LA CAZA DEL ALCE CON PERRO SUELTO
El
cazador, al llegar al terreno donde quiere llevar a la práctica sus
propósitos cinegéticos, empieza por dar libertad a su valioso auxiliar,
que inmediatamente desaparece en las espesuras del bosque. Una vez hecho
esto, ha de procurar colocarse en sitio adecuado, para abarcar con la
vista (si es terreno montañoso) la mayor extensión de tierra posible.
Sigamos
ahora al perro, ya que hemos dejado al cazador aguardando los acontecimientos.
En el momento en que el buen can se ve libre, se pone a cazar y escudriña
todos los rincones de la sombría y extensa mansión del cérvido gigante,
hasta que a un momento dado encuentra un rastro fresco del animal. Entonces,
y guiado por su fino olfato, sigue la pista de su enemigo; pero, diferenciándose
en esto de otros perros de rastro, como los sabuesos y podencos, por
ejemplo, "no late", sino que observa el más riguroso silencio hasta
que, casi siempre, sorprende al alce con su inesperada presencia. Este,
la mayoría de las veces, le hace frente sin moverse, y entonces el perro
"da de parado", según la expresión técnica, durante todo el tiempo en
que permanece quieto, pero le sigue en silencio cuando se desplaza hasta
que detenga su marcha y vuelva a desafiarle, colocándose a la defensiva.
En este momento, el perro le ladrará con furia, manteniéndose a prudencial
distancia de su adversario para esquivar con más facilidad sus ataques,
que, dado el tamaño del antagonista, puede serle fatales.
Dejemos,
pues, al can enfrentándose con el alce en su sombrío y espeso retiro
y volvamos con el cazador, que aguarda impaciente el aviso de su fiel
compañero y valioso auxiliar.
En
el momento en que oye los ladridos del perro, signo inequívoco de que
allí hay un alce parado, se lanza, a la mayor velocidad posible y siempre
procurando tener el viento en la cara para no ser olfateado por la presa
que codicia, por todos los vericuetos y andurriales que encierra la
selva hacia el sitio de donde parten los ladridos emitidos por el can,
tratando de marchar cada vez con más cautela y silencio conforme va
acercándose al sitio donde se encuentra la dirección del viento, pues
el oído y el olfato del alce son tan finos que bastaría el leve ruido
de una rama seca partida por la bota del cazador o la más ligera bocanada
de viento que le permitiera oler su presencia para que emprendiera veloz
carrera, desapareciendo para siempre.
Una
vez que, después de un rudo trabajo, se pone nuestro buen amigo a tiro
del alce y viéndolo lo suficiente para apuntar con cuidado, sólo le
queda enviarle un certero balazo.
Describir
todos los incidentes que se originan y todo el tiempo que se precisa
invertir para llegar a este instante definitivo y final de la cacería
sería tarea imposible y que jamás quedaría completa, pues cada caso
puede presentar lances nuevos y además todos ellos son susceptibles
de fracasos. En tratándose de la caza, de sobra sabemos que ningún método
es fiable, y me atrevo a decir que en ello estriba precisamente uno
de sus mayores encantos, pues, como en todas las cosas de la vida, nada
hay que satisfaga el amor propio como vencer las dificultades y salvar
los obstáculos que se interponen en nuestro camino para llegar al fin
que nos proponemos.
Salvo
en el caso en que no se dé libertad al perro hasta descubrir la huella
de un animal que por su tamaño merezca darle caza, tiene este sistema
una seria desventaja, y es que puede sufrir el cazador amargas decepciones
al encontrarse, después del ímprobo trabajo descrito en párrafos anteriores,
con un alce de calidad inferior. Claro está que para aquel que sólo
se propone "hacer carne" o matar uno de estos animales, sin importarle
que sea grande o chico, este sistema no presenta el inconveniente señalado.
