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LA CAZA DEL ALCE EN ÉPOCA DE "BERREA" O CELO

La voz finamente modulada de los indios de la América septentrional es lo más a propósito para imitar los gritos y sonidos de los animales que habitan aquellas selvas de abetos y abedules, sean cuadrúpedos o aves.

Más grandeTratándose del alce, estos indígenas de raza cobriza poseen para reproducir con la mayor perfección el bramido lastimero del alce hembra, así como el del macho que le contesta, una bocina de forma cónica, hecha de corteza de abedul, que ellos mismos confeccionan. Mide este aparato 45 centímetros de longitud y de 10 a 12 de diámetro por su parte más ancha. El extremo más estrecho de esta especie de portavoz ha de adaptarse con la mayor exactitud posible a la boca de quien lo emplea y con él ha de procurar imitar, sobre todo, el grito de las hembras para atraer a sus galanes.

Más grandeSigamos, pues, al indio cazador y veamos cómo procede. Empieza por elegir un sitio que juzga aparente para colocarse, generalmente en la orilla de un lago o pantano y donde la vegetación le ofrezca un escondrijo seguro. Una vez en su aguardo, empuña la tosca bocina, de la que en párrafos anteriores hemos hablado, y trata de imitar el bramido del alce hembra, lo que suele lograr con una perfección tal, que sólo el oído finísimo de algún paisano suyo pudiera acaso descubrir el engaño.

Si la "llamada" tiene éxito, pronto se deja oír a través del bosque la contestación del macho, que, desafiando a todos sus posibles rivales, se dirige con rapidez hacia el sitio donde, en lugar de una dama inexistente, sólo la muerte le aguarda.

Más grandeSi, por el contrario, y debido a la falta de pericia del indio, la imitación es defectuosa, el alce puede muy bien, o no contestar, o, si lo hace, acercarse con mucha lentitud o recelo hasta que, una vez descubierta la trampa, se retire de un modo definitivo. Con frecuencia se da el caso de que el indio se suba a lo más alto de un árbol para que al "reclamar" desde allí llegue el sonido a más distancia. Sin embargo, no se puede "llamar" desde el suelo. Por esta razón la configuración del terreno, la espesura del bosque y otra infinidad de circunstancias indicarán por sí solas el método que se ha de adoptar.

Son pocos los indios de raza blanca que llegan a "reclamar" con perfección; pero, en cambio, algunos indios, tras una larga práctica, logran éxitos muy estimables. Sin embargo, afortunadamente, como no hay dos alces que emitan unos sonidos idénticos entre sí, presentando, por el contrario, infinidad de variaciones, aun los novatos en la materia pueden siempre abrigar esperanzas de lograr algún éxito.

Más grandeLa verdadera dificultad, es decir, la que requiere una maestría en este arte de "reclamar" a estos cérvidos gigantescos, se presenta cuando el alce macho se encuentra cerca del cazador y avanza con la mayor cautela y suspicacia por la espesura, presto a captar cualquier sonido capaz de revelarle la naturaleza de ese ser, para él misterioso, al que se va aproximando. Por esta razón, cualquier carraspera involuntaria, el más leve, y a veces inevitable, golpe de tos, o sea, en una palabra, todo sonido que no reproduzca fielmente el propio de estos animales, puede echar por tierra el éxito de la cacería.

Hay algunos indios, verdaderos maestros en este arte, que, poniendo la parte ancha de la bocina de abedul anteriormente descrita contra el suelo, logran amortiguar de este modo el sonido e imitar con tal fidelidad el quejido lastimero de la hembra, que el macho, al no poder resistir a esa llamada y sin temer los posibles peligros que le aguardan, abandona a toda velocidad el cobijo de la espesura y, ciegamente, se pone al alcance del arma que ha de ocasionarle la muerte.

Más grandePuede también ocurrir que, a pesar de poner en juego toda su astucia, no logre el indio que se presente el alce, en cuyo caso recurre a despertar en él los celos. Para ello, troncha ramas secas y golpea con su bocina los troncos de los árboles, procurando con su habilidad especial reproducir el gruñido del alce en furor que acomete a todo lo que se encuentra a su alcance. Nuestro buen cérvido, al no poder tolerar la presencia de un rival, saldrá, si estas estratagemas tienen éxito, a toda velocidad de su retiro, y, sin tener en cuenta el riesgo que esto implica, pronto caerá víctima de sus pasiones.

El cazador, valiéndose del consabido y rústico portavoz, habrá de "llamar" suavemente al principio, en previsión de que pueda encontrarse cerca un macho, y un sonido demasiado fuerte despertara su suspicacia. Después de aguardar próximamente un cuarto de hora, y al no recibir por parte de la res contestación alguna, emitirá otro sonido más fuerte antes de esperar en silencio otros quince minutos, repitiendo esta maniobra varias veces, hasta convencerse de que todos sus esfuerzos son inútiles. El sonido que emite el alce hembra es largo y, por decirlo así, melancólico, en tanto que el del macho es más gutural y al mismo tiempo más breve, recordando el que produce un hacha cuando se la oye desde lejos cortar los troncos de los árboles.

Más grandeLos casos que pueden presentarse en este género de caza son infinitos, pero todo ellos requieren por parte del que lo practica un oído agudísimo para percibir con toda claridad el ruido que ocasiona el alce al romper ramas secas o rozarse con la maleza cuando con la mayor cautela se acerca. Otras veces lo hace con gran estrépito, arrollando los matorrales en su vertiginosa carrera.

A pesar de no conocer por propia experiencia este método de caza, tuve ocasión, cuando en uno de mis viajes me detuve en la frontera que separa los Estados Unidos del Canadá, de hablar con aficionados expertos en la materia, tomando entonces "in mente" estas notas, que trato de reproducir lo mejor que puedo en este trabajo.

Más grandeComo habrá visto el lector por lo que antecede, al cazar el alce en época de amores imitando el grito de la hembra y aun el de un posible rival, se explota (bien a sus expensas por cierto) su instinto genésico y al mismo tiempo sus celos para de este modo engañarle y ponerle al alcance del arma que ha de ocasionarle la muerte. Una cosa parecida se hace con los ciervos y corzos en el centro de Europa en determinadas épocas del año.

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