55.

La casa es sitio de amor y refugio de empeños; fuente de gozo y espacio de anhelos; rincón para construir los sueños.

La casa, pues, es todo.

Un buen día se escoge el sitio y se comienza a armar. Se van acomodando objetos, ideales y nostalgias, pero se van construyendo -también- futuros recuerdos.

Hasta la casa penetran el canto y las sonrisas, la presencia, el viento, el aroma nocturno de las estaciones y el amor de propios y cercanos.

Los amigos ayudan a construir el hogar que reconforta.

El apoyo es a veces moral o material, pero afectuoso siempre.

Ocasiones hay que se percatan y otras -acaso- ni cuenta se dan de sus aportes; pero los amigos van dejando su huella inmarcesible.

Entonces, el hogar vale por el número de huellas que se estampan y como fantasmas deambulan por sus laberintos.

Los amigos están, así, presentes por todos los rincones.

66.

"No hay dolor más atroz, que ser feliz", nos repitió muchas veces Zitarrosa, acompañado por las nostálgicas notas de su guitarra.

Ayer murió Alfredo.

La noticia de su muerte fue un dardo certero. Me dolieron las ocho columnas de los diarios. Quise borrar la tinta, acallar los noticieros, regresar los relojes y negar los calendarios. No pude.

¡Zitarrosa murió!

Pocas muertes doblegaron mis ojos.

Lloré la muerte de Luis Felipe Quezada, asesinado: el ejército salvadoreño quiso truncar su pensamiento y doblegar su impulso visionario.

Me dolí de la muerte del Che pero amé su ejemplo libertario y al hombre consecuente.

Vi a mi hija Nisayé, dormida para siempre, sin haber conocido la vida ni la luz; tenía la sonrisa dibujada en sus labios y lloré; lloré en silencio y en soledad el sueño infantil irrealizado.

Tancredo Neves se fue, también, sin conocer en plenitud la libertad tan pisoteada de su pueblo y volvió a resonar, grosera y sanguinaria, la carcajada insolente de los generales.

Muchos, muchos más, están ausentes.

Desde ayer me dolió la despedida de Alfredo Zitarrosa. Era poesía y libertad, música de vida.

Con sus notas imprimió la historia de su tiempo. La historia que nosotros no pudimos calcar con la virtud del canto.

84.

Pues bien, heme aquí, desdoblando historias y domeñando tecnologías para aprender de nuevo a deletrear, pero de diferente forma, en otros lenguajes y con otros tiempos.

Contesto tu carta. Apuro el trago de los deberes y los compromisos y doy carpetazo al silencio para teclear palabras (No, ¡ahora ya no!, ya no podemos más emborronar cuartillas. No nos dejan, digo, las fantasmales máquinas que nos doblegan).

Todo es posible en la nostalgia. El portaplumas, las plumillas, el frasco de tinta, los dedos manchados, el secante y... el dulce ritmo del rasgueo de la plumilla sobre el papel venciendo la blancura -virgen de palabras- para hacerla depósito y testigo; todo esto ya es parte de la historia.

Debo decir que estoy entrando al mundo de máquinas y símbolos, arcoíris de cibernética, -aprendedor tardío- y descubro, ahora, ventajas sobre el tiempo y la creatividad. El mundo editorial y del diseño gráfico al frente, sin estadios ocultos, sin ambages, como hubiésemos podido soñarlo o desearlo cualquier noche bohemia de los sesentas al calor de una copa y en medio de una recomposición verbal del mundo que soñamos.

Soñar, tener aún la capacidad de asombro y emprender caminos, nos pueden permitir seguir viviendo. Soñemos, pues, en comunión o a solas. Dejemos que el viento y los fantasmas hagan de las suyas para inventar en las nocturnas horas de vigilia algún albergue que nos cobije y nos permita reconstruir la vida, pero descubrir también nuevos rayos de luz en las horas agónicas del sol -promesa y esperanza en la antesala de la noche-.

Recorrí contigo los pasos de nostalgia al arribo a Ciudad Victoria en nueva etapa. Seguro apareció por ahí sin invocarla alguna divinidad oculta en el olvido, entre el polvo del tiempo y el juicio de la circunstancia convertida en vida.

Hoy no existe más "La plantación". ¡Seguro! Porque no era el lugar, no era espacio físico. Las telarañas y el polvo han inundado seguramente los rincones, pero también algunas de nuestras ideas y quijotescas empresas.

Algunos se nos fueron; no porque hayan abandonado este planeta como seres, sino acaso por el abandono complaciente de sus luchas, o porque encontraron otra manera de enfrentar los días. El tiempo apremia -dirían- y sucumbieron al embeleso del confort y el patrimonio heredable.

Unos más que otros, culpables somos de haber derruido poco a poco los muros. Ya no hay casa común donde quepamos todos. Hemos tenido que empezar por construir de nuevo otras moradas, diferentes.

También hay deseo de saber qué cosa hacemos, cómo vamos moldeando el tiempo del quehacer cotidiano. Entre teclado y recurso telefónico habremos de completar el ajedrez que compartamos.

Otro individuo más del universo tecnológico, el telefax, seguramente arribará a su tiempo para describir y ver figuras difíciles de explicar con la palabra en todo su esplendor o integral magnitud y belleza.

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