Más recientemente, Alvaro Delgado Gal director de la Revista de Libros pone el
acento en que ³el pañuelo carece de connotaciones religiosas y se lleva por inercia,
costumbre o deseos de subrayar una identidad grupal². Asimismo opina que ³la directora
del colegio que alegó que el pañuelo de Fátima es inconstitucional se excedió
claramente de la marca ya que -a su juicio- ³la Constitución no contiene arbitrios de
carácter suntuario². El País 25-2-02.
No me detendré en la curiosa idea de la inercia puesta en paralelo con la costumbre
y la identidad. Solamente cabe apuntar que mientras las costumbres pueden quedar obsoletas
parece obvio que las identidades culturales no responden a la misma dinámica.
La historia me resulta familiar. Lamentablemente ya existen precedentes. La
Revolución francesa fue tambíén una cuestión de moda, entendiendo por esto algo más
que un debate entre le soie et le drap (entre la seda y la estameña) como ha sido puesto
de relieve por algún historiador. Como todas las revoluciones, hizo del vestido un
síntoma y una apuesta, de ahí que a la reivindicación de las mujeres de llevar gorro
frigio y escarapela se la considerase una escaramuza femenina y un asunto baladí y no
como lo que realmente era, la manifestación de aspiraciones políticas. Pero la moda
puede ser considerada desde una dimensión política y social que engloba aspectos de lo
cotidiano y trastoca -al menos en lo imaginario- todos los códigos de comunicación
vigentes.
Acotaciones finales
Como en la buena tradición ilustrada el teatro tenía la función de enseñar, del
drama que se desarrolla ante nuestros ojos a través de la prensa periódica podríamos
extraer las siguientes conclusiones:
Que el derecho a la educación no puede vulnerar uno de los principios fundamentales
de una sociedad verdaderamente democrática que se basa en la igualdad entre los sexos,
haciendo hincapié en que los derechos humanos deben ser respetados aunque los titulares
de los mismos no los compartan o no los deseen.
Que la Constitución española se refiere al Estado como un estado laico. Un estado
de tal naturaleza no puede ser instrumentalizado por ninguna religión. No es posible en
el ámbito que nos ocupa apelar a la tolerancia religiosa en aras de una supuesta moral
permisiva que sólo es -en última instancia- en la mayoría de los casos una confesión
de indiferencia moral o de cinismo político
Que la intención de hacer pasar el velo como un rasgo de identidad cultural, amén
de otros muchos interrogantes que encierra la susodicha expresión, oculta la
discriminación que conlleva el uso del mismo. En palabras de la escritora marroquí
Fátima Mernissi: en El Harén político ³El concepto de hiyab es tridimensional, y las
tres dimensiones coinciden muy a menudo. La primera es visual: sustraer a la mirada. La
raíz del verbo hayaba quiere decir ³esconder². La segunda es espacial: separar, marcar
una frontera, establecer un umbral. Y por último la tercera es ética: incumbe al dominio
de lo prohíbido². En la misma línea, Fatna Aít Sabbah en La mujer en el inconsciente
musulmán subraya que toda separación, toda segregación es portadora de violencia. A la
vista de estas consideraciones reducir dicho adminículo a una cuestión inane es
ignorancia o mala fe.
Que desde la óptica feminista el caso de la niña Fátima no ha significado una
victoria sino que todas las mujeres hemos retrocedido, hemos sido puestas en nuestro
sitio, a la vez que recibíamos lecciones de todo tipo: de moda, de semiótica, de moral,
de ciudadanía y de constitucionalismo. El horizonte de la igualdad se desdibuja en la
lejanía, aquejados la mayoría de los actores de este drama por el punto ciego o
escotoma, para utilizar la expresión de Oliver Sacks cuando se trata la cuestión de la
igualdad sexual. De nuevo la Historia más que una maestra se comporta con nosotras como
una madrastra.