¿Sabes, esos anuncios en la televisión en los cuales presentan imágenes de Escocia, Irlanda e Inglaterra? Esos países en donde la tierra es considerada tan sagrada e importante. Donde el terreno es tan plano y hermoso, la grama verde brillante y las olas tan furiosas que chocan agitadas contra las grandes piedras. Yo tengo una de esas tierras, he soñado con ella muchas veces y ya se como llegar a ella. No se porque sueño con ella, debe ser algo simbólico. Hace alrededor de un mes me acosté a la acostumbrada hora; dos horas antes de que acabara el día. Al dormirme, abrí mi par de ojos mágicos y nocturnos para ver el retrato de la playa cerca de mi casa. Al menos ya sé la ruta para llegar a mi lugar secreto. Viré hacia la derecha, pisé la arena y mis pies se enterraron en ella, seguí caminando hasta ver el callejón. Caminé por el angosto callejón rodeado de casas hechas de fango seco. Esas casas que sólo existían en las comunidades de las familias trabajadoras del Antiguo Egipto. Los habitantes de estas casas solo respiran el aire que entra por las pequeñas y altas ventanas. Por ellas ví otravez las manos de mujeres que tiendían ropa en los cordeles que conectan con las otras casas. Miré esas manos por unos segundos y seguí caminando, sabía que me quedaba mucho por caminar, no se porque el camino es tan largo, tan difícil. Empezé a subir unas escaleras interminables, con paredes a ambos lados, casi no cavía y el sentido de desesperación y cansancio me dió nauseas. Casi no podía más pero las terminé de subir, solo para encontrarme con las veredas. Cada vez que bajo estas malditas veredas me lastimo aguantándome de los ásperos troncos de las palmas tropicales. Bajando y bajando casi verticalmente por ese monte continué hasta llegar a una cuesta. Paré en una casa de madera y alguien ahí me dejó descansar, no me acuerdo de quién era pero siempre que sueño esto paro en la misma casa. Los dueños parecen haber viajado en el tiempo, no son personas modernas. Están atados a la costumbre callada, reservada y generosa vivida hace de par de cientos de años atrás. Después de dormir unas horas en la pequeña casita me levanté, agradecí a los dueños bondadosos y me fuí. Mi próximo obstáculo, aunque aparenta ser el más miedoso es el que único que me gusta. Es una carretera terriblemente larga. A ambos lados tiene árboles de esos que hay en los bosques americanos, la altura de sus ramas no me dejan ver el cielo y es lo más solitario que jamás verás. Aveces pasaban personas pero cualquiera diría que ni me veían; era invisible ante sus ojos. Cuando ya alcanzé a ver el final del camino unos hombres vinieron y nuevamente sintiéndome invisible, ví a uno de ellos golpeándo al otro hasta que lo mató, no hize nada, no me pareció importante en ese momento. El largo camino rodeado del tenebroso bosque aunque es aburrido, lo amo. Muchos lo considerarían feo y horrorizante pero lo miro de una forma distinta que me hace ver la belleza de su oscuridad. Su neblina y bellas ramas deshojadas, grises y secas nunca se borraran de mis recuerdos. Me dije a mí misma: "Lo que me falta es subir y bajar por allí y ya". Que alivio, estaba tan cerca. Al fin dejé de pisar la carretera y la reemplazé por tierra desnuda. Habían muchas plantas alfrente de mí, alzé mis manos y las separé y mirando para abajo ví a ese mundo perfecto. Miré el llano verde, interrumpido por las grandes piedras, siendo torturadas por las olas. Las olas que al chocar emitían tan calmante sonido causaron que cerrara los ojos y las sentiera. Bajé corriendo, al mismo tiempo una magia trabajaba en mí. Mi camisa y pantalón se convertían con el viento en un traje largo de tela suave y brilloza. Seguía bajando y se abrieron las largas mangas dejando mis brazos libres y la cola del traje fluía como agua de las cascádas. Era el mejor traje del mundo, dotado con la misma belleza del bosque invernal por el que atravesé. El traje perfecto para ese mundo perfecto. Llegué abajo y cerrando los ojos sentí el desconocido plácer de la felicidad total, complementado con el ambiente, me acosté en la fría grama. La grama me pareció que era cortada cada diez minutos. Miré al cielo un rato, como una loca mirando y mirando y se acabó mi sueño. Desperté en mi cama, pensando: "Maldita sea" y me levanté continuando el curso de mi normal vida. He soñado con ese mundo perfecto cuatro veces. El que acabo de contar fué la última vez, por ahora. La primera y segunda vez fuí sola por todo el camino pero la tercera vez intenté llevar a alguien conmigo, no me acuerdo bien pero pasaron mil cosas que impidieron que esa persona alcanzara la meseta escosesa conmigo,y tampoco ser porque pasó eso. Todavía trato de decifrar eso y el significado de estas visiones tan confortantes, simbólicas y lejos de la realidad que ojalá algún día puedan ser realmente posibles. |