No podían prever...
"Nosotros" previmos la alianza
con Hitler -dicen Schatman y Burnham-, pero, ¿cómo íbamos
a prever la invasión de Polonia?, ¿o la de Finlandia? No,
"nosotros" no podíamos prever estos acontecimientos. Acontecimientos
tan improbables e inesperados supondrían, insisten, un verdadero
cataclismo para nuestra política. Aparentemente, estos políticos
suponían que Stalin necesitaba aliarse con Hitler para comer juntos
huevos de Pascua. Previeron la alianza (¿dónde?, ¿cuándo?),
pero no previeron el porqué.
Reconocen el derecho del
estado obrero a maniobrar entre los dos bandos imperialistas y a aliarse
a uno contra el otro. Estas alianzas deben tener como meta la defensa del
estado obrero, la adquisición de ventajas económicas, estratégicas
y de otro tipo y, si las circunstancias lo permiten, la expansión
del estado obrero. El estado obrero degenerado intenta conseguir estos
fines por medios burocráticos, y a cada paso entra en conflicto
con los intereses del proletariado internacional. Pero, ¿qué
tiene de inesperado e imprevisible que Stalin intente sacarle todo el jugo
posible a su alianza con Hitler?
Si nuestros desdichados políticos
no pudieron prever esto, es porque son incapaces de pensar un asunto hasta
sus últimas consecuencias. En el verano de 1939, durante las negociaciones
propacto con la delegación anglo-francesa, Stalin pidió el
control militar de los estados Bálticos. Como Francia e Inglaterra
se lo negaron, rompió las negociaciones. Sólo este hecho
pone de manifiesto que una alianza con Hitler garantizaría a Stalin
el control de los estados Bálticos. Las personas con instinto político
abordaron el asunto precisamente desde este punto de vista, y se preguntaron:
¿cuándo empezará?, ¿utilizará la fuerza?,
etc. El curso de los acontecimientos depende, sin embargo, más de
Hitler que de Stalin. Como norma general, los acontecimientos concretos
no se pueden prever. Pero, en líneas generales, se mantienen en
la misma dirección que antes.
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(*) Este artículo
apareció por primera vez en el Fourth International, en junio de
1940. (Nota del editor.)
Gracias a la degeneración
del estado obrero, la URSS ha saltado al campo de la segunda guerra imperialista
mucho más débilmente de lo que hubiera podido hacerlo. El
pacto de Stalin con Hitler tenía como fin proteger a la URSS de
un ataque alemán y, en general, proteger a la URSS de una guerra
mayor. Al ocupar Polonia, Hitler necesitaba apoyo por el Este. Obligó
a Stalin a invadirla por el Este, lo que proporcionaba a la URSS una garantía
suplementaria en su frontera occidental. Pero, en consecuencia, la URSS
y Alemania pasaban a tener una frontera común, lo que implicaba
un mayor peligro para el país y una mayor dependencia de Hitler
para Stalin.
La partición de Polonia
tuvo sus secuelas en los países escandinavos. Hitler debió
comunicar a su "amigo" Stalin que pensaba ocupar Escandinavia. A Stalin
debieron entrarle sudores fríos. Esto implicaba el total dominio
alemán sobre el mar Báltico, es decir, constituía
una amenaza directa sobre Leningrado. Una Vez más, Stalin tuvo que
buscar garantías suplementarias contra su aliado, esta vez en Finlandia.
Sin embargo, se tropezó con seria resistencia. El "paseo militar"
fracasó. Mientras tanto, Escandinavia empezaba a convertirse en
el principal teatro de la guerra. Hitler, que había hecho ya sus
preparativos contra Dinamarca y Noruega, instó a Stalin a firmar
rápidamente la paz. Stalin tuvo que renunciar a sus planes, es decir,
a la sovietización de Finlandia. Estos son los acontecimientos más
importantes en Europa noroccidental.
Las pequeñas naciones en la guerra
imperialista
En una guerra mundial, enfocar
el tema del destino de las naciones pequeñas en términos
de "independencia nacional", "neutralidad" es mantenerse dentro de la mitología
imperialista. La lucha implica el dominio del mundo. La supervivencia de
la URSS también está involucrada. Este problema, de momento
oscurecido, puede saltar a primer plano en cualquier momento. Los países
pequeños o de segunda fila son ahora mismo peones en manos de las
grandes, potencias. No les queda más libertad, y esto hasta cierto
punto, que la de elegir entre dos amos.
En el momento actual luchan
dos gobiernos en Noruega; el nazi, protegido por las tropas alemanas, en
el Sur, y el socialdemócrata, con su rey a la cabeza, en el Norte.
¿Deberían apoyar los obreros noruegos al bando demócrata
contra el fascista? Siguiendo la analogía con España, puede
parecer que sí. Pero esto sería un tremendo desatino. En
España se trataba de una guerra civil aislada; la intervención
de las potencias imperialistas extranjeras, aunque importante, era de carácter
secundario. En Noruega se trata del choque frontal de los dos bandos imperialistas,
en cuyas manos los dos gobiernos noruegos no son más que marionetas.
Y nosotros no apoyamos ni a los alemanes ni a los aliados. Por tanto, no
hay ninguna razón para que los apoyemos temporalmente en Noruega.
Debemos aplicar el mismo
enfoque a Finlandia. Desde el punto de vista del proletariado internacional,
la resistencia finlandesa no es un acto de defensa de la independencia
nacional, como tampoco lo es la noruega. Esto lo demostró claramente
el gobierno finlandés cuando prefirió cesar toda resistencia
a ver convertida Finlandia en una base militar de Francia, Inglaterra y
EE.UU. La independencia de Finlandia o Noruega, la defensa de la democracia,
etc., aunque sean cuestiones importantes por sí mismas, están
ahora supeditadas a la lucha de las fuerzas más poderosas del mundo.
Debemos discutir estos factores secundarios, pero debemos construir nuestra
política en base a los principales.
Las tesis programáticas
de la IV Internacional, para caso de guerra, respondieron ampliamente a
estas preguntas hace ya seis años. Las tesis mantenían: La
idea de la defensa nacional, especialmente si va unida a la idea de la
defensa de la democracia, no debe utilizarse nunca más para embaucar
a los trabajadores de países pequeños y neutrales (Suiza,
Bélgica, los países escandinavos...). Más aún:
"Sólo un pequeñoburgués con la cabeza cuadrada (como
Robert Grimm), de una aldea suiza olvidada de Dios, puede creer que la
guerra mundial es un medio para defender la independencia de Suiza." Otro
pequeñoburgués igual de estúpido imagin6 que la guerra
mundial era un medio para defender la independencia de Finlandia, que es
posible establecer la estrategia proletaria sobre un episodio táctico,
como es la invasión de Finlandia por el Ejército Rojo.
Georgia y Finlandia
Igual que en una huelga contra
un gran capitalista, los obreros pueden cargarse de paso negocios pequeñoburgueses
muy respetables, un estado obrero -aunque esté completamente sano
y sea totalmente revolucionario- puede, en su lucha contra el imperialismo,
o al buscar garantías contra él, verse obligado a violar
la independencia de algún país pequeño. Los filisteos
demócratas pueden llorar por la rudeza de la lucha de clases o de
la guerra mundial, pero no los proletarios revolucionarios.
En 1921 la URSS sovietizó
a la fuerza Georgia, porque era un paso abierto para el imperialismo en
el Cáucaso. Se podrían haber hecho muchas objeciones a esa
sovietización desde el punto de vista del principio de autodeterminación.
Desde el punto de vista de la expansión de la revolución
socialista, la intervención militar en un país de campesinos
era un acto más que dudoso. Pero la sovietización forzosa
se justificaba desde el punto de vista de la defensa de un estado obrero
rodeado de enemigos; la salvaguarda de la revolución socialista
está por encima de los principios democráticos formales.
El mundo imperialista ha
utilizado durante mucho tiempo la violencia hecha a Georgia como arenga
para movilizar a la opinión pública mundial contra la URSS.
También en este caso, la socialdemocracia ha estado a la cabeza
del imperialismo democrático. A la cola iban los pequeñoburgueses
del desdichado "tercer campo".
Sin embargo, existe una profunda
diferencia entre las dos intervenciones; la URSS de hoy está lejos
de ser la de 1921. Las tesis de 1934 de la IV Internacional declaran: "El
crecimiento monstruoso de la burocracia soviética y las pésimas
condiciones de vida de los trabajadores han reducido extraordinariamente
el atractivo de la URSS para la clase obrera del mundo." La guerra entre
Finlandia y la URSS revela clara y gráficamente cómo, a tiro
de fusil de Leningrado, la cuna de la Revolución de Octubre, la
URSS es incapaz de ejercer ninguna fuerza atractiva. De esto no debemos
deducir que la URSS deba ser invadida por los imperialistas, sino arrancada
de las manos de la burocracia.
"¿Dónde está la guerra
civil?"
"Pero, ¿dónde
está la guerra civil que nos había prometido?", me preguntan
los líderes de la antigua oposición, hoy líderes del
"tercer campo". Yo no prometí nada. Sólo analicé una
de las variantes posibles en el desarrollo posterior de la guerra entre
Finlandia y la URSS. La ocupación de bases aisladas eran tan probable
como la total invasión del país. La ocupación, de
las bases ha supuesto el mantenimiento del régimen burgués
en el resto del territorio. La ocupación total suponía una
revolución social, imposible sin la colaboración de los trabajadores
y los campesinos más pobres en una guerra civil. Las negociaciones
diplomáticas iniciales entre Helsinki y Moscú hacían
suponer que la cuestión iba a resolverse como en el caso de los
otros estados bálticos. La resistencia finlandesa obligó
al Kremlin a lograr sus fines a través de medidas militares, Stalin
sólo podría justificar la guerra ante las masas mediante
la sovietización de Finlandia. El nombramiento del gobierno de Kuusinen
indicó que el destino de Finlandia no era el de los países
bálticos, sino el de Polonia, donde -digan lo que quieran los columnistas
aficionados del "tercer campo"- Stalin se vio obligado a provocar la guerra
civil y a modificar las relaciones de propiedad.
He especificado varias veces
que si la guerra de Finlandia no se sumergía en la guerra general
y si Stalin no se veía obligado a retirarse por un ataque exterior,
tendría que sovietizar Finlandia. Esta tarea era mucho más
difícil que la sovietizaci6n de Polonia del Este. Más difícil
desde el punto de vista militar, puesto que Finlandia estaba mejor preparada.
Más difícil desde el punto de vista nacional, pues Finlandia
posee una larga tradición de lucha por la independencia nacional
contra Rusia, mientras que los ucranianos o los bielorrusos lucharon contra
Polonia. Más difícil desde el punto de vista social, pues
la burguesía ha resuelto a su manera el problema precapitalista
agrario, mediante la creación de una pequeña burguesía
campesina. Sólo la victoria militar de Stalin sobre Finlandia hubiera
hecho posible la ruptura de las relaciones de propiedad, con mayor o menor
apoyo de los trabajadores y campesinos pobres.
¿Por qué Stalin
no llevó a término este plan? Porque empezó una colosal
movilización de la opinión pública burguesa contra
la URSS. Porque Francia e Inglaterra se tomaron en serio la intervención
militar. Y, por último -aunque no de menor importancia-, porque
Hitler no podía esperar más. La aparición de las tropas
francesas e inglesas hubieran dado al traste con los planes de Hitler para
Escandinavia, basados en la conspiración y la sorpresa. Cogido entre
dos fuegos -por un lado, los aliados, por el otro, Hitler- Stalin hubo
de renunciar a la sovietización de Finlandia, limitándose
a ocupar algunas bases estratégicas aisladas.
Los partidarios del "tercer
campo" (el campo de los pequeñoburgueses despavoridos) se hacen
ahora la siguiente composición de lugar; Trotsky dedujo la guerra
civil en Finlandia de la naturaleza de clase de la URSS; puesto que no
hubo guerra civil, la URSS no es un estado obrero. En realidad, no había
necesidad de deducir lógicamente la guerra de la definición
sociológica de la URSS; bastaba con basarse en la experiencia polaca.
El cambio en las relaciones de propiedad que se produjo allí sólo
podía haber sido llevado a cabo por el estado nacido de la Revolución
de Octubre. Este cambio le fue impuesto al Kremlin por la necesidad de
luchar por la supervivencia en determinadas condiciones. No cabe duda de
que, bajo las mismas condiciones, se habría visto obligado a repetirlo
en Finlandia. Esto es todo lo que dije. Pero las condiciones cambiaron
en el curso de la lucha. La guerra, como la revolución, da a veces
saltos bruscos. Tras el cese de las operaciones del Ejército Rojo,
ya no se puede hablar, naturalmente, del estallido de la guerra civil en
Finlandia.
Todo pronóstico histórico
es condicional. No se puede utilizar como dato. Un pronóstico no
hace más que delinear los principales rasgos del desarrollo posterior.
Pero a lo largo de estos rasgos operan diferentes fuerzas y tendencias,
que pueden empezar a predominar en un momento o en otro. Los que quieran
pronósticos de hechos concretos, deben consultar con el astrólogo.
El pronóstico marxista no es más que una orientación.
Frecuentemente, he condicionado mi pronóstico a una o más
variantes posibles. Agarrarse ahora como a un clavo ardiendo al hecho histórico
de décima categoría de que el destino temporal de Finlandia
se parezca más al de Latvia, Lituania y Estonia que al de Polonia,
sólo se le ocurriría a un académico estéril...
o a los líderes del "tercer campo".
La defensa de la Unión Soviética
Naturalmente, la invasión
de Finlandia por Stalin no fue sólo un acto en defensa de la URSS.
La política de la Unión Soviética es dirigida por
la burocracia bonapartista. Esta burocracia se preocupa, por encima de
todo, por su poder, su prestigio y sus conquistas. Se defiende a sí
misma mucho mejor de lo que defiende a la URSS. Se defiende a sí
misma a costa de la URSS y del proletariado mundial. Se ha puesto de manifiesto
a lo largo del desarrollo del conflicto entre Finlandia y la URSS. Por
tanto, no podemos, ni directa ni indirectamente, responsabilizarnos de
la invasión de Finlandia, que no representa más que un eslabón
más en la cadena de la política de la burocracia bonapartista.
Una cosa es solidarizarse
con Stalin, defender su política, asumir la responsabilidad de ella
-como hace el triplemente infame Comintern- y otra muy distinta explicar
al proletariado internacional que, por muchos crímenes que pueda
cometer Stalin, no podemos permitir que el imperialismo invada la Unión
Soviética, restablezca el capitalismo y convierta al país
de la Revolución de Octubre en una colonia. Esta explicación
es la base de nuestra defensa de la URSS.
Los derrotistas coyunturales,
es decir, los derrotistas aventureros, tratan de tranquilizar su conciencia
diciendo que, si los Aliados intervienen en la URSS, abandonarían
su derrotismo y se convertirían en defensistas. Pero esto es sólo
una evasiva. En general, es difícil establecer la propia política
a toque de despertador, y más en tiempo de guerra. En los días
críticos de la guerra entre Finlandia y la URSS el cuartel general
de los aliados llegó a la conclusión de que la única
manera seria y rápida de ayudar a Finlandia era bombardear desde
el aire el ferrocarril de Murmansk. Desde el punto de vista estratégico,
esta decisión era correcta. La intervención o no intervención
de las fuerzas aéreas aliadas estuvo pendiente de un hilo. Al parecer,
del mismo hilo pendía la posición de principio del "tercer
campo". Nosotros, desde el primer momento, establecimos la necesidad de
adoptar una postura respecto a la guerra según la naturaleza de
clase de los bandos en discordia. Esto es mucho más fiable.
No rindamos al enemigo posiciones
ya conquistadas
La política de derrotismo
no es un castigo a tal o cual gobierno por los crímenes que ha cometido,
sino una conclusi6n derivada de las relaciones de clase. Los marxistas
no guían una guerra basándose en consideraciones morales
o sentimentales, sino en su concepción social de un régimen
y de sus relaciones con los otros. Apoyamos a Abisinia no porque el Negus
fuera "moral" o políticamente superior a Mussolini, sino porque
la defensa de un país atrasado contra la opresión colonial
es un duro ataque al imperialismo, que es el principal enemigo de la clase
trabajadora de todo el mundo. Defendemos a la URSS, independientemente
de la política del Negus de Moscú, por dos razones. En primer
lugar, porque la derrota de la URSS proveería al imperialismo de
nuevos y colosales recursos, y prolongaría durante muchos años
la agonía de la sociedad capitalista. Y, en segundo, por que las
bases sociales de la URSS, una vez limpias del parásito burocrático,
son capaces de asegurar un progreso económico y cultural ilimitado,
mientras que la estructura capitalista sólo puede decaer cada vez
más.
Lo que deja más claro
el carácter de nuestros ruidosos críticos es que, mientras
Stalin destruía el partido bolchevique, mientras estrangulaba la
revolución proletaria en España, mientras traicionaba a la
revolución mundial en nombre de los "Frentes Populares" y la "seguridad
colectiva", siguieron considerando a la URSS un estado obrero. ¡En
todas esas condiciones, consideraron necesario seguir defendiendo a la
URSS! Pero en cuanto Stalin invade la "democrática" Finlandia, en
cuanto la opinión pública burguesa de las democracias imperialistas
-que había encubierto los crímenes de Stalin contra los comunistas,
los obreros y los campesinos- pone el grito en el cielo, nuestros "innovadores"
declaran inmediatamente: " ¡Esto es intolerable! " E, igual que Rooswelt,
declaran el embargo moral contra la URSS.
El razonamiento de Burnham,
el médico-brujo con educación universitaria, según
el cual defender a la URSS implica defender a Hitler, es un ejemplo típico
de estupidez pequeñoburguesa, que intenta forzar realidades contradictorias
en el entramado de un silogismo bidimensional. ¿Cuándo defendieron
a la República soviética en la paz de Brest-Litovsk, apoyaban
los trabajadores a los Hohenzollern? ¿Sí o no? Las tesis
programáticas de la IV Internacional sobre la guerra, establecen
categóricamente que los acuerdos entre un estado soviético
y tal o cual país capitalista no comprometen para nada al partido
revolucionario de ese estado. Los intereses de la revolución mundial
están por encima de cualquier combinación diplomática
aislada, por muy justificable que sea. Defendiendo la URSS luchamos más
seriamente contra Stalin y contra Hitler de lo que lo hacen Burnham y compañía.
Es verdad que Schatman y
Burnham no están solos. Leon Jouhaux, el famoso agente del capitalismo
francés, también estaba indignado de que "los trotskystas
apoyasen a la URSS". Pero nuestra actitud hacia la URSS es la misma que
hacia la CGT (Confederación General del Trabajo); la defendemos
contra la burguesía a pesar de estar dirigida por bribones como
Leon Jouhaux, que decepcionan y traicionan a los trabajadores a cada paso.
Los mencheviques rusos dicen que la IV Internacional está en un
callejón sin salida, porque considera todavía a la URSS como
un estado obrero. Estos mismos caballeros son miembros de la II Internacional,
que cuenta entre sus filas a traidores tan eminentes como el típicamente
burgués mayor Huysmans y Leon Blum que, en junio de 1936, traicionaron
una situación revolucionaria especialmente favorable, y, por tanto,
hicieron posible esta guerra. Los mencheviques reconocen que los partidos
de la II Internacional son "partidos obreros", pero consideran que la URSS
no es un estado obrero porque a su cabeza hay una burocracia de traidores.
Esto llega al cinismo y al descaro. Stalin, Molotov y los demás,
como capa social, no son mejores ni peores que los Blums, Jonhaux, Citrines,
Thomases, etc. La única diferencia es que Stalin y compañía
explotan y estropean las bases económicas viables del desarrollo
socialista, y los Blums se aferran a las podridas bases de la sociedad
capitalista.
El estado obrero debe tomarse
tal y como emerge del implacable laboratorio de la historia, y no como
lo imaginó un profesor "socialista", mientras se hurgaba reflexivamente
la nariz. El deber de todo revolucionario es defender cada conquista de
la clase trabajadora, por mucho que la hayan deformado las fuerzas hostiles.
Los que no son capaces de defender las posiciones ya conquistadas, nunca
conquistarán ninguna más. |
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