Antonio
Garrido, activista del movimiento de solidaridad con Cuba
El 1° de enero de 1959
se inauguró en Cuba un proceso político, habitualmente denominado
Revolución Cubana, que supuso en esencia la conquista de la soberanía
política por parte de las grandes mayorías de la nación.
Accedió al poder una dirigencia política que desde el primer
momento abordó un proceso de transformación general de las
estructuras económicas, políticas, jurídicas y culturales
en beneficio de las clases populares y que no temió en ningún
momento las represalias y el hostigamiento de los EE.UU. ni la deserción
histórica de las oligarquías nacionales.
La década de los 60
estuvo marcada en América Latina por este acontecimiento luminoso
y legendario: jóvenes guerrilleros, subidos a la multitud, tomaban
el poder, tras una campaña ejemplar que daba respetabilidad militar
a la táctica de la guerra de guerrillas, y ponían manos a
la obra a un programa que, recogiendo lo mejor de la tradición revolucionaria
cubana y del pensamiento socialista universal, enfrentaba las bases corruptas
y neocoloniales del atraso y de la pobreza generalizados, defendía
la soberanía nacional y permitía el acceso de las mayorías
a la salud y a la educación.
La confrontación con
el imperialismo norteamericano estaba servida, y el proceso revolucionario,
en medio del entusiasmo popular, de la dirección carismática
de sus dirigentes, del bloqueo yanqui y con el establecimiento de alianzas
estratégicas con la URSS, transitó velozmente las fases iniciales
y declaró al mundo su carácter socialista. Construir las
bases materiales, políticas y culturales del socialismo a 90 millas
de las costas estadounidenses es verdaderamente complicado. Cuba lideró
durante años el antiimperialismo latinoamericano y simbolizó
la imagen de un Tercer Mundo rebelde y liberado. En el plano interno, mostró
los límites democráticos de las oligarquías y de las
burguesías nacionales, clases subdesarrolladas y estructuralmente
dependientes de los centros imperialistas.
Los años 70 contemplaron
el agotamiento de la primera etapa instituyente de la Revolución
Cubana. De manera pasiva y acrítica, la dirección revolucionaria
se inscribió en el equilibrio de bloques (coexistencia pacífica)
y languideció el impulso cultural y político y cualquier
cuestionamiento de los prototipos provenientes de un “campo socialista”
que ya evidenciaba su incapacidad para ser alternativa real al capitalismo.
Cuba incorporó modelos ineficientes en lo económico, puritanos
en lo cultural y en lo personal, y almidonó las bases democráticas
de su socialismo, para hacerse más hierático y más
espeso. Se hizo un magma coalescente con el Partido y el Estado, las organizaciones
de masas (Comités de Defensa de la Revolución, Federación
de Mujeres Cubanas, Federación de Estudiantes Universitarios, Central
de Trabajadores Cubanos...) adquirieron un carácter demasiado formal
con reflejos, en gran medida, a modo de cajas de resonancia ideológica.
Aparecieron bolsas de corrupción a la sombra de los aparatos del
Estado.
En 1983, Fidel planteó
abolir la autocomplacencia y retomar la tensión y el impulso inherentes
a todo proyecto revolucionario: era el concepto de “rectificación
de errores”. Por entonces nadie imaginaba que unos años después
el bloque del Este se desplomaría como un edificio enfermo. Cuba
se despertó una mañana asistiendo, impotente, a la implosión
del escenario político y económico en el que inscribía
sus intercambios comerciales y garantizaba financiamiento y consumidores
a sus productos, que le daba apoyo político y militar y asesoramiento
tecnológico y científico. El campo de fuerzas en el que la
Isla se referenciaba y había tramado sus flujos económicos,
ideológicos y culturales se desvaneció entre los estertores
de su ineficiencia económica, de sus déficits democráticos
y de su embalsamamiento ideológico.
También con rapidez
se articuló un importante movimiento internacional de solidaridad
que ha dado en estos años apoyo moral y político a una Cuba
que había quedado a la intemperie frente a un imperialismo estadounidense
entusiasmado con la perspectiva de redoblar su acoso político-militar
y económico (leyes Torricelli y Helms-Burton), una Cuba que vislumbraba,
si no reaccionaba a tiempo, la amenaza interna de un colapso económico.
Los años 90 se recordarán como los del “Período Especial
en tiempos de paz”: un brusco descenso de los indicadores económicos
y de la calidad de vida de los cubanos que no ha determinado, sin embargo,
medidas de ajuste estructural del tipo de las que “recetan” el FMI y el
BM. Cuba, no obstante, ha tenido que reorientar algunas prácticas
económicas (autonomía financiera de las empresas públicas,
acceso a socios capitalistas extranjeros para obtener financiamientos,
tecnologías y mercados, introducción de criterios contables...),
pero sin renunciar a las bases políticas e ideológicas que
singularizan su transición socialista y, además, comienza
a salir de la aguda crisis.
Cuba persiste y se mantiene
como paradigma de dignidad nacional y de un amplio consenso popular en
torno al proyecto revolucionario y como arquetipo de una resistencia valiente
al hostigamiento del mundo capitalista. La denuncia del bloqueo estadounidense,
en tanto sistema global de agresión imperialista hacia la Revolución,
debe unir a todo el movimiento revolucionario internacional sin fisuras.
Pero una revolución
no puede quedar entumecida, está condenada a desarrollar su naturaleza
anticapitalista o a perecer. Desde una posición solidaria pero ajena
a cualquier mansedumbre ideológica nos parece que la profundización
necesaria del programa socialista cubano requiere, en las circunstancias
tan complicadas que definen el mundo actual, avanzar por los siguientes
caminos, siempre sin hacerse ninguna ilusión respecto de sus enemigos
y, por tanto, sin bajar la guardia:
-
Permitir la expresión
organizada de las distintas sensibilidades y tradiciones que cohabitan
en el seno de las clases populares y nutren el tronco plural de todo proyecto
emancipatorio, al tiempo que se potencia la independencia política
y orgánica de las actuales organizaciones de masas (CDR,CTC...).
Evitar la identificación de la unidad popular con el culto a lo
homogéneo.
-
Mantener el liderazgo antiimperialista
en América Latina y el discurso intransigente frente a los estragos
del neoliberalismo y persistir en la tradición internacionalista
que nadie mejor que el Che representó y que ha singularizado a la
Revolución Cubana.
-
Preservar la propiedad nacional
de los resortes financieros y de los recursos estratégicos de la
economía frente a eventuales participaciones de capital foráneo.
Además deben ampliarse los mecanismos democráticos en que
se sustancia la planificación socialista y ahondar en las fórmulas
de propiedad colectiva de los medios de producción más allá
de la exclusividad jurídica de la propiedad estatal.
-
Garantizar la eficiencia económica
y estabilizar mecanismos de contabilidad financiera como las bases materialistas
que resguardan las conquistas sociales de la Revolución Cubana.
-
Ahondar en el desarrollo de
las libertades democráticas que el proletariado incorporó,
en el transcurso de heroicas luchas, al programa de las revoluciones burguesas,
rompiendo políticamente con la nefasta tradición que ha opuesto
conceptualmente las libertades socialistas (sociales, económicas)
a las libertades burguesas (políticas, culturales).
Si uno deja aparte cualquier
mitomanía revolucionaria, cualquier izquierdismo de manual, cualquier
posmodernismo liberal, la Revolución Cubana se destaca como un acontecimiento
colosal en la historia de las luchas populares de este siglo, en la construcción
de un mundo sin capitalismo y en la épica de las batallas antiimperialistas. |
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