por José H. Prado Flores
Con la frescura característica de quien nos transmite un acontecimiento
que ha oído narrar directamente una y otra vez de la boca del mismo Pedro,
marcos nos cuenta que un día Jesús, bordeando el mar de Galilea, vio
a Simón Pedro que remendaba las redes.
Por su parte, Simón estaba tan ocupado en sus quehaceres que ni cuenta
se daba que era visto y destinado, gracias a una mirada amorosa y profunda,
para ir a pescar a otros mares.
Lucas amplía más la escena y la introduce de manera diferente: Pedro había
pasado toda la noche en su barca intentando pescar; mas tristemente "nada"
había conseguido. Al amanecer, cansado y agobiado, desiste de su intento
y prefiere que su barca se transforme en un púlpito para que Jesús pueda
predicar desde allí a toda la multitud que se agolpaba sobre Él para
oír la Palabra de Dios. La misma barca que toda una larga y nocturna
jornada no había servido para pescar, ahora, gracias a palabras de vida
eterna que son pronunciadas desde ella, pesca hombres en la orilla del
lago.
Terminado Jesús de predicar dijo a Pedro:
Boga mar adentro.
Pedro estaba tan acostumbrado al mar de Galilea que nada podía esperar
en él; mas, cuando menos lo pensaba, el Señor le ordenó: Echa las redes
para pescar.
Parece contradictorio que un carpintero le enseñe a un pescador experimentado
cómo y dónde hay que pescar. Si la noche entera, que había sido el tiempo
más favorable para pescar algo, había resultado un fracaso, ahora, de día,
aparte de imposible, parecía absurdo. Por eso, Pedro, que conocía su oficio,
como por otra parte era siempre su costumbre, reclama, al mismo tiempo que
obedece:
Nosotros nada hemos conseguido, pero en tu palabra yo echaré las redes.
Habiéndolo hecho así, el resultado fue sorprendente: pescaron una
gran cantidad de peces, de modo que las redes se rompían. Tan abundante
como inesperada fue la pesca de esa mañana.
Entonces pidieron ayuda a Santiago y Juan que estaban en la otra barca;
pero aún así llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Pedro no podía creerlo y estaba lleno de asombro y de sorpresa.
Viendo esto Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús diciendo: ¡Apártate
de mí, Señor, porque soy un hombre pecador!
La mentalidad capitalista podría reprocharle al judío Pedro el no haber
aprovechado la oportunidad para hacer el gran negocio de su vida: ¿Por qué
no invitaba a ese hombre que parecía conocer los hondos misterios de la
pesca para fundar juntos la compañía pesquera más importante del mar de
Galilea?... Hasta podrían formar una poderosa transnacional en todo el Mediterraneo:
Fisherman's Company. Pero, todo sucede al revés. Mientras que Pedro dice:
Apártate de mí... Jesús le responde: Ven conmigo...
Jesús, que también era judío, le ganó la partida. No fue Simón el pescador
quien invitó a Jesús a pescar, sino Jesús a Pedro. El sí tenía en su mente
y en su corazón fundar una sociedad transnacional y por eso invitó a Pedro
para ir a pescar a otros mares:
Ver conmigo y te haré pescador de hombres.
Ciertamente se trataba de una Compañía muy diferente, y hasta contraria,
a la de los intereses materiales y capitalistas de este mundo.
Por otro lado, Jesús no le quitó a Pedro su profesión. Simplemente se
la transformó.
Muchos tienen miedo de seguir a Jesús por temor a perder lo que poseen.
Lo primero que Jesús hace es respetar. Antes que nada nos comienza a transformar,
y hasta después y poco a poco, va dando todo lo que hace falta y quitando
lo que nos sobra.
Notemos algo muy interesante. Pedro fue llamado por Jesús en el momento
más exitoso de su vida, cuando acababa de lograr la pesca más maravillosa
de toda su carrera, cuando estaba en el culmen de su profesión de pescador...
en la mejor etapa de su vida. Pero aquél hombre de treinta años transparentaba
en su mirada algo divino que atraía irresistiblemente, y sus palabras eran
palabras de vida eterna. Por eso, al punto, dejando las redes, le siguió.
Jesús no llamó a ningún fracasado, sino a un hombre que había logrado
y estaba experimentando el triunfo. La sutileza del Evangelio es maravillosa.
Pedro sigue a Jesús porque sin duda alguna se le presenta algo muy superior
a su éxito profesional. Es decir, comprende que seguir a Jesús vale mucho
más la pena que el más grande de los triunfos humanos; de otra manera nunca
lo sigue.