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MULTICULTURALISMO, DEMOCRACIA
PARITARIA
Y PARTICIPACIÓN
POLÍTICA
Por cortesía de la autora y de Mujeres en Red
Rosa Cobo
Universidad de La Coruña
Publicado en POLÍTICA Y SOCIEDAD,
Madrid, nº 32, 1999
SEGUNDA PARTE
MULTICULTURALISMO
Y FEMENISMO
Ciudadanía recortada y democracia
deficitaria
Minorías políticas y genéricos
emancipadores
Democracia paritaria y derechos políticos
PRIMERA PARTE
El multiculturalismo no es un
hecho social específico de la modernidad. Si bien este concepto se ha acuñado
recientemente, el fenómeno social que subyace a esa noción es antiguo. La mezcla de
grupos humanos distintos entre sí coexistiendo en un mismo espacio es un hecho social
histórico recurrente. El multiculturalismo, entendido como una manifestación de la
diversidad, del pluralismo cultural y de la presencia en una misma sociedad de grupos con
diferentes códigos culturales, no es una condición singular de la cultura moderna, es la
condición normal de toda cultura .
El multiculturalismo, sin
embargo, en su versión actual, está vinculado a dos hechos sociales nuevos. El primero
de ellos es la emergencia de grupos sociales que anteriormente eran invisibles. Es el caso
de las culturas indígenas de América. También el de los colectivos de gays y lesbianas.
Y el de las mujeres. Estos grupos sociales tienen una larga tradición de lucha contra su
opresión. El origen del movimiento feminista, por ejemplo, se remonta a la Revolución
Francesa. Y el del movimiento gay al siglo pasado. Sin embargo, será a partir de los
años setenta cuando estos movimientos reinicien un lento camino en su visibilización y
en su constitución como actores sociales colectivos. Algunas diferencias y
discriminaciones pueden ser constantes durante largos periodos históricos, pero
sólo en algunas épocas se vuelven políticamente significativas. La diversidad de
cualquier sociedad existe sólo en la medida en que sus individuos la perciben como tal.
El segundo hecho nuevo es el
rápido crecimiento de conflictos vinculados al aumento de la diversidad cultural interna
de nuestras sociedades. Los conflictos más problemáticos, en realidad macroconflictos,
son aquellos que tienen un carácter intercultural, étnico y religioso. Según un
reciente informe de Naciones Unidas, el 70% de los conflictos mundiales ha tenido lugar en
el interior de los países y sólo el 30% entre países . Todo indica que una gran parte
de los conflictos en las sociedades modernas están vinculados a las relaciones
interculturales. Asimismo, la inmigración de segmentos de población del Tercer Mundo
hacia el mundo desarrollado es otra fuente de diversidad moral y cultural de un lado y de
conflictos -microconflictos en relación con los anteriores- por otro.
Es un hecho indiscutible que en
las viejas sociedades europeas se están haciendo visibles diferencias culturales,
étnicas, sexuales y de género, entre otras muchas. La inmigración, las nacionalidades,
la falta de respeto social hacia los colectivos homosexuales y la desigual posición de
las mujeres en la estructura social y política están poniendo de manifiesto la
existencia de grupos sociales con sus propias identidades así como signos inequívocos de
falta de homogeneidad social. Estos hechos han puesto en crisis los viejos ideales de
ciudadanía e igualdad del proyecto político de la modernidad. ¿La democracia
multicultural puede ser la respuesta a las viejas democracias de ciudadanos libres e
iguales? ¿Existe una relación necesaria entre multiculturalismo y relativismo
cultural? ¿El multiculturalismo es incompatible con los modelos universalistas de
justicia e igualdad?
El multiculturalismo, entendido como
una sociedad en la que coexisten diversos grupos con identidades culturales propias
¿tiene algún compromiso con la igualdad? ¿Puede hablarse de distintas versiones de
multiculturalismo? ¿Todas las identidades culturales de los grupos sociales deben ser
fomentadas y ser merecedoras de reconocimiento público y representación política? ¿Los
grupos sociales pueden ser merecedores o titulares de derechos como lo son ahora los
individuos? ¿Cuál es la relación entre multiculturalismo, ampliación de la
participación política y legitimidad democrática? ¿Los grupos sociales que componen
nuestra vida social ¿deben mirar hacia la diferencia o hacia la igualdad?
La primera idea de fondo que
preside este trabajo es que las actuales sociedades europeas están inmersas en un proceso
creciente de multiculturización y que estas democracias multiculturales no deben alejarse
de los presupuestos básicos de la modernidad. La igualdad y la universalidad son los
principios éticos y políticos más sólidos que pueden vindicar los colectivos
oprimidos. La segunda, tal y como señala Nancy Frazer , es que el multiculturalismo no
puede ser indiscriminado. Si bien la idea que subyace en el multiculturalismo es la
necesidad de reconocer las diferencias y las identidades culturales, eso no supone que
todas las culturas contengan aportaciones igualmente valiosas para el bienestar, la
libertad y la igualdad de los humanos, es decir, no implica una hipótesis de relativismo
general . Hay que distinguir entre pretensiones dignas de protección y de reconocimiento
jurídico y las que no son acreedoras de ello, bien porque no lo necesitan, bien porque
pueden ser satisfechas por otras vías más adecuadas, bien porque no lo merecen . El
multiculturalismo supone un gran avance en la profundización de la democracia y de la
legitimidad, siempre y cuando "nos permita hacer juicios normativos sobre el valor de
las distintas diferencias a partir de su relación con la desigualdad" .
I.
El aspecto más interesante del
multiculturalismo es su vertiente crítica, en cuanto manifestación del malestar que
produce en algunos grupos sociales las políticas asimilacionistas de los estados o
culturas dominantes en el seno de sus propias sociedades. El multiculturalismo, al
enfatizar el respeto a las singularidades y diferencias de cada cultura, subcultura o
grupo social, desemboca en una crítica a la uniformidad social que impone la cultura
mayoritaria de cada sociedad. El multiculturalismo es una reacción resistencial de
culturas minoritarias o de grupos de inmigrantes ante el miedo a perder su identidad
frente a la cultura dominante. Las políticas multiculturales rechazan radicalmente el
asimilacionismo que trata de imponer una cultura mayoritaria . En el corazón del
multiculturalismo está la defensa de los derechos de las minorías.
De otro lado, el multiculturalismo
es muy crítico con la imposición del modelo económico y político occidental a países
que no consideran ese esquema como el más adecuado para sus intereses y culturas. Tras el
multiculturalismo se encuentra una poderosa crítica al eurocentrismo. La idea latente es
que Occidente no debe ser el referente ético, político o económico para el resto del
mundo, ni tampoco debe exportar miméticamente su modelo de sociedad.
Uno de los méritos de las ideas
multiculturalistas es su reacción contra la uniformización del mundo, la llamada
globalización o mundialización a partir de valores y realidades mercantiles, apoyada en
medios técnicos, financieros e informacionales con el agotamiento o la destrucción de
valores culturales dignos de ser protegidos. El multiculturalismo, por tanto, también es
una manifestación de la resistencia a una globalización que sirve a los intereses de los
más poderosos .
II.
Las ideas
multiculturales surgen alrededor de algunos hechos socio-políticos característicos de la
época contemporánea. Primero, la descomposición del modelo político basado en el
estado-nación. Segundo, la sustitución de los principios éticos y políticos ilustrados
_igualdad, ciudadanía, derechos humanos..._ que han constituído el aliento moral de la
idea moderna de democracia por el racionalismo instrumental de la economía. Tercero, la
visibilización creciente de identidades fuertes, en muchos casos fundamentalistas, que se
muestran irreductibles, intolerantes y excluyentes. Todos estos fenómenos componen un
cuadro social en el que las ideas de sujeto y ciudadanía se ven crecientemente
debilitadas.
Desde un punto de vista político,
se hace necesario redefinir el concepto de estado nación y su vinculación con la
ciudadanía. Todo ciudadano lo es y lo ha sido hasta ahora de un estado-nación. El estado
nación se ha constituído y legitimado alrededor de la adhesión nacionalista. A partir
de la Segunda Guerra Mundial aparecen los primeros signos de crisis en el estado nación.
La ciudadanía no será ya sólo civil y política sino también social. Se redefine el
contrato social y ahora ser ciudadano significa tener acceso a derechos concretos: a la
salud, a la educación, al trabajo, a las pensiones de vejez... La legitimidad del estado
no se deriva ya de la adhesión a la nación sino de su capacidad para preservar los
derechos sociales de los individuos.
Frente a la ciudadanía
política y social que se desarrolla tras la Segunda Guerra Mundial, el multiculturalismo
aspira a definir la ciudadanía en términos culturales. La lógica multicultural se
inscribe en una corriente histórica y política que cuestiona el estado y la nación.
Entre la cultura y la política, elige la primera. La crítica multicultural al
universalismo y a la integración en su afán por crear nuevas formas de ciudadanía
propone el fin de la construcción política de la sociedad . En esta línea, tanto el
comunitarismo como la postmodernidad rechazan la idea ilustrada de que la comunidad
política deba definir y administrar lo universal. Sin embargo, pese a que se enfatice la
dimensión cultural frente a la política hay cuestiones culturales que también son
políticas. Los derechos de los inmigrantes, por ejemplo, ¿deben beneficiarse de una
doble nacionalidad?, ¿deben conservar la de su origen únicamente? ¿deben adquirir la de
su lugar de residencia? . Las relaciones entre nacionalismo y ciudadanía se vuelvan
paulatinamente complejas y confusas. Sin embargo, la construcción de la ciudadanía a
partir de criterios culturales puede introducir nuevos elementos de desigualdad. Para el
establecimiento de criterios justos de distribución de los recursos, es decir, para
eliminar ámbitos de discriminación, parece más razonable la solución que propone
Habermas. Este autor señala que la ciudadanía no debe reposar tanto en la pertenencia a
la identidad nacional como en determinados valores políticos -libertad, igualdad,
participación política- que él denomina lealtad constitucional. En todo caso, tal y
como señala Castells, el "Estado nación basado en la soberanía de instituciones
políticas sobre un territorio y en la ciudadanía definida por esas instituciones es cada
vez más una construcción obsoleta que, sin desaparecer, deberá coexistir con un
conjunto más amplio de instituciones, culturas y fuerzas sociales" .
Por otra parte, los valores
éticos y politicos ilustrados pierden terreno al mismo tiempo que lo gana la implacable
ley del mercado, impregnando las conciencias e imponiendo sus valores -el consumo y el
trabajo como religiones supremas- y abriendose paso en los más recónditos lugares del
mundo, globalizando y estandarizando pautas y valores vía tecnologías informacionales.
Señala Touraine que una de las razones de esta crisis deriva de la sustitución del
universalismo sustantivo de la ley y del derecho por el racionalismo instrumental de la
economía . Asimismo, la mundialización de la economía, con la consiguiente ampliación
de la competencia, produce nuevas desigualdades entre individuos, regiones y segmentos de
población al tiempo que produce fracturas en la cohesión social. De otra parte, podemos
preguntarnos si emergen nuevos soportes de ciudadanía: empresas, regiones, estructuras
transnacionales. ¿Se puede concebir una ciudadanía desterritorializada? ¿Pueden los
individuos tener varias ciudadanías? Entre una economía globalizada y un universo
cultural fragmentado, la crisis de los sistemas políticos occidentales muestra el
agotamiento de lo que Touraine denomina 'la solución republicana' .
Sin embargo, Castells señala
que, "pese a su desbordamiento por flujos globales y a su debilitamiento por
identidades regionales o nacionales, el Estado nación no desaparece y durante un largo
tiempo no desaparecerá, en parte por inercia histórica y en parte porque en él
confluyen muy poderosos intereses, sobre todo los de las clases políticas nacionales, y
en parte también porque aún es hoy uno de los pocos mecanismos de control social y de
democracia política de los que disponen los ciudadanos" . Tanto los viejos estados
nacionales como la ciudadanía social y política viven momentos históricos de crisis
cuya resolución debe orientarse hacia la mayor participación política de los ciudadanos
y el máximo aumento del control político sobre el estado.
III.
El debate en torno al
multiculturalismo es complejo debido a las implicaciones teóricas, éticas y políticas.
Para situar adecuadamente este debate hay que distinguir entre el multiculturalismo como
una noción descriptiva, como un hecho social característico de las sociedades
contemporáneas (muchas sociedades son fuertemente multiculturales), y el
multiculturalismo como un concepto normativo (es moralmente deseable que las sociedades
sean multiculturales). Al mismo tiempo, hay que distinguir entre diversos tipos de
multiculturalismo normativo, desde los más radicales hasta los más moderados.
El comunitarismo y la
postmodernidad postulan la institucionalización de las diferencias como el núcleo de
identidad moral de las sociedades modernas. Estas teorías aspiran a redefinir la
ciudadanía a partir de la expansión y/o redescubrimiento de las identidades culturales.
Señala Donati, asumiento posiciones postmodernas, que en las sociedades actuales los
problemas se trasladan del terreno político al cultural. Estos enfoques enfatizan la idea
de que el universalismo moderno es abstracto y colonizador y, por ello, imperialista y
mass-mediatizante .
Por el contrario, desde la
modernidad se aboga por el universalismo y el cosmopolitismo (inclusión e integración
social y política) como alternativa a los conflictos e incompatibilidades que puedan
suscitar la exaltación de las diferencias. La modernidad analiza el multiculturalismo
como un fenómeno social característico de las actuales sociedades pero no cree que como
principio normativo sea el modelo social más aceptable éticamente si se considera la
diferencia el supremo bien moral. Garzón Valdes distingue entre sociedades
multiculturales en sentido fuerte y sociedades multiculturales en sentido débil. Le
parece éticamente reprobable la primera porque en ella las diferencias culturales son
prácticamente irreductibles y éticamente aceptable e incluso deseable la segunda porque
en ella las diferencias son secundarias . Asimismo, Touraine diferencia entre un
multiculturalismo radical y otro más templado. Estemos de acuerdo o no con la tesis de
Garzón Valdés, tal y como señala Nancy Frazer, el multiculturalismo no puede ser
indiscriminado porque entonces desemboca en el relativismo absoluto y en la exaltación de
las diferencias. Desde un punto de vista socio-político, el relativismo cultural
indiscriminado conduce a la segregación y al guetto .
La exaltación de la diversidad
moral no significa necesariamente mayor desarrollo moral. Ni toda diversidad ni toda
diferencia son éticamente aceptables, ni todo punto de vista cultural en sí mismo tiene
valor ético . La cultura y la moral son ámbitos distintos: "No es lícito
moralmente aceptar incondicionalmente toda variedad de vida por el sólo hecho de ser
diferente. La diversidad, tomada en sí misma, no tiene ninguna connotación moral
positiva. Ni toda experiencia nueva es saludable ni todas las formas de vida son
moralmente legítimas" . Las prácticas culturales y las formas de vida diferentes
son dignas de protección y defensa sólo si no vulneran los derechos de los individuos.
La mutilación genital femenina es una práctica cultural que no amplía precisamente el
contexto moral .
IV.
El concepto de
multiculturalidad, como hemos señalado, nos remite a la diversidad cultural y al
pluralismo, por tanto a las diferencias, sean éstas culturales, de género, sexuales,
étnicas o de otro tipo. ¿Es posible conjugar la unidad de una sociedad con la diversidad
de culturas y de grupos sociales? ¿Se pueden combinar formas sociales y formas culturales
lo bastante autónomas como para permitir que en una misma sociedad convivan varias
culturas y en el mismo área cultural coexistan varias formas de organización social? .
La cuestión a debatir es si una sociedad debe proteger y exaltar las diferencias en su
irreductibilidad con la consiguiente quiebra de la cohesión social o bien deben buscarse
valores universales que hagan compatible las diferencias y garanticen la unidad social.
Este problema nos remite al
debate entre las tesis universalistas y las de la diferencia. Si la modernidad, como
señala Marramao, no ha solucionado el problema del vínculo comunitario, la
postmodernidad, el comunitarismo y el relativismo con su exaltación de las diferencias
tampoco lo resuelven. Estas teorías en muchos casos proponen la disolución de algunos
vínculos por considerarlos despóticos y en otros muestran tendencias profundamente
excluyentes hacia colectivos contra los que a veces refuerzan su identidad.
Salvador Giner argumenta
la necesidad de principios éticos universales frente a las posiciones que exaltan
moralmente la diversidad y las diferencias. Tras subrayar la necesidad de una
constitución moral para la sociedad basada en una ética universal, señala que esta
convicción no se basa en un acto de fe sino en una interpretación sociológica estricta
de la producción social de la moral. Los principios morales universales se infieren de la
necesidad de cohesión social. Sociedades fuertemente heterogéneas, fragmentadas y
multiculturales, con intereses divergentes y a veces incompatibles, necesitan producir una
moral autónoma que no represente los intereses de un sector específico de la sociedad.
Se pregunta Giner si hay espacio
para la construcción autónoma de la moral. ¿Puede un ser social deliberar racionalmente
acerca del bien y del mal, lo justo y lo injusto, libre de presiones sociales? ¿Es
posible y deseable la construcción de un interés común que actúe a modo de urdimbre
moral de la sociedad? El interés común, señala el sociólogo catalán, sólo puede
surgir de la crítica y la razón como expresión de la reflexividad humana. Los
individuos, lenta y trabajosamente, podemos construir un interés común que no responda a
los intereses de los grupos socialmente dominantes. La moral debe ir más allá del mundo
inmediato de la pluralidad de opiniones del presente y este hecho es el que la impulsa a
la universalidad. La heterogeneidad de las sociedades modernas es precisamente la que trae
consigo la posibilidad de que aparezca una conciencia moral autónoma. Subraya este autor
que a las morales individuales, sectarias, clasistas, gremiales, se enfrenta, por la
lógica misma del orden de la modernidad avanzada, la moral común. El interés común no
puede ser el resultado de la suma de los intereses de diversos grupos porque estos suelen
ahogar los intereses de las minorías y de los individuos más débiles, aún cuando gocen
de la protección de las instituciones democráticas. Concluye Giner que el interés
común no existe; se construye; es general y contrafáctico. Es un imperativo ético al
que debe tender la sociedad y al mismo tiempo el núcleo de su cohesión.
Las democracias multiculturales
pueden constituirse aumentando la libertad e igualdad de los individuos y colectivos
siempre y cuando las diferencias que se reconozcan políticamente sean producto de una
exclusión social. Aún así, la construcción de un interés común guiado por valores
éticos universales es la garantía de que la multiculturalidad se oriente hacia la
interculturalidad, es decir que las diferencias no se trastoquen en irreductibles e
inconmensurables, sino que, por el contrario, se debiliten las distinciones jerárquicas y
se produzcan nuevos mestizajes.
MULTICULTURALISMO Y FEMENISMO
¿Como puede analizarse el
feminismo a la luz del debate multicultural? ¿Y cuál es la perspectiva feminista sobre
el multiculturalismo?. Este fenómeno social ha afectado al feminismo desde dos
perspectivas. La primera, externa y la segunda, interna. Desde el punto de vista externo,
las mujeres constituyen un colectivo social de contornos y perfiles muy claros, que
coexiste con otros grupos que también comparten entre sí características que les
singularizan frente a los otros colectivos. En efecto, las mujeres forman un colectivo con
experiencias históricas intensas y largas de opresión. De todos los grupos marginados
presentes en todas las sociedades, el de las mujeres es el más antiguo y aquel que ha
tenido que combatir más arduamente para mostrar que su opresión no es natural, sino
social y política. Irracionalizar la dominación patriarcal ha sido y es una tarea
intelectual y política que se remite a la Ilustración. La igualdad ha sido el fundamento
de las vindicaciones feministas y de las argumentaciones deslegitimadoras de las
democracias patriarcales. En este sentido, el feminismo es un movimiento social con una
identidad política marcada por las experiencias contínuas de marginación de las
mujeres. Asimismo, el movimiento feminista representa a un grupo oprimido entre otros
grupos oprimidos. Desde este punto de vista debe ser merecedor de todas las medidas de
discriminación positiva, de todas las políticas de cuotas y de todos los reconocimientos
políticos posibles de su opresión.
Además, hay que subrayar la
característica de que las mujeres constituyen un grupo social marginado y subordinado en
todas y cada una de las sociedades existentes. Señala Susan Moller Okin que el sexismo es
una forma identificable de opresión, muchos de cuyos efectos son percibidos por las
mujeres con independencia de la raza, clase o cultura a la que pertenezcan.
Utilizando investigaciones empíricas sobre el trabajo de las mujeres en los países
pobres, concluye que las condiciones de las mujeres del Tercer Mundo son "similares
pero más agudas y acentuadas" que las de los países ricos . Las mujeres son
la mitad de todos los grupos sociales, independientemente de la categoría a la que
pertenezcan. Su adscripción, sea voluntaria o asignada, a grupos que ostentan una
posición dominante en la sociedad no las exime de la subordinación a los varones en el
seno de ese grupo. Si su pertenencia es a grupos oprimidos ellas padecen la opresión
general del grupo más la suya específica como mujeres. Las mujeres de todos los grupos
sociales tienen en común su situación de opresión en el seno de su colectivo. Este
hecho por si mismo -la opresión de género- ha constituido el fundamento de su identidad
como colectivo. El género es un concepto y una realidad transversal que recorre todos los
grupos y todas las realidades sociales. La característica común es que las mujeres de
cada uno de los grupos están sometidas al poder patriarcal de los varones de su colectivo
de adscripción. El género es una realidad social y simbólica que divide a todas las
culturas y etnias por la mitad, resultando de esta división un grupo humano y social
-sólo la mitad de la humanidad- fuertemmente oprimido.
Desde un punto de vista
interno, el movimiento feminista es un movimiento social en el que coexisten distintas
percepciones y visiones sobre cuál es el papel social del movimiento, cuál es la
función política que debe desempeñar, de qué manera debe organizarse, o cómo debe
insertarse en la realidad social. El debate multicultural ha penetrado en el movimiento
feminista, sobre todo en EE.UU., con mucha fuerza, enfatizando las diferencias entre
mujeres de diferentes razas, étnias, culturas, clases sociales y sexualidades. El núcleo
originario de este debate surgió allá por los ochenta entre las feministas partidarias
de la igualdad y las de la diferencia. El debate multicultural se ha superpuesto a éste
introduciendo nuevos elementos de fragmentación en el seno del movimiento. Señala Nancy
Frazer que en EE.UU. estos debates han atravesado dos fases. En la primera, que duró
desde finales de los sesenta hasta mediados de los ochenta, la atención se centraba
básicamente en las diferencias de género. En la segunda fase, desde mediados de los
ochenta hasta ahora, el interés se ha desplazado a las 'diferencias entre mujeres' .
Así como diversos grupos
sociales reclaman el reconocimiento social de su identidad, también se observa que en el
seno de esos grupos surgen subgrupos que demandan el reconocimiento de su particularidad.
El movimiento feminista ha vivido y vive ese proceso con tensión. En EE.UU., negras,
hispanas, indígenas, asiático-americanas de todas clases, así como otras mujeres de
clase obrera o lesbianas, no se han identificado con las mujeres blancas de clase media
que han estado en la vanguardia del movimiento feminista . La traducción política de
este debate intelectual introduce un interrogante: ¿El movimiento feminista debe buscar
la integración o la segregación? En esta discusión interna del movimiento feminista han
defendido un multiculturalismo indiscriminado el pensamiento postmoderno, en sus
múltiples variantes, y el comunitarismo. Algunos desarrollos del pensamiento feminista de
la diferencia han encontrado en la postmodernidad su instrumento de legitimación
política e intelectual .
Sin embargo, hay que señalar que
muchos teóricos del multiculturalismo y de la diversidad moral sin ser expertos en
cuestiones relacionadas con las mujeres, el feminismo o políticas feministas y, en muchos
casos, sin creer siquiera que el movimiento feminista es un actor social relevante y que
las mujeres forman un colectivo oprimido, las utilizan para legitimar sus posturas
teóricas. Los autores que reflexionan sobre la diversidad cultural, las minorías
políticas o el multiculturalismo rara vez escriben sobre las mujeres como un colectivo
fuertemente discriminado con graves problemas de infrarrepresentación política y de
marginación económica. No suelen considerar a las mujeres como un grupo susceptible de
que se le aplique medidas de discriminación positiva o se le reconozca derechos
políticos para compensar su subordinación. En el colmo de la paradoja, hay autores que
reclamando formas nuevas de ciudadanía, apelando a la diferencia e impugnando la
universalidad, se pronuncian negativamente contra el sistema de cuotas que reclaman las
feministas . Sin embargo, en las discusiones sobre multiculturalismo siempre aparecen
algunas prácticas culturales, cuyas destinatarias son las mujeres (mutilación genital
femenina o chador), como el ejemplo pertinente que justifica una u otra posición. Las
mujeres no son pensadas como sujetos de derechos sino como objetos transaccionales de las
discusiones de los varones expertos en estos debates.
En efecto, cuando se argumenta
acerca de la bondad de las políticas de la diferencia o multiculturales raramente los
teóricos señalan a las mujeres como un colectivo discriminado susceptible de que se le
apliquen políticas de discriminación positiva o de que se reconozca al feminismo el
derecho a ser un actor social que aspira a derechos especiales _como reclaman para otros
grupos-. Las mujeres no suelen ser consideradas un colectivo marginado cuando se trata de
aplicar políticas que neutralicen su discriminación. Sin embargo, cuando la discusión
es más abstracta es frecuente que aparezcan autores que critiquen la multiculturalidad y
pongan como ejemplo la ablación del clítoris como una práctica cultural no legítima.
En el extremo opuesto, los partidarios de la diversidad moral nos advierten sobre el hecho
de que pronunciarnos en contra de prácticas culturales como las anteriores puede suponer
un ejercicio de colonialismo occidental o incluso puede ser contraproducente por los
efectos opuestos que producen.
Diversas prácticas culturales
discriminatorias contra las mujeres suelen aparecer sistemáticamente en las discusiones
de los anti y pro multiculturalistas. ¿Será, como señala Celia Amorós, que cuando se
utiliza a las mujeres como objeto de transacción en las argumentaciones de los varones
los discursos son más inócuos? ¿Será quizá que los varones discuten sobre mujeres
porque así están discutiendo de otras cosas que les conciernen a ellos mismos?:
"Autoinstituirse en experto en materia de mujeres es una forma de plantear las ansias
de relevar en el poder a aquellos que detentaban el discurso hegemónico sobre el objeto
transaccional por excelencia contra-diciéndolo... Pero, sobre todo, es una forma de
plantearlo cuando no se está en condiciones de dar una batalla política frontal, de tal
modo que el discurso beligerante sobre las mujeres más bien preludia y camufla los
designios políticos, tanto más cuanto que se supone que, por versar acerca de las
mujeres, es más inócuo. Los hombres, en realidad, no discuten de mujeres porque la
identidad femenina se les haya vuelto algo problemático: a propósito de sus debates
sobre las mujeres están discutiendo de otras cosas que les conciernen a ellos
mismos" .
Ciudadanía recortada y
democracia deficitaria
Es un hecho social
incontrovertido la existencia de numerosos espacios sociales de los que están excluídas
las mujeres. La realidad social muestra con contundencia que los espacios de exclusión
están vinculados al poder, a la autoridad, a la influencia, al dinero, a los recursos y,
en general, a la autonomía personal. Los poderes fácticos, el poder político y,
en general, todos los poderes de decisión son casi impermeables a las mujeres. El poder
político es masculino y patriarcal. Masculino, porque alrededor del 90% de los individuos
que están al frente de todas las instituciones son varones. Y patriarcal, porque ese 90%
de varones toma decisiones políticas e impone normas en el marco de un sistema de
dominación patriarcal, que consagra su hegemonía sobre las mujeres. Por tanto, la
exclusión de las mujeres de las instituciones políticas y de los espacios de decisión
es uno de los aspectos más sobresalientes del poder político en la mayoría de los
países postindustriales. Estos datos ponen de manifiesto que los derechos derivados de la
ciudadanía no se cumplen en muchos aspectos para las mujeres. El género es un factor de
carácter estructural que determina la ya de por sí compleja red de relaciones sociales
expulsandolas de todos aquellos espacios relacionados de una u otra manera con el poder.
Esta segunda parte del artículo
intentará reflexionar sobre dos cuestiones. Primera, ¿por qué las sociedades
occidentales, democracias formales con una larga historia, no han podido liberarse,
utilizando palabras de Celia Amorós, de la jerarquía oprimente de los géneros? Segunda,
¿cómo neutralizar y combatir los mecanismos de exclusión de la ciudadanía? La
democracia moderna se origina a partir de un pacto social entre varones, del que están
excluídas las mujeres. Por ello, el derecho político derivado del nuevo pacto es
fraternal . Este pacto supone la primera quiebra de la igualdad. Distinguir
analíticamente el concepto de igualdad de la noción de fraternidad es indispensable para
entender la moderna historia de exclusión de las mujeres. Eligio Resta señala que el
derecho nuevo surgido del contrato social es un 'derecho fraterno' de iguales porque se
basa en un juramento simultáneo contra el viejo ordenamiento y contra la vieja soberanía
a fin de eliminar la desigualdad . Este autor, como todos aquellos que no contemplan la
variable 'género', se olvida que la fraternidad es masculina y que ese juramento contra
el viejo ordenamiento y la vieja soberanía es también un juramento de exclusión de las
mujeres del espacio público.
Los límites actuales de la
ciudadanía femenina están íntimamente vinculados a su origen. El hecho de que el
ciudadano en la constitución de la democracia moderna fuese un varón ha marcado
poderosamente la noción de ciudadanía. La categoría de ciudadano está impregnada de
fuertes sesgos patriarcales. Numerosos obstáculos y filtros, muchas veces invisibles,
hacen inviable dimensiones relevantes de la ciudadanía para las mujeres.
Estos límites ponen en
entredicho la legitimidad de la democracia y la igualdad de derechos. El análisis de
cualquier espacio social, sea éste público o privado, confirma que la igualdad es, sobre
todo, una aspiración para las mujeres, y otras minorías sociales, más que una realidad
de hecho. Los incumplimientos del universalismo y de la ciudadanía deben neutralizarse a
través de la discriminación positiva y las políticas de cuotas paritarias garantizadas
jurídica y políticamente, siendo ésta quizá la única vía hacia la ampliación de la
participación democrática para las mujeres. Como señala Varcárcel "un proceso
generalizado de ciudadanía necesita un ciudadano que está aún por descubrirse" .
El feminismo está embarcado en la redefinición de un concepto de ciudadanía incluyente
e integrador. Universalismo y ciudadanía son sinónimos de inclusión e igualdad. El
universalismo no es sinónimo de etnocentrismo, ni de imposición de un modelo cultural,
ni de exclusión de otros modelos culturales. El universalismo no representa un punto de
vista monocultural para el que sólo existe un modo de ser humano.
El problema de fondo es la
reformulación de los conceptos de individuo y ciudadano como elementos nucleares de las
sociedades que aspiren ética y políticamente a la libertad y la igualdad. El problema no
reside en el concepto de universalidad, sino en el déficit de universalismo para las
mujeres. La cuestión central es que la constitución o descubrimiento de un nuevo
ciudadano -no patriarcal- requiere de la formación de genéricos emancipadores. Señala
Amelia Valcárcel que todo movimiento que se plantee cambiar determinados rasgos de la
realidad social y política ha de extraer un 'nosotros' al que dotar de rasgos de
legitimidad y excelencia. Paradójicamente, construir la individualidad -objetivo
primordial del feminismo- no es una tarea individual, sino colectiva . Celia Amorós
postula para el feminismo un nominalismo moderado: "Una cosa es que aspiremos a vivir
en una sociedad de individuos como ideal ético y otra muy distinta que nuestra sociedad
se puede definir así... Ser nominalista moderada o no radical significa hacerse cargo de
este tipo peculiar de entidad que los genéricos connotan negándose al mismo tiempo a
esencializarla (el subrayado es de la autora), a hacer de ella una categoría ontológica
en sentido fuerte" . De estos genéricos, que en términos sociológicos
denominaremos minorías, hablaremos en el siguiente apartado.
Minorías políticas y
genéricos emancipadores
La historia del pensamiento
sociológico se ha esforzado desde sus inicios por identificar analíticamente la
composición y estructura de la sociedad. Las sociedades modernas constituyen un entramado
complejo de redes y grupos sociales a los cuales están adscritos o se adscriben
voluntariamente los individuos. El individuo es eje de múltiples intersecciones sociales.
La sociología ha acuñado diversos conceptos cuyo objeto es describir los grupos sociales
que componen la sociedad. Una de las principales características de la mayoría de estos
conceptos es que se han construído acríticamente respecto a la estructura generizada de
la sociedad.
El concepto de minoría tiene
una larga historia en el pensamiento social . Tal y como destaca John Rex, es necesario
realizar una descripción sociológica lo más exacta posible de la posición real de los
grupos sociales y de las minorías, así como la manera en que ellos mismos se describen y
son descritos por otros . El concepto de minoría se utiliza ampliamente en la sociología
y no se refiere necesariamente a minorías estadísticas. En este sentido, las minorías
tienen las siguientes carcterísticas: primero, sus miembros son víctimas de la
discriminación. Ésta se hace explícita cuando los derechos y oportunidades accesibles a
un grupo de individuos son negados a otro colectivo. En segundo lugar, se definen por un
rasgo objetivo que permite la identificación de la diferencia; y por otro subjetivo, la
voluntad de afirmarse, que se expresa en clave de solidaridad interna . Los individuos que
constituyen la minoría tienen algún sentido de solidaridad de grupo, de 'pertenencia
común': "La experiencia de estar sujeto al prejuicio y a la discriminación refuerza
habitualmente los sentimientos de lealtad e intereses comunes" . Las mujeres reunen
todas las características de la definición de una minoría, pero, sin embargo,
constituyen la mitad de la humanidad. Lo que tienen en común con las minorías es su
situación de marginación.
Las mujeres están adscritas
involuntariamente a su género, entendiendo el género como femenidad normativa. Nacer
mujer en una sociedad patriarcal implica carencias en los derechos y las oportunidades y
excesos en las obligaciones; significa ser sujeto político a medias; supone permanecer
aprisionada en una red de roles y estatus inferiores a los masculinos; obliga a asumir
casi en exclusiva la maternidad... Por otra parte, las mujeres pueden adscribirse
voluntariamente a su género politizándolo críticamente. Es decir, transformando el
género como destino en un genérico emancipador. El movimiento feminista lleva más de
dos siglos organizándose para constituir a las mujeres en un sujeto emergente. Los
lobbyes, las redes y, en general, los pactos entre mujeres constituyen el núcleo más
visible de la solidaridad feminista .
La constitución de las mujeres
en un genérico, en un actor social por tanto, no tiene su origen en ninguna esencia u
ontología que constituya un modo de ser original femenino. Lo femenino no es natural, es
una construcción normativa resultado de la dominación patriarcal. Las mujeres
constituyen un grupo social e históricamente construído. El género no posee un núcleo
o esencia fija e inmutable. La estructura patriarcal y generizada de nuestra sociedad nos
coloca colectivamente en condiciones de marginación social. Los procesos de
socialización y sexualización, la interiorización de los valores masculinos, han
producido modos de sentir, pensar y actuar que han conformado un modo de ser con rasgos
propios. Señala Kate Millet que la socialización por género produce dos culturas y dos
formas de sentir radicalmente diferentes. La sexualización implica que cada género tiene
que interiorizar las pautas necesarias para saber qué tiene que pensar o hacer para
satisfacer las expectativas de género . Sin embargo, esta identidad femenina, orientada
hacia la ética de los cuidados, del amor, de la intimidad y de la renuncia, ha sido
creada en gran parte por los varones. En las mujeres no hay una herencia cultural
claramente separada ni tampoco deseable que permita redefinir lo que es tener una
identidad de mujer .
No hay que sustancializar las
identidades porque todas ellas son construcciones sociales. Son los varones quienes crean
a las mujeres como son los payos quienes crean a los gitanos, los blancos a los negros y
los heterosexuales a los homosexuales. Como explica Celia Amorós "la construcción
socio-cultural de los géneros tal como nos es conocida no es sino la construcción misma
de la jerarquización patriarcal" . El colectivo de las mujeres se ha constituído
históricamente en buena medida con la identidad que le ha asignado el patriarcado. Esa
identidad colectiva está transformandose en otra identidad que surge de la conciencia de
quien ya ha comenzado a ser y ejercer como un actor social. Celia Amorós define este
proceso como el tránsito del 'nosotras-objeto' al 'nosotras-sujeto' y señala que este
paso requiere que el 'nosotras-objeto' se constituya críticamente para definir a quienes
han conceptualizado a las mujeres como 'lo femenino' a través de sus discursos, sus
prácticas y sus definiciones .
Si todas las identidades y las
diferencias sociales han sido históricamente construídas a partir de unas relaciones
sociales de dominio, la identidad de las mujeres ha estado determinada por las relaciones
de dominación patriarcales: "El problema predominante para las mujeres como mujeres
no es que el sector más numeroso o más poderoso de la comunidad sea indiferente o no se
interese en conservar la identidad del sexo femenino, sino que esta identidad está puesta
al servicio de la opresión y la explotación" .
La búsqueda o construcción de
una esencia femenina anterior y distinta a toda dominación masculina no es un argumento
política y estratégicamente útil para las mujeres porque conduce a la autosegregación
y a la autoexclusión para mantener incontaminada y pura esa presunta esencia original.
Por otra parte, si se ontologiza la diferencia sexual se hace casi imposible la
vindicación. Como señala Celia Amorós si no se irracionaliza el hecho histórico de que
los varones se han apropiado de lo que ellos mismos han definido como lo genéricamente
humano nos quedamos sin el presupuesto de la vindicación . Si el movimiento feminista
renuncia a la vindicación en aras de la inhibición y de la autoexclusión el resultado
es que el sistema hegemónico masculino permanecerá intacto.
Como señala Javier de Lucas,
refiriéndose a las minorías nacionalistas y étnicas, "toda cultura es un
precipitado histórico, el resultado de evoluciones, rupturas e influencias innumerables.
No hay 'esencias' algunas que descubrir. La búsqueda de ese 'ser propio' podría conducir
en cambio a otra salida: identificarlo con alguna creencia cultural del pasado. Entonces,
al buscar lo peculiar puede caerse en la veneración de la tradición y bajo el nombre de
'identidad' correr el riesgo de sacralizar los aspectos culturales más reacios al
cambio" . En efecto, es una práctica usual entre grupos marginados que éstos
redefinan la autopercepción que de sí mismos tienen transformando algunos rasgos que el
grupo dominante ha caracterizado negativamente en rasgos positivos . Las mujeres no han
escapado a ese proceso. Las teorías de la diferencia sexual son una muestra significativa
de esta práctica. De otro lado, el hecho de que las mujeres ocupen posiciones
subsidiarias en la sociedad genera algún tipo de pertenencia y, por tanto, de identidad
colectiva. Esta pertenencia es la que puede acrecentar la solidaridad entre las mujeres y
fortalecer los vínculos con el genérico. Ello sitúa a las mujeres en mejores
condiciones para luchar por sus derechos.
El colectivo de mujeres, así
como también todas las minorías oprimidas, pueden mirar hacia la integración o hacia la
diferencia. En la actualidad, las teorías y prácticas feministas viven esa tensión.
Apropiarse de espacios de igualdad o profundizar la diferencia, e incluso, como algunas
proponen, reinventarla, ha sido el debate, y aún lo sigue siendo, sobre todo en Europa y
EE.UU., del movimiento feminista durante dos décadas. Sin embargo, ahondar o
reinventar la diferencia entre los géneros es una postura política cuya consecuencia
más peligrosa es la exclusión de todos los bienes y recursos sociales y políticos.
Cristine Delphy afirma que, si bien los géneros han surgido indisolublemente unidos a su
jerarquización y división, todo el feminismo quiere eliminar la dominación y la
jerarquización, pero una parte de éste se niega a eliminar la división. La conclusión
de esta socióloga es que sin jerarquización no puede haber división de géneros . La
identidad de género no puede ni debe ser planteada en términos ontológicos, sino en
términos políticos y emancipadores. El objetivo político del feminismo debe ser la
destrucción del sistema binario y la superación de las diferencias de género y las
identidades de género que las acompañan .
En todo caso, uno de los debates
actuales más recurrentes del feminismo es si la integración es un objetivo político
deseable para las mujeres. En este punto es necesario realizar una distinción analítica
entre integración y asimilación. La asimilación de cualquier grupo en un sistema social
tiene como consecuencia la renuncia del colectivo asimilado a su identidad política y a
la conquista de sus objetivos políticos, independientemente de que el sistema de
dominación sea más o menos flexible. Las políticas de asimilación implican que el
núcleo duro del sistema social hegemónico queda intacto. El patriarcado ha intentado de
todas las formas posibles la asimilación de las mujeres en sus sociedades. Más aún, la
asimilación de las mujeres a la sociedad patriarcal ha sido la condición de posibilidad
de la existencia del patriarcado. Las políticas de asimilación implican la
interiorización de normas y valores que los varones han asignado a las mujeres y por ello
son hostiles a la constitución de las mujeres como genéricos emancipadores y a la puesta
en práctica de políticas de discriminacíon positiva. Por el contrario, la integración
está vinculada a la eliminación de la discriminación. Las políticas de integración no
implican asimilación ni tampoco uniformización.
Democracia paritaria y derechos
políticos
Como señalábamos
anteriormente, la gran cuestión a resolver es el cumplimiento efectivo de la ciudadanía
para las mujeres y, en consecuencia, la ampliación de la democracia. Uno de los modos
posibles de solucionar tan graves insuficiencias, como ya hemos dicho, puede ser el
reconocimiento político-jurídico de derechos específicos para las mujeres que se
traduzcan en políticas de cuotas paritarias. La idea que quisiera desarrollar es que el
reconocimiento de esos derechos no sólo es compatible con el principio de igualdad, sino
que desarrolla esa igualdad al eliminar ámbitos de exclusión. Los derechos del colectivo
de mujeres serían la consecuencia del reconocimiento del derecho a la autonomía y
libertad personales de los individuos que componen ese colectivo . Dicho de otra forma,
esos derechos deben extraerse de la prohibición general de discriminación.
¿Es compatible la
reivindicación de derechos de las minorías y de otros grupos sociales como el de las
mujeres, que no sólo no son una minoría sino que constituyen la mitad de cada minoría,
y de la humanidad, con el mantenimiento del paradigma de la ciudadanía para todos los
ciudadanos? Rotundamente sí. Los derechos corresponden en primer lugar a los individuos,
independientemente de las minorías a las que pertenezcan, aún cuando hay que subrayar
que muchos individuos no pueden disfrutar de los derechos de los que son titulares debido
a que se encuentran en algún espacio de la sociedad o pertenecen a algún grupo a los que
esos derechos no se extienden. La legitimidad del reconocimiento de derechos políticos
debe pender siempre de la aprobación de los individuos del genérico. Los individuos
deben ser la fuente y el lugar de adopción de decisiones. En otros términos, de un lado
los colectivos pueden ser titulares de derechos siempre que ello no suponga anular la
autonomía individual y, de otro, "el límite en el reconocimiento de esos
derechos colectivos es que no se obligue a nadie contra su voluntad a ser titular en
cuanto miembro del grupo" . Todos y cada uno de los individuos deben conservar la
libertad de su pertenencia a ese grupo.
El reconocimiento
político-jurídico de derechos específicos debe tener lugar sólo en el caso de
colectivos que padezcan situaciones sociales crónicas de exclusión social sin vías
próximas de resolución. Ahora bien, ¿cómo pueden hacerse efectivos los derechos
colectivos para las mujeres o para otra minoría? La condición sería reconocer la
personalidad jurídica de las mujeres, "su reconocimiento como sujeto de derecho, lo
que le permitiría no sólo ser beneficiaria de derechos colectivos, sino, sobre todo,
poder actuar autónomamente en el ejercicio de la defensa de los mismos, pero también en
el de la defensa de los individuos pertenecientes a la misma y que, con mucha frecuencia,
no tienen posibilidad real de acceder, en cuanto tales individuos, a los mecanismos de
garantía" .
¿Qué derechos deben
reconocerse políticamente a las mujeres? El primer paso es la equiparación, es decir la
no discriminación en los derechos. Esto supone concentrar la acción en la garantía de
igualdad respecto a los derechos individuales. El reconocimiento de los derechos
políticos de las mujeres deben concentrarse en su participación paritaria en las
decisiones del Estado a través de un gran variedad de mecanismos: desde la reserva de una
cuota paritaria de representación en el Parlamento, gobierno nacional, gobiernos
autonómicos y municipales, hasta el establecimiento de mecanismos preceptivos y
vinculantes de consulta a las mujeres en el caso de decisiones que les afecten
específicamente. Esto requiere un sistema de control y garantía de los derechos que
debería incluir una instancia jurisdiccional a la que pudieran llegar los recursos y que
obligase al estado. No obstante, las reivindicaciones de las mujeres deben ser
debatidas y resueltas en el Parlamento, puesto que esa es la institución depositaria del
poder legítimo por excelencia. El conjunto de instituciones del estado debe tender hacia
una composición paritaria en sus órganos de decisión.
En este sentido, es urgente la
institucionalización de la figura del defensor o defensora de las mujeres, como sucede en
Noruega , que por un lado atendiese las reclamaciones de quienes se sienten discriminadas,
y por otro controlase y asesorase a la Administración y a las instituciones de
representación del estado. También es urgente la institucionalización de una figura
consultiva que pudiese aconsejar sobre las políticas de igualdad o bloquear los mensajes
sexistas que tan habitualmente aparecen en los medios de comunicación. Si bien la
igualdad requiere que las mujeres participen paritariamente en todos los espacios de
decisión, es particularmente importante investigar la influencia del poder político en
la posición de las mujeres en las sociedades contemporáneas. Actualmente, existen
elementos que nos indican que las instituciones y los procedimientos democráticos pueden
ser fuerzas emancipadoras para la sociedad y pueden favorecer el progreso económico y
social .
La integración e inclusión
política de las mujeres en el sistema democrático, es decir, la implementación de
políticas feministas, debe instrumentalizarse a través de la acción positiva, la
discriminación inversa y, sobre todo, deben concretarse en políticas paritarias. El
reconocimiento político y jurídico de las mujeres, con el consiguiente derecho a
participar en los asuntos del estado y en la toma de decisiones que afecten su vida, tiene
como objeto último la igualdad y su horizonte futuro es la disolución como tal
genérico. La exclusión de las mujeres de la vida pública deslegitima el sistema
político. Como señala Amorós, lo importante no es sólo que las mujeres estén en el
espacio público, sino lo que dicen en él. Por eso es imprescindible la construcción de
un espacio político feminista. La existencia de ese espacio está íntimamente vinculado
con el desarrollo de la democracia. Si las mujeres no se apropian de la mitad de los
recursos políticos las sociedades occidentales no serán nunca plenamente democráticas.
NOTAS
. LAMO DE ESPINOSA, EMILIO,
"Fronteras culturales", en Culturas, estados, ciudadanos. Una aproximación al
multiculturalismo en Europa, Emilio Lamo de Espinosa (Ed.), Madrid, Alianza Editorial,
1995, 13-79; p. 20.
. CALDERÓN, FERNANDO,
"Diversidad cultural y ciudadanía", en Leviatán (Madrid), nº 70, invierno de
1997, 129-137; p. 130.
. FRASER, NANCY,
"Multiculturalidad y equidad entre los sexos", en Revista de Occidente (Madrid),
nº 173, octubre de 1995, 35-55; véase especialmente 39-43.
. LAMO DE ESPINOSA, EMILIO,
"Fronteras culturales", op. cit., p. 18.
. DE LUCAS, JAVIER, "¿Elogio
de Babel? Sobre las dificultades del Derecho frente al proyecto intercultural", en
AA.VV.: Multiculturalismo y diferencia. Sujetos, nación, género, en Anales de la
Cátedra Francisco Suárez (Granada), nº 31, 1994, 15-39; p. 35.
. FRASER, NANCY,
"Multiculturalidad y equidad entre los sexos", op. cit., p. 55.
. ELÓSEGUI ITXASO, BEGOÑA,
"Asimilacionismo, multiculturalismo, interculturalismo", en Claves de Razón
Práctica (Madrid), nº 74, julio/agosto, 1997, 24-32; p. 24.
. TOURAINE, ALAIN, "¿Qué es
una sociedad multicultural? Falsos y verdaderos problemas", en Claves de Razón
Práctica (Madrid), octubre 1995, 14-25; p. 25.
. TENZER, NICOLAS,
"Elaboration et expression de la citoyenneté. Intégration
republicaine ou société multiculturelle", en Cahiers Français (Paris), nº 281,
mai-jun 1997, 69-75; pp. 69-71.
. MOUREAU DEFARGES, PHILIPPE, "La
citoyenneté en question. Citoyenneté et crise de l'Etat-nation", en Cahiers
Français, op. cit. 33-37; p. 33.
. Véase CASTELLS, MANUEL,
"Fin del Estado nación", en EL PAÍS, 26 de octubre de 1997. Véase también
del mismo autor el volumen II de La era de la información. Economía, sociedad y cultura,
titulado El poder de la identidad, Madrid, Alianza, 1998; véase especialmente el
capítulo 5: "¿El estado impotente?"; 271-391.
. TOURAINE, ALAIN, op.
cit., p. 16.
. TOURAINE,
ALAIN, op. cit., p. 17.
. Véase CASTELLS, MANUEL, "¿Fin del Estado
nación"?, en EL PAIS, 26 de octubre de 1997.
. DONATI, PIERPAOLO, "El
desafío del universalismo en una sociedad multicultural", en Sociología. IESA
(Madrid), nº 17, Tercera Época, mayo-agosto, 1997, 7-39; p. 22.
. Javier de Lucas discrepa de
Garzón Valdés porque a su juicio éste último identifica multiculturalismo en sentido
fuerte con las propuestas formuladas desde el comunitarismo más duro.
. TOURAINE, ALAIN, op.
cit., p. 21.
. GARZÓN VALDÉS, ERNESTO, "Cinco
confusiones acerca de la relevancia moral de la diversidad cultural", en Claves de
Razón Práctica (Madrid), nº 74, julio/agosto, 1997, 24-32; p. 13.
. Ibidem, p. 15.
. COBO, ROSA y DE MIGUEL, ANA,
"Diversidad cultural y multiculturalismo", en Amnistía Internacional: La
mutilación genital femenina y los derechos humanos, Madrid, Ed. Los libros de la
catarata, 1998; pp. 7-14.
. TOURAINE, ALAIN, op.
cit., p. 15.
. GINER, SALVADOR, "La urdimbre moral de la
modernidad", en Salvador Giner y Riccardo Scartezzini (Eds.): Universalidad y
diferencia, Madrid, Alianza, 1996, pp. 43-80.
. OKIN, SUSAN M., "Desigualdad
de género y diferencias culturales", en Carme Castells (Comp.): Perspectivas
feministas en teoría política, Barcelona, Paidós, 1996; pp. 190-194.
. FRASER, NANCY,
"Multiculturalidad y equidad entre los sexos", op. cit., p. 37.
. THORNTON DILL, BONNIE,
"Race, class, and gender: prospects for an all-inclusive sisterhood", en AA.VV.,
The education feminism Reader, New York, Routledge, 1994, 42-57; pp. 42-46. (Traducción inédita de Marisa Ferreras).
. Véase HEALEY, JOSEPH
F., Race, Ethnicity, Gender and Class in The United States, Thousand Oaks, CA: Pine Forge
Press, 1997.
. DONATI, PIERPAOLO, op. cit., p. 34.
. AMORÓS, CELIA, Tiempo de
feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Madrid, Cátedra, col.
Feminismos, 1997; p. 63.
. PATEMAN, CAROLE, El contrato
sexual, Traducción de María Luisa Femenías, Barcelona, Anthropos, 1995. Véase también
ROSA COBO, Fundamentos del patriarcado moderno. Jean Jacques Rousseau, Madrid, Cátedra,
col. Feminismos, 1995.
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