Tribuna Abierta. Revolución Cubana: Balance y perspectivas (junio '99)
Antonio Garrido, activista del movimiento de solidaridad con Cuba 
 
El 1° de enero de 1959 se inauguró en Cuba un proceso político, habitualmente denominado Revolución Cubana, que supuso en esencia la conquista de la soberanía política por parte de las grandes mayorías de la nación. Accedió al poder una dirigencia política que desde el primer momento abordó un proceso de transformación general de las estructuras económicas, políticas, jurídicas y culturales en beneficio de las clases populares y que no temió en ningún momento las represalias y el hostigamiento de los EE.UU. ni la deserción histórica de las oligarquías nacionales.

La década de los 60 estuvo marcada en América Latina por este acontecimiento luminoso y legendario: jóvenes guerrilleros, subidos a la multitud, tomaban el poder, tras una campaña ejemplar que daba respetabilidad militar a la táctica de la guerra de guerrillas, y ponían manos a la obra a un programa que, recogiendo lo mejor de la tradición revolucionaria cubana y del pensamiento socialista universal, enfrentaba las bases corruptas y neocoloniales del atraso y de la pobreza generalizados, defendía la soberanía nacional y permitía el acceso de las mayorías a la salud y a la educación.

La confrontación con el imperialismo norteamericano estaba servida, y el proceso revolucionario, en medio del entusiasmo popular, de la dirección carismática de sus dirigentes, del bloqueo yanqui y con el establecimiento de alianzas estratégicas con la URSS, transitó velozmente las fases iniciales y declaró al mundo su carácter socialista. Construir las bases materiales, políticas y culturales del socialismo a 90 millas de las costas estadounidenses es verdaderamente complicado. Cuba lideró durante años el antiimperialismo latinoamericano y simbolizó la imagen de un Tercer Mundo rebelde y liberado. En el plano interno, mostró los límites democráticos de las oligarquías y de las burguesías nacionales, clases subdesarrolladas y estructuralmente dependientes de los centros imperialistas.

Los años 70 contemplaron el agotamiento de la primera etapa instituyente de la Revolución Cubana. De manera pasiva y acrítica, la dirección revolucionaria se inscribió en el equilibrio de bloques (coexistencia pacífica) y languideció el impulso cultural y político y cualquier cuestionamiento de los prototipos provenientes de un “campo socialista” que ya evidenciaba su incapacidad para ser alternativa real al capitalismo. Cuba incorporó modelos ineficientes en lo económico, puritanos en lo cultural y en lo personal, y almidonó las bases democráticas de su socialismo, para hacerse más hierático y más espeso. Se hizo un magma coalescente con el Partido y el Estado, las organizaciones de masas (Comités de Defensa de la Revolución, Federación de Mujeres Cubanas, Federación de Estudiantes Universitarios, Central de Trabajadores Cubanos...) adquirieron un carácter demasiado formal con reflejos, en gran medida, a modo de cajas de resonancia ideológica. Aparecieron bolsas de corrupción a la sombra de los aparatos del Estado.

En 1983, Fidel planteó abolir la autocomplacencia y retomar la tensión y el impulso inherentes a todo proyecto revolucionario: era el concepto de “rectificación de errores”. Por entonces nadie imaginaba que unos años después el bloque del Este se desplomaría como un edificio enfermo. Cuba se despertó una mañana asistiendo, impotente, a la implosión del escenario político y económico en el que inscribía sus intercambios comerciales y garantizaba financiamiento y consumidores a sus productos, que le daba apoyo político y militar y asesoramiento tecnológico y científico. El campo de fuerzas en el que la Isla se referenciaba y había tramado sus flujos económicos, ideológicos y culturales se desvaneció entre los estertores de su ineficiencia económica, de sus déficits democráticos y de su embalsamamiento ideológico.

También con rapidez se articuló un importante movimiento internacional de solidaridad que ha dado en estos años apoyo moral y político a una Cuba que había quedado a la intemperie frente a un imperialismo estadounidense entusiasmado con la perspectiva de redoblar su acoso político-militar y económico (leyes Torricelli y Helms-Burton), una Cuba que vislumbraba, si no reaccionaba a tiempo, la amenaza interna de un colapso económico. Los años 90 se recordarán como los del “Período Especial en tiempos de paz”: un brusco descenso de los indicadores económicos y de la calidad de vida de los cubanos que no ha determinado, sin embargo, medidas de ajuste estructural del tipo de las que “recetan” el FMI y el BM. Cuba, no obstante, ha tenido que reorientar algunas prácticas económicas (autonomía financiera de las empresas públicas, acceso a socios capitalistas extranjeros para obtener financiamientos, tecnologías y mercados, introducción de criterios contables...), pero sin renunciar a las bases políticas e ideológicas que singularizan su transición socialista y, además, comienza a salir de la aguda crisis.

Cuba persiste y se mantiene como paradigma de dignidad nacional y de un amplio consenso popular en torno al proyecto revolucionario y como arquetipo de una resistencia valiente al hostigamiento del mundo capitalista. La denuncia del bloqueo estadounidense, en tanto sistema global de agresión imperialista hacia la Revolución, debe unir a todo el movimiento revolucionario internacional sin fisuras.

Pero una revolución no puede quedar entumecida, está condenada a desarrollar su naturaleza anticapitalista o a perecer. Desde una posición solidaria pero ajena a cualquier mansedumbre ideológica nos parece que la profundización necesaria del programa socialista cubano requiere, en las circunstancias tan complicadas que definen el mundo actual, avanzar por los siguientes caminos, siempre sin hacerse ninguna ilusión respecto de sus enemigos y, por tanto, sin bajar la guardia:

  • Permitir la expresión organizada de las distintas sensibilidades y tradiciones que cohabitan en el seno de las clases populares y nutren el tronco plural de todo proyecto emancipatorio, al tiempo que se potencia la independencia política y orgánica de las actuales organizaciones de masas (CDR,CTC...). Evitar la identificación de la unidad popular con el culto a lo homogéneo.
  • Mantener el liderazgo antiimperialista en América Latina y el discurso intransigente frente a los estragos del neoliberalismo y persistir en la tradición internacionalista que nadie mejor que el Che representó y que ha singularizado a la Revolución Cubana. 
  • Preservar la propiedad nacional de los resortes financieros y de los recursos estratégicos de la economía frente a eventuales participaciones de capital foráneo. Además deben ampliarse los mecanismos democráticos en que se sustancia la planificación socialista y ahondar en las fórmulas de propiedad colectiva de los medios de producción más allá de la exclusividad jurídica de la propiedad estatal.
  • Garantizar la eficiencia económica y estabilizar mecanismos de contabilidad financiera como las bases materialistas que resguardan las conquistas sociales de la Revolución Cubana.
  • Ahondar en el desarrollo de las libertades democráticas que el proletariado incorporó, en el transcurso de heroicas luchas, al programa de las revoluciones burguesas, rompiendo políticamente con la nefasta tradición que ha opuesto conceptualmente las libertades socialistas (sociales, económicas) a las libertades burguesas (políticas, culturales).
Si uno deja aparte cualquier mitomanía revolucionaria, cualquier izquierdismo de manual, cualquier posmodernismo liberal, la Revolución Cubana se destaca como un acontecimiento colosal en la historia de las luchas populares de este siglo, en la construcción de un mundo sin capitalismo y en la épica de las batallas antiimperialistas.
 
 
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