Panamá defendida

(fragmento)

¿En donde está la patria?, me preguntan
mil manos campesinas jornaleras.
Está aquí --les respondo--junto al tiempo,
junto a los cafetales y a las plantas
más hondas de los ríos;
frente a las comunales agonías
de la noche
donde en llamas madura el corazón.

Está aquí --les repito-- cual los garfios
de antiguo guayacán asido al fondo
de la tierra, cual indígena joya,
insondable,
que lavan los ríos subterráneos.
Está aquí como un grito,
como un cristal perpetuo de relámpago,
como un filo especial de roca y sangre.
Está en las humedades de los bajos,
en la saloma intacta,
en los profundos pies
del monte y los caminos.

La vieron los fluviales girasoles
en la fosforecencia de los troncos
anónimos, perdidos,
del buen cereal y la madera pútrida.
Porque el día vendrá
en que por las planicies,
por las altas vertientes erizadas,
por los difusos símbolos
del pasto y los jardines,
vendrán los combatientes
hijos de Urracá, los indomables
indios pobres,
los aldeanos
taciturnos,
no a reconquistar sitios, ni ciudades,
sino a exigir terruño,
paz y patria final.

Son los hombres fecundos, los humildes,
los que nunca fueron dioses, y fueron
tristes, y fueron contemporáneos
esclavos de los hombres.
Por eso cada aurora, cada tarde
en que el monte se llena de protesta,
y derrumban
los cercados y cortan alambradas
los labriegos, y prenden las montañas,
y encienden mil lámparas de gritos, y
hay salomas intensas como llantos
y machetes rondando las campiñas,
se abre una trocha más,
se abre la puerta hermosa de la espera.

¡Patría mía, cuántas veces tus horas
son horribles cloacas, oscuros pozos
de miedo estremecido.
Cementerios de tristes excrementos!
Te miro a veces, PATRIA, como un túnel
de cruces y burdeles.
Como un golpeado muro de cantina.
Espectros insaciables
cual brujas mitológicas,
chupan tu sangre pura,
cortan tu carne humilde,
tus manos temblorosas como pétalos.

José Franco