Manifiesto Comunista
Un fantasma recorre
Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa
se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el papa y el
zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
¿Qué partido
de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios
en el poder? ¿Qué partido de oposición, a su vez,
no ha lanzado, tanto a los representantes de la oposición más
avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente
de comunista?
De este hecho resulta una
doble enseñanza:
Que el comunismo está
ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.
Que ya es hora de que los
comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines
y sus tendencias; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un
manifiesto del propio partido.
Con este fin, comunistas de
las más diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han
redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés,
francés, alemán, italiano, flamenco y danés.
I
BURGUESES Y PROLETARIOS
[1]
La
historia de todas las sociedades hasta nuestros días [2]
es la historia de las luchas de clases.
Hombres libres y esclavos,
patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros [3]
y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre,
mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta;
lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria
de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.
En las anteriores épocas
históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación
de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual
de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros,
plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos,
maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases
todavía encontramos gradaciones especiales.
La moderna sociedad burguesa,
que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido
las contradicciones de clase. Unicamente ha sustituido las viejas clases,
las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por
otras nuevas.
Nuestra época, la
época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber
simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose,
cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases,
que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la Edad
Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de este estamento
urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América
y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía
en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China,
la colonización de América, el intercambio con las colonias,
la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías
en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria
un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo
del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.
La antigua organización
feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda,
que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su
puesto la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a
los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes
corporaciones desapareció ante la división del trabajo en
el seno del mismo taller.
Pero los mercados crecían
sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la
manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción
industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura;
el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales
millonarios -jefes de verdaderos ejércitos industriales-, los burgueses
modernos.
La gran industria ha creado
el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América.
El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio,
de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este
desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida
que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación
y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando
sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas
por la Edad Media.
La burguesía moderna,
como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de desarrollo,
de una serie de revoluciones en el mundo de producción y de cambio.
Cada etapa de la evolución
recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente
progreso político. Estamento bajo la dominación de los señores
feudales; asociación armada y autónoma en la comuna [4]
; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer
estado tributario de la monarquía; después, durante el periodo
de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales,
absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías,
la burguesía, después del establecimiento de la gran industria
y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía
exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno.
El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra
los negocios comunes de toda la clase burguesa.
La burguesía ha desempeñado
en la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado
el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales,
idílica. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre
a sus ‘superiores naturales’ las ha desgarrado sin piedad para no dejar
subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés,
el cruel ‘pago al contado’. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor
religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño
burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta.
ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido
las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única
y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación
velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una
explotación abierta, descarada, directa y brutal.
La burguesía ha despojado
de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían
por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto,
al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus
servidores asalariados.
La burguesía ha desgarrado
el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones
familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.
La burguesía ha revelado
que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada
por la reacción, tenía su complemento natural en la más
relajada holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que
puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas
a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales
góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones
de los pueblos y a las Cruzadas.
La burguesía no puede
existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos
de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación
del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera
condición de existencia de todas las clases industriales precedentes.
Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción
de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes
distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las
relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas
veneradas durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas
antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado de esfuma;
todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a
considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.
Espoleada por la necesidad
de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre
el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas
partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación
del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita
a la producción y al consumo de todos los países. Con gran
sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional.
Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose
continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción
se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas,
por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino
materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y
cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino
en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas
con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para
su satisfacción productos de los países más apartados
y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y
la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio
universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere
tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción
intelectual de una nación se convierte en patrimonio común
de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día
en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales
y locales se forma una literatura universal.
Merced al rápido perfeccionamiento
de los instrumentos de producción y al constante progreso de los
medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente
de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras.
los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería
pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los
bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros.
Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo
burgués de producción, las constriñe a introducir
la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra:
se forja un mundo a su imagen y semejanza.
La burguesía ha sometido
el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado
enormemente la población de las ciudades en comparación con
las del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo
de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad,
ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros
a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses,
el Oriente al Occidente.
La burguesía suprime
cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción,
de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población,
centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad
en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización
política. Las provincias independientes, ligadas entre sí
casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos
y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola
nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un
solo interés nacional de clase y una sola linea aduanera.
La burguesía, a lo
largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia,
ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas
que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas
de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación
de la química a la industria y a la agricultura, la navegación
de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación
para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos
a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como
si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo
sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el
seno del trabajo social?
Hemos visto, pues, que los
medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado
la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar
un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio,
las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, la
organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera,
en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder
a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción
en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso
romper esas trabas, y las rompieron.
En su lugar se estableció
la libre concurrencia, con una constitución social y política
adecuada a ella y con la dominación económica y política
de la clase burguesa.
Ante nuestros ojos de está
produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción
y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad burguesa
moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción
y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias
infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas,
las historia de la industria y del comercio no es más que la historia
de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales
relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que
condicionan la existencia de la burguesía y su dominación.
Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico,
plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de
la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial
se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable
de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas
ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época
anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia
de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente
retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase
que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos
sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados.
Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada
civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado
comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen
de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas
para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo;
y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan
en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de
la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas
para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence
esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción
obligada de una masa de fuerzas productivas; de la otra, por la conquista
de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos.
¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más
extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.
Las armas de que se sirvió
la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra
la propia burguesía.
Pero la burguesía
no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido
también a los hombres que empuñarán esas armas: los
obreros modernos, los proletarios.
En la misma proporción
en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase
también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no
viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente
mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse
al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo
de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia,
a todas las fluctuaciones del mercado.
El creciente empleo de las
máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del
proletariado todo carácter propio y le hacen perder con ello todo
atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice
de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más
sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje.
Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más
o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar
su linaje. Pero el precio de todo trabajo, como el de toda mercancía,
es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más
fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más
aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división
del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la
prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido
en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas,
etc.
La industria moderna ha transformado
el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica
del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica,
son organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria,
están colocados bajo la vigilancia de toda jerarquía de oficiales
y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado
burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina,
del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón
de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso
y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene
otro fin que el lucro.
Cuanto menos habilidad y
fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo
de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo
de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños.
Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden
toda significación social. No hay más que instrumentos de
trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.
Una vez que el obrero ha
sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en
metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la
burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.
Pequeños industriales,
pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda
la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas
del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan
para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia
con los capitalistas mas fuertes; otros, porque su habilidad profesional
se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción.
De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la
población.
El proletariado pasa por
diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza
con su surgimiento.
Al principio, la lucha es
entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una
misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio
de la localidad contra el burgués individual que los explota directamente.
No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas
de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción:
destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia,
rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar
por la fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.
En esta etapa, los obreros
forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la
competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción
no est todavía consecuencia de su propia unión, sino de la
unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines
políticos debe -y por ahora aún puede- poner en movimiento
a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten,
por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus
enemigos, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta,
los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños
burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra de esta suerte,
en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones
es una victoria de la burguesía.
Pero la industria, en su
desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios,
sino que les concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren
mayor conciencia de al misma. Los intereses y las condiciones de existencia
de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina
va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en
todas partes, aun nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente
competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales
que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el
constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al
obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones
entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más
y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros
empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común
para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes
para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques
eventuales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.
A veces los obreros triunfan;
pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas
no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más
extensa de los obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento
de los medios de comunicación creados por la gran industria y que
ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese
contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten
el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una
lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política.
Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media,
con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios
modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.
Esta organización
del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve
sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros.
pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más
potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles
a reconocer por la ley algunos interese de la clase obrera; por ejemplo,
la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.
En general, las colisiones
en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo
del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente; al principio,
contra la aristocracia; después, contra aquellas facciones de la
misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción
con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía
de todos los demás países. En todas partes estas luchas se
ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrástrale
así al movimiento político. De tal manera, la burguesía
proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación,
es decir, armas contra ella misma.
Además, como acabamos
de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado
a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus
condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado
numerosos elementos de educación.
Finalmente, en los periodos
en que la lucha de clases, se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración
de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter
tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa
clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase
en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte
de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días
un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente
ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la
comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.
De todas las clases que hoy
se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una
clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando
y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado,
en cambio, es su producto más peculiar.
Los estamentos medios -el
pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano,
el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar
de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios,
sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que
pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios
únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su
transito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses
presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios
puntos de vista para adoptar los del proletariado.
El lumpenproletariado, ese
producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas
de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una
revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones
de vida está más dispuesto a venderse a la reacción
para servir a sus maniobras.
Las condiciones de existencia
de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia
del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con
la mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones
familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del
capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica
que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional.
Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios
burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses
de la burguesía.
Todas las clases que en el
pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación
adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación.
Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales,
sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor y, por tanto,
todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los
proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo
que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada
existente.
Todos los movimientos han
sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías.
El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría
en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior
de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer
saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por
su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente
una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país
deba acabar en primer lugar con su propia burguesía.
Al esbozar las fases más
generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la
guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de
la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución
abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía,
implanta su dominación.
Todas las sociedades anteriores,
como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras
y oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle
unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia
de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó
a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó
a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo
feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso
de la industria, desciende siempre más y más por debajo de
las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria,
y el pauperismo crece más rápidamente todavía que
la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía
ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante
de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones
de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de
asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la
esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener
que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya
no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la
existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con
la de la sociedad.
La condición esencial
de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación
de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento
del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo
asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia
de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la
burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario,
sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia,
por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así,
el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía
las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido.
La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento
y la victoria del proletariado son igualmente inevitable.
NOTAS
[1]
Por burguesía se comprende a la clase de los capitalistas modernos,
propietarios de los medios de producción social, que emplean el
trabajo asalariado. Por proletarios se comprende a la clase de los trabajadores
asalariados modernos, que, privados de medios de preducción propios,
se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir. [Nota
de F. Engels a la edición inglesa de 1888.]
[2]
Es decir, la historia escrita. En 1847, la historia de la organización
social que precedió a toda la historia escrita. la prehistoria,
era casi desconocida. Posteriormente, Haxthausen ha descubierto en Rusia
la propiedad comunal de la tierra; Maurer ha demostrado que ésta
fue la base social de la que partieron históricamente todas las
tribus teutonas, y se ha ido descubriendo poco a poco que la comunidad
rural, con la posesión colectiva de la tierra, es o ha sido la forma
primitiva de la sociedad, desde las Indias hasta Irlanda. La organización
interna de esa sociedad comunista primitiva ha sido puesta en claro, en
lo que tiene de típico, con el culminante descubrimiento hecho por
Morgan de la verdadera naturaleza de la gens y de su lugar en la
tribu. Con la disolución de estas comunidades primitives
comenzó la división de la sociedad en clases distintas y,
finalmente, antagónicas. He intentodo analizar este proceso en la
obra Der Ursprung der Familie, des Privateigenthums und des Staats
[El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado.]
2a. ed., Stuttgart, 1886. [Nota de F. Engels a la edición inglesa
de 1888. La última frase de esta nota ha sido omitida de la edición
alemana de 1890.]
[3]
Zunftbürger, esto es, miembro de un gremio con todos los derechos,
maestro del mismo, y no su dirigente. [Nota de F. Engels a la edición
inglesa de 1888.]
[4]
'Comunas' se llamaban en Francia las ciudades nacientes todavía
antes de arrancar a sus amos y señores feudales la autonomía
local y los derechos políticos como 'tercer estado'. En términos
generales, se ha tomado aquí a Inglaterra como país típico
del desarrollo económico de la burguesía, y a Francia como
país típico de su desarrollo politico. [Nota de F. Engels
a ln edición inglesa de 1888.]
Así denominaban los
habitantes de las ciudades de Italia y Francia a sus comunidades urbanas,
una vez comprados o arrancados a sus señores feudales los primeros
derechos de autonomía. [Nota de F. Engels a la edición
alemana de 1890.]
II
PROLETARIOS Y COMUNISTAS
¿Cuál
es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios
en general?
Los comunistas no forman
un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
No tienen intereses que los
separen del conjunto del proletariado.
No proclaman principios especiales
[1] a a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.
Los comunistas sólo
se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una
parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan
y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente
de la nacionalidad; y por otra parte, en que, en las diferentes fases de
desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía,
representa siempre los intereses del movimiento en su conjunto.
Prácticamente, los
comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros
de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante [2]
a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado
la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y
de los resultados generales del movimiento proletario.
El objetivo inmediato de
los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios:
constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación
burguesa, conquista del poder político por el proletariado.
Las tesis teóricas
de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados
o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
No son sino la expresión
de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente,
de un movimiento histórico que se está desarrollando ante
nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad existentes
desde antes no es una característica propia del comunismo.
Todas las relaciones de propiedad
han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones
históricas.
La revolución francesa,
por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad
burguesa.
El rasgo distintivo del comunismo
no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición
de la propiedad burguesa.
Pero la propiedad privada
burguesa moderna es la última y más acabada expresión
del modo de producción y de apropiación de lo producido basado
en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por
los otros.[3]
En este sentido los comunistas
pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición
de la propiedad privada.
Se nos ha reprochado a los
comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto
del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, actividad
e independencia individual.
¡La propiedad adquirida,
fruto del trabajo, del esfuerzo personal! ¿Os referís acaso
a la propiedad del pequeño burgués, del pequeño labrador,
esa forma de propiedad que ha precedido a la propiedad burguesa? No tenemos
que abolirla: el progreso de la industria la ha abolido y está aboliéndola
a diario.
¿O tal vez os referís
a la propiedad privada burguesa moderna?
¿Es que el trabajo
asalariado, el trabajo del proletario, crea propiedad para el proletario?
De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota
al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición
de producir nuevo trabajo asalariado, para volver a explotarlo. En su forma
actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo
asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo.
Ser capitalista significa
ocupar, no sólo una posición puramente personal en la producción,
sino también una posición social. El capital es un producto
colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta
de muchos miembros de la sociedad y, en última instancia sólo
por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad.
El capital no es, pues, una
fuerza personal; es una fuerza social.
En consecuencia, si el capital
es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros
de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad
social. Sólo cambia el carácter social de la propiedad. Esta
pierde su carácter de clase.
Examinemos el trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo
asalariado es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios
de subsistencia indispensables al obrero para conservar sus vida como tal
obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su
actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción
de su vida. No queremos de ninguna manera abolir esta apropiación
personal de los productos del trabajo, indispensables para la mera reproducción
de la vida humana, esa apropiación, que no deja ningún beneficio
líquido que pueda dar un poder sobre el trabajo de otro. Lo que
queremos suprimir es el carácter miserable de esa apropiación,
que hace que el obrero no viva sino para acrecentar el capital y tan sólo
en la medida en que el interés de la clase dominante exige que viva.
En la sociedad burguesa,
el trabajo vivo no es más que un medio de incrementar el trabajo
acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado no es más
que un medio de ampliar, de enriquecer y hacer más fácil
la vida de los trabajadores.
De este modo, en la sociedad
burguesa el pasado domina sobre el presente; en la sociedad comunista es
el presente el que domina sobre el pasado. En la sociedad burguesa el capital
es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja
carece de independencia y está despersonalizado.
¡Y la burguesía
dice que la abolición de semejante estado de cosas es la abolición
de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata
efectivamente de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa
y la libertad burguesa.
Por la libertad, en las condiciones
actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad de comercio,
la libertad de comprar y vender.
Desaparecida la compraventa,
desaparecerá también la libertad de compraventa. Las declamaciones
sobre la libertad de compraventa, lo mismo que las demás bravatas
liberales de nuestra burguesía, sólo tienen sentido aplicadas
a la compraventa encadenada y al burgués sojuzgado de la Edad Media;
pero no ante la abolición comunista de compraventa de las relaciones
de producción burguesas y de la propia burguesía.
Os horrorizáis de
que queramos abolir la propiedad privada. Pero, en vuestra sociedad actual,
la propiedad privada está abolida para las nueve décimas
partes de sus miembros; precisamente porque no existe para esas nueve décimas
partes. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad
que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría
de la sociedad sea privada de propiedad.
En una palabra, nos acusáis
de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos.
Según vosotros, desde
el momento en que el trabajo no puede ser convertido en capital, en dinero,
en renta de la tierra, en una palabra, en poder social susceptible de ser
monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal
no puede transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante la personalidad
queda suprimida.
Reconocéis, pues,
que por su personalidad no entendéis sino al burgués, al
propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida.
El comunismo no arrebata
a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales; no quita más
que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo
ajeno.
Se ha objetado que con la
abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad
y sobrevendría una indolencia general.
Si así fuese, hace
ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos
de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren
y los que adquieren no trabajan. Toda la objeción se reduce a esta
tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital.
Todas las objeciones dirigidas
contra el modo comunista de apropiación y de producción de
bienes materiales se hacen extensivas igualmente respecto a la apropiación
y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo
que para el burgués la desaparición de la propiedad de clase
equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición
de la cultura de clase significa para él la desaparición
de toda cultura.
La cultura, cuya pérdida
deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más
que el adiestramiento que los transforma en máquinas.
Mas no discutáis con
nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad
burguesa el criterio de vuestras nociones burguesas de libertad, cultura,
derecho, etc. Vuestras ideas mismas son producto de las relaciones de producción
y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la
voluntad de vuestra clase erigida en ley; voluntad cuyo contenido está
determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
La concepción interesada
que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y la razón
las relaciones sociales dimanadas de vuestro modo de producción
y de propiedad -relaciones históricas que surgen y desaparecen en
el curso de la producción-, la compartís con todas las clases
dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad
antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis
a admitirlo para la propiedad burguesa.
¡Querer abolir la familia!
Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de
los comunistas.
¿En qué bases
descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro
privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que
para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión
forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución
pública.
La familia burguesa desaparece
naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen
con la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis
el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos
este crimen.
Pero decís que destruimos
los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación
doméstica por la educación social.
Y vuestra educación,
¿no está también determinada por la sociedad, por
las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la
intervención directa o indirecta de la sociedad a través
de la escuela, etc.? Los comunistas no han inventado esta ingerencia de
la sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su
carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase
dominante.
las declamaciones burguesas
sobre la familia y la educación, sobre los dulces lazos que unen
a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que
la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletario
y transforma a los niños en simples artículos de comercio,
en simples instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros,
los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres!
-nos grita a coro toda la burguesía.
Para el burgués, su
mujer no es otra cosa que instrumento de producción. Oye decir,
que los instrumentos de producción deben ser de utilización
común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres
correrán la misma suerte de la socialización.
No sospecha que se trata
precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple
instrumento de producción.
Nada más grotesco,
por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses
la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas.
Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres:
casi siempre ha existido.
Nuestros burgueses, no satisfechos
con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros,
sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular
en seducir mutuamente las esposas.
El matrimonio burgués
es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría
acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres
hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es
evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones
de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres
que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y no oficial.
Se acusa también a
los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria.
No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado
debe en primer lugar conquistar el poder político, debe elevarse
a la condición de clase nacional [4], constituirse
en nación, todavía es nacional, aunque de ninguna manera
en el sentido burgués.
El aislamiento nacional y
los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día
con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el
mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial
y las condiciones de existencia que le corresponden.
El dominio del proletariado
los hará desaparecer más deprisa todavía. La acción
común, al menos de los países civilizados, es una de las
primeras condiciones de su emancipación.
En la misma medida en que
sea abolida la explotación de un individuo por otro, será
abolida la explotación de una nación por otra.
Al mismo tiempo que el antagonismo
de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad
de las naciones entre sí.
En cuando a las acusaciones
lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de la religión,
de la filosofía y de la ideología en general, no merecen
un examen detallado.
¿Acaso se necesita
una gran perspicacia para comprender que con toda modificación en
las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social,
cambian también las ideas, las nociones y las concepciones, en una
palabra, la conciencia del hombre?
¿Qué demuestra
la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma
con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época
no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante.
Cuando se habla de ideas
que revolucionan toda una sociedad, es expresa solamente el hecho de que
en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva,
y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución
de las antiguas condiciones de vida.
En el ocaso del mundo antiguo,
las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana.
Cuando, en el siglo XVIII, las ideas cristianas fueron vencidas por las
ideas de la ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a
muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de
libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que
reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio del saber.
'Sin duda -se nos dirá-,
las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas,
etc., se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico.
Pero la religión, la moral, la filosofía, la política,
el derecho se han mantenido siempre a través de estas transformaciones.
Existen, además, verdades
eternas, tales como la libertad, la justicia, etc., que son comunes a todo
estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas,
quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma
nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior'.
¿A qué se reduce
esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido
hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones
que revisten formas diversas en las diferentes épocas.
Pero cualquiera que haya
sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte
de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos
anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia
social de todos los siglos, a despecho de toda variedad y de toda diversidad,
se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas
formas -formas de conciencia-, que no desaparecerán completamente
más que con la desaparición definitiva de los antagonismos
de clase.
La revolución comunista
es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales,
nada de extraño tiene que el curso de su desarrollo rompa de la
manera más radical con las ideas tradicionales.
Mas, dejemos aquí
las objeciones hechas por la burguesía al comunismo.
Como ya hemos visto más
arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación
del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.
El proletariado se valdrá
de su dominación política para ir arrancando gradualmente
a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos
de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado
como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma
de las fuerzas productivas.
Esto, naturalmente, no podrá
cumplirse al principio más que por una violación despótica
del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción,
es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista
económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que
en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas [5]
y serán indispensables como medio para transformar radicalmente
todo el modo de producción.
Estas medidas, naturalmente,
serán diferente en los diversos países.
Sin embargo, en los países
más avanzados podrán ser puestos en práctica casi
en todas partes las siguientes medidas:
-
Expropiación de la propiedad
territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
-
Fuerte impuesto progresivo.
-
Abolición de los derechos
de herencia.
-
Confiscación de la propiedad
de todos los emigrados y sediciosos.
-
Centralización del crédito
en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado
y monopolio exclusivo.
-
Centralización en manos
del Estado de todos los medios de transporte.
-
Multiplicación de las
empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción,
roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras,
según un plan general.
-
Obligación de trabajar
para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente
para la agricultura.
-
Combinación de la agricultura
y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la
diferencia entre la ciudad y el campo. [6]
-
Educación pública
y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos
en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de educación
combinado con la producción material, etc., etc.
Una vez que en el curso del
desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado
toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder
público perderá su carácter político. El poder
político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una
clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía
el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la
revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante,
suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime,
al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones
para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general,
y, por tanto, su propia dominación como clase.
En sustitución de
la antigua sociedad burguesa con sus clases y sus antagonismos de clase,
surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de
cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de
todos.
NOTAS
[1]
En la edición inglesa de 1888, en lugar de 'especiales' dice 'sectarios'.
[N. de la Edit.).
[2]
En la edición inglesa de 1888, en lugar de 'que siempre impulsa
adelante' dice 'más avanzado'. [N. de la Edit.].
[3]
En la edición inglesa de 1888, en lugar de 'La explotación
de los unos por los otros' dice 'la explotación de la mayoría
por la minoría'. [N. de la Edit.].
[4]
En la edición inglesa de 1888, en lugar de 'elevarse a la condición
de clase nacional' dice 'elevarse a la condición de clase dirigente
de la nación'. [N. de la Edit.].
[5]
En la edición inglesa de 1888, después de las palabras 'sobrepasarán
a sí mismas', ha sido añadido 'se hará necesario continuar
los ataques al viejo régimen social'.[N. de la Edit.].
[6]
En la edición de 1848 se decía: 'la oposición entre
la ciudad y el campo'. En la edición de 1872 y en las ediciones
alemanas posteriores, la palabra 'oposición' fue sustituida por
la palabra 'diferencias'. En la edición inglesa de 1888, en lugar
de las palabras 'contribución a la desaparición gradual de
las diferencias entre la ciudad y el campo' se decía 'desaparición
gradual de las diferencias entre la ciudad y el campo mediante una distribución
más uniforme de la población por el país'.
III
LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA
1. EL SOCIALISMO
REACCIONARIO
a) El socialismo feudal
Por
su posición histórica, la aristocracia francesa e inglesa
estaba llamada a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa.
En la revolución francesa de julio de 1880 y en el movimiento inglés
por la reforma parlamentaria, había sucumbido una vez más
bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante no podía hablarse
siquiera de una lucha política seria. No le quedaba más que
la lucha literaria. Pero, también en el terreno literario, la vieja
fraseología de la época de la Restauración [1]
había llegado a ser inaceptable. Para crearse simpatías era
menester que la aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios
intereses y que formulara su acta de acusación contra la burguesía
sólo en interés de la clase obrera explotada. Dióse
de esta suerte la satisfacción de componer canciones satíricas
contra su nuevo amo y de musitarle al oído profecías más
o menos siniestras.
Así es como nació
el socialismo feudal, mezcla de jeremiadas y pasquines, de ecos del pasado
y de amenazas sobre el porvenir. Si alguna vez su crítica amarga,
mordaz e ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón,
su incapacidad absoluta para comprender la marcha de la historia moderna
concluyó siempre por cubrirle de ridículo.
A guisa de bandera, estos
señores enarbolaban el saco de mendigo del proletariado, a fin de
atraer al pueblo. Pero cada vez que el pueblo acudía, advertía
que sus posaderas estaban ornadas con el viejo blasón feudal y se
dispersaba en medio de grandes e irreverentes carcajadas.
Una parte de los legitimistas
franceses y la 'Joven Inglaterra' han dado al mundo este espectáculo
cómico.
Cuando los campeones del
feudalismo aseveran que su modo de explotación era distinto del
de la burguesía, olvidan una cosa, y es que ellos explotaban en
condiciones y circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas.
Cuando advierten que bajo su dominación no existía el proletariado
moderno, olvidan que la burguesía moderna es precisamente un retoño
necesario del régimen social suyo.
Disfrazan tan poco, por otra
parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la principal
acusación que presentan contra la burguesía es precisamente
haber creado bajo su régimen una clase que hará saltar por
los aires todo el antiguo orden social.
Lo que imputan a la burguesía
no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en general, sino el haber
hecho surgir un proletariado revolucionario.
Por eso, en la práctica
política, toman parte en todas las medidas de represión contra
la clase obrera. Y en la vida diaria, a pesar de su fraseología
ampulosa, se las ingenian para recoger los frutos de oro [2]
y trocar el honor, el amor y la fidelidad por el comercio en lanas, remolacha
azucarera y aguardiente [3].
Del mismo modo que el cura
y el señor feudal han marchado siempre de la mano, el socialismo
clerical marcha unido con el socialismo feudal.
Nada más fácil
que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso
el cristianismo no se levantó también contra la propiedad
privada, el matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar
la caridad y la pobreza, el celibato y la mortificación de la carne,
la vida monástica y la Iglesia? El socialismo cristiano no es más
que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho de la
aristocracia.
b) El socialismo pequeño
burgués.
La aristocracia feudal
no es la única clase derrumbada por la burguesía y no es
la única clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose
en la sociedad burguesa moderna. Los habitantes de las ciudades medievales
y el estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron
los precursores de la burguesía moderna. En los países de
una industria y un comercio menos desarrollado, esta clase continúa
vegetando al lado de la burguesía en auge.
En los países donde
se ha desarrollado la civilización moderna, se ha formado -y, como
parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin
cesar- una nueva clase de pequeños burgueses que oscila entre el
proletariado y la burguesía. Pero los individuos que la componen
se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa
de la competencia y, con el desarrollo de la gran industria, ven aproximarse
el momento en que desaparecerán por completo como fracción
independiente de la sociedad moderna y en que serán reemplazados
en el comercio, en la manufactura y en la agricultura por capataces y empleados.
En países como Francia,
donde los campesinos constituyen bastante más de la mitad de la
población, era natural que los escritores que defienden la causa
del proletariado contra la burguesía, aplicasen a su crítica
del régimen burgués el rasero del pequeño burgués
y del pequeño campesino, y defendiesen la causa obrera desde el
punto de vista de la pequeña burguesía. Así se formó
el socialismo pequeñoburgués. Sismondi es el más alto
exponente de esta literatura, no sólo en Francia, sino también
en Inglaterra.
Este socialismo analizó
con mucha sagacidad las contradicciones inherentes a las modernas relaciones
de la producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías
de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos
destructores de la maquinaria y de la división del trabajo, la concentración
de los capitales y de la propiedad territorial, la superproducción,
la crisis, la inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los
campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía en la producción,
la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas, la
exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución
de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las
viejas nacionalidades.
Sin embargo, el contenido
positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los
antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas
relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar
por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el
marco de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que
fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este
socialismo es a la vez reaccionario y utópico.
Para la manufactura, el sistema
gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal; he aquí
su última palabra.
En su ulterior desarrollo
esta tendencia ha caído en un marasmo cobarde [4].
c) El socialismo alemán
o socialismo 'verdadero'.
La literatura socialista
y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía
dominante, como expresión literaria de una lucha contra dicha dominación,
fue introducida en Alemania en el momento en que la burguesía acababa
de comenzar su lucha contra el absolutismo feudal.
Filósofos, semifilósofos
e ingenios de salón alemanes se lanzaron ávidamente sobre
esta literatura; pero olvidaron que con la importación de la literatura
francesa no habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo,
las condiciones sociales de Francia. En las condiciones alemanas, la literatura
francesa perdió toda significación práctica inmediata
y tomó un carácter puramente literario. Debía parecer
más bien una especulación ociosa sobre la realización
de la esencia humana. De este modo, para loa filósofos alemanes
del siglo XVIII, las reivindicaciones de la primera revolución francesa
no eran más que reivindicaciones de la 'razón práctica'
en general, y las manifestaciones de la voluntad de la burguesía
revolucionaria de Francia no expresaban a sus ojos más que las leyes
de la voluntad pura, de la voluntad tal como debía ser, de la voluntad
verdaderamente humana. Toda la labor de los literatos alemanes se redujo
exclusivamente a poner de acuerdo las nuevas ideas francesas con su vieja
conciencia filosófica, o, más exactamente, a asimilarse las
ideas francesas partiendo de sus propias opiniones filosóficas.
Y se asimilaron como se asimila
en general una lengua extranjera: por la traducción.
Se sabe cómo los frailes
superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del antiguo
paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos católicos.
Los literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura
profana francesa. Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original
francés. Por ejemplo: bajo la crítica francesa de las funciones
del dinero, escribían: 'enajenación de la esencia humana';
bajo la crítica francesa del Estado burgués, decían:
'eliminación del poder de lo universal abstracto', y así
sucesivamente.
A esta interpolación
de su fraseología filosófica en la crítica francesa
le dieron el nombre de 'filosofía de la acción', 'socialismo
verdadero', 'ciencia alemana del socialismo', 'fundamentación filosófica
del socialismo', etc.
De esta manera fue completamente
castrada la literatura socialista-comunista francesa. Y como en manos de
los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una
clase contra otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la
'estrechez francesa' y haber defendido, en lugar de las verdaderas necesidades,
la necesidad de la verdad, en lugar de los intereses del proletariado,
los intereses de la esencia humana, del hombre en general, del hombre que
no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más
que en el cielo brumoso de la fantasía filosófica.
Este socialismo alemán,
que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de escolar y
que con tanto estrépito charlatanesco los lanzaba a los cuatro vientos,
fue perdiendo poco a poco su inocencia pedantesca.
La lucha de la burguesía
alemana, y principalmente de la burguesía prusiana, contra los feudales
y la monarquía absoluta, en una palabra, el movimiento liberal,
adquiría un carácter más serio.
De esta suerte, ofreciósele
al 'verdadero' socialismo la ocasión tan deseada de contraponer
al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de fulminar
los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado representativo,
contra la concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de prensa,
contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad burguesas
y de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que
ganar, y que más bien perderían todo en este movimiento burgués.
El socialismo alemán olvidó muy a propósito que la
crítica francesa, de la cual era un simple eco insípido,
presuponía la sociedad burguesa moderna, con las correspondientes
condiciones materiales de vida y una constitución política
adecuada, es decir, precisamente las premisas que todavía se trataba
de conquistar en Alemania.
Para los gobiernos absolutos
de Alemania, con su séquito de clérigos, de mentores, de
hidalgos rústicos y de burócratas, este socialismo se convirtió
en un espantajo propicio contra la burguesía que se levantaba amenazadora.
Formó el complemento
dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos gobiernos
respondían a los alzamientos de los obreros alemanes.
Si el 'verdadero' socialismo
se convirtió de este modo en un arma en manos de los gobiernos contra
la burguesía alemán, representaba además, directamente,
un interés reaccionario, el interés del pequeño burgués
alemán. La pequeña burguesía, legada por el siglo
XVI, y desde entonces renacida sin cesar bajo diversas formas, constituye
para Alemania la verdadera base social del orden establecido.
Mantenerla es conservar en
Alemania el orden establecido. La supremacía industrial y política
de la burguesía le amenaza con una muerte cierta: de una parte,
por la concentración de los capitales, y de otra, por el desarrollo
de un proletariado revolucionario. A la pequeña burguesía
le pareció que el 'verdadero' socialismo podía matar los
dos pájaros de un tiro. Y éste se propagó como una
epidemia.
Tejido con los hilos de araña
de la especulación, bordado de flores retóricas y bañado
por un rocío sentimental, ese ropaje fantástico en que los
socialistas alemanes envolvieron sus tres o cuatro descarnadas 'verdades
eternas', no hizo sino aumentar la demanda de su mercancía entre
semejante público.
Por su parte, el socialismo
alemán comprendió cada vez mejor que estaba llamado a ser
el representante pomposo de esta pequeña burguesía.
Proclamó que la nación
alemana era la nación modelo y el mesócrata alemán
el hombre modelo. A todas las infamias de este hombre modelo les dio un
sentido oculto, un sentido superior y socialista, contrario a la realidad.
Fue consecuente hasta el fin, manifestándose de un modo abierto
contra la tendencia 'brutalmente destructiva' del comunismo y declarando
su imparcial elevación por encima de todas las luchas de clases.
Salvo muy raras excepciones, todas las obras llamadas socialistas que circulan
en Alemania pertenecen a esta inmunda y enervante literatura [5].
2. EL SOCIALISMO
CONSERVADOR O BURGUES
Una parte de la burguesía
desea remediar los males sociales con el fin de consolidar la sociedad
burguesa.
A esta categoría pertenecen
los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que pretenden
mejorar la suerte de las clases trabajadoras, los organizadores de la beneficencia,
los protectores de animales, los fundadores de las sociedades de templanza,
los reformadores domésticos de toda laya. Y hasta se ha llegado
a elaborar este socialismo burgués en sistemas completos.
Citemos como ejemplo la 'Filosofía
de la Miseria', de Proudhon.
Los burgueses socialistas
quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las
luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren la sociedad
actual sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren la
burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural,
se representa el mundo en que ella domina como el mejor de los mundos.
El socialismo burgués hace de esta representación consoladora
un sistema más o menos completo. Cuando invita al proletariado a
llevar a la práctica su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén,
no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad
actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se
ha formado de ella.
Otra forma de este socialismo,
menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar
a los obreras de todo movimiento revolucionario, demostrándoles
que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles,
sino solamente una transformación de las condiciones materiales
de vida, de las relaciones económicas. Pero, por transformación
de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en
modo alguno, la abolición de las relaciones de producción
burguesas -lo que no es posible más que por vía revolucionaria-,
sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base
de las mismas relaciones de producción burguesas, y que, por tanto,
no afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo
únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía
los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la administración
de su Estado.
El socialismo burgués
no alcanza su expresión adecuada sino cuando se convierte en simple
figura retórica.
¡Libre cambio, en interés
de la clase obrera! ¡Aranceles protectores, en interés de
la clase obrera! ¡Prisiones celulares, en interés de la clase
obrera! He aquí la última palabra del socialismo burgués,
la única, que ha dicho seriamente.
El socialismo burgués
se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son burgueses
en interés de la clase obrera.
3. EL SOCIALISMO
Y EL COMUNISMO CRITICO-UTOPICOS
No se trata aquí
de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha formulado
las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etc.).
Las primeras tentativas directas
del proletariado para hacer prevalecer sus propios intereses de clase,
realizadas en tiempos de efervescencia general, en el período del
derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto
por el débil desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia
de las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que
surgen sólo como producto de la época burguesa. La literatura
revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del proletariado,
es forzosamente, por su contenido, reaccionaria. Preconiza un ascetismo
general y burdo igualitarismo.
Los sistemas socialistas
y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint-Simón, de
Fourier, de Owen, etc., hacen su aparición en el período
inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía,
período descrito anteriormente. Véase 'Burgueses y proletarios').
Los inventores de estos sistemas,
por cierto, se dan cuenta del antagonismo de las clases, así como
de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad
dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa
histórica, ningún movimiento político propio.
Como el desarrollo del antagonismo
de clases va a la para con el desarrollo de la industria, ellos tampoco
pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipación del
proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social, de unas leyes
sociales que permitan crear esas condiciones.
En lugar de la acción
social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar
de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones
fantásticas; en lugar de la organización gradual del proletariado
en clase, una organización de la sociedad inventada por ellos. La
futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución
práctica de sus planes sociales.
En la confección de
sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los intereses
de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado
no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece.
Pero la forma rudimentaria
de la lucha de clases, así como su propia posición social,
les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean
mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso
de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la
sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a
la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer
que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades
posibles.
Repudian, por eso, toda acción
política, y en particular, toda acción revolucionaria, se
proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir
camino al nuevo evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo,
por medio de pequeños experimentos, que, naturalmente, fracasan
siempre.
Estas fantásticas
descripciones de la sociedad futura, que surgen en una época en
que el proletariado, todavía muy poco desarrollado, considera aún
su propia situación de una manera también fantástica,
provienen de las primeras aspiraciones de los obreros, llenas de profundo
presentimiento, hacia una completa transformación de la sociedad.
Mas estas obras socialistas
y comunistas encierran también elementos críticos. Atacan
todas las bases de la sociedad existente. Y de este modo han proporcionado
materiales de un gran valor para instruir a los obreros. Sus tesis positivas
referentes a la sociedad futura, tales como la supresión del contraste
entre la ciudad y el campo [6], la abolición
de la familia, de la ganancia privada y del trabajo asalariado, la proclamación
de la armonía social y la transformación del Estado en una
simple administración de la producción; todas estas tesis
no hacen sino enunciar la eliminación del antagonismo de las clases,
antagonismo que comienza solamente a perfilarse y del que los inventores
de sistemas no conocen sino las primeras formas indistintas y confusas.
Así estas tesis tampoco tienen más que un sentido puramente
utópico.
La importancia del socialismo
y del comunismo crítico-utópicos está en razón
inversa al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases
se acentúa y toma formas más definidas, el fantástico
afán de ponerse por encima de ella, esa fantástica oposición
que se le hace, pierde todo valor práctico, toda justificación
teórica. He ahí por qué si en muchos aspectos los
autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por
sus discípulos son siempre reaccionarias, pues se aferran a las
viejas concepciones de sus maestros, a pesar del ulterior desarrollo histórico
del proletariado. Buscan, pues, y en eso son consecuentes, embotar la lucha
de clases y conciliar los antagonismos. Continúan soñando
con la experimentación de sus utopías sociales; con establecer
falansterios aislados, crear Home-colonies en sus países o fundar
una pequeña Icaria [7], edición en dozavo
de la nueva Jerusalén. Y para la construcción de todos estos
castillos en el aire se ven forzados a apelar a la filantropía de
los corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo en
la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos
más arriba y sólo se distinguen de ellos por una pedantería
más sistemática y una fe supersticiosa y fanática
en la eficacia milagrosa de su ciencia social.
Por eso se oponen con encarnizamiento
a todo movimiento político de la clase obrera, pues no ven en él
sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo evangelio.
Los owenistas, en Inglaterra,
reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas, en Francia, contra
los reformistas.
NOTAS
[1]
No se trata aquí de la Restauración inglesa de 1660-1689,
sino de la francesa de 1814-1830. [Nota de F. Engels a la edición
inglesa de 1888].
[2]
En la edición inglesa de 1888, después de 'los frutos de
oro' se ha añadido 'del árbol de la industria'. [N. de
la Edit.]
[3]
Esto se refiere en primer término a Alemania, donde los terratenientes
aristócratas y los 'junkers' cultivan por cuenta propia gran parte
de sus tierras con ayuda de administradores y poseen, además, grandes
fábricas de azúcar de remolacha y destilerías de alcohol.
Los más acaudalados aristócratas británicos todavía
no han llegado a tanto; pero también ellos saben cómo pueden
compensar la disminución de la renta, cediendo sus nombres a los
fundadores de toda clase de sociedades anónimas de reputación
más o menos dudosa. [Nota de F. Engels a la edición inglesa
de 1888].
[4]
En la edición inglesa de 1888, este último párrafo
dice así: 'Finalmente, cuando hechos históricos irrefutables
desvanecieron todos los efectos embriagadores de las falsas ilusiones,
esta forma de socialismo acabó en un miserable abatimiento. [N.
de la Edit.]
[5]
La tormenta revolucionaria de 1848 barrió esta miserable escuela
y ha quitado a sus partidarios todo deseo de seguir especulando con el
socialismo. El principal representante y el tipo clásico de esta
escuela es el señor Karl Grün. [Nota de F. Engels a la edición
alemana de 1890].
[6]
En la edición inglesa de 1888, esta frase ha sido redactada de la
manera siguiente: 'Las medidas prácticas propuestas por ellos, tales
como la desaparición del contraste entre la ciudad y el campo'.
[N. de la Edit.]
[7]
Falansterios se llamaban las colonias socialistas proyectadas por Carlos
Fourier, Icaria era el nombre dado por Cabet a su país utópico
y más tarde a su colonia comunista en América. [Nota de
F. Engels a la edición inglesa de 1888].
Owen llamó a sus
sociedades comunistas modelo 'home-colonies' (colonias interiores). El
falansterio era el nombre de los palacios sociales proyectados por Fourier.
Llamábase Icaria el país fantástico-utópico,
cuyas instituciones comunistas describía Cabet. [Nota de F. Engels
a la edición alemana de 1890].
IV
ACTITUD DE LOS COMUNISTAS RESPECTO A LOS DIFERENTES PARTIDOS DE OPOSICION
Después de
lo dicho en el capítulo II, la actitud de los comunistas respecto
de los partidos obreros ya constituidos se explica por sí misma,
y por tanto su actitud respecto de los cartistas de Inglaterra y los partidarios
de la reforma agraria en América del Norte.
Los comunistas luchan por
alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero,
al mismo tiempo, defiende también, dentro del movimiento actual,
el porvenir de ese movimiento. En Francia, los comunistas se suman al Partido
Socialista Democrático [1] contra la burguesía
conservadora y radical, sin renunciar, sin embargo, al derecho de criticar
las ilusiones y los tópicos legados por la tradición revolucionaria.
En Suiza apoyan a los radicales,
sin desconocer que este partido se compone de elementos contradictorios,
en parte de socialistas democráticos, al estilo francés,
y en parte de burgueses radicales.
Entre los polacos, los comunistas
apoyan al partido que ve en una revolución agraria la condición
de la liberación nacional; es decir, al partido que provocó
en 1846 la insurrección de Cracovia.
En Alemania, el Partido Comunista
lucha al lado de la burguesía, en tanto que ésta actúa
revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad territorial
feudal y la pequeña burguesía reaccionaria.
Pero jamás, en ningún
momento, se olvida este partido de inculcar a los obreros la más
clara conciencia del antagonismo hostil que existe entre la burguesía
y el proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de
inmediato las condiciones sociales y políticas que forzosamente
ha de traer consigo la dominación burguesa en otras tantas armas
contra la burguesía, a fin de que, tan pronto sean derrocadas las
clases reaccionarias en Alemania, comience inmediatamente la lucha contra
la misma burguesía.
Los comunistas fijan su principal
atención en Alemania, porque Alemania se halla en vísperas
de una revolución burguesa y porque llevará a cabo esta revolución
bajo condiciones más progresivas de la civilización europea
en general, y con un proletariado mucho más desarrollado que el
de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el siglo XVIII, y, por
lo tanto, la revolución burguesa alemana no podrá ser sino
el preludio inmediato de una revolución proletaria.
En resumen, los comunistas
apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen
social y político existente.
En todos estos movimientos
ponen en primer término, como cuestión fundamental del movimiento,
la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más
o menos desarrollada que ésta revista.
En fin, los comunistas trabajan
en todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos democráticos
de todos los países.
Los comunistas consideran
indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que
sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia
todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante
una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder
en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
¡PROLETARIOS DE
TODOS LOS PAISES, UNIOS! |
Escrito por Carlos Marx y Federico
Engels entre diciembre de 1847 y enero de 1848. Publicado por vez primera
en Londres en idioma alemán en febrero de 1848.
NOTAS
[1]
En aquel entonces, este partido estaba representado en el parlamento por
Ledru-Rollin, en la literatura por Luis Blanc y en la prensa diaria por
'La Reforme'. El nombre de Socialista Democrático significaba, en
boca de sus inventores, la parte del Partido Democrático o Republicano
que tenía un matiz más o menos socialista [Nota de F.
Engels a la edición inglesa de 1888].
Lo que se llamaba entonces
en Francia el Partido Socialista Democrático estaba representado
en política por Ledru-Rollin y en literatura por Luis Blanc; hallábase,
pues, a cien mil leguas de la socialdemocrácia alemana de nuestro
tiempo. [Nota de F. Engels a la edición alemana de 1890].
PREFACIO A LA EDICION ALEMANA
DE 1872
La Liga de los Comunistas,
asociación obrera internacional que, naturalmente, dadas las condiciones
de la época, no podía existir sino en secreto, encargó
a los que suscriben, en el Congreso celebrado en Londres en Noviembre de
1847, que redactaran un programa detallado del partido, a la vez teórico
y práctico, destinado a la publicación. Tal vez es el origen
de este Manifiesto, cuyo manuscrito fue enviado a Londres, para ser impreso,
algunas semanas antes de la revolución de febrero. Publicado primero
en alemán, se han hecho en este idioma, como mínimo, doce
ediciones diferentes en Alemania, Inglaterra y Norteamérica. En
inglés apareció primeramente en Londres, en 1850, en el Red
Republican, traducido por Miss Helen Macfarlane, y más tarde,
en 1871, se han publicado, por lo menos, tres traducciones diferentes en
Norteamérica. Apareció en francés por primera vez
en París, en vísperas de la insurrección de junio
de 1848, y recientemente en Le Socialiste de Nueva York. En la actualidad,
se prepara una nueva traducción. Hízose en Londres una edición
en polaco, poco tiempo después de la primera edición alemana.
En Ginebra apareció en ruso, en la década del 60. Ha sido
traducido también al danés, a poco de su publicación
original.
Aunque las condiciones hayan
cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios
generales expuestos en este Manifiesto siguen siendo hoy, en grandes rasgos,
enteramente acertados, algunos puntos deberían ser retocados. El
mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos
principios dependerá siempre y en todas partes de las circunstancias
históricas existentes, y que, por tanto, no se concede importancia
excepcional a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capitulo
II. Este pasaje tendría que se redactado hoy de distinta manera,
en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria
en los últimos veinticinco años, y con éste, el de
la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias
prácticas, primero, de la revolución de Febrero, y después,
en mayor grado aún, de la Comuna de París, que eleva por
primera vez al proletariado, durante dos meses, al poder político,
este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comunaha demostrado,
sobre todo, que 'la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar
posesión de la máquina del Estado tal y como está
y servirse de ella para sus propios fines' (Véase La guerra civil
en Francia, pág. 19 de la edición alemana , donde esta
idea está desarrollada más extensamente). Además,
evidentemente, la crítica de la literatura socialista es incompleta
para estos momentos, pues sólo llega a 1847; y al propio tiempo,
si las observaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas ante
los diferentes partidos de oposición (capítulo IV) son exactas
todavía en sus trazos fundamentales, han quedado anticuadas para
su aplicación práctica, ya que la situación política
ha cambiado completamente y el desarrollo histórico ha borrado de
la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí
se enumeran.
Sin embargo, el Manifiesto
es un documento histórico que ya no tenemos derecho a modificar.
Una edición posterior quizá vaya precedida de un prefacio
que pueda llenar la laguna existente entre 1847 y nuestros días;
la actual reimpresión ha sido tan inesperada para nosotros, que
no hemos tenido tiempo de escribirlo.
CARLOS MARX
FEDERICO ENGELS
Londres
24 de junio de 1872
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