La guerra de Malvinas fue legítima, pero nació de
una decisión política errada, porque se aceptó equivocadamente un
desafío estratégico en la creencia de que Estados Unidos nos apoyaría
o, al menos, se mantendría neutral.
Las Malvinas no son -ni fueron- el principal problema
argentino. El problema central de la Argentina es la dependencia. Y el
actual gobierno no defendería la soberanía en Malvinas, porque no la
defiende en todo el territorio. ¿Cómo va a defender el petróleo de
Malvinas -por ejemplo- si está entregando el del continente con la
libre disponibilidad del crudo?
Nuestro dilema es cómo hacemos para reivindicar la
soberanía en las islas del Atlántico, que incluyen las Malvinas, en
los hielos continentales y en la Antártida.
En principio, obviamente, no es una cuestión militar
porque la Argentina carece de defensa. El modelo en curso es excluyente
y consecuentemente la excluye, como excluye también la educación, la
salud, la investigación científica, la seguridad social y la
administración de Justicia, entre los deberes fundamentales del Estado.
Las conversaciones diplomáticas tampoco sirven del
modo en que se están manteniendo, porque no existe una voluntad
política definida y decidida que las respalde.
La vía es hallar el punto de ruptura de la
estrategia británica y enfrentar sus intereses con una política
exterior coherente, basada en la solidaridad de las naciones
latinoamericanas que comparten nuestros mismos problemas.
Entre la no alineación y las "relaciones
carnales" con Estados Unidos, la Argentina debe hallar el justo
medio soberano que le permita insertarse con dignidad en un escenario
mundial que no es unipolar sino multipolar, porque
tiene tres centros de gravitación: Estados Unidos,
la Europa unida liderada por Alemania y Japón y sus aliados del Sudeste
asiático.
Diez años después de nuestra Guerra de Malvinas,
acabamos de importar una guerra extraña, como lo testimonia
trágicamente el atentado contra la embajada de Israel, porque el
gobierno de Menem intervino en el conflicto de Medio Oriente,
convirtiendo a la Argentina en la única nación beligerante de
Latinoamérica al enviar naves al Golfo.
Ahora, sin consultar nuevamente al Congreso, envía
tropas a Croacia, donde nuestros soldados serán usados como carne de
cañón para levantar minas, mientras la diplomacia entrega Lago del
Desierto y los hielos continentales.
Los argentinos dejamos la política y las relaciones
internacionales en manos de brutos y voluntariosos primero, y luego de
inteligentes y corruptos. Y ahora debemos lamentar las consecuencias.
Tenemos que comprender que el sistema somos todos y
debemos organizarnos para administrarlo honradamente en defensa del
interés de la Nación y la dignidad del pueblo. Ese día podremos
hablar con realismo sobre aquel pedazo de Argentina en el que murieron
muchos compatriotas a los que hoy rendimos nuestro homenaje.
Para recuperar la Argentina debemos poner el
espíritu de Malvinas al servicio del proyecto nacional.
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