Cómo trató Jesu's a los caidos

En la pequeña aldea de Betania, a unos cinco kilómetros de Jerusalén, vivían dos hermanas, María y Marta, y su hermano Lázaro. Aparentemente Lázaro era quien traía el sustento al hogar. Papá y mamá ya no estaban, así que María, Marta y Lázaro vivían juntos en aquel pueblecito.

Uno puede imaginar a Lázaro yendo y viniendo al trabajo todos los días con su bolsa de almuerzo en la mano. Al regresar cansado a su hogar, se entera de las noticias y se acuesta a dormir, sólo para iniciar nuevamente la rutina al día siguiente.

¡Marta era una persona que siempre estaba ocupada! Podía dirigir un convivio en la congregación, una fiesta de bodas o un día de campo de la iglesia. Nunca se mostraba mas contenta que al estar en la cocina, probando una receta nueva. Marta era una persona buena. Nunca hacía cosas malas. Es posible que lo mas malo que hubiera hecho fuera comerse las uñas cuando su procesador de alimentos Corta y Pica no le funcionaba. Era una persona religiosa. Era difícil no serlo en esa época y en ese lugar. Cada sábado por la mañana transitaba por la gastada vereda de su casa a la sinagoga.

María, por otro lado, se interesaba mas en el mundo social. Cada vez que se organizaba un día de campo de la iglesia, se la invitaba para dar la bienvenida y hacer que las personas se sintieran cómodas. Era una persona atractiva. tal vez hasta hermosa.

Pero Maria llevaba una carga secreta de culpa y miseria en su alma, que nadie sospechaba. Tenía que ver con su tío Simón:

Simón el Fariseo.

Los fariseos eran personas muy respetadas en sus días. A cualquiera que se le preguntaba: "¿Quién es su hijo?", respondía orgullosamente: "Mi hijo es fariseo".

Por eso, Simón era un pilar en Betania. Era un dirigente de iglesia. Era respetado en la comunidad. Los vecinos apreciaban su relación con la familia de María, Marta y Lázaro. Como su pariente mas cercano, se esperaba que el cuidara de sus familiares. Pero en cierta ocasión, Simón comenzó a mirar demasiado a María, y aprovechándose de su posición, pronto la indujo a ceder a sus demandas.

Aparentemente nadie sabía lo que sucedía. Simón siguió siendo dirigente de la sinagoga. María siguió sonriendo, conversando y complaciendo a las personas. Pero la carga de culpa que llevaba era muy pesada para ella.

En algunas ocasiones trató de razonar con su tío, trató de liberarse de su dominio. Pero en aquella época no se le hacía demasiado caso a las mujeres y sería la palabra de ella contra la de él. El la amenazó con exponerla públicamente y aun con la muerte. La culpó de haber provocado todo el problema, y María finalmente desechó Ia idea de verse liberada de su poder.

Como suele suceder cuando una persona religiosa se involucra en un pecado secreto, María empezó a tratar de autoinfligirse castigos. Los corderos y la sangre, los sacrificios matutinos y vespertinos, todo le recordaba que alguien tenía que pagar. Y cuando uno trata de pagar el precio por su propio pecado y trata de castigarse a sí mismo, uno de los mejores métodos es cometer el mismo pecado una y otra vez. Con esto, la persona logra sentirse peor. Y hacer que uno se sienta peor es una buena forma de autocastigarse.

Si la persona se sigue castigando a sí misma, comete el mismo pecado una y otra vez hasta que queda solo una cosa por hacer: saltar de un puente alto en algún lugar como la máxima expresión de autocastigo.

Así que María comenzó a castigarse a sí misma, y como resultado, se dio a conocer en el poblado como una mujer de vida fácil. Las mamás comenzaron a hablar de ella.

-¿Ya escucharon acerca de Maíia?

-Sí.

-Tengan cuidado con María. Asegúrense de que sus jóvenes no se junten con ella.

Las habladurías aumentaron hasta que un día la situación se puso tan mal para María, que decidió salir de Betania. Recogió sus pertenencias y se trasladó de la montaña con siete colinas, a una aldea cerca del mar llamada Magdala. Después fue mas conocida como María de Magdala o María Magdalena.

La visualizó como a una persona que llegó a Magdala para iniciar una nueva vida. Comienza a buscar trabajo. Pregunta en la lencería, pero no necesitan ayuda en ese lugar. Solicita trabajo en el almacén de abarrotes cercano, pero tampoco hay lugar para ella. Tal vez hasta solicitó la ocupación de cocinera, esperando que lo poco que había aprendido de Marta le sirviera para su nuevo empleo. Pero allí tampoco necesitaban ayudantes.

Después de caminar por las calles de Magdala en busca de trabajo y con una creciente sensación de hambre, un día María cedió a la tentación de ganar un poco de dinero fácil. ¿Por qué no?, pensó. Después de todo, ya estás metida en este lío. Al cabo que hay mas corderos en el rebaño de donde salieron los anteriores.

María logró encontrar hombres dispuestos a pagar el precio. Y aunque parezca extraño, encontró cierto nivel de aceptación. Pero el peso de su culpa se tornó aun mas insoportable. Se le hacia mas y mas dificil olvidar aquellos dias felices en Betania, antes de la muerte de sus padres, antes de su caida con Simón, dias cuando todavia vivia en paz.

En cierta ocasión llegó un predicador ambulante a la aldea de Magdala. No fue a predicar a la sinagoga. No hubiera habido lugar para tanta gente. Hablaba con la multitud allí mismo al aire libre. Decía cosas como: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). "Al que a mi viene, no le echo fuera" Juan 6:37). "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento" (Mateo 9:13).

María permaneció un tanto distanciada de la multitud, escuchando atentamente. Nunca antes había oído cosas como estas. Al oir estas palabras, sintió un calor extraño en el corazón. Esperó a que todos se fueran, entonces se acercó a el para derramarle su corazón y su tremenda necesidad de ayuda.

Este predicador itinerante se postró de rodillas y oró por ella ante su Padre, para que le brindara toda la ayuda que necesitaba. María aceptó al nuevo Maestro. El diablo fue reprendido. Y María se convirtió instantáneamente.

¡Que historia mas maravillosa!

Me gustaría decir que la historia terminó allí y que María vivió feliz desde ese momento en adelante. Sin embargo, no fue así porque el predicador salió del pueblo, pero María permaneció en él. Tal vez debió haber buscado otro lugar donde vivir. Allí en Magdala vivían las mismas personas, los mismos amigos, las mismas voces en el mercado que la llamarían por su nombre. A medida que transcurría el tiempo, María descubrió que aunque ella aceptó la paz que este Predicador le había ofrecido, la atracción hacia las cosas de este mundo todavía era demasiado fuerte; y María cayó nuevamente.

En esta historia tenemos uno de los ejemplos mas hermosos de cómo trató Jesús a los caídos.

Jesús regresó al pueblo. Una vez más lo rodeó la multitud y lo escucharon. María nuevamente se ubicó a cierta distancia de los demás y se preguntaba si todavía podría ser verdad. Sí. Jesús seguía diciendo: "Al que a mi viene, no le echo fuera". Todavía era verdad.

Ella se le acercó y descubrió que la seguía aceptando. Nuevamente le derramó su corazón y sus necesidades con lágrimas en los ojos. Una vez mas el cayó de rodillas y clamó a su Padre por ella. Y de nuevo Jesús se fue del pueblo, pero María no.

Me gustaría decir que este fue el fin de la historia. Pero María volvió a caer, y volvió a caer, y volvió a caer. Pero cada vez que Jesús llegaba al pueblo, ella estaba entre la multitud. Siempre se sentía atraida hacia Aquel que decia: "Al que a mi viene, no le echo fuera".

Luego, un día María recibió una invitación para ir a Jerusalén. Es posible que el mensajero le ofreciera una suma grande de dinero por sus servicios. Tal vez se le dijo que se le tramitaría su boda. Es posible que se le dijera que la necesitaban en casa, o que su tío Simón la mandaba a llamar. Cualquiera que fuera el método, a María se le tendió una trampa. Y lo que tanto había temido, que su pecado produjera un escándalo, se hizo realidad.

La puerta del departamento que le habían ofrecido se abrió de par en par. Voces estridentes la declaraban pecadora y que merecía morir. Manos rudas la tomaron ásperamente y fue arrastrada a la calle. María apretó los ojos y deseó morir.

La arrastraron entre la multitud y la arrojaron a los pies de Jesus. Gritos de condenación llenaban el aire mientras María yacía humillada en el suelo temblando, esperando los golpes de las piedras que terminarían con su vida. Seguramente había llenado su copa de iniquidad, y ya ni Jesús podría ayudarla.

Mientras esperaba allí, avergonzada y temerosa, los gritos de la turba se fueron acallando poco a poco. María esperaba sentir en cualquier momento el primer impacto. Pero, para su sorpresa, escuchó una voz tierna que le preguntaba, "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado?"

María finalmente levantó la cabeza. Todos sus acusadores habían desaparecido. Increíblemente escuchó las palabras de Jesús que le decían: "Ni yo te condeno; vete, y no peques más". Una vez más María se postró a los pies de Jesús, implorando su perdón y pidiendo su poder (vease Juan 8). Y aquel día María aprendió algo que no había aprendido en las ocasiones anteriores y que es tiempo que aprendamos nosotros también.

María aprendió que era posible encontrar a Jesús a través de su Palabra, de orar a Jesús dondequiera que ella estuviese. Aprendió que era posible permanecer a los pies de Jesús aun cuando el no estuviera en el pueblo... Y usted, ¿ya descubrió esta misma realidad? Es difícil pecar cuando uno está a los pies de Jesús. Hay poder en su presencia.

Y aunque Jesús continuara su camino, María estaba dispuesta a seguir a sus pies, en busca de su presencia constante.

Luego, a María se le ocurrió una idea muy brillante. ¿Por que no regresar a casa, a Betania con Lázaro y Marta? Ni bien se le ocurrió la idea, sintió que la sangre le corría más rápidamente por las venas. Seguramente el poder de Jesús sería suficiente para tratar hasta con su tío Simón. Así que empacó sus cosas y se dirigió a Betania.

Al acercarse al pueblo, comenzó a escuchar una llamada de advertencia muy triste, pero frecuente en aquellos días. Mientras más se acercaba, mas claramente oía la voz. Era un leproso que estaba fuera de los muros de Betania.

El sonido era muy común. En esa región la lepra era vista como una marca del dedo de Dios. Se la consideraba un juicio; en realidad, cualquier enfermedad era un juicio de Dios, consecuencia directa de una vida pecaminosa. Pero la lepra era la peor de todas. No importaba si la persona era el presidente municipal de la ciudad, un dirigente de la sinagoga o un fariseo. Cuando uno se enfermaba de lepra, se lo declaraba inmundo. Debía abandonar rápidamente el pueblo. La persona normalmente se sentaba junto al camino y debía anunciar su calamidad con el grito de"¡Inmundo, inmundo!", rogándole a alguien que le arrojase un poco de comida.

Así que cuando María se acercó al poblado, casi pasó por alto este grito tan común, hasta que de repente reconoció algo muy familiar en la voz que anunciaba "Inmundo". Era su tío Simón, el mismo que años antes la había inducido a una vida de pecado.

Cuando yo escuché eso, me dije a mi mismo: ¡Qué bueno! ¡Simón se merecía eso y más! ¡Qué se pudra allí al lado del camino! ¡Imaginen mi forma de pensar!

María se cubrió el rostro con su reboso y siguió su camino hacia Betania, tratando de aceptar el hecho de que ya no tenía nada que temer de Simón el Fariseo.

Estaba muy ansiosa de ver nuevamente a Marta y Lázaro. Subió corriendo los escalones de la casa y atravesó el umbral de la puerta. Qué reunión mas conmovedora, donde fluyeron lágrimas de alegría porque la familia estaria nuevamente junta.

Pero, empezó a correr la voz:

-Ya regresó Maria. Cuidense de ella. ¿Ya supieron lo que sucedió en Jerusalén?

-Dicen que cambió.

-Bueno, su cambio no durará mucho tiempo. He oído que ya había cambiado en el pasado, pero jamás fue un cambio duradero. Lo único que les puedo decir es que no la pierdan de vista, ya verán.

-Así hablaba la gente en esos diías.

Fue muy difícil para María vivir en medio de los chismes y habladurías, pero se quedó, con la determinación de compartir con alguien las noticias acerca del Amigo que había encontrado, el Amigo que siempre mostró amor y aceptación hacia ella, el Amigo que no la condenaba, pero que le dio el poder para no pecar más. Ella quería que otros hallaran a ese Amigo a cuyos pies le encantaba sentarse. Esperaba ansiosa el momento cuando este visitara Betania.

Y así sucedió. En cierta ocasión Jesús subió la montaña para visitar a Betania con sus doce compañeros. Al acercarse al pueblo, escuchó el mismo sonido triste que había oido María:

"¡Inmundo, inmundo!"

Parece casi imposible de comprender. Pero a Jesús se le dificultaba pasar de largo cuando se topaba con los leprosos, a pesar de que nueve décimas de los sanados jamás se molestaran en agradecerle.

Así que Jesús se detuvo ante el clamor de Simón el leproso. Tocó lo intocable y le devolvió la salud. No insistió en que lo aceptara como su Salvador personal. Simplemente lo limpió.Antes, yo pensaba que las únicas personas que podían recibir sanidad eran las que estaban listas para ser trasladadas al cielo. Pero Jesús sanó a Simón el pecador, el impuro, el que no se había arrepentido, cuando todavía ni siquiera lo había aceptado como Salvador. Jesús sanó a Simón debido a que era Jesús, no por lo que era Simón. ¿Alguna vez se ha preguntado cómo se habrá sentido María cuando escuchó la noticia? Tal vez Jesús le aseguró que el poder que Simón tuvo sobre ella quedaría destruido.

Pero el don de sanidad era algo sumamente difícil de aceptar para un fariseo. Un fariseo esta acostumbrado a ganarse sus propias recompensas. Este regalo de parte de Jesús era demasiado generoso para que Simón lo aceptara pasivamente. Así que después de regresar a Betania y de haber sido restaurado a su posición de liderazgo en la aldea, uno no puede menos que imaginarselo dando vueltas en su cama por la noche, caminando de un lado a otro en su habltación durante el día, tratando de pensar en qué hacer. No había podido ganarse la sanidad ni hacer mérito alguno para merecerla. Pero de repente se le ocurrió una idea: No me la gané de antemano, pero ¿Por qué no ganármela después de los hechos? Simón dijo para sus adentros, le pagaré a este hormbre por lo que me ha hecho. Daré una fiesta en su honor (vease Mateo 26; Juan 12).

Pensó rapidamente. Marta sería la que le prepararía los alimentos; eso estaría muy bien. Pero a María no la invitaria. Simón se sentia incómodo en presencia de María. ¿Quién puede predecir? Tal vez haya contraido lepra al relacionarse con él; más vale no arriesgarse.

Cuando llegó la noche señalada, María quedó en casa. Le habría encantado estar entre los invitados a la fiesta, aun cuando algunos todavía se portaban un poco indiferentes cuando ella se les acercaba. Pero lo que realmente le pesaba a María era el hecho de que no podría ver a Jesús.

Había oído decir a Jesús que pronto iría a Jerusalén y que allí sería traicionado y entregado en manos de pecadores y lo matarían. A un costo muy elevado, María había comprado una libra de perfume de nardo puro para ungir a Jesús después de su muerte. Pero no le gusta la idea de regalar flores en un funeral. Deseaba darle su regalo de amor a Jesús ahora, cuando todavía estaba vivo.

De pronto toma el perfume y sale rápidamente por las calles de Betania, haciendo planes mientras aprieta el paso. Entra por la puerta trasera de la casa y atraviesa la cocina. Marta trata de impedirle la entrada, pero nada puede detenerla.

Se mueve cautelosamente por la habitación apenas iluminada con aquellas pequeñas lamparas de aceite de olivo, hasta el lugar donde estás el Señor. Su plan es abrir el frasco de perfume, ungir los pies de Jesús y salir rápidamente. Nadie lo notaría.

Pero ella olvida una cosa. Cuando uno abre un frasco de perfume de nardo, el mas caro del mercado, este proclama su presencia.

Ahora, todas las miradas de la habitación se dirigen hacia ella. La mirada de Simón, quien ocupa la cabecera de la mesa, parece arrojarle dagas mortíferas. Allí están Judas y todos los demás apóstoles. Ella derrama el perfume sobre la cabeza y los pies de Jesús. Pero ha olvidado traer una toalla o cualquier cosa para enjugarlo, así que María hace lo que en esos días era imperdonable: sólo una mujer callejera se soltaría el cabello en público. Pero ella no piensa en eso. Deja libre su cabellera y con ella comienza a limpiar los pies de Jesús.

Y Simón, en el extremo de la mesa piensa para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, que es pecadora.

En ese momento María escucha la voz amigable de Jesús que dice: "Dejadla. Buena obra me ha hecho. Y dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella".

Luego dirigiendo la mirada a Simón, le dice: "Simón".

Al instante comienzan a sudarle las manos a Simón. Jesús continúa: "Tengo algo que decirte". Simón se prepara para lo peor. Espera que le arranquen de golpe la máscara de santidad. Habia oído decir que Jesús podía leer los pensamientos de las personas. Se prepara para recibir lo peor.

Pero Jesús le cuenta una pequeña historia acerca de dos deudores, uno de los cuales debía una gran cantidad y otro que sólo debía una cantidad mínima. Ambos deudores fueron exonerados de sus deudas (vease Lucas 7). Nadie comprendió la historia mas que Simón, María y Jesús. Simón entendió totalmente el mensaje. ¡Cuan bien lo comprendió!

Simón quedó atónito por el amor y la compasión de un Hombre que podría haberlo expuesto públicamente por lo que realmente era; pero veló su mensaje a través de una parábola, y lo protegió de sus amigos.El corazón de piedra de Simón fue quebrantado. Comprendió todo lo que Jesús habia hecho por él y que jamás podría pagárselo. Allí, en su propia fiesta, Simón aceptó a Jesus como su Maestro, Señor y Salvador. Y Jesús conquistó también a Simón. ¡Qué excelsa historia!

Si Jesús pudo aceptar a María y a Simón, seguramente podrá aceptarnos a usted y a mí hoy, perdonándonos y amándonos hasta el fin.