Red Nacional de Investigadores en Comunicación

III Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación
"Comunicación: campos de investigación y prácticas"


Prof. Omar Gais

ESPECTACULO Y CIUDADANIA. LA POLITICA EN LOS MEDIOS

La relación entre política y medios masivos suele ser juzgada como negativa por la mayoría de los analistas que se ocupan de ella. Con mayor o menor virulencia, irónicos o letánicos, los estudios evocan democracias transparentes, ciudadanos racionales que debaten públicamente, poderes no sometidos a las reglas del espectáculo; una suerte de "edad de oro" de la política democrática que ulteriormente habría sido corrompida por el juego frívolo, cínico, mercantil, de los medios masivos, especialmente la televisión.

No es inusual, incluso, encontrar afirmaciones sobre la muerte o desaparición de la política, y hasta el arribo de una edad "pospolítica", vagamente atribuida a la presencia y las reglas de juego de los medios.

Encuentro allí varias confusiones que convendría cercar y, eventualmente, diluir. Me ocuparé en lo que sigue de algunas de ellas con ese objetivo y, para eso, daré previamente la palabra a algunos autores críticos tratando de precisar sus posiciones. Después enumeraré los males que parecen acosar a las "democracias mediáticas" en una inesperada bifurcación histórica entre libertad de prensa y democracia. Entre ellos distinguiré los que obedecen a procesos que vienen por fuera y antes de los medios y los que sí parecen responder al juego de éstos en su relación con algunas prácticas políticas. Sin pretenciones ingenuas, diré que es necesario proponer -y posible producir- cambios en las maneras de trabajo del colectivo periodístico capaces de relativizar y quizá eliminar algunas de las reales consecuencias negativas de los medios sobre la política, esperando de ello un enriquecimiento y expansión de la ciudadanía.

Definiciones demoníacas, dictámenes, condenas.

«La utilización masiva de técnicas de comunicación en la vida política occidental, desde los años setenta, ha modificado considerablemente las prácticas políticas ... [introduciendo un] cuestionamiento del sentido de "la política" ... muchos describen las prácticas políticas como una forma de espectáculo, ...» (A.M.Gingras 1995).

 

«La percepción compartida por estudiosos de la comunicación y analistas de la política es que en el funcionamiento de los medios masivos, y en particular de la televisión, toma forma una especial disolución de lo político» (J.M.Barbero 1991).

 

«... ¿qué sucede cuando el espacio público es ocupado por la mediatización electrónica? ... la impregnación de lo político por la estética y la ideología de los mass-media, donde la pérdida de escala y de distancia convierte a la escena pública en representación en abismo y a la política en icono, reflejo o simulacro ... [en suma, la] pospolítica» (B.Sarlo 1991).

«... la diferencia entre espacio público y lo que llamamos espacio común mediático consiste en que el primero organiza sujetos de los cuales se espera que participen activamente en la producción de la ciudadanía, mientras que el segundo opera generando usuarios pasivos, sujetos incapacitados para elegir, desechar o criticar lo que consumen» (A.Puiggrós 1995).

«... toda clase de mecanismos insidiosos ... tiende a transformar ciudadanos que buscan la verdad en consumidores de distracción ... una "sociedad de apariencias", una "tele-democracia", sustituye progresivamente las formas clásicas de deliberación, de representación y de decisión. Ruina vertiginosa, gravísima, ...» (J.-C.Guillebaud 1993).

 

«De lo que estamos hablando es de cómo lo mediático anula lo político ... el mal democrático, en la actualidad, es el del anestesiamiento catódico de la vida política» (G.Balandier 1994).

 

En fin, M.Gauchet, Castoriadis, varios de los invitados al Seminario cordobés de 1991(Política y Comunicación), E.Grüner y muchos otros convergen en una evaluación catastrofista y confusa respecto de la cuestión que nos ocupa, en la que es frecuente chocar con expresiones como «eclipse, ... declinación, ... crisis, ... desventura de lo político» al situarse en el escenario mediático.

En otro lugar (O.Gais 1997) he intentado mostrar que el trasfondo contra el cual se juzga tan negativamente la relación medios-política en las sociedades contemporáneas está fuertemente idealizado y no responde a situaciones concretas cuyo conocimiento derive de investigaciones históricas consistentes. Por el contrario, lo que ésta acierta a mostrar es la inconsistencia de las idealizaciones.

En las objeciones evocadas, además, no suele distinguirse entre "la política" y "lo político", dejando a cargo del lector despejar las diferencias -que se supone existen- sobre las cuales sin embargo el autor no se pronuncia. No se trata de un equívoco menor en cuanto esa distancia de significaciones puede ser usada para interpretar la relación polémica que nos ocupa.

Por otra parte, ¿en qué puede consistir esa disolución de lo político que se anuncia y que se teme? ¿En que ya no hay conflicto? ¿En que no se representa, delibera, decide, en favor de unos y perjuicio de otros? ¿Qué es lo que se diluye (¡y por el juego de los medios!)?

En convergencia con lo anterior, ¿hay que tomar literalmente la expresión "pospolítica"? ¿Estamos "más allá" o "después" de la política? Y responder afirmativamente ¿no supone cierta sustancialidad de la política? ¿Una forma supra-histórica que no podría/debería cambiar? ¿Y es la evocación nostálgica un camino adecuado para producir algunos cambios que consideramos deseables?

Por fin, ¿es posible considerar seriamente a la llamada política-espectáculo como un rasgo de nuestro tiempo, propio de las democracias mediáticas, ausente en sociedades occidentales anteriores o en otros mundos culturales?

 

Los males mediáticos del presente

La enumeración de interrogaciones retóricas precedentes apunta a destacar lo que considero evaluaciones desacertadas respecto de las modificaciones que registramos en algunas prácticas políticas del presente por su vinculación con el juego de los medios masivos.

Presentaré ahora un registro de "males mediáticos" que se perciben como productores de aquellas modificaciones políticas con el objeto de distinguir las que parecen obedecer efectivamente al despliegue de esos males. Las demás, diré, ni son nuevas ni dependen de aquéllos. Por eso no pueden alterarse cambiando el comportamiento del colectivo periodístico o los usos más generales de la comunicación social (1). Respecto de las otras cabe esperar algunos cambios superadores.

La relación entre medios y partidos políticos; tanto por razones inherentes a los partidos mismos cuanto por cambios culturales más generales, algunas funciones que cumplían esas instituciones parecen haber cambiado de mano: los medios son ahora los canales de comunicación privilegiados entre las elites políticas y las mayorías.

Relevan también a los partidos como fuente de orientación de la acción política, en la medida en que no se apunta sólo ni principalmente al conjunto de militantes y, además, tienden a realizar la selección de personalidades y candidatos que antes se cumplía de puertas adentro.

Por otra parte, el establecimiento de prioridades políticas (la llamada agenda-setting function ) por parte de los medios frente a la "opinión pública", por discutible que resulte el juego de influencias entre fuentes y medios, pone en escena otra faceta del "impacto" de la comunicación en las prácticas políticas.

Personalización y dramatización; dos rasgos característicos de la vida parlamentaria y partidaria exacerbados en la sociedad de la comunicación. Pero el primero descontextualiza los problemas y conduce a excluir de la escena los datos abstractos (la confrontación de grupos de presión, las tendencias de largo plazo, los fenómenos estructurales, las fuerzas sociales en juego) favoreciendo la percepción de las situaciones como una lucha entre personalidades notorias. Y el segundo tiende a concentrar el tiempo y el espacio mediáticos en acontecimientos de gran impacto sobre la gente a costa de problemas serios y quizá crónicos pero de menor brillo o atracción. En ambos casos y aunque se trate de claves de comunicación, las consecuencias son desalentadoras para el ejercicio de la ciudadanía: por qué intervenir en la vida política si nuestro destino está en manos de los notables y qué relación podría caber entre nuestras vidas cotidianas sumidas en la inercia, ajenas al acontecimiento, y el espectáculo dramático que nos llega por las pantallas.

Fragmentación y normalización de los mensajes políticos; el primero es un efecto del manejo del tiempo en los medios electrónicos, que demanda informaciones-cápsula para cumplir con un ritmo que parece haberse impuesto como natural en la televisión comercial especialmente y al cual se prestan hombres y mujeres públicos interesados eventualmente en ocultar conexiones poco transparentes entre temas y situaciones polémicas. Y si no, al menos ¡pecado mayúsculo, límite infranqueable! para no aburrir.

Con normalización, en cambio, se alude a un rasgo de la información mediatizada producido por la presión que ejercen los medios -y que los políticos suelen aceptar- para lograr en sus intervenciones un efecto tranquilizador y que promete seguridad. Una distorsión de los mensajes que con frecuencia ofrece soluciones insólitas o al menos insuficientes, no probadas, cualquiera sea el asunto en discusión.

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(1). Para lo que sigue he utilizado los trabajos Daniel Bougnoux 1994 y 1995; Anne-Marie Gingras 1995 y Jean-Claude Guillebaud 1993 y 1995. V. Omar Gais 1997.

El tiempo mediático; generalizando lo señalado antes se hace necesario reconocer la existencia de un tiempo propio de los medios en las condiciones de funcionamiento comercial mayoritarias en nuestras sociedades. Un tiempo que no es el de la razón y que impone sus rasgos a cualesquiera temas y problemas produciendo explicaciones empobrecidas por saltar o abreviar etapas necesarias desde el punto de vista de un conocimiento serio.

El rumor y la información; el trabajo periodístico en condiciones de fuerte competencia (brevedad de los plazos, búsqueda de la primicia, presión de la medición de audiencias o número de lectores) favorece la apropiación de versiones no verificadas, lugares comunes ingenuos, errores que terminan por construir una visión de los temas que se parece más a los rumores que atraviesan la vida cotidiana y la opinión pública que a una información consistente y chequeada. Rumor que cuenta además con el plus de legitimación que aporta el hecho de la mediatización. En suma, el universo de los medios como mimético, armado con rebotes y con frecuencia poco confiable.

El calor turbio del directo; la posibilidad abierta por las tecnologías de información-comunicación y la existencia de redes que empaquetan el mundo conducen a abolir la distancia y el tiempo que nos separaban de él, a informar "en tiempo real". Pero ¿se trata en realidad de información? Lo que se produce muchas veces y tiende a consolidarse ya es la aparición de otro tipo de relación con el acontecimiento: calor, efusión, incluso (falsa) participación, antes que la inteligencia distanciada que permite ordenar el ruido del mundo. La comunicación indicial que predomina en la televisación en directo no nos deja ver que el índice es la infancia del signo y que informa pobremente aunque pueda resultar impactante y atractivo.

Las tiranías del mercado; la tentación de desculpabilizar a los medios. ¿Por qué se fragmentan y normalizan los mensajes políticos? ¿Por qué se personaliza la vida partidaria y parlamentaria en la comunicación mediática? ¿Por qué se la dramatiza exageradamente? ¿Por qué los medios han relevado a los partidos en algunas de sus funciones tradicionales? Rating, marketing, oferta-demanda. El mercado determina lo que vale como real: la verdad de las informaciones invendibles deja poco a poco de existir así como los temas vendibles se benefician con un tratamiento artificial y exagerado. El resultado no puede ser otro que una realidad distorsionada o inventada en el peor de los sentidos cuando se finge sólo y desnudamente (re)presentarla.

El modelo de la disputa; en especial la TV, y de manera muy visible los programas periodístico-políticos, tienden a montar su escena favoreciendo la simetría de las opiniones, la equivalencia de los puntos de vista, la confrontación de tesis (se debe escuchar "las dos campanas"). Pero lo que se busca en realidad es la atracción del choque, las chispas de la disputa; ahora bien, no parece ser ésa la mejor disposición para extender el conocimiento de un tema. Para lograr alguna comprensión -mucho más un acuerdo- se requiere un mínimo de empatía, de comunicación pacificada que el modelo de la disputa aleja desde el comienzo.

El simulacro; o la ilusión de la posesión, de la participación. El mundo al alcance de la mano por obra del universo mediático y especialmente la televisión. Pero se trata en realidad de un holograma que nos deja solos y quizá frustrados al interior del espacio privado, doméstico, que es el lugar y la manera dominante de recibir lo que llega por los medios.

La elección oculta; los medios presentan una realidad que resulta de un conjunto de recortes y elecciones subjetivas que, sin embargo, pocas veces o nunca se declaran como tales. El punto de vista tiende a objetivarse y la selección a no mostrarse. Se cree que esa presunta objetividad legitima; más profundamente se sabe que la cuestión de los valores que orientan el recorte y la construcción no puede resolverse en ese espacio y que es necesario remitirse a la moral y a la política.

La evasión en lo lejano; paradoja notable: con frecuencia los medios informan mejor sobre temas y situaciones lejanas que sobre la realidad inmediata, nacional, regional o local. Hipermetropía favorecida por la inexistencia de presiones a esa distancia (y la inversa en el otro caso). Pero tiende así a consolidarse una relación "patológica" con la información: convocados a terrenos y problemas que escapan a nuestra influencia, a confrontaciones que no nos implican, la vinculación con aquélla resulta de pura gratuidad. Nos separamos de la función "original" de la información: esclarecer nuestras elecciones, habilitar para la acción.

Un imperialismo sin emperador; "la cultura tiene horror al vacío", y aspirado por el vacío que dejan instituciones debilitadas (parlamento, justicia, educación, policía, etc.) lo mediático tiende a substituirlas y asume funciones que no son las suyas, para las que no está preparado y respecto de las cuales, sobre todo, no tiene responsabilidad. Pero es, entonces, sin un emperador identificable y conforme a una lógica que se le escapa que el imperio de los medios extiende su autoridad y dilata sus fronteras.

Miseria de la decisión; sea por la gran capacidad de amplificación que supone ingresar al universo mediático -al punto de formar parte o no del espacio público político conforme a algunos criterios-, sea porque crece la dimensión del parecer y aparecer en detrimento de la de representar en una cultura ya conformada a pantallas y páginas, sea por una mezcla de ambas, la preocupación (la obsesión) de los políticos por los medios los conduce a poner la gestión mediática de una decisión por encima de la decisión misma. Hacer conocer pasa a ser más importante que hacer.

La comunicación contra la información; si se acepta que comunicar (poner en común) no es lo mismo que informar (la función referencial predomina claramente sobre las demás en la construcción del mensaje) ni supone las mismas operaciones, se hace necesario reconocer que en el torrente de la pantalla o en la confusión de páginas y espacios, esas diferencias con frecuencia no se respetan; ni siquiera en el tiempo fuerte de la información televisada que son los noticieros. Si sumamos a eso que la información implica tensión, esfuerzo, fatiga y la comunicación nos propone una redundancia tranquilizadora, se vuelve comprensible el consumo de tanto programa kitsch, seductor, halagador.

La confusión de géneros; pero aquello, la mezcla de la información con la comunicación o incluso la substitución de la primera por la segunda, no constituiría inconveniente alguno en la medida en que la situación fuese claramente reconocida y los programas se presentaran abiertamente como de distracción, entretenimiento o lo que fuere. La confusión se vuelve inaceptable cuando deliberada o inadvertidamente se deja ver como "periodístico" algo que obedece a reglas de otro género. Y que a despecho de su pobreza informativa puede ser, en cambio, eficaz instrumento para construir opinión o lograr adhesiones.

Espectáculo, show-biz, infotainment; varios de los anteriormente mencionados males mediáticos se resumen en, o conforman, esta acusación mayor. Dramatizar, impactar, distraer en lugar de informar, divertir en lugar de implicar, parece ser la regla de oro de funcionamiento de los medios. ¿Pero se dice lo esencial, al pronunciar ya casi ritualmente la denuncia? ¿Son aquí los medios agentes de eficacia causal para producir un resultado? ¿O complejamente síntomas, instrumento de otros procesos?

 

Espectáculo, ciudadanía, medios

"Espectáculo" es una acción desarrollada a distancia de la que, en principio, un público esta excluido. Porque no puede participar de la acción sin modificarla estructuralmente, porque sólo debe mirar, un conjunto de personas se constituye como "público". En este sentido, como lo muestran historiadores y antropólogos, el poder ha sido siempre espectacular; se ha dado siempre "en espectáculo".

"Ciudadanía", en cambio, alude a una práctica conflictiva de sujetos que afirman sus derechos frente a un poder; nombra confrontaciones, con otros sujetos y con un otro privilegiado (el Estado), acerca de quiénes podrán decir algo en el proceso de definir cuáles son los problemas comunes y cómo serán abordados; participación, involucramiento, compromiso; lo contrario, pues, de toda separación y distancia espectacular.

La situación de las democracias en la cultura mediática del presente parece moverse entre esos dos polos. Actuación y acción. Transgresión simbólica y cambios efectivos. La distancia entre "la política" y "lo político" (Ph.Braud; A.-M.Gingras). Los medios pueden ser funcionales respecto de ese distanciamiento al sostener y promover una imagen de la política ligada al discurso vacío y a la representación ilusoria; un sentimiento y experiencia de la política que termina sirviendo para tapar los ámbitos y espacios del poder real, los actores individuales y colectivos que toman las decisiones sin estar públicamente legitimados para ello. Tal vez esta imagen sea la que da curso a un pensamiento de la pospolítica, al arribo de un más allá de la política por defección.

Pero los medios pueden ser también vehículos y espacios privilegiados de prácticas y discursos ciudadanos. Una plaza destacada para la deliberación aunque no pueda ni deba producir decisión. La condición es no cargarlos con una responsabilidad que no tienen ni atribuirles indiscriminadamente la suma de los males de la hora.

Es posible corregir varios de los rasgos de funcionamiento que hemos caracterizado como "males" de los medios. Se puede evitar una excesiva personalización en la presentación y tratamiento de asuntos de interés común para dar cabida a los datos estructurales que abren a una comprensión mayor y más ajustada de los problemas. Se puede no fragmentar excesivamente los mensajes políticos y excluir los puntos de vista "normalizadores". De hecho, es necesario reconocer que algunos programas, algunos periodistas, lo hacen, invalidando incluso el lugar común que sostiene que la televisión es sólo tiempo real, comunicación, y la prensa gráfica, análisis.

Es posible desdramatizar la presentación de los asuntos en discusión con el objetivo de acortar la distancia 7

entre los "héroes" de la pantalla y el resto de los mortales. En esa dirección trabajan algunos programas del género talk show, que tienden a romper la dicotomía distancia-pertenencia, espectáculo-ciudadanía (2).

Lo que no se puede corregir instrumentalmente operando cambios en el funcionamiento de los medios son las situaciones que no derivan de la presencia, incluso central, de ellos en las culturas contemporáneas: la crisis de la representación política, los rasgos deletéreos del individualismo narcisista y de exclusión, la dualización de las sociedades o la vulnerabilidad de millones de personas por las modificaciones del universo del trabajo son anteriores, ajenos e independientes de las posibilidades de aquéllos. De manera que cargar a los medios con la responsabilidad de las modificaciones en tareas y funciones de los partidos políticos, por ejemplo, es lisa y llanamente erróneo.

Lo curioso es que los propios críticos deben admitirlo cuando evalúan el punto: «El individualismo moderno, la atomización social, la desaparición de estructuras de encuadramiento y de redes participativas arrojan al ciudadano a la soledad y al malestar ... Una nueva función que substituye a la antigua se atribuye, así, a los medios: divertir en lugar de informar, distraer en lugar de implicar» (J.-C.Guillebaud 1993, p. 733).

Los cambios que percibimos en algunos espacios y comportamientos políticos, vinculados a la adopción de técnicas comunicacionales y a la presencia de los medios masivos, no son producidos causalmente por éstos. Cuando se juzgan negativamente, el criterio parece ser una evocación nostálgica que idealiza modelos y situaciones pasadas. No vivimos un "más allá" de la política ni es cierto que los medios desciudadanicen al convertir la política en espectáculo.

Vivimos democracias mediáticas y es impensable volver atrás. Lo más provechoso respecto del funcionamiento de este «nuevo espacio público» es distinguir lo que juzgamos negativo y, si depende del manejo de los medios en las maneras que hemos anotado, buscar cambiarlo. Los otros procesos demandan otros cambios.

 

 

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(2). «... momento crucial ... resultado de una evolución que ha modelado los medios desde la creación de éstos: la participación cada vez más activa del público en la escena que aparece en la pantalla»; «Los reality shows constituyen el último estadio de la inclusión del público en la dramaturgia televisual. El teleespectador se convierte en actor, en personaje central y hasta en héroe de la "obra"» (D.Mehl 1997, p. 90-1). «Sólo en el talk show el público de televisión gana un reconocimiento pleno y, en sus últimas versiones, el rol de protagonista ... el talk show puede ser visto como un terreno de lucha de prácticas discursivas ... lo privado se hace social y lo social político ... » (P.Carpignano y otr. 1993, p. 108 y 116).

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