LUIS ROSALES

(1910-1992)


Memoria de tránsito

Herido de amor huído
F. García Lorca

Abril, porque siento, creo,
pon calma en los ojos míos:
los montes, mares y ríos,
¿qué son sino devaneo?
Mirando la nieve veo
memorias de tu blancura,
y cuando vi en la hermosura
tu inmediata eternidad,
¿fuiste si no claridad,
temblor, paciencia y dulzura?

Tu leve paso indolente
deja en mis ojos su aroma,
los ojos en donde toma
espacio tu ser presente;
bienaventuradamente
nacieron para el olvido,
tu piel de asombro encendido,
tus ojos con lluvia y viento,
y esta ternura que siento
herida de amor huído.

Señor, tiempo caminante
soy, donde sueñas la historia;
¿todo amor es la memoria
de un bien perdido? ¿El amante
dónde salvará el instante
que fué visión? ¿Sólo voy
del solo sueño que soy
al soñar que hizo la nada?
Presencia de ti mirada;
fiel al tránsito, aquí estoy.


De cómo vino al mundo la oración

De lirio en oración, de espuma herida
por ela paso del alba silenciosa,
de carne sin pecado en la gozosa
contemplación del Niño sorprendida;

de nieve que detiene su caída
sobre la paja que al Señor desposa,
de sangre en asunción junto a la rosa
del virginal regazo desprendida;

de mirar levantado hacía la altura
como una fuente con el agua helada
donde el gozo encontró recogimiento;

de manos que juntaron su hermosura
para calmar, en la extensión nevada,
su angustia al hombre y su abandono al viento.


Contigo

(...)

Ya el tiempo es sólo el espejo
donde te sueño, lo mismo
que los chopos en invierno
sueñan su verdor florido,

aunque el corazón te diga
que nunca soñé contigo,
que siempre puse la misma
corriente en distinto río.

La costumbre de perderte
me busca cuando te miro;
me busca, me está diciendo
por que vivir no es preciso.

Pero todo, todo, todo,
abril, todo lo que es digno
de recordarse, en ti toma
la luz de su señorío.

El resplandor de aquel tiempo
cuando era el amor tan niño
que aún se quemaba las manos
con el perfume del mirto.

Y el dolor que tuve luego
cuando te perdi, y el brío
de la esperanza que junta
lo que será y lo que ha sido,

¡todo descansa en tus alas!
yo a Dios llorando le pido:
si cuanto vieron mis ojos
a través de ti lo han visto,

que nada turbe el descanso
maternal donde resido,
que todo tenga en tu sangre
su nacimiento legítimo.

La voz que quiso ser nieve,
la nieve que al fin fué río,
el don de ver y la pura
ensoñación de haber visto,

el corazón donde a veces
canta un pájaro y sentimos
que se alegra la espesura
de la sangre con su trino,

y el tránsito de la carne
que aún recuerda el paraíso,
que aún recuerda que fué pura
cuando se encuentra contigo,

¡todo naciendo en la misma
mujer, y en el sueño mismo
que a la carne de sonrisa,
y hace, a la costumbre, rito!

Así, tu mano en mi mano,
tu corazón junto al mío,
¡sosiégame, ten mis ojos
quietos, para siempre fijos

en tu mortal primavera,
naciendo del gozo mismo
de tu bendición, naciendo
solo, desierto, contigo!


De cómo el tiempo hizo nacer la sonrisa sobre la carne

Tristemente naturales. 
J. Guillén 

El corazón ha reunido
los ángeles de la carne,
los ángeles que perdieron
la memoria al contemplarse.

Vienen lentos, con las alas
dormidas y un bosque grave
me van formando en el pecho
de ángeles tristes, unánimes.

Los ángeles son de rosa
viva, las rosas de carne,
y anda el sueño confundiendo
los árboles con los ángeles.

El corazón, con su vuelo,
se ha convertido en paisaje
de ciego que busca luz,
y luz que el viento deshace.

Ya estamos juntos, sin vernos,
como una fuente y un ave,
juntos, pero no vividos:
tristemente naturales.

Se ven los ojos, no miran;
no están mirando, no saben
que aún queda el tiempo, ¡bendito
tiempo que gastas la carne

que trasciendes su locura
y en sonrisa la deshaces
como las nubes acaban
disolviéndose en el aire!


La vuelta del amor

Sentí que se degajaba
tu corazón lentamente
como la rama que al peso
de la nevada se vence;
sentí en tu mano un desfile
de golondrinas que vuelven,
y vi llenando tus ojos
aquella locura alegre
de los pájaros que cumplen
su fiesta sobre la nieve.


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