No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido,
para dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves, Señor! ¡Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido!
Muéveme el ver tu cuerpo tan herido.
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor en tal manera,
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno te temiera.
No tienes que me dar porque te quiera,
porque, aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
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