De cuando la culebra quería matar a toda la gente
Hace mucho tiempo. mucho antes de que la corrupción y la maldad llegaran del mar, habitaba en este mundo, Isi, la culebra --dijo el Jaibaná a los niños que lo miraron con asombro y respeto.
Ella habitaba junto con la gente que Chubé había puesto aquí a vivir. La culebra no tocaba a los humanos, andaba entre la hierba y los troncos; entre los animales de la casa; entre los días sin nombre y entre las nostalgias y los amaneceres de la indiferencia. Isi, era una presencia inesperada, con un amor perdido, pero de tando rodar, a Isi se le perdió el alma y quiso desde entonces, matar a toda la gente para quedarse viviendo sola en el mundo.
Su deseo era tan grande que se estaba volviendo piedra. Su deseo era tan grande que volvía monótonos sus días; tan grande que ocultaba el tiempo. Su deseo era tan grande que él barrió sus cielos nocturnos y le secó el abrevadero de los sueños. Por eso fue donde Chubé y le dijo: --¿ Por qué usted no me da un veneno para que con él yo pueda matar a todos los humanos? --Así dijo la culebra a Chubé, que miró silencioso debajo de sus ojos, buscando la oscura lid donde canturrea el viento resentido.
--Si yo le doy ese veneno, usted terminará viviendo sola en el mundo. Creo que eso sería muy malo, pero de todas maneras se lo daré.
El deseo de Isi que se hacía piedra, se regó como una mata de agua y tras decir esto, Chubé le dio un jugo inofensivo.
Entonces, Isi, la culebra regresó y se puso a la orilla del camino a esperar que pasara la gente para morderla. Y así lo hizo repetidas veces, muchas veces repetidad. Hasta que se le gastó la mordida. Pero aún así, la culebra seguía mordiendo a la gente que pasaba a la orilla del camino. Pero la gente se limitaba a mirar su pierna donde ella había mordido, con felicidad. La saludaban porque pensaban que ésta era una forma de saludo y seguían su camino, recordando a Isi, la culebra, que saludaba mordiendo.
Cuando el tiempo fue pasando junto al agua de los ríos y junto al vuelo de las aves que iban al norte y junto a la oscuridad del sol, Isi, la culebra, que se le perdión el amor, se internó en el monte y fue otra vez donde Chubé, a quien le dijo con su deseo apasionado en un murmullo:
-- Yo mordí mucha gente pero nadie murió. Dame algo bueno para matar gente. --Así le dijo la culebra a Chubé que miró silencioso debajo de sus ojos buscando la dura piedra donde canturrea el viento resentido de sus deseos.
Y Chubé dijo: --Si yo le doy ese veneno usted terminará viviendo sola en el mundo. Creo que sería muy malo. De todas maneras se lo daré.
Así ocurrió una, dos, tres, cuatro: siete y otras veces, más que muerciélagos en la noche. Al final cuando la culebra llegó a decirle a Chubé que lo que le daba seguía sin matar gente. Chubé ya enojado le dijo, mirando debajo de los ojos el canto resentido de sus deseos:
--Esta bien, le daré algo efectivo para matar a la gente. Se lo voy a dar, pero sepa usted que de la gente que ustede muerda, la mitad va morir y la otra mitad seguirá viviendo. Pero en cambio, la gente va a matar a las culebras en mucha mayor cantidad.
La culebra sintió miedo y su deseo se fue haciendo chiquito como un colbrí. Entonces le dijo a Chubé:
--Pero yo sólo a usted le pedí el veneno.
Chubé le respondió: --Y en eso yo le voy a cumplir, pero recuerde que si usted me pidió veneno, yo soy Chubé y he mirado debajo de sus ojos el canto resentido del viento de sus sueños.
La culebra sintió miedo, un miedo tan grande como el volcán dormido del Valle de la Luna.
Y agregó Chubé, el que mira debajo de los sueños: --Si yo no le doy a usted ese veneno, podría usted pensar que prefiero a los humanos, a la gene que cree que está fuera de mi reino porque no son como el gavilán, no como la danta. Pero los ruidos de sus sueños son como tú, como el perro, como el caballo y como la danta. Yo soy Chubé y estoy más allá de los sueños de la gente.
Isi, la culebra, sintió miedo y su deseo se fue haciendo chiquito como fruta de guayaba sabanera.
--Y como yo soy Chubé y no soy rama para mover el lodo, ni piedra para tirar al agua, ni pluma para adornar la cabeza, ni adorno para ponerse en el cuello, ni fuego para calentarse, no soy juego de nadie. Menos de animales, sean gente o tengan forma de tigre, de gavilán, de culebra o de sapo.
Isi sintió miedo y Chubé le miró el miedo debajo de sus ojos.
--Cuando yo digo algo, eso tiene que ser respetado. Usted vino muchas veces a este lugar del monte, que sólo encuentra el que busca con sinceridad. Ahora yo le voy a dar el veneno y usted, donde vaya, siempre irá con él.
Entonces Chubé, el que mira debajo de los sueños, le metió dos bolsas de veneno debajo de los dientes gastados de Isi, la culebra, que tenía un miedo tan grande como la tierra que hay debajo de los pies. Entonces Isi, la culebra, que quería vivir sola en el mundo, empezó a salir del monte que sólo se encuentra con sinceridad, pero Chubé, que mira debajo de los sueños añadió:
--En las familias del reino también vive Oangó, el gavilán serpentero, que va a matar muchas culebras y avisará a las familias de animales que usted muerda.
Isi, la culebra, que quería vivir sola en el mundo, sintió mucho más miedo, que pensó dejar el veneno en el camino, pero Chubé que todo lo mira, miró este pensamiento y le dijo:
--Si usted bota este veneno, la van a matar igual, aunque usted no haga nada. Por eso usted debe pensar bien lo que va a hacer.
Entonces la culebra sintió que su deseo de vivir sola seguía volando en su corazón y pensó que podía matar más hombres, antes que ellos se dieran cuenta. Entonces la culebra se fue de aquel lugar del monte donde se llega sólo si se desea de verdad.
La culebra se fue y se puso a la orilla del camino y cuando pasó un hombra, ella lo mordió. Inmediatamente el hombre cayó al suelo muy enfermo y otros hombrse lo levantaron, pero no pudieron hacer nada or que la sangre se salió de su cauce.
Tras esto la culebra volvió donde Chubé y le dijo:
--¡Acabo de matar a un hombre!
Chubé miró debajo de sus sueños y no vio el miedo más grande que el volcán dormido del Valle de la Luna. Chubé le respondió:
--Es cierto, su alma anda por allí sorprendida, pero yo le advertí que por eso van a morir más culebras que personas.
Dicho esto, el Jaibaná cortó la cabeza de una culebra de coral y le sacó el veneno. Lo puso dentro de una vasija de barro donde había más veneno. Metió un ejambre de flechas de la tribu, luego otro y otro.
Entonces dijo: --Con el sol de la mañana, los guerreros irán a visitar a los hombres barbudos que vinieron del mar, que quieran vivir como Isi, solos en la tierra.
©Rafel Ruiloba, 1991