LA CAZA DEL ALCE CON PERRO ATADO
La
caza con perro atado, también sumamente penosa por exigir bastantes
horas de marcha, es, sin duda alguna, más tranquila. Aquí no son necesarias
esas carreras por terreno difícil para llegar antes de que el alce se
canse de hacer frente al can, pues el ritmo general de la caza es más
lento. No obstante, hay que tener bastante resistencia por ser mucho
lo que puede durar la persecución y no pocos los obstáculos que hay
que salvar.
El
cazador que se propone practicar este método de caza deberá, en primer
lugar, hacerse acompañar por el propietario del can, que puede además
reunir la condición de ser conocedor del terreno a explorar y al mismo
tiempo buen rastreador, capaz de distinguir las huellas frescas de las
que no lo son y por ellas dictaminar sobre el tamaño, sexo y otras propiedades
de la res que se persigue. En el caso en que el propietario del perro
no sea este comprendido de perfecciones que he enumerado, cosa que puede
ocurrir, deberá nuestro buen cazador buscar un acompañante más que supla
son su ciencia cinegética las deficiencias del dueño del can, pues de
lo contrario no lograría el éxito apetecido. No se puede acometer una
empresa tan difícil como la caza del alce con perro sin llevar todas
las garantías de su parte.
Ya
tenemos, pues, al cazador pertrechado y con toda la preparación adecuada.
Tiene a su servicio uno o dos acompañantes de gran competencia, cuenta
con un perro excelente y está dispuesto a andar todo el tiempo que sea
necesario por un terreno difícil y lleno de obstáculos y vericuetos.
Acompañado
de su ayudante y llevando uno de ellos el perro sujeto, pero sin ir
el mosquetón de la traílla atado a un collar (cosa de la que carecen
estos perros cuando cazan), sino a una de esas conocidas guarniciones
con pechera, pues con aquél se ahogaría al tirar.
Se
internan por el bosque hasta dar con las huellas frescas de un alce
que, a su juicio y por su tamaño, merece que se le dé caza. Ponen al
perro sobre el rastro y sin soltarle le siguen. Esta lenta persecución
puede durar horas y horas y presentar todas las dificultades imaginables;
pero, dado que el alce es un animal que, al estar tranquilo, camina
muy lentamente por la selva, llega un momento en que los cazadores se
acercan al sitio donde se halla, lo que adivinan por la agitación de
que da muestra el perro. Entonces, observando el mayor silencio y procurando
siempre tener el aire lo más de cara posible para no ser olfateados
por la presa que codician, escudriñan con la vista las espesuras de
la selva, y probablemente verán el alce a corta distancia, debiendo
aprovechar este instante para matarle.
Así
es la caza del alce con perro atado, en la que, por seguir siempre una
huella determinada y escogida, está el cazador más documentado sobre
la res que ha de matar. No ocurre lo mismo cuando se caza con el perro
suelto sin haber examinado, antes de dar a éste libertad, el rastro
del animal, pues de no hacer esto, es muy fácil sufrir una decepción
al llegar al alce para darle muerte.
Uno
y otro método se practican en Escandinavia, es decir, en Suecia y Noruega,
y en ambos casos se emplea la misma clase de perro descrita en páginas
anteriores.
