Diana
P.
Parecía imposible
dar un nuevo enfoque a un tema histórico que ha sido revisado, analizado,
utilizado en cientos de libros y películas en la última mitad
del siglo, como es el tema del auge del nazismo, la segunda guerra mundial
y el genocidio judío.
Sin embargo, Roberto Benigni
(Arezzo, 1952) un actor y director italiano muy popular en su país,
ha logrado volver a conmovernos e hilvanar una película que habla
del fascismo con horror y con humor, del amor con pasión y delicadeza,
habla de la vida y la capacidad de lucha de los hombres incluso cuando
tienen todo un país, todo un ejército en contra.
La trama de la película
está dividida en dos: una primera parte que relata la historia de
amor de Guido en tono de comedia clásica y una segunda parte en
la que el nazismo (que ya empieza a despuntar desde la primera escena)
se apropia de la historia y la transforma en un drama situado en el interior
de un campo de concentración, en el que el protagonista se desvive
para que su hijo sobreviva al horror y crea que lo que ocurre es parte
de un juego.
La película ha sido
muy popular en toda Europa; tanto es así que dicen que los padres
de Belgrado hacen creer a sus hijos que las bombas de la OTAN son fuegos
artificiales.
Al margen de las consideraciones
artísticas, cuyos aciertos son muchos, la trama política
de la película se desarrolla con destreza y con una solvente coherencia
interna que impide que el público se haga preguntas sobre la ingenuidad
de ciertas escenas dentro del campo de concentración. La deliberada
modulación entre comedia y drama permite que el director se tome
ciertas licencias (¿cómo llega el niño desde los barracones
al horno donde trabaja el protagonista sin ser descubierto por los nazis?)
para beneficio de la historia y el resultado es más que evidente:
el público, incapaz de decidir si llorar o reír, opta por
hacer ambas cosas a la vez. Conmovido y exhaltado por la tragedia del fascismo,
por el amor, por la vida.
Vincenzo Cerimi, co-guionista
de la película, descubrió el título mientras leía
la autobiografía de Trotski: dentro del último texto escrito
por éste, conocedor ya de que moriría pronto a manos de los
estalinistas, Trotski escribió «La vida es bella: ojalá
que las futuras generaciones la limpien de todo mal,opresión y violencia
y puedan disfrutarla».
Podemos decir que ése
es el mensaje que transmite la película. Esta tierna historia en
la que un padre hace milagros por su hijo ha servido para recordarnos que
aunque el mundo se hunda, la esperanza permanece; que siempre merece la
pena luchar por un mundo mejor. |
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