Hermanos:
Durante los últimos
años de revolución (1848-1849) la Liga ha justificado plenamente
su existencia. Primero: Por la vigorosa actividad de sus miembros; en todos
los sitios donde se produjeron movimientos estuvieron en la vanguardia,
en la Prensa, en las barricadas y en los campos de batalla del proletariado,
como la única clase revolucionaria de la sociedad. Segundo: A través
de la concepción que del alzamiento en conjunto tenía la
Liga, según fue enunciado en la carta circular del Congreso Central
Ejecutivo en 1847, y particularmente en el Manifiesto Comunista.
Esta concepción
ha sido ratificada por los acontecimientos de los dos años últimos.
De otra parte, los puntos de vista que respecto de las condiciones sociales
actuales propagábamos nosotros en los primeros años de nuestra
actuación en reuniones secretas y en escritos clandestinos son ahora
del dominio público y se predican en esquinas y plazas públicas.
Por otro lado, la
primitiva y rígida organización de la Liga se ha perdido
considerablemente; un gran número de miembros que han participado
directamente en la revolución han venido a la conclusión
de que ha pasado el tiempo de la organización secreta y que la propaganda
pública sería suficiente. Varios distritos y Comunidades
han perdido el contacto con el Comité Central y no lo reanudan.
Mientras el partido
democrático, el partido de la pequeña burguesía, amplía
y robustece su organización, el partido de la clase obrera pierde
su cohesión o forma organizaciones locales para fines locales, y
así se ve envuelto en el movimiento democrático y cae bajo
la influencia de la pequeña burguesía. Este estado de cosas
debe terminar; la independencia de la clase trabajadora debe ser restablecida.
El Comité Central,
ya en el invierno de 1848-49 mostró la necesidad de esta reorganización
y envió con esta misión a José Moll; pero su trabajo
no ha dado resultado. Después de la derrota del movimiento revolucionario
de junio de 1849 en Alemania, casi todos los miembros del Comité
Central, reunidos en Londres y ayudados por nuevas fuerzas revolucionarias,
tomaron seriamente en sus manos el trabajo de reorganización.
Esta reorganización
sólo puede ser lograda por un enviado especial, y el Comité
Central piensa que tiene una gran importancia el hecho de que nuestro delegado
debe estar en viaje en el momento en que un nuevo alzamiento es inminente;
precisamente cuando, por esta razón, el partido de la clase obrera
debería estar fuertemente organizado y actuar unánime e independientemente,
si no quiere ser de nuevo explotado y marchar a remolque de la burguesía,
como en 1848.
* * *
Os hemos dicho, hermanos,
en 1848 que el liberalismo alemán vendría pronto al Poder
y emplearía éste una vez más contra la clase trabajadora.
Habéis visto cómo ha sido realizado. Fue la burguesía
quien, después del victorioso movimiento de marzo de 1848, tomó
las riendas del gobierno, y el primer uso que hizo del Poder fue hacer
retroceder a los trabajadores, sus aliados en la lucha contra el absolutismo,
a su anterior condición de oprimidos. No podían ellos conseguir
su propósito sin la asistencia de la derrotada aristocracia, a la
cual transfieren incluso el Poder gubernamental, guardando, no obstante,
para sí mismos la intervención definitiva del Gobierno a
través del presupuesto.
La parte que los liberales
jugaron en 1848, este papel de traición, será desempeñado
en la próxima revolución por el partido de la pequeña
burguesía, la cual, entre los partidos de oposición al Gobierno,
está ahora ocupando la misma posición que los liberales tenían
antes de la revolución de Marzo. Este partido democrático,
el cual es más peligroso para los trabajadores que lo fue el partido
liberal, está integrado por los siguientes elementos:
1º. Por los miembros
más progresivos de la alta burguesía, cuya misión
es barrer todos los residuos de feudalismo y absolutismo;
2º. Por la pequeña
burguesía democrático-constitucional, cuyo principal objeto
es establecer una federación democrática de los Estados alemanes,
y
3º. Por la pequeña
burguesía republicana, cuyo ideal es transformar Alemania en una
especie de República suiza. Estos republicanos se llaman a sí
mismos "rojos" y "socialdemócratas", porque tienen el piadoso deseo
de remover la presión del gran capital sobre el más pequeño
y la que la gran burguesía ejerce respecto de la pequeña.
Todos los partidos,
después de la derrota que han sufrido, se llaman republicanos o
rojos, exactamente igual que en Francia la pequeña burguesía
republicana se llama a sí misma socialista. Donde, no obstante,
tiene la oportunidad de lograr sus fines por métodos constitucionales,
usan su vieja fraseología y muestran por los actos que no han cambiado
en absoluto. Es, naturalmente, evidente que el cambio de nombre de tal
partido no altera su actitud hacia la clase trabajadora; esto prueba únicamente
que en su lucha contra las fuerzas unidas del absolutismo y de los capitalistas
fuertes ellos necesitan la ayuda del proletariado.
El partido democrático
pequeño-burgués es muy poderoso en Alemania. Abarca, no solamente
la gran mayoría de la población de las ciudades (pequeños
comerciantes y artesanos), sino también los terratenientes y jornaleros,
en tanto los últimos no han establecido todavía contacto
con el proletariado de la ciudad.
La clase trabajadora
revolucionaria actúa de acuerdo con ese partido mientras se trata
de luchar y abolir la coalición aristocrático-liberal; en
todas las demás cuestiones, la clase trabajadora revolucionaria
necesita actuar independientemente. La pequeña burguesía
democrática está muy lejos de desear la transformación
de toda la sociedad; su finalidad tiende únicamente a producir los
cambios en las condiciones sociales que puedan hacer su vida en la sociedad
actual más confortable y provechosa. Desea, sobre todo, una reducción
de los gastos nacionales por medio de una simplificación de la burocracia
y la imposición de las principales cargas contributivas sobre los
señores de la tierra y los capitalistas. Pide igualmente establecimientos
de Bancos del Estado y leyes contra la usura; todo a los fines de librar
de la presión del gran capital a los pequeños comerciantes
y obtener del Estado crédito barato. Pide también la explotación
de toda la tierra para terminar con todos los restos del derecho señorial.
Para este objeto necesita una Constitución democrática que
pueda darles la mayoría en el Parlamento, Municipalidades y Senado.
Con el fin de adueñarse
del Poder y de contener el desarrollo del gran capital, el partido democrático
pide la reforma de las leyes de la herencia, e igualmente que se transfieran
los servicios públicos y tantas empresas industriales como se pueda
a las autoridades del Estado y del Municipio. Cuanto a los trabajadores,
ellos deberán continuar siendo asalariados, para los cuales, no
obstante, el partido democrático procurará más altos
salarios, mejores condiciones de trabajo y una existencia más segura.
Los demócratas tienen la esperanza de realizar este programa por
medio del Estado y la Administración municipal y a través
de instituciones benéficas.
En concreto: aspiran
a corromper a la clase trabajadora con la tranquilidad, y así adormecer
su espíritu revolucionario con concesiones y comodidades pasajeras.
Las peticiones democráticas
no pueden satisfacer nunca al partido del proletariado. Mientras la democrática
pequeña burguesía desearía que la revolución
terminase tan pronto ha visto sus aspiraciones más o menos satisfechas,
nuestro interés y nuestro deber es hacer la revolución permanente,
mantenerla en marcha hasta que todas las clases poseedoras y dominantes
sean desprovistas de su poder, hasta que la maquinaria gubernamental sea
ocupada por el proletariado y la organización de la clase trabajadora
de todos los países esté tan adelantada que toda rivalidad
y competencia entre ella misma haya cesado y hasta que las más importantes
fuerzas de producción estén en las manos del proletariado.
Para nosotros no es
cuestión reformar la propiedad privada, sino abolirla; paliar los
antagonismos de clase, sino abolir las clases; mejorar la sociedad existente,
sino establecer una nueva. No hay duda de que con el mayor desarrollo de
la revolución la pequeña burguesía democrática
puede advenir por algún tiempo el partido más influyente
de Alemania.
La cuestión
es, pues, saber cuál ha de ser la actitud del proletariado, y particularmente
la de la Liga:
1º. Durante la
continuación de las condiciones actuales, en las cuales la pequeña
burguesía democrática es también oprimida;
2º. En el transcurso
de las luchas revolucionarias, las cuales les darán un momentáneo
ascendiente, y
3º. Después
de aquellas luchas, durante el tiempo de su ascendiente sobre las clases
derrotadas y el proletariado.
En el momento presente,
cuando la pequeña burguesía democrática es en todas
partes oprimida, instruye al proletariado, exhortándole a la unificación
y conciliación; ellos desearían poder unir las manos y formar
un gran partido de oposición, abarcando dentro de sus límites
todos los matices de la democracia. Esto es, ellos tratarán de convertir
al proletariado en una organización de partido en el cual predominen
las frases generales social-demócratas, tras del cual sus intereses
particulares estén escondidos y en el que las particulares demandas
proletarias no deban, en interés de la concordia y de la paz, pasar
a un primer plano.
Una tal unificación
sería hecha en exclusivo beneficio de la pequeña burguesía
democrática y en perjuicio del proletariado. La clase trabajadora
organizada perdería su a tanta costa ganada independencia y advendría
de nuevo un mero apéndice de la oficial democracia burguesa. Semejante
unificación debe ser resueltamente rechazada.
En vez de permitir
que formen el coro de la burguesía democrática, los trabajadores,
y particularmente la Liga, deben tratar de establecer junto a la democracia
oficial una independiente, legal y secreta organización del partido
de la clase obrera, y hacer de cada Comunidad el centro y el núcleo
de Sociedades de la clase obrera en las que la actitud y el interés
del proletariado deberán ser discutidos independientemente de las
influencias burguesas.
De cuán poco
se preocupan los demócratas burgueses de realizar una alianza en
la que los proletarios serían considerados como copartícipes
con iguales derechos e idéntica situación, es un ejemplo
la actitud de los demócratas de Breslau, quienes en su órgano
el Oder-Zeitung están atacando a aquellos trabajadores que se hallan
organizados independientemente, y a quienes motejan de socialistas, haciéndoles
víctimas de severas persecuciones.
El nervio de la cuestión
es este: en caso de un ataque a un común adversario no es necesaria
una unión especial; en lucha contra semejante enemigo, el interés
de las dos partes, la demócrata clase media y el partido de la clase
trabajadora, coinciden por el momento y ambas llevarán el combate
mediante una temporal inteligencia.
Así fue en
el pasado y así debe ser en el futuro. Es cosa fuera de duda que
en los futuros sangrientos conflictos, como en todos los anteriores, los
trabajadores, por su valor, resolución y espíritu de sacrificio,
formarán la fuerza principal en la conquista de la victoria. Como
hasta aquí ha ocurrido, en la lucha que viene la pequeña
burguesía mantendrá una actitud de espera, de irresolución
e inactividad tanto tiempo como le sea posible, en orden a que, tan pronto
como la victoria esté asegurada, pueda arrogársela como propia
y decir a los trabajadores que permanezcan tranquilos, vuelvan al trabajo
y eviten los llamados excesos, apartando así a los obreros del fruto
de su victoria. No está en la facultad de los trabajadores evitar
previamente que la burguesía haga esto; pero sí está
dentro de su poder hacer difícil su ascendiente sobre el proletariado
y dictar sobre ellos tales órdenes que hagan arrastrar al dominio
de la democracia burguesa dentro de él mismo y desde el principio
el germen de disolución, y así su sustitución por
el Poder del proletariado será considerablemente facilitada.
Los trabajadores,
sobre todo durante el conflicto e inmediatamente después, deben
tratar, en cuanto sea posible, de contrarrestar todas las contemporizaciones
y sedantes burgueses, obligando a los demócratas a llevar a la práctica
sus terroríficas frases actuales. Deben actuar de tal manera que
la excitación revolucionaria no desaparezca inmediatamente después
de la victoria. Por el contrario, han de intentar mantenerla tanto como
sea posible.
Lejos de oponerse
a los llamados excesos, deben emprenderse actos de odio ejemplar contra
edificios individuales o públicos a los cuales acompaña odiosa
memoria, sacrificándolos a la venganza popular; tales actos, no
sólo deben ser tolerados, sino que ha de tomarse su dirección.
Durante la lucha y después de ella, los trabajadores necesitan utilizar
todas las oportunidades para presentar sus propias demandas separadas de
las de los demócratas burgueses. Deben pedir garantías para
los trabajadores tan pronto como los demócratas empuñen las
riendas del Poder. Si fuere necesario, estas garantías deben ser
imperiosas y generalmente deben tender a que se vea que los nuevos dominadores
se hallan obligados a realizar todas las concesiones y promesas posibles;
lo cual es el medio seguro de comprometerlos.
Los trabajadores no
deben moverse por el general entusiasmo hacia el nuevo estado de cosas,
al cual siguen usualmente luchas en las calles; deben guardar todo su ardor
por una fría y desapasionada concepción de las nuevas condiciones,
y manifestarán abiertamente su desconfianza respecto del nuevo Gobierno.
Fuera del Gobierno
oficial constituirán un Gobierno revolucionario de los trabajadores
en forma de Consejos ejecutivos locales o comunales, Clubs obreros o Comités
de trabajadores; de tal manera, que el Gobierno democrático burgués,
no solamente pierda todo apoyo entre los proletarios, sino que desde el
principio se encuentre bajo la vigilancia y la amenaza de autoridades tras
de las cuales se halla la masa entera de la clase trabajadora.
Concretamente: desde
el primer momento de la victoria nosotros no debemos mostrar más
nuestra desconfianza hacia el reaccionario y vencido enemigo, y sí
respecto de nuestros aliados, contra el partido que está ya explotando
la victoria común solamente para sus propios y ulteriores fines.
En orden a este partido,
cuya traición a los trabajadores comenzarán desde la primera
hora de la victoria, debe verse frustrado en su nefasto trabajo, y para
ello es necesario organizar y armar al proletariado.
El armamento de todo
el proletariado con fusiles, cañones y municiones debe ser realizado
en el acto; necesitamos prevenir el resurgimiento de la vieja milicia burguesa,
cosa que ha sido siempre hecha contra los trabajadores. Donde esta medida
no pueda cumplirse, los trabajadores tratarán de organizarse ellos
mismos en una Guardia independiente, con sus propios jefes y su Estado
Mayor, para ponerse a las órdenes, no del Gobierno, sino de las
autoridades revolucionarias elegidas por los obreros. Donde los trabajadores
estén empleados en servicios del Estado deben armarse y organizarse
en Cuerpos especiales, con jefes escogidos por ellos mismos o formando
parte de la Guardia proletaria.
Bajo ningún
pretexto darán sus armas y equipos, y todo intento de desarme debe
ser vigorosamente resistido.
Destrucción
de la influencia de la democracia burguesa sobre los trabajadores; inmediata,
independiente y armada organización de los obreros, y la exigencia
de las más molestas y comprometedoras concesiones de la burguesía
democrática, cuyo triunfo es por ahora inevitable, son los principales
puntos que el proletariado, y por tanto la Liga, tienen que mantener en
primer término durante y después de la conmoción.
Tan pronto como el
nuevo Gobierno esté establecido comenzará a combatir a los
trabajadores. A los fines de estar efectivamente en condiciones de oponerse
a la democracia pequeño-burguesa, es necesario, en primer lugar,
que los trabajadores estén organizados en Clubs, que serán
en seguida centralizados. La autoridad central, después de la caída
del Gobierno existente trasladará sus cuarteles en la primera ocasión
a Alemania; inmediatamente reunirá un Congreso y hará las
necesarias proposiciones para la centralización de los Clubs de
obreros bajo un Comité Ejecutivo, que residirá en el centro
del movimiento.
La rápida organización,
o por lo menos el establecimiento de un organismo provincial de Clubs obreros,
es uno de los más importantes puntos de nuestras indicaciones para
vigorizar y desarrollar el partido de los trabajadores. El resultado inmediato
de la caída del Gobierno existente será la elección
de una representación nacional.
El proletariado vigilará
en primer término para que ningún obrero sea privado de su
sufragio por los trucos de las autoridades locales o de los comisionados
del Gobierno; en segundo lugar, hará que contra los candidatos burgueses
democráticos se presenten en todas partes candidatos de la clase
trabajadora, quienes, en la medida que ello sea posible, deberán
ser miembros de la Liga y por cuyo triunfo todos deben trabajar por todos
los medios a su alcance. Incluso en los distritos donde no hay posibilidad
de que nuestro candidato salga triunfante, los obreros deben, no obstante,
presentar nombres a los fines de mantener su independencia, templar sus
fuerzas y presentar su actitud revolucionaria y los puntos de vista del
partido ante el público.
No deben desorientarse
y abandonar su trabajo por la consideración de que dividiendo los
votos demócratas ayudan a los partidos reaccionarios. Tal argumento
se aduce para engañar al proletariado. El avance que el partido
proletario puede hacer con su actitud independiente es infinitamente más
importante que la desventaja que resulta de tener unos reaccionarios más
en la representación nacional.
Los demócratas
victoriosos podrían, si quisieran, evitar que el partido reaccionario
tuviese ningún triunfo si usaran solamente su poder, recientemente
ganado, con energía suficiente.
El primer punto que
provocará el conflicto entre demócratas y proletarios es
la abolición de todos los derechos feudales. Los demócratas
pequeño-burgueses, siguiendo el ejemplo de la primera revolución
francesa, mantendrán la tierra como propiedad privada de los campesinos;
esto es, dejarán a los obreros agrícolas como están
y crearán una pequeña burguesía campesina, que atravesará
el mismo ciclo de miseria espiritual y material en que se encuentra actualmente
el campesino francés.
Los trabajadores,
en interés del proletariado agrícola tanto como en su propio
interés, deberán oponerse a semejantes propósitos.
Pedirán que las tierras feudales confiscadas sean nacionalizadas
y convertidas en explotaciones dirigidas por grupos de trabajadores de
la tierra; todas las ventajas de la explotación agrícola
en grande escala deberán ser puestas a su disposición; estas
colonias agrícolas, trabajadas según el principio cooperativo,
deberán ser organizadas en medio de las resquebrajaduras institucionales
de propiedad. Así como los demócratas están combinados
con la pequeña burguesía campesina, así nosotros debemos
luchar hombro con hombro con el proletariado agrícola.
Además, los
demócratas trabajarán directamente por una República
federal, o por lo menos, si o pueden evitar la formación de la República
una e indivisible, tratarán de paralizar la centralización
del Gobierno concediendo la independencia posible a las Municipalidades
y provincias. Los obreros deben luchar contra este plan, no sólo
para conseguir la una e indivisible República alemana, sino para
lograr concentrar el mayor poder posible en manos del Gobierno central.
No deben ser engañados
por las democráticas vulgaridades alrededor de la libertad de los
Ayuntamientos, la autonomía local, etc., etc. En un país
como Alemania, donde hay tantas reminiscencias medievales que barrer y
tanta local y provincial obstinación que quebrantar, por ninguna
circunstancia puede permitirse que ciudades y provincias opongan obstáculos
a la actividad revolucionaria que necesita emanar del centro. Que los alemanes
tengan que luchar y morir como hasta aquí lo han hecho, una y otra
vez, por cada avance, en cada ciudad y en cada provincia separadamente,
es algo que no puede ser tolerado. Como en Francia en 1793, así
es hoy la tarea del partido
revolucionario alemán:
centralizar la nación.
Hemos visto que los
demócratas vendrán al Poder en la primera fase del movimiento,
y que serán obligados a proponer medidas de mayor o menor naturaleza
socialista.
Se preguntarán
qué medidas contrarias deberán ser propuestas por los trabajadores.
Naturalmente, en el comienzo no podrán proponer las actuales medidas
comunistas; pero se puede compeler a los demócratas a atacar el
viejo orden social por tantos puntos como sea posible, perturbar sus procedimientos
regulares, comprometerlos a ellos mismos y concentrar en las manos del
Estado, en la proporción que se pueda, las fuerzas productivas,
los medios de transporte, fábricas, ferrocarriles, etc. etc. Las
determinaciones de los demócratas, los cuales en ningún caso
son revolucionarios, sino simplemente reformistas, deben ser estimuladas
hasta el punto de que se conviertan en ataques directos a la propiedad
privada; así, por ejemplo, si la pequeña burguesía
propone la incautación de los ferrocarriles y las fábricas,
los trabajadores deben decir que, siendo estos ferrocarriles y estas fábricas
propiedad de los reaccionarios, tienen que ser confiscados simplemente
por el Estado y sin compensación. Si los demócratas proponen
impuestos proporcionales, los trabajadores deben pedir impuestos progresivos;
si los demócratas se declaran en favor de un impuesto progresivo
moderado, los trabajadores deben insistir en un impuesto que paso a paso,
gradualmente, signifique el hundimiento del gran capital; si los demócratas
proponen la regulación de la Dieta Nacional, los trabajadores deben
pedir la bancarrota del Estado.
Las demandas de los
trabajadores dependerán de los propósitos y medidas de los
demócratas. Si los trabajadores alemanes han de venir solamente
al Poder y al logro de sus intereses de clase después de un prolongado
desarrollo revolucionario, pueden, al menos, estar ciertos de que el primer
acto de este drama revolucionario coincidirá con la victoria de
su clase en Francia, y esto acelerará seguramente el movimiento
de su propia emancipación.
Pero ellos mismos
han de realizar la mayor parte del trabajo; necesitarán ser conscientes
de sus intereses de clase y adoptar la posición de un partido independiente.
No deben ser apartados de su línea de independencia proletaria por
la hipocresía de la pequeña burguesía democrática.
Su grito de guerra debe ser: "La Revolución permanente".
Londres, marzo de 1850.
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