Red Nacional de
Investigadores en Comunicación
III Jornadas
Nacionales de Investigadores en Comunicación
"Comunicación: campos de investigación y
prácticas"
III Jornadas de Comunicación Social
Diferentes e infiltrados
Donatella Castellani
Titular de Lingüística y Semiótica I y II
Directora del Programa de Investigación:
Análisis de prácticas cognitivo-culturales: la escritura y la imagen.
Facultad de Ciencias Sociales
Universidad Nacional del Centro
de la Provincia de Buenos Aires
Es harto conocido que los cambios de los últimos veinte años en la organización económica mundial se corresponden con una profunda modificación en la estructura política y social del mundo. Y a esta altura ha sido teorizado infinidad de veces cómo este proceso, genéricamente denominado "globalización", ha producido, entre sus consecuencias más notables, por un lado el traslado de las decisiones más importantes fuera del centro de equilibrio de cada país, con la consiguiente pérdida de poder de los Estados nacionales, y, por otro, la ruptura de los grandes colectivos sociales dentro de los cuales solía inscribirse la identidad de las personas, tales como la "nación", el "pueblo" o la "clase". No nos detendremos en eso, por archisabido y porque la reflexión que aquí queremos proponer gira en torno a la representación discursiva de la sociedad que, sostendremos, se hace hoy con un modelo taxonómico, al más puro estilo saussuriano, dentro del cual se enfocan los rasgos diferenciales de distintos grupos que permiten construir las identidades sociales como términos negativos. Dentro de este modelo cada grupo se "opone" a los demás y la construcción discursiva materializa en el lenguaje una sociedad en la que, como en la lengua de Saussure, "no hay más que diferencias".
Trataremos entonces de mostrar brevemente: 1º) que este mismo modelo representacional está presente en tipos de discursos aparentemente muy distintos, como el académico de la crítica y el discurso masivo de los medios; 2º) que, si admitimos que los discursos tienen una eficacia no menor que las acciones, esta representación de la taxonomía social dificulta la visualización de alternativas para el cambio, en particular porque no permite identificar los actores que puedan sostenerlas, y sirve objetivamente al mantenimiento de la estructura bipolar de concentración y exclusión que define el "horror" del mundo contemporáneo.
Minorías en pantalla
Para empezar con el discurso más masivo que, como sabemos, es el de la televisión, todos hemos percibido que en los últimos tiempos las pantallas han albergado con inédita frecuencia a representantes de minorías tradicionalmente discriminadas como los gays, las feministas, los grupos juveniles más o menos under, algunas prostitutas. Más allá de la lógica publicitaria que rige las condiciones del espectáculo televisivo y lo empuja a mostrar permanentemente algo nuevo y diferente, es interesante analizar de qué manera se tratan los problemas de estas minorías y qué papel juegan en el conjunto de los discursos sociales. Lamentablemente no tenemos tiempo aquí de exponer en detalle las estrategias discursivas que hemos relevado en el seguimiento de algunos ejes temáticos: el caso Mariela Muñiz, la primera transexual argentina que obtuvo jurídicamente el cambio de identidad en los documentos; el caso de la pareja de Rafael Freda, que fue admitido como cónyugue por la obra social; los problemas genéricos que aparecen en los talk shows más o menos feministas de la tarde; los debates sobre las modas y prácticas juveniles contestatarias; y, en general, los discursos televisivos sobre grupos y prácticas culturales "no convencionales".
A grandes rasgos podemos señalar que algunos cambios se perfilan en todos estos casos con respecto al tratamiento "canónico" que se les daba hasta hace poco. El más significativo es que ya no suele aparecer una estructura polémica en la que se enfrenten argumentos de "diferentes" y "normales" y en la cual el conductor del programa deba aparecer como mediador, representando formalmente el carácter esencialmente igualitario de la democracia. Si bien sigue participando alguna voz portadora de argumentos homofóbicos, machistas o mantenedores del "orden establecido", la correlación de fuerzas polifónicas ha variado en la estructura actancial de estos discursos: la mayoría de los presentes acepta y defiende los derechos de los "diferentes" y los opositores manifiestos quedan siempre aislados. Su presencia parece responder más a la necesidad de recordar a las minorías que la discriminación existe, que a convencer a la audiencia de sus razones. Los discriminadores son así el cuco que acecha en alguna parte y del cual las minorías serán defendidas, siempre que no saquen los pies del plato y cumplan con el rol que les ha sido asignado. Pero ¿cuál es ese rol?
En el caso de Mariela, por ejemplo, el discurso se centra sobre su derecho a criar y adoptar niños, y el relato de varios hechos biográficos acredita la superioridad de su instinto maternal sobre algunas madres "naturales" que "tiran sus hijos en la basura o sobre los techos de sus casillas", en obvia alusión a episodios recientes en los que la exclusión y la miseria llevaron a esas dramáticas consecuencias. La "diferencia" que categoriza a Mariela la opone así a esas "malas madres". Seguramente por eso, el Partido Justicialista del distrito de Quilmes le ofrece una candidatura a diputada, que ella, sin sorpresa, acepta de inmediato. Se convierte de ese modo en emblema de la ideología de avanzada del partido de gobierno, en esperanza para las minorías diferentes y en demostración de cómo éstas pueden ser más útiles que actitudes que desnuden incómodamente la inhumanidad del modelo.
En los talk shows de mujeres se dan testimonios de varios malos tratos masculinos. Como ese marido comerciante que, relata su mujer, "antes estaba en buena situación económica, pero ahora ya no, y entonces sale a las 6 de la mañana y vuelve a las 10 de la noche, y cuando llega pone el fútbol en la tele y no me habla ni me escucha", problema familiar que se analiza a la exclusiva luz de la poca valoración que los hombres tienen de las mujeres. La identidad femenina que va emergiendo de estos discursos es la de un grupo signado por el mal trato que no excede de lo doméstico y que está ejercido por novios, maridos y padres. Por suerte, cuando la acción justiciera de las conductoras de televisión desbarate esas prácticas culturales, las mujeres argentinas gozarán de una vida plena dentro de un modelo económico que las hará felices.
Cuando en "Causa Común" se trata el tema del derecho adolescente al pelo verde, a la cresta sobre rapado, a los tatuajes que recubren todo el cuerpo y a los aritos desparramados por la cara, María Laura Santillán pregunta si es posible conseguir trabajo con esa moda. Los chicos invitados se dividen: unos dicen que el pelo, la ropa o los aritos no les han causado ningún problema laboral y otros, cuyos estilos capilares son más camouflables, que para presentarse en un trabajo se peinan para atrás con gomina y todo resuelto. Así, otra vez, nos quedamos mucho más tranquilos: en un país donde más del 60% de los desocupados tienen menos de 24 años, nadie se va a quedar sin trabajo tenga como tenga el pelo.
En todos los casos los problemas y conflictos presentados son reales, pero aparecen totalmente descontextualizados: son singulares, específicos, circunscriptos a un grupo definido, cuando no a un único individuo, no se relacionan unos con otros y mucho menos con la totalidad social. Éste es el precio de la tolerancia, que conlleva la domesticación del discurso de las minorías, a las que, mostrándoles como espantajo la figura actancial del Opositor discriminador, se les pide que se ocupen de "sus" problemas y no se metan con los "ajenos". A Rafael Freda, dirigente de un movimiento por los derechos de los gays que históricamente se vinculó con la defensa de los derechos humanos en general, se le admite a su compañero como cónyuge en la Obra Social de los docentes, pero el precio es no relacionar sus 27 años de docencia con la Carpa que hoy representa el mayor grado de unificación alcanzado por la sociedad civil en la Argentina. El discurso homofóbico de monseñor Nolasco, por otra parte, sirve para señalar que las condiciones de homosexual y de docente parecen ser incompatibles, de manera que, para los gays, los problemas "propios" son los de los homosexuales y los "ajenos" los de los docentes. Y viceversa.
Es para esta discriminación de lo "propio" y de lo "ajeno" que se ha descubierto la utilidad de las diferencias. Las tradicionalmente llamadas minorías - como los homosexuales, las feministas, los jóvenes contestatarios - se convierten así en símbolos emblemáticos de lo "diferente" que compone una sociedad global tan heterogénea que no puede ser reducida a conjuntos transversales abarcadores de problemas comunes como la exclusión del sistema productivo, la privación de educación, la falta de sanidad, etc.
¡Qué diferente te ves!
¿Qué responde la crítica a esta estrategia discursiva? Aceptemos el hecho de que, como decíamos al comienzo, los nuevos modos de la producción y el consumo han determinado "una gran fragmentación y pluralismo social, el debilitamiento de viejas solidaridades colectivas y de las identidades concebidas como `bloques´ ante la emergencia de nuevas identidades", como nos dice Stuart Hall. Frente a la evidencia de esta fractura, buena parte de la crítica contemporánea se ha dedicado a delinear las particularidades de cada sector dentro de lo que García Canclini llama el "heterogéneo y desintegrado conjunto de voces que circulan por las naciones", representado por las minorías étnicas, las feministas, los jóvenes, los grupos que se diferencian por la orientación sexual, los inmigrantes, etc. Lo que explícitamente esta vertiente crítica propone como objeto son identidades que se construyen como diferencias en la autopercepción de los sujetos, cuya "negatividad" es condición material de su existencia. "Sentirse diferente" es entonces la condición del "ser diferente" y, a su vez, es en y por esta diferencia que se manifiesta toda exclusión. La afirmación se sostiene en que es en lo concreto de las vivencias de cada grupo donde toma cuerpo y es percibida la desigualdad social.
Por cierto, los rasgos diferenciales que caracterizan a cada uno de estos grupos son los lugares concretos donde se inscribe el sufrimiento producido por la marginación. Pero por eso mismo, para los sujetos que los integran es fácil la autopercepción de su pertenencia inmediata, la más cercana a su cuerpo y a su cotidianeidad, así como les es fácil autopercibir su "diferencia". Más difícil les es encontrar los puntos de ensamblaje entre la vivencia cercana, la situación del "otro", más o menos lejano, y los rasgos más ocultos de una exclusión generalizada y compartida. Vale la pena, quizás, citar al respecto un párrafo de Habermas (1990) que se refiere a los problemas de las "minorías heterogéneas en una sociedad multicultural", llena de "desamparados, mendigos y barrios convertidos en ghettos"; de las "condiciones de vida bárbaras, expropiación cultural y hambrunas catastróficas en el Tercer Mundo"; del "riesgo a escala mundial causado por las disrupciones en el equilibrio natural". Dice Habermas (y el subrayado es nuestro):
"Esos problemas solo pueden ser abordados de frente si se los plantea desde el punto de vista moral, a través de una universalización de los intereses producida de manera más o menos discursiva /.../ Es importante percibir cómo los intereses propios se entrelazan con los de los demás. El punto de vista ético o moral nos ayuda a percibir los vínculos más abarcadores, pero al mismo tiempo más modestos y frágiles, que enlazan el destino de un individuo con el de cualquier otro, y que convierten aun a la persona más distante en próxima" (p.41).
En la actualidad, además, tres factores se añaden a la natural tendencia de todo grupo a percibir solo su realidad más inmediata. El primero consiste en que el imaginario social empezó a carecer de figuras discursivas que, como la "nación" o el "pueblo", fueran condensaciones simbólicas que alojaran dentro de ellas a las grandes mayorías populares. En su lugar, figuras de la técnica y de la economía invadieron la imaginación y el léxico con términos como el "cierre de las cifras", la "desregulación", la "reconversión", la "convertibilidad", mientras que la "estabilidad" de la moneda parecía convertirse en el único interés colectivo, más importante que la estabilidad de los sujetos sociales dentro del empleo y de los niveles de vida razonables alcanzados hasta el momento. Y cada sector, cuando no cada individuo, se sintió solo con sus problemas, desgajado de un proyecto común, dado que los "objetivos superiores" con los cuales articular sus vivencias y reclamos ya no eran comunes sino abstractos y matematizados.
En segundo lugar, en una sociedad con tasas tan altas de exclusión, la fragmentación tiende inevitablemente a transformarse en convencimiento, y también en actitudes, de marginación recíproca, más que en solidaridad de víctimas frente a un mismo victimario. Se asiste así a la lucha de pobres contra pobres -destacada en los saqueos a los supermercados del 89 -, de desempleados contra inmigrantes que trabajan en negro por menos precio, de prostitutas contra travestis, de jóvenes marginados contra gays, de población sanitariamente indefensa contra portadores de HIV.
Y, por último, las formas de pensamiento promovidas por el discurso globalizado y excluyente del modelo neo liberal, acentúan, también desde el plano de lo cognitivo, la posibilidad de que el poder alimente el prejuicio y la desconfianza hacia las diferencias, usándolas como elementos perpetuadores de las posiciones dominantes. Sugestivamente, desde fines de 1995 en Francia se ha llamado "pensamiento único" a esta manera de pensar. Y esta denominación no se debe tomar como metáfora. En ese mismo año, en las conclusiones de una investigación sobre competencias discursivas de jóvenes estudiantes, decíamos:
"No queremos ser metafóricos sino literales cuando postulamos que la adopción en la visibilidad social de un punto de vista único ha conspirado contra la constitución del pensamiento formal, en particular en las jóvenes generaciones. Entre otras cosas, ha influido sobre la descentración, o capacidad de reconocer y ponderar diferentes puntos de vista, que, en la concepción de Piaget, es una ley permanente del progreso del conocimiento ..."
Es decir que el "pensamiento único" impide, también a niveles sociales más generales, no solo la consideración de alternativas diferentes, sino también la descentración necesaria para superar los límites del conflicto propio, que aparece como diferente y peculiar, e inscribirlo en las fracturas más profundas del cuerpo social.
Ahora bien, dada esta situación, podemos preguntarnos qué esperamos de la crítica: ¿una descripción académico-comprensiva de las vivencias diferenciales de los sujetos o una intervención organizadora de la totalidad social, útil para desnudar pertenencias ocultas a colectivos mayores, iluminar exclusiones compartidas y articular padecimientos y prácticas diferentes? En nuestra concepción, el papel de la crítica debería ser, como lo fue en el pasado toda vez que hubo un avance histórico importante, precisamente construir discursivamente, como dice Habermas, el universo de intereses comunes, quizás no con "cualquier" otro pero sí con muchísimos otros - para lo cual no solo el punto de vista moral sino el análisis objetivo brinda suficientes elementos -, y encontrar, entre las muchas características reales de los distintos sujetos sociales, los "rasgos pertinentes" para construir identidades colectivas más capaces de responder a las necesidades de las grandes mayorías excluidas.
Somos todos infiltrados
Cuando la lucha por la hegemonia consistía en la capacidad de dominio sobre un "centro" regulador desde el cual dirigir las negociaciones con los distintos sectores, las minorías se construían como marginales con respecto al cuerpo social general y debían ser sacrificadas ante el altar de la opinión pública legitimada. Pero hoy, como correlato del desplazamiento del poder fuera de los ejes del equilibrio de la comunidad nacional, se produce la desregulación del concepto de "bien común", que ya no sirve como categoría útil para la conquista de la opinión pública. Lo que sí conviene para el mantenimiento del poder es un cuerpo social segmentado, en el cual la transgresión ya no consiste en oponerse a un prejuicio legitimado por la mayoría sino en transpasar los límites del propio grupo de pertenencia. Y en esta lógica no solamente los grupos con reivindicaciones genéricas, etarias o de orientación sexual, sino todo grupo en conflicto debe ser considerado minoría y construido como un término negativo, en sentido saussuriano, cuyos rasgos diferenciales enfrentados con los demás conforman una sociedad compartimentada. De esta manera la distribución fragmentada del conflicto disminuye proporcionalmente el peligro de un momento frontal de desafío. Por eso cuando los jubilados, por ejemplo, presentan sus reivindicaciones, aparecen de inmediato periodistas que intentan invalidar el grupo con la objeción de que "yo veo gente joven entre Uds."(Mediodía con Mauro, América,9/6/97); cuando la municipalidad reprime a los vendedores ambulantes, el problema es que los defendieron estudiantes; cuando la policía invade la Universidad de La Plata, "además" de estudiantes había "grupos belicosos",(Noticiero CVN, América, ../6/97).
En esta lógica, el que transpasa los límites del conjunto que le tocó, es de inmediato un "infiltrado", categoría semánticamente interesante porque remite al campo de la enfermedad, de los virus filtrables, capaces de atravesar las barreras que defienden (y separan) a las células. "Infiltrado" comienza designando a todo el que se preocupa por lo que no le atañe - como los desocupados que se ocupan de política (quizás porque los políticos no deben preocuparse por los desocupados), los estudiantes que se ocupan de los jubilados, las monjas que se ocupan de impunidad - pero llega hasta adquirir el sentido de "quien está fuera de la sociedad como sistema". La solicitada que Presidencia de la Nación publicó en todos los diarios con el título "Los Cortes de Rutas" (22/6/97) denomina "infiltrados entre ciudadanos, que de buena fe elevan sus reclamos" a los que cortan las rutas. Insistiendo en esta idea, más recientemente el Presidente afirma que los problemas sociales son cosa "de la oposición y no de los ciudadanos". Piqueteros y oposición pasan a ser así "caretas" de la totalidad del sistema, ya que no pertenecen a su categoría mayor, que sería la de ciudadanos.
Independientemente de la intención de los emisores críticos o masivos, fragmentación discursiva y expulsión social terminan por tocarse. En la medida en que las diferencias sirvan para taxonomizar términos negativos y no para modular un discurso más amplio y abarcador, las grandes mayorías excluídas se seguirán quedando afuera.
Mendoza, noviembre 1997
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