Últimas Noticias, 27 de marzo de 1973, pág. 79
A propósito de los idiomas oficiales que se emplean en las Naciones Unidas se han escrito recientemente, desde la sede misma de ellas y desde Europa, nuevos comentarios sobre cuál podría ser la lengua universal que evitase las controversias sobre preferencias, orgullos nacionales y comunicaciones diplomáticas. Para éstas, por largo tiempo se ha empleado preferentemente el francés. Pero con la llegada reciente de la representación de ochocientos millones de ciudadanos chinos a las asambleas internacionales, puede preguntarse cuál será el idioma predominante dentro de un cuarto de siglo, si es que el número de pobladores de una región del mundo tiene el significado que imparten a los sucesos sociales las grandes cantidadades. Naturalmente, sin olvidar que la pregunta puede hacerse de otro modo, recordando que alrededor de mil quinientos millones de seres pertenecen en la humanidad actual a regímenes socialistas cuyo peso internacional es cada vez mayor.
Setenta, de los 132 países que componen las Naciones Unidas, hablan inglés, pero son cinco los idiomas oficiales del organismo ecuménico: inglés, francés, español, ruso y chino. Desde luego, como en el mundo entero, el inglés, extendido en la época de expansión del imperio británico a quinientos millones de seres, mantenido por los Estados Unidos en todas sus zonas de expansión y de presiones, no exclusivamente diplomáticas, tiende a predominar. Es la lengua que se habla por mayor número de individuos de otras nacionalidades. El Francés y el español concurren a la competencia con él, especialmente en África, después de la libertad de tantas antiguas colonias. En ese continente tropiezan corrientes anglófonas, francófonas e hispanófonas. En menor grado ya hay interés por el ruso y por el chino. Los soñadores lingüísticos continúan pensando en un idioma artificial único, cuya muestra actual más extendida es el Esperanto, que pudiese en cierto momento convertirse en lengua universal, por sobre las realidades económicas, políticas y sociales. El porvenir de tales sueños de unidad expresiva no resulta totalmente impredictible si preguntamos a la historia qué ha ocurrido en el pasado y en el presente.
¿Qué idiomas han predominado en la historia y por qué? Recordamos al Griego que va con los guerreros hasta lejanas regiones: al latín que se esparce con Césares y legiones por un inmenso territorio, tan extenso que deja hijos ilustres, como el español, el francés, las llamadas lenguas romances. Y cuando llega su hora de obscuridad, el latín ya tiene herederos salidos de sus entrañas y pasa a una honorable situación de idioma de religión y de ciencia, que le dan permanencia y prolongan su antigua influencia; corre después por tan extensas regiones que de él se decía quera el de las comarcas donde no se ponía el sol, el castellano. Y cuando le llega el ocaso, es seguido por otro hijo del latín que anda con Napoleón hasta las Pirámides y viene a Sudamérica para instalarse como una segunda lengua de sectores acomodados y viajeros. Pasan los tiempos de glorias guerreras y culturales y se extiende, sobre quinientos millones de seres, la presencia o la influencia decisiva del Imperio británico; cuando llegan los años seniles al león que se creyó eterno, un hijo recoge las banderas del idioma y las modifica a su modo agresivo y las extiende y aun trata de mantenerlas en todos los continentes. Cuando a pesar de este gigante cuyo idioma es mantenido en tantas extensiones por la voz de los cañones, llega China a las Naciones Unidas y la presencia de ochocientos millones de seres implica que esa lengua se convierte inmediatamente en uno de los idiomas oficiales de las tareas internacionales. Es decir, la historia nos enseña que diversos idiomas, no al compás de los intelectuales, ni en obediencia a los sueños platónicos o fourieristas, han predominado en distintas épocas. Cuando los imperios, poderosos, han expandido sus límites, el idioma que los acompaña ha predominado en las zonas sometidas y en las de influencia. Cuando en decadencia histórica, los grandes dominos vienen a menos, la lengua expandida recoge sus límites, es reemplazada por otra que, a su vez, acompaña el crecimiento histórico de otro imperio o de otra nacionalidad en expansión. Es decir, el predominio de los idiomas y su extensión ecuménica, no depende de la voluntad idealista, de los impulsos de fraternidad humana, sino de hechos concretos, de las luchas de los pueblos, de la expansión de las sociedades dominantes en una época histórica. ¿Qué ha de pasar con el futuro?
Si se consiguiese, en días previsibles, una paz universal, ¿cuál de los idiomas vivientes predominará? Cuando se extiendan por todo el mundo los regímenes socialistas, ¿cuál de las lenguas del mundo resultará "lingua franca"? Se puede prever que no será el inglés. Las colectividades de nacionalidades totalmente independientes, o confederadas en grandes alianzas pacíficas y emprendedoras, seguramente no desearán perpetuar como idioma universal a ninguno que recuerde las conquistas cruentas, las guerras, los genocidios, los tiempos del gemir colonial. El mundo deseará otra lengua limpia de pasados cruentos y opresivos. Entonces, se impondrá, no un idioma creado para la gran ocasión de un mundo diferente, sino la lengua que sea portadora de mayores adelantos y esperanzas culturales, de más eficaces y avanzadas técnicas, de mayores valores humanistas, de mejores ímpetus de convivencia, de más numerosas muestras de solidaridad universal.
No es posible aún prever cuál será ese idioma privilegiado para las relaciones pacíficas del ecumene. Podría ocurrir que las naciones se volviesen políglotas, que desapareciese el predominio de una sola lengua, eliminada la marcha bélica, de todas las conquistas; pudiera ser que cada ser humano fuese enseñado desde temprana edad a conocer tres, cuatro, cinco idiomas, lo cual nada tiene de difícil. O en grandes asambleas mundiales tal vez algún día se proponga la alternabilidad temporal de las lenguas generales, de los modos francos de comunicación, sobre la base de las lenguas nacionales, de respeto a todos los idiomas, considerados iguales en jerarquía y en significación, dentro de las creaciones lingüísticas de la humanidad.