 


Los barriletes de Santiago y la chispa de la vida

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El día de los muertos en Guatemala es algo fascinante y entre esas fascinaciones están los famosos barriletes de Sacatepéquez y Sumpango. El 2 de noviembre del 97, junto con Françoise y su madre, fuimos a ver los barriletes en Santiago Sacatepéquez. Los barriletes son creaciones de papel que van desde pequeñas cometas hasta enormes estructuras de casi veinte metros de diámetro. Son característicos en algunas zonas de Guatemala y encierran un sincretismo religioso en el cual los difuntos se comunican con sus seres queridos a través de los barriletes que remontan su vuelo durante el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos.

 

En todo el camino era fácil ver a los niños con sus barriletes tratando de que éstos remontaran el vuelo. La llegada a Santiago fue más difícil de lo previsto, pues era enorme la cantidad de turistas que se daban cita para ver el espectáculo de los barriletes gigantes en el cementerio del pueblo.

 

Las ventas ambulantes y la diversidad de gente daban un espectáculo memorable, salvo un pequeño detalle, que lastimosamente también es memorable, a pesar de mis intentos de borrarlo.

 

A la entrada del cementerio, una botella gigante de Coca Cola, “La Chispa de la Vida”, anunciaba la presencia de los barriletes. Me pareció una ofensa no solo a quienes íbamos a ver algo propio de este país, sino una ofensa gravísima a los familiares y a los deudos en el cementerio. Se podría argumentar que esta firma era la que patrocinaba la creación de los barriletes gigantes, hecho que está bien, pero el imponer una botella horrorosa a la entrada de un campo santo me pareció una burla y un irrespeto abominable.

 

Ya en el lugar, ver los barriletes era fantástico. Había algunos de hasta casi veinte metros de diámetro, con figuras que iban desde escenas bíblicas hasta mensajes por la paz en Guatemala. El día era preciso para tan magnífico espectáculo. Sin embargo, hubo otro elemento que me llamó la atención de manera desagradable y fue la presencia de dos turistas australianas, espectacularmente bellas y casi sin ropa. Eso en sí no me pareció nada desagradable, pero el hecho era que estaban tomando sol sobre una tumba, ignorando por completo el respeto que se debe en un lugar sagrado, preocupadas más por su apariencia y bron­ceado, que dicho sea de paso, eran imponentes.

 

Una experiencia similar la tuve en Belice en unas ruinas mayas, donde un grupo de estudiantes norteamericanos estaba de visita. Dos de ellos subieron a la carrera a la cima de la pirámide y allí se bajaron el pantalón mostrando sus traseros, que dicho sea de paso, eran horrorosos, provocando la risa de sus com­pañeros.

 

A veces me pregunto, ¿qué pasaría sí esos estudiantes hicieran lo mismo en el monumento a Lincoln en Washington o las turistas tomaran sol sobre la tumba del soldado desconocido en Arlington?

 

 


            La casa del Zapote

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Tuve la enorme suerte de que a mi regreso a Guatemala en septiembre del 97, tuviera ya una casa en la cual depositar mi humanidad. A diferencia de muchos funcionarios, que deben permanecer a veces meses buscando un lugar donde vivir, yo llegué a una casa absolutamente mágica, con un árbol de quince metros dentro de la sala, allá cerca de la cervecería Gallo, en El Zapote.

 

Gracias a mi siempre cuate Fernando, pude trasladarme a ese lugar y dejar que cada noche mi fantasía se revelara y dejara fluir mis sensaciones, alejado de la rutina, del smog, del ruido y de tanta violación a los derechos humanos.

 

Fueron días y noches de alegría, fanfarria y, a veces, también de tristeza. Cada noche que llegaba, me desconectada. Ponía mi equipo de música, ya sea para oír mi concierto favorito, el número 1 de violín de Tchaikowski, o Jethro Tull, o a Mercedes Sosa, o a Miles Davis, o a Fito Páez o la siempre añorada música andina. En un balcón, que daba a un enorme barranco, con un aire muy burgués, sacaba una copa de ron Zacapa y un tabaco, y me dejaba ir todas las noches. Fueron momentos muy bellos de mi experiencia guatemalteca y guardo un recuerdo imborrable de todos los pájaros, iguanas, ardillas, insectos y culebras que circundaban la casa. Inclusive, casi llegué a no tener miedo a las arañas.

 

Descubrí que era capaz de arreglar mi espacio como yo quería. Antes nunca quise y dejé que mis espacios fueran el desorden total. Pero esta vez no. La llené de güipiles, cuadros, lámparas, velas, ceniceros, botellas de todos los sabores y colores. Fue mi debut decorando un interior.

 

Fue un lugar de encuentros. Allí llegaban todos los que querían y cuan­do querían. Allí conocí a Giovanna, a grandes amigos, chapines y extranjeros. Tuve un vecino excepcional: mi cuate Fernando, con quien divagábamos en discusiones filosóficas, algunas intrascendentes, pero siempre auténticas. Nunca olvidaré una frase suya: “Xavier, seamos legisladores de la alegría...”, al son de Joan Manuel Serrat. Bebimos, fumamos y comimos de todo. Allí leíamos la poesía de Otto René Castillo y escuchábamos al otro Fernando con su eterna primavera, y a Aute cantándole al alba cuando ya el sol de madrugada nos torturaba los ojos dilatados.

 

Fue lugar de fiestas demenciales. En las despedidas de Eduardo y Alberto, un gallego y un ché, se bebió y bailó con ganas, donde los mariachis deleitaron con sus rancheras y los bohemios dieron rienda suel­ta a la alegría y a la imaginación. Fue el escenario de memorables partidas de ajedrez y tequilas con Evan y Raquel.

 

Cuando tuve el accidente en enero del 98, ése fue mi refugio. Allá llegaron mis amigos a visitarme, demostrando el gran sentido de solidaridad entre la gente que vive lejos de su familia, de su hogar, de su país, y también los ami­gos de lo ajeno, demostrando la grave injusticia social y el mal reparto de las riquezas entre los que tienen y los que no.

 

Fui a Quito a convalecer del accidente y a mi regreso me encontré con la desagradable sorpresa de que alguien, que no era yo, había estado en la casa y se había llevado casi todo. No soy apegado a lo material pero se llevaron los discos y las fotos, y eso, hasta a San Francisco, que lo poco que quería lo quería poco, le habría dolido perderlo.

 

Para el pago del seguro de mi radio de MINUGUA, fui a presentar la denuncia al 2do. Cuerpo de la Policía Nacional en la zona 1. Me acom­pañaron Françoise y Ricardo, dos expertos en temas legales y de derechos humanos. Allí viví en carne propia el vía crucis que representa a un chapín de pueblo ir a denunciar ante sus autoridades. Fui atendido de muy mala gana y si en la Policía Nacional me fue mal, en el Ministerio Público me fue peor. Lo paradójico de esta situación es que nuestro trabajo es el verificar la actuación de las instituciones locales. Si así trataron a un oficial de verificación de los derechos humanos de las Naciones Unidas, no me puedo imaginar como tratarán al ciudadano común.

 

Luego de este feo incidente, hubo otro robo. En realidad, cuando alquilé la casa, a manera de broma decía que la alquilaba con opción a robo, ya que no tenía ningún tipo de seguridad y eso a mí me encantaba. Sin embargo, en abril abandoné la casa y dejé enormes recuerdos de una época llena de vida, pasión, bohe­mia y alegría.

 

 

Aquellos días en Roatán

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Estaba por acabar el año. Habíamos llegado a una isla caribeña y no sabía que pronto empezaría a descubrir un nuevo mundo, un universo sin límites, una belleza excepcional.

 

Mi corazón empezaba a latir más fuerte. Mi respiración se hacía más frenética. Cada día era un nuevo descubrimiento en ese mundo todavía inexplorado.

 

Poco a poco fui descendiendo. ¿Qué podría pasar a mayor profundidad? ¿Entraría en pánico y no sabría qué hacer? Pero había que intentarlo. ¿Por qué no? Oportunidades así no se presentan todos los días, así que, a pesar de un catarro y dolor de oídos, no dejaría pasar la opor­tunidad. Con el transcurso de los días, me daba cuenta de que efectivamente era un sueño. Esa maravillosa oportunidad de ingresar, aunque muy superficialmente a ese mundo, me hizo olvidar los duros momentos de ese año que estaba por terminar.

 

Mientras estaba debajo del agua, esa presencia bellísima me apartó de la rutina diaria. Había dejado a un lado mi pensamiento sobre los linchamientos en Guatemala, el caos de Guate, en fin, había dejado todos esos tristes momentos de un año difícil, y en esos instantes ocurría algo memorable. En medio de peces multicolores, en medio de manta rayas, morenas y mil maravillas más, yo empezaba a sentir otra vez. Sentía que mi capacidad de fantasía y creación rebrotaban en mí.

 

Así fueron esos días en Roatán y ahora, con la memoria llena de recuerdos multicolores, quisiera seguir más profundo y así poder entrar más en ese mundo, en ese mundo de fruta encendida, conocer más ese universo sin límites y descubrir tu belleza excepcional.

 

Por cierto, en Roatán también aprendí a bucear, y sobre eso, algún día también escribiré.


 

 

            Un gol de Plata

Fantaseado entre Tapachula y San Cristóbal de las Casas el 15 de abril del 2000.

 

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Era el 21 de noviembre de 1997. Nos juntamos un grupo de amigos en casa de Ricardo a tomar unas cervezas y a escuchar algo de música uruguaya. Era un viernes como cualquier otro, donde la mayoría de la gente sale con ansias de olvidarse de los avatares de la semana. Ese día jugaba la selección de fútbol de Guatemala contra su par de Brasil. Los resultados más conservadores daban un 4-0 a favor de la verde amarella.

 

Al llegar a casa de Ricardo, prendí la televisión. Se jugaba el minuto 80 del partido y la voz de excitación de los comentaristas chapines era evidente. Brasil ganaba solo 1-0 y Guatemala presionaba por el empate. Al minuto 92 hubo un tiro de esquina para Guatemala. Vino el centro y un petizo jugador chapín se elevó, superando al gigantesco Serginho y al afamado Roberto Carlos, para peinar el balón que pasó entre las piernas de Claudio Taffarel. Era un gol, un golazo de plata que dejó a Romario con cara de asombro y a un pueblo con una alegría que superó con creces a la firma de la paz.

 

Ese momento me hizo recordar a la selección de mi país, que en 1981 empató o, mejor dicho, a la que la selección de Argentina le empató en el mismísimo estadio de River Plate, que tres años antes había sido el lugar del triunfo gau­cho sobre Holanda 3-1 en la final del Mundial del 78. Para los ecuatorianos era un día sin parangón, pues ganar al campeón del mundo es una hazaña en cualquier parte. Las predicciones eran similares a un conservador 4-0 a favor de la albiceleste. Pero no, al final del partido, Ecuador ganaba 2-1 con goles de Lupo Quiñónez, el Tanque de Muisne, y del alemán Hans Maldonado. Argentina, con Ardiles, Gallego, Bertoni, el Pato Fillol y toda esa constelación de estrellas, se lanzó al empate, lográndolo al minuto 107. Sí, como lo leyó: ¡minuto CIENTO SIETE!

 

Ecuador declaró “persona non grata” al arbitro boliviano Ortube que se inventó un penal a favor de Argentina en el partido más largo de la historia.

 

Es que el fútbol es así. Hace olvidar a los pueblos por momentos de su condición, genera discusiones que van desde las disputas en las gradas de los estadios hasta profundas disquisiciones intelectuales. Es tan apasionante el tema que autores como Mario Vagas Llosa, en “Los cuadernos de Don Rigoberto” y Jorge Luis Borges, en una entrevista concedida a la revista “Goles” en 1978, critican de manera excepcional el juego de pelota. Y, por el otro lado, Eduar­do Galeano, con su libro “Fútbol a sol y sombra”, de manera exquisita resalta el papel social de este deporte.

 

Guatemala y el Ecuador se parecen en muchas cosas y el fútbol es una de ellas. Nunca han llegado a un mundial de fútbol. Mientras viajo entre Tapachula y San Cristóbal de las Casas, medio dormido empiezo a soñar, ese derecho humano que nadie nos puede quitar. Y empiezo a soñar lo imposible. Sueño que estoy viendo la final de un mundial entre Ecuador y Guatemala. Ya Italia y Alemania quedaron en la semifinal. Ahora, chapines y ecuatorianos se disputan el cetro mundial del fútbol. Después de noventa minutos de juego excepcional, los dos equipos empatan a dos goles.

 

Se van al alargue. El mundo no respira esperando el desenlace. Se juega el gol de oro. El partido está lleno de emociones y los dos equipos tratan de alcanzar la gloria. Guatemala presiona. La pelota está con Memín Funes que adelanta el pase para Freddy García. Lo marca Iván Hurtado. Se va García, viene el pase a Rodas que entrega el balón para Juan Carlos Plata (autor del gol memorable contra Brasil) que dispara para que Pestañita Morales, el arquero de Guayaquil, la saque con las uñas. Recupera el balón Ecuador. El estadio ruge ante el avasallador ataque de la tricolor. La pelota le llega al Tanque Hurtado que mete en profundidad para que Graziani la toque con Delgado que se desmarca del Chino Ruano que le marca de cerca. Se va Del­gado con el balón, lanza el centro pasado, vuela el Gato Estrada que logra despejar con los puños, la pelota cae en los pies de Aguinaga. Levanta la cabeza, dispara y ¡GOOOOL de Ecuador, gol de Aguinaga, Aguinaga, Agui...!

 

De pronto, siento que alguien me mueve el hombro. Abro los ojos y me topo con un agen­te de migración mexicana, con cara de tener una hemorroides terminal. “Pasaporte”, me pide. Se lo entrego. “Ecua­toriano... ¿Qué hace por acá?”. “Vengo de turista”, respondo. Empieza a revisar cada hoja del documento. “¿Por qué tiene visa a Egipto?”, me pregunta. “Porque fui a ese país”, respondo. Se lleva el pasaporte. Lo consulta con otro funcionario. Demora la salida y la gente me ve como diciendo: “éste que nos hace atrasar”. Se acerca el fun­cionario. Pienso que me va a decir que me baje del autobús. Preparo el pasaporte azul de las Naciones Uni­das como último recurso. Se acerca y me dice, “soy hincha del Necaxa. Ayer jugó y ganó con gol de Alex Aguinaga. Ese ecuatoriano ha hecho mucho por el fútbol de México. Puede seguir”, y me devolvió el pasaporte sin más trámite.

 

Esta historia es común cada vez que viajo. Es la triste realidad de miles de ecuatorianos y ecuatorianas que debemos sufrir constantemente este tipo de vejaciones. A Roberto, italiano, nunca le hicieron problema. A manera de broma me decía, “parece que viajo con un prófugo”. Y lo peor de todo es que así nos tratamos entre latinoamericanos. ¡¡Viva Latinoamérica Unida!!

 

Cierro los ojos y me vuelvo a quedar dormido, y mientras termina el viaje, celebro el gol de fantasía de Agui­naga, no sé si el de mis sueños o el que hizo la noche anterior con el Necaxa.


 

 

¡¡¡Tora, Tora, Tora!!!

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Hay días en la vida de cada uno que por alguna razón se convierten en especiales, por nada en especial. En mi vida, uno de ellos es el 7 de diciembre. Todo comenzó el 7 de diciembre de 1982, cuando celebré una fiesta que se denominó “sunrise party”. Fue una fiesta muy “gringa” que empezó a las tres de la mañana y terminó a las siete con la salida del sol. Ocurrió en un pequeño pueblito del centro de Estados Unidos, en Colorado, donde viví durante un año como estudiante de intercambio.

 

Curiosamente, en esa misma fecha, sucedía, en ese mismo instante, la matanza de “Las Dos Erres”, en Petén, Guatemala, ocurrida el 7 de diciembre de 1982 a partir de las tres de la mañana hasta las siete. El huso horario: el mismo.

 

Por mi trabajo dentro de la Misión de las Naciones Unidas, me involucré mucho con este caso paradigmático. Conversé con sobrevivientes, con soldados que participaron en la masacre; estuve en el momento de la exhumación, seguí muy de cerca el juicio contra los militares, apoyé a FAMDEGUA, etc.

 

Por un lado recuerdo cómo estaba vestido para la fiesta en el gimnasio del colegio, y por otro, mi imaginación me lleva a esos momentos horribles que se vivían simultáneamente en un pequeño país centroamericano. Mientras me divertía con mis compañeros y compañeras del high school, en “Las Dos Erres” se asesinaba brutalmente a ciento sesenta y dos  personas, de las cuales setenta y siete eran niños cuyo promedio era de doce años de edad.

 

Solo por esas circunstancias que no se entienden, recuerdo muy bien el 7 de diciembre de 1982. Y ahora, después de haber escuchado tanto de esa masacre, de haber visto a doña Francisca, a don Antonino y muchos de los familiares de las víctimas y también de haber conocido a tres de los soldados que hoy se arrepienten de la barbarie que cometieron, me extraño tanto de que haya sido el mismo 7 de diciembre, a la misma hora, en el mismo planeta, que esos dos hechos ocurrieron y hoy tengan repercusión en mi vida.

 

Por cierto, 7 de diciembre en Guatemala es el día de la quema del Diablo, más menos parecido al Año Viejo en el Ecuador. Se queman cosas viejas y se hacen hogueras con figuras que representan al diablo. Su significado se remonta a 1854, año en que se hace dogma a la Virginidad de María, la Inmaculada Concepción. En el Vaticano, hay un abogado, el abogado del diablo, que hace la parte fiscal o inquisidora. Este abogado, supongo, defendió que la Virgen no era Virgen y demás. Una vez llegada a la conclusión de que la Virgen sí era Virgen, se proclamó el dogma, cuya fiesta se celebra el 8 de diciembre, y el día anterior, el 7 de diciembre, se quemaron los papeles del abogado del diablo. Desde entonces y por eso, aquí en Guatemala, fíjate qué cosas, se festeja el día de la quema del diablo.

 

El domingo 7 de diciembre de 1997 estaba tranquilamente en mi casa cuando, de pronto, empezó una serie de explosiones magníficas por toda la ciudad. Parecía una ciudad en guerra, millones de cohetes llenaron el espacio y las humaredas de la quema del diablo cubrieron toda la ciudad. Por el ruido infernal de los petardos, parecía más bien que me encontraba en Hawai, el 7 de diciembre de 1941.

 

Esa fecha, 7 de diciembre, tiene, además, otras características extrañas. El 7 de diciembre de 1987, yo me encontraba trabajando en el Banco Nacional de Fomento, banco del estado ecuatoriano. Mi tarea consistía en llevar las pólizas de seguro, sobre todo, de los vidrios, que casi a diario, los estudiantes del Colegio Nacional Mejía rompían protestando por la política de Febres Cordero.

 

Como soy un amante de los hechos históricos de la Segunda Guerra Mun­dial, me dejé llevar por mi fantasía y empecé a imaginarme, con el cambio de horas, que mientras en Ecuador eran las nueve de la mañana, serían las seis de la madrugada en el archipiélago de Hawai. Pero, ¿por qué pensar en Hawai mientras estaba haciendo un informe sobre unos vidrios rotos? No sé, tal vez por que me gusta fantasear.

 

Y fantaseaba con los Mitsubishi Zeros despegando de los portaaviones rumbo a Pearl Harbor. Me imaginaba a los hombres despidiendo a los guerreros, hijos del viento divino, al grito de “tora, tora, tora”, y me imaginaba las paradisiacas playas de Oahu, recibiendo los primeros rayos solares, cuando, de repente, cien­tos de zeros, se lanzaron contra la flota americana del Pacífico. La mayoría de los barcos se hundieron o quedaron semidestruidos, pero por esas coincidencias que solo ocurren cada domingo 7 de diciembre, los cuatro portaaviones habían salido y no se encontraban en su puerto. Más de diez mil norteamericanos murieron ese día, y hasta hoy se recuerda el discurso “Remember Pearl Harbor” de Fran­klin Delano Roosevelt.

 

Había terminado mi informe sobre los vidrios rotos y lo remití a la oficina respectiva. Luego de varios días, me llamaron para decirme que revisara el memo tal, ya que había un error. Al ir a mi archivo, saque el memo, y empecé a leerlo, obviamente por la fecha que decía Hawai, 7 de diciembre de 1941, y luego el texto, en donde efectivamente había un error de suma. Sin embargo, nadie se dio cuenta del lugar y la fecha, y durante algunos días, ese memo circuló por medio banco sin que al­guien se percatara de ese error. En realidad, yo había estado en Hawai, el 7 de diciembre de 1941 y no en Quito, el 7 de diciembre de 1987.

 

Ahora, cada vez que recuerdo el 7 de diciembre, la virginidad de la Virgen, los aviones con el sol naciente disparando como diablos, el diablo quemándose en las calles de Guate, las pijamas y piernas de mis compañeras del colegio y los gritos de las víctimas de la masacre de Las Dos Erres, vienen simultáneamente a mi memoria.


 


Maximón

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 16 de diciembre de 1997, junto con Nerea y Ricardo, nos fuimos a dar una vuelta turística a Comalapa y San Andrés Itzapa. Comalapa es conocida por sus artistas, por ser el lugar donde nació el creador del himno de Guatemala y porque allí y en Patzicía, muchos indígenas fueron masacrados el 20 de octubre de 1944.

 

San Andrés Itzapa está a unos quince kilómetros de Antigua. Un pueblo lleno de polvo y con una figura legendaria para muchos guatemaltecos: Maximón[19]. Aunque leí su historia, no me atrevo a escribirla ya que no me siento lo suficientemente seguro para decir cosas que no entiendo, como la mayoría de las cosas que pasan en Guatemala, como el triunfo del NO en la Consulta Popular. Solo puedo decir que esta figura mítica es un personaje tan misterioso, surgido de la mente fantástica de los gua­temaltecos, que es venerado por indígenas y ladinos, católicos y evan­gélicos, y que le encantan las mujeres, el dinero y el trago.

 

Ese día fue muy importante ya que era un día de ofrendas al cuasi santo. Había frutas, comida, maíz, frijoles, gallinas, etc. La gente llegaba por decenas y hacía fila para llegar frente al altar. Allí algunos guías espirituales hacían limpias a los creyentes. Maximón, impávido con su traje y sombrero negros, era cubierto de plegarias y solicitudes. Al salir del lugar, como buenos turistas, Ricardo y yo compramos cada uno su Maximón, con sus respectivas botellas de guaro, el mío con un octavo de Quet­zalteca y el de Ricardo con otra botella de algún trago todavía desconocido por mi paladar.

 

En la noche yo saqué la figurita y la puse en mi casa del Zapote. Por error, Ricardo se había confundido y se llevó el mío. A este hecho no le dí la menor importancia. Esa misma noche, la casa de Ricardo se inundó. Al día siguiente, Ricardo llegó con el Maximón y me lo devolvió. “Tal vez se cabreó el Maximón con el error”, pensamos. Ahora el Maximón está en mi casa en Cobán y el de Ricardo, en la sala, rodeado de los colores del Defensor F.C, el equipo favorito de mi cuate uruguayo, y desde ese día, Peñarol no ha podido con el Defensor. ¡Saber vos!

 

En Santiago de Atitlán estuve en el lugar donde se venera a Maximón, en un pequeño altar custodiado por un cofrade. Fui con mi Mama, católica hasta la médula, a ver a tan fascinante personaje. Al entrar, fuimos testigos de como dos novios se presentaban al Maximón y de un guía espiritual haciendo plegarias en idioma kakchiquel. Al salir del lugar, un cuidador me dijo que dejara algo para el Maximón. Yo saqué lo primero que me salió del bolsillo: un billete de cinco quetzales bastante viejo y lo entregué. Saliendo, me dí un golpe en la cabeza muy fuerte, y el cofrade dijo entre dientes: “Ma­ximón quiere más”.

 

Entendí.

 

 

“Every little thing she does is magic”

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Era el sábado 17 de enero de 1998. Estábamos preparando el Informe de Derechos Humanos y en esa fría tarde de enero, Françoise, Guido y yo decidimos dejar a un lado el trabajo, para irnos al cine. Alrededor de las nueve de la noche, Françoise pidió que la llevemos a casa de Carmen Rosa. Con Guido, que es tan buen diente como yo, decidimos ir a comer una pizza en el Vesubios.

 

Después de haber comido bastante, debíamos regresar a la oficina para que Guido tomara su auto. Salimos al bulevar Los Próceres y el semáforo estaba en rojo. Segundos después un Mercedes Benz pasó a nuestro lado a gran velocidad, sin hacer caso de la luz roja. Le dije a Guido, “sí estábamos en ese carril, ahora seríamos historia”. No habrá pasado más de un segundo, cuando alcancé a ver por el retrovisor de mi Geo Trucker a un bólido, pero esta vez en nuestro carril. Sentimos el impacto, el mismo que nos lanzó a treinta metros sobre el carril contrario.

 

En realidad no nos chocó de frente, ya que si así hubiera sido, yo no estuviese contando esta historia. Apenas fue un roce, pero a 140 kph puede ser mortal. Del impacto, tanto Guido como yo rompimos el espaldar de nuestros asientos. Vi que Guido se iba contra el parabrisas pero el cinturón lo detuvo. El otro vehículo venía conducido por un menor de edad. Era un Volvo y estaba haciendo carreras con el Mercedes Benz. El muchacho se acercó a mí y me dijo, “disculpa, no me agarraron los frenos”. Solamente lo miré.

 

Después del golpe quedamos recostados en el auto. El tocacintas seguía tocando “Every litlle thing she does is magic”. “Guido, ¿te gusta The Police?”, le dije, un poco para saber si seguíamos vivos. Sin embargo, sentí un punzante dolor en mi nuca por lo que pensé que podía haber algún daño serio. Usé mi radio para avisar a nuestra oficina desde donde a su vez llamaron a la ambulancia. En cuestión de cinco minutos llegaba la ambulancia de los Bomberos Voluntarios. Me sacaron de mi auto y me recostaron en una camilla. En un descuido de los camilleros me pusieron al revés el collarín, hecho del que inicialmente yo no me percaté.

 

Mientras estaba en la camilla, lo único que me preocupaba eran mi boina vasca y mi pañoleta palestina. ¡”Guido, cuídame la boina, por fa!”. En la ambulancia, mientras me llevaban al hospital Bella Aurora, los camilleros hablaban del partido de futbol del domingo. Allí me dí cuenta de que el cuello ortopédico estaba al revés pero, para entonces, ya habíamos llegado al hospital. Guido comunicó del accidente a María y ella a su vez a Françoise, quienes se hicieron presentes de inmediato al hospital. Mientras estaba en la emergencia en una camilla, con unos cuatro médicos viendo mis signos vitales, sentí la mano de Françoise en la mía. No hizo falta que hablaras, era tu mano, Fanfette.

 

Pasé tres días en medio de sueros y calmantes en un frío cuarto de hospital. Según el doctor Dávila Mohr, había vuelto a nacer, pues el impacto había sido tan fuerte que apenas unos centímetros a la izquierda habrían sido fatales para mí y para Guido.

 

Mi convalecencia fue de dos semanas de pasar en mi casa del Zapote, medio drogado con tanto sedante, pero fue muy linda por las muestras de solidaridad de mis amigos en Guatemala: Françoise, Susan, Ricardo, Santiago y Maggi, Fernando, María, Itzíar, Ché Luis, Nadine y muchos más que se hicieron presentes a ofrecerme su solidaridad y amistad. Desde Cobán, Giovanna, con su tobillo fracturado, y Archi llamaban para preguntar sobre mi salud. Con un poco de esfuerzo fui recuperándome y siempre que paso por el sitio del choque, pienso en la suerte inmensa de poder seguir en la lucha.

 

Por culpa de un estúpido niño rico estuve a punto de perder la vida y también mi querida boina vasca.

 

 


17 de marzo de 1998

 

Ha sido el día más triste que he tenido en Guatemala. Ese día el helicóptero de MINUGUA se estrelló en el departamento de Huehue­tenango. Allí, siete colegas míos murieron en su misión de paz. No quiero escribir sobre el tema, solamente quiero hacer un homenaje a la memoria de Pablo, Celso, Lisa, Pedro, Omar, Rolando, Luis.


 

 

            Con un clavel en la mano

A Juan José Gerardi

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Tres días después del infame crimen en contra de Juan José Gerardi, el féretro con sus restos mortales recorrió por la Plaza de la Constitución.

 

El Jefe de Misión nos delegó a Françoise y a mí a que estuviésemos en la marcha fúnebre. Miles de dolidos guatemaltecos acompañaron al mártir de la verdad. Fue una marcha en silencio, digna, adolorida. Miles de pétalos de rosas cubrieron el ataúd. Claveles volaban desde todos los rincones. Las velas daban su luz, a esa luz que habían apagado a ladrillazos. Los niños y niñas hacían calle de honor, el último adiós, para este hombre bueno.

 

Se acercó a nosotros un hombre ya mayor y con los ojos llenos de dolor y de ira nos dijo, “no se vayan, por favor, no se vayan, que nos siguen matando”. Me estremecí al verlo y más al oírlo. Apenas cuarenta y ocho horas después de que Mon­señor Gerardi había presentado el libro “GUATEMALA: NUNCA MÁS”, al entrar a su residencia en el parque San Sebastián, el sacerdote fue asesinado de la manera más brutal y salvaje.

 

Tuve la suerte de conocerlo personalmente ya que yo era el enlace de la Misión con los grupos de derechos humanos en la capital. Recuerdo cuan­do lo conocí, apenas tres semanas antes de que lo mataran. Fui a visitar a Ronalth Ochaeta, director de la Oficina de los Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala. Me lo presentó y hablamos un poco de mi país. Fue una corta pero muy linda conversación.

 

Gerardi fue el coordinador del proyecto Interdiocesano para la Recuperación de la Memoria Histórica, REMHI, un trabajo excepcional en el cual se recogieron elementos valiosísimos para entender la magnitud del enfrentamiento armado interno, en el cual miles de guatemaltecos dejaron su vida.

 

Gerardi fue un mártir de la verdad. A él lo mataron por decirla, al igual que a Monseñor Arnulfo Romero, en El Salvador, el 24 de marzo de 1980. Él tuvo el coraje de decir lo que muchos otros habían dicho antes, pero él lo hizo en público. La señal de los asesinos fue muy clara: “Si matamos a Gerardi, matamos a cualquiera”.

El 24 de abril de 1998 se presentó a la sociedad el informe. Fue en la Catedral Metropolitana y tuve la suerte de poder asistir junto a Giovanna y Archi. La Catedral estaba repleta y allí hablaron sobrevivientes del holo­causto. Allí habló Rigoberta Menchú, la nieta de los mayas, cuyo padre murió asesinado en la toma de la Embajada de España y su madre y hermanos asesinados en Uspantán. Allí hablaron quienes querían no olvidar. Allí habló Juan José Gerardi. Su discurso fue fantástico, valiente, inclusive haciendo referencia a que sus palabras le podrían costar la vida. Y lastimosamente no se equivocó. El domingo 26 de abril, mientras se disponía a bajar de su vehícu­lo, un asesino, o más, lo golpearon hasta la muerte. Le dieron dieciocho veces en la cabeza con una piedra, y allí murió Juan José, al lado de los mendigos, a quienes tanto amó y quienes tanto lo amaron.

 

La marcha de entierro fue muy sobria. Caminamos en silencio absoluto y al pasar al frente del Palacio de La Guayaba, el palacio presidencial, había un grupo de personas en el balcón, y aquel hombre humilde, levantó su mano en señal de rechazo y protesta a ese poder oscuro y tenebroso. A ese poder que mató a miles de indígenas y no indígenas. En ese momento sus únicas armas eran el clavel y su dignidad. No decía nada, solo levantaba su clavel en el puño y su mirada cargada de lágrimas. Al final cuando el ataúd era introducido en la cripta, le escuché decir:

 

 “Adiós, Juanito”.

 

 

            Week-end en Guatemala en El Cairo

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Debo reconocer que haber trabajado en Naciones Unidas, aparte de haberme permitido descubrir a profundidad Guatemala, me ha permitido también viajar por diversos lugares del mundo, y uno de esos viajes, tal vez el más exótico, fue el que realicé a Egipto, en octubre de 1998.

 

Ese viaje mítico lo hice en solitario, vagabundeando por el callejón de los milagros del gran bazar de El Cairo, donde Naguib Mahfuz escribió su novela “El callejón de los milagros”, que le valió el Premio Nobel, penetrando la bóveda funeraria de la pirámide de Kefren o viajando por el Río Nilo hasta Aswan, la tierra de los nubios.

 

Durante los ocho días que anduve por tierras faraónicas, me acompañó un pequeño libro. Pequeño porque es muy delgado pero grande en su contenido. Era un librito comprado en el aeropuerto de Guatemala, y lo compré porque dentro de mí me decía: “este libro debe ser bueno”. Y no me equivoqué. Era el cuarto libro que empezaba a leer del célebre escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Anteriormente había leído, o al menos, intentado leer, tres libros, de los cuales solo uno terminé: “El Señor Presidente”. Los otros dos, “Hombres de Maíz” y “Viernes de Dolores”, fueron demasiado densos y no los pude terminar. Pensaba que no era el tipo de escritor que a mí me agrada. Sin embargo, cuando compré “Week-end en Guatemala”, mi percepción sobre este monstruo de la lengua castellana cambió notablemente.

 

Me encontraba en Aswan, lugar donde Nasser construyó el mayor lago artificial del mundo para esa época. La represa contiene al Nilo y crea el lago hasta más allá del Sudán. Durante su construcción, la UNESCO salvó grandes tesoros como Abu Simbel y otras maravillas arquitectónicas. Mientras caminaba por ese lugar, me paré a descansar en un café, aunque no era café ya que no vendían café, sino que me dieron una pipa y fumé no sé qué, pero igual me encantó. Saqué el libro y empecé a leer. Al ver el libro en mis manos pensé que era poco inteligente leerme un libro sobre Guatemala en Egipto, pero luego del primer cuento, “Cadáveres para la Publicidad”, cambié mi pensamiento. Desde ese momento, cada vez que descansaba, ya fuera a los pies de alguna estatua gigante de Ram­sés II, en los templos de Luxor o Karnak o en el callejón de los milagros, el realismo mágico de Asturias me transportaba nuevamente a la Guatemala de 1954, la Guatemala de la invasión, la Guatemala de la eterna dictadura.

 

La historia del soldado americano tomando licor en Brooklyn, para olvidar sus acciones mercenarias en Guatemala, o el chofer del bus de turistas que defiende el honor de Guatemala con sus grandes volcanes como defensores de cualquier invasión frente a las burlas irónicas de una guía norteamericana, o la historia del soldado del ejército libertador que desertó para defender la libertad, o el magnífico cuento Torotumbo, en el cual Asturias hace un fenomenal y brutal relato sobre como el creía que debió haber sido el desenlace de la caída de Arbenz en 1954, con un triun­fo imaginario de los revolucionarios del 44 sobre la CIA y sus secuaces, son solo algunas de las magníficas historias que allí se relatan.

 

Fue muy intenso el viaje por esas tierras calientes y cargadas de historia. Junto con todos los enormes recuerdos que dejó en mí ese fascinante país, está el haber descubierto a ese genio literario de América, y ahora, cada vez que veo alguna obra faraónica, me acuerdo de Miguel Ángel Asturias, de su “Week-end en Guatemala” y del invalorable aporte mesoamericano a la lengua castellana.

 

 


            La mara ecuatoriana

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Cuando uno sale de su país, encontrarse con ecuatorianos es una feliz mezcla de alegría y de nostalgia al recordar la tierra que nos vio nacer. He tenido la gran dicha de encontrarme con un selecto grupo de ecuatorianos, algunos a los que ya conocía y a otros, a los que el destino determinó que nos encontremos en estas tierras mayas.

 

En Petén conocí a Méntor. Hombre de lucha y humor, como buen guarandeño. Su trabajo en Poptún fue un hito y su nombre es bien recordado por su entrega a la causa noble de un mundo más humano y menos militar.

 

El 16 de marzo de 1996 llegó al aeropuerto mi cuate Archi. Estuve allí para recibirlo. Vino, por supuesto, con su mochila y bicicleta al hombro. Aventurero inagotable, humano como ninguno, alegre como nadie, bromista como el mejor. Es que Archi es una acumulación de virtudes que hacen de este quiteño un verdadero símbolo de la amistad genuina y sincera. En Cobán dejó una huella enorme y gracias a él, mi presencia en Cobán ha sido más fácil, pues el cariño que se ganó de los cobaneros me abrió las puertas de sus casas y de sus corazones. El trabajo frenético que realizó con Arianne en favor de las viudas en varios lugares de Las Verapaces, lo engrandecen como un hombre que siente el dolor de la guerra y la tragedia de aquellos más vulnerables, de aquellos más débiles, de aquellos nadies que para él son la razón genuina de su existencia. Gracias a este cuate, cuya melena se confunde con el palmar de Esmeraldas, conocí a Giovanna, la que hoy es mi novia, allá, en mi casa del Zapote en Guate. Él llegó con Giovanna y gracias a él nos fuimos a Roatán, donde nació esa gran pasión y amor que hoy profeso por ella.

 

Ya sea en Quito, Guamote, Washington, en una calle en bicicleta por la zona 1 de Guate, Rabinal, Tikal, Torino o Nueva York, la presencia de Archi es única, y por eso, y por mucho más, será el testigo de mi unión con Giovanna.

 

Hablar de las Marías, madre e hija, es algo que siempre me llena de emo­ción y orgullo. A ellas las conocí en Guatemala y hoy son parte gravitante en mi ser. Con María madre hicimos una amistad tan sincera y profunda que ella se convirtió en mi confidente y amiga del alma. Recuerdo que mi Mamá le pidió una vez que me cuidara y María así lo hizo, ya sea cuando me choqué o cuando las penas de amor embargaron mi corazón. Gracias María, fuiste linda conmigo.

 

Una vez Giovanna me dijo, “saludos a los Orgullo”. Y con qué orgullo digo que los Argüello son un orgullo. Santiago y Maggi son de Ecuador, él de Quito y ella de Ambato, y de los dos surgen tres retoños hermosos. Con Santiago hay una comunión espiritual muy grande. Con él compartimos las penas de la crisis en el Ecuador. Con él nos reunimos a charlar para bajarnos una botella de ron chapín recordando a Julio Jaramillo, el Panecillo y las lindas guambras de Quito. Él y su familia han sido mis hermanos en Guatemala y han abierto su corazón a Giovanna, como solo los ecuatorianos de corazón lo saben hacer.

 

Encontré a ecuatorianos también de los otros, pero prefiero no hablar de ellos. Solo diré que uno de estos era el embajador de Ecuador en Guatemala en 1995. Una vez fui a saludarlo. Estuve como una hora a su espera y luego salió el secretario a decirme que “el embajador está ocupado, y dice que regrese otro día”. Mientras estuvo aquel individuo nunca volví. Qué diferencia con el cónsul Alfonso Morales, quien me ayudó a lograr que mi Papá entrara legalmente a Guatemala o del cónsul Arévalos que nos casó sin mayor trámite a Giovanna y a mí.

 

La presencia de mis padres también es algo que recuerdo con alegría. Mi Mamá vino dos veces y mi Papá una. Su presencia y compañía hicieron aún más feliz mi estadía en Guatemala. Los quise y los quiero como son. Por último, la presencia de amigos de Quito como Pedro, Rosario, Alfredo, Julio y Lorena, y especialmente de mi prima Irene y su esposo Gonzalo, me llenó de alegría, pues ¡no hay placer más grande para un ecuatoriano que mostrar a un amigo de Ecua­dor esta bella Gua­temala mía!

 

 

El informe de la CEH

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 25 de febrero de 1999 es un día para recordarlo como un día de triunfo, de dolor y de esperanza. Ese día se hizo público el informe final de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Antes de que se hiciera público, había cierto escepticismo en cuanto a la contundencia que dicho informe podría tener. Algunos pensaban que el informe trataría de manera diplomática a los protagonistas de tanta masacre y de violaciones a los derechos humanos.

 

El acto se llevó a cabo en Teatro Nacional “Miguel Ángel Asturias”. Había delegaciones de todo el país. Se veían los colores de los huipiles que representaban ese hermoso mosaico cultural que es Guatemala. Llegaron de Totonicapán, de Todos Santos Cuchumatán, de Panzós, de Nebaj, de Santiago de Atitlán, de San Marcos, en fin, de todos los rincones a los cuales llegó el fratricida enfrentamiento armado interno.

 

A la entrada del teatro pude divisar entre tanta gente a Giovanna, que daba la bienvenida a los participantes. Igual estaba Itzíar, esa sevillana pura sangre, con el corazón de una leona. La gente llegaba con la ilusión y con el dolor en sus rostros. Françoise tomó unas fotografías fantásticas de Hellen Mack, de Rigoberta Menchú y de muchos otros familiares que perdieron a sus seres queridos en la guerra civil.

 

El teatro estaba repleto. Inició el discurso el comisionado nacional Alfredo Balsels Tojo, quien hizo un emotivo recuerdo de sus amigos caídos durante la guerra y, además, nombró el trabajo realizado por REMHI, pidiendo un aplauso para monseñor Juan José Gerardi Conadera, lo que provocó una ovación como jamás la había escuchado. El aplauso duró más de cuatro minutos y el grito de GUATEMALA NUNCA MÁS retumbó en todos los rincones del teatro y en cada uno de los corazones allí presentes. Posteriormente, Otilia Lux de Cotí hizo un discurso inflamado de pasión haciendo notar que el 83% de las víctimas de la guerra fueron mayas y que se arrasaron más de SEISCIENTAS aldeas, la mayoría indígena. Ella, en nombre de todo el pueblo maya, perdonó a sus verdugos, en un notable gesto de reconciliación.

Por último, Christian Toumuschat, comisionado de las Naciones Unidas, realizó una exposición que superó con amplitud todas las expectativas. En su discurso hizo una referencia a la tragedia del enfrentamiento armado, a las raíces históricas, al cierre de los espacios políticos, al papel de los Estados Unidos y la Doctrina de Seguridad Nacional, a la Iglesia Católica, a la guerrilla, a los niños y a las mujeres, a los desaparecidos, al reclutamiento militar forzado y discriminatorio, a los mayas como enemigo colectivo del Estado, al racismo, a la militarización, al terror, a los cementerios clandestinos, etc.

 

Su discurso varias veces tuvo que ser suspendido debido a los gritos de la gente que clamaban justicia. Uno de los más coreados era ¡AHORA PINOCHET, MAÑANA RÍOS MONTT­!, con relación a la entonces reciente detención del dictador chileno y a la sed de justicia para que se juzgue al peor de los genocidas guatemaltecos y de toda Latinoamérica.

 

En mi opinión, el punto más alto de la intervención de Toumushat fue al momento de señalar que en el conflicto armado interno se produjeron actos de genocidio. El informe pudo confirmar que durante los años 1981 a 1983, el Ejército de Guatemala identificó a grupos del pueblo maya como el enemigo interno, procediendo a realizar una política de tierra arrasada, inspirado en la Doctrina de Seguridad Nacional. Esta política gubernamental fue más allá de los combatientes guerrilleros, incluyendo también a población civil, especialmente de determinados grupos étnicos.

 

El informe terminó con una serie de recomendaciones para preservar la memoria y dignidad de las víctimas, medidas de reparación, búsqueda de desaparecidos, una política activa de exhumaciones de los cementerios clandestinos, una cultura de respeto mutuo y la observancia de los derechos humanos.

 

El trabajo de la CEH es el resultado de un trabajo compartido entre guatemaltecos e internacionales. A mí me consta el trabajo tenaz, valiente y decidido de muchos de los que allí dieron días enteros para escuchar los testimonios más desgarradores de quienes sufrieron las más brutales de las violaciones a los derechos humanos. Me consta de que quienes trabajaron allí cambiaron, para siem­pre, su percepción de la vida. Felicito a todos lo que trabajaron en esta ardua tarea, porque lo hicieron con pasión y con un enorme cariño por Guatemala.

Para terminar quiero citar un testimonio hecho a la CEH de uno de los testigos que lleva los restos de huesos. Lleva los restos en su morral envueltos en un plástico: “...me duele cargarlos... es como cargar la muerte... no voy a enterrarlos todavía... Sí quiero que descanse, descansar yo también, pero todavía no pue­do... son la prueba de mi declaración... no voy a enterrarlos todavía, quiero un papel que diga a mí: lo mataron... y que no tenía delito, que era inocente..., entonces vamos a descansar”.

 

 


            ¡Qué sustos!

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Durante mis años en Guatemala sufrí algunos sustos, algunos justificados y otros no tanto. Entre los destacables está mi primer encuentro con una tarántula, el primer día que llegué a Petén. Conchi me pedía que hiciera algo y le dije que lo único que no podía hacer era lo que pedía, pues sufro de aracnofobia terrible. O la vez que volvía de Sayaxché con Aucán y casi nos estrellamos contra un caballo. A mí casi se me para el corazón, en cambio Aucán no lo vio tan mal, más bien lo vio con ojos de que rico estaría ese caballo, pues, según me contó, en el sur de Chile comen el charqui, comida con carne de caballo. O la ocasión en que regresaba con Françoise, y en una de las calles de San Benito estaba el cuerpo de un hombre joven, tirado en la mitad de la vía. Françoise me dijo, “ten cuidado, puede estar armado”. No lo estaba, lo que tenía eran dos tiros en el estómago y se estaba muriendo. El muchacho fue llevado al hospital y se salvó.

 

Otro gran susto ocurrió en un hotelucho en Sayaxché. A Françoise y a mí nos agarró la noche y nos tocó dormir en un hotel de mala muerte. En la habitación contigua empezó una pelea conyugal, o para ser más exactos, una violación. La dueña del hotel gritaba que terminase la pelea, además, que había uno de MINUGUA. Sin ocultar mi temor me puse las botas y me fui a ver si yo podía hacer algo. Tenía mucho miedo, pero tampoco podía quedarme inmóvil. Ya me imaginaba al hombre saliendo con un machete pero de pronto salió pacíficamente hacia la calle y la mujer atrás, pidiéndole perdón.

 

Recuerdo otra vez cuando estaba durmiendo en una choza en una aldea a las orillas del Río de la Pasión. Me dieron muchas ganas de orinar a mitad de la noche. Tomé mi linterna y desde la hamaca busqué mis botas. Al iluminarlas encontré a un sapo del tamaño de una pizza familiar sobre una de las botas. El sapo se asustó y se orinó. En cambio yo no me moví y amanecí con la vejiga del tamaño de una toronja.

 

Un gran susto lo tuve en el templo IV de Tikal. En aquella época no había escaleras y había que subir agarrándose de las raíces. En una de estas escaladas perdí el equilibrio y me caí pero con tan buena suerte que me detuvo un árbol, y por qué no decirlo, mi felino reflejo.

 

Cuando hubo la toma de la oficina de MINUGUA en Petén, al personal nos tocó evacuar el local por la parte trasera. Todos pasaron sobre un muro de unos tres metros, incluyendo Margarita y Françoise que tenían faldas. En cambio a mí, al llegar a la cima del muro, me dio un vértigo bru­tal. La población dentro de la oficina quería quemarla y yo no era capaz de hacer el simple acto de pasar una pierna y luego la otra. En medio de situación tan ridícula, decidí volver al interior del local.

 

Un hecho que produjo un impacto tremendo en mí se dio cuando entré a una pequeña choza donde se había producido un doble homicidio en San Benito. Una mujer había sido asesinada por la espalda mientras daba de mamar a su bebé. La bala le atravesó el pecho y se incrustó en la cabecita del nene. Salimos totalmente conmocionados. Me subí al auto con Jorge, un policía colombiano. Él manejaba y regresábamos al pueblo a traer al juez de paz. Era casi media noche. En el camino vi a un perro que estaba echado. “¡Jorge, cuidado el pe­rro!”, le dije, pero mi colega estaba tan transtornado que pasamos de manera tan brutal sobre el animal que simplemente nos quedamos mudos.

 

Otro susto, no tan dramático como el anterior, fue un día que tenía que hablar con mi amigo Yohn. Antes de que yo lo llamara, Georgina, la recepcionista, me dijo que él me llamaba. Se dio un diálogo más o menos así:

“¿Que dice mi querido Yohn?”.

“Bien Xavier, por allá ¿qué tal?”.

“Ya sabes, por acá todo tranquilín. Bueno Yohn, ¿y a que se debe ese milagro? Ya te iba a llamar yo a ti”.

“Es que creo que voy a ir este fin de semana a Cobán”.

“Qué buena onda, pues. Si quieres te reservo un hotel”.

“Bueno, no es seguro, lo que pasa es que va Raquel Zelaya y...”.

 

El momento en que dijo Raquel Zelaya me di cuenta de que no hablaba con Yohn. Pregunté a Georgina que con quien yo hablaba y me dijo que hablaba con Jean Arnault, es decir, el mero mero de MINUGUA. Me dio un ataque de risa y de susto, pero lo disimulé muy bien diciendo, “perfecto Jean, no te preocupes, aquí atenderemos a Raquel”.

 

Pero de todos los sustos, el mayor ocurrió el 13 de febrero de 1999, primero en la madrugada y después a la media noche. El día anterior habíamos escalado con Giovanna el volcán Acatenango, uno de los colosos que circundan a Santiago de los Caballeros. Giovanna subió sin dificultad, como es normal. Yo con gran dificultad, lo que también es normal. Llegar a la cima fue muy bello, por la compañía y por el majestuoso paisaje de casi la mitad del territorio guatemalteco.

 

Al regreso, yo estaba molido y nos acostamos a las nueve de la noche en un hotelito de Antigua. A eso de las tres de la mañana escuché unas voces que provenían de la calle. Medio dormido recordaba que esa semana habían robado en la casa del enlace militar en Cobán tres individuos y de milagro no lo agredieron. No le dí mayor importancia al hecho. Sin embargo, de pronto, la puerta de nuestra habitación se abrió y entraron tres individuos enormes al cuarto. En contraluz sus siluetas los hacían aparecer monstruosos y pensé que eran los ladrones de la casa de mi amigo en Cobán. En un reflejo lancé un grito tan descomunal que despertó a Giovanna, que al oír mi grito y ver esas figuras fantasmagóricas, también gritó. Mi grito y luego el de Giovanna causaron pánico en los tres hombres y empezaron también a gritar. Esto provocó que el guardia del hotel entrara gritando y que dos turistas más gritaran desde su cuarto. Poco a poco volvió la calma y era simplemente que los tres hombres se habían equivocado de cuarto. Todos se quedaron tranquilos menos yo, que seguía con una taquicardia total.

 

Después de tamaño susto, regresé a Cobán. Giovanna se quedó en Guate completamente tranquila. En esa época yo vivía en una cabañita en medio de un orquideario, en un lugar hermoso. Tenía sesenta mil orquídeas, incluyendo a la famosa Monja Blanca, en el jardín de mi casa. Para llegar al lugar, yo debía dejar el auto a unos trescientos metros y caminar por un sendero mal iluminado. Siem­pre me seguía un perro dálmata, lo cual me daba cierta seguridad.

 

Pocos metros antes de llegar a mi casa, vi que el dálmata regresaba corriendo, con el rabo entre las piernas, como si hubiera visto al diablo. Me petrifiqué, pues pensé que serían los tres ladrones de la madrugada, pero no: era una jauría de unos siete perros de todos los tamaños y colores que vagabundeaban por ahí. En su feroz persecución al dálmata, se encontraron conmigo.

 

Me saqué la correa y, al más puro estilo Aramís, me batí como si fuera un gran mosquetero. El radio portátil me fue de utilidad, pues le lancé al más grande de los perros dándole en la cabeza y todos salieron corriendo, incluyéndome, que salí tras los canes en frenética carrera, gritando cual japonés saliendo de trinchera. Los perros, al verse perseguidos, dieron media vuelta y se lanzaron otra vez en mi contra. Regresé al lugar a donde había quedado la radio y la lancé contra el líder y volví a acertarlo lo que produjo nuevamente la huida canina. El dálmata salió corriendo tras los perros y yo salí corriendo a buscar la puerta de la cabaña, sin encontrar las llaves. Parecía Jack Nicholson en “Atrapado sin Salida”. Logré entrar y estaba tan blanco que más bien parecía sueco en invierno.

 

Ese día fue el día que más susto pasé en mi vida, y ahora cuando lo recuerdo, simplemente me asusto.

 

 

            El Beckenbauer de los humildes

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El equipo de fútbol de MINUGUA en Cobán era una constelación de estrellas. Integrado por Roberto, Fabio, Freek, Fredy, Carlos, Óscar, Nelson, Fabio, Peter, Willie, Édgar, más el apoyo de los valencianos Quike y Jaime, el grupo era fulminante. Ante semejantes figuras, yo no podía quedarme atrás y generé toda una leyenda de mi fútbol, autonombrándome el Beckenbauer de los humildes.

 

Me salió cara la comparación con el kaiser alemán, pues en el primer partido en el cual yo debutaba acompañado de una fama inexistente, salí golpeado y vapuleado por mi propia arrogancia e incapacidad de jugar bien al fútbol.

 

El partido fue contra nuestra eterna rival, la Procuraduría de los Derechos Humanos, dirigidos por el auxiliar departamental, quien desde el borde de la cancha instruía a sus pupilos sobre cómo golear a los minuguazos. A los diez segundos de iniciado el encuentro tuve un choque contra otro jugador y quedé tendido en la grama artificial. Sabiendo que las expectativas sobre mí eran muchas, fingí no sentir dolor y seguí deam­bulando en la cancha tratando de topar la pelota, lo que logré esporádicamente.

 

El momento culminante de mi participación en el juego fue cuando un pelotazo se estrelló en mi humanidad, más específicamente en mi panza, la parte más voluminosa de mi cuerpo, tirándome al suelo y como una gran figura me revolví haciendo gestos de intenso dolor. Esperaba que el partido se detuviera y que entraran los quinesiólogos para tratarme y ser llevado en camilla en medio de los aplausos del público. Pero la realidad fue distinta. El partido se siguió jugando, el público no se percató de mi calamitoso estado y jamás llegaron los kinesiólogos. En medio de tal vorágine, opté por gatear humildemente hasta el borde y pagar mi pecado de haberme comparado con aquel gigante alemán que en la final del mundial de 1966, jugó con un brazo fracturado, y aunque Alemania perdió la final, Franz salió por la puerta gran­de.

 

 


            Sanfermines en Carchá

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 9 de marzo de 1999 recibimos una llamada urgente por parte de la jueza de paz de San Pedro Carchá, en la que pedía nuestra presencia ya que había una multitud queriendo hacer justicia por mano propia y tenían de rehenes a cuatro policías, a quienes liberarían sí se entregaba a cuatro abigeos.

 

Fui con Jaime, policía colombiano de los buenos, al lugar a ver qué sucedía. Llegamos a la oficina de la jueza de paz, una mujer q’eqchi’ de mucho temple y coraje para poder estar en ese puesto tan machista y tan exótico a la cultura maya. Nos informó que en la noche anterior, un grupo de delincuentes se había robado cuatro toros de una aldea cercana. La Policía Nacional capturó a los supuestos ladrones junto con el camión y las reses, y los trasladó a la comisaría del pueblo.

 

En la mañana, varios vecinos empezaron a reunirse para exigir que se entregara a los ladrones, pues estaban cansados de tanta delincuencia. La Policía los trasladó a Cobán, lo que enfureció más a los pobladores que se tomaron la estación, esta vez con los cuatro policías que quedaron dentro, además del camión con los toros.

 

La jueza, con el auxiliar de la Procuraduría de los Derechos Humanos, decidieron que irían a negociar la liberación de los rehenes. Con Jaime nos quedamos a unos veinte metros de la estación. La gestión de los dos funcionarios fue infructuosa y salieron del lugar sin el objetivo deseado. Para eso, había una multitud de unas mil personas rodeando el lugar. Asimismo, un piquete policial, armado con garrotes, llegó al pueblo. La situación se ponía cada vez más seria, pues los instigadores, que eran seis o siete, y en estado de ebriedad, arengaban al resto con bastante éxito por cierto.

 

En un momento dado, los revoltosos liberaron a los cuatro toros, que seguramente tenían más miedo que los policías detenidos, y salieron en precipitada carrera por las calles de Carchá. La reacción de la gente fue la misma que la de los navarros en Pamplona, es decir, correr delante de los toros. Con Jaime, al comienzo nos desorientamos pues pensamos que se había producido una entrada por parte de las fuerzas del orden, y de pronto vimos delante nuestro a los cuatro toros corriendo despavoridos. Me faltó el periódico, el traje blanco y la boina roja para sentirme pamplonica. En medio de la tragedia que se vivía, no dejaba de ser cómico ver a la gente corriendo, a los toros corriendo, a los policías co­rriendo, a nosotros corriendo, a todo el mundo corriendo sin ninguna orientación.

 

Una vez calmada la situación, y los cuatro bureles pastando pacífica­mente en el parque del pueblo, la atención volvió a la estación. La gente iracunda volteó el vehículo y lo incendió. Se hizo presente el ejército con unos veinte soldados y llegaron alrededor de cuarenta miembros de las fuerzas especiales, no con garrotes, sino con ametralladoras, lo que demostraba la posibilidad no de disolver un motín sino de provocar una tragedia aún mucho peor que la masacre de Xamán. La gente, en actitud desafiante, lanzaba piedras e improperios.

 

Llegó incluso el gobernador departamental para tratar de calmar los ánimos. Pero en realidad quien representó un papel extraordinario fue el auxiliar de la Procuraduría de Derechos Humanos, César Maldonado, quien, solo, únicamente con mi radio, logró entablar una conversación directa con los líderes de tan suigéneris revuelta, entrando al ojo del huracán. A pesar de que lo empujaron y agredieron, él logró la liberación de los policías y el retiro de las fuerzas de seguridad.

 

El escenario posterior parecía el de una guerra, pues la estación quedó semidestruida y saqueada, el camión incendiado en medio de la calle y cuatro toros pastando al frente de la catedral de San Pedro Carchá. Aunque ocurrió el 9 de marzo, para mí fue el 7 de julio, San Fermín.

 


 

            Un congolés en El Calvario

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Se llama Nkoy, que en idioma nikongo significa “leopardo”. Llegó a Guatemala en octubre del 95, y luego de cortísimo tiempo de aprendizaje del castellano en Xela, se vino para Cobán. Cuando llegó, empezó a aprender a hablar q’eqchi’. Actualmente Nkoy domina perfectamente las dos lenguas, además del francés, el swahili y el ingala, idiomas de su nativa África.

 

Este hombre es conocido no solo en Cobán. Su figura es familiar en decenas de aldeas por donde pasa semanalmente y en la pista del estadio donde los madrugadores salen a trotar. En uno de sus viajes destrozó un jeep al volcarse cerca de Chisec, pero como tiene buena estrella, todavía lo tenemos por acá.

 

Es un fanático del Cobán Imperial y se conoce muy bien como va la liga en Europa y de como cada día hay más y mejores futbolistas africanos fantaseando con el balón y destrozando arqueros rivales. Recuerdo que una vez fuimos juntos al estadio y gozamos viendo el duelo verapacense entre el Car­chá y los príncipes azules de Cobán.

 

Sin embargo, lo que más me impactó de Nkoy ocurrió el Jueves Santo del 99. Giovanna y yo fuimos a la misa de ese día al Calvario, lugar donde está la ermita y uno de los lugares más místicos de Guatemala, donde existen varios altares mayas en medio de un graderío de ciento treinta y cuatro escalones coronados por una iglesia católica muy sencilla, bellísima.

 

Al entrar a la iglesia a las siete de la noche, había muchos indígenas q’eqchi’s, iluminados únicamente por cientos de velas que hacían ver el lugar aún más magnífico de lo que ya es. Al fondo estaba Nkoy. Vestía una impecable manta blanca con verde, dando la misa en q’eqchi’. Había un ambiente mágico y místico en el lugar. Verlo ataviado de blanco y verde y a su lado un grupo de mujeres q’eqchi’s cantando sublimemente “The answer my friend is blowing in the wind” pero en su propio idioma, me hicieron estremecer hasta la médula.

 

Fue sin duda alguna un evento memorable. Una misa católica de Jueves Santo celebrada por un congolés en q’eqchi’, con mujeres interpretando a Bob Dylan, una italiana de ojos turquesas encendidos y un ecuatoriano con la boca abierta viendo tanta maravilla.

Nkoy es un sacerdote del Congo que pertenece a la Congregación del Sagrado Corazón de María y su nombre cristiano es Rodrigo. Cuando juega el Cobán Imperial, la gente le dice, “Padre, rece para que gane el Cobán”, y él se ríe mostrando su magnífica dentadura blanca. Por cierto, mientras escribo este cuento, el Cobán Imperial se encuentra jugando la semifinal con el Municipal, y Nkoy está en el estadio.

 

Cobán ganó 2-1.


 


            2013

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

 2013 no es el año de la profecía maya, ni el año en que se sabrá la realidad de la muerte de JFK. Es el número con el cual crucé la meta, uno más que el 2012, que fue, por supuesto, de Giovanna. Cada año, Cobán se viste de gala para recibir a miles de deportistas que vienen a competir en la célebre media maratón.

 

Recuerdo que en la prensa se publicó “Ecuatorianos vienen a ganar la ½ maratón”, por lo que me sentí aludido. Empecé a correr y a entrenarme junto con Gio­vanna, que corre y entrena mucho más y mejor que yo.

 

Durante un mes, estuvimos corriendo por las carreteras cercanas a Cobán. Corríamos a Chamelco y a Carchá cuando la pista y parque Las Vic­toria estaban mojados. Cada día me emocionaba más pensando que la prensa pensaba que yo venía a ganar la maratón.

 

De Guate vinieron varios amigos a hacernos fuerza en nuestro intento épico de ganar la maratón. Santiago y Maggi, con sus adorables hijos, vinieron con toda la garra ecuatoriana a hacer fuerza por la ragazza y por mí. Nuestro querido amigo David dejó sus ocupaciones y también se vino a dar su apoyo y sonrisa incondicionales.

 

Y empezó la carrera a las ocho en punto de la mañana del primero de mayo. No nos importó que era Día del Trabajo, había que hacerle trabajar al cuerpo y al corazón. Cinco mil atletas nos lanzamos a correr.

 

Para evitar la avalancha humana, salimos al final. “Giovi, tranquila que vamos al final y es super rico empezar a pasar a todos”. El cañonazo de salida casi nos revienta los tímpanos y empezó la gran gesta deportiva. En los primeros veinte minutos no habíamos pasado todavía a nadie y yo “tranquila Giovi, tranquila, ya vamos a pasar a alguno”. De pronto pasamos a un grupo de veinte personas, que en realidad eran los guardaespaldas del ex presidente de Guatemala, Alvaro Arzú, que también quería ganar la carrera pero a la mitad se retiró medio muerto.

 

Cuando habíamos hecho los primeros ocho kilómetros vi que había unos corredores que venían en contra vía. En realidad eran los que me iban ganando, es decir, el grupo elite que ya venía de regreso y estaban ya en el km 18. Empecé a preocuparme ya que defraudaría a quienes pensaban que los ecuatorianos venían a ganar la carrera.

 

Giovanna seguía hermosa corriendo sin dedicarme ni una palabra. Medía su respiración y alegría para no dejar salir ni un esfuerzo más del necesario. En el km 16 aparecieron las figuras de David, Santiago y Maggi y sus hijos, alentándonos a seguir, y especialmente a mí, a no abandonar la carrera.

 

Recuerdo con alegría a los cobaneros apoyándonos. “Vamos MINU­GUA”, me decía el comandante de la Zona Militar 21. La gente de mi oficina estaba como un solo puño dándonos coraje. Habían pasado ya dos horas y mi fuerza estaba llegando al límite. Pero cada vez que veía Giovanna, mi motor espiritual resurgía y seguía adelante.

 

Último kilómetro, “Ya no puedo más Giovanna”. “Dále, dále”, decía ella, y yo seguía. De pronto, la meta a la vista. “¡Corre Giovi, corre!”, y corrió, y en los últimos veinte metros me sacó tres de distancia. Llegué tres segundos después de ella, con el corazón en la boca y con calambres hasta en el pelo, pero feliz. No fui el primero, fui el 2013, pero, al final, el Ecuador no decepcionó, pues los ecuatorianos Silvio y Wilma Guerra, dos chasquis andinos, fueron los ganadores de la carrera. Yo también fui un ganador, pues el ánimo de correr junto con mi adorada Giovanna y de llegar a la meta fueron mis grandes premios.


 


Artista invitado

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Marvin González viene de San Miguel Chicaj y es poeta. He aquí una prueba:

 

QUIEN ENSUCIA SU ALMA


por Marvin González Bolvito, Guatemaya


 


Cuando el humo negro

 se levanta hacia el cielo

 las aves se asfixian

 y el sol desaparece

 Cuando el ser humano

 ensucia su alma

 se hace bestia

 y a su paso

 todo desfallece

 pierde la memoria

 y con sus garras

 hiere brutalmente

 la humana calma

 pasea sediento de odio

 acechando

 al más íntimo anhelo

 

 Cuando el ser humano

 ensucia su alma

 Sus manos se convierten

 en pesados metales

 que aplastan inmisericordes

 tiernos ideales

 Su lengua en fango

 capaz de sacar a flote

 las más horribles injurias

 Sus ojos en gigantes

 e intolerables espías

 destinadas

 a quemar a las masas

 Su boca en barranco obscuro

 dispuesta a sacar

 palabras vampirescas

 ansiosas de cazar

 mentes brillantes

 

 Cuando el ser humano

 ensucia su alma

 La paz y la armonía

 lo escandaliza con la violencia

 Los problemas personales

 se los confía

 al psiquiatra alcohol

 Sobre la pureza

 de la semejanza

 vomita racismo

 Sobre los lazos

 de la unidad

 desparrama ácido

 de divisionismo

 Debajo del vestido

 de la Justicia

 mete la mano encallecida

 de la corrupción

 En el robusto

 brazo de la ignorancia

 inyecta altas dosis

 de explotación

 

 Ensuciaron su alma

 si es que la tenían

 los asesinos de Plan de Sánchez

 de Río Negro, las Dos Erres,

 la feria de San Miguel Chicaj,

 Panzós, Cuarto Pue­blo...


 Cuan­do el ser humano

 ensucia su alma

 su cerebro desvanece

 y en su sitio

 suben las heces

 corrompe

 la singular fragancia

 de la vida humana!!!


 

 

            “¡Corre Nadine, corre!”

 

 

Regreso a la tabla de contenidos


 

El 16 de julio de 1999 era un viernes común y corriente, pero todo cam­bió a eso de las doce del día. Recibimos una llamada de la Policía pidiendo apoyo, ya que querían linchar a tres hombres acusados de haberse robado una vaca, en una aldea muy cercana a Cobán.

 

Le llamé a mi Mamá, que estaba de visita, y le dije, “Ma, no me esperen para almorzar porque tengo que ir a trabajar”. Y así fue. Salimos en dos vehículos de la Misión con Roberto, Wilhelm, Nadine y don Juan Yat de COPREDEH[20]. Al llegar al lugar, una maestra se acercó y nos dijo que había que caminar unos dos kilómetros, en medio de un hermoso cafetal.

 

En el camino pudimos observar a la gente que corría. Algo que me llamó mucho la atención, y, además, me provocó algo de miedo, fue el ver a un joven con un caracol que lo hacía sonar arengando a la gente y anunciando nuestra llegada.

 

Al llegar al lugar, vimos a tres hombres, en realidad dos casi niños y un joven, amarrados a un árbol y terriblemente golpeados. Juan Yat, en idio­ma q’eqchi’, trató de disuadir a la gente de hacer justicia por mano propia. No sé que dijo Juan Yat, pero molestó mucho a la gente y lo empujaron y agredieron. Algunos hombres empezaron a gritar que los derechos humanos defienden a delincuentes y que MINU­GUA no hacía nada y que favorecía su liberación.

 

En medio de tanta tensión, le pedí a Roberto que me regalara un cigarrillo. Pocos momentos después se acercó un policía y me dijo, “le sugiero que apague su cigarrillo, ya que los hombres están rociados en gasolina”, por lo que me sentí bastante estúpido y lo apagué inmediatamente. Dadas las circunstancias, decidimos alejarnos a una distancia prudente, al lugar donde se encontraban varias de las evidencias que habían sido incautadas a los delincuentes: artes de res, cuchillos, lazos, pasamontañas, alicates, etc.

 

Cerca de la una y media un agente de la Policía Nacional Civil apareció con uno de los menores y lo llevaba corriendo hacia el lugar de los vehícu­los. “¡Corre pisado, corre!”, le gritaba desesperado. El segundo de los detenidos también era llevado pero resbaló y varios hom­bres lo agredieron a golpes de palo, machete y puntapié. Sin embargo, lo sacaron del lugar. Al ver que la multitud corría tras los tres hombres, le dije a Nadine, también desesperado, “¡Corre Nadine, corre!”. Roberto y Juan se habían adelantado y Nadine, Wilhelm y yo nos quedamos rezagados. La gente continuó golpeando a los tres hom­bres pero al final los pudieron sacar. Roberto me llamaba por la radio: “Xavier, ¿cuánto les falta? porque ya se llevaron a los linchados y solo estamos noso­tros”. Nos habíamos quedado entre los autos y la multitud. Al llegar, corrimos a los vehículos te­miendo que la gente pudiera actuar contra nosotros. Al final logramos llegar a los autos y salimos disparados del lugar.

 

Al llegar a mi casa, mi Mamá me preguntó que qué tal había sido mi día de trabajo y yo le contesté:

 

“Tranquilo, fue un día tranquilo”.

 

 


            Don Juan Matalbatz y los q’eqchi’s

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Alguna vez leí en algún libro que de todos los líderes indígenas de Abya Yala, únicamente uno fue reconocido como tal por de Carlos V. Cuando llegué a Gua­temala me enteré de que ese cacique era de Guatemala. Cuan­do llegué a Cobán, me enteré que ese líder era de Tezulutlán y cuan­do llegué a San Juan Chamelco me enteré que era de allí y que su nombre era Juan Matalbatz.

 

Su nombre original fue Aj Pop Batz y gracias al apoyo de los dominicos, Juan Matalbatz fue llevado a España y presentado a Carlos V. Fue el único cacique que tuvo el cargo de gobernador. Carlos V declaró a Cobán “Ciudad Imperial”.

 

La historia de Juan Matalbatz es diferente a la de otros indígenas ame­ricanos. A Caopulicán lo empalaron. A Lautaro lo asesinaron por la espalda. A Atahualpa lo quemaron vivo. A Tecún Umán, Alvarado le cruzó su lanza en el pecho. A Tabaré lo ahorcaron. A Anacaona la decapitaron. A Hatuey lo empalaron. A Moctezuma lo engañaron. A José Gabriel Con­dorcanqui, Tupac Amaru, lo descuartizaron. A Toro Sentado lo llevaron en un circo con Buffalo Bill. A Jerónimo lo expulsaron a Miami. A Fernando Daquilema lo fusilaron. Y así, la mayoría de los líderes indígenas fueron brutalmente asesinados o humillados por la corona española o por los nuevos países.

 

A los q’eqchi’s no fue la espada la que pudo someterlos. Fue la cruz. A estas tierras llegaron los dominicos en 1537. Por estas tierras anduvo Fray Bartolomé de las Casas, fundador de Rabinal y fue aquí donde escribió parte de su célebre tratado “Breve relato de la destrucción de las Indias”. A estas tierras la llamaban Tezulutlán, que significa “Tierra de Guerra”. Los dominicos lograron lo que los encomenderos ni se atre­vieron a hacer, enfrentar a los q’eqchi’s, pero de manera pacífica. Es por ellos, los dominicos, que se dio el nombre a estas tierras de Verapaces. Fue la cruz la que logró la verdadera paz, y yo vivo en Alta Verapaz.

 

Alta Verapaz es un lugar mágico. Por sus paisajes, por su constante garúa, por la niebla que se levanta mística por las mañanas, por sus ríos, por Semuc Champey. Pero, sobre todo, Alta Verapaz es mágica por su gente. Es triste saber que los q’eqchi’s hoy viven en la más espantosa pobreza. El mayor índice de mortandad infantil y de analfabetismo en Guatemala, se da acá. En la época de la guerra en tierras mayas, a Alta Verapaz le cumple el horroroso tercer lugar en el número de masacres registradas por los informes de REMHI y el de la Comisión de Esclarecimiento Histórico: noventa y tres en contra del pueblo q’eqchi’. Aquí se recuerdan y no se olvidan, en estos tiempos de amnesia obligatoria, las víctimas de Panzós, de Chisec, de Salacuín y de innumerables aldeas más que fueron arrasadas en la década de los 80.

 

La tierra en esta parte de Guatemala es fecunda. Pero fue en la época republicana cuando se causó un enorme perjuicio a esta gente, provocando la mayor usurpación de tierras que recuerda este país. Con la revolución liberal y con esos afanes estúpidos de mejorar o blanquear la raza, el gobierno prácticamente regaló las tierras a colonos europeos, quienes las ocuparon y, además, ocuparon esa mano de obra gratis para la producción del café y después del cardamomo. En Alta Verapaz se produce el mejor café, excepcional. Las fincas cafetaleras ocupan miles de hectáreas y producen enormes ingresos a sus dueños.

 

Sin embargo, los q’eqchi’s tienen los ingresos más bajos del campesino en Guatemala. En 1894 se decretó Ley de Asignación, que permitía la adquisición de tierras ejidales para la producción del café. Esto provocó la usurpación de tierras para el cultivo y explotación del café, con mano de obra incorporada.

 

En el video “Los Civilizadores” hay una escena en la cual una de estas dueñas de finca cuenta, a manera de broma, “que una vez encontró a un grupo de indígenas de rodillas. Al preguntarles qué hacían, ellos respondieron que estaban escuchando la misa. En realidad era el discurso de Joseph Göbbels, ministro de propaganda del III Reich”. En algunas fincas, los q’eqchi’s eran obligados a aprender a cantar el himno alemán.

 

Sin embargo, los q’eqchi’s no dejan de luchar, como en 1885, cuando Melchor Yat lideró una revuelta en defensa de su tierra en Carchá. O como Juan Coc, quien fue el artífice del retorno de los refugiados guatemaltecos en México. Tanto en Petén como en Cobán he encontrado hom­bres y mujeres que luchan por sus reivindicaciones. La familia Pop, Andrés Cuz, las mujeres de FUNMAYAN[21], mis amigos intérpretes de las oficinas, las mujeres de Chisec que traba


jan con Giovanna, son dignos representantes de Juan Matalbatz, del espíritu de Tezulutlán, de Mamá Maquín y de los guerreros del Totoposte.

 

Si algún día los q’eqchi’s dejaran de producir el café y el cardamomo, la crisis económica en Guatemala sería terrible. Pero a ellos no les importaría, porque el café y el cardamomo nada tiene que ver con su existencia y su cultura. Ellos podrían seguir subsistiendo con la producción de su milpa, de su frijol, de su maíz.

 

Por algo el Popol Vuh los llamó Hombres de Maíz.

 


 

            De Venezia a Xococ

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El mes de septiembre de 1999 tiene un especial significado para mí, pues fue el de mi formalización sentimental con Giovanna y por haber participado en uno de los momentos más dramáticos de mi vida, en la negociación para la liberación de nueve rehenes en la aldea Xococ, Baja Verapaz.

 

Las tres primeras semanas de aquel mes fueron memorables. De la mano de Giovanna recorrí la parte de la rodilla para arriba de la bota italiana.

 

Uno de los lugares que más interés tenía por conocer era Perugia, famosa por sus chocolates. Aunque soy un amante del chocolate, mi obsesión por conocerla se remitía a Alfredo Bryce Echenique, ese grande de la literatura contemporánea latinoamericana, que en su libro “La vida exagerada de Martín Romaña” hace una brillante y emotiva descripción de ese monumento medieval. Y no se equivocaba, yo me enamoré también de esa joya y más aún si lo hacía en compañía de Giovanna y comiendo chocolates Perugina. Luego recorrimos la Umbria, pasando por Emilia Romagna, hasta llegar a la Toscana y quedarme maravillado con la ciudad medieval de Siena. Quienes tengan la oportunidad de ir hacia aquella ciudad, me darán la razón cuan­do digo que Siena es una ciudad absolutamente divina. Describirla me llevaría un libro com­pleto y solamente dejo en su curiosidad la famosa fiesta del palio, que se lleva a cabo el 15 de agos­to de cada año.

 

Giovanna tenía mucha ilusión de que yo tomara un vino excepcionalmente bueno de la zona de Toscana y que se produce en un pueblito llamado Montalcino. Ésa es la cuna del famoso Brunello, y hacia allá nos dirigimos. Al ser ya muy tarde, nos quedamos en una finca antigua, donde su dueña nos invitó a pasar la noche. Al final no fue una noche, fueron cuatro, ya que la amabilidad de ella y la magnifica comida de ese lugar lograron cautivarnos para mantenernos esos días recorriendo la Toscana. A veces en bicicleta y otras en auto, ese lugar es mágico. Allí se filmó el filme “Hermano Sol, Hermana Luna”, que trata de la vida de San Francisco de Asís. Sin desmerecer el paisaje de Asís, le doy toda la razón al director de haberla filmado en Toscana, en cuya tierra abundan abadías y paisajes de ensueño.

 

Después de habernos dado el gusto de tomar el Brunello, partimos para Florencia, en cuya ciudad la figura del David de Donatello se une a la figura de Daniel Batistuta. Los dos son realmente figuras de Firenze, el uno triunfador sobre Goliath y el otro triunfador en cada partido.

 

Por último fuimos a Venecia. Una ciudad sin mucho que decir y ver. ¡Men­tira vos! Es una ciudad fantástica, y en medio de la Plaza de San Marcos y de miles de turistas, con Giovanna nos perdimos por uno de sus cien puentes y nos alejamos hasta llegar a una callesita llamada Furlani. No creo que ningún turista tenga intención de pararse allí, pero yo sí, pues fue allí donde le propuse matrimonio a Giovanna y ella dijo SÍ, para mi algarabía. La idea de hacerlo de manera snob en góndola quedó frustrada ya que solo se puede acceder a esos gustos de millonarios, sí se es millonario o sí se es japonés, que sin duda son millonarios y mantienen en auge la tradición de los gondoleros. Por eso para mi la calle del Furlani es más importante que cualquier otra calle, avenida, canal o vía.

 

El padre, la madre y los hermanos de Giovanna son encantadores. Son del Venetto y de un calor humano excepcional. Fueron muy amables y me sentí parte de la familia. Cuando me presentó a su tío Pasquale, yo estaba con la boina negra. Él, al verme, me abrazó, y juntos cantamos “A tu querida presencia, Comandante Che Guevara”. La familia de Giovanna es de esas familias fuertes que sufrieron las penurias de la gran guerra, que emigraron al Piemonte y que han combatido para que las conquistas laborales sean realidad en la FIAT.

 

Mis días en la tierra de Giovanna fueron maravillosos. Así regresé a Gua­temala, con la sonrisa en el rostro. Lastimosamente la sonrisa me duró poco, pues a los dos días de haber regresado y con un jet laj enor­me, me tocó, junto con tres compañeros, Wilhelm el sueco, Paulo el titiretero y Marvin el poeta, ir a mediar en uno de los conflictos más serios que he visto en este país.

 

En la aldea Xococ, Baja Verapaz, un grupo de campesinos había tomado de rehén a una jueza de paz, tres acompañantes y cinco vecinos. El problema era el de Guatemala: la tierra. El grupo que aseguraba ser dueño de un espacio de terreno había logrado que la jueza de paz acudiera para hacer la medición. Esto motivó una reacción furibunda del resto de los comuneros y los tomaron de rehenes.

 

A las nueve de la noche, Marc, el coordinador de la Oficina, nos pedía que fuéramos al lugar, ya que un batallón de fuerzas especiales acudía al mismo sitio para liberar a los rehenes. A las once y media de la noche llegamos a Salamá, donde nos esperaba Magali, compañera nuestra que había logrado hablar con la jueza, la que se encontraba aterrada de miedo. Ella nos puso al tanto y de inmediato fuimos a hablar con la Policía. Ésta determinó que sería inoportuno acudir en la noche, pues los aldeanos de Xococ son conocidos por haber sido una aldea donde las Patrullas de Autodefensa Civil fueron muy fuertes y por lo tanto, son gente entrenada por el Ejército y sabe combatir.

 

Al día siguiente, salimos a las seis de la madrugada. Las fuerzas especiales habían partido una hora antes. Había gran tensión por el riesgo de que se produjera un zafarrancho y que la lista de muertos y heridos engrosara la ya larga lista de muertos y heridos en Guatemala.

 

Xococ es una de las aldeas más pobres de Guatemala, y por ende, del mundo. Es irónico que a solo unos kilómetros se encuentra la represa Chixoy, con millones de galones de agua y que da energía eléctrica a gran parte del país. Sin embargo, en Xococ, no hay luz ni hay agua. Además, Xococ es tristemente célebre porque fue aquí donde se planificaron y ejecutaron las matanzas de Río Negro y Agua Fría. Inclusive tres patrulleros de autodefensa civil fueron condenados a muerte por ser autores materiales de las matanzas. Como bien lo dice Archi, “no importa si es en tiempos de guerra o de paz, los indígenas siguen poniendo los muer­tos”. Y es verdad. Ninguno de los autores intelectuales ni si­quiera ha sido juzgado, pero aquellos que también fueron víctimas de la guerra, fueron sentenciados a la pena de muerte. Ésa es la ironía de Gua­temala, donde el Estado mató extrajudicialmente a miles de indígenas y legal­mente lo sigue haciendo. ¿Qué autoridad moral puede tener un Estado que no aplica la ley de igual manera y en algunos casos los condena a la muerte y en otros, los verdaderos responsables son ahora diputados del Congreso Nacional?

 

Al llegar al lugar nos encontramos con cerca de setenta agentes de las fuerzas especiales muy bien armados. Uno de ellos se me acercó y me dijo, “¿Có­mo le va, licenciado?” y, para sorpresa mía, el jefe de estas fuerzas era un comisario que conocí en Petén, y de quien tengo excelente opinión. Su presencia me tran­quilizó, pues sabía que estaban liderados por un buen policía. Para sorpresa de todos, es decir, de aldeanos, de policías, de rehe­nes y aún de mis propios colegas, me fundí en un abrazo con este policía. Creo que este hecho, además, sirvió para bajar en algo las tensiones existentes.

 

Se llevó a cabo una reunión para encontrar una salida al problema. Se acordó, entre otras cosas, que Naciones Unidas verificaría la nulidad del proceso de tierras y que no habría órdenes de captura en contra de quienes habían tomado de rehén a la jueza y los demás. En ese momento me comuniqué por radio con Marc y le dije, “te llamo para avisarte que voy a firmar a nombre de MINU­GUA una cantidad de ilegalidades”. Marc me contestó: “Adelante”.

 

Luego de la firma, los aldeanos permitieron a la jueza y su comitiva salir. Habían pasado más de veinticuatro horas amarrados y con la amenaza latente de que serían quemados. Obviamente la jueza renunció al día siguiente a su cargo. Este hecho demuestra la complejidad social de este país. La ley europea del Código Civil es muchas veces provocadora de grandes conflictos sociales en vez de reguladora. La cosmovisión indígena es la de la propiedad comunitaria, corriente que choca con la doctrina de propiedad privada que predomina en el estado de Guatemala.

 

Luego de varias horas de negociación, el equipo regresó a Cobán. En el camino de regreso volví a pensar lo que había ocurrido hacia apenas cinco días en la calle del Furlani en Venecia y lo que acababa de pasar en Xococ, y pensé que la vita e bella pero también es un infierno.

 


 

            Y2K en Nebaj

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Existen esas fechas en las que todo el mundo se acuerda que hizo ese día. En Estados Unidos, por ejemplo, todos los que vivían el 23 de noviembre de 1963, saben exactamente qué hicieron ese día. El último día de 1999 es un día que todos los que lo vivimos lo recordaremos.

 

Durante todo ese año, millones de personas pensaban donde terminarían el milenio. Unos decían en Nueva York, otros en una isla perdida en el Caribe. A otros les importaba un carajo que se terminara el milenio. Por ejemplo, el año 2000 para los cristianos, es el 1378 de los musulmanes, el 5113 de los mayas y el 5761 de los judíos.

 

En todo caso yo me encontraba dentro de los que celebrábamos el fin del milenio. Había cruzado por la mente mía y la de Giovanna el pasarla con Archi en Nueva York. Después pasarla en El Salvador y por último, Giovanna tuvo la genial idea de pasarla en Nebaj, al norte del departamento de Quiché.

 

Y así fue. Nos fuimos desde Cobán a Nebaj, pasando por varios pueblos, entre ellos, Uspantán, famoso por ser la cuna de Rigoberta Menchú. Nebaj es uno de los lugares más bellos que he visto en Guatemala. La llegada a este pueblito es hermosa, pues se lo divisa desde la carretera ya que está en un pequeño valle rodeado de montañas.

 

Nebaj se encuentra en la zona Ixil. Este lugar fue de los más afectados por el conflicto armado interno, pues el Ejército de Guatemala y el Ejército Guerrillero de los Pobres midieron fuerzas en estas tierras, con el saldo trágico de miles de indígenas muertos o desaparecidos.

 

Al llegar nos fuimos a la oficina de MINUGUA. Casi todos los funcionarios habían salido a buscar otro sitio donde pasar el milenio. En realidad, Giovanna y yo pensábamos que ibamos a pasar el milenio caminando por el pueblo, pero Elena, una mujer ixil de insuperable belleza y de gran corazón, nos invitó a que a las doce la noche estuviéramos en su casa. Y así lo hicimos. Vive en una casita y en ella reina una hermosa orquídea de plata, como recuerdo de su elección como Rabin Ajau, que en idioma q’eqchi’ significa “Hija de Rey”. Y es que Elena es una Rabin Ajau. En 1991, fue elegida como “Hija de Rey” en Cobán.

En su casa nos recibieron sus dos hijos, su madre y sus tías, todas viudas. Fue un gran honor pasar en su casa el año nuevo. Aunque para los mayas este año no significa nada, el torbellino publicitario logró que inclusive aquellos quienes no lo consideran un momento histórico, también se vieran involucrados en toda esta histeria colectiva.

 

Llegamos a su casa a las once de la noche y fue muy lindo ver a la familia alrededor de la TV viendo el paso del milenio en Nueva York, pensábamos ¡en Archi, pues! Al llegar las doce de la noche en Nebaj, Elena entregó a todos unas luces de estrellas y la explosión de cohetes en Nebaj no se hizo esperar. En esos momentos yo me extasiaba teniendo a Giovanna conmigo, pensando que el 2000 sería el año de nuestra unión definitiva. ¡Estabas bellísima Giovanna en ese momento y tus ojos verdes irradiaban esa alegría que solo tú puedes tener!

 

Después nos dieron tamal con arroz y una bebida muy rica con sabor a manzana, sin alcohol. A la una de la mañana casi todo había acabado. Regresamos al hotelito en medio de unos cuantos borrachitos que se negaban a terminar el festejo. Me impresionó que la fiesta se hubiera acabado tan pronto, pero en todo Nebaj todos se fueron a dormir.

 

Elena nos invitó al día siguiente nuevamente. Ese día su familia estaba viendo el programa Sábado Gigante, malísimo por cierto. Había un concurso de chistes. Apareció un individuo y su chiste era ridiculizar a los indígenas en Chiapas. Ella solo dijo, “cómo nos discriminan”.

 

Nos mostró sus güipiles y sobre todo el ceremonial, aquel que usó cuando fue coronada como Rabin Ajau. Debo reconocer la sencillez y simpatía de los indígenas en Guatemala. Sin conocernos y al vernos desamparados en aquel memorable día, ella nos invitó a su casa, sin pedir nada. Es que así es la gente buena, la que no pide y da todo. Qué gran lección de grandeza humana nos dio esta bella mujer ixil.

 

Ese día, yo, al igual que millones de otras personas, nunca lo olvidaré.


 


            Entre Cobán y Quito, tres gobiernos

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 21 de enero del 2000 será un día muy recordado para los ecuatorianos, lo que me incluye, a pesar de que yo me encontraba a miles de kilómetros de los gravísimos incidentes, que casi terminan en una guerra civil en mi país.

 

Antes de salir de Cobán hacia Guatemala, para luego tomar al día siguiente el avión a Quito, miré la TV. En las noticias, el Presidente de Ecuador, Jamil Ma­huad, en un discurso vibrante, señalaba que él fue elegido Presidente y que nadie lo sacaría. Durante el viaje por tierra, mi preocupación era grande, pues sabía que la situación en Ecuador era gravísima pero no imaginaba tanto. Al llegar a Guate, en casa de Santiago y Maggi, fuimos a ver las noticias. Para sorpresa nuestra, aparecían tres individuos: un militar, un indígena y un abogado, comunicando al mundo, que se constituían en la Junta de Gobierno ya que Mahuad había sido destituido.

 

Al día siguiente salí para el Ecuador, con la preocupación de ni siquiera saber si se permitiría al avión aterrizar en Quito, pues “Prensa Libre” informaba que Mahuad estaba detenido en el aeropuerto. De todas maneras partí a mi destino. Durante los cinco años de mi estadía en Guatemala, en el Ecuador la crisis política llegó a su clímax con Abdalá Bucaram, un loco de remate que por desgracia llegó a ser presidente; pero el pueblo de Quito, en actitud memorable, destituyó al miserable.

 

El 21 de enero, el pueblo de Quito había salido nuevamente a protestar, pero esta vez eran las comunidades indígenas las que exigían la renuncia de Mahuad. Un grupo de militares apoyó a los indígenas y se tomaron el Congreso. Ma­huad, al verse sin apoyo, huyó. Se conformó una junta de gobierno, la misma que no duró más de tres horas, pues, como se supo más adelante, una llamada desde Washington, “sugirió” que se dejen de estupideces y que se entregue el poder al vicepresidente, tal como ocurrió.

 

Así, cuando yo llegué a Quito, esperaba ver tanques, militares por doquier, sacos de arena, etc. Pero no. Mi Papá me esperaba y me dijo que todo se había arreglado. Esa noche hubo una fiesta en Quito, pues la tensión anterior y el desenlace pacífico provocó que muchos quiteños y quiteñas prefirieran festejar.

 

Al hablar con gente en Quito, muchos manifestaban la vergüenza que debe ser el Ecuador a los ojos del mundo. Yo, sin embargo, no me canso de manifestar que el Ecuador es un ejemplo de poder ciudadano. Es cier­to que tuvimos los ecuatorianos a un impresentable como presidente, Bucaram, pero no es menos cierto que sin disparar un tiro, en esa ocasión y ahora en ésta, el pueblo echaba a los gobernantes por ineptos e incapaces. ¿En qué país se ve un acto de tanta democracia? En otros países habrían desaparecido o matado a los líderes. En Ecuador no. Tengo mucho orgullo de los ecuatorianos que, pese a vivir la peor crisis de su historia, siguen ahí, estoicos y sin echarle pa’trás.

 

Los días en Quito fueron muy lindos, con los amigos, con la familia y el reencuentro con la mágica ciudad de Quito. Acaban de remodelar el hos­pital San Juan de Dios, el más antiguo de América. Durante cuatrocientos años atendió a los más pobres de los pobres. Hoy es una reliquia del arte colonial. El 28 de agosto de 1991, subí, clandestinamente junto con Andrea, hasta la cúpula de la capilla. Allí le leí la poesía de Neptalí Reyes, más conocido como Pablo Neruda y el poema “Instantes”[22] de Jorge Luis Borges. Allí dejé volar globos de colores y mi fantasía. Archi, desde la avenida 24 de Mayo, nos veía y gozaba con ese romanticismo poco convencional. Fue un bello instante contigo, Andrea.

 

Los días que pasé en Quito fueron de trámites kafkianos. Para la boda en Italia requería únicamente tres documentos pero estos a su vez requerían las autenticaciones del jefe, del otro jefe hasta llegar al gran jefe, es decir, el canciller. Me recorrí Quito de norte a sur, caminé por sus calles, vi a su gente, vi sus colores, vi la crisis, olí sus olores, oí sus ruidos, sentí la grandeza y miseria de los quiteños.

 

Había momentos en los que ya no aguantaba más la tortura burocrática, pero cuando me acordaba la razón de estar allí, me llenaba de mi vitamina G y lo hacía con más ganas y al final, un día antes de volver, logré obtener toda la documentación. ¡Per la mia Giovanna, tuto!

 

Mis sobrinos, mis hermanos, mis padres, mis abuelos, mis amigos, mi familia, el Pichincha, San Elías, mi pueblo, son los grandes motivos para que siempre regrese a Quito. Sé que estaré lejos mucho tiem­po, pero como dice Serrat, “Mi Patria y mi guitarra las llevo en mí”.


           

Sin dudas, sin deudas

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

He llegado a esta etapa de mi vida con un horizonte muy claro y en plena luz. Varias son las razones, siendo la principal, el amor que tengo por Giovanna. Y es que la experiencia en Guatemala me ha revelado muchas cosas y me ha limpiado el alma de dudas y temores. Tengo claro lo que soy lo que quiero ser, y tengo claro también que no sé quien soy ni que quiero ser, pero eso sí, lo tengo bien claro. Me ha permitido conocer más culturas, más espiritualidad, e inclusive, a entender más la filosofía china.

 

Llego a una etapa de mi vida muy contento de haber vivido y un logro personal es de haber vivido bien, sin lujos, pero bien, sin deudas, sin hipotecas, sin compromisos económicos, pero bien. Creo que el dinero es un medio para alcanzar algunas metas, pero no es el fin. Administrar bien el dinero significa simplemente no gastar más de lo que uno puede pagar, y por eso, yo no tengo deudas, por que no consumo más allá de lo que necesito.

 

Tengo un serio cuestionamiento al sistema bancario en general. La crisis que vive mi país se debe en gran parte en esos grandes ladrones y sinvergüenza que se llevaron el depósito de la gente. Pero mi crítica va más por el lado de la ficción que se crea con ideas de que quien consume vive una vida sin límites, que puede ser y alcanzar lo que quiera si tiene una buena cuenta, una buena tarjeta y una buena chequera.

 

Parte de la miseria de Guatemala se debe al injusto tratamiento que se da por parte de los terratenientes a los mozos colonos. Los terratenientes, supuestamente en acto de caridad cristiana, otorgan pedazos de terreno a quienes han trabajado en sus fincas desde generaciones, con el objeto de que paguen las parcelas en cómodas cuotas anuales, con un interés muy bajo. Como es de esperar, los gastos de producción del campesino asalariado no alcanzan para cubrir la deuda con el patrón, lo que les obliga a renegociar la deuda y pactar nuevos intereses. ¿No se les hace esto medio parecido al temita de la “deuda externa”? Pues sí. Al final uno termina pagando posiblemente el cuádruple de lo que realmente cuesta, empobreciéndose, además, y enriqueciendo a otros.

 

No creo que esté mal ahorrar y tener un lugar donde hacerlo. No creo que esté mal endeudarse en asuntos de interés primordial como son la educación y la salud. Pero endeudarse en asuntos superfluos es un ­bumerán, y muchas veces regresa con mucha más fuerza de la que lo envió.

 

Ojalá pueda llegar yo a viejo y decirle a mi nieto que lo mejor que puede hacer es tratar de no tener nunca una deuda. Posiblemente no vivirá en una mansión, pero seguramente, vivirá libre.

 

Cobán, 15 de agosto de 2000

 

 

Por la gran puta, ¡se murió Ramirito!

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Esta Guatemala hermosa es también esta Guatemala horrible. Se puede hablar mucho de la belleza de este país, pero lamentablemente se puede hablar igual de los horrores que, aún en épocas de paz, siguen ocurriendo, y para variar, siempre la población más vulnerable es la que paga los platos rotos del subdesarrollo y el tercermundismo.

 

Guatemala es un país de contrastes enormes y de grandes contradicciones. En 1967, Miguel Ángel Asturias fue el merecido ganador del Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, más del 60% de la población es analfabeta o cuasi analfabeta. Asimismo, el 1992, Rigoberta Menchú fue distinguida con el Premio Nobel de la Paz, pero de igual manera, Guatemala se caracteriza por tener el mayor número de víctimas civiles en un enfrentamiento armado interno en Latinoamérica.

 

Lo que me tocó vivir entre el 12 y el 15 de julio del año 2000 no es más que el fiel reflejo de esos grandes contrastes y de esas inmensas contradicciones. María es una mujer q’eqchi’ que durante nueve meses llevó dentro de sí una cometa que ansiaba salir a volar y vivir. Su ilusión por ser madre fue compartida por su esposo Arturo, un hombre de sonrisa perpetua y pulmones de acero. Para Giovanna y para mí fue muy lindo seguir de cerca el proceso de gestación de esta nueva criatura. Giovanna incluso sugirió el nombre de Ramiro para el nene, una vez que se sabía que sería varoncito, en honor del Archi.

 

El parto estaba programado para fines de junio. Giovanna se despidió en emotivo abrazo de la futura madre, con la pena de no poder acompañarla el tan ansiado día del alumbramiento. La madre de Arturo vino desde Senahú para apoyar a su nuera en esta tan milenaria tradición de las parteras.

 

Sin embargo, el alumbramiento se fue dilatando y la madre de Arturo tuvo que regresar. Yo le había dicho a María que cuando sintiera que el niño estaba por salir, me avise para llevarla al hospital. Por esas malas coincidencias de la vida, ese lunes aciago yo tuve que ir a una reunión de trabajo en Guatemala y no pude estar presente cuando el niño empezó a clamar su derecho de vivir.

 

El martes 12 llegué de la capital totalmente extenuado de la jornada laboral y a las nueve de la noche me disponía a meterme a la cama. En ese momento sonó el teléfono y quien me llamaba era doña Irma, dueña de la casa en donde trabaja Arturo, para decirme que había escuchado que hubo problemas en el parto y que a Arturo no le dejaban saber la condición de su mujer y de su hijo. A las nueve y media de la noche me dirigí al hospital con Arturo. Él me explicó que el guardián del hospital le había dicho que su hijo había nacido muerto y que María estaba grave. El lunes a la tarde, una vez que empezó María a sentir las contracciones, él la llevó al hospital en una ambulancia de los bomberos, pero alguien le dijo que no era hora. Volvieron a su casa pero a las siete de la noche, los dolores eran brutales y, gracias al apoyo de don Lico, se logró que fuera internada. A partir de esa hora, Arturo no tenía la menor idea sobre la condición de sus queridos.

 

Al llegar al hospital me atendió el mismo guardián y le exigí que llamara al médico de turno, pues inicialmente me daba las mismas respuestas que a Arturo. El médico de turno me informó que María estaba fuera de peligro pero que el niño se encontraba en estado crítico, sin darme más explicación, indicando que la hora de visita era a las diez de la mañana. Traté de tranquilizar a Arturo diciéndole que vendríamos al día siguiente.

 

Así lo hicimos en compañía de don Lico. Al preguntar en recepción por la madre, nadie daba una explicación. Luego de unos minutos, una enfermera dijo que se trataba de la mujer que tuvo problemas de parto. Pedimos hablar con el pediatra, que brillaba por su ausencia. Fuimos a la cafetería y mientras hablábamos, vimos a un médico que tomaba café sin mucha preocupación.

 

Le planteamos la situación y resultó que era el médico que estuvo en el parto, y con una tranquilidad pasmosa, nos indicó que el niño estaba muy mal en la incubadora y se debía a que había respirado sus propias heces y eso había dilatado los pulmones. Al preguntarle que qué estaban haciendo, dijo que nada, por que en Cobán no había un ventilador para limpiar el pulmoncito. Al preguntarle por las opciones de vida del niño dijo que eran mínimas, salvo que alguien se lo llevara a Guatemala. Pero el problema era que la ambulancia del hospital no tenía la incubadora apropiada para el efecto, ya que eso solo se encontraba en hospitales de la capital. Al preguntarle la posibilidad de traer una ambulancia de la capital, dijo que él no tenía ninguna capacidad de traer una, pero que el problema radicaba en el tiempo, ya que demoraría entre ir y venir casi doce horas, demasiado para que Ramirito aguantara.

 

En esos momentos pasó la incubadora con Ramirito en ella. La cara de su padre fue increíble. Estaba viendo el fruto de su amor que se debatía entre la vida y la muerte. Al verlo yo, me estremecí. Un bebé que luchaba como un león para exigir su derecho a la vida. Sentí una obligación moral de hacer algo por él, y saqué el teléfono celular y llamé a “Alerta Médica” en la capital. Me dijeron que no tenían ambulancias en ese momento, sino solo un avión. En menos de una hora, aterrizaba en la pista de Cobán una avioneta ambulancia con todo un equi­po ultrasofisticado que venía a tratar de salvar al niño. Mientras todo esto ocurría, María había pasado los momentos más duros de su vida, tanto físicos como emocionales. Por respeto a ella, no voy a escribir sobre el tema.

 

Llegaron los paramédicos, con equipos médicos del siglo XXIII. Parecían extraterrestres y su llegada al hospital de Cobán fue todo un espectáculo. Trajeron una incubadora portátil y con gran calidad y humanismo, transportaron al niño, junto con su padre, a la capital. Durante tres días Ramirito luchó como un jaguar para salvar su vida. Giovanna rezaba desde Jerusalén y mi Mamá desde Quito. Pese al esfuerzo médico y a las plegarias, Ramirito murió el 15 de julio, a las dos de la madrugada.

 

El domingo siguiente fue un día muy triste. Con Carol, Rudy, Werner y Arturo nos trasladamos a una ermita muy hermosa en donde hay un campo santo. Arturo cavó la tumba de su primogénito y con gran dolor puso la cajita y la cubrió de tierra y de flores. Era una tarde nublada con niebla que cubría los montes y los valles que circundan a Cobán.

 

Tres semanas después fuimos con María y Arturo a dejar flores. Prudentemente me alejé, mientras ellos oraban ante la tumba de Ramirito. Mien­tras tanto, subí a la ermita y vi entre la puerta unas tumbas muy bien arregladas pertenecientes a los dueños de la finca, con ángeles en mármol y Cristos de oro. A un lado de la ermita, decenas de tumbas de los mozos colonos que habían muerto y habían sido enterrados a su alrededor. Algo muy típico de la Guatemala feudal del siglo XXI. Después de vivir estos duros momentos, me doy cuenta que ese niño murió por tres razones fundamentales: por el racismo, el tercermundismo y la mala suerte. Racismo, porque era un niño indígena, por que su padre no habla bien el español y no pudo exigir que atendieran a su esposa cuando era el momento. Tercermundismo, porque en Guatemala se disputan un incremento de sesenta millones de dólares para el ejército y no hay un simple ventilador para ayudar a un niño que lo requería; y mala suerte, por mala suerte.

 

Dura lección de vida y de muerte. Esta Guatemala tan contradictoria. Por un lado vi la miseria del racismo y la total falta de interés político en tener hospitales dignos. Por otro lado, el servicio perfecto cuando hay dinero de por medio. En menos de una hora estuvo el avión con todo el equipo necesario. Pero ahí está el contraste. Más de la mitad no tiene acceso a los servicios básicos y solo un puñadito tiene acceso a lo mejor de lo mejor. Mientras haya tan grandes diferencias sociales, mientras se gasten millones en armas y después se tenga el cinismo de decir que no hay recursos para la salud o la educación, nuestra lucha por un cambio social seguirá latente y ojalá, algún día, se dé un giro en la mente de la gente y compren más flores y menos fusiles.

 

Allí quedó la tumba de Ramirito, cubierta de flores del amor inmenso de sus padres.

 

 

¡Cristóbal Colón no es genovés!

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

No tengo muy claro en dónde nació Cristóbal Colón. Alfonso, mi amico napolitano, me jura y rejura que Cristóbal Colón nació en Génova. Sin embargo, de lo único que estoy seguro es de que Cristóbal Colón no es genovés.

 

Recuerdo que un día Pati me dijo que Marc, el coordinador de mi oficina, quería hablar conmigo. “Pati, dile que ahorita no puedo, ya que tengo a Cristóbal Colón en la línea y es llamada de larga distancia”. Quedó viéndome con cara de “y a éste, ¿qué bicho le picó?”. Al día siguiente me encontraba en una reunión de equipo, cuando Georgina entró y me dijo que Cristóbal Colón quería hablar conmigo. “Permiso compas pero tengo que hablar con Cristóbal Colón, así que sigan no más con la reunión”. Otra vez todos me vieron con la misma cara con que me había visto Pati el día anterior.

 

Bueno, ustedes se peguntarán ¿quién es Cristóbal Colón? Don Cristóbal es un hombre de unos cincuenta años de edad, que se mueve muy bien en el agua y es un excelente comerciante. Pero por sobre todo, es un gran visionario, que busca nuevos mundos y nuevos horizontes para los pueblos indígenas de Guatemala.

 

Cristóbal Colón, ¿buscador de nuevos mundos? ¡Sí! Cristóbal Colón, ¿bus­cador de nuevos horizontes para los pueblos indígenas? ¡Sí! Y aunque no lo crean, don Cristóbal Colón está contra de la conquista española en América y nunca ha estado al servicio de ninguna reina católica.

 

¿Dónde nació don Cris­tóbal Colón? No lo sé. Solo sé que es un kakchiquel de pura fibra y vive en Santa Catarina Palopó. Se mueve como un pez en su cayuco por el lago Atitlán y con sus manos crea maravillas con la arcilla que moldea con sobrada calidad. Y fue justamente su calidad artística lo que me llevó a conocer a tan peculiar personaje. Giovanna contactó con él en San Antonio Palopó para que creara unas figuritas para los invitados en el día de nuestra boda.

 

A partir de ese momento se ha creado una especial amistad con Cristóbal Colón Pérez y Pérez, y estoy convencido que él hace su propia lucha. A través de su conocimiento y sabiduría fortalece a las nuevas generaciones. Su lucha va en el marco de la supervivencia de conocimientos ancestrales como medio de resistencia cultural frente a la arremetida consumista, que poco a poco va destruyendo prácticas milenarias a cambio del facilismo material.

 

Don Cristóbal sabe que el uso de prácticas que le fueron legadas por sus abuelos le permiten, además de no ser un dependiente económico, seguir siendo un hombre auténtico. Mientras haya visionarios como Cristóbal Colón, la identidad cultural de los kakchiqueles será impermeable a las influencias exóticas y su cultura resistirá, seguramente, otros quinientos años más.

 

 

Con mi raqueta Head Vilas, 24 años después

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

El 21 de agosto de 1976, mi tía Esperanza me compró una extensión para mi brazo. No, no me compró una prótesis. Me compró una raqueta de tenis, que lleva el nombre de Guillermo Vilas, el argentino que ganó el abierto de tenis de Estados Unidos con un revés fenomenal y que hizo suspirar a la princesa Carolina de Mónaco con unos poemas de llorar.

 

A partir de esa fecha, la raqueta y yo fuimos uno solo. Con ella viaje por muchos lugares, y hoy 24 años después, está aquí conmigo en Cobán, Alta Verapaz. Cada vez que puedo, me voy con Willie a jugar a las malísimas canchas del gimnasio Hércules, que quedan a lado de un basurero del mercado de Cobán.

 

Y allí, en medio del mal olor de la basura y con una cancha llena de baches, jugamos partidos memorables, hasta que la luz solar ya no nos permite más, casi en oscuridad, como si volviéramos a tener doce años de edad y quisiéramos ser como Vilas, Connors, Borg, y por supuesto, como Andrés Gómez.

 

21 de agosto del 2000


 


            Al final de este viaje

Relato escrito el 23 de abril del 2000 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Además, cum­pleaños de Andrea.

 

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Hoy es 23 de abril. Me encuentro solo en una pequeña habitación de un hotelito en Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas. Son las dos de la mañana. Acabo de regresar de ver “American Beauty” y tomarme unos tragos con Roberto, que sigue noctámbulo por las calles de esta ciudad.

 

Quiero dormir pero no puedo. Pienso en Giovanna. La extraño. Extraño su sonrisa, sus ojos verdes, su piel. Quisiera que estuviera conmigo, quisiera besarla, amarla. Pienso en otras cosas, como el final de este viaje, que mañana 24 cumple su primer lustro. Pienso en Guatemala y pien­so que es un país lleno de contradicciones.

 

Marzo y abril han sido dos meses muy intensos y he pasado por momentos tan dispares que me quedo en silencio al recordarlos. Por un lado están aquellos momentos terribles vividos y, al mismo tiempo, están los sublimes vividos en exactamente el mismo tiempo.

 

Hechos como la muerte de don Lorenzo, guardián de la antena de nuestra oficina, acribillado a balazos cuando venía a renovar su contrato. O la muerte de Uriel Peña, un abogado de Cobán muerto de un tiro en la mejilla mientras se encontraba en una diligencia judicial. Apenas una semana atrás había estado discutiendo con él sobre el derecho indígena y hoy, está muerto. O la muerte de Edwin Haroldo Ochoa, muerto de dos tiros en el pecho. A él lo conocí cuando trabajé en Petén. Era fiscal del Ministerio Público. Recuerdo que una vez coincidimos en el avión. Me dijo si él podría trabajar en Naciones Unidas, pues estaba seguro de que algún día lo iban a matar porque había gente que no lo quería. Y así fue. Él se dedicó a denunciar la tala de madera preciosa en Izabal y la respuesta fue brutal. O la toma de rehenes el día de mi cumpleaños, cuan­do cuatro compañeros quedaron retenidos en una comunidad, cansada de tanta mentira. Por suerte, luego de seis horas de negociación, los cuatro salieron ilesos y ustedes ya se imaginarán como fue el cumpleaños. O la muer­te de un pobre diablo a manos de un policía, por el simple hecho de estacionar mal su vehícu­lo en el camino de la procesión de Jueves Santo.

 

Pero la contradicción está ahí. En las mismas fechas se produjeron momentos mágicos, lindos, como el reencuentro con Françoise. Con ella existe un sentimiento fantástico. Desde los días de clandestinos en el Ke­nnedy Center cuando entrábamos sin pagar a los conciertos hasta vivir juntos la utopía petenera, se fue creando una relación muy cómplice y que hoy la mantenemos, ella en su querida y maltrecha Colombia y yo en mi querida y maltrecha Guatemala.

 

O el viaje por tierras de Chiapas, recorriendo y entendiendo el drama de los indígenas, que al igual que en Guatemala o en Ecuador, o en Perú, o en Bolivia, son marginados y excluidos. Qué bellos días en San Cristóbal de las Casas y en Oaxaca, aunque soportando la discriminación de agentes de la migración, o del ejército, o los antinarcóticos, que al ver mi pasaporte del Ecuador inmediatamente me trataban como un prófugo de no sé qué justicia.

 

Un momento hermoso en este tiempo de muertes violentas fue el retorno a Guatemala desde México, entrando por La Mesilla a Huehuetenango. El viaje desde Huehue fue, además, muy a lo chapín, en un banquito en el medio del corredor de un bus de “Halcones”, que hacia honor a su nombre, pues literalmente volaba. Delante de mí tenía a un bolito que se dormía y se recostaba sobre mí. Atrás tenía a un dormilón que me daba de cabezazos cada vez que se dormía; a mi izquierda, tres niños que se vomitaban entre ellos y a la derecha a un gordo con un olor que casi hace que me una a la frenética actividad de los niños. Pero aparte de estos pequeños inconvenientes, vi a Guatemala hermosa. El viaje por los Cuchumatanes, por Totonicapán, viendo la tierra arada y la danza de la conquista en tres pueblitos, güipiles de todos los colores, además de un paisaje imponente coronado por los volcanes, me devolvieron esa onda positiva que en marzo se me había ido con tanto hecho triste y violento.

 

Pero el momento más intenso y hasta hoy más importante de mi vida, sin duda alguna, fue el 24 de marzo. Dejé los muertos, los conflictos, linchamientos y demás para irme a Ciudad de Guatemala a dar un paso que había dilatado treinta y cinco años, once meses y trece días. Ese día, Giovanna y yo nos casamos en el Con­sulado del Ecuador, gracias al apoyo del cónsul de mi país, que ayudó notablemente a reducir la tortura burocrática. Gio­vanna estuvo más hermosa que nunca, con sus ojos verdes que brillaban cual esmeralda encendida, con un güipil rojo de San Juan Acatán, Huehue­tenango y un corte azul, no sé de donde, pero lindo también. ¡Qué linda estabas Giovi! Y hoy sos mi esposa. Cómo no querer a Guatemala si me ha dado lo que más quiero. ¡Ti amo, ragazza!

 

Todavía me faltan algunos meses en este país, y sé que tendré todavía muchas aventuras, y de verdad espero que ya no sigan matando a la gente. De mi experiencia en Guatemala, lo mas impactante ha sido el saber que gente con la que hablé en algún momento de mis cinco años de trabajo, ya no está más.

 

Pero soy optimista. Ser optimista es una obligación moral, y mientras haya gente, local o internacional, ayudando a este pueblo a salir de su vorágine, la esperanza está de pie y sé que algún día el quetzal, ave indiana que se muere en cautiverio, remontará su vuelo y llevará a Guatemala arriba, allá, más alto “que el cóndor o el águila real”.[23]

 

 

            ¡En plena luz!

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Siempre es difícil terminar algo, lo que sea. Hoy es un día de aniversarios. Hace exactamente cinco años llegué a Petén (¿se acuerdan de los saraguates?) y hace dos que mataron a Monseñor Juan Gerardi. Hoy, 26 de abril del 2000, y hoy empiezo a escribir el epílogo de este libro y de este viaje, y para ser honesto, no tengo la menor idea de como terminarlo, así como no tengo la menor idea de como terminaré mi estadía en este país. Lo único que sé es que me encuentro en plena luz, como dice la canción de Silvio.

 

Vine a Guatemala movido por una vocación y esa vocación es la lucha por los derechos humanos. Guatemala se caracteriza por muchas cosas bellas, pero también por las otras. La violación sistemática a los derechos humanos durante décadas y el recurso del miedo que se impregnó en gran parte de la población, fueron las constantes que viví en estos años.

 

La lucha por los derechos humanos es una lucha de grandes frustraciones. Es una lucha que a lo largo de la historia ha costado la vida de muchas personas que estuvieron en contra de la opresión, de la tiranía, de la injusticia. Muchos hombres y mujeres ofrendaron su vida para que otros vivan en condiciones humanas más dignas. Personas como Mahat­ma Ghandi en la defensa por la autodeterminación de la India, Martin Luther King por los derechos civiles y políticos de los negros en Estados Unidos, Juan José Gerardi Conedera por su compromiso histórico de decir la verdad en Guatemala, entre muchos más, que dieron su bien más preciado para garantizar el derecho a los más débiles, a los más opri­midos, a los más segregados.

 

Es la lucha de hombres y mujeres que han pagado el precio de la libertad como Nelson Mandela en Sudáfrica, como Alekos Panagulis en Grecia, como Aung San Suu Kyi, de Birmania, que purgaron muchos años de su vida tras los barrotes de celdas inmundas y cobardes.

 

Pero también la lucha de los derechos humanos es una lucha de grandes satisfacciones. Satisfacciones como ésta, como la de estar aquí, en Guatemala. En esta Guatemala donde millares de hombres y mujeres anónimos han contribuido, desde diferentes trincheras, a dignificar la vida en este país, este país de hom­bres de maíz, este país de eterna primavera.

Esa lucha de héroes anónimos ha sido muy fructífera en muchos campos y mucho se ha logrado, pero mientras haya niños y niñas maltratados, mujeres golpeadas, torturas, ejecuciones extrajudiciales, discriminación en todas sus formas, explotación laboral, impunidad por los crímenes de lesa humanidad, etc., la lucha para que los principios mismos de la dignidad humana se cumplan a cabalidad no ha concluido, y ése es nuestro compromiso: ir creando conciencia en la gente que tiene derechos y que tiene derecho a exigirlos, y solamente así “esa ola irá creciendo y a esa ola ya nadie la podrá parar”.[24]

 

Como dije, no soy bueno para terminar nada, así que me disculpan que siga des­variando un poco y aproveche para hacer un agradecimiento a quienes han ayudado con este librito, que no pretende ser un libro, como ya lo dije antes. Esteban en Quito y José en Ginebra me dieron ideas y apoyo. Archi, desde Nueva York, me reclamó la falta de sexo en el texto. No importa Archi, en el próximo me desato. En Guate, Conchi y Enrique no dejaron de alentarme, y en Cobán, Roberto y Pati (la única chapina que ha leído mis cuentos) me hicieron aportes importantes. Pero sobre todo, un sincero agradecimiento a Ignacio. Lo conocí hace poco y rápidamente nos hemos hecho buenos amigos. Él fue un día a mi casa en Cobán y nos pusimos a charlar. Le dije de mis intenciones literarias y le pedí su lectura. Férreo inquisidor del lenguaje, me corrigió varios erro­res, pero en uno no transigí, y es que pese a su insistencia, a Papá y a Mamá les pongo siempre mayúscula. ¡Te pasaste, loco!

 

Creo que ya estoy llegando al final de este libro, o de este viaje, o de esta aventura. Ayer me rompieron el vidrio del auto. Qué importa, nadie estaba dentro de él. Guatemala me transformó en muchos aspectos. Quiero más a la vida, quie­ro más a la tierra, quiero más a la naturaleza, quiero más a la humanidad, quiero más a mis amigos, quie­ro más vida, quiero viajar más, quiero ser menos consumista, quiero ser más humano, quiero ser más solidario, quiero subir más montañas, quiero cruzar más ríos, quiero dormir más, quiero escribir mejor, quiero reirme de las cosas sen­cillas, quiero hacer más el amor, amo más a Giovanna.

 

Son las 6h56 de la tarde del 26 de abril. Ecuador juega con Brasil la eliminatoria. ¿Hará Aguinaga un gol de mis fantasías? Qué importa si no ganamos, al final, la vida esta hecho de momentos, y si perdemos, me comeré cemento pero después me pasará, porque iré a mi casa y allí estará mi mujer, y solamente verle sus ojos verdes y saborear la pasta que hace, es mejor que cualquier cosa en el mundo.

 

Así que, con su permiso, les agradezco por su lectura, acepto críticas, pero yo me voy, hay una bella italiana que me espera y, en PLENA LUZ, me voy pa’llá!

 

 

Cobán,

el 26 de abril del año 2000 para los cristianos,

del 1378 para los musulmanes,

del 5113 para los mayas

y del 5761 de los judíos.

 

 

Últimas Palabras

¡Imaginate vos! (mi derecho al delirio)

Dedicado a vos.

 

 

Regreso a la tabla de contenidos

 

Imaginate vos que ya me voy de Guatemala. Ya son cinco años y ocho meses. ¿Ya era hora, no? Así que antes de irme, tengo que hacer un viajecito de despedida. ¿Adónde, vos? ¿A Antigua? ¿A Atitlán? ¿A Xela? No, a recorrer mis orígenes y mi ocaso en Guatemala. Me voy a Petén y a Alta Verapaz. Qué original, decís vos. Has vivido casi seis años y te vas a donde ya conocés. ¡Por eso, pues! Qué mejor que recorrer mis primeros y últimos pasos.

 

Así que viejo, rento un pickupito (me encanta esa palabra), agarro unas cuantas ropas y unos cuantos casetes, y a volar joven, como diría Cantinflas. El plan es irme a Tikal, vía Sayaxché, para regresar por Poptún, rumbo a Río Dulce para terminar el viaje por el valle del Polochik. ¿Qué tal? Berraco, diría un colombiano.

 

Salgo tempranito el domingo. Tal vez me encuentre con Secundino y otra gente de la sede que van a Semuc Champey. Me paro en el cruce a Lanquín, a ver si los encuentro y, además, me tomo un cafecito, bastante horrible, por cierto. (Que ironía, hay millones de plantas de café alrededor y me tomo uno que sabe a agua oscura azucarada).

 

Sigo mi camino. Empieza lo duro. El camino a Fray Bartolomé es jodido. Además, me encuentro con una cantidad de camiones cargados de gente. ¿Irán a linchar a alguien? No. Van a otro tipo de acto tumultuario. Van en masa amis a en Cobán por el Jubileo 2000.

 

Escapo de estrellarme tres veces y dos de irme al precipicio. No escucho ninguna música hasta salir de este camino inmisericorde. Los sentidos bien atentos y las manos en el volante.  Por fin, llego a Raxhujá, y recuerdo que hace un mes anduve por ahí con Patrik y Fotini, sumergiéndonos en las entrañas mismas de Guatemala, en las cuevas de La Candelaria, esas mismas que se nombran en el Popol Vuh (¿será la entrada al inframundo de Xibalbá?).Increíble lugar, mágico, espléndido, místico, usurpado.

Agarro hacia el norte, rumbo al Cruce del Pato. Ya siento un aire petenero. Manejo como si estuviera en un rally, puro lodazal, genial. “Ya es hora de oír algo, pero no sé qué” me digo. Y agarro un casete sin saber que hay.

 

De pronto se aparece a mi lado Freddy Mercury y me dice “let´s make a duet”. No sé que hace en el auto pero acepto la propuesta y empezamos a cantar a dúo “Love of my life” e indefectiblemente, pienso en Giovanna. ¡Qué voz la de Mercury! Hasta me atrevo a pensar que es la mejor voz del rock, aunque hay quienes dicen que también la de Jon Anderson, de YES, es la mejor. Es un tema para discutirlo con los shamanes del rock de MINUGUA (Changala, Rosende y Marimán).

 

Mientras me deleito cantando otras canciones como Bohemian Rhapsody, empiezan a aparecer aldeas ya olvidadas en algún rincón de mi memoria. Y ahí está El Tucán, donde di una charla con Alair. Y ahí está la aldea Las Camelias, en donde querían quemar al brujo. Y ahí El Mirador, donde un ataque de la gue­rrilla al destacamento militar provocó la muerte de un toro. Su dueño reclamó mil doscientos quetzales al ejército por la muerte del toro. Éste le dijo que era responsabilidad de la guerrilla. Esta le dijo que no tenía pisto. El hombre fue a MINUGUA y MINUGUA mandó un helicóptero (dos mil dólares la horade vuelo) a verificar el hecho y constató la violación. ¿Y el toro? ¿Qué otro, vos? Y más allá la aldea Las Pozas, donde murió ejecutada la guerrillera Cristina, y más allá, de pronto, el asfalto. “Perdón, pero yo nome acuerdo de esto, reclamé”. Obviamente, nadie me hizo caso, y enfilé cual ágil y veloz saeta con rumbo a Sayaxché.

 

Llegué a Sayaxché y QUEEN había terminado su función. Mercury ya no estaba. ¿Había sido una ilusión? Mientras espero que llegue el transbordador para que me cruce a la otra orilla del Río de la Pasión, aparece a mi lado Roger Daltrey, el vocalista de The Who, cantando “My Generation”.

 

¿Pasión, generación? Me gustan esas palabras. Pero ¿hay todavía pasión? ¿Hay pasión en mi generación? Creo que llegamos un poco tarde. ¿Qué pasó con la imaginación al poder? Con esta maldita idea del consumismo nos hemos vuelto TV dependientes. ¿Cuántos canales hay en Direct TV? ¿Y cuánta mierda nos pasan a diario por el cable? Uno, para hacerse el intelectual, dice: “yo veo el Peo­ple and Arts o el Discovery”. Pero también ves “Otro rollo” y”El show de Cristina” y en la medianoche ves en Cinemax “Noches de Clímax”. Yo veo el Animal Planet, y a René le consta. ¿Sabías vos que los leones jóvenes, cuando expulsan a los viejos, matan a los cachorros de éstos y empiezan acoger como locos a las leonas para tener sus propios herederos? ¿Y que únicamente la anaconda hembra sale a tomar el sol, la muy coqueta? Ves, que si veo el Animal Planet.

 

¿Somos una generación perdida? Vivimos en la sociedad de las hamburguesas, del internet, del pato Donald. Somos lo que somos si tenemos, y si no tenemos, ¡ahí cagaste, vos!

 

¿Qué pasó vos con el hombre nuevo y la utopía del Che Guevara? Pero, ¿será que todos estamos perdidos?

 

Y mientras llega el transbordador, vuelvo a ver el Río de la Pasión y vienen a mi memoria nombres, personas, humanos. Ahí esta Itziar dando clases en una aldeíta perdida del Petén marcando en su agenda los muertos que ve cada día. Ahí está Che Luis, buscando dar techo a los destechados. Y ahí está Ignacio, filosofando por míseros cuatrocientos quetzales mientras crea un manual de filosofía para estudiantes de colegio. Y ahí esta la María jr., trabajando como nadie lo hace, y ahí esta también Roberto, en algún lugar de la selva del Putumayo, soportando la guerra y el Plan Colombia. Y el Fernando López que nos sigue cantando y llenando de optimismo y de esperanza. Y Patricio, que sueña con la utopía sandinista y siempre regresa a su Nicaragua querida y revolucionaria. Y muchos, muchos más. Y ahí esta la gente de mi generación, la gente con pasión. No señores, no somos una generación perdida, solamente hay que buscarla.

 

Cruzo el río y dos muchachitas me piden jalón. No tengo que hacerles llenar ninguna exoneración. ¡Suban pues!. ¿”Les gusta esta música?”, les pregunto, y me contestan a dúo “somos evangélicas”, por lo que deduzco que el ruido endiablado de los Who no les gustó para nada.

 

Se bajan en el Subín y veo ese maldito destacamento militar, en donde se torturó tanto y a tanta gente. Una vez di un jalón a un viejo, y al pasar por allí me dijo que lo tuvieron siete días en una jaula dentro del río para que se declarara guerrillero.

Me voy rápido de ahí, no quiero pensar que de allí salieron los criminales a Las Dos Erres. No quiero ir a Las Cruces. Ver a doña Francisca y a doña Marcela me será muy triste. Me voy directo a San Benito. Huyo.

 

Mientra viajo en la ruta Sayaxché‑San Benito, siento a mi lado a otra estrella del rock. Es la bellísima Stevie Nicks, la vocalista de Fleetwood Mac. Y me dice “tell me lies, tell me sweet little lies”. Menudo problema, ¿qué mentiras le voy a contar a esta diva de la canción pop?

 

“¿Sabías que se redujo el presupuesto del ejército y fue a parar a los ministerios de Salud y Educación? ¿Y también que el gobierno expulsó por fina la petrolera BASIC, obligándola, además, a que pague por todo el daño ambiental que hizo a Petén? ¿Y que ya se pagan los salarios justos en las fincas y que no se discriminan más a los indígenas? ¿Y también que Ríos Montt está preso acusado de genocida y que el 98% de los guatemaltecos conoce los acuerdos de paz, y que la mayoría sabe lo que hace MINUGUA, y que ya se cumplieron todas las RECOMENDACIONES de la CEH...?” Y así, me voy hablando pura babosada para que la pobre Stevie se quede contenta con sus dulces mentiras.

 

Y yo me quedo triste por esta dulce Guatemala. En eso, a mi lado está Sting, y me da ánimos, y me dice “Every little thing she does is magic”. Buena onda este inglés, y tiene toda la razón, pues cualquier cosa que pasa en Guatemala es mágica, por muy pequeña que sea. ¿No es mágico caminar por la Antigua en Semana Santa? ¿O no es mágico el más demócrata de los demócratas, Maximón, que recibe sin ningún miramiento a católicos, evangélicos, ateos, trasnochados, mayas, ladinos, hombres, mujeres, turistas, comunistas, snobs y quien sabe que otros especímenes? ¿Y no es magia ver volar los barriletes en Sumpango? ¿Y no te parece medio mágico que un templo griego (muy mal hecho por un presidente que quería blanquear la raza) a Minerva ¿o Apolo tal vez? se encuentre muy cerca del templo maya (muy mal reconstruido por la UFCO[25], entre otras tantas estupideces que hizo en esta “banana republic”) de Zaculeu? ¿No es magia que Guido y yo sigamos vivos después del accidente saliendo de la pizzería Vesubio? ¿Y no es mágico que todavía no te aburrás leyendo este cuento? ¿Y que yo me haya enamorado de Giovanna a viente metros debajo del mar? (aunque en honor a la verdad, esto último ocurrió en el caribe hondureño)

 

Y así, poco a poco me acerco a San Benito y veo el hospital donde murió don Jorge Aquino con mi sangre, y el lugar donde casi atropello al baleado y la casita que teníamos con Françoise, Conchi y Rodrigo y veo el árbol de mangos de nuestro cuarto. ¡Qué nostalgia, vos!

 

Me acerco a la oficina y veo la Copa de Oro, atiborrada de borrachos que se lamentan tal vez la infidelidad de alguna mujer o los veintinueve goles que le hizo Brasil a Guatemala en el mundial del fútbol sala. Llego a la oficina y le pido a Erik que convoque a la mara para la noche en la casa de mi querido amigo Jesús. Sigo para el norte y ahora mi acompañante es Bono, de U2. Y me empieza a cantar una canción que en el 90 me hacía delirar “And I still haven´t found what I am looking for”. Y le digo, “lo siento Bono, pero esa canción ya es historia, pues al venir yo a Guatemala encontré más de lo que buscaba. Encontré gente con pasión, engente que cree que sí puede haber un mundo mejor, gente con imaginación, con fantasía, con sentimientos. Además, en Guatemala encontré al amor de mi vida, a mi adorada italiana. Así que mi querido Bono, linda la canción, pero... ya pasó.

 

Estoy llegando a Tikal. Por vigésima vez estoy llegando a Tikal. Y por vigésima vez vuelvo a caminar por sus calzadas, y por enésima vez me subo al templo IV y veo la selva. Nunca me cansaré de Tikal, y cada vez que vaya, alguna sorpresa me dará. Después de haberme retirado y meditado en mi rinconcito (fijate vos, que tengo yo un rinconcito en Tikal), empiezo la retirada triste. Pero necesito encontrar la firma de Teobert Maler ¿La firma de quién?, decís vos. Vi en un documental que este antropólogo firmó en algún lugar de las galerías pero nunca la pude encontrar. Cuando estaba por rendirme, le pregunto a un guar­da parques sí él sabía dónde estaba la firma de Maler y me dice “a cinco centímetros de usté, don”. Y ahí estaba: Robert Maler, 1897‑1904. Imaginate vos, la firma de Maler quedó en mi cámara de fotos como otra maravilla más de Tikal.

 

Al volver al auto, Bono me tiene preparada una sorpresa, una dulce venganza. Me empieza a cantar “With or without you”. Justo cuando dejaba, tal vez por última vez, mi querido Tikal. Estuviste duro, Bono. Con o sin Tikal, ¿cómo voy a vivir? ¡Saber, vos!

Pero bueno, la vida sigue, pues. Y en la noche, pachangón con los amigos en casa de Jesús. Aquellos que fueron mis primeros amigos en Guatemala. Ahí estaban los kilos, los vigilantes. Y, además, estaba Olvido, y me explica, por fin, qué es eso del Foro de la Mujer. ¿Acaso vos sabés?

 

Luismi nos deleita con sus diabluras y travesuras, atenta la mirada reprobadora pero siempre amorosa de Jesús e Irene. Termino chupando en las calles de Flores con Marcelino y Julio, hablando de lo que viejos amigo hablan, y más, cuando están bolos. Es decir, hablamos de lo que sea, pero con cariño, con ganas. Julio me habla del Judío Errante, de Los Muertos Tibetanos, de El Mártir del Gólgota, y, por supuesto, terminamos hablando del equipo de MINUGUA en Petén del año 95: Françoise, Aucán, Fabrizio, Antonio, Ángela, Conchi, Rodrigo, Audrey, Mark, Méntor. ¡Qué equipazo que fuimos, sí señor! Julio, siempre vacilón, me apuesta otra cerveza y me dice que en la moneda de veinticinco centavos, la choca dirías vos, no dice “Libertad, 21de septiembre de 1821". Me presta una lupa, y yo bien bolo, le apuesto, ¿y sabés qué? Me gana la apuesta. Agarrá una choca y averiguate vos mismo que dice en la moneda, ¿o querés que yo te diga, pues? ¡Qué lindo este cuate, qué lindo!

 

Salgo al día siguiente con una cruda tenaz y enfilo para el sur. Voy por la carretera muy bien asfaltada, algo que no era así cuando yo llegué. ¿Es bueno que esté asfaltada? Tal vez sí, pero por otro lado, casi ya no veo árboles en la floresta petenera. Veo un remedo de reforestación con pinos, todos igualitos, sem­brados como soldaditos. Antes había una selva caótica, pero auténtica, en donde crecían los árboles libres y sin normas. Y mientras viajo, siento que hay dos nuevos inquilinos de viaje. Dos bien melenudos, más melenudos que yo y les pregunto “¿and who the hell are you two?” y uno me contesta “¿don’t you recognize us?” “No, you are not in my tape”. “Ok, let’s give him a clue”. Y empiezan estos dos a cantar a dúo “Wish you were here” y empiezo a lagrimear indefectiblemente al pensar en Giovanna. Estoy viajando con Roger Waters y David Gilmour, y juntos empezamos a cantar “We don’t need your education, we don’t need no thoug­ht control” Y es cierto, en esta sociedad mercantilista, en esta sociedad que crea a la gente como ladrillos en la pared, no cae nada mal revelarse y tratar de salir del muro, de no ser un simple borrego de publicidades baratas que te hacen pensar como endeudarte para que supuestamente tengas una vida mejor. Pink Floyd es, ha sido y será un ejemplo para todas las generaciones. ¿No viste acaso The Wall?

Llego a Poptún, el infierno de los Kaibiles, y me voy a ver la suboficina y me encuentro con Carlos que me cuenta sus experiencias en Angola y Mozambique y de su pata, el ecuatoriano Édgar. Y también a Mariasun, con quien recordamos viejos tiempos de trabajo compartido en Fray Bartolomé de las Casas y en Cobán.

 

Sigo al sur y ya no están mis acompañantes. Hay otro y me dice que cantemos juntos. “Tá güeno”, dije yo, y empezamos a dúo “You know that it would be untrue, you know that I would be a liar, if I was to say to you, girl we couldn’t get much higher, c´mon baby light my fire” e indefectiblemente pienso en los ojos pren­didos de Giovanna y en la flama que arde en mi corazón. (A ver, vos que sabés de rock, ¿de quién estoy hablando?)

 

Por fin llego a la frontera entre Petén e Izabal y paso por San Luis y recuerdo una verificación que realicé allí. Y pienso que un García Márquez o un Vargas Llosa podrían escribir maravillas, llenas de realismo mágico de todas las situaciones mágicas que pasan en este país. Y pienso que yo también podría escribir maravillas de mis experiencias en Guatemala. Como el caso de aquel viejito que por error taló un árbol y el juez de paz, magnánimo cumplidor de la ley, le clavó cuatro meses de cárcel, amparado en el artículo 92 de La ley Forestal, mientras al frente del juzgado, en la cafetería, tres tipos, con sus camiones cargados con caoba de contrabando, toman café y morbosean con la secretaria del juzgado. O la vez que llegué a la casa de María y doña Migda creyó que yo era Fidel Castro y se escondió. O el día que entró Jacinto a despedirse y al ver el cuadro del Che que me regaló el legendario Lotario, se puso firme y lo saludó marcialmente. “¿Cómo así se cuadra ante el Che, que fue guerrillero?”, le pregunto. “Es que él fue un comandante” me contesta sincero este ex soldado que vio morir en sus brazos a su mejor amigo en un combate contra la guerrilla.

 

Pienso también si valió la pena trabajar en MINUGUA. ¿Valió la pena? ¿Qué pensás vos? Al final de mi experiencia, los pobres siguen presos o linchados y ¿los genocidas? bien, gracias. ¿Valió la pena, vos? Los del SIC andan por ahí poniendo capuchas y torturando. Tres de los siete comisarios acusados de narcos (injustamente creo yo) trabajaron conmigo en el fortalecimiento institucional. ¿Valió la pena, vos? ¿Y por qué se bajó el perfil de la verificación después de la firma de la paz? Tal vez soy un naif y me cuesta entender el porqué de las cosas. ¿Valió la pena trabajar en MINUGUA? En donde algunitos me criticaban porque no les gustaba como me vestía, porque iba mucho a La Bodeguita, porque iba con boina, con jeans y con pelo largo (perdón, pero Jesucristo también tenía el pelo largo). “Eso es indigno para un funcionario de Naciones Unidas”, decía, pero, ¿cuál será el concepto de dignidad de este don? Y aquel otrito que decía: “me da vergüenza usar el mismo gafete que usa Xavier Mena. Ese tipo es un rebelde, una deshonra parala Misión, parece de ONG, y, además, escribe peor que un niño de tercer grado”. ¡JODER! ¿Valió la pena?

 

Sí, sí valió. Y mucho, porque en MINUGUA encontré gente comprometida, sensible. Porque la Misión le creó un espacio a la CEH. Porque MINUGUA trató con dignidad a aquellos a quienes antes tanto se humilló. Porque MINUGUA si se paró firme en algunas ocasiones. Porque creó espacios para los grupos vulnerables, como las viudas de Panzós y Rabinal. Porque dio la oportunidad a muchos extranjeros de conocer otras culturas. Porque sensibilizó a más de uno que vino con ideas eurocentristas y se fue como ciudadano del mundo. Y valió la pena porque siete amigos nuestros se mataron el 17 de marzo de 1998 en Huehuetenango en su misión de paz. Puta madre, ¡¡¡claro que valió la pena!!!

 

Y aquí estoy, en el hotel Catamarán, de Río Dulce, bien burgués, dirías vos, tomándome mi ya quinto cuba libre, escuchando la vida de doña Rosa, que es madre soltera, con nombre perfumado, y tiene tres hijos y ella les cuida con amor. No conoce más allá del puente y no le interesa conocer más. “Y usté, que está haciendo” me pregunta. “Escribo un cuento, y estoy escribiendo de usted” “¿Uste don, se llama... Mario Vargas Llosa?” me pregunta cuando ve sobre la barra el libro Doña Julia y el escribidor. Y sigo chupando mi sexto cuba, pensando satisfecho que mi aventura se acaba. “Satisfacción”, diría Mick Jagger.

 

El miércoles salgo rumbo a Panzós. Recorro El Estor (¿sabés por qué se llama El Estor?) Y veo una cantidad de casitas abandonadas. Qué raro es este país. Hay decenas de casa abandonas por una compañía canadiense que estaba contaminado el lago Izabal y cuando terminó de contaminar abandonó su ciudad y nadie puede vivir allí, a pesar de que miles de personas no tienen techo. Voy concentrado en el camino. Voy llegando a Panzós, que alguna vez se llamó también New Liverpool. No, no es chiste. Esta parte de Guatemala alguna vez perteneció a los ingleses, que fundaron un puerto fluvial al que le llamaron New Liverpool. Después lo vendieron los belgas, y casi todos se murieron de malaria, y por último, llegaron los alemanes. Por cierto, esta tierra también perteneció alguna vez a los q’echi’s.

 

Paso cerca de la plaza de Panzós, allá en donde mataron a más de ciento sesenta personas el 28 de mayo de 1978. Qué buen trabajo hicieron Ramiro y Arian­ne primero y luego Nadine. ¡Cómo apoyaron al comité de viudas! Lástima que la reducción del personal de MINUGUA provoque que esa relación casi se termine. Por suerte se queda Gina. Por suerte.

 

New Liverpool. Me suena la palabrita Liverpool. ¿Es que no fueron de allí cuatro músicos con el pelo largo y sus Yeah, Yeah?. “She loves you yeah, yeah, yeah” e indefectiblemente pienso en el amor que me tiene Giovanna. Sigo en el camino oyen­do más y más de estos cuatro, aunque nadie me acompaña. ¿Y por qué no? ¿Por qué ninguno de los cuatro de Liverpool está conmigo, si esa música está en mi casete? “Let it be”, diría Paul.

 

Llegando a Tamahú, un camión se vuelca y tengo que esperar dos horas en medio de la lluvia pertinaz. Un viejito se me acerca y me pregunta “¿y usté... le teme a Dios?” y se va. Agarro el libro de Vargas Llosa y sigo leyendo, sin música. Este escritor me encanta, aunque haya escrito el prólogo de El Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano. Hay una frase en la tía Julia y el escribidor, que me impacta: “aprendí que todo el mundo, sin excepción, podía ser tema de cuen­to”. Al final, no sé cómo diablos quitaron al camión y sigo para los últimos cuarenta kilómetros hasta Cobán. He recorrido casi ochocientos kilómetros en los últimos cuatro días. ¿Habrá alguna nueva sorpresa más en la última media hora de viaje? ¡Imaginate, vos!

 

Y cuando ya estoy pasando por Tac Tic, cuyo valle me cautiva siempre, siento a mi lado a un hombre con pelo largo, como el mío.”¿What’s up?” me pregunta. “Sad, my woman is far away” le respondo. “I know. My woman is far away too... ¿Did you know that I made love to her just before I was shot dead?” me pregunta. “Yes, I know”, le contesto. Y los dos empezamos a cantar a dúo, “Wo­man, I can hardly express...” y él recuerda a su japonesa y yo a mi italiana.

 

Imaginate vos, ¿quién será el que venía conmigo?

 

¡Imaginate vos! ¡Imagínate tu! ¡¡¡¡¡¡Imagínate!!!!!!!

Imagínate toda la gente compartiendo el mundo, viviendo la vida en paz. Po­drás decir que soy un soñador, pero no soy el único, y ojalá que algún día te nos unas, y el mundo será uno.

 

“Imagine all the people, sharing the world, living life in peace. You may say I am a dreamer, but I am not the only one, I hope some day you will join us, and the world will be as one”.

John Lennon (1940‑1980)

 

¡Hasta siempre!

 

Cobán, 30 de noviembre de 2000.

 

Regreso a la tabla de contenidos



[1]Verificar” consiste en dar seguimiento a las denuncias de violaciones a los derechos humanos.

[2] La palabra “ladino” se utiliza para diferenciar a la persona mestiza de los indígenas.

[3] Misión de las Naciones Unidas para la Verificación de los Acuerdos de Paz en Guatemala.

[4] Limpiaba.

[5]Puerco salvaje.

[6] Título prestado del reportaje homónimo de Patricia O’Keanne

[7] Fuerzas de élite del Ejército de Guatemala

[8] Familiares de Detenidos-Desaparecidos de Guatemala

[9] Posteriormente me enteré de que las ruinas son hoy consideradas uno de los puntos más importantes del mundo maya. Su nombre es CANCUÉN.

[10] Chuchaqui

[11]Ése va a ser un problema para nosotros.

[12]No me importa si eso en un problema para nosotros. Este hombre se está muriendo así que lo llevaremos a México.

[13] Adoum, Jorge Enrique. 1999. Mirando a todas Partes. “El circo pobre de la vida”. Pp 170. 1era. Edición, Editorial Planeta. Quito.

[14]Ídem.

[15]Fuerzas Armadas Rebeldes, una de las cuatro facciones de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, URNG.

[16]Universidad San Carlos de Guatemala.

[17]Comunidades Populares en Resistencia.

[18] Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.

[19] También es conocido como San Simón.

[20] Comisión Presidencial para los Derechos Humanos.

[21] Fundación de la Mujer Maya del Norte

[22] José me dice, desde Ginebra, que el poema no es obra de Borges.

[23] La frase corresponde a una estrofa final del Himno Nacional de Guatemala.

[24] Esta frase la dijo el Che Guevara en su discurso ante la Asamblea de las Naciones Unidas en 1964, el año en que nací.

[25] United Fruit Company.