SIN TÍTULO

a mañana era de un gris profundo, ese tipo de mañanas en las que poco importa cómo está el cielo, el barómetro interior indica mal tiempo y será necesario algo mas que una suave brisa para que se dispersen los negros nubarrones que cubren mi talante.

El repicar de unos pasos me sacaron del estado casi letárgico en el que me encontraba, son los míos -me dije sorprendido- ellos me conducían hacia un destino incierto.

La gente a mi alrededor caminaba con prisa, yo no tenia ninguna, dejaba que fueran mis pies los que decidieran el camino. Me detuve ante una semáforo que prohibía el paso de los peatones, los coches volaban a escasos centímetros de mí, dejando sólo una violenta sacudida producida por el viento como recuerdo de su paso. Un ciclón de coches a toda velocidad se interponía entre mi aburrido espíritu y la acera de enfrente, cuando una figura poderosamente atractiva se paró a mi lado, la chica tenia los ojos del color de la miel y su expresión era igual de dulce que esta.

Quise decir algo importante, algo que la impresionara, lo que fuese con tal de mantenerla un instante más junto a mí, sin embargo podía darme por satisfecho si conseguía balbucear una sola palabra que fuese comprensible, debido al temblor que agitaba todo mi cuerpo.

La señal cambió de color traicioneramente, ella reanudó su camino con paso elegante haciendo que la media melena rubia saltase sobre sus delicados hombros al mismo tiempo que sus pies rozaban el asfalto acompasadamente como si de una danza se tratara. Yo seguía sin saber que decir o hacer y la esbelta figura se desvanecía con la distancia.

"La perderé si no pienso algo rápido" – me dije- "¿pero que?".

Ella seguía alejándose más y más hasta que desapareció entre la muchedumbre presurosa. Nada podía hacer ya, la había perdido por falta de coraje. Mi corazón había sufrido tantos desengaños que uno mas ya no haría la lista más larga, pero sí más pesada. Triste por mi reacción, o mejor dicho por la falta de esta, decidí caminar hacia el puerto, a esta hora de la mañana era un lugar tranquilo en el que podía pasar desapercibido del resto del mundo y simplemente estar allí sin mas.

Aún faltaban tres horas para la cita que tenia en aquel gran hospital donde debían hacerme no sé que prueba, así que dediqué el resto de la mañana a observar el acompasado ir y venir de las suaves ondulaciones que hacía el agua. Agua que por cierto apestaba a petróleo, calentada por un sol que ya era fuerte a esta hora y la mantenía como un aromático caldo. Perdido en la contemplación de ese curioso espectáculo que ofrecen las manchas de aceite flotantes cuando intentas adivinar si la dirección que llevan las unirá o no, algo reclamó mi atención.

Desperté repentinamente, ¡era ella! Venia lentamente en mi dirección y se detuvo dos bancos mas allá, junto al amarre de un pequeño barco de carga ¿seria el destino el que me ofrecía otra oportunidad?

La contemple admirado. Tomó asiento despacio – sublime delicadeza - las piernas muy juntas, cruzando los brazos a la altura de un generoso busto, como si quisiera meterse dentro de ella misma, hecho que provocó en mi una pasión enfermiza. Alzó la mirada y supe que aprendía del horizonte, en sus ojos se podía leer lo que el mar le escribía; harmonía, todo en ella era eso, harmonía. Los temblores agitaban todo mi cuerpo, sabia que esta iba a ser la ocasión, la mejor, la ultima. Sus ojos accidentalmente se posaron en mi, fue solo un instante, un destello de su mirada pero suficiente para disfrutar de la visión mas dulce que había visto nunca. Y supe que era ella, y que por ella el mundo es mundo, y que dentro y fuera de él la había buscado sin saber hasta hoy cual era su cara.

Me acerqué lentamente, deleitándome con la visión de su pelo recogido en la nuca, haciendo perfecta la unión de la cabeza con su hermosa figura. Apenas un paso me separaba de ella, un paso también había hasta el borde del espigón, le dije hola con voz tímida esperando no asustarla pero ella se levantó con gesto rápido, tanto que el sobresalto me hizo perder el equilibrio y caí al agua. La escena era de lo mas ridícula; flotando en el repugnante petróleo que cubría el agua con toda la ropa puesta y ella, en el mismo filo del muelle, riendo con ganas de mi resbaladiza pirueta.

- "Perdona que no te ayude a salir, jajaja tengo algo de prisa, el trabajo ya sabes jajaja".

-"Claro, trabajo, pense yo".

–"Si veo a algún guardia le diré que estas con el agua al cuello jajaja".

Y de tan piadosa forma desapareció de mi vista, dejando que fueran mis habilidades como ¡nadador de mierda! las que me sacaran de aquella apestosa situación. ¿Qué hacer ahora? Los zapatos de ante estaban hechos un asco, toda mi ropa empapada de alquitrán desprendía un fuerte hedor a brea. De esta forma indudablemente no podía ir a ningún sitio así que entré en una de esas tiendas aptas solo para turistas. El muestrario era breve, camisetas, bermudas, y sandalias. El estampado tampoco daba para muchas dudas, «Amo Lloret de mar» o «Amo la paella». Elegí esta ultima, un pantalón indeterminadamente largo color verde botella y unas sandalias de goma de esas de suela blanca y dos tiras azules que salen de los dedos.

Con ese elegante atuendo puesto me dirigí hacia la caja registradora y allí una vez mas hube de soportar las burlas; esta vez era la cajera que olisqueaba el aire, graciosa ella, a mi alrededor como si no supiera la procedencia aquel asqueroso aroma de petróleo. De un portazo corte las risitas de aquel elegante comercio y ya con cierta prisa me dispuse a cumplir con la cita prevista en el hospital.

Días atrás había sentido ciertos dolores en las tripas así que el medico recomendó realizar ciertas pruebas, mas que nada para tranquilizarnos, dijo paternalmente, son algo molestas pero necesarias. Esas molestias comenzaron la noche anterior en la que hube que tomar cada 15 minutos un sobre de polvos diluido en agua, que formaba un brebaje muy parecido a la cola de empapelar y seguro que con peor sabor que esta, hasta acabar la muy respetable cantidad de 16 malditos sobres en cuatro litros de agua. La mezcla fue explosiva, media hora después de empezar la degustación sonó un tremendo crujido, en la calle no llovía pero en mi interior se desato una terrible tempestad.

Aunque fue indulgente, me permitió llegar al baño antes de que cayeran las primeras gotas de la que fue «la tormenta del siglo» que duro prácticamente toda la noche. Arrastrando una gran bolsa de plástico con el letrero «Souvenir Español» bien grande y luciendo esa soberbia estampa que proporciona el saber vestir acompañado del buen olor, llegue al mostrador de recepción. Tras él, dos señoras de lujosa edad sumidas en un profundo trance frente a sus pantallas de ordenador, para ellas, viajeras astrales en plena actividad, era muy desagradable la llegada de otro extraño dispuesto a molestar su sagrada concentración espiritual pero el perfume que me engalanaba ataco sus pituitarias.

Alzaron al unísono las narices cruzando entre ellas una rápida mirada inquisitoria para clavar a continuación sus rabiosos ojos en mi.

- "¿Qué desea?" - Ladró la mas lujosa de las dos.

- "Tengo cita para las doce con la doctora Quijano" – le dije acercándole el impreso que traía.

– "Siéntese al final de aquel pasillo, enseguida le llamaran".

Hay sala de espera pero no me invita la amable dama a esperar en ella, sin duda entre nosotros dos hay amor pensé emocionado. Cinco minutos más tarde se abrió la puerta que tenia frente a mí apareciendo tras ella una figura de mujer, atractiva a pesar de la mascarilla verde que cubría casi toda su cara pero aún quedaban al descubierto unos ojos, maravillosos ojos color miel y una magnifica media melena rubia cayendo sobre sus delicados hombros.

- "El señor Morrison supongo" –Dijo con una voz entrecortada y risueña- "pase usted quítese toda la ropa de cintura para abajo y túmbese en esa camilla".

Yo horrorizado con la visión de un grotesco ordenador del que salía una manguera negra, de unos dos metros de longitud, con luz en la punta y un volante para dirigir su trayectoria en la base le pregunté.

- "¿No estarás pensando en meterme eso por ningún sitio verdad?"

Dije al tiempo que ella vertía gran cantidad de una crema muy resbaladiza sobre su dedo anular. Ella quitándose la mascarilla y mostrándome una bonita sonrisa me dijo:

– "Tranquilo solo molesta un poco. Veo que has conseguido salir del agua ¿eh? Jajaja".

Era ella, la chica mas guapa que había visto en mi vida de nuevo frente a mí. Ahora estaba seguro, esta seria la definitiva, es cierto aquello de «no hay dos sin tres» – le dije a modo de despedida y cerrando la puerta de su consulta tras de mí supe que nunca más volvería a verla. Así fue la que quizá en otro tiempo y en otro lugar, pudo haber sido la mas bonita historia de amor.

La revisión por Javier Gatoó.

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