Los iniciados en la augusta Orden
Francmasónica, tenemos el privilegio y el honor de
encontrar en sus templos, un sinnúmero de símbolos,
alegorías y ornamentos que son usados en los
ceremoniales con mucha solemnidad y gravedad. Las
profundas enseñanzas morales que representan, y que
están únicamente a disposición de las mentes ibres y
de los espíritus ajenos a la sumisión que los
prejuicios y las bajas pasiones suelen ejercer en los
débiles de carácter; exigen que dichos símbolos sean
tratados con el mayor respeto.
Algún profano podría pensar que nuestras
representaciones simbólicas constituyen para nosotros
objeto de adoración, o que son amuletos intermediarios
ante lo divino que nos permiten lograr nuestro bienestar
luego de insistentes súplicas. Este erróneo parecer se
debe a razones que no es del caso analizar en este
momento; pero vale la pena decir que el velo de la
ignorancia y el fanatismo suele obstaculizar como
herrumbre el libre funcionamiento de los engranajes del
raciocinio. Esto ha mantenido a gran parte del género
humano apegado a creencias y absurdas preocupaciones que
a través de los siglos sólo han generado miseria,
luchas fratricidas y el reinado de la tiranía; trayendo
consecuencialmente el freno histórico del imparable tren
de la evolución creadora del hombre. Algo se ha avanzado
en este aspecto, y la tarea es dura y difícil, pero es
nuestra labor como masones.
La Francmasonería nos enseña a ser prudentes y
discretos. Debemos procurar que el profano tenga
referencias de nuestra Orden por el fruto de nuestros
actos y en especial de lo que seamos capaces de hacer por
nuestros semejantes, ya que así se sentirá complacido
de ser nuestro amigo. Nosotros, por nuestra parte,
sentiremos internamente la gracia de llevar dignamente la
investidura de maestro masón.Es innecesario e
inconveniente hacer en público los pases y signos de
reconocimiento ante aquellos que ya sabemos que son
nuestros hermanos.
Un verdadero masón puede fácilmente apreciar si su
interlocutor también lo es, sin que éste se entere de
su propósito de saberlo.
Fácil es también descubrir a un impostor sin que para
ello lleguemos a utilizar elementos vedados y que
posiblemente el simulador quisiera confirmar como
ciertos. Un buen retejador sólo hace uso de la parte
secreta cuando por los documentos o indagaciones previas
durante una conversación, se haya formado una idea casi
completa sobre quién es su interlocutor.
Ser masón es una forma de vida. Es una conducta, un
comportamiento que pone en ejercicio todo cuanto hemos
podido derivar de las enseñanzas de nuestra Orden; y por
eso debe ser un vivo exponente de la rectitud, de la
honestidad, de la equidad, de la lealtad, de la
tolerancia y de todas las virtudes que enaltecen al
hombre.
El masón es tolerante, pero nunca permisivo o cómplice.
Cuando está en su poder hacerlo, combate la injusticia,
la ignorancia, la ambición desmedida, la traición, la
tiranía, la deshonestidad y todas aquellas bajas
pasiones que degradan o envilecen al género humano y
contribuyen en gran medida a su destrucción.
Todos nuestros actos deben estar consagrados siempre a la
Gloria del Gran Arquitecto del Universo, o lo que es lo
mismo, todo cuanto hacemos debe estar orientado a que
este mundo en el que hemos tenido la dicha de existir,
sea más agradable para nosotros y para los demás. Así
obtendremos la eterna felicidad.
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