El pacto germano-soviético y el
carácter de la URSS
¿Es posible,
una vez concluido el acuerdo germano-soviético, seguir considerando
a la URSS como un estado obrero? El futuro del estado soviético
ha suscitado, una y otra vez, discusiones entre nosotros. Tenemos ante
nosotros el primer caso histórico de estado obrero. Nadie ha podido
analizar antes este fenómeno. En el problema del carácter
social de la URSS, los errores suelen proceder, como ya habíamos
previsto, de reemplazar el hecho histórico por la norma programática.
El hecho concreto se deriva de la norma. Esto no significa, sin embargo,
que la rompa: por el contrario, la reafirma, en su aspecto negativo. La
degeneración del primer estado obrero, prevista y explicada por
nosotros, ha demostrado gráficamente lo que puede y debe ser un
estado obrero bajo determinadas condiciones históricas. La contradicción
entre la norma y el hecho concreto no nos obliga a rechazar la norma, sino,
al contrario, a luchar para construir un camino verdaderamente revolucionario.
El programa para abordar el problema de la revolución en la URSS
está determinado, por un lado, por el hecho histórico
objetivo de la existencia de la URSS y, por otro, por la norma del
estado obrero. No decimos: "Todo se ha perdido, debemos empezar de cero
otra vez", sino que indicamos claramente los elementos del estado obrero
que, en el momento actual, pueden salvarse, perservarse e incluso desarrollarse.
Los que hoy afirman
que el pacto germano-soviético debe cambiar nuestra posición
respecto al estado soviético se basan en la postura del Comintern
-o mejor dicho, de la antigua postura del Comintern-. De acuerdo con esta
lógica, la misión histórica del estado obrero es la
lucha a favor de la democracia imperialista. La "traición" de las
democracias a favor del fascismo despoja a la URSS de su condición
de estado obrero. De hecho, el tratado con Hitler no es sino un dato más
del grado de degeneración de la burocracia soviética, y de
su desprecio por la clase trabajadora internacional, incluido el Comintern,
pero no la base para una revaluación de nuestra concepción
sociológica de la URSS.
¿Se trata de un crecimiento canceroso
o de un nuevo órgano?
Nuestros críticos
han argüido más de una vez que la burocracia soviética
actual se parece muy poco a las burocracias burguesas' o sindicales en
las sociedades capitalistas: que representan una nueva formación
social, en mucha mayor medida que el fascismo Esto es casi verdad y nunca
nos hemos negado a reconocerlo. Pero si consideramos a la burocracia soviética
como una "clase", debemos reconocer inmediatamente que no se parece a ninguna
de las clases basadas en la propiedad que hemos conocido en el pasado.
Frecuentemente llamamos "casta" a la burocracia soviética, tratando
de simbolizar así su carácter cerrado, su gestión
arbitraria y la altanería de su estrato dirigente, que considera
que sus progenitores proceden de los divinos labios de Brahma, mientras
que las clases populares han nacido de sus partes más groseras.
Pero esta definición no es estrictamente científica. Su relativa
superioridad se basa únicamente en que el sentido general del término
es claro para todo el mundo, sin que a nadie se le ocurra identificar la
oligarquía de Moscú con la casta hindú de Brahma.
La vieja terminología sociológica no posee un término
adecuado para un nuevo acontecimiento social que está en evolución
(degeneración) y que no ha tomado todavía formas estables.
Para nosotros, sin embargo, la burocracia soviética puede seguir
llamándose así, burocracia, sin privaría de sus peculiaridades
históricas. En nuestra opinión, esto es suficiente por el
momento.
Científica
y políticamente -y no sólo terminológicamente-, la
cuestión central es: ¿es la burocracia un crecimiento temporal
en un organismo social o se ha transformado ya en un órgano históricamente
indispensable? Las excrecencias sociales pueden ser el producto de un conjunto
"accidental" (por tanto, temporal y extraordinario) de circunstancias históricas.
Un órgano social (y esto son las clases, incluidas las clases dominantes)
sólo puede comprenderse como el resultado necesario del desarrollo
de las necesidades de la producción. Si no respondemos a esta pregunta,
la discusión se convertirá en un mero juego de palabras.
La temprana degeneración de la burocracia
La justificación
histórica de toda clase dominante consiste en afirmar que el sistema
de explotación que capitanea lleva el desarrollo de las fuerzas
productivas a un nuevo nivel. Fuera de toda duda, el régimen soviético
ha dado un gran impulso a la economía. Pero la fuente de este impulso
fue la nacionalización de los medios de producción y la planificación
económica, y no el hecho de que la burocracia usurpara el mando
de la economía. Por el contrario, el burocratismo, como sistema,
ha sido el peor enemigo del desarrollo técnico y cultural del país.
Durante algún tiempo, esto estuvo oculto por el hecho de que la
economía soviética tuvo que dedicar dos décadas a
asimilar la tecnología y la organización de la producción
de los países capitalistas avanzados. Este período de imitación
y trasplante se ha podido cubrir, para bien o para mal, con el automatismo
burocrático. El aguda y constante contradicción entre ambos
elementos conduce a constantes convulsiones políticas y a la eliminación
sistemática de los elementos más creativos en todas las esferas
de actividad. De este modo, antes de que la burocracia haya conseguido
producir una "clase dominante", ha entrado en contradicción irreconciliable
con las exigencias del desarrollo. La explicación de esto debe basarse
precisamente en el hecho de que la burocracia no es el portador de un nuevo
sistema económico peculiar e imposible sin ella, sino un parásito
que crece en un estado obrero.
Las condiciones para la omnipotencia y
caída de la burocracia
La oligarquía
soviética posee todos los vicios de las antiguas clases dominantes,
pero carece de su misión histórica. En la degeneración
burocrática del estado soviético no se expresan las leyes
generales de transición de la sociedad moderna del capitalismo al
socialismo, sino una refracción especial excepcional y temporal
de dichas leyes bajo las condiciones de un país atrasado y revolucionario
en un contexto capitalista. La escasez de bienes de consumo y la lucha
generalizada por conseguirlos da lugar a un policía que se arroga
la función de la distribución. La hostilidad exterior confiere
al policía el papel de "defensor" del país, le dota de autoridad
nacional y le permite saquear el país por partida doble.
Las dos condiciones
de la omnipotencia de la burocracia -el atraso del país y el entorno
imperialista- tienen, sin embargo, un carácter temporal y transitorio
y deben desaparecer con el triunfo de la revolución mundial. Incluso
los economistas burgueses han calculado que, con una economía planificada,
los EE.UU. alcanzarían rápidamente un producto nacional de
200 billones de dólares, que sería suficiente para asegurar
a la población, no sólo la cobertura de sus necesidades primarias,
sino un elevado nivel de confort. De otra parte, la revolución mundial
suprimiría la amenaza exterior, que es otra de las causas de la
burocratización. La eliminación de la necesidad de gastar
una parte enorme del producto nacional en armamento elevaría aún
más el nivel cultural y de vida de las masas. En estas condiciones,
la necesidad de un policía distribuidor caería por sí
misma. Una administración similar a una cooperativa gigante suplantaría
rápidamente el poder del Estado. No habría lugar para una
nueva clase dominante o para un nuevo régimen explotador, situado
entre el capitalismo y el socialismo.
¿Y qué pasará si no
tiene lugar la revolución socialista?
La desintegración
del capitalismo y de la vieja clase dominante ha alcanzado límites
extremos. La supervivencia de este sistema es imposible. Las fuerzas productivas
deben organizarse de acuerdo con un plan. Pero, ¿quién cumplirá
esta tarea, el proletariado o una nueva clase dominante de "comisarlos",
políticos, administradores y tecnócratas? En opinión
de algunos racionalistas, la experiencia histórica demuestra que
no se debe depositar ninguna confianza en el proletariado. El proletariado
se demostró incapaz de impedir la última guerra mundial,
aunque las precondiciones materiales para una revolución socialista
ya existían en aquel momento. Los éxitos del fascismo tras
la guerra serían una nueva muestra de la "incapacidad" del proletariado
para sacar a la sociedad capitalista de su callejón sin salida.
La burocratizaci6n de la ÚRSS sería una nueva prueba de la
"incapacidad" del proletariado para organizar la sociedad por medios democráticos.
La revolución española ha sido estrangulada por las burocracias
fascistas y stalinista ante los mismísimos ojos del proletariado
mundial. El último eslabón de esta cadena es la nueva guerra
imperialista, que se prepara abiertamente, ante la impotencia del proletariado
internacional. Si se adopta esta concepción, esto es, si se reconoce
que el proletariado no tiene fuerza suficiente para llevar a cabo la revolución
socialista, la urgente tarea de la estatalización de las fuerzas
productivas deberá realizarse por otros. ¿Por quién?
Por una nueva burocracia, que reemplazará a la decaída burguesía
como clase dominante a escala mundial. Así están empezando
a plantear el problema algunos "izquierdistas" que no se contentan con
discutir sobre terminología.
La guerra actual y el destino de la sociedad
moderna
Dada la marcha de
los acontecimientos, este problema se plantea ahora muy concretamente.
La segunda guerra mundial ha comenzado. Esto confirma incontrovertiblemente
el hecho de que la sociedad no puede subsistir más tiempo sobre
bases capitalistas. Además, somete al proletariado a una prueba
nueva y quizá decisiva.
Si esta guerra provoca,
como creemos firmemente, una revolución proletaria, se producirá
la ruptura de la burocracia de la URSS y la regeneración de la democracia
soviética sobre bases económicas y culturales más
firmes que en 1918. En este caso, la cuestión de si la burocracia
stalinista es una "clase" o un cáncer del estado obrero se resolverá
automáticamente. Quedará claro que la burocracia soviética
era sólo un episodio en el proceso de desarrollo de la revolución
mundial.
Podemos suponer, sin
embargo, que la presente guerra no va a provocar la revolución,
sino la decadencia proletariado. Queda, en ese caso, su progresiva fusión
con el estado y la suplantación de la democracia, allí donde
todavía existe, por un régimen totalitario. La incapacidad
del proletariado para tomar en sus manos la dirección de la sociedad
podría conducirnos, en las actuales condiciones, al crecimiento
de una nueva clase dominante, de la burocracia fascista bonapartista. Sería,
según todos los indicios, un régimen de decadencia, destinado
al eclipse de la civilización.
Se produciría
un resultado similar si el proletariado de los países capitalistas
avanzados, una vez conquistado el poder, se muestra incapaz de retenerlo
y lo entrega, como en la URSS, a una burocracia privilegiada. En ese caso,
nos veríamos obligados a reconocer que las causas del burocratismo
no son el atraso del país ni el imperialismo circundante, sino una
incapacidad congénita del proletariado para llegar a ser la clase
dominante. Entonces tendríamos que reconsiderar los rasgos característicos
que hacen de la URSS la precursora de un nuevo régimen de explotación
a escala mundial.
Nos hemos alejado
mucho de la controversia inicial sobre cómo denominar al Estado
soviético. Pero no nos critiquéis; sólo de una perspectiva
histórica adecuada se puede uno proveer de elementos de juicio suficientes
para decidir sobre una cuestión como la sucesión de un régimen
social por otro. La alternativa histórica, llevada al límite,
es la siguiente: ¿es el estado stalinista un desgraciado incidente
en el proceso de transformación de una sociedad del capitalismo
al socialismo, o es el primer paso hacia un nuevo tipo de sociedad basada
en la explotación? Si la segunda afirmaci6n es cierta, la burocracia
se convertirá en una nueva clase explotadora. Si el proletariado
del mundo se muestra incapaz de cumplir la misión que le ha asignado
el curso del desarrollo histórico, no nos quedará más
remedio que reconocer que el programa socialista, basado en las contradicciones
internas de la sociedad capitalista, es una utopía. Sería
necesario, en ese caso elaborar un nuevo programa "mínimo", para
la defensa de los intereses de los esclavos de la sociedad burocrática
totalitaria.
¿Nos obligarán
los datos objetivos a renunciar ya al proyecto de la revolución
socialista? Este es el problema que se nos plantea.
La teoría del "colectivismo burocrático"
Poco después
de la toma del poder por Hitler, un comunista de izquierda alemán,
Hugo Urbahns, llegó a la conclusión de que el capitalismo
iba a ser reemplazado por un nuevo, "capitalismo de estado". Los primeros
ejemplos eran Alemania, la URSS e Italia. Urbahns, sin embargo, no elaboró
las conclusiones políticas de esta teoría. Recientemente,
un comunista de izquierda italiano, que formalmente se adhiere a la IV
internacional, Bruno R., ha llegado a la conclusión de que el "colectivismo
burocrático" reemplazará al capitalismo (Bruno R.: La
Bureaucratisation du Monde, París, 1939, 350 págs.).
La nueva burocracia es una clase, su relación con los trabajadores
es la explotación colectiva, los proletarios se han transformado
en los esclavos de los explotadores totalitarios.
Bruno R. da igual
trato a la economía planificada de la URSS, el fascismo, el Nacional
Socialismo y el New Deal de Rooswelt. Todos estos regímenes poseen,
indudablemente, rasgos comunes, que se basan, en último análisis,
en las tendencias colectivistas de la economía moderna. Lenin, antes
de la Revolución de Octubre, formuló así las características
más importantes del capitalismo imperialista; concentración
gigantesca de las fuerzas productivas, fusión progresiva del capital
monopolista con el estado, tendencia orgánica a la dictadura descarada
como resultado de esta fusión. La centralización y la colectivización
determinan tanto la política revolucionaria como la contrarrevolucionaria;
pero esto no significa que el termidor, el fascismo o el reformismo americano
sean equivalentes a la revolución. Bruno queda atrapado por el hecho
de que, a causa de la postraci6n política de la clase trabajadora,
las tendencias a la colectivización hayan tomado la forma de "colectivismo
burocrático". El fenómeno en sí es irrefutable, pero,
¿cuáles son sus límites y su peso histórico?
Lo que nosotros consideramos una malformación en un período
de transición, el resultado del desarrollo desigual de los múltiples
factores que intervienen en un proceso social, es para Bruno una formación
social independiente en la que la burocracia es la clase dominante. Bruno
tiene el mérito de llevar el asunto desde el círculo reducido
de los ejercicios terminológicos al terreno de las generalizaciones
históricas. Esto nos hace más fácil la tarea de divulgar
su error.
Como muchos ultraizquierdistas,
Bruno R. identifica esencialmente stalinismo y fascismo. Por un lado, la
burocracia soviética ha adoptado los métodos políticos
del fascismo; por el otro, la burocracia fascista, que de momento se contenta
con una intervención "parcial" de la economía, está
evolucionando rápidamente hacia la total estatificación de
la economía. La primera afirmación es absolutamente correcta.
Pero la creencia de Bruno de que el "anticapitalismo" fascista será
capaz de expropiar por completo a la burguesía es errónea.
La intervención "parcial" del estado difiere de la economía
planificada en la misma medida en que "reforma" difiere de "revolución".
Mussolini y Hitler están "coordinando" los intereses de los propietarios
privados y "regulando" la economía capitalista y, además,
principalmente por razones de guerra. La oligarquía del Kremlin
es algo más: tiene la oportunidad de dirigir la economía
como un cuerpo, porque la clase trabajadora de Rusia fue capaz de dar el
mayor vuelco a las relaciones de propiedad conocido en la historia. Es
una diferencia que no podemos olvidar.
Pero aunque aceptemos
que el stalinismo y el fascismo, desde polos opuestos, llegarán
algún día a ser el mismo tipo de sociedad ("colectivismo
burocrático", según la terminología de Bruno R.),
la Humanidad continuará ante un callejón sin salida. La crisis
del sistema capitalista es tanto el resultado del papel reaccionario de
la propiedad privada como del no menos reaccionario del estado nacional.
Aunque los distintos gobiernos fascistas triunfasen en su empeño
de construir una economía planificada en sus países respectivos,
al margen de los inevitables movimientos revolucionarios del proletariado
imprevisibles para todo plan, la lucha de los estados totalitarios por
el dominio del mundo continuará e incluso se recrudecerá.
Las guerras devorarán los frutos de las economías planificadas
y destruirán la civilización. Bertrand Russell cree, es cierto,
que algún estado victorioso puede, como resultado de la guerra,
unificar el mundo bajo un régimen totalitario. Pero incluso si esta
hipótesis se realizara, lo que es muy dudoso, la "unificación
militar" no sería más estable que el Tratado de Versalles.
Los levantamientos nacionales llevarían a una nueva guerra mundial,
que sería la tumba de la civilización. Los hechos objetivos,
y no nuestros deseos subjetivos, nos muestran que la única posibilidad
de salvación de la Humanidad es la revolución socialista
mundial. La alternativa es la vuelta a la barbarie.
El proletariado y sus dirigentes
Dedicaremos muy pronto
un artículo entero a la cuestión de la clase y su dirección.
Nos limitamos aquí a decir lo más indispensable. Sólo
los "marxistas vulgares", que interpretan la política como un simple
y directo "reflejo" de la economía, pueden pensar que la dirección
refleja directa y simplemente a la clase. En realidad, la dirección,
que se ha alzado sobre la clase oprimida, sucumbe inevitablemente a la
presión de la clase dominante. La dirección de los sindicatos
americanos, por ejemplo, refleja tanto al proletariado como a la burguesía.
La selección y educación de una dirección verdaderamente
revolucionaria, capaz de soportar la presión de la burguesía,
es una tarea extraordinariamente difícil. La dialéctica del
proceso histórico nos ha mostrado claramente como el proletariado
del país más atrasado del mundo, Rusia, ha sido capaz de
engendrar la dirección más clarividente y valerosa que hayamos
conocido. Por el contrario, el proletariado del país con un capitalismo
más antiguo, Inglaterra, tiene, hasta el momento, la dirección
más servil y lerda.
La crisis de la sociedad
capitalista, que tomó un carácter manifiesto en julio de
1914, produjo, desde el primer día de guerra, una profunda crisis
en la dirección del proletariado. Esto viene durante 25 años;
el proletariado de los países avanzados todavía no ha sido
capaz de producir una dirección a la altura de las tareas históricas
de nuestro tiempo. El ejemplo de Rusia nos revela, sin embargo, que es
posible (lo que no significa que haya sido inmune a la degeneración).
Por lo tanto, la pregunta a la que ahora hemos de responder es la siguiente:
¿se engendrará, en el proceso de esta guerra y de las profundas
convulsiones que se van a producir, una dirección auténticamente
revolucionaria, capaz de dirigir al proletariado en la conquista del poder?
La IV Internacional
ha respondido afirmativamente a esta pregunta no sólo a través
de su programa, sino, y sobre todo, a través del hecho de su existencia.
Los desilusionados y aterrorizados pseudo-marxistas de todo tipo responden,
por el contrario, que la bancarrota de la dirección "refleja"
simplemente la incapacidad del proletariado para cumplir su misión
histórica. No todos nuestros oponentes expresan con claridad su
pensamiento, pero todos ellos -ultraizquierdistas, centristas, anarquistas,
por no hablar de los stalinistas y los socialdemócratas- cargan
el peso de sus propios errores sobre las espaldas del proletariado. Ninguno
de ellos expresan claramente bajo qué condiciones será capaz
el proletariado de llevar a cabo la revolución socialista.
Si aceptamos como
válido que la causa de los errores es consustancial a las cualidades
sociales del proletariado como tal, hemos de reconocer que el futuro de
la sociedad moderna se nos presenta sin esperanza. Bajo las condiciones
del capitalismo en decadencia, el proletariado no crece ni numérica
ni culturalmente. No hay razones, por tanto, para creer que alcance algún
día la altura de su misión revolucionaria. Hemos clarificado
el profundo antagonismo entre la necesidad orgánica, insoslayable
y creciente de las masas trabajadoras de escapar del caos sangriento del
capitalismo y el carácter conservador, patriótico y totalmente
burgués de las direcciones sindicales existentes. Debemos elegir
entre una de estas dos alternativas irreconciliables
Las dictaduras totalitarias, consecuencia
de una crisis aguda, no regímenes estables
La Revolución
de Octubre no fue un accidente. Fue un anticipo del futuro. Los acontecimientos
confirmaron su carácter de pronóstico, y su degeneración
no lo desmintió, porque los marxistas no creyeron nunca que un estado
obrero aislado pudiera mantenerse indefinidamente en Rusia. A decir verdad,
esperábamos la caída del Estado soviético, no su degeneración;
más exactamente, no habíamos hecho diferencias entre estas
dos posibilidades. Pero no son contradictorias. La degeneración
ha de acabar necesariamente en caída al llegar a un determinado
punto.
Un régimen
totalitario, sea del tipo stalinista o fascista, puede ser, esencialmente,
un régimen temporal y transitorio. La dictadura descarada ha sido,
a lo largo de la historia, el producto y el síntoma de una crisis
social especialmente severa, nunca un régimen estable. Las crisis
profundas no pueden ser una condición permanente de la sociedad.
Un régimen totalitario es capaz de suprimir las contradicciones
sociales durante cierto tiempo, pero es incapaz de autoperpetuarse. Las
monstruosas purgas de la URSS son el mejor testimonio de que la sociedad
soviética rechaza orgánicamente la burocracia.
Es asombroso que Bruno
R. vea en estas purgas la prueba de que la burocracia soviética
se ha convertido en clase dominante, pues, en su opinión, sólo
una clase dominante es capaz de medidas a tal escala (*). Olvida, sin embargo,
que el zarismo, que no era de "clase", también realizó grandes
purgas, y precisamente cuando estaba cerca de su fin. Stalin testifica
mejor que nadie, con sus monstruosas purgas, síntoma inequívoco
de su agonía, la incapacidad de la burocracia para convertirse en
una clase estable. ¿No hubiésemos quedado en ridículo
si hubiésemos dicho que la oligarquía bonapartista era una
clase pocos anos, o incluso pocos meses, antes de su vergonzosa caída?
Con esta pregunta quisiéramos advertir a los camaradas entregados
a experimentos terminológicos, y generalizaciones apresuradas.
_____________________________
(*) A
decir verdad, en la última parte de su libro, que contiene fantásticas
contradicciones, Bruno R. refuta su propia teoría del "colectivismo
burocrático", y reconoce que el stalinismo, el fascismo y el nazismo
son formaciones transitorias y parasitarias, castigo del proletariado por
su impotencia. En otras palabras, tras someter los puntos de vista de la
IV Internacional a la revisión más profunda, Bruno se reconvierte
a esos puntos de vista, aunque sólo sea para lanzarse a una nueva
serie de ciegos titubeos. No vemos razones para seguir los pasos de un
escritor que, obviamente, ha perdido el norte. Sólo estamos interesados
en los argumentos con los que pretende demostrar que la burocracia es una
clase.
La orientación hacia la Revolución
Mundial y la regeneración de la URSS
Un cuarto de siglo
es muy poco tiempo para el rearme de la vanguardia proletaria mundial,
y demasiado para mantener intacto el sistema soviético en un país
aislado y atrasado. La Humanidad está pagando esto con una nueva
guerra imperialista; pero la misión fundamental de nuestra época
no ha cambiado, por la sencilla razón de que no se ha realizado.
La gran ventaja que tenemos ahora, y la gran promesa para el futuro, es
que un destacamento del proletariado nos ha mostrado ya cómo
llevar a la práctica esa misión.
La segunda guerra
imperialista concede a esta tarea por cumplir un rango histórico
muy elevado. Pone de nuevo a prueba no sólo la estabilidad de los
regímenes existentes, sino la capacidad del proletariado para reemplazarlos.
Los resultados de esta prueba tendrán una importancia decisiva a
la hora de considerar la época moderna como la época de la
revolución proletaria. Si, contra todo pronóstico, la Revolución
de Octubre encuentra algún continuador en los países desarrollados
durante la guerra o tras ella: o si, por el contrario, el proletariado
es derrotado en todos los frentes, tendremos que replantearnos nuestra
concepción de la época actual y sus fuerzas motoras. No se
trataría sólo de un ejercicio literario sobre la denominación
de la URSS y de la banda de Stalin, sino la revolución de la perspectiva
histórica del mundo en las próximas décadas, quizá
en los próximos siglos; ¿hemos entrado en la época
de la revolución social y la sociedad socialista o, por el contrario,
en la de la decadencia de la sociedad y el totalitarismo burocrático?
El doble error de
simplistas como Urbahns y Bruno R. consiste, en primer lugar, en considerar
este último régimen (el totalitario) definitivamente instalado;
en segundo término, en creer necesario un largo período de
transición entre el capitalismo y el socialismo. Ahora es absolutamente
evidente que, si el proletariado internacional, a pesar de la experiencia
adquirida y de la guerra en curso, se muestra incapaz de llegar a ser el
director de la sociedad, nos encontraríamos sin ninguna esperanza
de que la revolución socialista llegase a realizarse, porque no
podemos esperar condiciones mejores; en cualquier caso, nadie parece preverlas
o ser capaz de especificarlas en el momento actual. Los marxistas no tienen
el menor derecho (a no ser que el cansancio y la desilusión se consideren
"derechos") a llegar a la conclusión de que el proletariado ha agotado
todo su potencial revolucionario y debe renunciar a sus aspiraciones a
conquistar la hegemonía en los próximos años. Veinticinco
años de historia, cuando se trata de profundos cambios económicos
y culturales, pasan menos que una hora en la vida de un hombre. ¿Qué
podemos pensar de un individuo que, por contratiempos de un día
o una hora, renuncia a metas que se había propuesto en base al análisis
de la experiencia de toda su vida anterior? En los años de la peor
reacción rusa (1907-1917), nosotros nos apoyábamos en la
idea de que el proletariado ruso había mostrado sus posibilidades
revolucionarias en 1905. La IV Internacional no se denomina por casualidad
"el partido mundial de, la revolución socialista". Dirigimos nuestro
rumbo hacia la revolución mundial y, como consecuencia, hacia la
regeneración de la URSS como verdadero estado obrero.
La política exterior es la continuación
de la política interna
¿Qué
defendemos de la URSS? No precisamente aquello en lo que se parece a los
países capitalistas, sino en lo que se diferencia. En Alemania apoyamos
la ofensiva contra la burocracia dominante, pero sólo para destruir
la propiedad capitalista. En la URSS, la destrucción de la burocracia
es indispensable para preservar la propiedad estatal. Sólo en este
sentido defendemos a la URSS.
Ninguno de nosotros
duda de que los trabajadores soviéticos deban defender la propiedad
estatal no sólo contra el parasitismo de la burocracia, sino también
de todo tipo de tendencia hacia la propiedad privada, por ejemplo, por
parte de la aristocracia de los koljoses. Pero, en definitiva, la política
exterior es la continuación de la política interna. Si en
política interna consideramos que la defensa de las conquistas de
la Revolución de Octubre implica una lucha a muerte contra la burocracia,
debemos hacer lo mismo en política exterior. Bruno R., tras asegurarnos
que el "colectivismo burocrático" ha triunfado en toda la línea,
nos quiere hacer creer que nadie va a atacar la propiedad estatal, porque
Hitler (y hasta Chamberlain) están tan interesados en mantenerla,
sabe usted, como Stalin. Aunque nos duela, las afirmaciones de Bruno son
frívolas. Si Hitler gana la guerra, empezará por devolver
a los capitalistas alemanes todo lo expropiado; luego hará lo mismo
con los capitalistas ingleses, franceses o belgas, a cambio de un acuerdo
con ellos a expensas de la URSS; por último, hará de Alemania
el mayor cliente de las principales empresas estatales de la URSS, de acuerdo
con los intereses de la maquinaria bélica alemana. Hoy Hitler es
amigo y aliado de Stalin; pero en cuanto consiga una victoria en el Frente
Occidental con la ayuda de Stalin, volverá sus armas contra la URSS.
Y Chamberlain, en circunstancias similares, haría lo mismo que Hitler.
La defensa de la URSS y la lucha de clases
Los malentendidos
en torno al asunto de la defensa de la URSS nacen frecuentemente de una
comprensión incorrecta de los métodos de "defensa". Defensa
de la URSS no significa aproximación a la burocracia del Kremlin,
aceptación de su política o de sus aliados. En este tema,
como en todos los demás, permanecemos totalmente dentro del campo
de la lucha de clases internacional.
En el periodiquito francés
Que Faire se decía no hace mucho que los "trotskistas" eran
tan derrotistas con respecto a Francia e Inglaterra como con respecto a
la URSS. En otras palabras: si usted quiere defender a la URSS, debe dejar
de ser derrotista respecto a sus aliados imperialistas. Que Faire
calculaba que las "democracias" debían de ser los aliados de la
URSS. No sé qué dirán hoy estos "listos". Pero es
muy importante, porque significa que su método está podrido.
Renunciar al derrotismo respecto al campo imperialista con el que la URSS
debe aliarse más pronto o más tarde significa empujar a los
trabajadores del campo ene migo a ayudar a sus gobiernos: significa renunciar
al derrotismo en general. Renunciar al derrotismo bajo las condiciones
de una guerra imperialista que implica el rechazo de la revolución
socialista -el rechazo de la revolución en nombre de "la defensa
de la URSS"- sentenciaría a la URSS a la descomposición final
y a la tumba.
El Comintern interpreta
la "defensa de la URSS", como ayer interpretaba la "lucha contra el fascismo",
en base a la renuncia a una política de clase independiente. El
proletariado se ha transformado -por diferentes causas y bajo circunstancias
diversas- en una fuerza auxiliar de un campo burgués contra otro.
En contradicción con este hecho, algunos de nuestros camaradas dicen:
como no queremos convertirnos en instrumento de Stalin y sus aliados, renunciamos
a la defensa de la URSS. Pero con esto sólo demuestran que entienden
"defensa" igual que lo hacen los oportunistas: no piensan en términos
de una política independiente del proletariado. Como cuestión
de principio, defendemos la URSS como defendemos las colonias, como resolvemos
todos nuestros asuntos, no apoyando unos gobiernos imperialistas contra
otros, sino por el método de la lucha de clases internacional, tanto
en las colonias como en las metrópolis.
No somos un partido
de gobierno: somos el partido de la oposición irreconciliable no
sólo en los países capitalistas, sino también en la
URSS. Realizaremos nuestras tareas, entre ellas "la defensa de la URSS"
no a través de los gobiernos burgueses ni del Gobierno de la URSS,
sino a través de la agitación y la educación de las
masas, explicando a los trabajadores lo que deben defender y lo que deben
destruir. Esta "defensa" no va a dar resultados milagrosos ni inmediatos.
Pero no pretendemos ser milagreros. Tal y como están las cosas,
somos una minoría revolucionaria. Nuestro trabajo debe consistir
en hacer ver las cosas correctamente a los trabajadores sobre los que tenemos
influencia, en enseñarles a no dejarse engañar, y en preparar
un sentimiento general de clase, para que en su día sea capaz de
enfrentarse revolucionariamente a la tarea que le corresponde.
La defensa de la URSS
coincide, para nosotros, con la preparación de la revolución
mundial. Sólo podemos permitirnos métodos que no están
en conflicto con la revolución. La defensa de la URSS se relaciona
con la revolución socialista mundial como una táctica a una
estrategia. La táctica debe subordinarse siempre al fin estratégico
y en ningún caso pueden llegar a ser contradictorias en el futuro.
La cuestión de los territorios ocupados
Mientras escribo estas
líneas, no está clara todavía la cuestión de
los territorios ocupados por el Ejército Rojo. Las noticias son
contradictorias; las actuales relaciones en esa zona son, sin duda, muy
inestables. Muchos de los territorios ocupados se convertirán en
parte de la URSS. ¿De qué manera? ¿Cómo?
Supongamos por un
momento que, de acuerdo con el tratado firmado con Hitler, el Gobierno
de Moscú deja intacto el derecho de propiedad en los territorios
ocupados y se autolimita a "controlarlos" según el modelo fascista.
Esta concesión supondría un importante paso atrás
y podría tener un carácter decisivo en la historia del régimen
soviético; consecuentemente, sería un nuevo punto de partida
para reelaborar nuestra concepción del Estado soviético.
Es más probable,
sin embargo, que Moscú proceda a la expropiación de los grandes
terratenientes y a la estatificación de los medios de producción
en los territorios ocupados. Y es más probable no porque la burocracia
permanezca fiel al programa socialista, sino porque no desea ni es capaz
de compartir el poder con las viejas clases dominantes de los territorios
ocupados. Salta a la vista una analogía histórica. El primer
Bonaparte detuvo la revolución mediante una dictadura militar. Sin
embargo, cuando las tropas de Napoleón entran en Polonia dicta un
decreto aboliendo la servidumbre de la gleba. Napoleón no tomó
esta medida por simpatía a los campesinos o por sentimientos democráticos,
sino porque su dictadura se basaba sobre las relaciones de propiedad burguesas,
no sobre el feudalismo. Como la dictadura stalinista se basa en la propiedad
estatal y no en la privada, el resultado de la invasión de Polonia
por el Ejército Rojo será la abolición de la propiedad
capitalista, para poner el régimen de los territorios ocupados de
acuerdo con el régimen de la URSS.
La medida, de carácter
revolucionario -"la expropiación de los expropiadores"- será
llevada a cabo por métodos burocrático-militares. La llamada
a la actividad independiente de las masas en los nuevos territorios -y
sin esta llamada, aunque se oculte con gran cuidado, es imposible construir
un nuevo régimen- será sustituida por medidas políticas
de rutina destinadas a asegurar la preponderancia de la burocracia sobre
las desilusionadas masas revolucionarias. Esta es una cara del asunto.
Pero hay otra. Para conseguir la posibilidad de ocupar militarmente Polonia
mediante un acuerdo con Hitler, el Kremlin ha decepcionado una y otra vez
a las masas rusas y del mundo entero, y ha conseguido la total desorganización
de su propia Internacional Comunista. Nuestro criterio político
primordial no es el cambio de las relaciones de propiedad en tal o cual
área, por muy importante que sea, sino el cambio en la conciencia
y organización del proletariado mundial, el afianzamiento de su
capacidad para defender sus conquistas y proponerse otras nuevas. Desde
este punto de vista, los políticos de Moscú, en conjunto,
constituyen el principal obstáculo para la revolución mundial.
Nuestra concepción
general del Kremlin y el Comintern no debe, sin embargo, modificar
nuestra idea de que el hecho particular de la modificación de las
relaciones de propiedad en los territorios ocupados es una medida progresiva.
Debemos reconocerlo abiertamente. Cuando Hitler vuelva sus ejércitos
hacia el Este para defender "la ley y el orden" en la Polonia occidental,
los trabajadores deberán defender contra Hitler las nuevas formas
de propiedad impuestas por la burocracia bonapartista soviética.
¡No cambiamos nuestro rumbo!
La estatificación
de los medios de producción es una medida progresista. Pero su progresismo
es relativo: su peso depende de la suma de toda una serie de factores.
Por lo tanto, debemos dejar sentado desde ahora que la extensión
del territorio dominado por la burocracia autocrática y parásita,
acompañada de "medidas socialistas", puede aumentar el prestigio
del Kremlin, engendrar ilusiones sobre la posibilidad de sustituir la revolución
por medidas burocráticas, etc. Esto contrapesaría con mucho
el carácter progresivo de las medidas stalinistas en Polonia. Ya
que la nacionalización de la propiedad en las zonas ocupadas, igual
que en la URSS, provee las bases para un desarrollo germinalmente progresista,
es decir, socialista, se hace más necesario destruir la burocracia
de Moscú. Nuestro programa sigue siendo, por tanto, totalmente válido.
Los acontecimientos no nos cogen desprevenidos. Sólo es preciso
interpretarlos correctamente. Es necesario comprender claramente que la
contradicción más profunda está en el carácter
de la URSS y en su posición internacional. Es imposible librarse
de esta contradicción con artilugios terminológicos (estado
obrero no estado obrero). Tenemos que tomar las cosas como son. Debemos
construir nuestra política sobre la base de las contradicciones
y los hechos reales.
No creemos que el
Kremlin tenga ninguna misión histórica. Estábamos
y estamos contra la apropiación de nuevos territorios por el Kremlin.
Estamos por la independencia de Ucrania Soviética y, si los bielorrusos
lo desean, por una Bielorrusia Soviética independiente. Al mismo
tiempo, en los sectores de Polonia ocupados por el Ejército Rojo,
los partidarios de la IV Internacional están jugando un papel decisivo:
expropiando a los terratenientes y a los capitalistas, repartiendo la tierra
entre los campesinos, creando soviets y comités obreros, etc. Mientras
tanto, deben perseverar en su independencia política, luchar en
las elecciones de los soviets y comités de fábrica para que
en el futuro sean independientes de la burocracia, hacer propaganda revolucionaria
contra la oligarquía del Kremlin y sus agentes locales.
Pero supongamos que
Hitler dirige sus armas hacia el Este y ocupa los territorios en que se
encuentra ahora el Ejército Rojo. En esas condiciones, los partidarios
de la IV, sin cambiar para nada su actitud hacia la oligarquía del
Kremlin, serán los primeros en el frente porque considerarán
que la tarea más urgente del momento es la resistencia frente a
Hitler. Los trabajadores dirán: "No podemos ceder a Hitler la destrucción
de Stalin: esa es misión nuestra". Durante la lucha armada
contra Hitler, los trabajadores revolucionarios tratarán de establecer
una camaradería lo más estrecha posible con los soldados
del Ejército Rojo. Mientras luchan contra Hitler con las armas en
la mano, los bolcheviques-leninistas deben hacer propaganda contra Stalin,
preparando su derrota en la próxima, y quizá muy cercana
batalla.
Esta clase de "defensa
de la URSS" es diferente, tan diferente como el cielo de la tierra, de
la defensa oficial, que se está haciendo bajo el slogan: "¡Por
la Patria! ¡Por Stalin! Nuestra defensa de la URSS se lleva
a cabo bajo el slogan: "¡Por el socialismo! ¡Por la Revolución
Mundial! ¡Contra Stalin!". Para no confundir estos dos tipos de "defensa
de la URSS" en la conciencia de las masas es preciso elaborar slogans que
corresponden a la situación concreta. Pero, sobre todo, es preciso
establecer claramente qué se está defendiendo, cómo
y contra quién lo estamos defendiendo. Nuestros slogans crearán
confusión entre las masas solo si nosotros no tenemos claras nuestras
tareas.
Conclusiones
Por el momento, carecemos
de razones para modificar nuestra posición de principio con respecto
a la URSS.
La guerra acelera
los distintos procesos políticos. Puede acelerar el proceso de regeneración
revolucionaria de la URSS. Por eso es preciso que sigamos cuidadosamente
y sin prejuicios las modificaciones que la guerra va introduciendo en la
vida interna de la URSS y que seamos conscientes de ellas en el momento
en que se produzcan.
Nuestras tareas en
los territorios ocupados son básicamente las mismas que en la URSS:
pero como se derivan de acontecimientos planteados en forma muy aguda,
nos permiten clarificar mejor nuestras tareas respecto a la URSS.
Debemos formular nuestros
slogans de forma que los trabajadores vean claramente lo que estamos defendiendo
de la URSS (propiedad estatal y economía planificada) y contra quien
dirigimos nuestra lucha sin cuartel (la burocracia parasitaria y el Comintern).
No debemos perder de vista ni por un momento el hecho de que para nosotros
la destrucción de la burocracia soviética está subordinada
a la preservación de la propiedad estatal de los medios de producción
en la URSS; pero que la cuestión de preservar la propiedad estatal
de los medios de producción en la URSS está subordinada a
la revolución proletaria mundial.
25 de septiembre de 1939. |
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