EN LA HABITACIÓN

arecía que había pasado mucho tiempo allí. Tumbado en la oscuridad, absorto en los pensamientos que le rondaban por la cabeza. En todo lo que le había ocurrido en ese lluvioso día de primavera. Ojalá estuviese en cualquier otro lugar. Ojalá fuese cualquier otro día. Ojalá que la mujer que estaba tumbada a su lado fuese otra cualquiera. Ojalá no fuese la mujer que amaba. Ojalá nunca le hubiese gustado Tom Waits.

Debería llevar alrededor de tres horas con la mirada fija en el mismo punto, sin mover un solo músculo, respirando en silencio y de manera entrecortada. Como si el mismo no quisiera darse cuenta de que su cuerpo estaba en esa habitación.

La pequeña lampara de pantalla aflecada se encontraba sobre la mesilla de noche. Cuando estaba encendida radiaba una luz tenue que no llegaba a todos los rincones de la habitación. Algunas esquinas quedaban en la penumbra, donde se confundían, unas con otras, las siluetas de los muebles y objetos ¿Un perro al lado de la puerta? No, se trataba sólo de la maleta con el sombrero de ala descansando sobre ella. De repente, y anunciado sólo y casi imperceptiblemente por un rapidísimo parpadeo, se incorporó y tiró de la cadenita que colgaba de la pequeña lampara aflecada. La luz se encendió.

Lo recordaba todo más o menos con claridad. Habían conducido toda la noche bajo la lluvia. La única parada que habían hecho fue en una solitaria gasolinera para repostar y comprar algo de comer y de beber. Ella no había querido probar bocado. Ni de los sandwiches, ni de las patatas fritas de sobre, ni de las chocolatinas. Prefirió agarrarse a la botella de Tequila José Cuervo y no la soltó hasta que se le cayó de las manos medio vacía. Entre trago y trago iba fumando un pitillo detrás de otro. La única música que llevaban en el coche era un antiguo disco de Tom Waits: The piano has been drinking. Un disco supremo, una obra maestra de su tiempo, pero que lo estaba dejando frito por momentos sentado frente al volante. Las sollozantes notas del piano de Tom se mezclaban en el ambiente con el humo de los Chesters y el aroma a José Cuervo. El resultado era una combinación del todo soporífera.

No sabía en que momento concreto había sucedido. Notó una sacudida, se despertó y ya estaban fuera de la carretera. Ella gritaba a su lado. Las luces del coche iluminaban ramas de arbustos y árboles que pasaban a toda velocidad mientras bajaban sin control una empinada colina.

Una roca les había frenado de súbito con un fuerte porrazo. Curiosamente, el piano de Tom Waits todavía sonaba. Apagó la radio. El coche estaba destrozado, salía un humo blanco por las rendijas que se habían abierto en el capó. Un hilillo de sangre le caía desde frente y le empañaba los ojos.

- "¿Estás bien? Lucía ¿te encuentras bien?"

Pero por respuesta sólo pudo oir un débil y quejumbroso gemido.

Notó el fuerte olor a alcohol y gasolina derramada que impregnaba el aire. Tenía la ropa empapada de José Cuervo. Con la manga de la camisa se limpió los ojos hasta que pudo distinguir con claridad. Ella había roto la luna delantera con su cara.

- "Dios Lucía, me cago en la puta ¿Qué es lo que he hecho?"

Lucía tenía el lado derecho del rostro lleno de cristales y parecía que se había roto el brazo de ese mismo lado. Uno de los cristales de la luna le había atravesado el carrillo y se le había incrustado en las encías. Estaba sin sentido.

Intentó abrir la puerta, pero no cedió. Bajó el cristal de la ventana y salió por ésta. Hacía mucho frío. Empezaba a amanecer y una ligera bruma se extendía por el lugar del accidente. Se dirigió a la parte trasera del coche y abrió el maletero. Dentro había una maleta rígida, una pequeña bolsa de viaje marrón y su sombrero de ala. Se puso el sombrero y sacó la bolsa marrón.

Le pasó un brazo por la espalda, el otro por debajo de los muslos y la levantó . A penas debía llegar a los 55 kilos.

- "¿Qué ha pasado? No siento el brazo". Medio pudo entenderle entre sin sentidos y débiles balbuceos.

- "Lu, hemos tenido un accidente. No te preocupes niña, yo me encargo de todo. Lo siento, Lu. Lo siento Lucía".

Le dijo mientras la tumbaba en la hierba.

Se colgó la bolsa marrón en la espalda y la cogió de nuevo en brazos. La miraba a la cara y era como si alguien le agarrará desde lo más profundo del estómago y tirase de él hacia dentro. Tenía el lado derecho completamente desfigurado. Joder, y pensar que había sido todo por culpa de él.

Una sensación de angustia le invadía desde lo más recóndito de sus entrañas. Jamás podría perdonárselo. No ella a él, sino él así mismo.

Llegó a la carretera y empezó a seguirla oculto entre los arbustos que la lindaban. Durante cuatro horas estuvo caminando con ella en brazos, sin descansar ni un solo momento. De vez en cuando pasaba un coche o un camión a toda velocidad. Cuando los oía acercarse se escondía tras la maleza. No quería correr ningún riesgo.

Hotel El Motor. Por lo menos era un lugar tranquilo al lado de nada. Sólo dos coches se encontraban ante las puertas de los pequeños bungalows. No le parecía ni la mejor idea, ni el mejor sitio y mucho menos era lo que tenía pensado horas antes. Pero no podía más, debía descansar y debía curarle a ella las heridas. Había perdido mucha sangre. Seguía inconsciente.

La ocultó entre los árboles, cerca del Hotel. Estaba tiritando. Sacó una manta de la bolsa marrón y la tumbó sobre ella. Luego la cubrió con su chaqueta y la beso en la frente, como el padre que besa a su hijo para desearle una buena noche. Seguía inconsciente. Volvió al coche a por la maleta que se había quedado allí. Era ya mediodía, pero el Sol hoy había decidido quedarse hoy tras las nubes grises y la luz resultante le daba al lugar del accidente un aspecto de muerte y desamparo. Abrió la maleta y saco una toalla con la que se limpió toda la sangre del cuerpo. La mayoría no le pertenecía. Se lavó en un arroyo cercano y se puso ropa limpia que sacó de la misma maleta. Comprobó el doble fondo.

Todo seguía en su sitio. Cogió una pistola.

De nuevo en la carretera, con la maleta en la mano y el sombrero de ala sobre la cabeza. Hacía rato que había dejado de llover pero, de repente, empezaba a caer una lloviznilla desde el cielo que volvió a calar lo poco de campo que había conseguido secarse en el breve intervalo. Se giró. Un Opel color verde venía hacia él. Sacó el brazo y el coche aminoró la velocidad.

Cuando llegó a su lado el conductor bajó la ventanilla del copiloto.

- "Suba. Hace un tiempo horroroso. ¿Qué le ha pasado?" Le dijo mientras con la mano le hacía señales de que se acercase.

Arrastró el cuerpo del hombre fuera del coche. Lo llevó hacia la cuneta. Lo ocultó entre la maleza y volvió al coche. Sacó las llaves del contacto. Abrió el maletero. Abrió la maleta. Colocó la pistola dentro de la maleta, en el doble fondo. Cerró la maleta. Metió la maleta dentro del maletero. Cerró con un portazo. Entró en el coche y puso de nuevo la llave en el contacto. El coche arrancó.

- "¿Cuánto tiempo va a quedarse?" Preguntó el muchaho de recepción llevado por una inercia adquirida forzosamente. Después de llevar más de tres años trabajando en un hotel donde a penas para nadie, donde todos los días son una calcamonía del anterior y donde lo único novedoso es la programación de la televisión, ya se había convertido en parte integrante de ese ambiente.

- "El tiempo suficiente como para descansar y seguir mi camino. Supongo que mañana por la mañana me marcharé". Contestó mientras salia por la puerta camino de uno de los bungalows.

Sólo quedaba uno de los dos coches anteriores. Debía ser el del muchaho.

Entró en la habitación. Un sillón mugriento. Una mesa de madera con silla a juego. Una cama y una mesilla de noche sobre la que se encontraba una pequeña lámpara de pantalla aflecada. Dejó la maleta sobre el sillón. Cogió la colcha de la cama. La dobló, se la puso bajo el brazo y salió a por ella.

Cuando la vió sobre la manta se temió lo peor. Parecía que estaba muerta. No se movía y tenía la piel blanquecina debido a la gran cantidad de sangre que había perdido. Las gotas de lluvía le corrían por las mejillas, limpiandolas de sangre y dejando a la vista todos los cristales que tenía incrustados en la piel. Se arrodilló. Respiraba. Extendió la colcha y la envolvió con ella. La rodeó con sus brazos y se levantó. Su cabeza estaba junto a la de ella. Su oreja cerca de la boca de ella.

- "¿La maleta? ¿Tienes la maleta?"

- "Calla. La tengo. No te preocupes. He cogido un bungalow aquí cerca. Podremos descansar". Le tranquilizó él.

- "Tengo mucho frío".

- "Lo sé".

Entrarón en el bungalow. La tumbó en la cama. Ella gimió. Otra vez estaba inconsciente.

El muchacho estaba viendo la tele. Le pidió unas pinzas, aguja , hilo y alcohol para poder curarse la herida que tenía en la cabeza. Buscó en el botiquín de primeros auxilios y se lo dió todo sin preguntar nada, pero molesto por haber sido interrumpido en mitad de una serie en la que los actores aparecían embadurnados en una capa de maquillaje típica de los años ochenta.

Entró de nuevo en la habitación. Arrancó dos de las patas de la silla y con ellas le entablilló el brazo. Ni siquiera había gritado cuando se lo colocó en su sitio. Luego cogió las pinzas y empezó a quitarle los cristales. Tardó más de tres horas en finalizar la delicada tarea. Estaba muy cansado. Ella despertó.

- "¿Está todo en la maleta?" Preguntó.

- "Sí, no falta ninguno".

Ella sonrió. Aún con la cara así seguía siendo muy guapa.

- "Te quiero".

Uno al lado del otro se quedaron dormidos... en la habitación.

 

Lui Barber <lucke1975@yahoo.es>

 

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