Advertencia:
[112]{80} Es la última carta de Antonio María, escrita quince días antes de morir. Con razón es considerada su testamento espiritual: vibra en ella su alma ardiente, incapaz de admitir el más mínimo compromiso con el mundo y sus componendas traicioneras. Los que se entregan a Cristo pongan sumo cuidado en no caer en la tibieza, *esta pestífera y mayor enemiga de Cristo crucificado+, porque les sería imposible llegar a la perfección. Aplíquense, en cambio, al método de la gradualidad, esto es: quitarse gradualmente los defectos adquiriendo las virtudes opuestas. Antonio María está convencido que no se puede alcanzar la perfección en un día. *El que quiere llegar hasta Dios -dijo en su primer sermón a los *Amigos+ de Cremona- es menester que vaya por grados, pasando del primer peldaño al segundo, y del segundo al tercero, y así sucesivamente, ya que no puede empezar por el segundo saltando el primero, por lo corto de sus piernas que le impiden dar pasos largos.+ Esto es precisamente lo que dice a los dos destinatarios de la carta: *No pretendo que lo hagan todo en un día, pero sí que se esmeren cada vez más en hacer algo más, esforzándose cada día en mortificar ya ésta ya esotra mala inclinación; y esto, a fin de progresar en la virtud y disminuir el número de las imperfecciones. Sólo así llegarán a alejar el peligro de caer en la tibieza+.
No hay que perseguir la perfección por puro gusto de vernos en una empresa dificultosa, sino porque la santidad es la vocación a la que Cristo nos llama a todos. *No vayan a pensar que los dones y buenas disposiciones que veo en ustedes puedan permitirme que yo me conforme con una santidad común y corriente. Quiero y deseo -y los dos son bien capaces si lo quieren- que lleguen a ser grandes santos, con tal que tomen la firme determinación de devolverle más bellos los dones y multiplicados los talentos al Crucifijo, del cual los han recibido+.
He aquí el modelo divino que Antonio María propone a la imitación de sus discípulos: Jesús crucificado por dos lados, modelo y autor de toda santidad. *Yo conozco -les dice- la cumbre de la perfección a la que los tiene destinado el Crucifijo, conozco la abundancia de las gracias que les ha otorgado, los frutos que quiere obtener y el grado a que los quiere llevar.+ Repite aquí la misma doctrina que el Santo había consignado en el capítulo 18 de las Constituciones, hablando de *las cualidades que debe tener el Reformador de las costumbres+: el empeño personal por la perfección mediante la gradualidad. *)Quieres tú -dice- llegar a reformar las costumbres? Procura siempre aumentar lo que has comenzado en ti y en los demás, ya que la cima y cumbre de la perfección es infinita. Es menester, pues, que tu intento sea el de avanzar cada día más y en cosas más y más perfectas+.
Este de la santidad es el problema que le atormenta en la dirección de las almas. Dice a los cónyuges Omodei: *Quiero que sepan que me moriría de dolor si sólo dudara que los dos no solamente harán lo que acabo de indicarles, sino que llegarán a hacer cosas que ningún otro Santo o Santa jamás ha hecho+.
Según la doctrina de S. Antonio María Zaccaria, el darse a Cristo es lo mismo que comprometerse por la santidad más alta: en su concepto, pues, todo cristiano auténtico es un comprometido. Los cónyuges milaneses Bernardo Omodei y Laura Rossi pertenecen al grupo de los *comprometidos+; son miembros, además, de la Tercera Orden de los casados.
Cuando la presente Carta llegó a manos de los dos destinatarios, uno de sus hijos, a quienes el Santo mandaba saludar, ingresaba en la Orden Barnabita (29 de junio de 1539), cambiando el nombre de Fabricio por el de Pablo María: sólo tenía 16 años. Séptimo sucesor del Fundador, en 1570, sucederá a S. Alejandro Sauli en el gobierno de toda la Congregación.
Destinatarios:
Al muy digno don Bernardo Omodei y a su señora Laura (Rossi), mis respetables hermanos en Cristo.
JC. XC. +
[125} Excmo. Hermano, o como quiera usted que le llame. Hijo mío: con el saludo vaya todo mi mismo en Cristo:
Acabo de recibir su carta. La mía, más que una carta de respuesta, quiero que sea una conversación con usted y con la muy amable doña Laura. Ahora que los dos se han entregado a Cristo, cuidado con no caer en la tibieza; antes bien, mi deseo es que crezcan de virtud en virtud. Pues si se dejan atrapar por este vicio de la tibieza, jamás lograrán ser hombres espirituales, o bien unos fariseos, más que cristianos -para decirlo todo con una palabra apropiada.
El tibio, lo mismo que el fariseo, al convertirse evita por cierto las faltas más graves, pero se deleita en las leves, [126] o sea no experimental el más mínimo remordimiento por ellas. Así, por ejemplo, deja por cierto de blasfemar, o de injuriar al prójimo; pero no se hace ningún escrúpulo en enfadarse algún poco, o bien en obstinarse tercamente en su parecer, {81} sin amoldarse a la opinión ajena. Da un corte, es verdad, a la mala costumbre de difamar al prójimo, pero cree no cometer ninguna falta con pasar el día entero en habladurías inútiles y ociosas.
En lo referente a comida y bebida, jamás excederá como un comilón o un borracho; sin embargo, no desdeña golosinar comiendo sin necesidad manjares de su gusto. No cae en las sensualidades viciosas de la carne; sin embargo, le gustan las conversaciones frívolas o las diversiones dudosas.
Acaso llegará a consagrar un par de horas a la oración; pero el resto del día lo pasa en puras distracciones.
No brega, es verdad, para conseguir honores; mas si le vienen o es halagado, se complace en ellos hasta caer en éxtasis.
Lo que acabo de decirles con algunos ejemplos, [127] extiéndanlo a las varias circunstancias de la vida. Basta que sepan concluir que el fariseo -o tibio- recorta de su vida lo más grave, pero guarda lo leve; rehuye de lo ilícito, pero lo permitido es todo suyo; se refrena en las obras sensuales, pero gusta de los deleites de la vista.
En resumidas cuentas el tibio quiere el bien, pero no todo el bien; se refrena en parte, pero no en todo; sabe comedirse en ciertas cosas, pero no lo quiere en todas. Yo no digo que debe hacerlo todo de golpe o en breve tiempo, por partes y poco a la vez.
{82} En cambio, el que quiere ser hombre espiritual hace todo lo contrario.
En la enmienda de su vida comienza por suprimir ya una cosa, ya otra, procediendo pero en forma constante; un día suprime esto, otro día lo otro; y así, sigue bregando hasta que se haya quitado de encima toda la hez, todo lo podrido y el hedor de la carne.
En lo referente a la caridad: primero suprime las palabras dañinas; en seguida, las palabras vanas; y en fin, no dice sino cosas útiles.
Tocante a la mansedumbre: primero evita las palabras y modales coléricos, altivos e irritantes; en seguida usa sólo palabras y modales humildes y sosegados.
[128] Referente a los honores: los desdeña, sin más, con todas sus fuerzas; y si acaso le sobrevienen, en lugar de complacerse busca y se abraza gozoso con los vilipendios y humillaciones. En todo lo cual encuentra sus delicias.
En lo tocante a la castidad: no solamente sabe abstenerse de lo que es lícito en el matrimonio, sino que sabe precaverse también de toda obra hecha por puro deleite de los sentidos, a fin de acrecentar en él la belleza y el mérito de la castidad.
Y en fin, tocante a la oración: no se limita a una o dos horas diarias; quiere más bien levantar su pensamiento a Cristo, muy a menudo.
Lo que acabo de decirles con unos ejemplos, aplíquenlo a otros casos parecidos.
Mi buena doña Laura y querido don Bernardo, reciban estas palabras mías y piensen en ellas con el mismo afecto con que las he escrito.
No es que yo pretenda que cuanto va en esta carta lo hagan todo en un día; {83} pero sí que cada día se esmeren en hacer algo más, esforzándose cada vez más en mortificar ya ésta, ya esotra mala inclinación; y esto, a fin de progresar en la virtud y disminuir el número de las imperfecciones. Sólo así llegarán a alejar el peligro de caer en la tibieza.
[129] No vayan a pensar los dos que el cariño que les tengo y los dones y buenas disposiciones que veo en ustedes, puedan permitirme que yo me conforme con una santidad común y corriente. Deseo y quiero -y los dos son bien capaces- que lleguen a ser grandes santos, con tal que tomen la firme determinación de devolverle más bellos los dones y multiplicados los talentos al Crucifijo, del cual los han recibido.
Llevado por la ternura y afecto que les tengo, me veo obligado a suplicarles que tengan a bien complacerme en esto; porque yo conozco la cumbre de la perfección a la que los tiene destinado el Crucifijo, conozco la abundancia de las gracias que les ha otorgado, los frutos que quiere obtener y el grado a que quiere llevarlos.
Buena señora Laura y mi querido don Bernardo, ruego no tomar cuenta de que sea yo el que escribe esto: fíjense más bien en el afecto que les tengo; consideren cómo yo me muero por el deseo de su perfección. Mírenme el corazón, que se lo muestro abierto: estoy listo para derramar mi sangre por los dos, con tal que se dediquen a santificarse. {84} Tengan por cierto que me moriría de dolor [130] si sólo dudara que los dos no solamente harán lo que acabo de indicarles, sino que se esmeren en hacer cosas que ningún otro Santo o Santa jamás ha hecho.
Es, pues, porque estoy seguro de su fidelidad al Crucifijo, que les escribí esta carta, más con el corazón que con la pluma; y por lo mismo, les suplico que la aprecien y lean frecuentemente -(ojalá una vez por semana!-. Pues les aseguro que si la meditan bien, les servirá de libro, sin necesidad de otro. En efecto, si la llevan a la práctica a una con el libro de la dulce memoria de la Cruz, prometo que los conducirá a una perfección grande. Cada palabra que les escribí en ésta encierra un no sé qué; si lo saben descubrir, estoy convencido que les será de gran utilidad.
Al comprobar que no puedo escribirles tan a menudo como quisiera, es mi deseo que guarden esta carta. Pues yo espero, por la virtud de Cristo, que cada vez que la lean será como si yo les escribiera una nueva carta.[131] Además, les servirá seguramente para sacar algo de ella que venga al caso para ustedes.
Buena señora Laura, compadézcame si por lo fatigado que ando, no puedo contentarla como es mi deseo.
{85} Le encomiendo no sólo su perfección personal, sino también la de su esposo; y a usted, don Bernardo, encomiendo la suya y la de su señora.
Por de pronto, yo soy deudor a los dos en partes iguales; y tengo entendido que por mi parte jamás esta deuda estará pagada.
Encomiéndenme a las oraciones de sus queridos niños, tanto varones como mujeres. Cristo los bendiga.
Guastalla, 20 de junio de 1539.
Su hermano
en Cristo, la misma cosa en él que ustedes mismos.