TEMA 3

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Introducción.

Condiciones en la aparición de la imprenta.

Características de los primeros libros impresos.

Difusión de la imprenta.

La imprenta en España durante el siglo XV.

El libro durante el siglo XVI.

El libro durante el siglo XVII.

La aparición y desarrollo de las publicaciones periódicas.

El libro durante el siglo XVIII.

El libro durante el siglo XIX.

El libro y la edición en el siglo XX.

Desarrollo de las publicaciones periódicas.

Sistemas de comercialización.

El libro en España en el siglo XX.

Las publicaciones periódicas.

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Introducción

La imprenta es cualquier medio mecánico de reproducción de textos en serie mediante el empleo de tipos móviles. Es diferente a la xilografía, grabado en madera sobre una sola plancha. Ambos son inventos chinos, aunque estos no llegaron a extraer a la imprenta todo el rendimiento que era capaz de ofrecer. De cualquier modo, y dada la incomunicación existente entre Oriente y Occidente, puede considerarse que su re-invención en el siglo XV es su verdadero punto de partida, ya que será entonces cuando alcance las dimensiones que de ello cabía esperar..

Muchos países se atribuyen para sí la gloria de la invención de la imprenta. Los holandeses mantienen que su inventor fue Coster, en la ciudad de Haarlem, mientras los franceses aseguraron durante años que la imprenta era un invento de los orfebres de Estrasburgo. En realidad, hacía tiempo que se conocía en Europa la prensa y las aleaciones de los metales necesarios para la fabricación de los tipos móviles: pero fue necesario el genio creativo de quien supo combinar diferentes ideas para ofrecer un producto nuevo para que el descubrimiento echara a andar. También debe considerarse como precedente inmediato de la imprenta el libro xilografiado, realizado generalmente a base de dibujos que se podían colorear posteriormente. Las obras xilografiadas llegaron a alcanzar una relativa popularidad a finales de la Edad Media, especialmente para barajas, juegos y algunos libros de fábulas, así como para la famosa Biblia pauperum o Biblia de los pobres, realizada a base de dibujos y de gran difusión entre las clases populares.

Fuese quien fuese el descubridor, parece estar reconocido en la actualidad de forma prácticamente universal que fue Gutenberg el primer impresor, al menos, el primer impresor conocido. Ello no excluye que con anterioridad se hubieran llevado a cabo experimentos en este campo: en efecto, todo parece indicar que así fue y probablemente, Gutenberg supo aprovecharse de estas experiencias en las que también participó activamente. Pertenecía Gutenberg a la familia de los Gensfleisch -Gutenberg era un apodo-, famosos orfebres de Maguncia. Apenas se sabe nada de su vida, y las noticias que han llegado hasta nosotros no son directas, sino que proceden de los multiples procesos en los que se vió envuelto y que a veces nos permiten reconstruir sus pasos o suponer ciertos hechos con bastantes probabilidades de acertar. Por estos indicios se sabe que estuvo desterrado en Estrasburgo, donde entró en contacto con orfebres con los cuales mantuvo una serie de extrañas relaciones que parecían ir encaminadas hacia la experimentación de algún descubrimiento pero que terminaron en pleito. De vuelta a Maguncia monta su taller con ayuda del banquero Johann Fust y en 1450 aproximadamente publica su primera obra, la llamada Biblia de las 42 líneas o de Mazarino, por haberse encontrado el primer ejemplar en la biblioteca de este cardenal. La Biblia se compone de dos volúmenes y las páginas tienen cuarenta y dos líneas -de ahí su nombre- y dos columnas y están escritas con letra gótica.. Se tiran 150 ejemplares en papel y 50 en pergamino: se conservan unos 46 o 47 -los autores no se ponen de acuerdo en este punto. Es la única obra que se considera completamente suya sin duda, aunque no lleva marca de imprenta, firma ni fecha o lugar de publicación.

Poco tiempo después Fust plantea un proceso contra Gutemberg a causa de las deudas de este, y en pago a sus créditos consigue quedarse con los talleres. Asociado con Schoeffer, antiguo copista, dibujante y grabador de iniciales de Gutenberg, y ambos publican en 1457 una colección de Salmos conocida con el nombre de Salterio de Maguncia, primer libro con fecha de impresión, nombre de los realizadores y hasta marca de imprenta -los escudos con las iniciales de sus impresores colgando de una rama de árbol. La asociación entre Fust y Schoeffer continúa hasta 1470 año en que muere Futs; Schoeffer siguió publicando hasta 1502-3. Por su parte Gutenberg vuelve a rehacerse y montar un nuevo taller en el que publica la Biblia de las 36 líneas, obra que tampoco lleva nombre de realizador y sobre la cual no existe unanimidad en considerarla obra suya. De cualquier modo, la Biblia de las 36 líneas es sensiblemente de inferior calidad que la de la Biblia de las 42 líneas. Según parece, Gutenberg aún se vió envuelto en nuevos procesos por motivos económicos y terminó sus días en pobreza protegido por el arzobispo de Maguncia.

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1. Condiciones en la aparición de la imprenta

Si un invento como el de la imprenta apareció en esta época y no en otra anterior no se debió en absoluto a una casualidad, sino a una serie de circunstancias que favorecieron e hicieron posible su descubrimiento. Estas circunstancias fueron:

  1. Aumento de la demanda del libro gracias a una mayor alfabetización de la población, al papel de las universidades y centros de estudios, a las inquietudes religiosas de la época y a la curiosidad e interés por la investigación del hombre renacentista.
  2. Incremento del poder adquisitivo de los europeos, que se beneficiaban de las nuevas rutas comerciales abiertas y en plena expansión. La imprenta también se beneficiaría de las rutas comerciales europeas para su difusión por todo el continente.
  3. Avances en los conocimientos sobre metales y sus aleaciones, que permitieron encontrar las fórmulas adecuadas para la fabricación de punzones y matrices, así como las tintas capaces de imprimir sin engrasar el papel o traspasarlo.
  4. Aparición de la industria del papel, que comienza a vencer al pergamino desde 1350. El pergamino era muy grueso para poder ser utilizado con facilidad por las prensas y no era lo suficientemente plano para que la impresión se hiciera bien. Por otra parte, al multiplicarse vertiginosamente el número de libros se habría llegado en poco tiempo a la extinción de las especies que abastecían el mercado de pergaminos.
  5. Cambio en la mentalidad del hombre, en el concepto de ciencia, que se hace más amplio y experimental y en los métodos de trabajo que ahora permiten el ensayo y la experimentación en busca de nuevas metas.

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2. Características de los primeros libros impresos.

Se llaman incunables (del latín incunabulum, cuna) los impresos en caracteres móviles desde los orígenes del arte tipográfico hasta 1500 inclusive. El término latino, aplicado a una categoría de libros, fue empleado por primera vez por el librero holandés Cornelio van Beughem en el repertorio que tituló Incunabula typographiae (Amsterdam, 1688). La toma de esta fecha como punto divisorio no deja de ser arbitraria, ya que los libros impresos de los primeros años del siglo XVI no dejan de presentar las mismas características que los incunables y porque la imprenta no apareció ni se desarrolló al mismo tiempo en todos los países. Las características más señaladas de los incunables son:

  1. Imitación de los manuscritos. Los primeros libros impresos trataron de parecerse todo lo posible a los manuscritos, ya que esta era la forma de libro a que el hombre del siglo XV estaba acostumbrado.Así, utilizan la letra gótica, abreviaturas -aunque nada las hacía necesarias-, los incipts, etc. Las iniciales se dejaban en blanco con el fin de que fueran realizadas más tarde por especialistas: no es difícil encontrar incunables donde las iniciales no se llegaron a poner nunca. También carecían de portada: la primera es la del Calendario de Regiomontano, en 1470, aunque algunos autores mantienen que la primera portada data de 1500.
  2. Se impone la letra romana, de la mano de los humanistas italianos, más legible y fácil de entender. Poco a poco se van abandonando las abreviaturas.
  3. Las primeras ilustraciones se hacen xilografiadas. El primer libro con ilustraciones xilografiadas es una colección de fábulas de Albert Pfister (Bamberg, 1461).
  4. La lengua mayoritariamente utilizada es el latín (45%), seguida del italiano, alemán, francés, inglés y español.
  5. Los temas son religiosos en el 45% de los casos. Le siguen los temas de literatura (30%), clásica, medieval y contemporánea y el resto se reparte entre diversas materias.

A final de siglo se habían impreso unos 10.000 títulos, lo cual indica la velocidad con que la imprenta se extendió por Europa.

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3. Difusión de la imprenta.

En la difusión de la imprenta se aliaron dos factores ajenos por completo a ella: las guerras civiles en Alemania y el auge experimentado por las rutas comerciales europeas, verdaderos caminos de intercambio de bienes materiales y culturales. En 1460 estallan las revueltas civiles en Maguncia. El arzobispo es depuesto por el Papa por desobediencia y es enviado Adolfo de Nassau a tomar la ciudad. La mayoría de los impresores se ven obligados a huir y los talleres se disuelven. Los primeros tipógrafos se instalan en otras ciudades alemanas (Colonia, Spira, etc). Otros, por el contrario, viajan al extranjero, sobre todo siguiendo la ruta transalpina que los lleva a Francia y a la próspera Italia. Entre estos se encuentran los tipógrafos Schweynheim y Pannartz, que en 1464 se instalan en el monasterio de Subiaco, donde era abad el español Juan de Torquemada, el cual les anima a montar allí sus talleres: será el primero que se instalará fuera de Alemania. El primer libro impreso parece ser que fue un Donato, del cual no quedan rastros ni ejemplares, cosa lógica si se tiene en cuenta que era un libro de texto para el aprendizaje de la gramática latina. Después el De oratione de Cicerón, sin fecha, un Lactancio fechado en 1465, y algunos más, ninguno de ellos firmado. Desde allí los dos tipógrafos marchan a Roma, donde instalan su taller y publican nuevas obras, de temas religiosos o de autores clásicos, bajo la protección del Papa Sixto IV. Cuando llegaron a Roma ya se encontraba instalado allí el taller de un compatriota suyo, Ulrico Han, el cual publicó, entre otras obras las Meditationes de Torquemada (Turrecremata), primer libro donde aparece el retrato del autor vivo.

Por la misma época se instala en Venecia Juan de Spira, el cual publicó las Epistolas familiares de Cicerón y la Historia natural de Plinio. A su muerte le sucedió su hermano al frente del taller y se encargó de publicar, entre otras obras, la primera edición del Cancionero de Petrarca y la Divina Comedia. También en Venecia se instaló el impresor Ratdolt, famoso por sus iniciales y orlas grabadas en madera de sabor renacentista y por haber sido el primero en publicar un libro con portada: el Calendario de Regiomontano, en 1470.En Francia la imprenta se inició tarde y comenzó en París y Lyon, donde inmediatamente encontró una excelente acogida: a finales de siglo había en esta última ciudad 160 talleres tipográficos. En Inglaterra fue aún más tardío: entró en 1477 de la mano de Caxton, mercader en textiles, quien instaló el primer taller en Westminster.

Poco a poco la imprenta se fue instalando en todos los rincones de Europa, aunque su expansión fue irregular: el último país al que llegó fue Grecia, donde lo hizo hace poco menos de un siglo, debido a la dominación turca, cuyo idioma no comenzó a escribirse en caracteres latinos hasta la revolución de Kemal Ataturk. Al resto del mundo la imprenta llegó de manos de los colonizadores europeos y los países árabes fueron lentos en adoptarla debido a la dificultades que presentaba su alfabeto para ser reproducido tipográficamente. En estos países se prefirió utilizar la xilografía o incluso la litografía a la imprenta hasta épocas muy tardías.

 

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4. La imprenta en España durante el siglo XV.

Son escasas las noticias que se poseen sobre la introducción y expansión de la imprenta en España, tanto por los escasos documentos sobre los primeros impresores como por la falta de colofones explícitos. A pesar de ello, se pueden hacer algunas afirmaciones sobre las características de las primeras imprentas españolas.

  1. Llegó tardíamente, en la década de los setenta, probablemente por la situación periférica de la península y por la falta de grandes universidades o de vida urbana floreciente.
  2. Los primeros impresores fueron alemanes, lo cual es normal considerando que el gremio internacional estaba compuesto casi exclusivamente de ellos.
  3. El camino de introducción fue Italia, según muestran los tipos utilizados en los primeros impresos, hecho comprensible por las intensas relaciones que unían a dos los dos países.

No se ha conservado ningún libro xilográfico realizado en España, aunque hay noticias de la existencia de grabados en la primera mitad del siglo y se conocen algunos de la segunda mitad, como de la confección de naipes y grabados con texto, aunque sobre planchas metálicas. En cuanto a la imprenta, durante algún tiempo se creyó que el primer libro impreso en España fue la Gramática de Mates, impresa por Gherlinc en Barcelona en 1468, fecha que resultó ser una errata probablemente por 1488.

También se creyó durante mucho tiempo que el libro impreso más antiguo era Obres o trobes en lahors de la Verge María, que contiene 45 poesías en honor de la Virgen de María, 40 en valenciano,4 en castellano y una en toscano, fruto de un certamen literario. El libro, impreso en 1474 por Lambert Palmart en los talleres de Jacobo Vitzlán, no fue probablemente ni siquiera el primer incunable valenciano, aunque sí parece ser el primero de motivo literario. Lo mismo se pensó de la Etica, Económica y Política de Aristóteles, hecha por Botel, Holtz y Plank en Zaragoza o Barcelona, en 1473 o 1474. También se le atribuye el honor al Sacramental de Clemente Sánchez Vercial, impreso en Sevilla por Antonio Martínez, Alfonso del Puerto y Bartolomé Segura; el autor de la hipótesis, Pedro Vindel, atribuye la fecha de 1470, aunque carece de prueba documental alguna.

Hoy se acepta de forma general la idea de que la primera obra realizada por la imprenta española de la que se tienen noticias es el Sinodal de Aguilafuente, impreso por Juan Parix de Heidelberg en Segovia el año 1472. El documento contiene las constituciones aprobadas en un sínodo celebrado en este pueblo,para recordar a los clérigos sus obligaciones y evitar que se mezclaran en contiendas civiles. Es una obra de 48 páginas sin colofón. Según parece, un tal Juan Paris vivió en Segovia a finales del siglo, lugar donde abrió un taller en el que se imprimieron al menos ocho obras, la mayoría de las cuales se conservan en esa cuidad. Probablemente llegó allí invitado por el obispo Juan Arias de Avila, hombre acaudalado que había conseguido privilegios para establecer, bajo la superintendencia del obispado, un estudio de gramática, lógica y filosofía equivalente a una Universidad: era comprensible que quisiera completarlo con un taller de tipografía.

El hecho de que fuera Segovia la primera ciudad de la que se tenga constancia que dispuso de imprenta resulta en principio sorprendente, si se tiene en cuenta que el reino de Aragón estaba más próximo y más relacionado con Italia, y su vida cultural era más intensa debido al mayor desarrollo de las ciudades. Sin embargo, hay que considerar que Segovia vivía momentos de esplendor, el rey le había concedido primacía sobre las demás ciudades de su reino y se desplegaban en ella numerosas actividades: era el centro de la vida política y allí fue proclamada reina Isabel la Católica en 1474. De cualquier modo, se sabe que existían talleres de tipógrafos en otras ciudades de España, que trabajaron al mismo tiempo que el de Juan Parix. Se conoce un contrato entre Botel y sus paisanos Holtz y Plank, en 1473, por el que el primero se comprometía a enseñar el oficio de impresor: la sociedad editó la obra de Aristóteles antes mencionada.

Las primeras obras de la imprenta en España se caracterizaron por los siguientes aspectos:

  1. La letra utilizada, que empezó siendo de tipo romana, evolucionó pronto a la neogótica alemana, con fuerte influencia de la caligrafía de los manuscritos españoles. También se aprecia una evolución hacia el, plateresco, tanto en la composición como en los ornamentos.
  2. Hubo escuelas de gran prestigio técnico, entre las cuales deben citarse las catalanas.
  3. La interlineación era ancha, y las iniciales blancas sobre fondo negro. Con frecuencia aparecen portadillas grabadas en madera con motivos heráldicos.
  4. Los temas aparecen muy influidos por la religión. Sin embargo, cada vez son más frecuentes las obras en lenguas vernáculas. Aparecen gran cantidad de bulas, misales, gramáticas y diccionarios latinos. Las obras en poesía y prosa suelen ser gratificantes y amenas.

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5. El libro durante el siglo XVI.

El siglo XVI supone el afianzamiento definitivo de la imprenta y la adquisición de características propias. Es un siglo decisivo en la Historia del Libro y se caracteriza por:

  1. Distanciamiento de la tradición manuscrita (colofones, abreviaturas, etc.) salvo en las iniciales. Justificación del margen derecho.
  2. Consideración del libro como objeto comercial. Aparecen las firmas de validación y los privilegios reales y la portada como reclamo comercial.
  3. Búsqueda tipográfica. Desde principios del siglo existe un predominio absoluto de la tipografía italiana, que terminó por imponerse en toda Europa, aunque con cierta resistencia de las tipografías nacionales, especialmente en España y Holanda que durante algún tiempo siguieron utilizando la letra gótica.

En Salamanca el desarrollo de la imprenta vino acompañando al apogeo cultural que por entonces conocía esta ciudad. Entre los libros que salieron de sus imprentas tuvo mucha importancia la creación literaria, entre cuyas obras merece destacar la segunda Celestina de Pedro de Castro, de estilo renacentista.. Al mismo tiempo existían otros talleres de tendencia más tradicional, como el de Juan de Giunta, de origen veneciano, en Medina del Campo.

La tipografía española del XVI se caracteriza por el uso de la letra gótica y la portada renacentista, aunque poco a poco van abriéndose paso las nuevas tendencias. Entre las obras más publicadas estaban los libros religiosos, las obras lingüísticas -obras de Nebrija, entre otras- y los libros de caballería, que en este siglo conocerán un sorprendente esplendor: merece la pena destacar la influencia que sobre estos ejerció el Amadís de Gaula, una de cuyas ediciones, debida a Juan de Croci en Zaragoza, presenta un trabajo muy cuidado. Mientras tanto, en Barcelona, Rosenbach imprime libros litúrgicos y misales y Carles Amorós edita en catalán y castellano. Para los grandes formatos -folio- se emplean los tipos góticos y para los tamaños más pequeños, tipos romanos. Valencia sigue utilizando el tipo de letra gótica: allí se editan libros populares con múltiples ilustraciones. Poco a poco van haciendo su aparición los caracteres romanos inspirados en Garamond.

En América el libro penetró rápidamente. Con el fin de ayudar a la evangelización, las autoridades eclesiásticas crearon talleres destinados a la impresión de libros religiosos, que sirvieron además para fijar la lengua. La primera imprenta de América se abrió en México y fue una sucursal del taller de Cromberger en Sevilla.

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6. El libro durante el siglo XVII.

El siglo XVII se caracteriza por ser una época de inestabilidad política, social y religiosa que cristaliza en la Guerra de los Treinta Años. Europa conoce un fuerte crisis económica que finalizará con el desequilibrio entre los países que la forman: la lucha por la hegemonía no siempre dio como resultado unas mejores condiciones de vida para la sociedad. Debido a este clima de inestabilidad, se recrudece la censura y se llegan a perder libertadas adquiridas con anterioridad. El siglo XVII es el del triunfo del absolutismo. pero también el siglo de los grandes descubrimientos y la extensión del campo de las ciencias. Las características que definen al libro de este siglo son los siguientes:

  1. Triunfo del grabado en cobre, que, gracias a su fidelidad de reproducción, se convierte en un instrumento excelente para la elaboración de libros científicos ilustrados y para la cartografía. Es la época del barroco, que se manifiesta en portadas y frontispicios tan ricamente decorados que a menudo casi no dejan espacio para el título. En esta actividad destacó Rubens, el cual trabajó para la familia Galle en el taller de los Plantin-Moretus. A menudo, el trabajo de grabador estaba dividido entre el autor de la idea, el dibujante y el escultor del mismo.
  2. Descenso de la calidad tipográfica La calidad tipográfica, por el contrario, descendió, así como la del material utilizado. Paradójicamente, es el siglo de la bibliofilia, que se manifiesta con la producción cuidadísima de lujosos libros para coleccionistas: sin embargo, este no era el tipo de libro corriente, aunque la actividad no dejaba ser un interesante campo de experimentación en el campo editorial.
  3. Nuevos sistemas de comercialización. A lo largo del siglo XVII aparecen la subastas como nuevo sistema de comercialización del libro. Estas subastas suponían una alternativa más satisfactoria para el vendedor y el comprador, ya que permitía ajustar la oferta a la demanda de modo muy aproximado. Sin embargo, no siempre resultaron neutrales, ya que encontramos escritos de la época acusando a los libreros de aprovechar las subastas de libros por lotes para deshacerse de aquellas obras de difícil salida.
  4. Encuadernación sencilla y sin alardes de riqueza. La única excepción la constituyen las encuadernaciones para bibliógrafos franceses, libros más bien de ornamento que de uso intelectual. Aquí aparecen las líneas punteadas, grabados de oro, guardas de seda y jaspeadas, etc.
  5. Contenido mayoritariamente religioso, aunque existe un gran aumento de las literaturas nacionales y, sobre todo, de los temas científicos y geográficos: el XVII es el siglo de los grandes viajes, descubrimientos y exploraciones, así como de las primeras excavaciones arqueológicas.

Bélgica y Holanda consiguen la primacía absoluta en la producción de libros en Europa, al unir en este siglo la riqueza económica y las actitudes más liberales del momento. La Universidad de Leyden, en los Países Bajos, se convirtió en un foco cultural de primer orden, donde el consumo de libros fue muy elevado. En esta Universidad se encontraba empleado Luis Elzevir, encuadernador y bedel, que después de haber obtenido permiso para vender libros a los estudiantes, llegó a establecer un comercio de inusitadas proporciones, que se extendió fuera de la ciudad y del país. De aquí arrancó una célebre familia de impresores que pronto logró fama internacional. Su nieto Isaac lanzó una colección de obras de clásicos en dozava que, al igual que los aldinos se extendieron rápidamente por Europa y adquirieron gran popularidad por su cómodo formato y precio módico. El cuidado filológico de las obras no era comparable al de los aldinos, pero su letrería romana, sobria y clara, influida por Garamond, ofrecía una impresión elegante, aunque algo monótona. Además de los clásicos, los Elzeviros publicaron abundantes libros de texto y, sobre todo, gran cantidad de obras religiosas. Pero más que como impresores, los Elzeviros adquirieron fama como comerciantes del libro, lo cual les valió, gracias al establecimiento de verdaderas redes de distribución, ejercer una influencia considerable en los países de su entorno. Otra casa editorial importante fue la Blaeu, especializada en Atlas o obras cartográficas. El fundador de la casa había llegado a conocer a Tycho Brahe y adquirió una sólida formación en astronomía y cartografía. En un país explorador y marinero como era la Holanda de la época, tal actividad tuvo un éxito grande, especialmente si se tiene en cuenta que los mapas de Blaeu eran de una excelente calidad y precisión. Sus obras más conocidas fueron el Novus Atlas, su obra maestra y el Atlas Major, tal vez el más célebre.

En Francia, a lo largo del siglo XVII decae el arte de imprimir pero, curiosamente, crece la bibliofilia, lo cual se explica si se considera que en aquel momento la posesión de ricos libros era estimado como un signo externo de bienestar económico. Entre las bibliotecas de bibliófilos que se forman hay que destacar la de Luis XIII, que tenía impresores y encuadernadores propios; la de Luis XIV, que llegó a reunir 40.000 impresos y 10.000 manuscritos y a cuya formación contribuyó decisivamente Colbert; la de Richelieu, bajo cuyos auspicios se abrió el taller de tipografía del Louvre; y, sobre todo, la de Mazarino, cuyo bibliotecario, Gabriel Naudé, escribió lo que se considera el primer libro de biblioteconomía: Advis pour dresser une bibliothèque. Con un sentido de la cultura adelantado a su época. Mazarino permitió que su biblioteca se abriera seis horas al día para eruditos y estudiosos de las artes y las ciencias. Desterrado Mazarino y dispersada su biblioteca en las guerras de la Fronda, Naudé huyó a Suecia donde fue bibliotecario de la reina Cristina. A la vuelta de Mazarino al poder la biblioteca fue reconstruida de nuevo y abierta al público y aún hoy es una de las más importantes de Francia. Por aquellos tiempos también abrieron sus puertas las bibliotecas de algunos conventos, tales como el de Saint Victor y Saint Germain-des-Prés, aunque esta última de una forma muy selectiva.

Alemania, que había sido la cuna de la tipografía y la adelantada en muchos de sus avances, vive durante este siglo un periodo de recesión, debido a la inestabilidad general que se respira: guerras, rapiñas, destrucciones, saqueos... Es cierto que durante estos años se editaron numerosos libros, sobre todo de materias religiosas, pero de baja calidad material y tipográfica. Por otra parte, el comercio del libro llegó a mantenerse casi exclusivamente de la edición fraudulenta, difícil de regular en un país tan fragmentado, y que llegó a extenderse a los países nórdicos. Pero si las guerras de religión tuvieron un efecto nefasto sobre el libro y la tipografía, aún lo tuvieron peor sobre las bibliotecas: muchas de ellas fueron destruidas, otras regaladas -como la Biblioteca Palatina, la biblioteca universitaria más antigua de Alemania, que Maximiliano regaló al Papa- y otras, en fin, incautadas, tal como hizo Gustavo Adolfo de Suecia con las del norte del país, que regaló a la recién fundada Universidad de Upsala y que marcaron el comienzo de una era de esplendor bibliotecario sueco.

En España la censura es ahora tal vez más fuerte que nunca. Felipe IV incluye dentro de la censura publicaciones que antes habían quedado excluidas. La vigilancia tenía un doble origen, de parte de la Administración y de la Inquisición, cada vez más estricta y a la vez más vigilante, ya que el número de libros publicados tanto en los países católicos como en los protestantes crecía sin parar. Esto, unido a los fuertes impuestos que hubo que pagar para la importación de papel y la exclusiva que Felipe II había concedido a los Plantino, dieron como resultado una gran postración en la industria del libro. Así, se dio la triste paradoja de que las mejores obras de nuestra literatura aparecieron en pobres ejemplares. Al mismo tiempo continúo la implantación de la imprenta en América y Filipinas, dedicadas especialmente al libro religioso. También se imprimieron fuera de España obras españolas en latín y en español, destinadas estas últimas a la gran cantidad de lectores de español que había entonces en los países con los que España tenía contacto. En la Península, la industria tipográfica comienza a concentrarse en Madrid, convertida en capital por los Austrias.

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7. La aparición y desarrollo de las publicaciones periódicas.

Aunque las primeras hojas impresas habían aparecido en el siglo XV y se extendieron en el XVI, es el XVII el siglo en el que las publicaciones periódicas como tales harán su presentación. Ya a finales del siglo anterior habían aparecido los Messrelationen, verdaderos antecedentes de las revistas de información general, que surgieron en las ferias de Francfort, dos veces al año. El paso siguiente fue la aparición de publicaciones periódicas semanales, la más antigua de las cuales parece ser que se editó en Estrasburgo, aunque casi al mismo tiempo existieron otras en otras ciudades, y que recibían el nombre de gazettes, avisa, relation, etc,. que fundamentalmente incluían noticias de los países de Europa complementadas con grabados o mapas. Ejemplos de ello fueron la Gazette de París, protegida por Richelieu y por las autoridades francesas, lo que le aseguró una larga vida, la Gazette de Leyden o el Leipziger Zeitung. Pero tal vez la publicación de más peso entre ellas fue Le Journal des Sçavans, protegido por Colbert y de orientación científica y literaria. Incluía relaciones de novedades científicas y editoriales, iniciando así el camino de la bibliografía en curso. Pronto tuvo seguidores en Inglaterra -Philosophical Transactions- y en otros lugares de Europa. No tardaron tampoco en aparecer publicaciones de corte galante y frívolo, que tuvieron gran éxito en los salones de moda, tales como el Mercure Galant o Ladies Mercury.

En España, la aparición de las publicaciones periódicas se retrasó considerablemente debido que los reyes ni sus validos vieron en ellos más que un instrumento peligroso de subversión, difícil de controlar. La primera de las publicaciones periódicas fue la Relación o Gazeta, llamada más tarde Nueva Gaceta, dirigida por Francisco Fabro bajo los auspicios de don Juan de Austria, bastardo de Felipe IV, y que informaba de sucesos políticos o militares. El mismo Fabro publicó más tarde los Avisos ordinarios de las cosas del Norte y la Gaceta ordinaria de Madrid.

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8. El libro durante el siglo XVIII.

El siglo XVIII es una época de cambios profundos en la sociedad europea, cambios que abarcan desde la concepción social del trabajo hasta la victoria de las nuevas ideas políticas. Si en el campo del arte se caracteriza por el triunfo del rococó como máxima expresión y evolución última del barroco, en el terreno cultural está marcado por la Ilustración, forma de pensamiento que extenderá su influencia de los escritores a los reyes. El siglo XVIII marcará el comienzo del triunfo de la razón, la investigación y el método científico. Como consecuencia de ello, se producen múltiples adelantos técnicos y a la vez el analfabetismo comienza a retroceder, al principio tímidamente, luego de forma decidida. El interés por la lectura desborda al restringido círculo de eruditos donde hasta ahora se encontraba confinado: al tiempo que aparecen sociedades cultas y eruditas, se crean bibliotecas públicas -aunque no con la acepción actual- y clubs del libro. El libro comienza así su etapa de objeto cotidiano. La sociedad urbana desarrollada a lo largo del siglo mostró interés por la información social y facilitó una mayor difusión de las publicaciones periódicas; el aumento del acervo científico y la creencia en que la felicidad del hombre aumentaría haciéndole partícipe del mismo propició la moda de enciclopedias metódicas y diccionarios enciclopédicos, cuya máxima representación es la Encyclopédie de Diderot y d'Alembert, cuya influencia dio a la sociedad de la época una nueva visión de la vida, minó las creencias tradicionales, tanto religiosas como políticas y aceleró las ideas que terminarían dando lugar a la caída del Antiguo Régimen.

El libro conoce durante el siglo XVIII uno de sus momentos de máximo esplendor, tanto en su aspecto físico como en su contenido. Por un lado, los avances técnicos permiten una mayor perfección en su elaboración; por otro, el interés por la lectura amplía su contenido, que se ocupa de temas científicos, eruditos y galantes, mientras decae la literatura religiosa. Las lenguas vernáculas ganan terreno a las clásicas: esto supuso la aparición de barreras lingüísticas internacionales, pero favoreció la circulación interior. Aparece la literatura infantil propiamente dicha, fuera de los cauces marcados por los libros de texto, y se hacen adaptaciones de los clásicos para los niños y el gran público. El libro como objeto se hace más pequeño y manejable. En la encuadernación aparece el estilo à la dentell (imitación de encaje) y se pone de moda el mosaico, realizado con pequeños trozos de piel de diversos colores cuyas juntas se disimulan con hierros dorados. Pero el aspecto más notable del libro del siglo XVIII es sin duda la ilustración: las portadas se hacen más ligeras, se utiliza profusamente la viñeta, tanto como cabeceras como para cul-de-lampe, composición de orlas, remates y otros motivos ornamentales; a veces las ilustraciones de los libros son tan profusas y cuidadas que el texto no parece sino una excusa para el lucimiento del ilustrador. El cambio también se nota en la distribución de la mancha de las páginas interiores y en la impresión, por la mejor calidad de las tintas y el mejor acabado del papel. Las figuras de libreros y editores comienzan a separarse, definiéndose sus funciones. Además, el campo favorable al comercio del libro -a pesar de que en muchos paises aún estaban sujetos a numerosas restricciones y controles-, provoca que a veces se lancen varias tiradas de un solo libro.

Entre los impresores más notables de esta época figura Joaquín Ibarra, considerado por muchos como el mejor que ha conocido España. Nacido en Zaragoza había vivido y estudiado en Cervera, en cuya Universidad fue impresor su hermano mayor. Más tarde se estableció en Madrid, donde instaló un taller tipográfico. Una de sus primeras obras, Catón cristiano, tuvo problemas con la censura por publicarse sin autorización y por la mala calidad del papel; pero no tardó en ganarse la admiración y el respeto de todos por la calidad de su obra, y fue llamada para trabajar en el Consejo de Indias, en el Ayuntamiento de Madrid, el Arzobispado de Toledo y en el Palacio Real.

Ibarra cuidó mucho todos los aspectos técnicos de la impresión: papel, tintas, tipos, etc. Pero sobre todo, vigiló el proceso de confección del libro, con el fin de que se realizara con la mayor precisión y la búsqueda del acabado perfecto. Además, sus estudios le proporcionaron una excelente base lingüística para ser un buen jefe de taller. Introdujo modificaciones, algunas poco afortunadas, pero otras que han prevalecido, como la sustitución de la v vocal por u o el no partir al final de línea las palabras bisílabas. Se conocen 789 obras de Ibarra, aunque posiblemente se hayan perdido algunas. Entre las mejores destacan la Conjuración de Catilina y La Guerra de Jugurta, traducidas por el infante Gabriel Antonio, y con la traducción en cursiva y el texto latino en letra redonda de cuerpo notablemente inferior; contiene abundantes ilustraciones dibujadas por Mariano Maella, algunas de página entera. Se imprimieron 120 volúmenes para regalar a la familia real y a instituciones y personalidades nacionales y extranjeras. Ello le dio fama internacional. Otra obra importante, para algunos tanto como el Salustio, fue la edición de El Quijote de 1780, hecha por encargo de la Real Academia Española en cuatro volúmenes en cuarta mayor. Los ilustradores elegidos se documentaron para los trajes y accesorios en los cuadros y tapices del Palacio Real. Además hizo el Diccionario de Autoridades, las dos primeras ediciones del Diccionario de la Academia, tres de la Gramática, el Misal Mozárabe, etc.

Otro gran impresor fue Antonio Sancha, distinguido más por el sentido didáctico y divulgador de su obra que como tipógrafo. Creó una auténtica empresa de importación y exportación que lo hizo rico y se rodeó de los eruditos y políticos más notables de su época. La labor de Sancha dio a conocer a nuestros clásicos, nuestra historia y permitió el desarrollo de la enseñanza. Otros impresores destacados fueron Monfort, Manuel de Mena, Benito Cano, Antonio Martín, etc.

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9. El libro durante el siglo XIX.

El siglo XIX es el heredero de la Revolución Francesa y de la Revolución Industrial, cuyos efectos provocarán una explosión demográfica hasta entonces desconocida, el éxodo humano del campo a la ciudad y el cambio de las estructuras sociales y económicas. La sociedad, asentada ahora en grandes núcleos de población, el aumento de la riqueza en términos absolutos y relativos y el triunfo de las ideologías liberales que propugnaban la enseñanza obligatoria, tuvieron como consecuencia una progresiva extensión de la educación primaria, con lo cual aumentó enormemente el número de lectores. La lectura salió definitivamente de los círculos restringidos y selectos para extenderse a todas las capas de la sociedad, incluidas las más humildes. Ello trajo como consecuencia el aumento de la demanda de bienes culturales, que, en este siglo quedaban reducidos prácticamente a dos: libros y publicaciones periódicas. A su vez, los avances tecnológicos propiciaron el desarrollo de la industria editorial, que pudo dar salida a un mayor número de títulos y de ejemplares por tirada, con lo cual creció también la oferta de los mencionados bienes. Influido al principio por el libro neoclásico, pronto se verá evolucionar hacia las nuevas tendencias culturales. A lo largo del siglo XIX, el libro experimentará profundo cambios en todos sus aspectos, desde la composición de los tipos hasta su comercialización.

El libro en el siglo XIX se vio influido por una serie de novedades técnicas, fruto en su mayoría de la revolución industrial, que marcarán su orientación definitiva y lo harán despegarse del concepto de objeto precioso de uso restringido que hasta ahora tenía. Estas novedades son:

La ilustración del libro tuvo como principal finalidad atraer a los lectores y hacer más fácil la lectura de los libros para los recién iniciados, para lo cual se intercalaban en el texto. En la imagen no privaba solo el valor artístico, sino también el descriptivo: a veces el texto era una improvisación para acompañar las ilustraciones. De acuerdo con el gusto de la época, los motivos varían. Para realizar las ilustraciones se utiliza la litografía, procedimiento que aprovecha las cualidades de ciertos minerales para absorber la grasa de la tinta y del agua para repelerla y que se realiza mediante el grabado del dibujo en una piedra porosa, generalmente caliza y permite evitar al técnico grabador como intermediario. A veces se coloreaban, primero a mano y luego por el procedimiento de la cromolitografía. Volvió a resurgir el grabado en madera, especialmente gracias al procedimiento a la testa inventado por Bewick, mientras que el grabado en cobre tiene un primer momento de esplendor y luego decae. A final de siglo aparece el fotograbado, procedimiento derivado de la fotografía.

Los editores presentaban sus libros en rústica, o en todo caso en tela o cartoné: era la respuesta a la demanda masiva de libros, que no podía atenderse con una encuadernación más cuidada. Algunos lectores envían a encuadernar sus libros de forma artesanal para conservarlos mejor, cosa que también se hace con aquellos destinados a uso intenso -encuadernación para bibliotecas. Los estilos de las encuadernaciones siguen los del arte de su tiempo: al principio el neoclásico coexistió con el isabelino o Luis Felipe (rocalla), al avanzar el siglo aparecen los gustos románticos, inspirados en motivos medievales. Entre los libros para bobliófilos se imitan las antiguas encuadernaciones europeas: à la fanfare, mosaico, de Grolier, etc. En España se utiliza el jaspeado de colores sobrios, excepto el valenciano, de vivos colores.

La primera característica del contenido del libro decimonónico es el triunfo absoluto de las lenguas vernáculas, mientras las clásicas quedan definitivamente relegadas a libros especiales, tales como manuales, ediciones selectas de los clásicos, etc. Junto con ello, se constata el predominio de las literaturas nacionales, potenciadas, sobre todo, a partir del romanticismo: las literaturas clásicas eran una curiosidad que se leía por necesidad cultural. Se extienden los libros científicos en sus dos versiones, especializados, para la investigación, y divulgativos, con una clara orientación didáctica que será una de las características fundamentales del libro en esta época. La política también fue una de las preocupaciones predominantes entre los hombres de este siglo, aunque esto incidió más en la prensa que en libro. Aparecen los libros infantiles, potenciados por el desarrollo de la ilustración en blanco y negro y color. Solía narrar historias edificantes y ejemplares con una fuerte carga ideológica y orientación didáctica. Compartieron protagonismo con los libros de viajes, aventuras y escenas de la vida cotidiana y sobre todo con el libro destinado a las clases más bajas, donde se contaban historias morales y edificantes a través de una trama más o menos complicada pero elemental, desarrollada por protagonistas buenos y malos con los que el lector se identificaba. Este tipo de libros, de grandes tiradas y distribuido por los procedimientos más diversos tuvo una gran difusión a lo largo de todo el siglo y colaboraron en su creación desde los más desconocidos escritores hasta autores de reconocido prestigio.

El nuevo contenido y los nuevos destinatarios favorecen la aparición de nuevas formas de comercialización del libro. La figura del editor -responsable de la edición- se impone sobre la del impresor -encargado de la elaboración técnica- y ambas se distinguen de la del librero -dedicado sólo a la venta. Como el negocio editorial requiere fuertes inversiones, se buscan nuevos métodos de distribución y de financiación, como son las suscripciones y la venta por depósito. Al mismo tiempo aparece la venta por entregas que tuvo un auge inusitado, especialmente con los folletines que a menudo se distribuían con la prensa periódica.

El interés por la vida política y el abaratamiento de los costes de producción propició el auge de la prensa, de la cual fue pionero el Times, no solo en el empleo de las más modernas técnicas, sino también en el de corresponsales y canales propios de comunicación. Pronto aparece la prensa amarilla, que tuvo su precursor en el Sun de New York, y continuado por La Presse, en Francia, publicaciones baratas y de grandes tiradas, al lado de los magazines que ofrecian un poco de todo y que satisfacían los gustos de una multitud de lectores.

Los nuevos avances técnicos y la producción masiva habían producido un descenso considerable de la calidad del libro. Como reacción a ello aparecen grupos de bibliófilos que buscan la confección de obras muy cuidadas, donde el contenido terminaba siendo lo menos importante. Entre ellos cabe destacar los grupos Amis du Livre y Cent Bibliophiles en Francia y sobre todo William Morris en Inglaterra, dedicado a la elaboración de ejemplares cuidadísimos, inspirados muchas veces en los manuscritos medievales: su obra Works, de Chaucer, está considerado como el mejor libro que ha salido de la imprenta británica. La influencia de Morris fue considerable, no solo entre los bibliófilos del resto de Europa, sino incluso en otros campos artísticos, hasta el punto de estar considerado como uno de los padres del movimiento Art Nouveau.

En España es raro el editor puro en el siglo XIX: normalmente era además librero e impresor. Uno de los más importantes fue Mariano Cabrerizo, instalado en Valencia y que publicó, entre otras cosas su Colección de Novelas, de bella presentación, donde se mezclaban los nombres más famosos de la literatura de la época con otros totalmente desconocidos. En Barcelona Antonio Bergnes se inscribe en la tendencia de escritores educadores. En su casa trabajó Manuel Rivadeneyra, que realizó una obra de gran magnitud, la Biblioteca de Autores Españoles, para lo cual no dudó en emigrar dos veces a América con la intención de hacer fortuna con la que financiar su empresa. Ejemplares de esta obra por un valor de 400.000 reales fueron adquiridos para las bibliotecas del Estado. En Madrid destaca la labor de Saturnino Calleja, que comenzó con la edición de libros de texto, y hoy es famoso sobre todo por su colección de cuentos. Sin embargo, Calleja publicó numerosas colecciones de libros bien presentados, ilustrados y encuadernados. La editorial La España Moderna, propiedad de Lázaro Galdiano publicó más quinientos libros y una revista del mismo nombre, con la intención prioritaria de dar a conocer el pensamiento europeo. En Valencia, la editorial Sempere publicó libros de pensadores revolucionarios, pero con fines más lucrativos que ideológicos, movido por los grandes beneficios que le podía aportar el consumo de esta literatura entre la clase trabajadora. La prensa conoció una época de esplendor y cambios constantes, propiciados por la inestable situación política. Quizá el más importante de los periódicos españoles fue El Imparcial, dirigido por Eduardo Gasset Artime y su suplemento Los Lunes del Imparcial, dirigido por su yerno, José Ortega Munilla. Le seguía en difusión su adversario El Liberal, además de otros tales como El Heraldo de Madrid, La época, etc. Entre las revistas ilustradas merecen destacar por sus elevadas tiradas La Ilustración Española y Americana, Mundo Nuevo y Blanco y Negro. La prensa española estaba regulada por la Ley de 1879 de la Propiedad Intelectual y la de Imprenta de 1883.

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10. El libro y la edición en el siglo XX.

Si en el siglo XIX el libro comienza a transformarse en todos sus aspectos, físicos, intelectuales y comerciales, será en el siglo XX cuando estas transformaciones alcancen su momento culminante hasta el punto de que el libro deja de ser prioritariamente libro para convertirse en productos nuevos, a la compra-venta se le viene a sumar la posibilidad de consulta remota y su contenido alcanza, no sólo a todas las ramas del conocimiento humano sino incluso a todas las formas concebibles de expresarlas.

Las tendencias básicas en la producción, comercialización y utilización del libro en el siglo XX siguen las orientaciones marcadas ya en el siglo anterior: mecanización aumento de títulos y ejemplares en las tiradas y comercialización buscando cada vez un número más amplio de consumidores. Pero además aparecen nuevos soportes -como los medios audiovisuales-, elementos reprográficos y finalmente el ordenador, que abría un mundo de nuevas posibilidades para el libro y la edición. A medida que avanza el siglo se advierte un progresivo desplazamiento de la mecánica por la electrónica y la sustitución de la tipografía tradicional por nuevos sistemas de impresión -heliograbado, huecograbado y offset, que permite la posibilidad de nuevas ediciones rápidas y de reproducir fotografías y colores. La linotipia y la monotipia -composición mecánica del texto- deja paso a la fotocomposición o composición en frío, que se realiza con la ayuda de un ordenador. Esto permite, no solo una mayor rapidez y precisión, sino la reducción considerable de la mano de obra, que además no tiene que tener una especial cualificación y puede incluso trabajar desde su domicilio. A estos avances vinieron a sumarse la utilización del telefacsímil, que permite el envío y recepción inmediata de páginas completas de textos e imágenes a través del hilo telefónico, el desarrollo de las telecomunicaciones que permitió el acceso on-line a bases y bancos de datos, el videotext y, finalmente, las memorias ópticas que permiten el almacenamiento de grandes cantidades de datos textuales, numéricos, sonoros e incluso de imágenes en movimiento.

Los medios audiovisuales que han llegado a ocupar un lugar un puesto similar al del libro -e incluso a disputarle el suyo- durante este siglo, son un capítulo aparte en el mundo de la edición y por su relevante papel en la difusión de la cultura contemporánea, no pueden ser ignorados. El cine, nacido a finales de siglo XIX como un invento curioso, de la mano de los hermanos Lumière, fue alcanzando cada vez mayor dimensión, hasta llegar, en los años veinte, a la categoría de séptimo arte, al tiempo que añadía cada vez más adelantos técnicos: sonido, color, panavisión, etc. Después de un periodo de esplendor y hegemonía absoluta en el mundo del espectáculo, iniciado en los años treinta, el cine conoció una época de aparente decadencia en los paises desarrollados a partir de la segunda mitad de los setenta, debido en parte a la aparición y generalización primero de la televisión, luego del vídeo doméstico y finalmente de las cadenas privadas de TV, que se fueron pisando el terreno respectivamente: en realidad, el cine se hacía la competencia a sí mismo a través de diferentes sistemas de difusión. La radio, más rival de la prensa que del libro, tuvo en un primer momento función de entretenimiento para aficionados; en 1920 estaba fuertemente implantada en USA, pero hasta 1923 no aparece la primera emisora española, Radio Ibérica de Madrid. Su audiencia e influencia crecieron por causas políticas y bélicas antes de la II Guerra Mundial; cuando parecía que iba ser desterrada por la aparición de la televisión en el periodo postbélico, experimento un fuerte impulso gracias al descubrimiento de la FM y la radio de transistores. El crecimiento de la radiodifusión continua en la actualidad. La televisión dio sus primeros pasos a final de los años veinte, si bien no conoció el pleno desarrollo hasta después de la Guerra: a partir de aquí se extendió a todos los países del mundo y se perfeccionó con el color, hasta llegar a convertirse en el primer medio de comunicación de masas, y ejercer una influencia considerable en la población. Al lado de estos medios surgieron el disco sonoro, la cinta magnética, el videocassette y finalmente las memorias ópticas. Unos y otros sistemas han experimentado a lo largo del siglo un creciente perfeccionamiento, a veces en franca competición con la aparición de inventos cada vez más sofisticados. De hecho, existe en este campo una carrera que cada día alcanza metas más elevadas.

La reprografía -conjunto de técnicas para la reproducción de textos escritos- se ha dejado sentir sobre todo en la segunda mitad del siglo para satisfacer distintas necesidades: de un lado, la formación de archivos de seguridad que garanticen la pervivencia de los fondos; de otro, facilitar la consulta de documentos, lograr la rápida difusión de la información y conseguir que la misma pueda ser utilizada simultáneamente por varias personas. Los principales sistemas empleados son la microcopia -microficha y microfilm-, que permite la reproducción reducida de originales, y la fotocopia, obtenida generalmente sobre papel normal y que puede hacerse en blanco y negro o color. Al lado de estos sistemas existen otros muchos: hectografía, stencil, diazocopia, etc., utilizado con distintas finalidades. Conviene advertir que la generalización de fotocopias, especialmente en el mundo universitario, está teniendo efectos perniciosos sobre la edición, sobre todo en la dedicada al libro y revistas científicas especializadas, y genera múltiples problemas sobre los derechos de autor.

El aumento de la riqueza social, la urbanización, la política educativa y la oferta de los medios de comunicación tuvieron como resultado un aumento considerable del número de lectores, potencialmente casi el 100% en los paises desarrollados. En los países en vías de desarrollo, donde el analfabetismo alcanza las cotas más elevadas, la política de promoción de la lectura ha venido de la mano de organismos internacionales, entre los que cabe destacar la UNESCO, organización de las Naciones Unidas creada en 1949 como asociación de Estados que deseaban aunar sus esfuerzos para contribuir a la paz mundial mediante el desarrollo de la educación, la ciencia y la cultura. La UNESCO ha dado orientaciones técnicas, ha puesto a especialistas al servicio de las naciones que los necesitaban y ha fomentado y protegido la libre circulación de la información, actividades todas ellas no exentas de polémica en su realización. A pesar de todo ello, el analfabetismo es aún una lacra social: existen países de Africa que tienen más de un 90% de analfabetos, otros de Asia con el 80%, el 40% en Hispanoamérica; aún en países miembros de la CEE permanece este problema: 26% en Portugal, 15% en Grecia, 7% en España y 6% en Italia. El analfabetismo ataca con mayor intensidad en las áreas rurales que en las urbanas, a las mujeres que a los hombres, y a los mayores más que a los jóvenes. A todo ello se viene a sumar el analfabetismo funcional, que afecta a grandes capas de la sociedad aún en los países más desarrollados y es más difícilmente cuantificable.

La producción mundial de libros ha crecido continuamente como consecuencia del aumento de la demanda formulada por el mayor número de personas alfabetizadas y con más años de escolarización: en veinticinco años la producción se triplicó. Sin embargo esta producción está desigualmente repartida, ya que las 4/5 partes de la misma se concentra en países desarrollados, repartiéndose el resto entre todos los demás. Europa publica más de la mitad del total y América una cuarta parte, mientras que Africa -excluidos los países árabes- y Oceanía no llegan al 2%. El mayor productor ha sido, hasta finales de la década de los ochenta la URSS, que tras la crisis aún abierta dejó paso a USA. Le siguen Alemania, Inglaterra, Japón, Francia y España. Por áreas lingüísticas la mayor parte (1/4) le corresponde al inglés, seguido del ruso,alemán, japonés, francés y español: el 70% de la producción mundial se publica sólo en seis lenguas, y la oferta que recibe la mayoría de la población mundial -que no dominan ninguna de ellas- es relativamente escasa. Esta hegemonía está también presente en el número de traducciones.

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11. Desarrollo de las publicaciones periódicas.

El progreso en la impresión, no sólo tuvo inmediatas consecuencias en la edición de libros, sino también en las publicaciones periódicas, donde la imagen fue ganando terreno al texto casi hasta el punto de convertirse en el principal sustento de la información. Los periódicos siguieron aumentando sus tiradas para satisfacer la creciente demanda, pero el número de los mismos fue disminuyendo con el avance del siglo, debido a que los altos costes de producción -mano de obra, equipos, etc.- no permitieron la existencia de rotativos con pequeñas tiradas. Las dos fuentes principales de financiación -publicidad y venta de ejemplares- no fueron suficientes para cubrir los crecientes gastos, por lo que la mayoría de los periódicos comenzaron a recibir subvenciones de los Estados, preocupados por el hecho de que la concentración de los mismos en manos de unas pocas empresas diera lugar primero a oligopolios y más tarde a monopolios.

La lectura de prensa no ha llegado a alcanzar el mismo grado en todos los países, consecuencia tanto de los diferentes índices de alfabetización y de riqueza como de los distintos hábitos de lectura entre la población. Los países con más lectores de periódicos son Gran Bretaña y Suecia, donde se publica un ejemplar por cada dos habitantes. En U.K. hay además cinco periódicos con ejemplares superiores al millón de ejemplares; cinco había también en la URSS antes de la crisis, cuatro en Japón -cuyos periódicos alcanzan las mayores tiradas, alrededor de los diez millones-, dos en USA y uno en Alemania, Francia y China. La mayoría de los periódicos se publican en Europa y USA, mientras que Africa tiene el más corto número de títulos y con las tiradas más reducidas. Las revistas ilustradas (magazines) semanales o mensuales fueron ganando el favor del público por sus reportajes fotográficos y alcanzaron tiradas muy superiores a las de los diarios. También evolucionaron para adaptarse a los gustos cambiantes del público y así desaparecieron grandes revistas de información general como las americanas Life y Look y las españolas Triunfo y Blanco y Negro, que ahora aparece como suplemento dominical de ABC, mientras que otras bajaron enormemente sus tiradas, como Paris-Match. Por el contrario, las hay que gozan de buena salud, como son las llamadas newsmagazines: las americanas Time y Newsweek, la francesa L'Express, la alemana Der Spiegel o las españolas Interviú o Tiempo. Estas revistas no renuncian a la información gráfica, pero sus reportajes van acompañados de artículos generalmente bien documentados y de actualidad. Los profesionales de la prensa se han integrado en el mundo de las nuevas tecnologías ya desde la concepción misma de la información, lo cual ha proporcionado a periódicos y revistas una mayor perfección técnica y más rigor documental. Al ser la publicidad la principal fuente de recursos financieros de las publicaciones periódicas, fueron los anunciantes, apoyando un tipo de publicación y retirando su aportación a otras, los que al fin decidieron las orientaciones de las revistas, que han crecido considerablemente en el campo de las dedicadas a la mujer y las llamadas revistas del corazón, de gran éxito en España.

Frente al fenómeno de diarios y revistas de información general con tendencia a pocos títulos y grandes tiradas, están las revistas científicas, de orientación inversa. Son muy necesarias para profesionales e investigadores, quienes no dan abasto a llegar a todas ellas. Su selección, adquisición, almacenamiento, tratamiento y difusión se ha convertido en el principal problema de la documentación actual, que sólo encuentra solución en la ayuda de las nuevas tecnologías.

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12. Sistemas de comercialización.

El fenómeno más característico de la edición en el siglo XX fue la aparición y desarrollo del libro de bolsillo. El libro de bolsillo tiene sus más remotos precedentes en los códices pugilares que nos menciona Marcial y son herederos directos de los aldinos y elzeviros del siglo XVI. En España habían aparecido publicaciones de pequeño formato en el siglo XIX (Colección de novelas de Mariano Cabrerizo) y principios del XX (Colección Universal de Calpe, y su sucesora Austral). Pero este libro, tal y como lo conocemos hoy, tuvo su origen en la colección Penguin Books, lanzada por el inglés Allen Lane en 1935 para ofrecer libros baratos en ediciones correctas y en rústica (paper back): es considerado como el creador del libro de bolsillo (pocket book), nombre dado a estas publicaciones en USA donde tuvieron un rápido desarrollo debido a la guerra mundial, durante la cual se hicieron muchas ediciones destinadas a los soldados. Después de la guerra el éxito fue en aumento y aparecieron libros de bolsillo en todo el mundo. Las editoriales que se dedican a la producción de libros de bolsillo suelen seleccionar sus títulos entre los que ya han sido éxitos (best sellers), sean estos originales o traducciones; hay algunas editoriales dedicadas exclusivamente a este tipo de libros, pero las más de las veces tienen una producción más amplia y los libros de bolsillo forman parte de una colección dentro de la editorial. El libro de bolsillo ha tenido una gran incidencia en la biblioteca porque sus temas son coincidentes y porque el moderado precio ha permitido a muchos lectores hacerse de su propia colección, con las ventajas que ello supone. Los criterios para la selección son muy variados: pueden dedicarse a la literatura de carácter popular, temas científicos, arte, poesía, etc., siendo las más frecuentes las de carácter general, que suelen incluir tanto obras clásicas como las de más reciente actualidad en su propia lengua y traducciones. Los libros de bolsillo se consideran un producto típico destinado a las masas; sin embargo su público está muy definido y está formado principalmente por jóvenes, clase media, profesiones liberales y obreros cualificados. La posesión de libros de bolsillo se identifica más con una determinada forma de pensar que con un status social elevado, papel este que queda reservado a las ediciones de lujo.

Otra de las características más notables del libro del siglo XX es la variedad de sistemas de venta que se ofrecen al comprador. En general, estos sistemas han favorecido más la comercialización del libro que su lectura, aunque ésta también se haya beneficiado, y han tenido una incidencia negativa en la utilización de las bibliotecas. Los sistemas más conocidos son:

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13. El libro en España en el siglo XX.

A principios del siglo la producción editorial española era escasa (menos de 1.400 títulos), su contenido pobre, su presentación mediocre y su interés puramente local. El público español no era un buen consumidor debido tanto al analfabetismo (65%) como a su débil situación económica. Sin embargo a lo largo de la centuria, la situación cambió radicalmente, debido a la progresiva urbanización del país, al mayor poder adquisitivo de la población y a la alfabetización casi total de la misma. Estas circunstancias fueron aprovechadas por la empresa editorial española que, apoyada por el mercado hispanoamericano, se situó en uno de los primeros puestos de la producción mundial. Uno de los primeros editores fue Eduardo Zamacois, iniciado en estas actividades con Sopena, que creó una editorial, Cosmópolis, destinada a ofrecer traducciones en francés de autores españoles. Mayor éxito tuvo la publicación de El Cuento Semanal, pequeñas ediciones muy cuidadas que dieron a conocer a gran cantidad de escritores del momento, y Los Contemporáneos, de vida más larga.

La Biblioteca del Renacimiento, fundada por Victorino Prieto con la dirección comercial de José Ruiz Castillo y la literaria de Martínez Sierra, cuidó tanto a sus autores como la presentación de sus libros. Colaboraron en ella los dramaturgos más en boga, la generación del 98, escritores posteriores, representantes de la novela galante, autores de obras de pensamiento y viejas glorias. Más tarde, Ruiz Castillo creó la editorial Biblioteca Nueva, de larga vida, que cuenta en entre sus logros el haber dado a conocer en España la obra de Freud. En la segunda década apareció la editorial Calpe, pronto fundida con Espasa, que había comenzado en 1902 la publicación de su Enciclopedia. La nueva empresa adquirió la editorial La Lectura, que contaba con la conocida colección Clásicos Castellanos. Fue idea de Nicolás María Urgoiti, quien contó con el apoyo de Ortega y Gasset para ello y para la creación del diario El Sol. Calpe comenzó sus actividades con la Colección Universal, verdadera biblioteca de bolsillo por su módico precio y su carácter universal, aunque no incluía obras de literatura contemporánea. Durante la guerra civil, la sucursal argentina continuó la obra con la Colección Austral, que aún continúa viva.

Ortega y Gasset fundo una revista y una editorial del mismo nombre La Revista de Occidente, empresa de pequeño volumen, pero de gran peso cultural, por donde entraron en España las ideas de los pensadores del momento. Publicó colecciones de filosofía, historia y literatura, como Musas Lejanas, Nova Novorum y Los poetas, de corta producción pero muy importante por las novedades que ofreció. Pedro Sáinz Rodríguez estuvo al frente de CIAP, fundada por los hermanos Bauer, que aumentó rápidamente su catálogo por la absorción de otras editoriales como Renacimiento, Mundo Latino, Atlántida, etc. Sin embargo la empresa se truncó por la quiebra de los propietarios.

En 1923 inició sus actividades Manuel Aguilar, que había trabajado en América para editores franceses y en España para Hachette. Aguilar cultivó casi todos los campos del saber, pero es especialmente conocido por sus ediciones de obras completas en papel biblia y encuadernados en piel, que ofrecieron la posibilidad de adquirir libros como símbolo de bienestar social. Amplió el canal de ventas, tanto con la creación de librerías como a través de venta por correo y catálogo. Al final de la dictadura de Primo de Rivera iniciaron su andadura varias editoriales de orientación política, cuyas obras tuvieron una gran difusión debido a las inquietudes del momento. La mayoría de estas editoriales se disolvieron o tuvieron que exilarse al final de la guerra civil.

En Barcelona destacaba la editorial Sopena, especializada en Diccionarios y libros populares de ciencia y literatura. Creó la Colección Grandes Novelas, la mayoría traducción de autores franceses. También en Barcelona se encontraban Maucci, Araluce, Gallach y Gustavo Gili, productor sobre todo de libros científicos y religiosos. En la década de los veinte se les unió Labor, cuya fuerza arranca del éxito de su primera colección, la Colección Labor o Biblioteca de Iniciación Cultural, obra de gran interés para la divulgación científica.

A principios del siglo, el mercado americano estaba prácticamente copado por editores franceses, que publicaban primero en su lengua y más tarde en español, aunque sus libros estaban generalmente plagados de erratas; también habían acudido algunas empresas de otros países, como Herder (alemana), Appleton (norteamericana) y Nelson (inglesa). La caída de las editoriales europeas con motivo de la I Guerra Mundial fue aprovechada por los editores españoles, que más tarde confirmaron su hegemonía, especialmente tras la salida al mercado, en los años sesenta de las obras de novelistas hispanoamericanos -el boom de la narrativa hispanoamericana. Nuestra guerra civil empobreció a los editores, y la crisis producida por la II Guerra Mundial dificultó su restablecimiento, por la falta de materias primas adecuadas. La implantación de una rígida censura impedía la publicación en España de una serie de obras, por lo que algunas sucursales americanas editaron durante mucho tiempo más que la central, al tiempo que bastantes editores y libreros emigraron a América o abrieron sucursales allí. Todo ello originó el nacimiento de una industria poderosa, especialmente en Argentina y México, que pareció amenazar la supremacía del libro español. Entre estas editoriales hay que citar a Losada (Buenos Aires ) y el F.C.E. y Joaquín Mortiz en México.

La Guerra Civil hizo desaparecer un gran número de editoriales, pero los años cuarenta vieron el surgimiento de otras, como la BAC, dependiente de la jerarquía católica, cuyo órgano de expresión era El Debate antes de la guerra y después el Ya, surgido como vespertino en tiempos de la República. A ella le siguieron EPESA, con la colección de poesía Adonais, y una larga serie de editoriales dedicadas al libro religioso. En aquellos años inició su andadura la editorial Gredos, con ediciones muy cuidadas de clásicos griegos y latinos. En los años cincuenta comenzó a publicar su Biblioteca Románica Hispánica, dirigida por Dámaso Alonso y que tendría un peso decisivo en los estudios lingüísticos españoles, y en los años setenta la Biblioteca Clásica Gredos. En la misma línea parecieron Taurus, Guadarrama, y Castalia. En Barcelona aparecieron Destino, cuya colección Ancora y Delfín dio a conocer a la narrativa española del momento, apoyada por los prestigiosos premios Nadal y la editorial de José Janés, que publicó sobre todo traducciones del inglés. Adquirida tras la muerte del fundador por Plaza, dio origen a la editorial Plaza y Janés, que ocupó pronto un puesto destacado. Dentro de la misma línea se encontraban Caralt, Juventud, Noguer y, sobre todo, Planeta, dirigida por Manuel Lara, el cual supo encontrar enseguida las claves empresariales que harían de su editorial uno de los más saneados negocios. Planeta publicó sobre conocimiento del mercado, implantó nuevos sistemas de ventas a distribuidores y creó primero el premio Planeta, generosamente dotado y el Sant Jordi, de novela catalana. Después de la muerte de Franco inició la publicación de memorias políticas y creó el premio Espejo de España. También fue muy importante la aportación de la editorial Seix Barral a la narrativa y el ensayo contemporáneo.

Otros dos movimiento de distinta tendencia crecieron y se afianzaron en los años cuarenta. De un lado, hizo su aparición la literatura de kiosco o infraliteratura, que cultivó la novela fácil -rosa, del oeste, policíaca-, de bajo nivel literario y presentación pobre, pero muy difundida. Pronto el país se llenó de puestos que no sólo vendían, sino que alquilaban y cambiaban este tipo de obras. Así nacieron y se afianzaron editoriales como Bruguera, Molino y Cliper. Por otro lado hizo su aparición la edición oficial, especialmente destinada a la publicación de obras de propaganda del Régimen y de divulgación científica, actividad esta dirigida casi en su totalidad por el CSIC.

Las dos editoriales que ocupan hoy sin duda los puestos de mayor influencia en el mercado español nacieron con la venta de libros de texto: Anaya y Santillana. Anaya nació de la iniciativa de una familia relacionada con la librería Cervantes de Salamanca. Uno de sus miembros, Germán Sánchez Ruipérez fundó Anaya, dedicada a libros educativos y con el asesoramiento de Lázaro Carreter. Posteriormente fundó Cátedra y Pirámide y adquirió Tecnos, dedicada a obras de pensamiento. Santillana nació de la iniciativa de Jesús de Polanco y Francisco Pérez González, que crearon un gran imperio de libros de texto con filiales en los países americanos. Creó una editorial de libros infantiles, Altea e incorporó Aguilar, Taurus y Alfaguara. Tanto Santillana como Anaya han realizado con desigual resultado incursiones en el mundo de las publicaciones periódicas (El País y El Sol), e incluso de los medios de difusión, especialmente Santillana (Canal Plus, Cadena Ser). En Barcelona el Círculo de Lectores (Berstelman), primer club del libro español, se ha implantado fuertemente en el mercado español y terminó por crear un poderoso grupo editorial con Plaza y Janés.

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14. Las publicaciones periódicas.

El mundo de las publicaciones periódicas en España ha conocido una evolución sometida constantemente a los cambios políticos y económicos. A principio del siglo, el país conoció la difusión de prensa diaria y magazines, que tuvieron en ambos casos una considerable aceptación. A partir de la II República, la prensa diaria conoce una época de esplendor, favorecida por las inquietudes políticas, favorecidas a su vez por la aparición de diarios de toda índole. Esta época de esplendor termina con la guerra civil, tras la cual, el panorama español era desolador. La fuerte censura impuesta a la prensa la hace convertirse en portavoz del Régimen, mientras que los medios de difusión del Movimiento cuentan con su propia prensa, como Arriba. Florece sin embargo la prensa provincial y se mantienen rotativos de gran prestigio, como La Vanguardia o ABC. A finales de los sesenta, una serie de periódicos comienzan a manifestar un giro hacia aires más aperturistas y se acercan al tipo de prensa europea: Informaciones, Pueblo, Madrid. Todo ello se realiza en medio de grandes polémicas que terminan en algunos casos con la desaparición del periódico.

Las revistas se afianzan en campos determinados: de una parte, la revistas del corazón, o de información general van ganando mercado, mientras que una serie de publicaciones de clara orientación política comienzan a encontrar su público: Triunfo, Indice, etc. La muerte de Franco y la posterior transición política provocan un giro espectacular en el panorama de la prensa. Desaparecen la mayoría de las revistas políticas, dando paso a nuevas publicaciones que en poco tiempo se afianzan en el mercado -Cambio 16, Tiempo, Interviú, etc. Idéntico proceso siguen los diarios, hasta el punto que la mayoría de los grandes diarios nacionales son posteriores al 75: El País, El Mundo, El Sol... Sólo ABC y La Vanguardia mantienen sus posiciones.

Tanto en el mundo editorial como en el de la prensa -por otra parte muy relacionados entre sí- muestran una clara tendencia a la concentración, tanto en cuanto a zonas, como en cuanto a empresas. Unos y otros se han visto afectados por las nuevas medidas comunitarias y por el empuje del capital extranjero, aunque en los dos casos en menor mediada de lo que se pensaba en un primer momento. La industria editorial española ha sufrido serias vicisitudes por la caida del mercado hispanoamericano; sin embargo, se le abren nuevos horizontes en la edición en otras lenguas y en el mundo árabe, para quien editan libros de texto y obras enciclopédicas. Conviene mencionar la política oficial del libro que ha seguido el Estado español desde la República y que, a pesar de diferencias ideológicas, se ha centrado siempre en la promoción de la industria editorial española. Prueba de ello han sido las Ferias y Salones del Libro, el apoyo a la exportación y la creación primero del Instituto del Libro Español y más tarde del INLE, así como las medidas legislativas claramente proteccionistas.

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