Juana
Álvarez
Las relaciones de Rusia
con el imperialismo se mueven sobre la base de una contradicción:
por un lado, la consumación de la restauración capitalista
ha generado una burguesía nacional débil, cuyo sometimiento
semicolonial al gran capital financiero internacional es evidente.
Pero por otro lado, Rusia
conserva el poderío militar y nuclear de la antigua URSS que hasta
cierto punto representaba un contrapeso a la hegemonía yanqui. La
nueva burguesía rusa dispone de esta herencia que utiliza como arma
disuasoria en su política exterior e interior.
El envío de barcos
al Adriático, las pruebas con misiles y las amenazas de Yeltsin
los primeros días de la guerra buscaban por un lado, calmar al pueblo
ruso y por otro, situarse en el conflicto jugando un papel de bisagra en
las relaciones entre la OTAN y Milosevic, que les permitiera participar
en la ocupación de Kosovo y recuperar protagonismo en la arena europea.
De hecho, Rusia tuvo mucho que ver con el acuerdo firmado entre la OTAN
y el Gobierno yugoslavo. La OTAN a pesar de los bombardeos nunca cerró
la vía diplomática y para ello necesitó de los buenos
oficios del mediador ruso. Chernomirdin actuó como mero embajador
de la solución imperialista que se ha impuesto, con el consentimiento
de Yeltsin y el gobierno ruso.
La "machada" del destacamento
ruso que ocupó el aeropuerto de Pristina debe interpretarse más
como un gesto publicitario hacia el interior, que como una amenaza hacia
la OTAN. Aunque es justo reconocer que la aventura del destacamento ruso
puso nerviosos a la OTAN y al Pentágono. En cualquier caso, la conducta
de los Yeltsin y compañía demuestra el actual sometimiento
de la burguesía rusa al imperialismo. |
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