Breve historia de la lingüística: El siglo XIX

Por Mario Pei


Extraído de: Invitación a la lingüística (2ª impresión, 1977), Octava parte: "Breve Historia de la lingüística", § 48: "El siglo XIX". Traducción de Invititation to Linguistics (1970), por Félix Bianco. Editorial Diana, México


Aun antes de que terminara el siglo XVIII, Sir William Jones había presentado a al mundo del saber sus ideas acerca de la íntima relación existente entre el sánscrito y el persa antiguo por un lado y el latín, griego, celta y germánico por otro. Este estudio era el nuncio del método comparativo que iba a dominar el mundo lingüístico lo menos durante un centenar de años.

No fue el mismo Jones quien estableció el método, pero lo sugirió y rápidamente se dedujo de las obras de Schlegel, Rask, Bopp, Grimm y Verner. Era un método de base sencilla: teniendo las formas probadas más antiguas y palabras de cada rama indoeuropea y poniéndolas unas junto a otras, se describían sus semejanzas y diferencias y mediante una especie de voto por mayoría se determinaba cuál era la forma probable de la lengua que les había dado origen a todas. Naturalmente, no podía seguirse este método mientras no se hubiera determinado y aceptado que el latín, el griego, el sánscrito, el eslavo antiguo y el celta antiguo, etcétera, pertenecieron a la misma familia lingüística, y tuvieron un antepasado común. El meollo de este enunciado en forma precisa y definitiva se lo debemos a Jones, pero el grueso de la parte demostrativa lo hicieron los que vinieron después. Posteriormente se amplió la metodología comparativa a ramas aisladas del tronco indoeuropeo (por ejemplo, las lenguas románicas, salidas de su lengua madre, el latín; así como grupos de lenguas que no parecían relacionadas con las indoeuropeas pero sí tenían relación entre ellas, como el acadio, el fenicio, el hebreo, el arameo y el árabe, todos de estirpe semítica). Lo que resultó fue una ciencia de lingüística comparada o, como entonces solía decirse, filología comparada (y el hecho de que las muestras probadas más antiguas de palabras, formas y construcciones procedieran todas de documentos del lenguaje escrito, se prestaba a esa denominación).

De lo que después iba a llamarse lingüística descriptiva, muy poco apareció en el siglo XIX. Se suponía tácitamente que el interés histórico era superior a los demás. Si acaso, los estudios comparados conducían a renunciar a la antigua idea de que todas las lenguas habían tenido un antepasado común. Por eso a nadie se le ocurría sentar principios aplicables a todas las lenguas. Y, naturalmente, nadie pensaba en geolingüística. A finales del siglo, y posteriormente, se daba como un hecho que las únicas lenguas merecedoras de estudio serio con fines prácticos eran las de la civilización occidental, que después habían sido también las grandes lenguas de colonización. No fue por casualidad que las artificiales construidas durante aquel periodo, entre ellas el esperanto, descuidaran tanto la representación proporcional de los grandes grupos lingüísticos del mundo y limitaran su atención internacionalizadora a las esferas germánica, latina, románica y griega con alguna que otra mínima intervención eslava.(*)

Rompió bruscamente la armoniosa unidad del pensamiento lingüístico del siglo decimonono la enconada controversia que surgió entre los ponentes de la regularidad absoluta en los cambios fonéticos (neogramáticos o junggrammatiker) y los que sostenían que la modificación del lenguaje se debe en gran parte al capricho individual (neolingüistas). Compuso al fin la querella un compromiso en virtud del cual se reconoce la regularidad de los cambios fonéticos con tal que no se interpongan otros factores, como la analogía y los préstamos aprendidos o dialectales, en el funcionamiento de las llamadas "leyes fonéticas". A pesar de sus aspectos desagradables, la controversia fue valedera, porque concentró la atención en las formas dialectales y el habla de grupos hasa entonces tenidos por inferiores e indignos de la atención de los hombres de estudio. Como en parte los dialectos no están documentados en su evolución histórica, se produjo un interés por las lenguas vivas y sus ramificaciones en dialectos. Esto condujo a su vez a interesarse en el funcionamiento de esas formas del lenguaje vivo en condiciones de observación directa y desbrozó el camino a un nuevo modo de lingüística, la descriptiva, en que por encima de todo estaba el lenguaje hablado; la prueba documental perdía buena parte de su importancia y empezaron a desarrollarse los principios aplicables a todos los procesos lingüísticos.

Mas a pesar de la aparición del primer atlas lingüístico en la primera década del siglo xx hubo que esperar a la publicación póstuma (en 1916) de la obra de De Saussure, Curso de lingüística general, en que se trazaban con precisión y sin equívoco posible los límites que separaban las dos ramas de la ciencia lingüística, para poder contar con una formulación precisa de la lingüística descriptiva.


* Nótese, sin embargo, la preocupación de monseñor Schleyer, creador del volapük, por los hablanes del chino, a tal punto que eliminó la r de su fonética porque los chinos no pueden pronunciarla. (Volver)


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