El velo y el terror
por Fatima Mernissi
En nombre de la tradición
contra la sociedad civil
¿Es posible que exista alguna relación entre el
ideal del velo, aclamado por los jeques y emires del petróleo en los años
ochenta ‑a veces impuesto por un programa religioso de Estado‑ y el crecimiento
del terrorismo religioso en muchas de las capitales islámicas, en esta triste
época marcada por la Guerra del Golfo, la crisis y la intolerancia? ¿Qué tiene
que ver el ideal sagrado del velo, impuesto como política de Estado en muchos
de los países ricos en petróleo, como Arabia Saudí, con estas oleadas de
terrorismo religioso?
Escribo esta introducción en la
sangrienta primavera de 1993, cuando este enfrentamiento inútil entre Estado y
oposición fundamentalista, cada día, se cobra víctimas civiles en las calles de
El Cairo y Argel. Quiero proponer aquí que tanto las campañas a favor del velo
en los ochenta como el terrorismo en los noventa forman parte de una estrategia
infame para silenciar a los ciudadanos y frenar el proceso democrático. La
extensión del terrorismo justificado por la religión en los años noventa es una
respuesta atormentada de una sociedad musulmana mutilada, cuyas fuerzas
progresistas fueron reprimidas salvajemente, en parte precisamente por esas
campañas sistemáticas que pretendían esconder la mitad de la población detrás
de un velo.
Los artículos reunidos en este
libro se escribieron en los años ochenta e intentan responder, desde diferentes
ángulos, a la misteriosa pregunta que me obsesionaba por aquel entonces: ¿Por
qué los Estados árabes son tan hostiles a las mujeres? ¿Por qué no las pueden
ver como fuerza motriz del progreso? ¿Por qué ponen tanto empeño en humillarnos
y rechazarnos? ¿Porqué siempre nos vuelven a rechazar y a excluir, a pesar del
esfuerzo que realizamos para educarnos, ser productivas y útiles?
No comprendí el misterio de la
hostilidad estatal hacia la mujer hasta que estalló la Guerra del Golfo. Fue
entonces cuando se vio claramente que no se trataba tanto de una guerra contra
la feminidad como de una guerra contra la democracia. Las mujeres simplemente
constituían un grupo fácil de manipular porque no estaban organizadas y por lo
tanto no ostentaban ningún poder, y además por la rica tradición misógina que se
podía recalentar fácilmente y difundir por medio de las nuevas tecnologías
(televisión, el monopolio de Estado sobre los libros de texto, etc.).
La Guerra del Golfo ilustra la
perfidia de los Estados árabes. Fue iniciada no para defender los intereses de
los ciudadanos sino para aplastar cualquier intento de construir una sociedad
civil y de censurar cualquier posibilidad de controlar a los dirigentes. Además,
la Guerra del Golfo demostró que no tiene sentido dedicar presupuestos elevados
al ejército en los países árabes (en los años ochenta compraron el 4o% del
total de las armas vendidas mundialmente), y según un estudio americano:
«Oriente Medio sigue siendo el mayor mercado para la venta de armas y
equipamiento militar. En 1987 en esta parte del mundo se importaron unos 17,9
billones de dólares en armas en total, casi el 38% del mercado mundiat.» (1)
De hecho esta inversión
surrealista en la compra de armas inútiles, en países en los cuales la explosión
demográfica es preocupante y donde el paro juvenil está creciendo rápidamente,
no‑ hubiera sido posible si las fuerzas progresistas hubiesen podido desempeñar
su papel de constructores de la sociedad civil. No se hubiera podido malgastar
parte de los recursos en la importación de armas inútiles, si los
representantes de los gobiernos y los ministros de los gabinetes tuvieran que
responder de sus decisiones, si sus políticas se debatieran y si los ciudadanos
las pudieran controlar. La Guerra del Golfo también ha puesto en evidencia la
importancia del petro‑dólar y las inversiones de los emiratos del petróleo ‑con
Arabia Saudí a la cabeza‑ en reforzar el Islam y los movimientos conservadores
de extrema derecha. Son estrategias del Estado para debilitar la sociedad civil,
lo mismo que la obligatoriedad del velo.
Los artículos «Reconstruir
Bagdad» y «Vale más escribir que hacerse un lifting» se han escrito después de
la guerra y explican lo que significa ser una mujer árabe y caer en la cuenta,
después de años de estudio, que los representantes del Estado y los burócratas,
los apparachiks que nos niegan la ilusión y la oportunidad de conseguir algo de
dignidad, de disfrutar de nuestros derechos y de convertirnos en ciudadanos
responsables, capaces de debatir los problemas y de proponer alternativas, de
hecho son nulidades mediocres sin otro poder aparte de la espada que blanden por
encima de nuestras cabezas. Los burócratas de los países árabes no solo
malgastan nuestro dinero, además convierten a la mujer en un objetivo
estratégico para paralizar las libertades civiles.
Las campañas que se llevaron a
cabo en los años ochenta para reforzar la obligatoriedad del velo tuvieron
muchos efectos trascendentales. En primer lugar constituían un ataque a la
democracia: obligada a ponerse el velo, la mitad femenina de la población se
hizo invisible como por arte de magia, volvió a la esfera doméstica y dejó de
participar en la vida pública. Fue una manera de advertir a las mujeres que no
había lugar para ellas en la esfera pública, que de hecho también estaba vedada
a la otra mitad de la población.
En segundo lugar el velo
distraía la atención, con mucho éxito, del problema acuciante del desempleo que
crecía a pasos agigantados, sobre todo a causa de la explosión demográfica
incontrolada. Con uno de los índices anuales de natalidad más altos del mundo
(3,9%) se estima que la población del mundo árabe ha crecido de 188 millones de
personas en 1985 a 217 millones en 1990, un aumento de 29 millones de personas.
Pero en lugar de obligar a sus ciudadanos a debatir las causas del crecimiento
demográfico incontrolado, que probablemente hubiera puesto en duda muchas
políticas sociales y económicas, como la educación, la salud y la creación de
empleo, además de reforzar las fuerzas progresistas, partidos, sindicatos y
asociaciones no gubernamentales, los Estados árabes hicieron todo lo contrario.
Las fuerzas progresistas no solo fueron aplastadas por métodos autoritarios
clásicos como el acoso y el encarcelamiento de los intelectuales, la
prohibición de libros, la represión de la oposición por medio de la prohibición
de las asociaciones; además se gastaron grandes reservas de petróleo en la
fabricación de una cultura antidemocrática. Se promocionó un petro Islam creado
en el Ministerio del Interior, cuyo mensaje principal es la obediencia ciega al
jefe.
A principios «de los setenta la
financiación sistemática de movimientos religiosos conservadores fue llevada a
cabo como un programa estatal panárabe, impulsado principalmente por el
presidente Sadat. «Anwar Sadat, al llegar al poder comenzó a revocar muchas de
las políticas de Nasser. Comunistas y seguidores de Nasser se convirtieron en
enemigos oficiales del régimen. Como el poder de Sadat se basaba únicamente en
el apoyo del ejército, decidió reforzar la política de la derecha, sobre todo de
la derecha religiosa. Así en 1971, alentado por Sadat, rey Falsal de Arabla
Saudí ofreció cien millones de dólares al jeque Abdel Halim Malimotid, rector de
Al‑Azhar (la famosa universidad religiosa de El Cairo y el centro más importante
del saber islámico), para financiar una campaña a favor del Islam y en contra
del comunismo y del ateísmo, en lo que de hecho era un tratado único entre un
estado y una institución religiosa extranjera. La campaña publicitaria no ahorró
en gastos: se escribieron libros, se construyeron mezquitas nuevas y se
reclutaron estudiantes». (2)
El objetivo del Islam
financiado por los petro‑dólares era bloquear el debate democrático en el mundo
árabe: se prohibió el control de natalidad y se disimuló el desempleo así como
la migración de los jóvenes que era su resultado, hasta llegar a la situación
actual. Hoy día miles de jóvenes intentan escapar de sus tristes países
autoritarios como inmigrantes clandestinos a Europa, mientras otros se unen a
la protesta islámica militante y a veces caen en la violencia del extremismo
terrorista.
Los países europeos protegen
sus fronteras como si fueran las puertas de un harén, algo que en lugar de
solucionar el problema de la migración crea situaciones muy desagradables, como
la descrita aquí por la experta Graciela Malgesini: «Casi cada día en la costa
mediterránea los windsurfistas adinerados despliegan sus velas coloridas y se
echan al mar. Cada vez que el viento invita a estos acrobatismos arriesgados en
las crestas de las olas, también convierte al estrecho en una tumba inmensa
para inmigrantes clandestinos marroquíes. Solo entre enero y octubre de 1992, se
ahogaron más de doscientas personas. Cruzan el estrecho tomando muchos riesgos y
con muy pocas posibilidades de éxito. La mayoría son capturados en cuanto
llegan a tierras españolas o incluso en alta mar. En los primeros diez meses
de 1992, 2.000 inmigrantes indocumentados fueron detenidos en las costas de
Cádiz. En 1991, 2.500 fueron capturados solo en Andalucía. Por lo visto
prefieren arriesgarse a seguir soportando la terrible miseria que reina en sus
países.» (3) Al preguntarles porqué decidieron emigrar, muchos de los jóvenes
contestaron: «La muerte es mejor que la miseria.» (4)
No se puede entender la
extensión del extremismo y de los movimientos fanáticos de protesta que
actualmente se producen en la cuenca sur del Mediterráneo, sin tener en cuenta a
estos jóvenes desesperados de ambos sexos que no tienen ningún poder para
influir sobre las decisiones políticas de su país y que cruzan el mar en barcos
inestables en busca de una Europa fantástica que ya no existe. La inmigración
clandestina y el fanatismo militante son dos caras de la misma moneda: la
represión de la sociedad civil por grupos de interés y lobbies del petróleo,
tanto nacionales como extranjeros; una situación que se hizo bien clara en la
Guerra del Golfo.
En lugar de alertar a la
opinión pública por la explosión demográfica y de analizar las mejores opciones
para reducir el índice de natalidad ‑la educación de las mujeres es una de
ellas, según los estudios demográficos internacionales‑, los Estados árabes
insisten en la obligatoriedad del velo y se niegan a reconocer el analfabetismo
y la marginación de la mujer como un problema. Actualmente no existe ningún
programa estatal serio, comprensivo y democrático para combatir la explosión
demográfica (significaría la promoción de la mujer) y por lo tanto se estima que
en el año 2.000 la población árabe alcanzará los 281 millones de personas.' Si
se tiene en cuenta que actualmente dos tercios de la población árabe son
menores de veinticinco años, esto significa que para el año 2.000 se tendrían
que crear aproximadamente unos 145 millones de puestos de trabajo.
Sin embargo, actualmente hasta
las naciones desarrolladas y ricas del Mercado Común Europeo tienen que admitir
que hay una recesión. Para justificarse ante los ciudadanos los gobiernos, cada
día, proponen nuevas estrategias para crear esos puestos de trabajo ‑apenas unos
millones‑ que hacen falta para cubrir todas las demandas. Los gobiernos árabes,
en cambio, no tienen que dar explicaciones de ningún tipo. Evitan cualquier
discusión de los graves problemas económicos, distrayendo la atención al campo
de la discusión religiosa y dándole una connotación moral a cuestiones
básicamente financieras, fiscales y comerciales. Por esto el comportamiento
sexual de las mujeres (qué hacen con su cuerpo, si se peinan o se cubren el
cabello), se discute en la televisión (controlada por el Estado) como si fuera
una cuestión vital para la supervivencia de las naciones. Y de hecho en la
historia de los países árabes modernos, el velo realmente lo es.
La función del velo, hidshab,
que en árabe literalmente quiere decir cortina, es evitar la
transparencia, velar o esconder determinados asuntos. Está claro que no me
refiero al velo de una mujer que por libre albedrío, sin recibir presiones de
los políticos o de su marido, decide llevar un pañuelo en la cabeza y cubrirse
el cabello y la cara. Esto constituye una iniciativa propia, una elección
personal como lo pueden ser la preferencia de un cosmético y de un peinado
determinado. El velo del cual hablo continuamente en esta introducción es un
velo intrínsecamente relacionado con la política. Es el velo obligatorio
impuesto por autoridades políticas como Jomeini, quien en julio de 1980 pasó la
ley del hidshab, decretando la obligatoriedad del velo para todas las
mujeres que trabajaban para el Estado, o el velo impuesto por la policía en
Arabia Saudí. En este país las mujeres no pueden salir a la calle sin cubrirse
el cabello; incluso las mujeres extranjeras tienen que cumplir este mandato.
Bien mirado, el velo y el
terror tienen mucho en común: son dos fenómenos que se producen en lugares donde
la libre expresión es censurada cruelmente, donde los políticos han optado
deliberadamente por bloquear el proceso democrático para asegurar su propia
supervivencia. El ideal político del velo y del terror no son más que dos
reflejos extraños y sexualmente distorsionados de la misma represión brutal de
las voces de los ciudadanos y de su deseo de expresarse. Son reflejos de la
misma mutilación de la expresión personal, solo que el velo atañe a las mujeres
y el terrorismo suele ser cosa de hombres.
La obligatoriedad del velo como
una política de Estado que se apoya en la religión, la impusieron en los años
ochenta señores musulmanes con petróleo tan distintos entre sí como el Imám
Jorneini y el rey de Arabia Saudí. No perseguían un objetivo espiritual
inspirado por la religión y dirigido contra el sexo, como muchos pensaron. De
hecho la obsesión agresiva por el velo de los políticos ricos en petróleo de
los años ochenta no pretendía atacar a las mujeres, era un asalto al proceso
democrático y una ofensiva contra sociedades civiles llenas de esperanza. El
objetivo principal era evitar que hubiera transparencia en la toma de decisiones
políticas. Y si escondían a las mujeres tras un velo no solo callaban al 50% de
la población; además era una manera de difundir su mensaje: «Callaros y que no
se os vea» como diría McLuhan. Y este mensaje se dirigía a ambos sexos, aunque
solamente las mujeres fueron utilizadas como actores pasivos del escenario
político.
En los años ochenta me
preguntaba una y otra vez: ¿Por qué tantos políticos musulmanes utilizan su
manera de entender la religión y nuestra tradición sagrada como excusa para
obligar a las mujeres a cubrirse el cabello con un velo, a esconder su pecho en
pesados tchadors y a caminar con la mirada modesta fija en el suelo? Si
su objetivo era enseñarnos el Islam ‑según ellos nos habíamos desviado del buen
camino‑, entonces ¿por qué no nos enseñaban la belleza del Islam del Profeta
Muhammad? Descubrí a Muhammad durante la investigación que llevé a cabo sobre
Medina, ciudad donde vivió durante la primera década del calendario musulmán
(622‑632 del calendario cristiano). Se convirtió en el protagonista de mi libro
Le Harem polítique, por ser un defensor de la dignidad de las mujeres y
por abrirles las mezquitas en igualdad de condiciones que a los hombres. ¿Por
qué estos políticos convertidos en imames insisten en una lectura del Islam que
nos niega nuestra dignidad y nos exige obediencia? ¿Cómo es que no perciben
todos estos datos históricos que demuestran el potencial de la mujer que podrían
aprovechar para construir un Islam basado en los derechos humanos? El artículo
«Las mujeres en la historia del Islam» ‑el impulso inicial de la reflexión que
culminó en Le Harem polítique‑, da una idea de la facilidad con qué se
podrían encontrar datos en las escrituras sagradas y en la historia clásica para
defender los derechos humanos y la dignidad de la mujer, si este realmente fuera
el objetivo delos Estados islámicos, de sus líderes políticos y de los grupos
que compiten con ellos, alegadamente por diferencias religiosas.
Es evidente que este no es el
objetivo de los imames y emires del petróleo. Su interés por nuestra tradición
espiritual más sagrada solo persigue el fin de mantenerse en el poder. Han
utilizado el Islam como credo y como herencia histórica y cultural, únicamente
para justificar a sus verdugos y para reafirmar su autoridad como censores y
represores.
El Islam del petróleo fue
financiado para enmascarar la realidad del despilfarro de los recursos humanos y
económicos. Así los líderes pudieron continuar ejerciendo su poder autoritario
sin ser controlados. Y esto era precisamente lo más urgente para los musulmanes,
sobre todo las mujeres, en los años ochenta. Si las mujeres hubiesen podido
influir en lo que los ingenieros políticos hacían, sus problemas reales, que
iban más allá de peinados y velos, igual se hubieran llegado a discutir. Entre
sus mayores preocupaciones estaban el analfabetismo, un sueldo justo, la
seguridad social y como no, el control de natalidad. El analfabetismo de las
mujeres en muchos países islámicos es grave y más extendido que en cualquier
otra parte del mundo. Más del 80% de las mujeres son analfabetas en Mauritania,
Sudán y Somalia, el 75% en Arabia Saudí, dos terceras partes en Marruecos y la
mitad en Argelia, Libia, Túnez y Egipto, según un estudio de la UNESCO sobre el
mundo árabe.(6) Sin embargo, esto nunca ha preocupado mucho a los políticos que
hacían del Islam su causa, olvidando que los rasgos más importantes de esta
religión son las solidaridad con la comunidad y la distribución igualitaria de
los recursos y de las oportunidades. Un jefe de Estado musulmán realmente
preocupado no podría haber ignorado el problema del analfabetismo; esta
mutilación terrible que muchas mujeres tienen que soportar como si estuvieran
ciegas en un mundo en el cual poder descifrar información, leer y escribir, se
han convertido en derechos humanos básicos.
Si estos Estados en los años
ochenta hubieran desarrollado estrategias para combatir el analfabetismo de las
mujeres en lugar de financiar los mensajes del Ministerio del Interior que
incitaban a la obediencia, camuflados de religiosidad tradicional, el problema
de la explosión demográfica se podría haber resuelto. Estadísticas realizadas
en el Tercer Mundo vienen demostrando desde principios de los ochenta que el
mejor control de natalidad es educar a las mujeres. Según los sondeos
realizados, una mujer marroquí analfabeta probablemente tendrá de cinco a seis
hijos. Si tiene acceso a la escuela primaria solamente tendrá cuatro. Con una
educación secundaria, empieza a tomar en cuenta su calidad de vida y la de sus
hijos, hace planes para adecuarse mejor a sus recursos y reduce el número de
sus embarazos. La miseria más apremiante, de la cual el analfabetismo es un
buen indicador, no permite que la mujer se considere como un agente autónomo que
puede controlar y dirigir su vida. La solución a la presión demográfica y a la
cada vez más problemática migración en el Mediterráneo está enteramente en manos
de las mujeres. Pero como señala el artículo «¿Planificación familiar sin
democracia?», la solución no está en obligar a la mujer a tomar pastillas, sino
en ayudarla a construir su propia autonomía económica y política. Y esto nos
devuelve a la misma pregunta obsesiva que me formulo cada vez que pienso en
nuestro absurdo mundo árabe surrealista, en el cual tenemos más que suficientes
recursos energéticos y talentos humanos como para emerger como una potencia
mundial equilibrada, administrada sin violencia y con una conciencia ética,
pero dónde la mala administración, el dolor, la tristeza y la violencia son
nuestro pan de cada día.
¿Por qué los políticos no
pueden soportar a una mujer musulmana desafiante, que se planta delante de
ellos, con los hombros bien altos y el pecho muy avanzado, mirándoles a los
ojos audazmente para descubrir lo que están tramando? ¿Por qué los políticos no
soportan ver nuestro cabello y nuestras caras sin velo o que les miremos sin
miedo de frente? Durante años me pregunté por qué era tan importante para los
políticos que tuviéramos una actitud modesta, humilde, resignada, con la cabeza
caída como víctimas? ¿Por qué todos sueñan con esa criatura silenciosa y
sumisa, totalmente escondida tras un velo? ¿Qué misterio se esconde tras este
sueño político que contagia todos los escenarios políticos islámicos, tanto los
de izquierdas como los de derechas, tanto los regímenes oficialmente
establecidos como las oposiciones clandestinas? ¿Por qué todos los hombres
musulmanes que eligen la carrera política de emires, si pueden controlar
suficiente petróleo, o de presidentes de república, cuando no hay (o muy poco)
petróleo a su alcance, de repente están obsesionados por el sueño de la dama
humildemente inclinada y siempre silenciosa?»
Algunas tardes de verano en la
playa de Temara, cuando estoy muy cansada de todo, me siento en el balcón y
observo a todos estos jóvenes de ambos sexos que andan miles de kilómetros para
escapar de sus barrios de chabolas y calles oscuras, para disfrutar de las
playas de] Atlántico. Me pregunto hasta cuándo este mundo árabe, a punto de
entrar en el siglo XXI, podrá permitirse el lujo de bloquear el diálogo entre el
Estado y la juventud en general y las mujeres en particular. ¿Hasta cuándo los
políticos árabes mantendrán vivo el sueño de la mujer obediente, cuando ellas no
solo han dejado de vivir sus papeles tradicionales sino incluso han abandonado
las fantasías tradicionales de los hombres, para crear otras como andar
kilómetros para ir a la playa? ¿No sería mejor crear escuelas especiales en las
cuales se formarían mujeres tradicionales para nuestros políticos, así se
casarían con ellas y las amarían y nosotros podríamos seguir adelante con este
país y organizar nuestros recursos democrática e inteligentemente para que sean
más productivos .
A veces pienso que deberíamos
hacerlo. Crear escuelas de este tipo o hacerles un lavado de cerebro a nuestros
políticos para que olviden este ideal obsesivo de la mujer obediente, cabizbaja,
sumisa y silenciosa. Quizás las mujeres musulma4as deberían pensar en una
vacuna liberadora que se podría inyectar en nuestros líderes políticos a los
veintiún años. Si muestran algún interés por la política siendo niños, darles
una pastilla para que acepten a una mujer autosuficiente e independiente. En
cualquier caso, deberíamos hacer algo para ayudar a estos hombres para que vean
la realidad y entiendan que esta criatura obediente ha desaparecido del mapa. ¡Y
esto incluye a los países árabes!
Ninguna excusa de tipo cultural
puede salvar a los políticos musulmanes de tener que enfrentarse a mujeres
independientes. Igual que la esclavitud, que muchos de nuestros países árabes
defendieron como nuestra cultura sagrada a principios del siglo, cuando
las potencias coloniales inglesas y francesas la prohibieron en 1807 (7). Las
clases dominantes africanas defendieron la esclavitud y consiguieron resistirse
a la prohibición durante casi un siglo, hasta que la acción de vender o comprar
esclavos fue criminalizada, pasaba a los tribunales y se cumplía la condena. De
hecho todavía en 1956 un delegado saudí declaró que en su país entre 150.000 a
500.000 personas vivían como esclavos. Espero que nosotras las mujeres no
tengamos que esperar hasta el año 2093 para que nuestros líderes se olviden de
sus fantasías de mujeres sumisas como animales de compañía. Necesitamos una
vacuna o un truco mágico para que metan a otra mujer en su fantasía.
El verano pasado pensando en
todo esto, me acordaba de un conocido anuncio de combustible: «¡Pon un tigre en
tu motor!». Pensé que las mujeres musulmanas deberían lanzar una gran campaña
publicitaria enfocada a nuestros líderes para machacarles el cerebro con el
slogan «¡Pon una mujer fuerte en tu vida!». Aunque lo que realmente sería maravilloso,
y el principio de una revolución cultural, sería tener acceso al dinero del
petróleo, a los petrodólares, para financiar esta campaña.
Espero que la lectura de los
artículos reunidos en este libro sea grata y que no se olvide que no podemos
cambiar Wall Strect si no logramos cambiar la fantasía obsesiva de los emires.
Porque los emires necesitan a Wall Street y Wall Street necesita a los emires. Y
a ninguno de los dos les interesa tener mujeres independientes y
autosuficientes, ni en tierras musulmanas ni en tierras del capitalismo
herético.
Estos viejos artículos
constituyen un intento desesperado de comprender lo que estaba pasando en mi
vida y en la de millones de personas como yo en los años ochenta y espero que su
lectura nos ayude a salir de este laberinto.
Ojalá alguien encuentre una
solución alternativa para los emires, aparte de la vacuna, la publicidad o un
lavado de cerebro.
Notas
1. Daniel Galik (ed.): World Military Expenditures and
Arms Transfers, Washingtn D.F., US arms Control and Disarmament Agency.
Defense Programs and Analysis division, 1988.
2. Mary Anne Weaver: «The Trail of the Sheikh»,
The New Yorker, (Nueva York, 12‑4‑1993).
3. Graciela Malgesini es coordinadora del Centro de
Investigación para la Paz de Madrid. Es experta en economía y estudios sociales.
Su artículo apareció en el Middle East Report (marzo‑abril 1993).
4. Artículos en El País, (26‑8‑1993) y (4‑1‑1993).
5. Anuario Estadístico de la UNESCO, 1988.
6. Abdelkade Sid Ahmad: «Le Monde Arabe á PHorizon
200D», Unesco, BEP GP1/51.
7. Ibrahim Baba Kabé: «La Traite Négriere». en Présence Africaine