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Es necesario alzar la voz contra el racismo
Ante el brote xenófobo de Almería. Declaración de JRE/Izquierda Revolucionaria y artículo publicado en A luchar nº 4 (Febrero  2000)

Brote racista en AlmeriaNo ha pasado un año de los sucesos de Tarrasa, cuando nos encontramos con otro brote racista de parecidas características. Durante varios días cientos de vecinos del pueblo de El Ejido y de otros municipios de Almería armados con palos, cadenas y barras de hierro han sembrado el pánico atacando a trabajadores inmigrantes en una auténtica "caza del moro" ante la total pasividad de la policía

Lecir Fahim, detenido por la policía como supuesto autor del asesinato de Encarnación López, recibía tratamiento psiquiátrico y sus compañeros tramitaban su repatriación a Marruecos. El asesinato de Encarnación, unida a la muerte violenta poco tiempo atrás de dos agricultores, sirvió de mecha xenófoba contra el colectivo inmigrante responsabilizado colectivamente de estos hechos. 

Se destrozaron comercios y quemado negocios regentados por inmigrantes que residen allí con sus familias desde hace una década y que estaban perfectamente integrados en la vida del pueblo. Incluso se atacó los locutorios telefónicos, habitualmente frecuentados por los trabajadores inmigrantes. Varios locales de diversas ONG’s y de asociaciones de apoyo al inmigrante fueron asaltados y destrozados. Hasta el subdelegado del Gobierno y varios periodistas fueron agredidos. Miles de personas se desplegaron por diversos cortijos donde persiguieron y apalearon a trabajadores inmigrantes, volcando e incendiando coches y saqueando y destrozando chabolas. 

Estos hechos lamentables recuerdan los vividos en Tarrasa el año pasado. Sin embargo, existen diferencias que nos tienen que hacer reflexionar. Nos encontramos en un momento especialmente importante. La extrema derecha racista acaba de llegar al gobierno en Austria. El Parlamento español acaba de aprobar una reforma de la Ley de Extranjería que no siendo la mejor de las posibles es sin duda alguna un paso adelante respecto a la legislación represiva del pasado. Esta nueva ley es la única que se ha aprobado con el rechazo explícito del Gobierno del PP en toda la legislatura. Al mismo tiempo, dentro de un mes se van a celebrar elecciones generales y andaluzas. El PP ya ha anunciado que reformará la ley si llega al Gobierno. 

Piqué, el Haider español

En este clima electoral, dirigentes del PP, como Juan Enciso -alcalde de El Ejido- y el Ministro portavoz del Gobierno, Josep Piqué, han realizado declaraciones en contra de la nueva ley, lo que demuestra que el PP ha decidido convertir la cuestión de la inmigración en tema de debate electoral, fomentando los prejuicios racistas y buscando el voto «anti-inmigración». 

La intencionada pasividad policial -que según ha denunciado el secretario general del Sindicato Profesional de Policía Uniformada, Francisco Javier Santaella, se debió a "órdenes terminantes" de no intervenir dictadas por el Ministro del Interior- buscaba ahondar en el caos para presentar el fenómeno inmigratorio como un «problema» cuya resolución pasa por reformar la «permisiva» ley recién aprobada. 

No nos engañemos. La complicidad policial, eficazmente planificada por los responsables de Interior, animó a los elementos más racistas e incontrolados y dió rienda suelta durante varios días a los prejuicios xenófobos de una parte de la población almeriense, desarrollándose una agresión xenófoba colectiva que recuerda «la noche de los cristales rotos» y que ha sido el resultado previsible de una estrategia preconcebida. En Almeria se ha visto el verdadero rostro de la derecha más rancia y retrógrada que anida bajo las alas del PP. 

Un verdadero apartheid

No nos sorprende que el Gobierno del PP se haya convertido en cómplice político del racismo y la xenofobía. Durante años los trabajadores inmigrantes de El Ejido y otras poblaciones cercanas vienen sufriendo un auténtico apartheid. 

A los inmigrantes se les tolera a la hora de trabajar, pero molestan cuando intentan divertirse o deciden pasearse por las calles de la ciudad. Se les niega el acceso a bares y discotecas, los propietarios no les alquilan viviendas y casi todas las semanas hay malos tratos, agresiones y apaleamientos, actos en los que la complicidad y hasta la abierta participación de determinados cuerpos de seguridad no son ajenos. 

Sólo una cuarta parte de los inmigrantes de El Ejido residen en el casco urbano, mientras la gran mayoría vive diseminada en el campo, sin relación alguna con la población nativa, lo que demuestra una vez más el alto nivel de ghettización que padecen los inmigrantes. 

Además, cerca del 60% residen en verdaderas "infraviviendas", almacenes o casas semiderruidas. El 42% de las viviendas no tiene tabiques de separación entre habitaciones, lo que no sólo impide un mínimo de intimidad sino que confirma que se trata de almacenes agrícolas u otro tipo de estructuras no pensadas ni adaptadas para ser habitadas. Prueba de ello, es que el 55% carece de agua corriente, el 57% de baño, el 56% de cocina y el 31% de luz eléctrica. El 65% de las viviendas están ocupadas por varones. 

El hacinamiento de los inmigrantes en viviendas carentes de las mínimas condiciones de salubridad refuerza la ghettización y consolida la marginalidad de este colectivo, reforzando los prejuicios de buena parte de la sociedad almeriense. La falta de una vivienda digna es un obstáculo para el reagrupamiento familiar, que no sólo es un derecho básico, sino la primera condición para la integración social, pues un colectivo de hombres solos es por definición un colectivo desintegrado. 

La revolución del plástico, los cultivos intensivos de invernadero, especialmente en el poniente almeriense, ha transformado la provincia andaluza, tradicional tierra de emigración, en destino preferente de los inmigrantes. El Ejido es un pueblo que en los últimos 20 años ha multiplicado por ocho su población, una ciudad de casi 60.000 personas, con unos 6.000 inmigrantes que trabajan casi exclusivamente de peones agricolas. Gracias en gran parte al esfuerzo y el trabajo de este colectivo el agro almeriense, enclavado en un área semidesértica, ha logrado salir del subdesarrollo y convertirse en una de las zonas más prósperas del Estado español. 

Pero este rápido enriquecimiento ha creado un monstruo. El Ejido no ha tenido un desarrollo armónico. Es un pueblo surgido en menos de dos décadas sin tradiciones, raices ni fiestas sentidas por la población que los ligue culturalmente. Es un pueblo desestructurado donde la población inmigrante no tiene medios, aunque quiera, para integrarse y la población nativa encuentra en el rechazo al inmigrante el norte que les une como comunidad. 

Exclusión social

Los hechos de El Ejido demuestran lo que venimos explicando durante años las organizaciones comprometidas en la lucha contra el racismo. Demuestra que, más allá de las constantes agresiones de los cada vez más marginales grupos de extrema derecha, existe un caldo de cultivo de las actitudes racistas que hunde sus raíces en la pobreza y marginación a la que se ven sometidos los trabajadores inmigrantes. Demuestra, además, que la gente puede, ante la falta de una genuina alternativa de cambio social, ser arrastrada fácilmente hacia el abismo de la demagogia racista y fascista. 

Demuestra, también, que las legislaciones represivas que aplican los gobiernos europeos contribuyen a la extensión del racismo. Desde el punto y hora que ponen el acento en la contención de los flujos migratorios, los legisladores no sólo no comprenden la complejidad del fenómeno migratorio sino que potencian actitudes discriminatorias que son trasladadas al conjunto de la sociedad. 

La globalización capitalista excluye a regiones y continentes enteros de la "aldea global" creando situaciones de pobreza creciente en numerosos países. Millones de personas son obligadas por las fuerzas ciegas del mercado a huir de una cada vez más funesta perspectiva de hambre, guerras y enfermedades. La catástrofe que asola al llamado Tercer Mundo aumenta cada día. La gente vive peor que generaciones pasadas. La distancia respecto del mundo "desarrollado" crece cada año, como demuestran los informes de la ONU. 

La inmigración es para mucha gente la única válvula de escape de una angustiosa realidad. Pero inmigrar no es nada fácil. Para llegar al "paraíso" europeo han tenido que pagar previamente precios abusivos para cruzar el Estrecho. Un dinero que representa los ahorros de años de duro trabajo para una familia. Para algunos el precio a pagar es la propia vida. Cada año decenas de trabajadores magrebíes y del África subsahariana dejan sus vidas en el Estrecho en un vano intento de mejorar su existencia. Los que logran llegar a nuestras costas y escapan del férreo control policial son presas de empresarios sin escrúpulos que amasan enormes beneficios aprovechándose de sus precarias condiciones. 

Durante los años '50 y '60 y parte de los '70, la masa de mano de obra inmigrante fue necesaria para el desarrollo de la industria centroeuropea. Millones de trabajadores procedentes de España, Turquía, Portugal, etc fueron sobrexplotados por las grandes empresas capitalistas. El confort y el nivel de vida de Europa Occidental se sustenta, en parte, en la utilización masiva de grandes contingentes de trabajadores inmigrantes. 

Ahora, en el marco de la onda depresiva del ciclo económico, sobra mano de obra y el fenómeno migratorio representa un problema para los capitalistas. Por eso todos los gobiernos occidentales, sin excepción, endurecieron las leyes de asilo y extranjería durante los años '80 y '90. De esta manera tan sutil se intenta culpar al inmigrante de la crisis del sistema capitalista. 

Los gobiernos europeos defendiendo a capa y espada políticas neoliberales que sólo benefician a los más ricos expulsan al vertedero de la exclusión social a millones de personas. En Europa Occidental hay 40 millones de pobres, 20 millones de parados, cinco millones "sin techo", etc. 

Para defender los beneficios de los ricos, los gobiernos europeos están dispuestos a obligar a la gente a vivir en la pobreza, pero sin cargar con la responsabilidad. Prefieren, entre otras cosas, culpar a los trabajadores inmigrantes de los problemas que 'su' sistema y 'sus' políticas crean. Todos los gobiernos europeos han contribuido, gracias a las políticas represivas y de exclusión social, al incremento de las actitudes racistas en Europa. 

El racismo, un arma del sistema

No es una casualidad. Históricamente, los capitalistas, en época de crisis social, han intentado dividir y enfrentar a unas capas de trabajadores contra otros. El veneno racista cumple esta función. Desvía la atención de las verdaderas causas de los problemas -paro, precariedad, etc.- que aquejan a los trabajadores. 

La clase dominante nunca admitirá el fracaso de su propio sistema. Antes, como ocurrió en la Alemania nazi con los judíos, intentará dividir a los trabajadores haciendo recaer la culpa sobre las minorías. Los trabajadores inmigrantes son el principal objetivo a batir. 

El racismo siempre ha sido un arma del sistema. Por eso no basta con un mero rechazo moral, sino que hay que organizar la más amplia movilización obrera y popular, denunciando la hipocresía del sistema y de sus defensores y uniendo en primer lugar, a los trabajadores nativos e inmigrantes en la defensa de los intereses comunes. 

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