Red Nacional de
Investigadores en Comunicación
III Jornadas Nacionales
de Investigadores en Comunicación
"Comunicación: campos de investigación y
prácticas"
"Consumo de televisión en espacios públicos"
Autor: Mirta Varela Universidad de Buenos Aires - Univ. Nac. de La Matanza
Durante la primera década de transmisiones de televisión en la Argentina, ésta era vista mayoritariamente en lugares públicos como bares, clubes, unidades básicas, etc. o de manera colectiva en espacios privados. El alto costo de los televisores los transformó en objetos suntuarios y escasos. Sin embargo, en la actualidad, con abundantes y omnipresentes televisores, el consumo de televisión en espacios públicos se ha incrementado y los espacios tienden a multiplicarse (no sólo bares sino también salas de espera, andenes de los subtes, etc.). Este trabajo describe estos dos momentos de consumo de televisión en espacios públicos (la década del cincuenta y la actualidad) en un intento por situar históricamente el modo de consumo privado, así como también discutir algunos presupuestos de los Estudios Culturales que relegan el análisis de las audiencias televisivas al ámbito doméstico y lo definen a partir de esta caracterización. Por otra lado, se parte de la relación entre consumo privado y textos familiares, planteada con anterioridad por varios autores, para hipotetizar la existencia de textos "públicos" de televisión (espectáculos deportivos y videoclips, por ejemplo). Por último, se intenta contextualizar el consumo público de televisión, a partir de su relación con hipótesis de privatización de lo público ligadas a la videopolítica tanto como a la organización de la agenda de discusión pública en torno a "casos", que ponen en escena vidas privadas sobre las cuales se discute en público.
Una de las publicidades de televisores más difundida en los medios gráficos argentinos durante 1951, año en el que comenzaron las transmisiones regulares de televisión, provenía de Casa Lisma, a partir de entonces Casa Lisma TV, un conocido local de electrodomésticos. El texto del aviso decía: "Vea cómodamente desde su casa cine, teatro, box con un televisor Capehart" o Sylvania, según el caso; y el dibujo reproducía un televisor donde se veía una escena romántica o un ring de box o un partido de fútbol. El público, en éste y otros avisos, siempre era una familia tipo en un típico sillón de clase media, mirando atentamente la pantalla.
Este anuncio siempre me produjo una enorme incomodidad. Y no se trata únicamente del modo artificioso en que la familia, vestida como para ir al cine, mira atentamente la pantalla. Mi inquietud proviene también de imaginar qué clase de atractivo podía tener a comienzos de los años cincuenta -momento particularmente complejo de la conformación de lo público en la Argentina- quedarse en casa para ver televisión. Sin embargo, durante casi una década, la televisión fue vista en vidrieras, bares, clubes, Unidades Básicas, o casas repletas de familiares y vecinos que poco se parecían a las del dibujo.
Esta constatación se sumó a otra: la televisión tampoco es hoy un asunto exclusivamente doméstico. Los televisores están presentes en el subterráneo, los bares, las salas de espera, los consultorios y las peluquerías. Los restaurantes, las pizzerías, los ómnibus, los aeropuertos y las estaciones cuentan con una o varias pantallas. Pero frente a este hecho, una nueva incomodidad: los estudios sobre televisión que abordan los diferentes modos de ver y sus contextos, la forma en que las audiencias se apropian del objeto y de los textos televisivos, consideran el ámbito doméstico como el espacio "natural" del ver televisión. Para Roger Silverstone (1996: 51), "la televisión es un medio doméstico. Se mira en casa. Se ignora en casa. Se discute en casa. Se mira en privado con miembros de la familia o con amigos". El análisis de Silverstone considera el espacio doméstico como un espacio denso: la distinción entre la casa, el hogar, la familia y lo doméstico, las relaciones entre lo privado y lo público y el lugar de la televisión en ese intrincado mundo de relaciones y ritualidades complejas son un aporte fundamental para comprender el lugar que ocupa la televisión en nuestra sociedad. El problema es universalizar un modo de consumo particularmente situado.
En este trabajo propongo discutir algunas hipótesis que surgen del análisis de diferentes modos de ver televisión en público en dos momentos distintos. El objetivo es revisar un aspecto de la relación entre televisión y espacio público, tanto como ciertos presupuestos de los estudios sobre audiencias. Se trata de una cuestión nodal para la definición del medio, y un aspecto clave para determinar opciones metodológicas.
Resulta paradójico que en las notas anunciando la llegada de la televisión a la Argentina se aluda sistemáticamente a la reclusión y la intimidad del hogar. Si el cine o los espectáculos deportivos habían tenido la virtud de "sacar" a la gente de sus casas, la radio y ahora la televisión, la devolverían a la privacidad del hogar, señalaban. Pero los mismos diarios y revistas hablan de la distribución de cinco mil pantallas por distintos lugares de la ciudad para la inauguración de las transmisiones. Su recepción generalizada en espacios públicos durará aproximadamente una década. El fin de esta etapa coincide con el advenimiento de los canales privados, el abaratamiento de los aparatos receptores, la extensión de la programación y el uso del video tape. Se trata de una conjunción de cambios que permite suponer el pasaje a otra etapa de la televisión en el país, que recién entonces se vuelve masiva pasando a formar parte de las rutinas de la vida cotidiana.
Varios entrevistados recuerdan haber ido a ver partidos de fútbol a vidrieras de negocios de electrodomésticos. Otros relatan cómo iban a ver televisión en Unidades Básicas, clubes de barrio o bares. La televisión durante ese período es algo que "se va a ver", en muchos sentidos más parecida al cine que a la radio. Se trata de un objeto extraño y escaso. Son escasos los televisores y también el horario -apenas cinco o seis horas desde la tarde y algo más los fines de semana-. Era escaso el único canal. Pero esa escasez también volvía a la televisión un hecho relevante que acentuaba su ritualidad.
El televisor era un objeto suntuario (valía el equivalente de dos heladeras eléctricas) y se recuerdan los aparatos de entonces como objetos enormes, llenos de letras doradas o con gabinetes de madera lustrada, más parecidos a un mueble que a un objeto electrónico. Se trataba de un símbolo de status y de allí que se recuerde particularmente el objeto, el mueble, qué pariente se compró el primero que hubo en la familia y en mucha menor medida qué programas se emitían entonces. Lo importante era poseer un televisor, algo muy distinto era verlo.
Por otra parte, todo hace suponer que no era mucho lo que había para ver. Cuando se veía. Los problemas técnicos eran frecuentes y las transmisiones se interrumpían con facilidad. Si exceptuamos el prestigio económico y social, así como el rasgo modernizador del aparato, no había muchos motivos para que resultara atractiva y accesible. Esta característica es, en verdad, asimilable a muchos otros "comienzos". Sin embargo, creo que en el caso de la Argentina la televisión padece una asincronía constitutiva. Las publicidades que proponían la intimidad del "fuego hogareño" como atractivo para la compra del televisor estaban tomadas de los modelos norteamericanos de la época, donde el valor de la domesticidad tenía connotaciones bien distintas. Ya se ha vuelto un lugar común relacionar el desarrollo de la televisión con el período de posguerra en el que se exacerbaron los valores relacionados con la familia, el hogar y el ámbito privado.
En la Argentina, la televisión no puede ser asimilada (como en EE.UU.) a ningún ícono nacional desde el momento en que produce una fractura en la tradición de progreso y pionerismo tecnológicos en un país que contó con una industria gráfica y editorial, cine y radio pioneros. El retraso relativo y la necesidad de una inversión estatal luego de que varios personajes del campo de la técnica fracasaran en concretar intentos independientes, resulta altamente traumático para el imaginario nacional. Pero, lo que es aun más importante para nosotros en este punto, tanto Tichi como Spigel, plantean esa tendencia a la domesticidad como aquello deseable para el período de posguerra en el imaginario norteamericano. En la Argentina de comienzos de la década del cincuenta, lo doméstico no parece tener el mismo valor. El espacio público del peronismo es la mítica Plaza de Mayo, pero también las calles de paseo, los cines, los teatros, los restaurantes, los bailes, el carnaval. La calle Lavalle, la avenida Corrientes y el "Centro de los grandes espectáculos" componen una geografía nocturna y masiva del espectáculo. En ese contexto no parece arbitrario que la primera televisación fuera un acto multitudinario y que el Estado distribuyera televisores para su recepción pública.
Los rostros exaltados de Perón y Evita gritando sus discursos frente a una multitud reunida en Plaza de Mayo, conmemorando el 17 de Octubre, fueron las primeras imágenes transmitidas por la televisión argentina. La televisión profundiza los sentidos del Día de la Lealtad del peronismo porque es el medio más idóneo para la transmisión de la historia en vivo: es presentado como el medio más objetivo, aquel que sin mediaciones "deja hablar los hechos por sí mismos". Sin embargo, será pocos días después, con la transmisión de un "Clásico" del fútbol nacional (San Lorenzo-River), que quedarán inauguradas las transmisiones regulares de televisión. Y es a propósito de este acontecimiento que los medios gráficos registran por primera vez el fenómeno del público viendo televisión frente a las calles. El comentario habla de la importancia del fútbol en la sociedad argentina, pero también de un modo de verlo que nada tiene que ver con las anticipaciones publicitarias. Tanto en la primera transmisión, donde se aludía a un hecho político, propagandístico y pedagógico, como en la segunda, donde se anunciaba la televisión comercial, la televisión representaba encuentros multitudinarios a los que se suman una ciudad asombrada e impaciente frente a la novedad de las pantallas de televisión.
Se ha señalado en varias oportunidades la importancia de las comedias familiares, las telenovelas y todos aquellos géneros televisivos que ofrecen modelos de domesticidad "correcta", especialmente para el ama de casa instalada en los suburbios. En el caso de la televisión argentina, las comedias familiares y las telenovelas fueron y son aún géneros centrales dentro de la programación. Se trata de matrices que ya estaban presentes en la programación radial previa y que se siguieron explotando en la televisión con mucho éxito. Sin embargo, la impronta de las transmisiones deportivas y de sucesos políticos es muy fuerte durante este período. La pregunta apunta a plantear que así como los textos "familiares" permiten y promueven cierto tipo de identificación y diálogo al interior del ámbito doméstico, es necesario pensar de qué modo operan otros textos en ámbitos públicos.
Si pudimos considerar la escasez como uno de los rasgos decisivos de la televisión en sus comienzos, hoy podemos decir que la televisión se ha vuelto omnipresente. Sin embargo, escasez y sobreabundancia promueven por igual el consumo público de televisión. Es posible encontrarla en los bares, en las salas de espera de los pediatras y en los consultorios de los dentistas, en los andenes de los subterráneos, en los restaurantes y en las peluquerías. Sin embargo, el modo en que la televisión se integra, se impone o simplemente está en cada uno de estos espacios no puede confundirse. Cualquier intento por elaborar una tipología de los modos de consumo público de televisión presupone tener en cuenta una enorme diversidad de criterios.
Desde la manera en que los habitués de un bar o una fonda ven televisión, apropiándose a veces del control remoto y discutiendo entre sí la programación, como es el caso de uno de los bares descriptos por Masotta (1997) en su trabajo de campo, hasta el modo apurado en que se espían los televisores en el andén de un subterráneo, hay una enorme distancia y grados de diferenciación y distanciamiento respecto del ámbito doméstico. El bar tradicional, al que Masotta alude como un tipo de sociabilidad similar a la de un club, donde para entrar hay que ser socio y compartir una serie de códigos -restrictivamente masculinos-, supone un modo de consumo televisivo con rutinas entrelazadas en la vida cotidiana, sólo alteradas por algunos rituales futbolísticos -partidos de la selección nacional por ejemplo- donde el espacio del bar es modificado totalmente en función del televisor. Otros espacios públicos, en cambio, suponen un tipo de visión más fragmentaria y solitaria. En el caso de los subterráneos resulta interesante que los textos están producidos especialmente para el ámbito público. Al igual que los televisores ubicados en los aeropuertos, las pantallas transmiten un canal diseñado especialmente: SUBTV. Sin embargo, a diferencia de los canales de los aeropuertos, que por el tiempo de espera para el embarque pueden permitirse secuencias textuales de varios minutos, los textos de SUBTV presentan un alto nivel de fragmentación. Algunos tienen un fuerte componente didáctico (cómo manejarse en el subte), otros son informativos (títulos de noticias), otros de entretenimiento (el dibujo animado "La pantera rosa") y también se pasan publicidades. Por otra parte, la inclusión de los televisores en los andenes de los subterráneos formó parte del proceso de remodelación inciado por la empresa recientemente privatizada. La renovación comenzó por la imagen de empresa y ésta incluyó como rasgo modernizador las pantallas que, por otra parte, "ordenan" el tránsito en los andenes.
Entre un extremo y otro de estos modos de ubicar la televisión en espacios públicos encontramos bares de un público más "joven", donde los televisores pasan casi indefinidamente video clips. Suelen tener más de un televisor, hasta llegar al extremo de saturar las paredes de forma tal que resulte imposible no verlos. En estos casos la televisión parece cumplir una función más cercana a la decoración. Sin embargo, su omnipresencia no la vuelve más relevante, probablemente todo lo contrario.
El sonido es un dato fundamental a tener en cuenta, ya que en muchos casos es sólo ante una estridencia, una música o una modificación brusca en el volumen que las miradas de los ¿espectadores? se dirijen a los televisores que siempre están ahí. El sonido a veces es similar a la música funcional. Otras, en cambio, es el sonido de la televisión abierta, casi siempre dispuesta al diálogo, que es vista por audiencias de solitarios que en algunos casos permanecen aislados y otros entablan una conversación a partir de la programación televisiva. Esto es frecuente en salas de espera, por ejemplo. En todos los casos está relacionado con la distribución espacial de las mesas, sillas o sillones y la distancia que los mismos mantienen con los televisores.
Si en el subterráneo, el tiempo es una cuestión central: el tiempo de viaje, el tiempo de espera, la demora, el apuro, determinan la construcción de la textualidad televisiva y los modos de ver televisión en la estación; en los bares el tiempo es más laxo. El tiempo del bar siempre es más largo y menos apurado, aunque sólo se trate de una pausa. El eje en los bares no parece ser el tiempo sino el espacio, la distribución espacial de los televisores: muy altos, sobre la barra, cerca de las mesas... Los horarios también son un dato a tener en cuenta. Masotta, por ejemplo, señala cómo por la mañana la televisión permanece apagada en el bar donde él realiza su trabajo. Muchos clientes piden el diario en la barra. Por la tarde, en cambio, se prende el televisor. En otro local, el mozo señala que mientras durante la semana ven programas periodísticos o deportivos, los fines de semana ponen MTV o algún otro canal sólo de video clips. Esta modalidad ya había comenzado con el uso de las primeras videocasseteras y luego se extendió con la MTV.
Todo lo señalado hasta aquí tiende a constatar la existencia de complejas relaciones entre televisión y espacios públicos urbanos que permitirían discutir la reducción de la televisión al ámbito doméstico. La presencia de este tipo de consumo en momentos bien diferenciados y en una multiplicidad de ámbitos con características dispares, nos plantea la existencia de un fenómeno que reclama nuestra atención pero que de ninguna manera podemos oponer en forma simple a consumos privados, y mucho menos exaltar como una nueva forma de vida pública. La creciente presencia de la televisión en el ámbito urbano puede abonar la tesis de que ya nada escapa al dominio de la televisión, como también permitir analizar la vida urbana desde otro ángulo. La ciudad sigue allí, el punto es cómo se ha integrado la televisión a sus recorridos y sus espacios.
Este trabajo pretende plantear una serie de problemas que requiere mayor investigación empírica. Aun así, quisiera concluir con una serie de interrogantes que surgen de lo dicho hasta el momento. En primer lugar, la pregunta acerca de si este tipo de consumo televisivo constituye una audiencia. Si se trata de un público o de mucho menos que eso. La definición de las audiencias ha sufrido deslizamientos en los últimos años que han permitido plantear la hipótesis de la familia como una comunidad interpretativa. He discutido en otro lugar el desplazamiento conceptual que lleva a privilegiar las audiencias en tanto comunidades interpretativas. Mientras en el campo de la crítica literaria este concepto permitió oponer una resistencia a la hipótesis de la libre interpretación de los sujetos que, de esta forma se pensaron insertos en una comunidad social que limita las posibles lecturas individuales, y en algún momento tuvo el mismo efecto en relación con los usos y gratificaciones, cuando es apropiado por la etnografía de la audiencia adquiere un sentido prácticamente inverso. En este campo se ha puesto en relación con el proceso de fragmentación de las culturas en subculturas, y ha servido como justificación de la libertad interpretativa de las mismas. Pensar las familias como comunidades interpretativas no es sino un paso más en la hipótesis de fragmentación y de disociación entre cultura y sociedad.
Ford (1994) ha discutido el concepto de familia construido por la etnografía de la audiencia, bastante diferente de los datos sociológicos que hablan de una redefinición de las relaciones domésticas y un crecimiento de los hogares de solos y solas. La argumentación de Ford asocia este hecho al incremento paralelo de lo que él llama, el "mercado de la soledad", esto es, software pornográfico, avisos agrupados en diarios y revistas ofreciendo productos interactivos, etc. El argumento es interesante porque cuestiona el presupuesto de que la familia en tanto "tribu televisiva", reunida alrededor del fuego hogareño, sea el único espacio público, el único espacio de construcción de identidades que nos reste por discutir, como parecen hacernos creer muchos trabajos sobre audiencias. Ford concluye su trabajo señalando cómo entre la "tribu televisiva y el mercado de la soledad transitan ejes centrales de la cultura contemporánea". Y agrega: "No corresponden estos ejes a las culturas y economías marginadas donde la televisión, cuando la hay, se ve afuera, debajo de los aleros, junto a los vecinos, o donde no hay teléfonos para solucionar ya no las angustias de la soledad sino las de la subalimentación o el cuidado sanitario".
Este otro excluido por una etnografía de la audiencia es un punto clave para nuestro trabajo. Se trata de plantear hasta qué punto la ciudad misma se ha tribalizado, se ha vuelto más o menos heterogénea, si, como ha señalado Pírez (1995) nos hallamos ante un "reemplazo de lo público por lo colectivo-privado", como en el caso de los barrios privados, "espacios que no son públicos en la medida en que excluyen al resto de la sociedad, pero que tampoco son privados en el sentido tradicional". Algo parecido ocurre con los shoppings o los conglomerados de multicines, pero también es necesario reubicar las calles en este mapa. Si nos hallamos ante una heterogeneidad conflictiva, si los espacios públicos donde se consume televisión son los márgenes imaginados por la ciencia ficción, donde las pantallas inundan mundos que se derrumban. ¿Dónde ubicar la televisión? ¿Se trata del objeto transicional que permite amortiguar el choque contra el duro mundo exterior de las grandes ciudades? ¿O ya no nos queda ni siquiera este consuelo?
La televisión ha comenzado a representar a sus "audiencias públicas". Hace poco la publicidad de una empresa telefónica mostraba un restaurant repleto de hombres solos mirando un partido de fútbol, donde irrumpía una matrona a hablar por el teléfono público de la barra. La interrupción en medio de un ghetto masculino parodizado imitaba el consumo doméstico. Pero la escena cruzaba televisión y teléfono, lo público y lo privado en varios niveles.
Por otra parte, sería importante ubicar este entramado de televisión y espacio público en relación con las hipótesis de teleparticipación y desterritorialización. Silverstone relaciona el consumo doméstico con el carácter suburbano de la televisión, a partir de dos tendencias paradójicas: la movilidad y la autosuficiencia del hogar familiar. La televisión no sería sólo producto de la suburbanización del mundo moderno, sino que sería en sí misma suburbanizante. Así como se pone en escena la familia y el ámbito doméstico, también el suburbio y su ambiguedad fronteriza serían representados por los textos televisivos. Sin embargo, lo más importante es relativizar esta afirmación hecha en términos históricos y sociológicos y comenzar a pensar las relaciones que la televisión plantea con el espacio urbano en un momento en que la ciudad está cambiando su configuración y donde es necesario repensar la relación misma entre lo urbano y lo suburbano, cuando el centro urbano ha dejado de tener el mismo valor y se han redefinido sus fronteras.
Por último, quisiera señalar que así como se ha planteado la relación entre consumo doméstico y textos familiares, es importante considerar qué tipo de textos son los que se consumen en público. Vimos cómo la primera etapa de la televisión en el caso de nuestro país está signada por el acto político masivo y los espectáculos deportivos. Y ello a pesar de que, como ha señalado Régis Debray, habría una incapacidad formal constitutiva del lenguaje televisivo para los planos generales, que habrían exacerbado la presentación de personajes, antes que de foros. Para Debray, la exposición de la privacidad de los hombres públicos afecta el lugar de la política en la sociedad, que se habría transformado en una sociedad del contacto y los índices, antes que del debate público. En el mismo sentido, la proliferación de "casos" señalaría un modo de discusión pública, sólo en apariencia más democrática. Todos estamos en condiciones de opinar sobre la vida privada, el problema es lo que se pierde cuando "la videopolítica transforma la democracia representativa en democracia de opinión". Si esa transformación es particularmente visible en géneros televisivos como el talk show, creo que la continuidad del fútbol como un espectáculo público, aún cuando es televisado, no debería pasar desapercibido. Tampoco los video clips, en otros contextos. El problema es si consideramos el fútbol o el videoclip como elementos conformadores de identidades culturales y por lo tanto zonas densas a partir de las cuales se discuten problemas axiales de nuestra cultura, al modo en que Geertz interpreta que la cultura balinesa se piensa a partir de la riña de galloso si consideramos que el fútbol o el rock son disparadores de conversaciones superficiales que sólo permiten entrar en contacto. Al respecto, es interesante lo que señala Bromberger (1993): "el fútbol aparece como una suerte de referente universal, uno de los raros (sino el único) elemento de una cultura masculina mundial, entendida por todos, trascendiendo distinciones regionales y generacionales [...] Más aún, el fútbol se ha convertido, en la interacción cotidiana, un tema convencional de discusión, alimentando la función fática del lenguaje, tal como es definida por Malinowski, y luego por Jacobson". Habría que agregar en qué medida alimenta la función fática masculina y femenina por igual. ¿Los hombres lo hablan todo a través del fútbol o simplemente hay cosas de las que no hablan? ¿Qué tan distintas son las conversaciones masculinas privadas y públicas? Y si esto fuera así, qué transformaciones se están operando en las culturas femeninas para poder hacerse cargo también del fútbol, en los últimos tiempos. Las mismas preguntas, con otros acentos, podrían plantearse en relación con la cultura rock, una cultura también mascullina en muchos sentidos y que nuevamente es el material con el que se construye uno de los discursos televisivos más consumidos en público. No parece descabellado aplicar la hipótesis de Bromberger a la televisión. La televisión como disparador para la función fática del lenguaje y por lo tanto tan necesaria como el clima para la vida urbana. Si en algún tiempo bastaba con una lluvia breve o un calor abrasador para iniciar una conversación casual, hoy el fútbol por televisión -que se ha vuelto más frecuente que la humedad en Buenos Aires- nos proporciona motivos de conversación tanto o más "apasionantes".
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