Cómo trató Jesús a los cambistas del templo.
Después de su ungimiento como el Mesías en el Jordán, Jesús asistió a una boda en Caná, con sus primeros discípulos. Aquella boda era un asunto familiar, ya que los involucrados eran parientes del Señor. Allí Jesús realizó su primer milagro convirtiendo el agua en vino en respuesta a la fe de su madre, quien le presentó la necesidad del momento.
Inmediatamente después, viajó a Jerusalén para realizar su primer acto público.. la purificación del templo. Esta acción llamó la atención general a su misión.
Registrado en Juan 2, el episodio presenta una perspectiva sumamente interesante acerca de la manera en que Jesús trataba a las personas. Nótese que el capítulo comienza con el relato de la boda de Caná, seguido de la purificación del templo y luego, Juan 3 relata la entrevista que sostuvo con Nicodemo. La secuencia es tremendamente significativa.
"Después de esto [es decir, la boda de Caná] descendieron a Capernaum él, su madre, sus hermanos y sus discípulos; y estuvieron allí no muchos días. Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén" (Juan 2:12,13).
El viaje a Jerusalén, Jesús lo realizó entre un grupo grande de personas. Jesús era tan poco conocido en este momento que podía mezclarse con los viajeros que se dirigían a Jerusalén y simplemente pasar desapercibido. Sin embargo, antes de mucho esto serií imposible. La escena nos muestra a Jesús yendo de Capernaum a Jerusalén. Lo hacía como cualquier otro viajero, conversando con personas que hablaban acerca del Mesías que pronto vendría.
"Y {Jesús} halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote de cuerdas echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de Ia casa de mi Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume" (Juan 2:14- 47).
¿Qué es un mercado? Un mercado es un lugar de compra y venta. Un mercado es un lugar donde uno obtiene algo por lo cual ha trabajado. Un mercado es un lugar donde uno puede obtener ganancias. Un mercado no es un lugar apropiado para tener una iglesia, puesto que una iglesia es un almacén de regalos. Jesús quiere que su iglesia se constituya en un almacén de regalos, no la clase de almacén donde uno compra regaIos, sino donde uno los recibe. Dios no quiere que su iglesia sea un mercado.
Fue por esta razón que durante el primer día de su ministerio público, Jesús hizo algo tan asombroso que antes de terminarlo, ya había algunos que querían darle muerte.
Al considerar lo que él hizo aquel día, notemos los diferentes grupos de personas con quienes se relacionó. Estaban los mercaderes, que vendían corderos, vacas y palomas. Estaban los cambistas, que ayudaban a las personas a comprar y vender.Y luego estaban los dirigentes religiosos, quienes servían a Dios por intereses personales.
En los días de Jesús, el puesto de sumo sacerdote se vendía en un millón de dólares. Esto, definidamente, no era Ia intención de Dios. Si el puesto tenía el precio de un millón de dólares, el que lo compraba frecuentemente se endeudaba hasta el cuello y se veía en la necesidad de recuperar su inversión. Por lo tanto, se ponía de acuerdo con los cambistas, los compradores y los vendedores. El obtendría un porcentaje de las ventas y de esta manera podría pagar la deuda en Ia que había incurrido para llegar a ser sumo sacerdote. Estas cosas sucedían en los días de Jesús; así de corrupta era Ia religión.
Y luego estaban los discípulos. ¡Cómo los sorprendió Jesús! Hasta el momento habían conocido a un Jesús ecuánime y sumamente discreto. Podrían haberse unido a los niños para cantar:
"Oh Jesús, tan dócil y sereno, mira hoy a este humilde ser". Pero aquel día temblaron.
No me digan, entonces, que Jesús era delicado y endeble, como frecuentemente lo pintan los artistas. Cualquiera que haya trabajado en una carpintería sin la ayuda de herramientas de alto poder, cortando tablones de cuatro por cuatro, y todo lo demás que normalmente se hace en un taller de estos, realmente no puede ser tan débil como se representa a Jesús en los cuadros de los artistas. Al momento de levantar el látigo, lo más probable es que se haya arremangado el manto exponiendo un brazo musculoso.
Pero no fue esto lo que más impresionó a las personas. Algo más se hizo palpable aquel día. Destellos de su divinidad se hicieron visibles a través del manto de su humanidad. Cuando el ruido y la confusión se tornaron repentinamente en silencio sepulcral, y los ojos de un hombre se movían sobre la turba, eran fuerzas superiores las que estaban en movimiento. Los discípulos quedaron sorprendidos al ver lo que sucedía.
Debemos recordar, sin embargo, que Jesús no acostumbraba gritar cediendo a la ira. Había lágrimas en su voz cuando pronunciaba las palabras de reproche.
Otra categoría de personas que había en el templo aquel día era la multitud de víctimas de los que comerciaban con la religión y de los que servían a Dios por intereses personales. A primera vista, se podría pensar que al limpiar el templo Jesús, lo hizo primordialmente para ahuyentar a los ladrones. La verdad del asunto es que lo hizo para lograr que los pobres, los enfermos, los paralíticos y los desanimados pudieran entrar. Lo hizo para beneficiar al gentío que había en el lugar.
Se les había vendido una lista de bienes. Tenían la idea de que uno debía trabajar arduamente para llegar al cielo; la idea de que uno debe comprar corderos y palomas, cuando en realidad tanto el Cordero como la Paloma son totalmente gratis.
En la multitud habia gente sumamente pobre, sin los medios suficientes para comprar un cordero. Se les iba el sueño por las noches, contemplando el techo de sus habitaciones, pensando si algún día lograrían alcanzar el reino eterno. Si la religión fuese algo que se puede adquirir con dinero, los ricos vivirían y los pobres perecerían.
Luego estaba el grupo de personas pudientes que tenían suficientes recursos, los ricos manipuladores que hacían todo lo posible por ejercer su influencia en el templo. Ellos dormían bien por las noches porque se sentían seguros. Pero la suya era una seguridad falsa, basada en lo que ellos mismos hacían para ganarse el favor de Dios. Y de alguna forma, tarde o temprano, Dios debía despertarlos de su gran engaño.
Jesús deseaba reeducar a la gente que llegaba a Jerusalén sólo para las fiestas, y luego regresaban a sus lugares de origen. Anhelaba alcanzar tanto a los que no tenían ninguna seguridad como a aquellos que poseían una seguridad falsa. Así que, expulsó a los ladrones.
De acuerdo a lo registrado en Mateo, él les dijo: No conviertan la casa de mi Padre en un mercado; no la conviertan en una cueva de ladrones. Léase el relato textualmente en Mateo 21:13. No sólo robaban dinero, sino que le robaban la gloria a Dios, y también la paz a la gente y la seguridad a los menos capaces. Por eso Jesús los sacó.
Nótese, sin embargo, que la gran multitud se metió en el termplo en vez de huir junto con los cambistas, sacerdotes y rabinos. El bullicio y la confusión del mercado se convirtieron en alabanzas y adoraci6n de parte de los enfermos que recibieron sanidad. Los niños y las niñas comenzaron a gritar alabanzas a Jesús.
Cuando los dirigentes y cambistas que habían huido del templo finalmente se detuvieron, Se armaron de valor y regresaron lentamente al templo; entonces escucharon las alabanzas a Dios en vez del bullicio propio del mercado. Esto los perturbó. Se sentían mucho mas cómodos con el ruido del mercado que con las alabanzas a Dios.
Pero las buenas nuevas son de que Jesús no odiaba a los ladrones. Jesús no procuraba hacerles daño. El amaba a los mercaderes, igual que a los cambistas. Amaba a los dirigentes religiosos. Después lo demostraría al asistir a fiestas con ellos. Concurriría a las reuniones de los cobradores de impuestos (publicanos). Se codearía con los sacerdotes y dirigentes. Jesús sentía lástima por ellos, por su temor e ignorancia. Deseaba poder alcanzarlos con su amor, a Ia misma vez que atendía las necesidades de la multitud.
Hubo otro evento más aquel día, que generalmente no se incluye en esta historia. En la turba, posiblemente detrás de uno de los pilares, bien protegido por las sombras, había un hombre. Un hombre solitario. Era uno de los dirigentes religiosos, un miembro del Sanedrín. Permaneció alli parado, observando cuanto sucedía en aquel lugar; y quedó impresionado.
Nicodemo vio a los mercaderes salir huyendo; vio a los cambistas hacer lo mismo. Vio las mesas volcadas. Sintió un poder inexplicable que emanaba de la persona de Jesús. Vio fluir las lágrimas de sus ojos; escuchó cómo su voz se quebraba. Escuchó los gritos de "¡Hosana!" Observó cómo sanaba a los enfermos. Lo vio todo desde las sombras de uno de los pilares. Aparentemente no huyó con los demás. El lo observó todo.
Y dijo para sus adentros, debo entrevistarme con este Hombre. Hay algo aquí que el razonamiento humano no puede explicar. Y en Juan 3 vemos que Nicodemo acude a Jesús, como consecuencia directa de haber limpiado el templo. Nicodemo vino por su propia voluntad para escuchar acerca del don de salvación.
Pero ahora nos enfrentamos a un enigma, a un problema. Jesús desea que el templo se convierta en un establecimiento de regalos. No quiere que sea un mercado. Sin embargo, el último libro de la Biblia habla acerca de comprar oro refinado en fuego, un manto blanco y colirio para los ojos. El mismo Jesús, en algunas parábolas, dice que debemos comprar porque ya hemos vendido todo lo que teníamos para obtener la perla de gran precio; debemos venderlo todo para obtener el tesoro que está escondido en el campo. ¿De qué está hablando?
Bueno, una cosa de la que sabemos que no está hablando es del oro y de la plata. En el cielo el oro carece de valor. ¡Es el material que se usa para recubrir los caminos! La moneda del cielo consiste en vender todo lo que nosotros somos o creemos ser, todo lo que tenemos o creemos tener. Consiste en darnos cuenta de nuestra insignificancia y estar dispuestos a dejar de depender de nosotros mismos. Es venir a Jesús y aceptar sus dones. Así funciona la moneda.
Cuando Jesús nos dice que vendamos todo y compremos el campo, lo que realmente nos está diciendo es: "Ríndete completamente, abandona la idea de que lo puedes ganar con tus propias fuerzas. Si eres un hombre poderoso -agrega- ya no dependas de tu poder. Si eres rico, no confíes en tus riquezas. Si eres inteligente o talentoso o apuesto, no dependas de esas ventajas ni confíes en ellas". Al reconocer nuestra incapacidad de producir nuestra propia justicia y al colocarnos completarnente bajo su control, comenzamos a usar la moneda del cielo.
Confiar en Dios es probablemente una de las mejores definiciones que podamos hallar para el vocablo que tan frecuentemente se utiliza en los círculos cristianos: rendirse. La confianza involucra dependencia de otra persona y no de uno mismo. Pero rendirse no siempre es fácil. Hay ocasiones en las que hacemos tanto esfuerzo por entregarnos, que nos apegamos más a lo que somos, y a lo que tratamos de vencer. Nos olvidamos que sólo Jesús puede lograr nuestra entrega. Es un regalo.
La fe es un don de Dios; el amor también lo es. El manto blanco es una dádiva divina igual que el arrepentimiento. La obediencia es un obsequio de Dios y la victoria también. La paloma del Espíritu Santo es un don que trae consigo todos los demás dones de Dios. El Cordero es un don, es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La sumisión también es un don.
Hay otra realidad que debemos notar en esta historia. Cuando hablamos del Espíritu Santo, cuando hablamos de la obra que Dios lleva a cabo en nuestros corazones, se nos recuerda la gran verdad que fue enseñada con la purificaci6n del templo. Jesús anunció allí cual sería su misión como Mesías al iniciar su obra terrenal. No sería sólo salvar a las personas para siempre, sino cumplir el propósito de que cada ser creado llegará a ser un templo y morada del Creador.
Por causa del pecado, la humanidad dejo de ser on templo para Dios. Contaminado por la maldad, el corazón del hombre dejó de revelar la gloria de Ia Divinidad. Los atrios del templo en Jerusalén, llenos de tráfico y profanación, representaban fielmente el templo del corazón, contaminado por la presencia de pasiones sensuales y pensamientos impuros. Jesús anunció su misión de limpiar el corazón de las impurezas del pecado, de los deseos mundanales, de pasiones egoístas desenfrenadas, de los hábitos malignos que corrompen el alma.
¿Ya se dio cuenta de que nadie puede deshacerse de la hueste maligna que se posesiona del corazón? ¿Ya se dio cuenta de que sólo Jesús puede limpiar el templo del alma? Pero él jamás entrará a la fuerza. No entra en el corazón como lo hizo en el templo de antaño. En vez de eso, el nos dice: "He aquí yo estoy a la puerta y llamo" (Apoc. 3:20).
El le invita a que lo acepte no sólo como el Cordero de Dios, sino también como el Sumo Sacerdote de los cielos, quien siente nuestras penas y dolencias, y quien fue tentado en todo igual que nosotros. El le invita a acudir abiertamente al trono de la gracia, donde podra obtener misericordia y hallar gracia que le ayudará en el tiempo de necesidad. (Véase Hebreos 4:15-16.) Todo el poder del cielo y Ia tierra reside en Ia persona de Jesucristo. Sin él, nadie tendría esperanzas de triunfar; pero con él, el fracaso es imposible.