Colaboraciones
Estudiar en Harvard
Por: Agustín Gutiérrez Canet
El papel que desempeña Estados Unidos en la sucesión presidencial es raramente comentado en los medios de comunicación, a pesar de su enorme importancia. Poco se habla del asunto.
En forma oportuna, sin embargo, el tema fue abordado la semana pasada en el programa Ultima Llamada, de Radio 13, que conducen el columnista Ricardo Alemán Alemán y la periodista Lilia Silvia Hernández. Participamos como invitados el doctor Sergio Aguayo Quezada, profesor-investigador de El Colegio de México, y el autor de este artículo, director del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana.
Existe el mito de que la Unión Americana determina quién debe ser el presidente de México, como si fuéramos una colonia estadounidense. Unos opinan que ejerce una especie de poder de veto sobre cualquier aspirante a la candidatura del PRI, es decir, que el Tío Sam goza del privilegio, al igual que el mandatario en funciones, de palomear al candidato oficial. Otros creen que sólo influyen indirectamente pero no determina la designación del futuro presidente.
Decida o no decida, Estados Unidos realiza una importante función en la sucesión presidencial. Los mexicanos debemos estudiar, analizar y discutir esa función de nuestro vecino sin exagerarla ni minimizarla, pues se trata del acto cívico más trascendental: escoger al que deberá regir el destino de la República.
El principal factor de la influencia norteamericana se debe, sobra decirlo, a que somos un país relativamente débil, que comparte la frontera con la nación más poderosa del planeta.
Con Estados Unidos practicamos 85% de nuestro comercio, y cada año se concentra más. Es nuestro principal proveedor de crédito, de inversiones, de capital, de turismo, de tecnología, de influencia social y cultural. Es el destino a donde emigran millones de compatriotas en busca del trabajo que no encuentran en su propio país. No somos una potencia militar. Pero somos una de las 15 economías más grandes del mundo y con una fuerte identidad cultural. De milagro subsistimos como Estado independiente, luego de varias agresiones e invasiones. Algo nos ha ayudado, como si fuera escudo, nuestro tradicional apego al Derecho Internacional. ¿Hasta cuándo?
A toda esa excesiva influencia estadounidense, nuestros dirigentes, del Presidente para abajo, jamás ponen en duda si vamos por el camino correcto. Nada se cuestionan. Vemos con horror que no tienen ninguna duda. Por el contrario, con firmeza justifican e incluso defienden la "globalización", que en la práctica significa una mayor dependencia con Estados Unidos, pues lo que ocurre en realidad es una "norteamericanización", en general, de los diversos aspectos de la vida nacional.
En el discurso hablan de diversificación, pero en los hechos conducen al país hacia un solo polo, el único que parece existir. No es que sean mexicanos perversos, que busquen deliberadamente entregar la soberanía, sino que están convencidos de que la mejor y única ruta para el progreso de México es, irremediablemente, la marcada por Washington.
En el fondo, aceptan el determinismo geográfico, la fatalidad. Creen que no hay de otra. En Ultima Llamada, fue leída la profecía de Robert Lansing, secretario norteamericano de Estado, quien en 1923 dijo que la mejor manera de influir en el destino de México, sin disparar un solo tiro, sería que los jóvenes mexicanos "ambiciosos" se eduquen en universidades de Estados Unidos. Se ha cumplido el vaticinio de Lansing. Nada malo tiene, sin embargo, estudiar en universidades extranjeras. Lo grave es que esos "ambiciosos", particularmente economistas, apliquen algunas teorías como si fueran recetas, sin tomar en cuenta la realidad nacional y menospreciando en ocasiones sus nocivos efectos en las personas de carne y hueso.
El pueblo se pone a temblar cada vez que actúan... los soberbios expertos en economía, que dicen que sí saben cómo hacerlo. La pérdida del poder adquisitivo en más de la mitad, el empleo insuficiente junto con su disfraz: el subempleo, el peso enorme de la deuda externa, el escándalo del Fobaproa y su engendro el IPAB, son algunas pruebas de ello.
Rectifico. En realidad no se trata de un escándalo. Exageré. La vida oficial transcurre sin contratiempos. El puesto de José Angel Gurría no vale 70 mil millones de dólares de créditos insolutos. Renunciar, jamás. Tampoco el cargo de Guillermo Ortiz, garante de la estabilidad monetaria. Nadie es responsable. Que paguen los contribuyentes de la actual y de la próxima generación. Mexicanos mal agradecidos, no saben apreciar la política económica responsable, seria y honesta que tanto reconocimiento y apoyo recibe de Washington, de Wall Street y del FMI. A ver si aprenden en Stanford, vayan a Yale, o estudien en Harvard.
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