III.- NATURALISMO CIENTÍFICO
El único mensaje del humanismo sobre el escenario mundial actual es su compromiso con el naturalismo científico. Aún hoy, la mayor parte de las visiones del mundo aceptadas son de carácter espiritual, místico o teológico. Tuvieron sus orígenes en las antiguas sociedades preurbanas, nómadas y agrícolas, y no en la moderna sociedad industrial o posindustrial de la información y la cultura globales que está emergiendo. El naturalismo científico capacita a los seres humanos para tener una visión coherente del mundo, superadora de viejas herencias metafísicas y teológicas, y fundamentada sobre las ciencias.
Primero. El naturalismo científico está vinculado a un conjunto de prescripciones metodológicas. Para el naturalismo metodológico, todas las hipótesis y teorías deben ser comprobadas experimentalmente con referencia explícita a causas y sucesos naturales. Resulta inadmisible introducir causas ocultas o explicaciones trascendentales. Los métodos de la ciencia no son infalibles, no nos colocan ante verdades absolutas e inamovibles; pese a ello, en comparación, constituyen los métodos más fidedignos que hemos encontrado para aumentar el conocimiento y resolver los problemas humanos. Han tenido, además, un poderoso efecto en la transformación de la civilización mundial. Amplios sectores de la población aceptan hoy la utilidad de las ciencias; reconocen que las ciencias han tenido consecuencias positivas.
Desgraciadamente, la aplicación de los métodos de la ciencia ha sido con frecuencia confinada en estrechas especialidades, y se han ignorado las más amplias implicaciones de la ciencia para nuestra visión de la realidad. Los humanistas mantenemos que es necesario extender los métodos de la ciencia a otros campos de la empresa humano y que no deberían existir restricciones a la investigación científica, salvo en el caso de que su ejecución infrinja el derecho de las personas. Los esfuerzos para bloquear la investigación científica por razones morales, políticas, ideológicas o religiosas han fracasado invariablemente en el pasado. Los posibles resultados beneficiosos obtenidos gracias a la continuidad de los descubrimientos científicos no pueden subestimarse.
Segundo. Las oportunidades que las ciencias proporcionan de cara a incrementar nuestro conocimiento de la naturaleza y de la conducta humanas son enormes. El naturalismo científico presenta un panorama cósmico basado sobre hipótesis y teorías ya comprobadas. Para sus informes sobre la realidad, lo que no hace es sacar sus datos de la religión, la poesía, la literatura o las artes, por más que tales actividades sean importantes expresiones de intereses humanos. Los naturalistas científicos manejan una suerte de materialismo no reduccionista; los procesos y sucesos naturales están mejor documentados cuando se refieren a causas materiales. Esta forma de naturalismo da cobijo a un universo pluralista. Aún cuando la naturaleza sea básicamente en sus raíces de índole física y química, los procesos y objetos se manifiestan por sí mismos a muchos niveles distintos de observación: partículas subatómicas, átomos y moléculas; genes y células; organismos, flores, plantas y animales; percepción psicológica y conocimiento; instituciones sociales y culturales; planetas, estrellas y galaxias. Esto autoriza explicaciones contextuales, extraídas a partir de campos de investigación naturales, biológicos, sociales y conductuales. Todo ello no niega la necesidad de apreciar las diversas expresiones morales, estéticas y culturales de la experiencia humana.
Tercero. El naturalismo sostiene que la evidencia científica para las interpretaciones espirituales de la realidad y para la postulación de causas ocultas resulta insuficiente. Las clásicas doctrinas trascendentalistas no dudan en hacerse eco de los apasionados anhelos existenciales de los seres humanos que desean sobrevivir a la muerte. Sin embargo, la teoría científica de la evolución proporciona un informe mucho más parsimonioso acerca de los orígenes humanos y se basa en evidencia extraída a partir de un amplio número de ciencias. Denunciamos los esfuerzos de unos pocos científicos, frecuentemente jaleados por los médicos de comunicación de masas, por imponer interpretaciones trascendentales sobre fenómenos naturales. Ni la cosmología moderna ordinaria ni el proceso de evolución proporcionan evidencia suficiente acerca de designios inteligentes, lo que es un salto de fe más allá de la evidencia empírica. Pensamos que ya es hora de que la Humanidad asuma su propia mayoría de edad y deje atrás el pensamiento mágico y la construcción de mitos, que deben ser sustituidos por un conocimiento de la naturaleza bien comprobado.
IV.- LOS BENEFICIOS POSITIVOS DE LA TECNOLOGÍA
Los humanistas hemos defendido consistentemente el valor beneficioso de la tecnología científica para el bienestar humano. Algunos filósofos, desde Francis Bacon a John Dewey, han subrayado el creciente poder sobre la naturaleza que proporciona el conocimiento científico y cómo puede seguir contribuyendo inmensamente al progreso y a la felicidad humanas.
Con la introducción de las nuevas tecnologías, han aparecido con frecuencia efectos colaterales imprevistos. Desde los ludditas del siglo XIX hasta los posmodernos del siglo XX, los críticos han deplorado las aplicaciones de la tecnología. Los humanistas hemos reconocido desde siempre que algunas innovaciones tecnológicas pueden engendrar problemas. Desgraciadamente, las aplicaciones tecnológicas, con más frecuencia de lo deseable, han estado determinadas por consideraciones económicas, bien para conseguir productos rentables bien para usos militares y políticos. Hay graves peligros asociados al uso incontrolado de la tecnología. Las armas de destrucción masiva -termonucleares, biológicas y químicas- todavía no han sido reguladas de manera efectiva por la comunidad mundial. De manera similar, invenciones innovadoras en genética, biología e investigación médica -tales como la ingeniería biogenética, la clonación, el transplante de órganos y otras- entrañan posibles peligros, pese a que ofrecen inmensas posibilidades para la salud y el bienestar humanos.
Primero. Los humanistas objetamos enérgicamente los esfuerzos para limitar la investigación tecnológica, para censurar o restringir a priori la investigación. Es difícil predecir por anticipado cuándo y cómo se producirá investigación científica beneficiosa o pronosticar sus posibles beneficios. Debemos, por tanto, tener mucho cuidado a la hora de censurar tales investigaciones.
Segundo. Sostenemos que el mejor modo de encarar los asuntos relacionados con las aplicaciones tecnológicas son los debates bien informados, y no la apelación a dogmas absolutistas o consignas emocionales. Cada innovación tecnológica necesita ser evaluada en términos de potenciales riesgos y beneficios que puede acarrear a la sociedad y al medio ambiente. Ello supone un cierto nivel de instrucción científica.
Tercero. No podemos abandonar las soluciones tecnológicas. La estructura económica y social del mundo contemporáneo está llegando a depender de manera progresiva de las innovaciones tecnológicas. Si deseamos resolver nuestros problemas, ya no podemos regresar a un idílico estado de naturaleza, sino que debemos desarrollar nuevas tecnologías que satisfagan las necesidades y objetivos humanos, y hacerlo con sabiduría y humanismo.
Cuarto. Deben favorecerse las innovaciones tecnológicas que reduzcan al máximo el impacto humano sobre el medio ambiente.
Quinto. Debe favorecerse la propagación de tecnologías intermedias que sean suministrables a los pobres, de modo que los capaciten para beneficiarse de la revolución tecnológica.
V. ÉTICA Y RAZÓN
La realización de los valores éticos más altos es esencial en la cosmovisión humanista. Creemos que el crecimiento del conocimiento científico nos capacitará a los hombres para hacer elecciones más prudentes. En este sentido, no existe un muro infranqueable entre hechos y valores, o entre es y debe. Mediante el uso de la razón y del conocimiento, nos capacitaremos mejor para la realización de nuestros valores a la luz de la evidencia y mediante la precognición de sus consecuencias.
Los humanistas hemos sido injustamente acusados de ser incapaces de proporcionar fundamentos viables para las responsabilidades éticas. En realidad, los humanistas somos frecuentemente acusados de atentar contra los fundamentos morales de la sociedad. Este argumento está profundamente equivocado. Durante cientos de años, los filósofos han proporcionado sólidos fundamentos seculares para la acción moral humanista. Y, todavía más, millones de humanistas anónimos han vivido vidas ejemplares, han sido ciudadanos responsables, han cuidado a sus hijos con amoroso celo y han contribuido de manera significativa a mejorar la sociedad.
Las doctrinas morales de índole teológica reflejan con frecuencia concepciones heredadas sobre la naturaleza y la naturaleza humana que son precientíficas. Recomendaciones morales contradictorias pueden deducirse de su legado, y religiones diferentes con mucha frecuencia proponen puntos de vista ampliamente divergentes sobre las cuestiones morales. Los teístas y trascedentalistas han estado ambos a favor y en contra de la esclavitud, del sistema de castas, de la guerra, de la pena capital, de los derechos de la mujer y de la monogamia. Los religiosos de una secta, con mucha frecuencia, han asesinado a los partidarios de otra secta con total impunidad. Muchas de las guerras más crueles del pasado y del presente están inspiradas por dogmas religiosos intransigentes. No negamos que los religiosos hayan hecho mucho bien; lo que negamos es que la piedad religiosa sea la única garantía de virtud moral.
Los humanistas hemos defendido siempre la separación entre religión y Estado. Creemos que el Estado debería ser secular; ni a favor ni en contra de la religión. Por eso rechazamos las teocracias que intentan imponer un único código moral y religioso a todo el mundo. Creemos que el Estado tendría que permitir la coexistencia de una amplia pluralidad de valores morales.
Los principios básicos de la conducta moral son comunes virtualmente a todas las civilizaciones, sean religiosas o no. Las tendencias morales están profundamente enraizadas en la naturaleza del ser humano y han evolucionado a lo largo de la historia humana. Por eso, la ética humanista no necesita acuerdos en torno a premisas religiosas o teológicas -que quizá nunca lleguemos a alcanzar-, sino sólo respecto a las elecciones éticas que en última instancia forman parte de intereses, deseos, necesidades y valores humanos. Juzgamos esas elecciones por sus consecuencias para la felicidad humana y la justicia social. Gentes con trasfondos socioculturales muy diferentes aplican de hecho principios morales generales muy similares entre sí, aunque sus juicios morales específicos puedan diferir en función de condicionamientos diferentes. De ahí que el desafío para las sociedades sea subrayar nuestras similitudes, y no nuestras diferencias.
¿Cuáles son los principios clave de la ética del humanismo?
Primero. La dignidad y la autonomía del individuo son el valor central. La ética humanista se compromete a maximizar la libertad de elección: libertad de pensamiento y conciencia, el libre pensamiento y la libre investigación, y el derecho de los individuos a seguir sus propios estilos de vida hasta donde sean capaces y en tanto que ello no dañe o perjudique a otros. Esto es especialmente relevante en las sociedades democráticas, en las que puede coexistir una multiplicidad de sistemas alternativos de valores. Por consiguiente, los humanistas respetamos la diversidad.
Segundo. La defensa humanista de la autodeterminación no significa que los humanistas aceptemos como valiosa cualquier clase de conducta por el mero hecho de ser humana. Ni la tolerancia de los distintos estilos de vida implica necesariamente su aprobación. Los humanistas insistimos en que, acompañando al compromiso con una sociedad libre, está siempre la necesidad de alcanzar un nivel cualitativo de gusto y distinción. Los humanistas creemos que la libertad debe ser ejercitada con responsabilidad. Reconocemos que todos los individuos viven en el seno de comunidades y que algunas acciones son destructivas y están equivocadas.
Tercero. Los filósofos éticos humanistas han defendido una ética de la excelencia, desde Aristóteles y Kant hasta John Stuart Mill, John Dewey y M.N. Roy. En ellos, se hacen patentes la templanza, la moderación, la continencia, el autocontrol. Entre los tópicos de la excelencia, se encuentran la capacidad de elegir libremente, la creatividad, el gusto estético, la prudencia en las motivaciones, la racionalidad y una cierta obligación de llevar a su máximo cumplimiento los más altos talentos de cada cual. El humanismo intenta sacar a flote lo mejor de la gente, de manera que todo el mundo pueda tener lo mejor en la vida.
Cuarto. El humanismo reconoce nuestras responsabilidades y deudas con los otros. Esto significa que no debemos tratar a los demás seres humanos como meros objetos para nuestra propia satisfacción; debemos considerarles como personas dignas de igual consideración que nosotros mismos. Los humanistas sostenemos que «todos y cada uno de los individuos deberían ser tratados humanamente». Aceptamos la Regla de Oro según la cual «no debes tratar a los demás como no quieras que te traten a ti». También aceptamos, por la misma razón, el antiguo mandato de que tendríamos «recibir a los extranjeros dentro de nuestras posibilidades», respetando sus diferencias con nosotros. Dada la multiplicidad actual de credos, todos somos extranjeros -aunque podamos ser amigos- en una comunidad más amplia.
Quinto. Los humanistas creemos que las virtudes de la empatía (o buena disposición) y la corrección (o el trato cuidadoso) son esenciales para la conducta ética. Esto implica que deberíamos desarrollar un interés altruista hacia las necesidades e intereses de los demás. Las piedras fundamentales de la conducta moral son las «decencias morales comunes»; es decir, las virtudes morales generales que son ampliamente compartidas por los miembros de la especie humana pertenecientes a las más diversas culturas y religiones: tenemos que decir la verdad, cumplir las promesas, ser honestos, sinceros; hacer el bien, ser fiables y confiar; dar muestras de fidelidad, aprecio y gratitud; ser bien pensados, justos y tolerantes; negociar las diferencias razonablemente e intentar ser cooperativos; no debemos herir o injuriar, ni tampoco hacer daño o atemorizar a otras personas. Pese a que los humanistas hemos hecho llamamientos contra los códigos puritanos represivos, con el mismo énfasis, hemos defendido la responsabilidad moral.
Sexto. En lo más alto de la agenda humanista, figura la necesidad de proporcionar educación moral a los niños y a los jóvenes, al objeto de desarrollar el carácter y fomentar el aprecio por las decencias morales universales, así como para garantizar el progreso moral y la capacidad de razonamiento moral.
Séptimo. Los humanistas recomendamos el uso de la razón para fundamentar nuestros juicios éticos. El punto decisivo es que el conocimiento es esencial para formular elecciones éticas. En particular, necesitamos comprometernos en un proceso de deliberación, si estamos por la tarea de solucionar los dilemas morales. Los principios y valores humanos pueden justificarse mejor a la luz de la investigación reflexiva. Cuando existan diferencias, es preciso negociarlas siempre que podamos mediante un diálogo racional.
Octavo. Los humanistas mantenemos que deberíamos estar preparados para modificar los principios y los valores éticos a la luz de las realidades que vayan produciéndose y de las expectativas futuras. Necesitamos ciertamente apropiarnos de la mejor sabiduría moral del pasado, pero también desarrollar nuevas soluciones para los dilemas morales, sean viejos o nuevos.
Por ejemplo, el debate sobre la eutanasia voluntaria se ha intensificado de manera especial en las sociedades opulentas, porque la tecnología médica nos capacita ahora para prolongar la vida de pacientes terminales que anteriormente habrían muerto. Los humanistas hemos argumentado a favor del «morir con dignidad» y del derecho de los adultos competentes para rechazar el tratamiento médico, reduciendo así el sufrimiento innecesario, e incluso para acelerar la muerte. También hemos reconocido la importancia de la geriatría para facilitar el proceso más deseable.
De la misma manera, deberíamos estar preparados para elegir racionalmente entre los nuevos mecanismos reproductivos que la investigación científica ha hecho posibles, tales como la fertilización in vitro, la maternidad de alquiler, la ingeniería genética, el trasplante de órganos y la clonación. No podemos mirar atrás, hacia las morales absolutas del pasado, para guiarnos en estas cuestiones. Necesitamos respetar la autonomía de la elección.
Noveno. Los humanistas argüimos que deberíamos respetar una ética de principios. Esto significa que el fin no justifica los medios; por el contrario, nuestros fines están modelados por nuestros medios, y hay límites acerca de lo que nos está permitido hacer. Esto es especialmente importante hoy a la luz de las tiranías dictatoriales del siglo XX, en las que determinadas ideologías políticas manipularon comprometidos medios morales con fervor casi religioso para alcanzar fines visionarios. Somos agudamente conscientes del trágico sufrimiento infligido a millones de personas por quienes estuvieron dispuestos a permitir un gran mal en la prosecución de un supuesto bien mucho mayor.
VI. UN COMPROMISO UNIVERSAL CON LA HUMANIDAD EN SU CONJUNTO
La perentoria necesidad de la comunidad mundial hoy es el desarrollo un nuevo humanismo planetario, que es aquél que pretende no sólo preservar los Derechos Humanos y mejorar la libertad y la dignidad humanas, sino también subraya, además, nuestro compromiso con la Humanidad tomada en conjunto.
Primero. El principio ético fundamental del humanismo planetario es la necesidad de respetar el valor y la dignidad de todas las personas de la comunidad mundial. No cabe duda de que cada persona reconoce ya múltiples responsabilidades relativas a su contexto social: tiene responsabilidades con su familia, sus amigos, la comunidad, la ciudad, el Estado o la nación en que reside. Necesitamos, sin embargo, añadir a estas responsabilidades un nuevo compromiso que ya ha emergido: nuestra responsabilidad con las personas más allá de nuestros límites nacionales. Ahora, más que nunca, estamos vinculados física y moralmente a cada persona del planeta, y la campana dobla por todos cuando dobla por uno.
Segundo. Debemos actuar de tal modo que, siempre que sea posible hacerlo, mitiguemos el sufrimiento e incrementemos la suma de la felicidad humana, y extendamos esta responsabilidad al mundo en su conjunto. Este principio ha de ser reconocido tanto por los creyentes como por los no creyentes. Es fundamental para completar la estructura íntegra de la moralidad humana. Ninguna comunidad humana puede sobrevivir si sigue tolerando violaciones al por mayor de las decencias humanas universales entre sus propios miembros. La cuestión clave concierne hoy al rango del principio. Sostenemos que este compromiso moral debería generalizarse; tendríamos que comprometernos no sólo con el bienestar de aquéllos que viven en nuestra comunidad o dentro de los márgenes de nuestra nación-estado, sino también con la comunidad mundial íntegra.
Tercero. Deberíamos evitar un sobredimensionamiento del multiculturalismo parroquialista, que puede ser separatista y destructivo. Tenemos que ser tolerantes con la diversidad cultural, excepto con aquellas culturas que sean ellas mismas exclusivistas, intolerantes o represivas. Ya va siendo hora de dejar atrás el cuento del tribalismo y de dedicarse a buscar fundamentos comunes. La etnicidad es el resultado de aislamientos sociales y geográficos pasados que ya no son relevantes por mucho tiempo en una sociedad global abierta, donde la interacción y el interemparejamiento entre diferentes etnicidades no sólo es posible, sino que debe ser fomentado. Aunque la lealtad a la propia nación, tribu o grupo étnico puedan captar a los individuos más que sus propios intereses egoístas, el chovinismo excesivo de las distintas naciones-estado y los diferentes grupos étnicos frecuentemente se convierte en algo destructivo. En consecuencia, la solicitud y la lealtad morales no habrían de finalizar en el límite de los enclaves étnicos o de las fronteras nacionales. Una moralidad racional nos impone construir y apoyar instituciones de cooperación entre individuos de diferentes etnicidades. Eso nos integraría mejor, en lugar de separarnos a unos de otros.
Cuarto. El interés y la preocupación por las personas debería extenderse a todos los seres humanos por igual. Esto significa que todos los seres humanos deben ser tratados humanamente y que en todo momento hemos de salir en defensa de los Derechos Humanos dondequiera que sean conculcados. De acuerdo con esto, cada uno de nosotros tiene el compromiso de ayudar a mitigar el sufrimiento de la gente en cualquier parte del mundo y de contribuir al bien común. Este principio expresa nuestro supremo sentido de la compasión y de la benevolencia. Implica que la gente que vive en las naciones ricas tiene una obligación concreta de mitigar el sufrimiento y aumentar el bienestar de la gente que vive en las regiones más empobrecidas del planeta, siempre que pueda y en la medida de sus posibilidades. De la misma manera que significa para los habitantes de las regiones subdesarrolladas la obligación de reemplazar el resentimiento indiscriminado contra los que viven en los países ricos por una benevolencia recíproca. Lo mejor que los ricos pueden hacer por los pobres es ayudarles a que se ayuden a sí mismos. Si los miembros más pobres de la familia humana deben ser ayudados, los ricos tienen que limitar su propio consumo conspicuo y su excesiva autoindulgencia.
Quinto. Estos principios deberían aplicarse no sólo a la comunidad mundial en la actualidad, sino también en el futuro. Tenemos una responsabilidad con la posteridad tanto respecto al porvenir inmediato como en una escala temporal más larga. Así pues, las personas que practican una ética racional reconocen que esta obligación se extiende a los vástagos de los hijos de sus hijos y a la comunidad de todos los seres humanos, presente y futura.
Sexto. En la medida de lo posible, cada generación tiene la obligación de entregar a la siguiente un entorno planetario algo mejor que el que ha heredado. Deberíamos evitar la polución excesiva y usar sólo lo que necesitamos racional y económicamente para de evitar el despilfarro de los recursos no renovables de la Tierra. En una época de rápido crecimiento de la población y de consumo acelerado de recursos, esto puede parecer un ideal imposible. Pero tenemos que intentarlo, porque nuestras acciones presentes determinarán el destino de las generaciones venideras. Podemos mirar hacia atrás y evaluar retrospectivamente las acciones de nuestros antepasados y podemos alabarles o echarles la culpa por sus actos de omisión o por sus acciones. Por ejemplo, podemos criticar con razón a quienes han drenado desenfrenadamente las reservas de petróleo y de gas natural, o a quienes han agotado las reservas de agua. Por el contrario, podemos agradecer a los arquitectos e ingenieros del pasado por proteger las reservas naturales, por las plantas de tratamiento de aguas residuales, por la construcción de los alcantarillados, las carreteras y los puentes de los que disfrutamos hoy.
Podemos identificarnos con el mundo futuro y hacer prolepsis imaginativas en las que los que vivan entonces sean semejantes a nosotros y, en consecuencia, podemos inferir ahora obligaciones con ese mañana. Nuestras obligaciones con el futuro proceden en parte de nuestra gratitud, o quizá condena, a las generaciones anteriores y a los sacrificios que hicieron y de los que nos beneficiamos. Las generaciones futuras necesitan hoy portavoces que les sirvan de apoderados a la hora de defender sus derechos futuros. Vistas así las cosas, se puede entender que ésta no es una obligación imposible, puesto que una buena parte de la especie humana ya está implicada moralmente en el futuro, incluyendo la preocupación por el medio ambiente. Se puede argüir, además, que el idealismo heroico consagrado a una causa altruista que va más allá de nosotros mismos y a favor del mayor bien de la Humanidad ha inspirado siempre a los seres humanos.
Séptimo. Deberíamos tomar todas la precauciones precisas para no hacer nada que pueda poner en peligro la supervivencia misma de las generaciones futuras. Hemos de procurar para ello que nuestra sociedad planetaria no degrade la atmósfera, el agua y el suelo de modo que la vida en el futuro resulte drásticamente amenazada. Tendríamos también que ver la manera de que nuestra sociedad planetaria no desencadene su armamento de destrucción masiva. Por primera vez en la historia, la Humanidad tiene a su disposición medios para autodestruirse. El actual apaciguamiento de la guerra fría no garantiza que la última espada de Damocles no se deje caer por parte de fanáticos discípulos de la venganza o por alguna suerte de extremistas dispuestos a permitir que el mundo sea destruido al objeto de salvarlo.
Por consiguiente, nuestra obligación más destacada debería ser hacer viable un nuevo humanismo planetario centrado en un mundo a salvo, seguro y mejor, y tendríamos hacer todo lo que pudiéramos para engendrar ese compromiso ético. Este compromiso debería alcanzar a toda las personas del planeta, sean religiosos o naturalistas, teístas o humanistas, ricas o pobres, de cualquier raza, etnia o nacionalidad.
Necesitamos convencer a nuestros congéneres de la especie humana acerca de la necesidad de trabajar juntos a favor de la creación de un nuevo consenso planetario en el que la conservación y el desarrollo de la mayoría de la Humanidad en su conjunto se convierta en nuestra suprema obligación.