Escrita
en 1981, escrita con ocasión del 20º Aniversario de la Comuna
de París
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INTRODUCCION[1]
Por Federico
Engels
Ha sido
algo inesperado para mí el requerimiento que me hicieron para reeditar
el Manifiesto del Consejo General de la Internacional sobre La Guerra
Civil en Francia y acompañarlo de una introducción. Por
eso sólo puedo tocar brevemente aquí los puntos más
importantes.
Antepongo
al extenso trabajo arriba citado los dos manifiestos, más cortos,
del Consejo General sobre la Guerra Franco-prusiana. En primer lugar, porque
en La Guerra Civil se hace referencia al segundo de estos dos manifiestos,
que, a su vez, no puede ser completamente comprendido sin el primero. Pero
además, porque estos dos manifiestos, escritos también por
Marx, son, al igual que La Guerra Civil, destacados ejemplos
de las dotes extraordinarias del autor -- manifesta das por vez primera
en El 18 Brumario de Luis Bonaparte [2] -- para
ver claramente el carácter, el alcance y las consecuencias necesarias
de grandes acontecimientos históricos en un momento en que éstos
se desarrollan todavía ante nuestros ojos o acaban apenas de producirse.
Y, finalmente, porque en Alemania estamos aún padeciendo las consecuencias
de aquellos acontecimientos, tal como Marx las había predicho.
¿Acaso
no ha sucedido lo que se dice en el primer manifiesto en el sentido de
que, si la guerra defensiva de Alemania contra Luis Bonaparte degeneraba
en una guerra de conquista contra el pueblo francés, revivirían
con redoblada intensidad
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todas las desventuras
que Alemania había experimentado después de las llamadas
guerras de liberación[3]? ¿No hemos padecido
otros veinte años de dominación bismarckiana, con su Ley
de Excepción y su batida antisocialista sustituyendo
las persecuciones contra los demagogos[4] con las mismas
arbitrariedades policíacas y la misma, literalmente la misma, interpretación
indignante de las leyes?
¿Y
acaso no se ha cumplido al pie de la letra la predicción de que
el hecho de anexar Alsacia y Lorena "echaría a Francia en brazos
de Rusia" y de que Alemania con esta anexión se convertiría
abiertamente en un vasallo de Rusia o tendría que prepararse, después
de una breve tregua, para una nueva guerra, que sería,
además, "una guerra racial contra las razas eslavas y latinas coligadas"[5]?
¿Acaso la anexión de las provincias francesas no ha echado
a Francia en brazos de Rusia? ¿Acaso Bismarck no ha implorado en
vano durante veinte años enteros los favores del zar, prestándole
servicios aún más bajos que aquellos con que la pequeña
Prusia, cuando todavía no era la "primera potencia de Europa", solía
postrarse a los pies de la santa Rusia? ¿Y acaso no pende constantemente
sobre nuestras cabezas la espada de Damocles de una guerra que, en su primer
día, convertirá en humo de pajas todas las alianzas de príncipes
selladas en documentos, una guerra en la que lo único cierto es
la absoluta incertidumbre de su resultado, una guerra racial que entregará
a toda Europa a la obra devastadora de quince o veinte millones de hombres
armados, y que si no ha comenzado todavía a hacer estragos es simplemente
porque hasta el más fuerte de los grandes Estados militares tiembla
ante la completa imposibilidad de prever su resultado final?
De aquí
que estemos aún más obligados a poner de nuevo al alcance
de los obreros alemanes estas brillantes muestras,
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hoy medio olvidadas, de
la clarividencia de la política obrera internacional en 1870.
Y lo que
decimos de estos dos manifiestos también vale para La Guerra
Civil en Francia. El 28 de mayo los últimos luchadores de la
Comuna sucumbían ante fuerzas superiores en las faldas de Belleville,
y dos días después, el 30, Marx leía ya al Consejo
General el trabajo en que se delineaba la significación histórica
de la Comuna de París, en trazos breves y enérgicos, pero
tan nítidos y sobre todo tan exactos que no han sido nunca igualados
en toda la enorme masa de escritos publicada sobre este tema.
Gracias
al desarrollo económico y político de Francia a partir de
1789, la situación en París desde hace cincuenta años
ha sido tal que no podía estallar allí ninguna revolución
que no asumiese un carácter proletario, es decir, sin que el proletariado,
que había pagado la.victoria con su sangre, presentase sus propias
reivindicaciones después del triunfo conseguido. Estas reivindicaciones
eran más o menos faltas de claridad y hasta del todo confusas, conforme
al grado de desarrollo de los obreros de París en cada ocasión,
pero, en último término, se reducían siempre a la
eliminación del antagonismo de clase entre capitalistas y obreros.
Claro está, nadie sabía cómo se podía conseguir
esto. Pero la reivindicación misma, por vaga que fuese la manera
de formularla, encerraba ya una amenaza al orden social existente; los
obreros que la planteaban aún estaban armados; por eso, el desarme
de los obreros era el primer mandamiento de los burgueses que se hallaban
al timón del Estado. De aquí que después de cada revolución
ganada por los obreros estalle una nueva lucha, que termina con la derrota
de éstos.
Así
sucedió por primera vez en 1848. Los burgueses liberales de la oposición
parlamentaria organizaban banquetes en
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los que abogaban por
una reforma electoral que debía garantizar la dominación
de su partido. Viéndose cada vez más obligados a apelar al
pueblo en la lucha que sostenían contra el gobierno, no tenían
más remedio que ceder la primacía a las capas radicales y
republicanas de la burguesía y de la pequeña burguesía.
Pero detrás de estos sectores estaban los obreros revolucionarios,
que desde 1830 habían adquirido mucha más independencia política
de lo que los burgueses e incluso los republicanos se imaginaban. Al producirse
la crisis entre el gobierno y la oposición, los obreros comenzaron
la lucha en las calles. Luis Felipe desapareció y con él
la reforma electoral, viniendo a ocupar su puesto la República,
y una república que los mismos obreros victoriosos calificaron de
República "social". Sin embargo, nadie sabía con claridad,
ni los mismos obreros, qué había que entender por la susodicha
República social. Pero los obreros tenían ahora armas y eran
una fuerza dentro del Estado. Por eso, tan pronto como los republicanos
burgueses, que empuñaban el timón del gobierno, sintieron
que pisaban terreno más o menos firme, se propusieron como primer
objetivo desarmar a los obreros. Esto tuvo lugar cuando se les empujó
a la Insurrección de Junio de 1848 violando manifiestamente la palabra
dada, lanzándoles una burla abierta e intentando desterrar a los
parados a una provincia lejana. El gobierno había cuidado de asegurarse
una aplastante superioridad de fuerzas Después de cinco días
de lucha heroica, los obreros fracasaron. A esto siguió un baño
de sangre entre prisioneros indefensos como jamás se había
visto desde los días de las guerras civiles con las que se inició
la caída de la República Romana. Era la primera vez que la
burguesía mostraba a cuán desmedida crueldad de venganza
es capaz de recurrir tan pronto como el proletariado se atreve a enfrentársele,
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como clase apar¿e
con sus propios intereses y reivindicaciones. Y sin embargo, 1848 no fue
sino un juego de niños comparado con el frenesí de la burguesía
en 1871.
El castigo
no se hizo esperar. Si el proletariado no era todavía capaz de gobernar
a Francia, la burguesía tampoco podía seguir gobernándola.
Por lo menos en aquel momento, cuando la mayor parte de ella era
aún de espíritu monárquico y se hallaba dividida en
tres partidos dinásticos[6], más un cuarto
partido, el republicano. Sus disensiones internas permitieron al aventurero
Luis Bonaparte apoderarse de todos los puestos de mando -- ejército,
policía, aparato administrativo -- y hacer saltar,
el 2 de diciembre de 1851,[7] el último baluarte
de la burguesía: la Asamblea Nacional. El Segundo Imperio[8]
inauguró la explotación de Francia por una cuadrilla de aventureros
políticos y financieros, pero al mismo tiempo también inició
un desarrollo industrial como jamás hubiera podido concebirse bajo
el mezquino y asustadizo sistema de Luis Felipe, en las condiciones de
la dominación exclusiva de sólo un pequeño sector
de la gran burguesía. Luis Bonaparte quitó a los capitalistas
el Poder político con el pretexto de defenderlos a ellos, los burgueses,
de los obreros, y, por otra parte, a éstos de aquéllos; pero,
como contrapartida, su régimen estimuló la especulación
y la actividad industrial; en una palabra, el auge y el enriquecimiento
de toda la burguesía en proporciones hasta entonces desconocidas.
Se desarrollaron todavía en mayores proporciones, claro está,
la corrupción y el robo en masa, que pulularon en torno a la Corte
imperial y obtuvieron buenos dividendos de este enriquecimiento.
Pero el
Segundo Imperio era la apelación al chovinismo francés, la
revindicación de las fronteras del Primer Imperio perdidas en 1814,
0 al menos las de la Primera República. Era a la larga imposible
que subsistiese un imperio francés dentro
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de las fronteras de
la antigua monarquía y, más aún, dentro de las fronteras
todavía más amputadas de 1815. Esto implicaba la necesidad
de guerras ocasionales y la de ampliación de fronteras. Pero no
había ampliación de fronteras que deslumbrase tanto la fantasía
de los chovinistas franceses como aquelía que se hiciera a expensas
de la orilla iquierda alemana del Rin. Para ellos una milla cuadrada en
el Rin valía más que diez en los Alpes o en cualquier otro
sitio. Proclamado el Segundo Imperio la reivindicación de la orilla
izquierda del Rin, fuese de una vez o por partes, era simplemente una cuestión
de tiempo. Y el tiempo llegó con la Guerra Austro-prusiana
de 1866.[9] Defraudado en sus esperanzas de "compensaciones
territoriales", por el engaño de Bismarck y por su propia política
superastuta y vacilante, Napoleón no tenía otra salida que
la guerra, que estalló en 1870 y le empujó
primero a Sedán y después a Wilhelmshöhe.[10]
La consecuencia
inevitable fue la Revolución de París del 4 de Septiembre
de 1870. El Imperio se derrumbó como un castillo de naipes y nuevamente
fue proclamada la República. Pero el enemigo estaba a las puertas.
Los ejércitos del Imperio estaban sitiados en Metz sin esperanza
de salvación o prisioneros en Alemania. En esta situación
angustiosa, el pueblo permitió a los diputados parisinos del antiguo
Cuerpo Legislativo constituirse en un "Gobierno de Defensa Nacional". Lo
que con mayor gusto lo llevó a acceder a esto fue que, para los
fines de la defensa, todos los parisinos capaces de empuñar las
armas se habían alistado en la Guardia Nacional y estaban armados,
de modo que los obreros representaban dentro de ella una gran mayoría.
Pero el antagonismo entre el gobierno, formado casi exclusivamente por
burgueses, y el proletariado en armas, no tardó en estallar. El
31 de octubre, batallones obreros tomaron por asalto el Hôtel de
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Ville y capturaron a algunos
miembros del Gobierno. Gracias a una traición, a ia violación
descarada por el Gobierno de su palabra y a la intervención de algunos
batallones pequeñoburgueses, aquéllos fueron puestos nuevamente
en libertad y, para no provocar el estallido de la guerra civil dentro
de una ciudad sitiada por un ejército extranjero, se permitió
que el Gobierno hasta entonces en funciones siguiera actuando.
Por fin,
el 28 de enero de 1871, la ciudad de París, vencida por el hambre,
capituló. Pero con honores sin precedentes en la historia de las
guerras. Los fuertes fueron rendidos, las murallas desarmadas, las armas
de las tropas de línea y de la Guardia Móvil entregadas,
y sus hombres, considerados prisioneros de guerra. Pero la Guardia Nacional
conservó sus armas y sus cañones y se limitó a sellar
un armisticio con los vencedores. Y éstos no se atrevieron a entrar
triunfalmente en París. Sólo osaron ocupar un pequeño
rincón de la ciudad, el cual, además, se componía
parcialmente de parques públicos, y eso ¡sólo por unos
cuantos días! Y durante este tiempo, ellos, que habían tenido
cercado a París por espacio de 131 días, estuvieron cercados
por los obreros armados de la capital, que velaban la guardia celosamente
para que ningún "prusiano" traspasase los estrechos límites
del rincón cedido al conquistador extranjero. Tal era el respeto
que los obreros de París infundían a un ejército ante
el cual habían rendido sus armas todas las tropas del Imperio. Y
los junkers prusianos, que habían venido a tomar venganza
en el hogar de la revolución, ¡no tuvieron más remedio
que pararse respetuosamente y saludar a esta misma revolución armada!
Durante
la guerra, los obreros de París habíanse limitado a exigir
la enérgica continuación de la lucha. Pero ahora, sellada
la paz después de la capitulación de París,[11]
Thiers, nue-
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vo jefe del Gobierno,
se vio obligado a entender que la dominación de las clases poseedoras
-- grandes terratenientes y capitalistas -- estaba en constante peligro
mientras los obreros de París tuviesen las armas en sus manos. Lo
primero que hizo fue intentar desarmarlos. El 18 de marzo envió
tropas de línea con orden de robar a la Guardia Nacional la artillería
de su pertenencia, pues había sido construida durante el asedio
de París y pagada por suscripción pública. El intento
falló; París se movilizó como un solo hombre para
la resistencia y se declaró la guerra entre París y el Gobierno
francés, instalado en Versalles. El 26 de marzo fue elegida la Comuna
de París, y proclamada dos días más tarde, el 28 del
mismo mes. El Comité Central de la Guardia Nacional, que hasta entonces
había ejercido el gobierno, dimitió en favor de la Comuna,
después de haber decretado la abolición de la escandalosa
"policía de moralidad" de París. El 30, la Comuna abolió
la conscripción y el ejército permanente y declaró
única fuerza armada a la Guardia Nacional, en la que debían
enrolarse todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Condonó
los pagos de alquiler de viviendas desde octubre de 1870 hasta abril de
1871, abonando a futuros pagos de alquileres las cantidades ya pagadas,
y suspendió la venta de objetos empeñados en el Monte de
Piedad de la ciudad. El mismo día 30 fueron confirmados en sus cargos
los extranjeros elegidos para la Comuna, pues "la bandera
de la Comuna es la bandera de la República mundial"[12].
El 1ƒ de abril se acordó que el sueldo máximo que podría
percibir un funcionario de la Comuna, y por tanto los mismos miembros de
ésta, no excedería de 6.000 francos (4.800 marcos). Al día
siguiente, la Comuna decretó la separación de la Iglesia
y el Estado y la supresión de todas las asignaciones estatales para
fines religiosos, así como la transformación de todos los
bienes de la
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Iglesia en propiedad nacional;
como consecuencia de esto, el 8 de abril se ordenó que se eliminasen
de las escuelas todos los símbolos religiosos, imágenes,
dogmas, oraciones, en una palabra, "todo lo que pertenece a la órbita
de la conciencia individual", orden que fue aplicándose
gradualmente[13]. El día 5, en vista de que
las tropas de Versalles fusilaban diariamente a los combatientes de la
Comuna que capturaban, se dictó un decreto ordenando la detención
de rehenes, pero éste nunca se puso en práctica. El día
6, el 137ƒ Batallón de la Guardia Nacional sacó a la calle
la guillotina y la quemó públicamente en medio de la aclamación
popular. El 12, la Comuna acordó que la Comuna Triunfal de la plaza
Vendôme, fundida con los cañones tomados por Napoleón
después de la guerra de 1809, se demoliese por ser un símbolo
de chovinismo e incitación al odio entre naciones. Esto fue cumplido
el 16 de mayo. El 16 de abril, la Comuna ordenó un registro estadístico
de las fábricas cerradas por los patronos y la elaboración
de planes para ponerlas en funcionamiento con los obreros que antes trabajaban
en ellas, organizándolos en sociedades cooperativas, y que se planease
también la agrupación de todas estas cooperativas en una
gran unión. El 20, la Comuna declaró abolido el trabajo nocturno
de los panaderos y suprimió también las bolsas de empleo,
que durante el Segundo Imperio eran un monopolio de ciertos sujetos designados
por la policía, explotadores de primera fila de los obreros. Esas
bolsas fueron transferidas a las alcaldías de los veinte arrondissements
[distritos] de París. El 30 de abril, la Comuna ordenó el
cierre de las casas de empeño, que eran una forma de explotación
privada a los obreros, y estaban en contradicción con el derecho
de éstos a disponer de sus instrumentos de trabajo. El 5 de mayo,
ordenó la de-
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molición de
la Capilla Expiatoria, que se había erigido para expiar la ejecución
de Luis XVI.
Así,
el carácter de clase del movimiento de París, que antes se
había relegado a segundo plano por la lucha contra los invasores
extranjeros, apareció desde el 18 de marzo en adelante con rasgos
enérgicos y claros Como los miembros de la Comuna eran todos, casi
sin excepción, obreros o representantes reconocidos de los obreros,
sus decisiones se distinguían por un carácter marcadamente
proletario. Estas, o bien decretaban reformas que la burguesía republicana
sólo había renunciado a implantar por cobardía pero
que constituían una base indispensable para la libre acción
de la clase obrera, como, por ejemplo, la implantación del principio
de que, con respecto al Estado, la religión es un asunto
puramente privado; o bien la Comuna promulgaba decisiones que iban directamente
en interés de la clase obrera, y en parte abrían profundas
brechas en el viejo orden social Sin embargo, en una ciudad sitiada, todo
esto sólo pudo, a lo sumo, comenzar a realizarse. Desde los primeros
dias de mayo, la lucha contra los ejércitos del Gobierno de Versalles,
cada vez más nutridos, absorbió todas las energías.
El 7 de
abril, los versalleses tomaron el paso del Sena en Neuilly, en el frente
occidentaí de París; en cambio, el 11 fueron rechazados con
grandes pérdidas por el general Eudes, en el frente sur. París
estaba sometido a constante bombardeo, dirigido además por los mismos
que habían estigmatizado como un sacrilegio el bombardeo de la capital
por los prusianos Ahora, estos mismos individuos imploraban del Gobierno
prusiano que acelerase la devolución de los soldados franceses hechos
prisioneros en Sedán y en Metz, para que les reconquistasen París.
Desde comienzos de mayo, la llegada gradual de estas tropas dio una superioridad
decisiva a las
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fuerzas de Versalles.
Esto se puso ya de manifiesto cuando, el 23 de abril, Thiers rompió
las negociaciones, que la Comuna propuso con el fin de canjear al arzobispo
de París[*] y a toda una serie de clérigos
retenidos en París como rehenes, por un solo hombre, Blanqui, que
en dos ocasiones había sido elegido para la Comuna, pero que estaba
preso en Clairvaux. Y se evidenció más todavía en
el nuevo lenguaje de Thiers, que, de reservado y ambiguo, se hizo de pronto
insolente, amenazador y brutal. En el frente sur, los versalleses tomaron
el 3 de mayo, el reducto de Moulin Saquet; el día 9 se apoderaron
del fuerte de Issy, reducido por completo a escombros por el cañoneo;
el 14 tomaron el fuerte de Vanves. En el frente occidental avanzaban paulatinamente,
apoderándose de numerosas aldeas y edificios que se extendían
hasta el cinturón fortificado de la ciudad llegando, por último,
a los puntos principales de la defensa; el 21, gracias a una traición
y al descuido de los guardias nacionales destacados allí, consiguieron
abrirse paso hacia el interior de la ciudad. Los prusianos, que seguían
ocupando los fuertes del Norte y del Este, permitieron a los versalleses
cruzar por la parte norte de la ciudad, que era terreno vedado para ellos
según los términos del armisticio, y, de este modo, avanzar
atacando sobre un largo frente, que los parisinos no podían por
menos de creer amparado por el armisticio y que, por esta razón,
tenían débilmente guarnecido. Como resultado de ello, en
la mitad occidental de París, en la propia ciudad del lujo, sólo
se opuso una débil resistencia, que se hacia más fuerte y
más tenaz a medida que las fuerzas atacantes se acercaban al sector
del Este, a los barrios propiamente obreros. Hasta después de ocho
días de lucha no cayeron en las alturas
* Georges Darboy.
(N. de la Red.)
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de Belleville y Ménilmontant
los últimos defensores de la Comuna; y entonces llegó a su
apogeo aquella matanza de hombres, mujeres y niños indefensos, que
había hecho estragos durante toda la semana con furia creciente.
Ya los fusiles de retrocarga no mataban bastante de prisa, y entró
en juego la mitrailleuse [ametralladora] para
abatir por centenares a los vencidos. El "Muro de los Federados"[14]
del cementerio de Pére Lachaise, donde se consumó el último
asesinato en masa, queda todavía en pie, testimonio mudo pero elocuente
del frenesí a que es capaz de llegar la clase dominante cuando el
proletariado se atreve a reclamar sus derechos. Luego, cuando se vio que
era imposible matarlos a todos, vinieron las detenciones en masa, comenzaron
los fusilamientos de víctimas caprichosamente seleccionadas entre
las filas de presos y el traslado de los demás a grandes campos
de concentración, para esperar allí la vista de los Consejos
de Guerra. Las tropas prusianas que tenían cercado el sector nordeste
de París, tenían la orden de no dejar pasar a ningún
fugitivo, pero los oficiales con frecuencia cerraban los ojos cuando los
soldados prestaban más obediencia a los dictados de la humanidad
que a las órdenes de la superioridad; mención especial merece,
por su humano comportamiento, el cuerpo de ejército de Sajonia,
que dejó paso libre a muchas personas cuya calidad de luchadores
de la Comuna saltaba a la vista.
*
* *
Si hoy,
al cabo de veinte años, volvemos los ojos a las actividades y a
la significación histórica de la Comuna de París de
1871, advertimos la necesidad de completar un poco la exposición
que se hace en La Guerra Civil en Francia.
Los miembros
de la Comuna estaban divididos en una mayoría integrada por los
blanquistas, que habían predominado
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también en el Comité
Central de la Guardia Nacional, y una minoría compuesta por afiliados
a la Asociación Internacional de los Trabajadores, entre los que
prevalecían los adeptos de la escuela socialista de Proudhon. En
aquel tiempo, la gran mayoría de los blanquistas sólo eran
socialistas por instinto revolucionario y proletario, sólo unos
pocos habían alcanzado una mayor claridad de principios, gracias
a Vaillant, que conocía el socialismo científico alemán.
Así se explica que la Comuna dejase de hacer, en el terreno económico,
muchas cosas que, desde nuestro punto de vista de hoy hubiera debido realizar.
Lo más difícil de comprender es indudablemente el santo temor
con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales
del Banco de Francia. Fue éste, además, un error político
muy grave. El Banco de Francia en manos de la Comuna hubiera valido más
que diez mil rehenes. Hubiera significado la presión de toda la
burguesía francesa sobre el Gobierno de Versalles para que negociase
la paz con la Comuna. Pero aún es más asombroso el acierto
de muchas de las cosas que se hicieron, a pesar de estar compuesta la Comuna
de proudhonianos y blanquistas. Por supuesto, cabe a los proudhonianos
la principal responsabilidad por los decretos económicos de la Comuna,
tanto en lo que atañe a sus méritos como a sus defectos;
a los blanquistas les incumbe la responsabilidad principal por las medidas
y omisiones políticas. Y, en ambos casos, la ironía de la
historia quiso -- como acontece generalmente cuando el Poder cae en manos
de doctrinarios -- que tanto unos como otros hiciesen lo contrario de lo
que la doctrina de su escuela respectiva prescribía.
Proudhon,
el socialista de los pequeños campesinos y maestros artesanos, odiaba
positivamente la asociación. Decía de ella que tenía
más de malo que de bueno; que era por natu-
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raleza estéril
y aun perniciosa, como un grillete puesto a la libertad del obrero; que
era un puro dogma, improductivo y gravoso, contrarip por igual a la libertad
del obrero y al ahorro de trabajo; que sus inconvenientes crecían
más de prisa que sus ventajas; que, frente a ella, la concurrencia,
la división del trabajo y la propiedad privada eran fuerzas económicas.
Sólo en los casos excepcionales -- como los llama Proudhon -- de
la gran industria y las grandes empresas como los ferrocarriles,
tenía razón de ser la asociación de los obreros (véase
Idée générale de la révolution, 3er.
estudio)[15].
Pero hacia
1871, incluso en París, centro de la artesanía artística,
la gran industria había dejado ya hasta tal punto de ser un caso
excepcional, que el decreto más importante de cuantos dictó
la Comuna dispuso una organización para la gran industria, e incluso
para la manufactura, que no se basaba sólo en la asociación
de los obreros dentro de cada fábrica, sino que debía también
unificar a todas estas asociaciones en una gran unión; en resumen,
en una organización que, como Marx dice muy bien en La Guerra
Civil, forzosamente habría conducido finalmente al comunismo,
o sea, al contrario directo de la doctrina proudhoniana. Por eso la Comuna
fue la tumba de la escuela proudhoniana del socialismo. Esta escuela ha
desaparecido hoy de los medios obreros franceses; en ellos,
actualmente, la teoría de Marx predomina sin discusión, y
no menos entre los Posibilistas[16] que entre los "marxistas".
Sólo quedan proudhonianos en el campo de la burguesía "radical".
No fue
mejor la suerte que corrieron los blanquistas. Educados en la escuela de
la conspiración y mantenidos en cohesión por la rígida
disciplina que esta escuela supone, los blanquistas partían de la
idea de que un grupo relativamente pequeño de hombres decididos
y bien organizados estaría en
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15
condiciones, no sólo
de adueñarse en un momento favorable del timón del Estado,
sino que, desplegando una acción enérgica e incansable, podría
mantenerse hasta lograr arrastrar a la revolución a las masas del
pueblo y congregarlas en torno al pequeño grupo dirigente. Esto
suponía, sobre todo, la más rígida y dictatorial centralización
de todos los poderes en manos del nuevo gobierno revolucionario. ¿Y
qué hizo la Comuna, compuesta en su mayoría precisamente
por blanquistas? En todas las proclamas dirigidas a los franceses de las
provincias, la Comuna los invitó a formar una federación
libre de todas las comunas de Francia con París, una organización
nacional que, por vez primera, iba a ser creada realmente por la nación
misma. Precisamente el poder opresor del antiguo gobierno centralizado
-- el ejército, la policía política y la burocracia
--, creado por Napoleón en 1798 y que desde entonces había
sido heredado por todos los nuevos gobiernos como un instrumento grato
y utilizado por ellos contra sus enemigos, era precisamente este poder
el que debía ser derrumbado en toda Francia, como había sido
derrumbado ya en París.
La Comuna
tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar
al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado;
que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada,
la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina
represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse
contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos,
sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles
habían sido las características del Estado hasta entonces?
En un principio, por medio de la simple división del trabajo, la
sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar
por sus intereses comunes. Pero, a la lar-
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ga, estos órganos,
a cuya cabeza estaba el Poder estatal persiguiendo sus propios intereses
específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores
de ella. Esto puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías
hereditarias, sino también en las repúblicas democráticas.
No hay ningún país en que los "políticos" formen un
sector más poderoso y más separado de la nación que
en los EE.UU. Aquí cada uno de los dos grandes partidos que se alternan
en el Poder está a su vez gobernado por gentes que hacen de la política
un negocio, que especulan con los escaños de las asambleas legislativas
de la Unión y de los distintos Estados Federados, o que viven de
la agitación en favor de su partido y son retribuidos con cargos
cuando éste triunfa. Es sabido que los estadounidenses llevan treinta
años esforzándose por sacudir este yugo, que ha llegado a
ser insoportable, y que, a pesar de todo, se hunden cada vez más
en este pantano de corrupción. Y es precisamente en los EE.UU. donde
podemos ver mejor cómo progresa esta independización del
Estado frente a la sociedad, de la que originariamente estaba destinado
a ser un simple instrumento. Allí no hay dinastía, ni nobleza,
ni ejército permanente -- fuera del puñado de hombres que
montan la guardia contra los indios --, ni burocracia con cargos permanentes
y derecho a jubilación. Y, sin embargo, en los EE.UU. nos encontramos
con dos grandes cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente
se posesionan del Poder estatal y lo explotan por los medios más
corruptos y para los fines más corruptos; y la nación es
impotente frente a estos dos grandes consorcios de políticos, pretendidos
servidores suyos, pero que, en realidad, la dominan y la saquean.
Contra
esta transformación, inevitable en todos los Estados anteriores,
del aparato estatal y sus órganos, de servidores de la sociedad
en amos de ella, la Comuna empleó dos remedios
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infalibles. En primer
lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y educacionales
por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores
el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar,
pagaba a todos los funcionarios, altos y bajos, el mismo salario que a
los demás trabajadores. El sueldo máximo asignado por la
Comuna era de 6.000 francos. Con este sistema se ponía una barrera
eficaz al arribismo y a la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos
imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados
a los cuerpos representativos.
Esta labor
de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro
nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle
en el capítulo tercero de La Guerra Civil. Sin embargo, era
necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos
de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa
en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia
general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según
la concepción filosófica, el Estado es la "realización
de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de
Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la
verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración
supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona,
veneración que va arraigando más fácilmente en la
medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los
asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de
manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a
través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente
cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía
hereditaria y jurar por la República democrática. En
pág. 18
realidad, el Estado
no es más que una máquina para la opresión de una
clase por otra, lo mismo en la República democrática que
bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado
hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase.
El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por
menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que
una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y
libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.
Ultimamente
las palabras "dictadura del proletariado" han vuelto a sumir en santo terror
al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis
saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París:
¡he ahí la dictadura del proletariado!
F. Engels
Londres, en el vigésimo
aniver-
satio de la Comuna de París,
18
de marzo de 1891.
Publicado en la revista
Die Neue
Zeit, N.ƒ 28 (Vol.
II), 1890-1901,
y en el libro: C. Marx,
La Guerra
Civil en Francia,
Berlín, 1891. |
El original
está en alemán.
|
pág.
19
pág. 278
NOTAS
[1]
Engels escribió esta introducción para la tercera edición
alemana (edición de jubileo) de La Guerra Civil en Francia
de Marx, publicada en 1891 por la Editorial Vorwärts, de Berlín,
con motivo del XX aniversario de la Comuna de París. Al tiempo que
señaló el significado histórico tanto de las experiencias
de la Comuna de París como de las generalizaciones teóricas
que de ellas extrajo Marx en La Guerra Civil en Francia, Engels
también hizo un número de agregados en lo que concierne a
la introducción a la historia de la Comuna, incluyendo referencias
a las actividades de los blanquistas y proudhonianos. En la edición
de jubilco Engels incluyó dos obras escritas por Marx: el primero
y segundo Manifiestos del Consejo General de la Asociación Internacional
de Trabajadores sobre la Guerra Franco-prusiana. Las otras ediciones de
La Guerra Civil en Francia, publicadas más tarde en distintas
lenguas, generalmente contienen la introducción de Engels.
La introducción
de Engels fue publicada por primera vez con su aprobación bajo el
título de Sobre la Guerra Civil en Francia en Die Neue
Zeit, No. 28, (Vol. II), 1890-1891. Al publicar el texto, la redacción
del Die Neue Zeit cambió de su último parrafo las
palabras "el filisteo socialdemócrata" por "los filisteos alemanes".
Por una carta de Richard Fischer a Engels, del 17 de marzo de 1891, resulta
evidente que Engels no estuvo de acuerdo con este arbitrario cambio. Sin
embargo, él dejó este cambio en el texto, probablemente para
evitar que hubiera diferentes versiones de su obra publicadas al mismo
tiempo. La presente edición restaura el texto original.
[pág. 1]
[2]
Véase Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, Vol.
I. [pág. 1]
[3]
Referencia a las guerras de liberación nacional libradas por el
pueblo alemán de 1813 a 1814 contra la dominación de Napoleon.
[pág. 2]
[4]
Al final de las guerras contra la Francia de Napoleón, círculos
reaccionarios de Alemania utilizaron el término demagogos
para calificar a esa gente que participaba en el movimiento contra el sistema
reaccionario de los estados alernanes y que organizaron una manifestación
política
pág.
279
para exigir ía
unificación de Alemania. El movimiento se extendio ampliamente entre
los intelectuales y estudiantes, especialmente entre las sociedades gimmásticas
estudiantiles. Los "demagogos" fueron per seguidos por las autoridades
reaccionarias. [pág. 2]
[5]
Véase Carlos Marx, Segundo Manifiesto del Consejo
General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre
la Guerra Franco-prusiana, pág. 34 del presente libro.
[pág. 2]
[6]
Los monarquistas en Francia estaban a la vez divididos en tres partidos
dinásticos: los legitimistas, adictos a la dinastía "legitima"
de los Borbones; los orleanistas, partidarios de la dinastía de
Orleans; y los bonapartistas, seguidores de Luis Bonaparte (Napoleón
III). [pág. 5]
[7]
Coup d'Etat [golpe de Estado] de Luis Bonaparte, Presidente de Francia
a la sazón, quien disolvió la Asamblea Nacional, y un año
después se proclamó Emperador de Francia.
[pág. 5]
[8]
El Segundo Imperio de Francia fue el nombre dado al periodo de gobierno
de Luis Bonaparte (1852-70), para distinguirlo del Primer Imperio de Napoleón
I (1804-14). [pág. 5]
[9]
Prusia salió victoricsa de la guerra contra Austria, guerra que
fue provocada por Bismarck. Excluyendo a Austria de la Confederación
Germánica, Prusia se aseguró la hegemonia con la fundación
del Imperio Alemán. Napoleon III permaneció neutral en la
Guerra Austro-prusiana, y a cambio de su neutralidad él esperó,
en vano recibir parte del territorio de los estados alemanes, como se lo
había prometido Bismarck. [pág. 6]
[10]
El 1ƒ y 2 de septiembre de 1870, se libró una batalla decisiva de
la Guerra Franco-prusiana en los alrededores de Sedán, ciudad del
Nordeste de Francia; ella terminó con una derrota completa del ejército
francés. Según los términos de la capitulación
firmados por el Cuartel General francés el 2 de septiembre de 1870,
Napoleón III y más de 80.000 soldados, oficiales y generales
franceses fueron hechos prisioneros de guerra. Desde el 5 de septiembre
de 1870 hasta el 19 de marzo de 1871, Napoleon III quedó encarcelado
en Wilhelmshöhe, un castillo de Prusia cerca de Kassel. La derrota
en Sedán aceleró la caida del Segundo Imperio. A consecuencia
de ello, Francia fue proclamada República el 4 de septiembre de
1870. [pág. 6, 85]
[11]
Se refiere al Tratado franco-alemán preliminar de paz firmado en
Versalles el 26 de febrero de 1871 por A. Thiers y J. Favre, de un lado
y Bismarck, del otro. En virtud de los términos del Tratado, Francia
accedía a ceder Alsacia y la parte oriental de Lorena a Alemania
y a pagar una indemnización de guerra de cinco mil millones de francos,
mientras que Alemania continuaba ocupando parte del territorio francés
pág. 280
hasta que se pagara
la indemnización. El Tratado final de paz fue firmado en Francfort-Main
el lo de mayo de 1871. [pág. 7]
[12]
Cita sacada del informe de la comisión electoral de la Comuna, publicado
en el órgano de la Comuna, Journal officiel de la République
française, N.ƒ 90, 31 de marzo de 1871. [pág.
8]
[13]
Engels se refiere probablemente al contenido de la orden emitida por Edouard
Vaillant, delegado de educación de la Comuna de París, que
fue publicada en el Journal officiel de la République française,
N.° 132, 12 de mayo de 1871. [pág. 9]
[14]
Ahora generalmente conocido como "El Muro de los Comuneros".
[pág. 12]
[15]
Se refiere a la obra de Proudhon, Idée générale
de la Révolution au XIXe siècle, París, 1851.
Una crítica de los puntos de vista expresados por Proudhon en este
libro se encuentra en la carta de Marx a Engels de fecha 8 de agosto de
1851 y en la obra de Engels, Crítica Analítica de la "Idée
générale de la Révolution au XIXe siècle
de Proudhon" (Archivos de Marx y Engels, Vol. X.). [pág.
14]
[16]
Los posibilistas representaban la tendencia oportunista en el movimiento
laboral francés a fines del siglo XIX. [pág.
14] |
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