1.- Cuando estamos pasando del segundo al tercer milenio, ¿qué reflexiones
se hace Juan Pablo II? ¿Qué piensa, sobre qué profundiza su corazón?
En el paso del segundo al tercer milenio, las reflexiones que se hace
el Papa en torno al futuro de la humanidad, son que la Iglesia, el Cristianismo,
tiene su propia visión del Mundo, tiene su escatología muy clara. En esta
perspectiva, el año mil o el año dos mil son una fecha como cualquier otra.
Pero, por otra parte, esa fecha es muy significativa porque hace dos mil
años nació Cristo; desde hace dos mil años este Cristo está presente y actúa
en la historia de la humanidad a través de la Iglesia, a través de los Apóstoles,
sus discípulos y sus misioneros. Desde luego, al final del segundo milenio
se debe hacer un examen de conciencia. ¿Dónde estamos? ¿A dónde nos ha conducido
Cristo? ¿En dónde nos hemos desviado del Evangelio? Esto exige, sin duda,
un análisis muy profundo. (Entrevista con Jan Gauwronski).
2.- Sabemos que el Papa preparó el evento del año 2000 desde hace muchos
años... y que lo hizo y lo hace rezando. ¿Por qué todo lo envuelve de oración
y oración?
La oración es siempre grande, cuando responde a una acción del Espíritu
Santo; pero es grande también cuando responde a necesidades o circunstancias
particulares.
En mi vida muchas veces he vivido una oración que podrá definirse grande.
De modo especial, tengo grabada en mi memoria la gran novena de preparación
para el milenio del bautismo de Polonia; la preparación para el milenio
duró nueve años. Millones de compatriotas míos consideraron también grande
esa oración, realizada en unión de la Madre de Dios. Para manifestar esa
unión tuvo lugar una peregrinación de la imagen de la Virgen de Jasna Góra,
y más exactamente, de la copia del original, que había sido bendecida por
Pío XII.
Así, año tras año, la gran oración adquiere todo su relieve; deriva también
del hecho de que nos estamos aproximando a grandes pasos al año 2000, al
final del segundo milenio después del nacimiento de Cristo. (En Loreto,
1994).
3.- Ya se ve que usted, Santo Padre, de jubileos sabe bastante porque
ha celebrado varios, ciertamente no tan sonados como éste del año 2000,
pero sí muy entrañables, como aquel al que ha hecho referencia de la evangelización
de Polonia. ¿Le viene algún recuerdo feliz de aquel evento y que tuviera
lugar en Roma?
Sí. Mi alegría aumenta por el recuerdo tan vivo en mi mente y en mi corazón
del día que vine aquí, a esta parroquia romana dedicada a Nuestra Señora
de Czestochowa, junto al Cardenal Stefan Wyszynski y otros obispos polacos
en 1965. Por entonces, se acercaba el jubileo del primer milenio del bautismo
de Polonia, y el Papa Pablo VI había decidido resaltar también en Roma aquel
gran acontecimiento del pueblo y de la Iglesia polaca. Las obras pronto
suspendidas, sólo se reanudaron en 1969, y por fin en Octubre de 1971 tuvo
lugar la consagración de la nueva iglesia por parte del Cardenal Wyszynski
y con la participación también mía (Homilía en Roma, 1979).
4.- Ha manifestado Juan Pablo II su deseo de canonizar a muchos cristianos
siervos de Dios. Algunos de épocas pretéritas, pero también y sobre todo
de nuestro tiempo, durante el Gran Jubileo del Año 2000. ¿Por qué ese deseo?
¿Qué papel juegan para usted los santos en el Cristianismo para que se haya
dado ese empujón tan grande a este asunto desde que usted inauguró su pontificado?
La verdadera historia de la humanidad está constituida por la historia
de la santidad, porque enseña a servir a los hermanos en la justicia y en
la caridad. Dos milenios de historia confirman esta afirmación. Desde las
primeras generaciones cristianas, en ninguna época de la Iglesia ha faltado
el testimonio de la santidad... Sin ese continuo testimonio, la misma doctrina
religiosa y moral, predicada por la Iglesia, correría el peligro de confundirse
con una ideología puramente humana.
La santidad, no sólo como ideal teórico, sino como camino que hay que
recorrer en fiel seguimiento de Jesucristo, es una exigencia especialmente
urgente en nuestros tiempos. Hoy la gente se fía poco de las palabras y
de las declaraciones solemnes; quieres hechos. Por ello, mira con interés,
con atención e incluso con admiración a los testigos. (Discurso, 15-II-1992).
La Historia de la Iglesia y del mundo se desarrolla bajo la acción del
Espíritu Santo, que con la libre colaboración de los hombres y las mujeres,
dirige los acontecimientos hacia la realización del designio salvífico de
Dios Padre. Manifestación evidente de esa Providencia divina es la constante
presencia a lo largo de los siglos de hombres y mujeres, fieles a Cristo,
que iluminan con su vida y con su mensaje las diversas épocas de la historia.
(1993).
No es un hecho casual que entre los Santos que venera la Iglesia haya
personas de todas las edades, de todos los pueblos y de toda condición social.
Por lo demás, también son "Santos" los que viven y mueren manteniéndose
fieles a la voluntad divina.
El mundo tiene necesidad urgente de una primavera de santidad que acompañe
los esfuerzos de una nueva evangelización, y ofrezca un sentido y un motivo
de confianza renovada al hombre de nuestro tiempo, a menudo defraudado por
promesas vanas y tentado por el desaliento. (Angelus, 1992).