
MACEDONIO FERNÁNDEZ
(1874-1952)
POEMA AL ASTRO DE LUZ MEMORIAL
POEMA A LA MEMORIA EN LO ASTRAL
(Yo todo lo voy diciendo para matar la muerte en
"Ella")
TESIS: Es más Cielo la Luna que el Cielo, si una Cordialidad
de la Altura es lo que buscamos.
Astro terranalicio de la luz segunda
astro terranalicio de la luz dulce
que con aventura extraña visitas las noches de la tierra, unas
sí y otras no, pero siempre de una noche para otra con diversa
libertad de visita, siempre o más breve o más detenida
y cada serie de tus visitas comienzas tímidamente y mitad creces
noche a noche y mitad decreces noche a noche, haciéndote un
visitante diferente de noche en noche, para en mínimo ser cual
comenzaste partir a un no volver de algunos días.
Astro terranalicio de un día sí y otro no, de una vez más y
otra menos, pero que no dejas nunca de serlo.
¿Para qué astro eres entonces visita de sus noches, pues no
eres terrenal en tus ciertas ausencias, o es que los otros días
piensas en ti sola como sólo en la tierra en las noches de tu
plena luz?
Dile a un poeta que no lo sabe todo, si está hecha tu ausencia
con un pensar en ti, o quizá con un lucir a otro. Porque poeta
es saberlo todo.
Trechos de tu órbita la tierra no los sabe, y ella tan cierta
está de algún imposible tuyo para tenerse en sus noches y este
amor alternante no se enduda, en tanto en mí, hombre de
continuidad en humano amor me puso incurablemente en sospecha.
Pero te amamos tanto, astro de la luz segunda, tu dulce luz tanto
amamos memorizando a la tierra el sol no presente con tu
luzrecuerdo; yo al menos te amo tanto, que cuando vuelves ceso de
creer en tu ausencia de ayer y de otros días. También como la
tierra, yo creo que sólo por imposible ayer no estabas.
Astro memorioso que esmeras un día de cada dos en tocar de
diurnidad la noche terrenal,
cual si supieras que la memoria solar de la tierra solaricia es
desfalleciente de un día a otro alternado día
y si antes y después le has de hacer noches diurnales a la
tierra
y lo haces tú, tú que no tienes olvido por ausencia, tú que
ausente por noches fías en la memoria de ti por la tierra,
inquiétaste por la memoria solar de la tierra.
Tutora de la fidelidad terrenal al recuerdo del sol, en eso eres
solaricia; pero eres terranalicia en tu fidelidad de compañía a
la órbita de la tierra.
He comprendido un misterio tuyo pero éste no.
Terranalicia tú, solaricia la tierra ¿es que velas por toda la
memoria en el mundo y amas más las memorias, por más reales,
que los presentes? Aquí callo sin comprender.
¿O es que no nos vienes en tu amor sino en un menos amor y en
principal cuida del amor solario de la tierra?
Cuando te veo recién arribada, alcanzado por ti nuestro borde,
pareciendo vacilar allí y como a emprender un rodar a lo largo
del horizonte por gustarlo, y luego te pliegas a un ascenso
¿qué nos quieres decir así?
Quedemos sin saberlo hoy también; mañana, más tarde - para
qué son nuestros días sino para trabajar más y otra vez los
misterios - más enérgicamente, en buena hora de mi espíritu
contemplaré, escucharé el misterio de tu sentido en el misterio
todo.
Cuando tú quieres ser el ojo del ciprés y con un mirar
obseso aferras nuestra contemplación
debemos comprenderte dolorida, tanto como cuando nosotros en un
no poder ya resistir nos revolvemos como tú ahora
oh único astro que mira
(pues todos los otros saetan ásperos de chispas que nunca
miraron).
Oh único astro de mirada,
nos revolvemos clamando hacia el no ser.
Y ya ahora te desprendiste del follaje y tiendes hacia el
horizonte,
te serenas, vagas
y cuando la nubecilla en gran viento flota, te aguzas flecha
disparada de ella vertiginosa
para detenerte, serenarte cunado huiste bastante de aquel
pasajero copo al que le opusiste tu fuga, caprichosa triste
y complacida de tu juego y nuestro asombro, nos encaras con
ligereza
y en fin vas cayendo con ladeado mirar distraído hacia el borde
del mundo.
Y ya te fuiste, con tus pobres dichas y quejas.
En toda la andanza, sólo en el perfil de los cipreses lloraste,
y tanto que pediste nuestra piedad.
Y ahora por faltar tuyo un cielo sin mirada en las noches,
ahora sólo habrá astros que agitan, no tú que acompañas.
Oh, sí, acompañas
con cuántas gracias saltas de copa en copa siguiéndonos entre
los árboles con tus saltitos de luz a sombras.
El único mirar dulce que viene de lo alto es el tuyo
el chispear del viaje de indiferencia de las otras estrellas
molesta y agita, y no nos mira.
Heridos de ellas, corremos a ti cuando apareces
y con dolor nuestro comienza la ausencia tuya.
Sí; porque pudiera que el móvil chispear de las estrellas sea
dolor como hay dolor en nosotros
pero es que tú, luna, que también sufres, miras y acompañas.
Eres más sabia o afortunada en la mitigación participante.
Qué es la luna no lo sabemos hombres y aún artistas y
poetas, qué sentido tiene su ser y sus modos, su adhesión a la
tierra, su seguimiento al sol, su mediación mnemónica entre la
tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales unas y no otras
de las noches terrenas, y tantas cosas más, neciamente
explicadas, que de ellas ignoramos pero que sólo puede
explicarlas la doctrina del misterio.
Que el sol te atrae, que la tierra también, que recibes la luz
del sol y sin amor, por fuerza la reflejas a la tierra, éstas no
son explicaciones; no se nos dice por qué el sol brilla, por
qué en torno suyo gira la luna en torno de la tierra, ya que
pudo ser otramente; por qué hay una luz interceptable, por qué
hay una luz que tiene sombras, por qué ceden a su paso unas
cosas y otras no y hay lo opaco y lo traslúcido.
Mecánica dirá por qué, pero yo no pregunto sino para qué
razón para el alma, pues conciencia se anula si admite un mundo
rígido, y todo el porqué físico no es más que decirme el
antes de algo, o sea una evasión no una respuesta.
Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante
estos hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir
y de qué manera concierta con el misterio total único. La
espontaneidad, el acontecer libre, no es una respuesta; es un
renunciamiento explicativo.
Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de esto no
se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.
Debió enseñarsenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber
ignorado innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por
primera vez el pecho materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de
esperar el niño a conocer el sentido de la luna para empezar a
nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de
precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha
de morir si deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es
evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.
Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.
Oh luna, que puede amarse, bien me pareces pobrecita del
cielo.
(Poemas, 1953)
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