Advertencia:
En el archivo general de Roma esta carta ha quedado por largo tiempo extraviada y confundida con las cartas de la Angélica Paola Negri.
Los frecuentes borrones y correcciones dicen que se trata de un borrador de una carta escrita por el Santo a nombre de Paola Negri a Francesco Cappelli.
Guarda estrecha relación y paralelos literarios evidentes con la carta IX, por lo que se puede deducir que fue escrita en el mismo período; de todos modos ha de situarse después del 1537, después de la asunción de la misión de Vicencia.
Destinatario:
[134]{86} Al Magnífico Señor Francisco Cappelli.
En VERONA
JC. XC. +
[137]{86} Muy amado Padre en Cristo, saludos.
He deseado muchas veces enviarle mis saludos, pero me ha atrasado mi enfermedad.
Sepa, dulcísimo Padre, que he pensado y repensado mucho en sus palabras muy amables, y me han sido de extrema utilidad; así me he propuesto reflotar del estado interior en que me he adormecido, porque he comprendido la verdad: bajo la apariencia de falsa humildad y de no querer parecer tener gracias he disminuido y quitado la utilidad del prójimo. Me han confirmado en esto los escrúpulos, que me sugerían que todo lo se me ocurría decir o hacer era producido [138] por el orgullo, que encegueciéndome pero me incitaba a hablar y actuar. Dichos estímulos me parecían verdaderos {87} porque había estado frecuentemente dedicada al prójimo y no había progresado en nada.
De esa manera he sepultado el talento de hacerme útil al prójimo. Paulatinamente he perdido el fervor inicial que tenía de conquistar [para Cristo] al prójimo; en seguida he perdido también la luz y la conciencia de mi camino interior, queriendo mirar con frecuencia los de los demás, por los de ellos modificaba los míos, y la confirmación que experimentaba en los demás me consolidaba en los míos; ahora al contrario, cautelosa del proceder y espíritus de los demás, he quedado tan dudosa de los míos, que ni siquiera me atrevo a ponerme en camino.
Así, asombrada por mi misma sombra, me quedo en tibieza, habiendo perdido como decía mi luz primera.
Y no habría sido un gran mal, en el [139] solicitar a los demás, el haberme empolvado un poco, conservando la mencionada luz, más que , dejándolos, haber perdido aquella, que me daba la vida interior, y finalmente me habría despejado de dicho polvo.
Mire, amado Padre, qué produce el excesivo temor a sus propias vitalidades: porque si el no temerlas y el no ser a veces {88} probado y estimulado por los demás nos deja siempre vivos y delicados, el temer hasta su propia sombra, mientras queremos evitar un vicio, nos hace caer en uno aún mayor.
Si uno quiere asegurarse en todo, no podrá asegurarse sin lucha o sin pasar por la prueba; tampoco, cuando se ha luchado por largo tiempo, abandonar las grandes guerras por empresas menores.
Cuide pues también usted, dulce Padre, que no le ocurra caer en el mismo error en el que caí, porque es demasiado deplorable perder aquella luz que siempre nos dio vida.
Estoy cierta que, mirándose en mí, no se equivocará; yo a mi vez [140] por sus paternas palabras me he decidido a perderme a mí misma y dedicarme a la utilidad interior del prójimo. Espero así que, ganando en él, el Crucifijo me devolverá la luz y fuego che me mantenían viva, y finalmente me asiré a la certeza, no estaré para siempre muerta en las dudas, cultivando, como era mi costumbre, la sospecha sobre todas las inspiraciones que tenía; más bien, con la ayuda de Cristo y de sus oraciones, espero saber distinguir por experiencia lo verdadero de lo falso y lo cierto de lo dudoso.
Constate pues, muy amado Padre, cuánta utilidad he recabado de sus palabras. (Quisiera Dios {89} que me fuera posible hablarle a cada instante! De todos modos hasta que me sea posible verlo, tenga la bondad de escribirme de vez en cuando, porque al leer sus cartas me parecerá hablar con usted y alentará mi espíritu que, en medio de tanta agitación, podrá descansar en leer sus cartas.
No diré más por ahora.
Salude a la señora Ana y a Cecilia por mí y por el Padre [Antonio M. Zaccaria], quien le escribirá en otra ocasión. Él se encomienda a usted, a don Agustín, a don Gerardo y a todos.