Cómo trató Jesús a los temerosos

¿Ha sentido temor alguna vez? Cuando era pequeño, ¿alguna vez sintió temor al ver los relámpagos o al escuchar los truenos? ¿Alguna vez sintió temor al estar solo en la noche? ¿Alguna vez ha sentido temor de envejecer, de ser sometido a una cirujía o de perder su empleo? ¿Ha sentido temor al cambio, de hacer nuevas amistades, de perder viejas amistades? ¿Alguna vez has temido no llegar al cielo o perder la vida eterna?

El temor es tan viejo como el pecado. Lo primero que notamos Génesis, después que Adán y Eva comieron del fruto prohibido es que se escondieron. Dios salió en busca de ellos y les dijo:

-Adán, ¿dónde estás?, ¿por qué te escondiste?

-Tuve miedo -respondió Adán.

¿Por qué tuvo temor? Por causa del pecado.

El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, desacredita a los temerosos (cobardes). "El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y el será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los aborninables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda" . Qué variedad de compinches acompaña los temerosos en este pasaje. Se desacredita a los cobardes (temerosos) en la Escritura, porque Dios tiene algo mejor que el temor para su pueblo.

Hay un episodio en la vida de Jesús que nos introduce directamente al tema. Se encuentra en Marcos 4: la historia de la tormenta en el Mar de Galilea. Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo a sus discípulos: "Pasemos al otro lado" (Marcos 4:35).

Nótese que fue Jesús quien sugirió que fueran al otro lado del lago aquella tarde. No fue idea de los discípulos ni imprudencia de ellos. No fue un asunto de que se metieran en una situación difícil. Emprendieron la travesía bajo la orden e invitación de Jesús.

Jesús dijo: "Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con el otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y el estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?

Había sido un día muy ajetreado. Jesús habia contado muchas parábolas. Había sanado a los enfermos. Había dado consuelo a los corazones perturbados. Ahora se sentía cansado. Estaba exhausto y tenía hambre. ¿Dios? Sí. Tenía hambre y estaba cansado;¡ tal vez mas cansado que los demás'. Así que emprendieron el viaje hacia el otro lado del mar en busca de un lugar apartado para descansar.

"Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estais así amedrentados? ¿Cómo no teneis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?" (Marcos 4:36-41). Usted quedaría impresionado, también, con una experiencia como ésta. Pero regresemos al relato, tratemos de ubicarnos en aquel marco e imaginémonos cómo sucedieron las cosas.

Sin previo aviso, como sucede con tanta frecuencia en ese mar, un recio viento sopló desde las lomas de Gadara y convirtió las aguas tranquilas en olas espumosas y amenazantes. Las olas, hechas una furia por los vientos, eran arrojadas sobre la embarcación de los discípulos, amenazando con tragársela. Indefensos en las garras de la tempestad, desfalleció su ánimo al ver que el bote comenzaba a llenarse de agua.

Absortos en sus esfuerzos por salvarse, habían olvidado que Jesús estaba a bordo. Ahora, al darse cuenta de que todo era en vano y que sólo les esperaba la muerte, recordaron quién fue el que dio la orden de cruzar el mar. En Jesús estaba su única esperanza. En su impotencia y desesperación clamaron: "¡Maestro! ¡Maestro!"

La versión de Mateo de este episodio utiliza las palabras "¡Señor, sálvanos!" (Mateo 8:25). Ellos no dijeron: "Señor, ayúdanos". Existe una tremenda diferencia entre las dos expresiones. El incidente aclara el asunto del poder divino y el esfuerzo humano, si bien les parece. ¿Dónde estaba su cooperación? Habían agotado sus propios recursos y se daban cuenta de que todo lo que podían hacer era clamar, "¡Señor, sálvanos!" El tendrií que hacerlo todo.

Ellos ya habían hecho todo lo que podían. Eran pescadores robustos y experimentados, que habían vivido toda su vida a orillas de este lago. Conocían Galilea. Conocían las colinas y los vientos y las tormentas. Sabían bien lo que eran las grandes olas y cómo mantener el bote bajo control. Sabían cómo distribuir su peso y cómo mover los remos. En honor a la verdad, esta no era la especialidad de Jesús. El había sido carpintero, no pescador. Ahora era predicador, y su trabajo consistía en hablar a las multitudes y sanar a los enfermos. Había trabajado arduamente durante todo el día y ahora dormía plácidamente. Ahora era tiempo de que ellos se encargaran de este aspecto del trabajo. Era su especialidad.

Pero finalmente se dieron cuenta de que no podían con la tormenta. Habían agotado todos sus recursos, sin resultados. Su bote se hundía. Finalmente se dirigieron a él con el clamor, "¡Señor, sálvanos, que perecemos!"

Jamás un alma ha elevado este clamor sin ser atendida. Jesús se levantó. Alzó aquellas manos tan acostumbradas a hacer el bien, y dijo al mar airado: "Calla, enmudece" (Marcos 4:39). De imediato, la tormenta se disipó. Las olas del mar se aquietaron. Las nubes se escurrieron por el espacio. Las estrellas brillaron en el cielo nocturno. El bote descansó sobre un mar apacible. Luego, dirigiéndose a los discípulos, Jesús les preguntó tristemente: "¿Por qué estais así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?" (vers. 40).

Y bien, ¿que deberían haber hecho bajo estas circunstancias si realidad hubiesen tenido fe? Si usted es una persona que tiene mucha fe y conduce su vehículo por la autopista: súbitamente pierde el control del auto y avanza de frente hacia otro vehículo que viene en dirección opuesta, ¿qué debe hacer? ¿Relajarse y sonreír y soltar el volante? ¿Mirar el paisaje por Ia ventana?

Tal vez convenga recordar a los misioneros moravos que estaban a bordo en el barco con Juan Wesley. Este se dirigía a Norteaméíica para predicar el mensaje de salvación a los indios, pero se sentia frustrado. Llegó a decir: "Yo vine a América para convertir a los indios, pero ¿quién convertirá a Juan Wesley?"

Había surgido una tormenta en el Atlántico, y parecía que perecerían en el fondo del mar. Los moravos, sin embargo, no tenían miedo.

Juan Wesley quedó sumamente impresionado. Les preguntó por qué estaban tan tranquilos. Ellos respondieron: "No tenemos miedo de morir".

Sólo porque alguien tiene fe no significa que no se hundirá hasta el fondo del mar. La fe no significa que no lo quemarán en la hoguera como sucedió con Huss y Jerónimo. La fe no significa que se curará del cáncer.

Y hay una cosa más. Las personas que tienen fe no hacen de Dios su último recurso. Ante cualquier prueba inesperada, acuden a él tan naturalmente como la flor busca el sol.

Dos personas conversaban acerca de un amigo que sufría por su salud. Uno de ellos comentaba cómo su amigo había probado varios remedios y medicamentos y médicos, todos sin los resultados deseados. Finalmente terminó su descripción de la situación diciendo: "Creo que lo único que resta es orar".

A lo que su compañero respondió:

-¡Vaya! ¿Acaso llegó a ese extremo?

La persona que tiene fe nunca olvida que Jesús está a bordo, sino que acude a el ante cualquier emergencia.

Bueno, los discípulos no tenían fe. Jesús se los senaló, pero de todas maneras los salvó. Y esas son buenas noticias. El los salvó a pesar de su falta de fe.

Hoy día tenemos muchos temores. Sentimos temor con respecto a nuestra salud y nuestros hijos y nuestras casas y nuestros terrenos. Nos da temor lo que otros puedan pensar de nosotros. El pobre teme por lo que pueda necesitar, y el rico por lo que pueda perder. A veces sentimos temor por el futuro de la iglesia y por nuestra salvación.

El solo hecho de tener a Jesús a bordo no es garantía de que no tendremos temor; no lo fue con los discípulos. Aunque Jesús estuvo a bordo, se olvidaron de el cuando azotó la tormenta y se vieron abrumados por las olas. Lo mismo ocurre hoy. Podemos tener una relación con Jesús y todavía no depender de él para todas nuestras necesidades. Los discípulos tuvieron una relación con Jesús. Caminaron juntos, conversaron juntos, oraron juntos, trabajaron juntos. Eran personas muy allegadas a Jesús. Pero hubo ocasiones en que demostraron que a pesar de su estrecha relación con el Señor; todavía no dependían de él para todas sus necesidades.

Pero Jesús permaneció con ellos. Era paciente con ellos y los animaba a confiar en él. Y llegó el momento en que estos mismos hombres temerosos pudieron enfrentarse valientemente al aceite hirviente, la espada, las llamas o la crucifixión con la cabeza hacia abajo. Lo lograron gracias a que aprendieron las lecciones de fe y confianza que Jesús les ensenó.

El amor de Jesús ahuyenta el temor y produce una diferencia. La Biblia dice que el perfecto amor echa fuera el temor. (Vease 1 Juan 4:18.) A primera vista, uno puede hacerse la siguiente pregunta: ¿quién posee perfecto amor? ¿Si no poseemos perfecto amor, podemos evitar el temor? Pero no se trata de nuestro perfecto amor. Cristo es el unico que posee perfecto amor. Y el es el que echa fuera el temor.

Supongo que la mayoría de los padres han tenido la experiencia de lanzar a sus hijos al aire cuando tenían dos o tres años de edad. A mi me encantaba jugar asi con mis hijos. Los impulsaba hacia arriba y cómo se reían y demostraban paz y tranquilidad absolutas, confiando en que papito los amaba y los tomaría en sus manos antes de caer.

Una noche comenzamos a jugar en el banco del piano. Mi hijo se subía al banco, daba un tremendo salto y caía en mis brazos. El juego siguió hasta que yo quedé exhausto. Luego le dije:

-Ya se acabó, hijo. No más.

-Una vez más, papá. Una vez más.

Y finalmente, haciendo un intento de acabar con el juego, me di vuelta y me alejé del lugar; convencido de que él había comprendido mis palabras.

Pero él ni siquiera miró. Esta vez cuando se subió al banco del piano y se lanzó al aire, yo estaba al otro lado de la habitación y el cayó con fuerza en el piso. ¡Me sentí muy mal! Sin embargo, aprendí que no hay nada como el amor y la confianza de un niño.

Jesús lo dijo: "Que si no os volvéis y os hacéis como niños..." (Mateo 18:3). Y nos invita a echar todas nuestras cargas sobre él, ya que el se preocupa por nosotros (véase 1 Pedro 5:7). Pero existe una gran diferencia. El nunca se cansa. Siempre está allí. El ha prometido: "No te desampararé ni te dejaré" (véase Hebreos 13:5). Sin embargo, en realidad, nadie se arroja totalmente sobre Jesús hasta que se convence de aquel amor y reconoce que ha llegado al final de sus propios recursos.

Nótese dónde estaba Jesús durante la tormenta. El dormía plácidamente en la embarcación. No tenía miedo. A veces nos sentimos tentados a pensar que esto fue porque él era Dios. El compositor de cantos nos dice: "Este es Dios, y no hay mar que pueda hundir el barco donde él yace, el Amo de la tierra y del mar y de los cielos". M.A. Baker.

Pero hay algo más que no debemos pasar por alto; algo que nos dice cómo vivió su vida Jesús. Cuando despertó para hacerle frente a la tormenta, su estado anímico era de perfecta paz. No había rastro de temor en su mirada ni en sus palabras, puesto que no existía temor en su corazón. Pero no descansaba tranquilo sabiéndose Todopoderoso. No fue como Amo de la tierra y del mar y de los cielos que descansó apaciblemente. Depuso voluntariamente ese poder. El dijo: "No puedo yo hacer nada por mí mismo" (1Juan 5:30). Confió en el poder de su Padre. Jesús descansó en la fe, en el amor y en los cuidados de Dios. El poder de aquella palabra que calmó la tormenta era el poder del Dios de los cielos, y no el poder de Dios que existía en su interior.

Si los discípulos hubieran confiado en él, habrían sido guardados en paz. Su temor en el tiempo de prueba reveló su incredulidad. En sus esfuerzos por salvarse, se olvidaron de Jesús, y fue sólo cuando en la desesperación de su autodependencia acudieron a Jesús, cuando él estuvo en condiciones de salvarlos.

Nótese aquí la aplicación espiritual involucrada en el milagro realizado por Jesús. Cuando consideramos el tema de la salvación, cuan frecuentemente nos encontramos preocupados por si seremos salvos o no. Y todo esto desvía nuestra atención de Jesús, la única fuente de fortaleza. Se nos invita a someter nuestras almas a Dios y confiar en él (véase 1 Pedro 4:19). Si lo hemos aceptado como nuestra esperanza y salvación, el jamás nos dejará. Nosotros podemos abandonarlo, pero él jamás nos abandonará.

¿ Y qué hay acerca de vivir una vida de cristiano? Algunas personas son capaces de aceptar el sacrificio de Jesús en la cruz, pero cuando leen Apocalipsis 3:5, "El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida", quedan al borde de la desesperación. Dicen o piensan lo siguiente: "Jamás podré hacer eso. Jamás seré un triunfador. Caigo y fácilmente fallo, demasiado a menudo".

¡Cuántas veces nuestra experiencia se parece a la de los discípulos! Cuando se desata la tempestad de la tentación, cuando se liberan los relámpagos y las olas nos anegan, luchamos solos con la tormenta, olvidándonos que hay Uno que puede ayudarnos. Confiamos en nuestras propias fuerzas hasta perder toda esperanza y resignarnos a perecer. Pero, de pronto, nos acordamos de Jesús, y si acudimos a él en busca de auxilio, nuestro clamor no será en vano. Aunque reprenda con tristeza nuestra incredulidad y autosuficiencia, nunca deja de brindarnos la ayuda que necesitamos.

Como cristianos, sólo hay una cosa que debemos temer: confiar en nuestras propias fuerzas, soltarnos de la mano de Cristo e intentar caminar solos el sendero cristiano.

Pero mientras dependamos de Cristo, como el dependió de su Padre aquí en esta tierra, estaremos seguros. No hay razón para temer mientras confiemos en su perfecto amor.